Concilio Trento - SACRAMENTOS
Concilio Trento - SACRAMENTOS
Concilio Trento - SACRAMENTOS
Capítulo primero
NATURALEZA DE LOS SACRAMENTOS
§ 1. NOCIÓN DE SACRAMENTO
1. Definición nominal
La voz «sacramentum» significa etimológicamente algo que santifica o
que es santo (res sacrans o res sacra). En la literatura latina profana se
llama sacramentum a la jura de la bandera y a cualquier juramento en
general. En el Lenguaje jurídico de los romanos sacramentum significa la
fianza depositada en el templo por las partes litigantes.
En la Vulgata, la palabra sacramentum sirve para traducir el término
griego µysterion. Esta voz griega significa algo oculto y misterioso (cf.
Tob 12, 7; Dan 2, 18; 4, 6) ; y en el campo religioso se aplica a los
misterios de Dios (Sap 2, 22; 6, 24) y, sobre todo, al misterio de la
redención por Jesucristo (Eph 1, 9; Col 1, 26 s). Tiene, además, la
significación de : señal, símbolo, tipo de algún misterio santo (Eph 5, 32:
el matrimonio es símbolo de la unión mística de Cristo con su Iglesia ;
Apoc 1, 20; 17, 7).
Los padres, siguiendo la terminología empleada por la Escritura,
designan con el término sacramentum toda la religión cristiana, en cuanto
ésta es una suma de verdades e instituciones misteriosas ; y también lo
aplican a algunas doctrinas y ritos sagrados de culto. Tertuliano aplica la
palabra sacramentum a la obra redentora de Dios («sacramentum
oikonomiae»), a la salvación mesiánica prefigurada en los tipos del
Antiguo Testamento, al contenido de la fe en cuanto se refiere a la
ejecución de los decretos salvificos de Dios (cludaicum sacramentum—
Christianum sacramentum»), a ciertos ritos litúrgicos; como el bautismo y
la eucaristía («sacramentum aquae, sacramentum eucharistiae,
sacramentum panis et calicis») y, tomando pie de la clásica significación
de «jura de la bandera», a la promesa que se hace al recibir el bautismo
cristiano. SAN AGUSTÍN, partiendo del concepto genérico de signo, da la
siguiente definición : «sacramentum, id est sacrum signum» (De civ. Dei
x 5; en la escolástica se transformó la definición agustiniana en esta otra:
«signum rei sacrae»). De textos de San Agustín se sacaron también
otras definiciones : «signum ad res divinas pertinens» (cf. Ep. 138, 1, 7);
«invisibilis gratiae visibilis forma» (cf. Ep. 105, 3, 12).
La teologia de la escolástica primitiva (Hugo de San Víctor, + 1141,
Pedro Lombardo, + 1160) perfeccionó la definición agustiniana
precisando que el sacramento no era tan sólo signo de la gracia, sino al
mismo tiempo causa de la gracia. Llegaron a alcanzar celebridad
histórica las siguientes definiciones de sacramento: SAN ISIDORO DE
SEVILLA, Etymol. vi 19, 40: «Quae (sc. baptismus et chrisma, corpus et
sanguis Domini) ob id sacramenta dicuntur, quia sub tegumento
corporalium rerum virtus divina secretius salutem eorundem
sacramentorum operatur, unde et a secre:is virtutibus vel a sacris
sacramenta dicuntur» ; Hvco DE SAN VÍCTOR, De sacr. christ. fidei I 9,
2: «Sacramentum est corporale vel materiale elementum foris sensibiliter
propositum, ex similitudine repraesentans et ex institutione significans et
ex sanctificatione continens aliquam invisibilem et spiritalem gratiam» ;
PEDRO LOMBARDO, Sent. Iv 1, 4: «Sacramentum proprio dicitur, quod
ita signurn est gratiae Dei et invisibilis gratiae forma, ut ipsius imaginem
gerat et causa existat.»
2. Definición esencial
El sacramento del Nuevo Testamento es un signo instituido por Cristo
para producir la gracia.
El Catecismo Romano (II 1, 8) define al sacramento corno «una cosa
sensible que por institución divina tiene la virtud de significar y operar la
santidad y justicia [ = la gracia santificante]» («docendum erit rem esse
sensibus subiectatn, quae ex Dei institutione sanctitatis et iustitiae tum
significandae tum efficiendae vim habet»). Según esto, vemos que son
tres las notas que constituyen el concepto de sacramento : a) un signo
exterior (es decir, perceptible por los sentidos) de la gracia santificante ;
b) la producción de la gracia santificante; c) la institución por Dios, y, más
en particular, por el Dios-hombre Jesucristo.
El concilio de Trento hace únicamente mención de la definición
incompleta que se deriva de San Agustín: «Symbolum rei sacrae et
invisibilis gratiae forma visibilis» ; Dz 876.
El sacramento cae dentro de la categoría genérica de signo; S.th. III 60,
1: «Sacramentum ponitur in genere signi». La esencia del signo es
conducir al conocimiento de otra cosa : «Signum est enim res praeter
speciem, quam ingerit sensibus, aliud aliquid ex se faciens in
cogitationem venire» (SAN AGUSTÍN, De doctr. christ. II 1, 1). Los
sacramentos no son signos puramente naturales, pues una acción
natural solamente por una positiva institución divina puede significar un
efecto sobrenatural, ni son tampoco signos puramente artificiales o
convencionales, pues por sus cualidades naturales son apropiados para
simbolizar la gracia interior. No son signos puramente especulativos o
teóricos, sino eficientes y prácticos, pues no se limitan a indicar la
santificación interna, sino que la operan. Nos señalan el pasado, el
presente y el futuro, porque nos recuerdan la pretérita pasión de Cristo,
significan la gracia presente e indican la gloria futura («signa
rememorativa passionis Christi, signa demonstrativa praesentis gratiae,
signa prognostica futurae gloriae»); cf. S.th. III 60, 3.
1. La materia y la forma
El signo externo del sacramento se compone de dos elementos
esenciales: la cosa y la palabra («res et verbum» o «elementum et
verbum») (sent. próxima a la fe).
La cosa es ora una sustancia corporal (agua, óleo), ora una acción
sensible (penitencia, matrimonio). La palabra es ordinariamente la
palabra hablada.
Desde la primera mitad del siglo xii, la palabra, primeramente la fórmula
bautismal, recibe a menudo la denominación de forma en el sentido de
fórmula («forma verborum»). Con menos frecuencia y desde la mitad del
siglo xii (Pedro Lombardo) se da el nombre de materia a la cosa material.
Poco tiempo después aparecen ya juntas ambas expresiones (Eckberto
de Schönau, glosa del Seudo-Pedro de Poitiers, Alano de Lila, Pedro
Cantor). Quien usa por vez primera estas dos expresiones en el sentido
hilemorfístico de la filosofía aristotélica es Hugo de San Caro (hacia el
1230), que es el primero en distinguir la materia y la forma en cada uno
de los siete sacramentos. El magisterio de la Iglesia aceptó esta
nomenclatura. El Decretum pro Armeniis del concilio unionista de
Florencia (1439) declara : «Haec omnia sacramenta tribus perficiuntur,
videlicet rebus tanquam materia, verbis tanquam forma, et persona
ministri conferentis sacramentum cum intentione faciendi, quod facit
Ecclesia; quorum si aliquid desit, non perficitur scramentum» ; Dz 695; cf.
895.
La materia se divide en remota, es decir, la sustancia material como tal
(v.g., el agua, el óleo), y próxima, que es la aplicación de la sustancia
material (v.g., la ablución y la unción).
La Sagrada Escritura, por lo menos tratándose de algunos sacramentos,
hace resaltar claramente los dos elementos esenciales del signo
externo ; v.g., en Eph 5, 26, a propósito del bautismo : «Purificándola [a
la Iglesia] mediante el lavado del agua en la palabra» ; cf. Mt 28, 19; Act
8, 15 ss ; Mt 26, 26 ss ; Iac 5, 14; Act 6, 6.
La tradición da testimonio de que los sacramentos se administraron
siempre por medio de una acción sensible y de unas palabras que
acompañaban la ceremonia. SAN AGUSTfN dice refiriéndose al bautismo
: «Si quitas las palabras, ¿qué es entonces el agua, sino agua? Si al
elemento se añaden las palabras, entonces se origina el sacramento» (In
Joh., tr. 80, 3; cf. tr. 15, 4; Sermo Denis 6, 3); cf. S.th. tu 60, 6.
3. Sacramentum—res sacramenti
La teología escolástica denomina al signo exterior «sacramentum» o
«sacramentum tantum» («significat et non significatur»), y al efecto
interior de la gracia "res sacramenti» ("significatur et non significat»). De
estos dos se distingue como término medio el de "res et sacramentum»
(«significatur et significat») ; tal es, en los sacramentos del bautismo, la
confirmación y el orden, el carácter sacramental; en la eucaristía, el
verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo ; en la penitencia, la
penitencia interna del que se confiesa; en la extremaunción (según
Suárez), la unción interna», es decir, la confrontación interior; en el
matrimonio, el vínculo conyugal indisoluble ; cf. S.th. nr 66, 1; 73, 6; 84, 1
ad 3. La distinción que acabamos de mencionar tiene su origen en la
primera mitad del siglo xii.
Capítulo segundo
EFICIENCIA Y CAUSALIDAD DE LOS SACRAMENTOS
1. Sacramento y gracia
Los sacramentos del Nuevo Testamento contienen la gracia
que significan y la confieren a los que no ponen estorbo (de fe).
Mientras que los reformadores no admiten más que una eficiencia
subjetiva y psicológica de los sacramentos, en cuanto éstos despiertan y
avivan en el que los recibe la fe fiducial, la Iglesia católica enseña que
hay una eficacia sacramental objetiva, es decir, independiente de la
disposición subjetiva del que los recibe y del que los administra. El
concilio de Trento declaró contra los reformadores : «Si quis dixerit,
sacramenta novae Legis non continere gratiam, quam significant, aut
gratiam ipsam non ponentibus obicem non conferre...», a. s. ; Dz 849. De
manera parecida se expresa Dz 695. Cf. también Dz 850: «Si quis dixerit,
non dari gratiam per huiusmodi sacramenta semper et omnibus, quantum
est ex parte Dei...», a. s. De todo esto se deduce que los sacramentos
confieren la gracia inmediatamente, es decir, sin mediación de la fe
fiducial. La fe, cuando el que recibe el sacramento es un
adulto, es condición indispensable («condicio sine qua non») o causa
dispositiva, pero no causa eficiente de la gracia. Los sacramentos son
causas eficientes de la gracia, aunque sólo causas instrumentales. Cf. Dz
799: el sacramento del bautismo es causa instrumental de la justificación.
La expresión usada por la escolástica (desde Hugo de San Víctor) y por
el concilio de Trento : «Los sacramentos contienen la gracia», quiere
decir que la gracia se contiene en los sacramentos de manera parecida a
como está contenido el efecto en la causa instrumental, y que, por tanto,
esa continencia no es formal (como la de un líquido en un recipiente),
sino únicamente virtual; cf. S.th. nr 62, 3.
La Sagrada Escritura atribuye a los sacramentos verdadera causalidad
(instrumental), como se ve claramente por el empleo de las
preposiciones «de» y «por» y del dativo o (en latín) ablativo instrumental ;
Ioh 3, 5: «Quien no renaciere del agua y del Espíritu no puede entrar en
el reino de los cielos» ; Tit 3, 5 : «Nos salvó mediante el lavatorio de la
regeneración y renovación del Espíritu Santo»; Eph 5, 26:
«...purificándola con el lavado del agua en la palabra»; cf. Act 8, 18; 2
Tim 1, 6: 1 Petr 3, 21.
Los padres atribuyen al signo sacramental la purificación y la
santificación inmediata del alma. Insisten especialmente en la virtud
purificadora y santificadora que posee el agua bautismal y comparan esa
eficacia, que opera la regeneración, con la fecundidad del seno maternal,
sobre todo del virginal seno materno de la Virgen Maria (SAN JUAN
CRISÓSTOMO, In loh. hom. 26, 1; SAN LEÓN MAGNO, Sermo 24, 3;
25, 5; cf. la oración que se reza al bendecir el agua bautismal). La
práctica de bautizar a los niños «para remisión de los pecados», que se
remonta a los primeros tiempos del cristianismo, es una prueba evidente
de que se concebía la eficacia del bautismo como independiente de toda
acción personal del bautizando.
1. Causalidad física
Los sacramentos obran físicamente cuando producen la gracia que
significan por una virtud interna recibida de Dios. El Señor, como causa
principal de la gracia, se sirve del signo sacramental como de un
instrumento físico para producir mediante él la gracia sacramental en el
alma del que recibe el sacramento. Dios concede la gracia de manera
mediata, por medio del sacramento.
2. Causalidad moral
Los sacramentos obran moralmente cuando, por un valor objetivo que les
es propio y que poseen por institución de Cristo, mueven a Dios a
conceder la gracia. Dios da directamente la gracia en cuanto el signo
sacramental se realiza válidamente, pues se obligó a ello por un
cuasicontrato cuando instituyó los sacramentos (tal es la explicación de
los antiguos escotistas), o bien porque los signos sacramentales poseen
la virtud impetratoriá de la intercesión de Cristo, pues en cierto sentido
son acciones del mismo Cristo. Dios da la gracia directamente a
causa del sacramento.
3. Causalidad intencional
La teoría de Billot se deriva de la sentencia de antiguos doctores de la
escolástica (Alejandro de Hales, Alberto Magno, SANTO TOMÁS en
su Comentario de las Sentencias), los cuales enseñaron que los
sacramentos no obran la gracia perfective, sino
únicamente dispositive, pues no producen la gracia misma, sino una
disposición real para la gracia : el carácter sacramental, el llamado
«ornato del alma» («ornatus animae»). Ahora bien, mientras esos
teólogos escolásticos que hemos mencionado sostienen que los
sacramentos tienen causalidad física respecto de dicha disposición, Billot
no les concede más que una causalidad intencional, es decir, que loa
sacramentos, según este autor, tienen la virtud de significar y comunicar
un ente de carácter espiritual (la representación intencional de lo que
significan). Enseña este autor que los sacramentos producen la
gracia intentionaliter dispositive, por cuanto confieren al alma del que los
recibe un título exigitivo de la gracia, es decir, un derecho jurídico a la
misma. Semejante derecho tiene como consecuencia infalible la
inmediata infusión de la gracia por parte de Dios, si no existe ningún
obstáculo o en cuanto este obstáculo desaparece.
Apreciación crítica
La teoría de Billot contradice el principio : Los sacramentos obran aquello
mismo que significan, a saber: la gracia. Según la doctrina católica
(Dz 849 ss), es la gracia el efecto propio de los sacramentos.
La doctrina de la causalidad moral ofrece muy pocas dificultades al
entendimiento, pero no responde al concepto de causa
instrumental; Dz 799.
La teoría que patece estar más de acuerdo con la doctrina de la Iglesia,
la Escritura y los padres es, sin duda, la de la causalidad física,
propugnada por SANTO TOMÁS en la S.th. III 62.
1. La gracia sacramental
a) La gracia santificante
Todos los sacramentos del Nuevo Testamento confieren la gracia
santificante a quienes los reciben (de fe).
El concilio de Trento enseña : «per quae (sc. per sacramenta Ecclesiae)
omnis vera iustitia (= gratia sanctificans) vel incipit vel coepta augetur vel
amissa reparatur»; Dz 843a; cf. 849-851.
La Sagrada Escritura indica, ora de manera directa, ora indirecta, la
gracia como efecto de los sacramentos. Según 2 Tim 1, 6, el efecto de la
imposición de las manos del Apóstol es la «gracia de Dios». Otros
pasajes designan los efectos de ritos sacramentales con el nombre de
regeneración (Ioh 3, 5; Tit 3, 5), purificación (Eph 5, 26), remisión de los
pecados (Ioh 20, 23; Iac 5, 15), comunicación del Espíritu Santo
(Act 8, 17), concesión de la vida eterna (loh 6, 55 [G 54]). Todos estos
efectos son inseparables de la colación de gracia santificante.
Aquellos sacramentos que por sí mismos, es decir, por su propia
finalidad, confieren por primera vez la gracia santificante o la restauran si
se había perdido («gratia prima»), reciben el nombre de sacramentos de
muertos («sacramenta mortuorum») ; tales son el bautismo y la
penitencia. En cambio, aquellos otros sacramentos que por sí mismos
aumentan la gracia ya existente («gratia secunda»), son llamados
sacramentos de vivos («sacramenta vivorum»).
Es teológicamente cierto que los sacramentos de muertos confieren
también la (gratia secunda» de manera accidental, es decir, en
circunstancias especiales, a saber: cuando el que las recibe se encuentra
ya en estado de gracia. Si consideramos el dogma tridentino de que los
sacramentos confieren la gracia a todos aquellos que no ponen
impedimento, es sumamente probable que los sacramentos de vivos
confieran también la gratia prima» de manera accidental, a saber: cuando
una persona se encuentra en pecado mortal y, no obstante, cree de
buena fe que se halla libre de pecado grave y se acerca a recibir el
sacramento con contrición imperfecta; cf. S.th. ui 72, 7 ad 2; tu 79, 3. Con
la gracia santificante se conceden siempre las virtudes teologales y
morales y los dones del Espíritu Santo Véase el tratado sobre la gracia, §
21.
b) La gracia especifica de cada sacramento
Cada sacramento confiere una gracia sacramental específica (sent.
común).
Como existen distintos sacramentos con distintas finalidades y corno la
diversidad de signos sacramentales indica igualmente diversidad en los
efectos de gracia que cada uno produce, hay que admitir que cada
sacramento confiere una gracia sacramental peculiar o específica (gracia
sacramental en sentido estricto), correspondiente a su fin característico.
La gracia sacramental y la extrasacramental (o comúnmente dicha) no se
distinguen tan sólo racionalmente, por el fin para el que son conferidas,
pero tampoco media entre ellas la distinción que hay, v.g., entre dos
hábitos distintos (Capréolo), pues no hallamos fundamento en la
revelación para suponer que exista una dotación especial de gracia
sacramental además de la dotación de gracia extrasacramental Como
enseña Santo Tomás, la gracia sacramental es por su esencia la misma
gracia que la extrasacramental, pero añade a ésta «cierto auxilio divino»
para conseguir el fin particular del sacramento : «gratia sacramentalis
addit super gratiam communiter dictam et super virtutes et dona
quoddam divinum auxilium ad consequendum sacramenti finem» (S.th. iu
62, 2). Cayetano, Suárez y otros opinan que este auxilio es una gracia
actual o un título exigitivo de gracias actuales. Otros tomistas, como Juan
de Santo Tomás, juzgan tal vez con más acierto que la expresión de
Santo Tomás hay que interpretarla como una asistencia divina habitual,
cuya naturaleza declaran ser la de un modo intrínseco por el cual la
gracia santificante experimenta un perfeccionamiento interno con relación
al fin especial del sacramento.
Es doctrina general entre los teólogos actuales que con la gracia
sacramental va vinculado el derecho a las gracias actuales requeridas
según el tiempo y las circunstancias para conseguir el fin del sacramento.
Pío xi declaró a propósito del sacramento del matrimonio : «Les concede
finalmente [a los contrayentes] el derecho al actual socorro de la gracia,
siempre que lo necesiten para cumplir con las obligaciones de su
estado» ; Dz 2237.
c) La medida de la gracia sacramental
Aunque Dios tiene libertad absoluta para distribuir las gracias, suponen
casi unánimemente los teólogos que cada sacramento confiere de por sí
la misma medida de gracia a todos aquellos que lo reciben. No obstante,
el distinto grado de disposición subjetiva en los adultos tiene como
consecuencia que reciban una distinta medida de la gracia producida «ex
opere operato»; Dz 799. Por eso, la Iglesia hizo siempre alto aprecio del
valor que tiene la buena preparación para recibir los sacramentos; cf. la
práctica del catecumenado en la primitiva Iglesia; S.th. tu 69, 8.
2. El carácter sacramental
a) Realidad del carácter sacramental
Hay tres sacramentos: el bautismo, la confirmación y el orden, que
imprimen en el alma un carácter, es decir, una marca espiritual indeleble,
y que, por tanto, no pueden repetirse (de fe).
El concilio de Trento, contra los reformadores, que siguiendo el
precedente de Wicleff negaron el carácter sacramental, hizo la siguiente
declaración : «Si quis dixerit, in tribus sacramentis, baptismo scilicet,
confirmatione et ordine, non imprimi characterem in anima, hoc est
signum quoddam spirituale et indelebile, unde ea iterari non possunt», a.
s.; Dz 852; cf. Dz 411, 695.
La Sagrada Escritura no contiene más que alusiones sobre el carácter
sacramental, cuando habla del sello que Dios imprime en los fieles o de
que éstos son sellados con el Espíritu Santo ; 2 Cor 1, 21 s : «Es Dios
quien a nosotros y a vosotros confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha
sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones» ;
Eph 1, 13: «En El [en Cristo], desde que creísteis, fuisteis sellados con el
Espíritu Santo prometido» ; Eph 4, 30: «Guardaos de entristecer al
Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la
redención». No se hace distinción todavía en estos textos entre el sello
del Espíritu Santo, que es efecto del bautismo, y el estado de gracia.
Los padres enseñan que el bautismo imprime un sello divino, y por eso
dan a este sacramento el nombre de sello o sigilación (sfragis, sigillum,
signaculum, obsignatio). SAN CIRILO DE JERUSALÉN llama al bautismo
«sello sagrado e inviolable»; Procat. 16). SAN AGUSTÍN, que es el
primero en usar el término «character» (Ep. 98, 5; De bapt. iv 1,
1 y passim), prueba contra los donatistas que el bautismo y el orden no
se pueden recibir otra vez por el carácter que estos sacramentos
confieren independientemente de la gracia, el cual no se pierde por el
pecado mortal. En San Agustín hallamos expuestas ya todas las notas
esenciales del carácter sacramental: a) su distinción y separabilidad de la
gracia (consecratio, a diferencia de la «sanctificatio» o de la «vitae
aeternae participatio» ; Ep. 98, 5; De bapt. v 24, 34) ; b)
su inamisibilidad (C. ep. Parm. II 13, 29; C. litt. Petil. II 104, 239) ; y c)
como consecuencia de la nota anterior, la no reiterabilidad del
sacramento (C. ep. Farm. II 13, 28).
La doctrina sobre el carácter sacramental supo estructurarla
científicamente la teología escolástica de finales del siglo xii y comienzos
del xiii. Pedro Cantor (+ 1197) fue el primero en probar que los
sacramentos del bautismo, la confirmación y el orden no se pueden
repetir porque imprimen carácter. Una parte muy importante en el
desarrollo de esta doctrina se debe a la antigua escuela franciscana
(Alejandro de Hales, Buenaventura), a San Alberto Magno y, sobre todo,
a SANTO Tomás DE. AQUINO; cf. S.th. In 63, 1-6. Escoto ejercitó su
crítica en las pruebas de Escritura y tradición en favor de la existencia del
carácter, mas, por consideración a la autoridad de la Iglesia, siguió
creyendo en ella. El papa Inocencio III es el primero que habla de la
doctrina del carácter sacramental en un documento oficial ; Dz 411.
b) La esencia del carácter sacramental
El carácter sacramental es una marca espiritual impresa en el alma (de
fe).
Si considerarnos la declaración del concilio de Trento (Dz 852),
definiremos el carácter sacramental corno un ser real y accidental
inherente al alma, o más precisamente como una cualidad sobrenatural
con inherencia física en el alma. Santo Tomás lo clasifica como especie
de potencia, mientras que la Suma de ALEJANDRO, San Buenaventura
y San Alberto Magno lo definen como hábito; S.th. III 63, 2: «character
irnportat quandam potentiam spiritualem ordinatam ad ea, quae sunt
divini cultus». Según Santo Tomás, el sujeto o sustentador del carácter
no es la sustancia del alma (como afirman Belarmino y Suárez), sino la
potencia cognoscitiva, porque los actos de culto para los que capacita
son manifestaciones de la fe, que pertenece a la potencia cognoscitiva;
S. th. III 63, 4.
No es compatible con las enseñanzas del concilio de Trento la doctrina
de Durando (+ 1334) de que el carácter sacramental es una relación
puramente conceptual («relatio rationis») por la cual, y en virtud de una
institución divina, una persona es llamada y capacitada de manera
puramente extrínseca para realizar ciertas acciones religiosas, de
manera análoga a como se conceden poderes a un dignatario para
realizar determinadas acciones oficiales.
c) Finalidad del carácter sacramental
El carácter sacramental da poder para realizar actos de culto
cristiano (sent. común).
Siguiendo la concepción agustiniana del carácter como consecratio
y basándose en el pensamiento del Seudo-Dionisio, considera SANTO
ToMÁS como fin del carácter sacramental la deputatio ad cultum
divinum, es decir, el poder para realizar los actos de culto cristiano.
Esta deputatio puede ser pasiva o activa, según que autorice para recibir
o para administrar los sacramentos ; S.th. III 63, 3: «deputatur quisque
fidelis ad recipiendum vel tradendum aliis ea, quae pertinent ad cultum
Dei, et ad hoc proprie deputatur character sacramentalis». Como la
totalidad del culto cristiano es un efluvio del sacerdocio de Cristo, el
carácter es una participación del sacerdocio de Cristo y una asimilación
con nuestro Sumo Sacerdote Jesucristo; S.th. LII 63, 3: «totus ritus
christianae religionis derivatur a sacerdotio Christi, et ideo manifestum
est, quod character sacramentalis specialiter est character Christi, cuius
sacerdotio configurantur fideles secundum sacramentales characteres,
qui nihil aliud sunt quam quaedam participationes sacerdotii Christi ab
ipso Christo derivatae».
El carácter sacramental es signo configurativo, por cuanto nos asemeja
al Sumo Sacerdote Jesucristo. De esta función primaria se derivan otras
secundarias. El carácter es signo distintivo, pues sirve de distinción entre
los bautizados y no bautizados, entre los confirmados y no confirmados,
entre los ordenados y no ordenados ; es signo dispositivo, porque
capacita para determinados actos de culto y dispone de manera indirecta
para recibir la gracia santificante y las gracias actuales; es
signo obligativo, por cuanto nos obliga al culto cristiano y, para realizarlo
dignamente, exige la posesión de la gracia santificante.
El hecho de que solamente tres sacramentos, a saber: el bautismo, la
confirmación y el orden, impriman carácter, tiene su fundamento
especulativo en que estos tres sacramentos son los únicos que confieren
poder para realizar actos de culto cristiano; S. th. III 63, 6.
d) Permanencia del carácter sacramental
El carácter sacramental permanece, cuando menos, hasta la muerte del
que lo posee (de fe; Dz 852: «signum indelebile»).
Según opinión general de los padres y teólogos, el carácter no acaba con
la muerte, sino que se perpetúa sin fin durante la vida futura. SAN
CIRILO DE JERUSALÉN nos habla de un «sello del Espíritu Santo que
no puede borrarse en toda la eternidad» (Procat. 17). Con argumentos
especulativos se prueba la duración eterna del carácter por la duración
eterna del sacerdocio de Cristo y por la inmortalidad del alma; S.th. III 63,
5.
Capítulo tercero
LA INSTITUCIÓN Y NÚMERO DE LOS SACRAMENTOS
2. Institución inmediata
Cristo instituyó directa y personalmente todos los sacramentos (sent.
cierta).
Que Cristo instituyera directamente los sacramentos significa que El
determinó el efecto específico de la gracia sacramental en cada uno de
ellos, y que ordenó un signo externo correspondiente para simbolizar y
producir ese efecto de la gracia. Cristo hubiera instituido de manera
mediata los sacramentos si hubiera dejado a los apóstoles y sus
sucesores el encargo de determinar el efecto de la gracia sacramental y
su correspondiente signo externo. Algunos teólogos escolásticos (Hugo
de San Víctor, Pedro Lombardo, Maestro Rolando, Buenaventura)
sostuvieron la opinión de que los sacramentos de la confirmación y la
extremaunción fueron instituidos por los apóstoles movidos por el Espíritu
Santo. San Alberto Magno, SANTO TOMÁS DE AQUINO (S.th. III 64, 2)
y Escoto enseñan que Cristo instituyó directamente todos los
sacramentos.
La Sagrada Escritura da testimonio de que Cristo instituyó directamente
los sacramentos del bautismo, la eucaristía y el orden. Los demás
sacramentos existían ya en tiempo de los apóstoles, como sabemos por
testimonio de la Sagrada Escritura. Los apóstoles no se atribuyen a sí
mismos derecho alguno para instituirlos, sino que se consideran como
«ministros y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4, 1) ; cf. 1
Cor 3, 5.
Los padres no parecen saber nada sobre la institución de sacramento
alguno por los apóstoles o la Iglesia. SAN AMBROSIO dice refiriéndose a
la eucaristía: ¿Quién es el autor de los sagrados misterios [sacramentos],
sino el Señor Jesús? Del cielo han venido estos sagrados misterios» (De
sacr. rv 4, 13); cf. SAN AGUSTÍN, In loh., tr. 5, 7.
Se prueba especulativamente la institución inmediata de los sacramentos
por Cristo si consideramos que los sacramentos, lo mismo que las
verdades de fe, pertenecen a los fundamentos de la religión instituida por
Cristo. La analogía nos permite esperar que Cristo, así como anunció
personalmente y confió a su Iglesia 'la sustancia de las verdades
inmutables de la fe; de la misma manera instituiría personalmente y
entregaría a su Iglesia la administración de los sacramentos inmutables.
La inmediata institución de los sacramentos por Cristo salvaguarda la
unidad de la Iglesia ; cf. S.th. II 164, 2 ad 3; 64, 4 ad 1.
4. Ritos accidentales
Hay que distinguir entre los ritos esenciales de los sacramentos, que se
basan en la institución divina, y aquellas otras oraciones, ceremonias y
ritos accidentales que con el correr del tiempo fueron introduciéndose por
la costumbre o por una prescripción eclesiástica positiva, y que tienen la
finalidad de presentar simbólicamente el efecto de la gracia sacramental,
dar idea de la dignidad y sublimidad de los sacramentos, satisfacer el
ansia natural del hombre (que es un ser sensitivo-racional) por poseer
formas exteriores de culto y prepararle a la recepción de la gracia; cf. Dz
856, 931, 943, 946.
Capítulo cuarto
EL MINISTRO Y EL SUJETO DE LOS SACRAMENTOS
Capítulo quinto
LOS SACRAMENTOS PRECRISTIANOS
Y LOS SACRAMENTALES
1. Noción de sacramental
«Los sacramentales son cosas o acciones que emplea la Iglesia a
imitación de los sacramentos para obtener de Dios, mediante su
intercesión (de la Iglesia), determinados efectos de índole especialmente
espiritual» ; CIC 1144.
HUGO DE SAN VÍCTOR llama a los sacramentales «sacramentos
menores» («sacramenta minora») para distinguirlos de los sacramentos
mayores o principales («sacramenta in quibus principaliter salus
constat»); De sacr. i 9, 7; II 9, I SS. PEDRO LOMBARDO es el primero
en adoptar la denominación de «sacramentales» (Sent. sv 6, 7).
Se consideran como sacramentales : a) las ceremonias empleadas en la
administración de los sacramentos ; b) las ceremonias religiosas
independientes : exorcismos, bendiciones y consagraciones; c) el uso
religioso de objetos bendecidos y consagrados, y d) estos mismos
objetos bendecidos y consagrados (sacramentales permanentes).