Ordinario 23vo. Dom-A
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(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)
• DEL MISAL MENSUAL
• BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
• SAN AGUSTÍN (www.iveargentina.org)
• FRANCISCO – Ángelus 2014 y 2020
• BENEDICTO XVI – Ángelus 2011
• DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos
• RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
• PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
• FLUVIUM (www.fluvium.org)
• PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
• BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
− Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
− Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
• HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
• Rev. D. Pere CAMPANYÀ i Ribó (Barcelona, España) (www.evangeli.net)
• EXAMEN DE CONCIENCIA PARA EL SACERDOTE – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
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Este subsidio ha sido preparado por La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
(www.lacompañiademaria.com), para ponerlo al servicio de los sacerdotes, como una ayuda para
preparar la homilía dominical ([email protected]).
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DEL MISAL MENSUAL
EL VALOR DE LA RECONCILIACIÓN
Ez 33, 7-9; Rom 13, 8-10; Mt 18, 15-20
Los conflictos en cualquier colectivo son inevitables. La comunidad eclesial de cualquier localidad
no está exenta de problemas internos y externos. Los celos, los abusos de autoridad, el protagonismo
de ciertos ministros y servidores genera malentendidos e incomodidades entre los discípulos de
Jesucristo. La existencia de problemas es un desafío a la caridad y a la tolerancia entre los cristianos.
Por eso el Señor Jesús diseñó y compartió una ruta para vivir como comunidad reconciliada. La
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discreción, el diálogo, la confianza y el perdón generoso son pilares indispensables para remediar las
fallas humanas que generan tensiones y fracturas en la comunidad. En una sociedad polarizada como
la nuestra vale la pena tenerlo muy presente.
ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 118, 137. 124
Eres justo, Señor, y rectos son tus mandamientos; muéstrate bondadoso con tu siervo.
ORACIÓN COLECTA
Señor, Dios, de quien nos viene la redención y a quien debemos la filiación adoptiva, protege con
bondad a los hijos que tanto amas, para que todos los que creemos en Cristo obtengamos la
verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Si no amonestas al malvado, te pediré cuentas de su vida.
Del libro del profeta Ezequiel: 33, 7-9
Esto dice el Señor: “A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de Israel. Cuando
escuches una palabra de mi boca, tú se la comunicarás de mi parte.
Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas
para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de
su vida.
En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero
tú habrás salvado tu vida”. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 94, 1-2.6-7.8-9.
R/. Señor, que no seamos sordos a tu voz.
Vengan, lancemos vivas al Señor, aclamemos al Dios que nos salva. Acerquémonos a él, llenos de
júbilo, y démosle gracias. R/.
Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro
Dios y nosotros su pueblo, él nuestro pastor y nosotros, sus ovejas. R/.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el
desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”. R/.
SEGUNDA LECTURA
El cumplimiento pleno de la ley consiste en amar.
De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 13, 8-10
Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha
cumplido ya toda la ley. En efecto, los mandamientos que ordenan: “No cometerás adulterio, no
robarás, no matarás, no darás falso testimonio, no codiciarás” y todos
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los otros, se resumen en éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pues quien ama a su prójimo
no le causa daño a nadie. Así pues, el cumplimiento pleno de la ley consiste en amar. Palabra de
Dios.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO 2 Cor 5, 19
R/. Aleluya, aleluya.
Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo, y a nosotros nos confió el mensaje de la
reconciliación. R/.
EVANGELIO
Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 15-20
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a
solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos
personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace
caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o
de un publicano.
Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la
tierra quedará desatado en el cielo.
Yo les aseguro también, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere,
mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en
medio de ellos”. Palabra del Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Señor Dios, fuente de toda devoción sincera y de la paz, concédenos honrar de tal manera, con estos
dones, tu majestad, que, al participar en estos santos misterios, todos quedemos unidos en un mismo
sentir. Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Sal 41, 2-3
Como la cierva busca el agua de las fuentes, así, sedienta, mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma
tiene sed del Dios vivo.
O bien: Jn 8, 12
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue, no camina en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Concede, Señor, a tus fieles, a quienes alimentas y vivificas con tu palabra y el sacramento del cielo,
aprovechar de tal manera tan grandes dones de tu Hijo amado, que merezcamos ser siempre
partícipes de su vida. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
Te he puesto como centinela
1ª. Lectura (Ez 33, 7-9)
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El pasaje recoge tres notas para la vida de la Iglesia: la práctica de la fraternidad, la potestad
de los pastores y la oración en común. Los cristianos y, especialmente los pastores, deben velar por
sus hermanos como hizo Cristo, para que ninguno se pierda (cfr Jn 17,12). Con la práctica de la
corrección fraterna, se especifica una manera de cooperar a la salvación del hermano que se ha
desviado (vv. 15-17). La última solución –tenerlo por «pagano y publicano» (v. 17)– equivale a la
excomunión, entendida como recurso final para salvar su alma (cfr 1 Co 5,4-5).
«También el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de atar y desatar
dada a Pedro» (C. Vat. II, LG 22). La Tradición de la Iglesia ha entendido estas palabras del Señor
(v. 18) en su sentido genuino: «Las palabras atar y desatar significan: aquél a quien excluyáis de
vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquél a quien recibáis de nuevo en
vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable
de la reconciliación con Dios» (CCE 1445).
Finalmente, Jesús subraya el valor y el poder de la oración en común (vv. 19-20). La
afirmación de Jesús debió de ser, para sus discípulos, reveladora de su carácter divino, pues había
una expresión contemporánea que decía que cuando dos hombres se reúnen para ocuparse de las
palabras de la Ley, Dios mismo está en medio de ellos.
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SAN AGUSTÍN (www.iveargentina.org)
La corrección fraterna
Es consejo de nuestro Señor que no nos despreocupemos recíprocamente de nuestros
pecados; no que busquemos qué reprender, sino que veamos lo que ha de corregirse. Dijo, en efecto,
que solamente quien no tiene una viga en su ojo, lo tiene capacitado para quitar la paja del de su
hermano. Qué sea esto lo voy a indicar brevemente a vuestra caridad. La paja en el ojo es la ira; la
viga, el odio. Cuando reprende al airado quien siente odio, quiere quitar la paja del ojo de su
hermano, pero se lo impide la viga que lleva en el suyo. La paja es el comienzo de la viga, pues
cuando la viga se forma, al comienzo es como una paja. Regando la paja, la conviertes en viga;
alimentando la ira con malas sospechas, la conduces al odio.
Grande es la diferencia entre el pecado del que se aíra y la crueldad del que odia. Aunque nos
airamos hasta con nuestros hijos, ¿dónde se encuentra uno que los odie? Incluso entre las mismas
bestias, a veces, la madre airada aleja con su cabeza al ternerillo que mama y le causa cierta molestia,
pero lo envuelve en sus entrañas de madre. Parece que le causa fastidio cuando lo arroja; pero si le
falta, lo busca. Ni es otra la forma como castigamos a nuestros hijos, es decir, airados e indignados;
pero no los castigaríamos si no los amáramos. No todo el que se aíra odia; hasta tal punto es cierto,
que a veces el no airarse aparece como prueba de que existe odio. Suponte que un niño quiere jugar
en el agua de un río, en cuya corriente puede perecer; si tú lo ves y lo toleras pacientemente, lo odias;
tu paciencia significa para él la muerte. ¡Cuánto mejor sería que te airases y lo corrigieses, que no el
dejarlo perecer sin indignarte! Ante todo, pues, ha de evitarse el odio; ha de arrojarse la viga del ojo.
Cosas muy distintas son el que uno, airado, se exceda en alguna palabra, que borra después con la
penitencia, y el guardar encerradas en el corazón las insidias. Grande es, finalmente, la distancia
entre las palabras de la Escritura: Mi ojo está turbado a causa de la ira. De lo otro, ¿qué se dijo?
Quien odia a su hermano es un homicida. Grande es la diferencia entre el ojo turbado y el apagado.
La paja turba; la viga apaga.
Persuadámonos, pues, en primer lugar de esto para que podamos realizar bien y cumplir lo
que se nos ha aconsejado hoy: ante todo, no odiemos. Sólo entonces, cuando en tu ojo no hay viga
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alguna, ves con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano, y sufrirás violencia hasta
que arrojes de él lo que ves que le daña. La luz que hay en ti no te permite descuidar la luz de tu
hermano. Pues si odias y deseas corregir, ¿cómo corriges la luz tú que la perdiste? Dice también esto
con claridad la misma Escritura allí donde escribe: Quien odia a su hermano es un homicida. Quien
odia, dice, a su hermano, está en tinieblas hasta ahora. El odio son las tinieblas. No puede suceder
que quien odia a otro no se dañe a sí mismo antes. Intenta dañarle a él exteriormente y se asola en su
interior. Cuanto nuestra alma es superior a nuestro cuerpo, tanto más debemos procurar que no sufra
daño. Daña a su alma quien odia a otro. ¿Y qué puede hacer al que odia? ¿Qué ha de hacerle? Le
quita el dinero; ¿acaso también la fe? Lesiona su fama, ¿acaso también su conciencia? Cualquier
daño es exterior. Considera ahora el daño que se hace a sí mismo. Quien odia a otro, en su interior es
enemigo de sí mismo. Mas como no es consciente del mal que se hace, se ensaña contra otro,
viviendo tanto más peligrosamente cuanto menos siente el mal que se hace, pues con su crueldad
perdió incluso la sensibilidad. Te ensañaste contra tu enemigo; con tu crueldad él quedó desnudo,
pero tú eres un malvado. Grande es la diferencia entre uno desnudo y un malvado. Aquel perdió el
dinero, tú la inocencia. Examina quién sufrió mayor daño. El perdió una cosa perecedera, y tú te
hiciste perecedero.
Por tanto, debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si
fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano pecare
contra ti, corrígele a solas. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En
ningún modo. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras
excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o
por el de él. Si te escuchare, dijo, has ganado a tu hermano. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si
haciéndolo lo ganas, no haciéndolo se pierde. ¿Cuál es la razón por la que muchos hombres
desprecian estos pecados y dicen: «Qué he hecho de grande; he pecado contra un hombre»? No los
desprecies. Pecaste contra un hombre; ¿quieres saber que pecando contra un hombre pereciste? Si
aquel contra quien pecaste te hubiese corregido a solas y lo hubieres escuchado, te habría ganado.
¿Qué quiere decir que te habría ganado, sino que hubieras perecido si no te hubiera ganado? Pues si
no hubieses perecido, ¿cómo te hubiera ganado? Que nadie, pues, desprecie el pecado contra el
hermano. Dice en cierto lugar el Apóstol: Así los que pecáis contra los hermanos y herís su débil
conciencia pecáis contra Cristo, precisamente porque todos hemos sido hechos miembros de Cristo.
¿Cómo no vas a pecar contra Cristo si pecas contra un miembro de Cristo?
Nadie diga: «No pequé contra Dios, sino contra un hermano, contra un hombre; pecado leve o
casi nulo». Quizá dices que es leve porque se cura rápidamente. Pecaste contra el hermano; repáralo
y quedarás sano. Con rapidez cometiste la acción mortal y con rapidez también encontraste el
remedio. ¿Quién de nosotros, hermanos míos, va a esperar el reino de los cielos, diciendo el
Evangelio: Quien llamare a su hermano «Necio» será reo del fuego de la gehena? Pánico grande;
pero advierte allí mismo el remedio: Si presentares tu ofrenda ante el altar y allí mismo te acordaras
de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar.
No se aíra Dios porque tardasen presentar tu ofrenda; Dios te quiere a ti más que a tu ofrenda.
Pues si te presentares con la ofrenda ante tu Dios con malos sentimientos hacia tu hermano, te
responderá: «Perdido tú, ¿qué me has ofrecido?» Presentas tu ofrenda y no eres tú mismo ofrenda
para Dios. Cristo busca más a quien redimió con su sangre que lo que tú hallaste en tu hórreo. Por
tanto, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete a reconciliarte antes con tu hermano, y cuando vengas
presenta la ofrenda. Mira cuan pronto se desató aquel reato de la gehena. Antes de reconciliarte, eras
reo de la gehena; una vez reconciliado, presentas confiado tu ofrenda ante el altar.
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Los hombres tienen facilidad para propinar injurias y dificultad para buscar la concordia.
«Pide perdón, dijo, al hombre que ofendiste, al hombre que heriste». Responde: «No me humillaré».
Si desprecias a tu hermano, escucha al menos a tu Dios: Quien se humilla, será exaltado. ¿No
quieres humillarte tú que caíste? Hay gran diferencia entre el que se humilla y el que yace. Yaces ya
en el suelo, ¿y no quieres humillarte? Con razón dirías: «No bajes», si no hubieses querido ya
derrumbarte.
Esto es, pues, lo que debe hacer quien cometió una injuria. ¿Qué debe hacer quien la sufrió?
Lo que hemos escuchado hoy: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas. Si descuidas el
hacerlo, peor eres tú. El hizo la injuria y con ella se hirió con grave herida; tú, ¿desprecias la herida
de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y lo descuidas? Peor peca contra nosotros,
sintamos gran preocupación, mas no por nosotros, pues es algo digno de gloria el olvidar las injurias;
pero olvida la injuria que te hizo, no la herida de tu hermano. Corrígele, pues, a solas, con la vista
puesta en la corrección, respetando su vergüenza. Quizá a causa de ella comience a defender su
pecado y al que querías hacer mejor lo haces peor. Corrígele, pues, a solas. Si te escuchare, has
ganado a un hermano, pues hubiera perecido de no haberlo hecho. Si, en cambio, no te escuchare, es
decir, si defendiera su pecado como algo justo, lleva contigo a dos o tres, porque en el testimonio de
dos o tres testigos Se mantiene toda palabra. Si ni a ellos escuchare, dilo a la Iglesia; si ni a la
Iglesia escuchare, sea para ti como un pagano y un publicano. No le cuentes ya en el número de tus
hermanos. Más no por eso ha de descuidarse su salvación. Pues aunque no contamos entre los
hermanos a los étnicos, es decir, a los gentiles y a los paganos, sin embargo, siempre buscamos su
salvación. Esto lo escuchamos de boca del Señor, que así nos aconsejaba y con tanto esmero nos
mandaba que, a continuación, añadió esto: En verdad os digo, todo lo que atéis en la tierra quedará
atado también en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado también en el cielo.
Comenzaste a considerar a tu hermano como a un publicano: le atas en la tierra; pero atento a atarle
con justicia, pues los lazos injustos los rompe la justicia. Una vez que le hayas corregido y te hayas
puesto de acuerdo con tu hermano, le desataste en la tierra. Una vez; que le hayas desatado en la
tierra, quedará desatado también en el cielo. Mucho concedes no a ti, sino a él, porque mucho dañó,
no a ti, sino a él.
Estando así las cosas, ¿qué significa lo que dice Salomón, según hemos escuchado hoy en la
primera lectura: Quien dolosamente hace señales con los ojos, acumula tristeza para los hombres;
quien, en cambio, censura abiertamente, engendra la paz? Si, pues, quien censura abiertamente
engendra la paz, ¿cómo manda: Corrígele a solas? Hay que temer que los preceptos divinos se
contradigan. Hemos de advertir, sin embargo, la suma concordia que existe allí y no pensar como
cierta gente vana que en su error opina que los dos Testamentos de la Escritura, el Antiguo y el
Nuevo, están en contradicción, de forma que juzguemos que son contrarios porque un testimonio está
en el libro de Salomón y otro en el Evangelio. Por tanto, si algún ignorante y calumniador de las
Sagradas Escrituras dijere: «He aquí que los dos Testamentos se oponen; dice el Señor:
Corrígele a solas; y Salomón: Quien censura abiertamente, engendra la paz...» Entonces,
¿no sabe el Señor lo que mandó? Salomón quiere golpear la frente del pecador; Cristo tiene
consideración con el pudor de quien se avergüenza. Allí está escrito: Quien censura abiertamente,
engendra paz; aquí, en cambio: Corrígele a solas, no en público, sino en secreto y ocultamente. Tú
que tales cosas piensas, ¿quieres conocer que los dos Testamentos no se contradicen aunque en el
libro de Salomón se encuentre aquello y en el Evangelio esto? Escucha al Apóstol. Ciertamente el
Apóstol es ministro del Nuevo Testamento. Escucha, pues, al apóstol Pablo que manda y dice:
Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. No es ya
el libro de Salomón, sino la carta del apóstol Pablo la que parece estar en lucha con el Evangelio. Sin
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hacerle injuria, dejemos un poco de lado a Salomón; escuchemos a Cristo el Señor y a su siervo
Pablo. ¿Qué dices, Señor? Si un hermano tuyo pecare contra ti, corrígele a solas. ¿Qué dices, oh
Apóstol? Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor.
¿Qué hacer? ¿Escuchamos esta controversia en calidad de jueces? En ningún modo; más aún,
puestos bajo el juez, llamemos y pidamos que nos abra; huyamos bajo las alas del Señor Dios
nuestro. No dijo nada contrario a su Apóstol, porque era él mismo quien hablaba en éste, según
demuestran estas palabras: ¿O queréis tener una prueba de que Cristo habla en mí? Es Cristo quien
habla en el Evangelio y en el Apóstol; Cristo dijo lo uno y lo otro; una cosa por su propia boca, la
otra por la de su pregonero. En efecto, cuando un pregonero dice algo sobre un tribunal, no se escribe
en las actas: «Dijo el pregonero», sino que se escribe que lo dijo aquel que mandó al pregonero
decirlo.
Escuchemos, hermanos, estos dos preceptos en forma de comprenderlos y situarnos en plan
de paz entre uno y otro. Pongámonos de acuerdo con nuestro corazón, y la Escritura santa no
aparecerá discorde en ninguna de sus partes. Son totalmente ciertas; una y otra cosa son verdaderas,
pero debemos discernir cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo otra; a veces hay que corregir al
hermano a solas, y otras veces hay que corregirlo en presencia de todos para que los demás sientan
también temor. Si una vez hemos de hacer esto y otra aquello, tenemos la concordia de las Escrituras
y, llevándolo a la práctica y obedeciendo a los preceptos, no erraremos. Pero me dirá alguien:
«¿Cuándo he de comportarme de una manera y cuándo de otra, no sea que corrija a solas cuando
tenga que corregir en público, o que corrija en público cuando deba corregir en secreto?»
Pronto verá vuestra caridad cuándo ha de hacer una cosa y cuándo otra; pero ¡ojalá no seamos
perezosos en el obrar! Poned atención y ved: Si un hermano tuyo, dijo, pecara contra ti, corrígele a
solas. ¿Porque pecó contra ti. ¿Qué significa «pecó contra ti»? Sólo tú sabes que pecó; puesto que
fue en secreto cuando pecó, busca en secreto el momento de corregir ese pecado. Pues si sólo tú
sabes que pecó contra ti y quieres censurarle en presencia de todos, no eres ya un corrector, sino un
traidor. Advierte cómo un varón justo, sospechando en su mujer tan gran pecado, lleno de
benignidad, la perdonó, antes de saber de quién había concebido, pues la había visto embarazada y
sabía que no se había acercado a ella. Quedaba en pie cierta sospecha de adulterio, y, sin embargo,
dado que sólo él lo había notado, que sólo él lo sabía, ¿qué dice de él el Evangelio? José, sin
embargo, siendo varón justo y no queriendo delatarla. Su dolor de marido no buscó venganza; quiso
ser provechoso a la pecadora, no castigarla. No queriendo, dijo, delatarla, quiso abandonarla
ocultamente. Cuando estaba pensando estas cosas, se le apareció en sueños el ángel del Señor y le
indicó de qué se trataba, que no había violado el lecho del marido, puesto que había concebido del
Espíritu Santo al Señor de ambos. Pecó, pues, tu hermano contra ti; si sólo tú lo sabes, entonces pecó
verdaderamente sólo contra ti. Si te hizo una injuria oyéndola muchos, también pecó contra ellos, a
los que hizo testigos de su maldad. Digo, hermanos amadísimos, algo que podéis reconocer también
vosotros en vosotros mismos. Cuando en mi presencia alguien hace una injuria a mi hermano, lejos
de mí el considerar ajena a mi persona aquella injuria. Sin duda alguna me la hizo también a mí; más
aún, es mayor la hecha a mí, a quien pensó que agradaba lo que hacía. Por tanto, se han de corregir
en presencia de todos los pecados cometidos en presencia de todos. Han de corregirse más en secreto
los que se cometen más en secreto. Diversificadlos momentos y concuerda la Escritura.
Obremos así; de ese modo se ha de obrar no sólo cuando se peca contra nosotros, sino
también cuando peca cualquier hombre, en forma que su pecado sea desconocido a los demás.
Debemos corregir y censurar en secreto, no sea que queriendo hacerlo en público delatemos al
hombre. Nuestra intención es censurar y corregir; ¿y si el enemigo desea escuchar algo que le lleve al
castigo? Suponeos que el obispo, y sólo él, sabe que alguien es un homicida. Yo quiero corregirlo
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Yo sé, y conmigo lo sabe todo hombre que lo haya considerado con un poco más de atención,
que, entre los que temen a Dios, sólo quien piensa que ha de vivir más todavía no se corrige bajo el
peso de sus palabras. Eso es lo que mata a muchos; mientras dicen: «Mañana, mañana» su boca se
cierra repentinamente. Permaneció fuera con voz de cuervo, porque no tuvo el gemido de la paloma.
«Cras, cras» (mañana, mañana), es la voz del cuervo. Gime como una paloma y golpea tu pecho;
herido con esos golpes, corrígete, para no dar la impresión de que no hieres tu conciencia, sino que
con los puños pavimentas tu mala conciencia y la haces más sólida, nomás correcta. Gime, pero no
con un vano gemido. Quizá te dices a ti mismo: «Dios me ha prometido el perdón para cuando me
corrija; estoy tranquilo; leo en la divina Escritura: En el día en que se convierta de todas sus
maldades y obre con justicia, yo olvidaré todas las maldades del malvado. Estoy tranquilo; cuando
me corrija, Dios me perdonará todos mis males». ¿Qué puedo decir yo? ¿He de reclamar contra
Dios? ¿Voy a decirle: «No le concedas el perdón»? ¿Podré decir que no se halla escrito eso, que Dios
no prometió el perdón? Si esto dijera, diría una falsedad. Dices bien, dices la verdad; Dios prometió
el perdón a tu corrección; no lo puedo negar. Pero dime, te lo suplico; estoy de acuerdo contigo, te lo
concedo; reconozco que Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana?
En el texto en que lees que has de recibir el perdón si te corriges, léeme cuánto tiempo has de vivir.
«No lo leo», dices. Ignoras, por tanto, cuánto has de vivir. Corrígete y estate siempre preparado. No
temas al último día como a un ladrón que, mientras tú duermes, abre un boquete en tu pared; al
contrario, estate en vela y corrígete ya hoy. ¿Por qué lo difieres para mañana? Supón que la vida sea
larga; sea buena, aunque larga. Nadie difiere una comida larga y buena, ¿y quieres tener tú una vida
larga y mala? Ciertamente, si es larga, mejor que sea buena; si es breve, cosa buena ha sido el hacerla
buena. Así pasa con los hombres; descuidan su vida y sólo a ella la quieren tener mala. Si compras
una villa, la quieres buena; si quieres tomar esposa, la eliges buena; si quieres que te nazcan hijos,
los deseas buenos; si tomas prestadas unas cáligas, no las quieres malas; ¡y amas una vida mala! ¿En
qué te ha ofendido tu vida para que sólo a ella la quieras mala, de forma que entre todos tus bienes
sólo tú seas malo?
Por tanto, hermanos míos, si quisiera corregir a alguno por separado, quizá me hiciese caso; a
muchos de vosotros corrijo en público; todos me alaban; ¡que alguno me haga caso! No amo al que
me alaba con la boca y me desprecia en el corazón. Si me alabas y no te corriges, te conviertes en
testigo contra ti mismo. Si eres malo y te agrada lo que digo, desagrádate a ti mismo, porque, si
siendo malo estás a disgusto contigo, una vez corregido te agradarás a ti mismo, cosa que dije, si no
me engaño, anteayer. En todas mis palabras presento un espejo. Y no son mías, sino que hablo por
mandato del Señor, por cuyo temor no callo. Pues ¿quién no elegiría callar y no dar cuenta de
vosotros? Pero ya aceptamos la carga que ni podemos ni debemos sacudir de nuestros hombros.
Escuchasteis, hermanos, cuando se leía la carta a los hebreos: Obedeced a vuestros superiores y
estadles sometidos, porque ellos vigilan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta de
vosotros, para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Cuándo
hacemos esto con gozo? Cuando vemos a los hombres progresar por el camino de la palabra de Dios.
¿Cuándo trabaja con alegría el labrador en su campo? Cuando mira al árbol y ve el fruto; cuando
mira la cosecha y ve la abundancia de fruto en la era. No fue vano su trabajo, no dobló los riñones en
vano, no fue inútil el que sus manos estén encalladas; no resultó inútil el frío y el calor soportado.
Esto es lo que dice: Vara que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros.
¿Dijo acaso: «No les conviene a ellos»? No, sino que dijo: No os conviene a vosotros. Pues a los
superiores les conviene entristecerse a causa de vuestras maldades; la misma tristeza les resulta
provechosa; pero no os conviene a vosotros. No queremos nada que nos convenga a nosotros si no os
conviene también a vosotros. Por tanto, hermanos, hagamos el bien al mismo tiempo en el campo del
Señor, para que disfrutemos juntos de la recompensa.
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Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 82, 1-15, BAC Madrid
1983, 467-83
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FRANCISCO – Ángelus 2014 y 2020
Ángelus 2014
Corregir al hermano es un servicio
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la
corrección fraterna en la comunidad de los creyentes: es decir, cómo debo corregir a otro cristiano
cuando hace algo que no está bien. Jesús nos enseña que, si mi hermano cristiano comete una falta en
contra de mí, me ofende, yo debo tener caridad hacia él y, ante todo, hablarle personalmente,
explicándole que lo que dijo o hizo no es bueno. ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una
intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea
mayormente consciente del error que cometió; si, con todo, no acoge la exhortación, hay que decirlo
a la comunidad; y si no escucha ni siquiera a la comunidad, hay que hacerle notar la fractura y la
separación que él mismo ha provocado, menoscabando la comunión con los hermanos en la fe.
Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para
acompañar a quien se equivoca, con el fin de que no se pierda. Es necesario, ante todo, evitar el
clamor de la crónica y las habladurías de la comunidad —esto es lo primero, evitar esto—.
«Repréndelo estando los dos a solas» (v. 15). La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad y
atención respecto a quien ha cometido una falta, evitando que las palabras puedan herir y matar al
hermano. Porque, vosotros lo sabéis, también las palabras matan. Cuando hablo mal, cuando hago
una crítica injusta, cuando «le saco el cuero» a un hermano con mi lengua, esto es matar la fama del
otro. También las palabras matan. Pongamos atención en esto. Al mismo tiempo, esta discreción de
hablarle estando solo tiene el fin de no mortificar inútilmente al pecador. Se habla entre dos, nadie se
da cuenta de ello y todo se acaba. A la luz de esta exigencia es como se comprende también la serie
sucesiva de intervenciones, que prevé la participación de algunos testigos y luego nada menos que de
la comunidad. El objetivo es ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho, y que con su
culpa ofendió no sólo a uno, sino a todos. Pero también de ayudarnos a nosotros a liberarnos de la ira
o del resentimiento, que sólo hacen daño: esa amargura del corazón que lleva a la ira y al
resentimiento y que nos conducen a insultar y agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano
un insulto o una agresión. Es feo. ¿Entendido? ¡Nada de insultos! Insultar no es cristiano.
¿Entendido? Insultar no es cristiano.
En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, en
efecto, nos dijo que no juzguemos. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión
que deben reinar en la comunidad cristiana, es un servicio mutuo que podemos y debemos prestarnos
los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio, y es posible y eficaz sólo si cada uno se
reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La conciencia misma que me hace reconocer el
error del otro, antes aún me recuerda que yo mismo me equivoqué y me equivoco muchas veces.
Por ello, al inicio de cada misa, somos invitados a reconocer ante el Señor que somos
pecadores, expresando con las palabras y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y
decimos: «Ten piedad de mí, Señor. Soy pecador. Confieso, Dios omnipotente, mis pecados». Y no
decimos: «Señor, ten piedad de este que está a mi lado, o de esta, que son pecadores». ¡No! «¡Ten
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
piedad de mí!». Todos somos pecadores y necesitados del perdón del Señor. Es el Espíritu Santo
quien habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Es
Jesús mismo que nos invita a todos a su mesa, santos y pecadores, recogiéndonos de las encrucijadas
de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cf. Mt 22, 9-10). Y entre las condiciones que
unen a los participantes en la celebración eucarística, dos son fundamentales, dos condiciones para ir
bien a misa: todos somos pecadores y a todos Dios da su misericordia. Son dos condiciones que
abren de par en par la puerta para entrar bien en la misa. Debemos recordar siempre esto antes de ir
al hermano para la corrección fraterna.
Pidamos esto por intercesión de la bienaventurada Virgen María, que mañana celebraremos
en la conmemoración litúrgica de su Natividad.
***
Ángelus 2020
Silencio y oración, no chismorreo
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Mt 18, 15-20) está tomado del cuarto discurso de Jesús en
el relato de Mateo, conocido como discurso “comunitario” o “eclesial”. El pasaje de hoy habla de la
corrección fraterna, y nos invita a reflexionar sobre la doble dimensión de la existencia cristiana:
aquélla comunitaria, que exige la protección de la comunión, es decir de la Iglesia, y aquélla
personal, que requiere la atención y el respeto de cada conciencia individual.
Para corregir al hermano que se ha equivocado, Jesús sugiere una pedagogía de recuperación.
Y siempre la pedagogía de Jesús es pedagogía de la recuperación; Él siempre busca recuperar, salvar.
Y esta pedagogía de la recuperación está articulada en tres pasajes. Primero dice: «Ve y corrígele, a
solas tú con él» (v. 15), es decir, no pongas su pecado delante de todos. Se trata de ir al hermano con
discreción, no para juzgarlo, sino para ayudarlo a darse cuenta de lo que ha hecho. Cuántas veces
hemos tenido esta experiencia: viene alguien y nos dice: “Oye, en esto te has equivocado. Deberías
cambiar un poco en esto”. Tal vez al inicio nos da rabia, pero después se lo agradecemos porque es
un gesto de fraternidad, de comunión, de ayuda, de recuperación.
Y no es fácil poner en práctica esta enseñanza de Jesús, por varias razones. Existe el temor de
que el hermano o la hermana reaccionen mal; a veces no hay suficiente confianza con él o ella... Y
otros motivos. Pero cada vez que hemos hecho esto, hemos sentido que era justo el camino del
Señor.
Sin embargo, puede suceder que, a pesar de mis buenas intenciones, la primera intervención
fracase. En este caso está bien no desistir y decir: “Que se las arregle, yo me lavo las manos”. No,
esto no es cristiano. No hay que desistir, sino recurrir a la ayuda de algún otro hermano o hermana.
Dice Jesús: «Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado
por la palabra de dos o tres testigos» (v. 16). Este es un precepto de la Ley de Moisés (cf. Dt 19, 15).
Aunque parezca contra el acusado, en realidad servía para protegerlo de falsos acusadores. Pero
Jesús va más allá: los dos testigos son requeridos no para acusar y juzgar, sino para ayudar.
“Pongámonos de acuerdo, tú y yo, vayamos a hablar con éste, con ésta que se está equivocando, que
está quedando mal. Pero vayamos a hablarle como hermanos”. Este es el comportamiento de la
recuperación que Jesús quiere de nosotros. De hecho, Jesús considera que también puede fracasar
este enfoque —el segundo enfoque— con testigos, a diferencia de la Ley de Moisés, para la cual el
testimonio de dos o tres era suficiente para la condena.
12
Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
De hecho, incluso el amor de dos o tres hermanos puede ser insuficiente, porque él o ella son
testarudos. En este caso, añade Jesús, «díselo a la comunidad» (v. 17), es decir, a la Iglesia. En
algunas situaciones toda la comunidad está involucrada. Hay cosas que no pueden dejar indiferentes
a los otros hermanos: se necesita un amor mayor para recuperar al hermano. Pero, a veces, incluso
esto puede no ser suficiente. Y Jesús dice: «Y si ni a la comunidad hace caso, considéralo ya como al
gentil y al publicano» (ibid.). Esta expresión, aparentemente tan despectiva, en realidad nos invita a
poner a nuestro hermano de nuevo en las manos de Dios: sólo el Padre podrá mostrar un amor más
grande que el de todos los hermanos juntos. Esta enseñanza de Jesús nos ayuda mucho, porque —
pensemos en un ejemplo— cuando nosotros vemos un error, un defecto, una equivocación, en tal
hermano o hermana, habitualmente la primera cosa que hacemos es ir a contárselo a los demás, a
chismorrear. Y los chismes cierran el corazón de la comunidad, cierran la unidad de la Iglesia. El
gran chismoso es el diablo, que siempre está diciendo cosas feas de los demás, porque él es el
mentiroso que busca dividir a la Iglesia, de alejar a los hermanos y de no hacer comunidad. Por
favor, hermanos y hermanas, hagamos un esfuerzo para no chismorrear. ¡El chismorreo es una peste
más fea que el Covid! Hagamos un esfuerzo: nada de chismes. Es el amor de Jesús, que acogió a
publicanos y paganos, escandalizando a las personas rígidas de la época. Por lo tanto, no se trata de
una condena sin apelación, sino del reconocimiento de que a veces nuestros intentos humanos
pueden fracasar, y que sólo estando ante Dios puede poner a nuestro hermano ante su propia
conciencia y la responsabilidad de sus actos. Y si no funciona, silencio y oración por el hermano y la
hermana que se equivocan, pero nunca el chismorreo.
Que la Virgen María nos ayude a hacer de la corrección fraterna un hábito saludable, para que
en nuestras comunidades se puedan establecer siempre nuevas relaciones fraternas, basadas en el
perdón mutuo y, sobre todo, en la fuerza invencible de la misericordia de Dios.
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BENEDICTO XVI - Ángelus 2011
Ejercitarnos en la corrección fraterna y en la oración
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas bíblicas de la misa de este domingo convergen en el tema de la caridad fraterna
en la comunidad de los creyentes, que tiene su manantial en la comunión de la Trinidad. El apóstol
Pablo afirma que toda la Ley de Dios encuentra su plenitud en el amor, de modo que, en nuestras
relaciones con los demás, los diez mandamientos y cualquier otro precepto se resumen en: “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo” (Cf. Romanos 13, 8-10). El texto del Evangelio, tomado del capítulo
XVIII de Mateo, dedicado a la vida de la comunidad cristiana, nos dice que el amor fraterno
comporta también un sentido de responsabilidad recíproca, por lo que, si mi hermano comete una
culpa contra mí, yo debo ser caritativo con él y, ante todo, hablarle personalmente, haciéndole
presente que lo que ha dicho o hecho no es bueno. Este modo de actuar se llama corrección fraterna:
no es una reacción a la ofensa sufrida, sino que surge del amor por el hermano. Comenta dan
Agustín: “Aquel que te ha ofendido, ofendiéndote, se ha inferido a sí mismo una grave herida, y tú
¿no te preocupas por la herida de un hermano tuyo? ... Tú debes olvidar la ofensa que has recibido,
no la herida de tu hermano” (Sermones 82, 7).
¿Y si el hermano no me escucha? Jesús en el Evangelio de hoy indica unos pasos: primero
hay que volver a hablarle con otras dos o tres personas, para ayudarle a darse cuenta de lo que ha
hecho; si a pesar de esto rechaza aún la observación, es necesario decirlo a la comunidad; y si no
escucha ni siquiera a la comunidad, hay que hacerle percibir la separación que él mismo ha
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
provocado, separándose de la comunión de la Iglesia. Todo esto indica que hay una
corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana: cada uno, consciente de sus propios límites y
defectos, está llamado a recibir la corrección fraterna y a ayudar a los demás con este servicio
particular.
Otro fruto de la caridad en la comunidad es la oración concorde. Dice Jesús: “Os aseguro que
si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán
de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy
yo en medio de ellos” (Mateo 18,19-20). La oración personal ciertamente es importante, es más,
indispensable, pero el Señor asegura su presencia a la comunidad que −aunque sea muy pequeña−
está unida y unánime, porque refleja la realidad misma de Dios Uno y Trino, perfecta comunión de
amor. Dice Orígenes que “debemos ejercitarnos en esta sinfonía” (Comentario al Evangelio de
Mateo 14, 1), es decir en esta concordia en la comunidad cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la
corrección fraterna, que requiere mucha humildad y sencillez de corazón, como en la oración, para
que se eleve a Dios a partir de una comunidad verdaderamente unida en Cristo. Pidamos todo esto
por intercesión de María santísima, Madre de la Iglesia, y de san Gregorio Magno, papa y doctor, a
quien ayer recordamos en la liturgia.
_________________________
DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
Apóstoles, unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función de atar y desatar dada a
Pedro (cf Mt 16,19)” LG 22).
1445. Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será
excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo
acogerá también en la suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con
Dios.
... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
2842. Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: “Sed perfectos ‘como’ es perfecto
vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48); “Sed misericordiosos, ‘como’ vuestro Padre es misericordioso”
(Lc 6, 36); “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que ‘como’ yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del
Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación,
vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro
Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos
sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible,
“perdonándonos mutuamente ‘como’ nos perdonó Dios en Cristo” (Ef 4, 32).
2843. Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el
extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del
Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con
vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en
efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya
la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión
y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844. La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al
discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la
oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el
perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de
ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la
reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan
Pablo II, DM 14).
2845. No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si
se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros
somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La
comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-
24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se
reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más
bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
_________________________
RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
Si tu hermano comete una falta...
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
El tiempo de las vacaciones y de las migraciones en masa del verano ha terminado; se vuelve
a comenzar a vivir según el ritmo y las costumbres habituales y espero que tras estas buenas
costumbres esté también la de escuchar la palabra de Dios del Domingo. En el Evangelio leemos:
«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre
los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”».
¡Finalmente, dirá alguno, el Evangelio nos habla de algo fácil y agradable! Hacer
observaciones, criticar, echar en cara sus errores a alguien: ¿no es posiblemente ésta una de las cosas,
que parecen más naturales y más agradables en la vida? Pero, la verdad es exactamente lo contrario.
La genuina corrección fraterna, a diferencia de la maledicencia o difamación, es una de las cosas que
exigen más libertad interior y mayor madurez; y, precisamente por eso, es una cosa bastante rara en
el mundo.
La convivencia humana está entretejida de contrastes, conflictos y errores recíprocos, debidos
al hecho de que somos distintos por temperamento, por nuestros puntos de vista y por nuestros
gustos. «Nosotros, hombres, decía san Agustín, somos como vasos de terracota, que apenas chocan
entre sí se estropean». El Evangelio tiene asimismo algo que decirnos sobre este aspecto tan común y
cotidiano en la vida. Busquemos por ello recoger su lección.
Jesús presenta el caso de uno que había cometido algo, que es desacertado verdaderamente y
en sí mismo: «Si tu hermano peca...». No restringe el campo sólo a una culpa cometida en relación
con nosotros. En efecto, en este último caso, es prácticamente imposible distinguir si a la hora de
movernos es el celo por la verdad o si, por el contrario, no es nuestro amor propio herido. En este
caso sería más autodefensa que corrección fraterna.
¿Por qué Jesús dice: «repréndelo a solas entre los dos»? Ante todo, por respeto al buen
nombre del hermano y a su dignidad. Lo peor sería querer corregir a un marido en presencia de la
mujer o a una mujer en presencia del marido; a un padre delante de los hijos; a un maestro delante de
los alumnos o a un superior delante de los súbditos. Esto es, ante la presencia de las personas para
cuyo respeto y estima uno tiene más obligación. La cosa se transforma inmediatamente en un asunto
público. Será bien difícil que dicha persona acepte de buen grado la corrección. Va con ello su
dignidad.
Dice, además, «entre los dos» también para dar posibilidad a la otra persona de poderse
defender y explicar con toda libertad propiamente lo realizado. Muchas veces, en efecto, lo que a un
observador externo le parece una culpa, en la intención de quien la ha cometido no lo es. Una franca
explicación disipa muchos malentendidos. Pero, esto ya no es posible cuando el asunto ha sido
llevado a conocimiento de muchos.
¿Cuál es, según el Evangelio, el motivo último por el que es necesario practicar la corrección
fraterna? Ciertamente, no por el prurito de mostrar a los demás sus errores para hacer resaltar nuestra
superioridad. Ni siquiera para descargar la conciencia y poder decir después: «¡Yo te lo había dicho.
¡Ya te había advertido! Peor para ti si no me has escuchado». No; la finalidad es para «ganarse a un
hermano», esto es, el genuino bien del otro. Para que pueda perfeccionarse y no ir al encuentro de
desagradables consecuencias; para que no comprometa su camino espiritual y su salvación eterna.
La corrección recíproca, si es hecha con el espíritu del Evangelio, es una de las prerrogativas
más bellas de la vida de pareja. Poderse decir con toda libertad lo que ningún extraño osaría hacernos
notar: esto es un don precioso y un factor de crecimiento en la unidad. ¡Se lee de algunos grandes
hombres, que hasta pagaban a alguien para que estuviese siempre junto a ellos y les hiciese observar
cada mínimo error suyo!
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
Cuando por cualquier motivo no es posible corregir fraternalmente de cara a cara, según el
Evangelio hay algo que se necesita evitar hacer absolutamente a la persona que ha errado por parte
de quien corrige y es el divulgar sin necesidad la falta del hermano; hablar mal de él y hasta
calumniarlo, dando por probado lo que no lo es o exagerando el error. «No habléis mal unos de
otros», dice la Escritura (Santiago 4,11). Esto vale también para quien recibe una confidencia
perversa o mala. En la Biblia encontramos unas hermosas máximas a propósito de la murmuración:
«La prudencia te protegerá, para apartarte del mal camino, del hombre que habla con
engaños... Muerte y vida están en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto... El que anda
murmurando descubre secretos; no te juntes con gente chismosa... El que guarda su boca y su lengua,
evita el peligro» (Proverbios 2,12; 18, 21; 20,19; 21,23).
¡El mal, las noticias malas y escandalosas gozan hoy de muchos canales de difusión
(periódicos, teléfono, televisión) a los que no es necesario añadirles otros! Hemos de proponernos
llegar a ser el término para el mal; esto es, términos en donde la calumnia, las habladurías, las
malignidades y cualquier otra cosa negativa terminan, están como tragadas y se hunden en el olvido.
Cada vez que esto acontece es una victoria del bien sobre el mal. El mundo resulta así un poco más
limpio.
Una vez, una mujer fue a confesarse con san Felipe Neri, acusándose de haber hablado mal de
algunas personas. El santo la absolvió; pero, le impuso una extraña penitencia. Le dijo que debía ir a
casa, coger una gallina y volver donde él estaba desplumándola bien a lo largo del camino. Cuando
estuvo de nuevo ante él, le dijo: «Ahora vuelve de nuevo a casa y recoge una a una todas las plumas,
que has dejado caer viniendo hasta aquí». La mujer le hizo observar, que esto era imposible: el
viento ciertamente las había dispersado ya, por todas partes en el entretiempo. Pero, san Felipe la
esperaba aquí. «¿Ves −le dijo− cómo es imposible recoger las plumas, una vez que han sido
esparcidas por el viento?; así también es imposible retirar las murmuraciones y las calumnias una vez
que han salido de la boca».
Volviendo al tema de la corrección fraterna, debemos decir que no siempre depende de
nosotros el buen éxito a la hora de hacer una corrección (no obstante nuestras mejores disposiciones,
el otro puede no aceptarla y ponerse engreído); en compensación depende siempre y exclusivamente
de nosotros el buen éxito en recibir una corrección. En efecto, la persona, que «ha cometido una
falta», perfectísimamente podría ser yo y quien «corrige» ser el otro: el marido, la mujer, el amigo, el
hermano o el padre superior.
En suma, no existe sólo la corrección activa sino también la pasiva; no sólo el deber de
corregir sino también el deber de dejarse corregir. Y es aquí, por el contrario, donde se ve si uno está
suficientemente maduro para corregir a los demás. Quien quiera corregir a alguien debe igualmente a
su vez estar dispuesto a dejarse corregir. Cuando veis a una persona, que recibe una observación, o la
oís responder con sencillez: «Tienes razón, ¡gracias por habérmelo hecho notar!», quitaos el
sombrero: estáis ante un verdadero hombre o una verdadera mujer.
La enseñanza de Cristo sobre la corrección fraterna debiera siempre ser leída de forma
unitaria con lo que él nos dice en otra ocasión:
«¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que
hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que saque la brizna que hay
en tu ojo”, si no ves la viga que hay en el tuyo?» (Lucas 5, 41-42).
Lo que Jesús nos ha enseñado acerca de la corrección puede ser también muy útil en la
educación de los hijos. Dediquemos un poco de atención a este tema. No hay nada más educativo
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para un padre o una madre que esperar encontrarse con el hijo a cuatro ojos, esto es, cara a cara, y
allí, con calma (¡ojo en hacerla mientras se está aún irritado!) hablarle, si se tiene alguna cosa que
hacerle observar sobre su conducta.
La corrección es uno de los deberes fundamentales del padre; es verdadero banco de prueba
de su capacidad educativa. «¿Qué hijo haya quien su padre no corrige?», dice la Escritura (Hebreos
12, 7). Dios nos corrige precisamente porque nos trata como a hijos. Y, no obstante: «Quien no usa la
vara no quiere a su hijo; quien lo ama se apresura a corregirlo» (Proverbios 13,24). «Endereza la
planta mientras sea tierna, si no quieres que crezca irremediablemente torcida». Quizás, hoy este
consejo ya no se puede tomar más a la letra (al menos, en lo que se dice respecto a la vara);
permanece, sin embargo, que la renuncia total a toda forma de corrección es uno de los peores
servicios, que se les pueden hacer a los hijos.
Sólo es necesario evitar que la misma corrección se transforme en un acto de acusación o en
una crítica. Al corregir es necesario, más bien, circunscribir la reprobación al error cometido y no
generalizarla reprobando en bloque a toda la persona y a su conducta. Al contrario, aprovechar la
corrección para antes poder evidenciar todo lo bueno, que se reconoce en el muchacho, y cómo
nosotros esperamos mucho de él. De manera que la corrección aparezca más como un animar que
como un descalificar.
No es fácil, en cada uno de los casos, entender si es mejor corregir o dejar correr, o dejar
hablar o callar. Por esto, es importante el tener en cuenta la regla de oro, válida para todos los casos,
que el Apóstol nos da en la segunda lectura:
«A nadie le debáis nada, más que amor... Uno que ama a su prójimo no le hace daño».
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PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
Con caridad y recta intención
Corregir al que se equivoca es una obra de misericordia. El Señor a los que ama los corrige.
Él nos pide que hagamos lo mismo, y en el Evangelio nos enseña cómo hacerlo. Él mismo corrige a
los hombres exponiendo los pecados de cada uno y de toda la humanidad en cada herida de su cuerpo
flagelado y crucificado, lavándolos y purificándolos con su preciosa sangre, derramada para el
perdón de los pecados.
Practica tú la corrección fraterna con tus hermanos, pero hazlo con caridad y con la recta
intención de ayudarlos a que vuelvan al buen camino y vivan en la verdad.
Perdona sus errores y procura que se enmienden; pero si no escuchan ni a la comunidad,
aléjate, no sea que te dejes engañar o seas cómplice del que hace el mal. Pero no juzgues. Ten
paciencia, ora por ellos junto con la comunidad, para que se conviertan.
Y tú ten la humildad de aceptar tus errores cuando seas corregido por tus hermanos o por toda
la comunidad.
Acércate al sacramento de la reconciliación, arrepiéntete, confiesa tu pecado, pide perdón,
haz un firme propósito de enmienda, recibe la absolución, cumple con la penitencia, vete en paz y no
vuelvas a pecar.
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en el ambiente donde se desarrolla nuestra vida cotidiana. Si tu hermano peca: puede significar: si tu
marido se equivoca, si tu hijo, si tu cuñado, si tu empleador, se equivocan. Se diría que nos
encontramos finalmente frente a un mandato fácil y placentero del Evangelio. ¿Qué cosa es más
natural que reprender las culpas ajenas? Sin embargo, está entre las cosas más difíciles, y esto
explica por qué es tan poco frecuente la verdadera corrección fraterna en las relaciones humanas.
Jesús no alienta en realidad la caza de los errores de los demás, la maledicencia, o aquella propensión
tan frecuente a revelar en público los defectos de los otros, tal vez fingiendo no es hipócritamente
entristecidos por el daño que así le hacen a la virtud.
Más bien, ve y corrígelo en privado: es decir, ármate de coraje, preséntate a él, tus ojos en sus
ojos, y dile abiertamente lo que te parece merecedor de reprobación para que no lo haga más o lo
remedie. Al actuar de esa manera, corres el riesgo de contrariarlo, de ver quizás negada tu acusación,
o de que te diga a su vez lo que él piensa de ti. No importa: si te escucha, has ganado a tu hermano.
Si le hubieras dicho a tus hijos las culpas de la madre, o a la madre la culpa de los hijos, o si hubieras
seguido agitando dentro de ti el reproche, sin tener coraje para expresarlo, no habrías ganado a un
hermano, sino que habrías terminado por perderlo o endurecerlo. La corrección franca, respetuosa,
sugerida por el Evangelio, Si es practicada constantemente por los cónyuges, podría interrumpir
desde su nacimiento aquellas peligrosas cadenas de resentimientos, de frialdades y de revanchas que
tan a menudo terminan por convertirse en muros divisorios y por volver áridas las mejores uniones.
Podría transformarse en una forma de mantener vivo el diálogo y de regenerarlo, como así también la
fe y el amor recíproco. En efecto, nos da confianza y fuerza ser considerados capaces de aceptar una
observación; nos volvemos mejores y más maduros a la vez, sea quien la hace, sea quien la acepta.
Se cumple lo que dice la Biblia: Un hermano ofendido es más irreductible que una ciudadela, y los
litigios son como cerrojo de ciudadela (Prov. 18. 19). A menudo, después de una experiencia de ese
tipo, las relaciones entre dos personas se vuelven tersas como un cielo después de la lluvia y entre
ellas se sienten infinitamente más amigas que nunca.
Esto, decía, en el ámbito privado. Pero el Evangelio prosigue, presentando otro caso más
comprometido: aquel en que la investidura de la corrección la tiene la asamblea, es decir, toda la
comunidad local o universal. Aquí la corrección asume una dimensión pública, La Iglesia, en cuanto
tal, está investida por Cristo con el poder de corregir al individuo, hasta la separación de los rebeldes
de su seno: Considéralo como pagano.
Luego, este caso se amplía hasta desembocar en aquella declaración de gran importancia
dirigida a los apóstoles: Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el
cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. Jesús había dicho que, al venir, el
Espíritu probará al mundo dónde está el pecado (Jn. 16, 8); aquí parece que la misma función le sea
atribuida a la Iglesia. Es mediante la Iglesia, en cuanto proclama la palabra de Dios, que el Espíritu
convencerá al mundo del pecado, y es mediante la Iglesia que desatará o atará (cfr. Juan, 20, 23). Por
eso, es a la Iglesia que se aplica hoy la palabra de Dios dicha al profeta, que hemos escuchado en la
primera lectura: También a ti, hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de Israel: cuando
oigas una palabra de mi boca, tú les advertirás de mi parte.
¡Centinela del mundo! Es una tarea casi sobrehumana. Pero si el centinela ve venir la espada
y no toca la trompeta, de manera que el pueblo no es advertido, y cuando llega la espada mata a uno
de ellos, éste perecerá por su culpa, pero al centinela le pediré cuenta de su sangre (Ez. 33. 6). Por
eso, la Iglesia no puede callar, aun cuando muchos lo deseen. La denuncia del desorden, de los
pecados −tanto en la vida social como en la personal−, forma parte de sus tareas constitutivas y
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
ninguna intimidación puede o debe impedírselo un centinela mudo no les serviría ni a Dios ni a los
hombres.
La verdadera dificultad es más bien otra. ¿Cómo hacer para saber cuándo la Iglesia es de
veras centinela de Dios −es decir, traduce su voluntad y su juicio sobre el mundo− y cuándo, al
contrario, tal vez sin darse cuenta, es centinela sólo de sí misma, es decir, del pasado o del orden
constituido? Por lo general, se dice: cuando se pronuncia sobre la fe y las costumbres, no cuando lo
hace sobre cosas contingentes como las de la política. Esto es verdad, pero no siempre nos ayuda a
decidir en los casos concretos, porque también la política puede configurarse a veces como elección
moral. Queda que cada cristiano se esfuerce por ser él mismo centinela, es decir, oyente de la palabra
de Dios, para que el testimonio interior del Espíritu lo ayude a discernir ante el testimonio de la
autoridad (cfr. Hech. 5, 32) y, si ésta se lo solicita, ser dócil y obediente hasta la impopularidad o
también, si resulta necesario, afrontar con coraje la contradicción con la autoridad.
En la segunda lectura, san Pablo quizás nos haya indicado el único camino posible para
superar todo eventual conflicto entre obediencia y resistencia: Que la única deuda con los demás sea
la del amor mutuo: el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley. Esto vale también en la corrección
privada entre hermano y hermano San Agustín aplicó justamente a la corrección fraterna las palabras
de san Pablo sobre la caridad: “Ama −escribió− y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor; si
hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Que esté en ti la
raíz del amor, ya que de esa raíz no puede proceder sino el bien” (Tract. in Joh. 7, 8).
Por eso, roguemos al Señor, quien dijo que estaría presente entre nosotros, que nos enseñe
esta difícil forma de amor que sabe corregir sin desalentar y luchar sin ofender.
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BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Una indicación
del Señor que tiene la hondura de las cosas sencillas y el aroma de la caridad. Lo que separa en la
Iglesia al hermano del extraño o del enemigo radica justamente en este: “repréndelo a solas”.
Mientras los que no aman a la Iglesia airean las debilidades y errores de los que pertenecemos a Ella
hablando o escribiendo lo que no deben, como no deben y donde no deben, Jesús pide que, a solas,
como a un hermano o a un amigo a quien se quiere bien pero anda equivocado, se le alerte
delicadamente del mal que puede ocasionarse y ocasionar a la Iglesia.
“A solas”. Es toda una invitación a la delicadeza, al tacto más exquisito, a la amistad
verdadera, y que trae a la memoria, además, todo un arsenal de virtudes: la caridad que es la que
mueve a la corrección soltando o frenando la lengua según los casos; la prudencia que busca el
momento y la palabra oportuna, la que no hiere; la humildad que elige el tono justo propio de quien
no ignora que también nosotros debemos ser corregidos; la fortaleza y la veracidad que delatan al
hombre recio y entero, al cristiano auténtico. A solas. Los padres deben evitar reñir delante de los
hijos. Y otro tanto deben hacer los superiores, los educadores..., todos. A solas, en un diálogo sincero
y respetuoso.
La Sagrada Escritura nos enseña que antaño Dios se servía de los profetas, gente llena de
fortaleza y de caridad, para advertir a los hombres, incluso a reyes y príncipes, cuando equivocaban
el camino. “¿Quién más inteligente que David?, escribe S. Juan Crisóstomo; y sin embargo, no se dio
cuenta de que había pecado gravemente... Necesitó la luz del profeta y que sus palabras le hicieran
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
caer en la cuenta de su falta. El Señor quiere que haya quienes vayan al pecador y le hablen de lo que
ha hecho” (In Mt. hom. 60).
El amor sincero a quienes pertenecen a la Iglesia, debe superar con fortaleza cristiana un falso
temor a contristar o a que la corrección no sea bien recibida; que se produzca un distanciamiento, se
pierda una amistad o el crearse enemigos; la conciencia de que también nosotros incurrimos con
frecuencia en la misma falta o no poseemos la ciencia y la experiencia de quien debe ser advertido.
Justamente porque está movida por el amor y hecha con la delicadeza del que se sabe también
pecador, todos, pero especialmente los padres, los maestros y educadores, quienes tienen una
responsabilidad sobre los demás, deben procurar mirar más el bien de la Iglesia y de los demás que el
temor a contristar.
“Si te hace caso...” Debemos aceptar con agradecimiento la corrección fraterna que, sin duda,
es siempre más costosa para quien la hace que para quien la recibe. “Hijo mío, no desprecies la
corrección del Señor, ni te desanimes cuando Él te reprenda; porque el Señor corrige al que ama...
¿qué hijo hay a quien su padre no corrija? Si se os privase de la corrección, que todos han recibido,
seríais bastardos y no hijos... Toda corrección no parece de momento agradable sino penosa, pero
luego produce fruto apacible de justicia en los que en ella se ejercitan” (Heb 12, 4-12).
La gran lección de la Liturgia de hoy es que la conversión continua, debida a la ayuda a quien
equivoca el camino, es posible cuando existe un amor sincero, humilde y fuerte para aceptar la
corrección o para practicarla. Quien corrige o es corregido, si es sencillo y fuerte, se sabe querido,
ayudado y no criticado, y “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos”, nos dice hoy el Señor.
***
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«El sacramento del perdón en la Iglesia»
I. LA PALABRA DE DIOS
Ez 33,7-9: «Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre»
Sal 94,1s.6s.8s.: “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis vuestro corazón»“
Rm 13,8-10: «La plenitud de la ley es el amor»
Mt 18,15-20: «Si te hace caso has salvado a tu hermano»
II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO
Las primeras Lecturas y los Evangelios de este Domingo y del siguiente giran en torno al
perdón del pecado en la Iglesia.
En este Domingo nos centramos en los versículos del Evangelio más destacados a lo largo de
la historia: «... todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la
tierra quedará desatado en el cielo».
Desde los comienzos, la Iglesia ha entendido en esa expresión lapidaria el poder que Cristo le
ha concedido de perdonar el pecado. El Cristo perdonador del Evangelio se hace presente y sensible
en el sacramento de la Penitencia y del perdón, para curar el corazón – por la penitencia– y hacerlo
nuevo – por su perdón creador– (cf Sal 50,12).
III. SITUACIÓN HUMANA
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Aun cuando el hombre quiera desentenderse de Dios, el pecado pesa en su interior. Hay que
sacarlo para sentirse liberado.
La situación de quien no «siente» el pecado es semejante a la del enfermo que ignora el
cáncer que tiene dentro de sí.
El drama del hombre de hoy, compartido por no pocos cristianos, no es tanto no necesitar el
perdón cuanto el no ser conscientes de su pecado.
IV. LA FE DE LA IGLESIA
La fe
– El perdón del pecado se obtiene por el “... Sacramento de la Penitencia... [que] consagra un
proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano
pecador... Sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede
al penitente «el perdón y la paz»” (OP, fórmula de la absolución) (1423. 1424).
– La riqueza teológica de este sacramento se expresa en sus distintas denominaciones: 1423-
1424.
La respuesta
– La conversión del corazón, obra de Dios en nosotros y de nosotros con Dios: «El corazón
del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-
27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros
corazones: conviértenos, Señor, y nos convertiremos...» « Dios es quien nos da la fuerza para
comenzar de nuevo... El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados
traspasaron...» (1432).
– Para ahondar en la conversión: 1425-1429.
– La conversión es el comienzo de la nueva creación.
El testimonio cristiano
– La «... reconciliación con Dios tiene como consecuencia, por así decir, otras
reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se
reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia
verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31)» (1469).
La meditación del Evangelio por la Iglesia a lo largo de los siglos nos recuerda el gran
sacramento de la Penitencia y del perdón en Mt 18, 18. Como todo sacramento, es gracia, gracia de
conversión, y sintonía del bautizado con ese don de Dios.
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
al Señor, se ha de poner especialmente de manifiesto entre aquellos que tienen los mismos vínculos
de espíritu o de la sangre. Esta unidad, que exige poner en juego tantas virtudes, es tan deseada por el
Señor, que ha prometido, como un don especial, concedernos más fácilmente aquello que le pidamos
en común. Así lo leemos en el Evangelio de la Misa1: Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de
acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir, mi Padre que está en los Cielos se lo
concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos. La
Iglesia ha vivido desde siempre la práctica de la oración en común 2, que no se opone ni sustituye a la
oración personal privada por la que el cristiano se une íntimamente a Cristo. Muy grata al Señor es,
de modo particular, la oración que la familia reza en común; es uno de los tesoros que hemos
recibido de otras generaciones para sacar abundante fruto y transmitirlo a las siguientes. Hay
prácticas de piedad –pocas, breves y habituales– que se han vivido siempre en las familias
cristianas, y entiendo que son maravillosas: la bendición de la mesa, el rezo del Rosario todos juntos
(...), las oraciones personales al levantarse y al acostarse. Se tratará de costumbres diversas, según
los lugares; pero pienso que siempre se debe fomentar algún acto de piedad, que los miembros de la
familia hagan juntos, de forma sencilla y natural, sin beaterías.
De esa manera, lograremos que Dios no sea considerado un extraño, a quien se va a ver una
vez a la semana, el domingo, a la iglesia; que Dios sea visto y tratado como es en realidad: también
en medio del hogar, porque, como ha dicho el Señor, donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20)3.
“Esta plegaria –enseña el Papa Juan Pablo II, comentando este pasaje del Evangelio– tiene
como contenido “la misma vida de familia” (...): alegrías y dolores, esperanzas y tristezas,
nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos,
elecciones importantes y decisivas, muertes de personas queridas, etc., señalan la intervención del
amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de
acción de gracias, de petición, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los
cielos. Además, la dignidad y responsabilidad de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica
solamente pueden ser vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos
la pidan con humildad y confianza en la oración”4.
La plegaria en común comunica una particular fortaleza a la familia entera. La primera y
principal ayuda que prestamos a los padres, a los hijos, a los hermanos, consiste en rezar con ellos y
por ellos. La oración fomenta el sentido sobrenatural, que permite comprender lo que ocurre a
nuestro alrededor y en el seno de la familia, y nos enseña a ver que nada es ajeno a los planes de
Dios: en toda ocasión se nos muestra como un Padre que nos dice que la familia es más suya que
nuestra. También en aquellos sucesos que sin estar cerca de Él serían incomprensibles: la muerte de
una persona querida, el nacimiento de un hermano minusválido, la enfermedad, la estrechez
económica... Junto al Señor, amamos su santa voluntad, y las familias, lejos de separarse, se unen
más fuertemente entre sí y con Dios.
– Algunas prácticas de piedad en el hogar.
II. Si alguno no cuida de los suyos y principalmente de su casa, ha negado la fe y es peor que
un infiel5, escribe San Pablo a Timoteo, recordando la obligación que todos tenemos hacia aquellos
1
Mt 18, 19-20.
2
Cfr. Hech 12, 5.
3
Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 103.
4
SAN JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, 59.
5
1 Tim 5, 8.
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
que el Señor nos ha encomendado. Una de las principales obligaciones de los padres con respecto a
sus hijos –también, en ocasiones, de los hermanos mayores con los más pequeños– es la de
enseñarles en la infancia los modos prácticos de tratar a Dios. Esta tarea es de tal necesidad que es
casi insustituible. Con los años, estas primeras semillas siguen dando sus frutos, quizá hasta la misma
hora de la muerte. Para muchos, éste ha sido su bagaje espiritual, del que se han servido en la
adolescencia y cuando ya han pasado los años de la madurez. “La Sagrada Escritura nos habla de
esas familias de los primeros cristianos –la Iglesia doméstica, dice San Pablo (1 Cor 16, 19)–, a las
que la luz del Evangelio daba nuevo impulso y nueva vida.
En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa
natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a
colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios
como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres.
Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo
están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir –más que enseñar– esa piedad a
los hijos6.
La familia cristiana ha sabido transmitir, de padres a hijos, oraciones sencillas y breves,
fácilmente comprensibles, que forman el primer germen de la piedad: jaculatorias a Jesús, a Nuestra
Madre Santa María, a San José, al Ángel de la Guarda... Oraciones de siempre, mil y mil veces
repetidas en los hogares cristianos de toda época y condición. Los hijos aprenden pronto estas
enseñanzas y oraciones que ven hechas vida en sus padres. Cuando son un poco mayores, han
asimilado e incorporado el sentido de la bendición de la mesa, de dar gracias después de haber
comido, el ofrecer a la Virgen algo que les cuesta..., saludar con un beso o una mirada a las imágenes
de Nuestra Madre, acudir a su Ángel Custodio al entrar o salir de casa...
¡Cuántos niños, ahora hombres y mujeres, recuerdan con emoción la explicación, sencilla
pero exacta, que les dio su madre o su hermano mayor de la presencia real de Cristo en el Sagrario!
¡O la primera vez que vieron a su madre pedir por una necesidad urgente, o a su padre hacer con
piedad una genuflexión reverente! Rezar en una familia en la que Cristo está presente debe ser
natural, porque Él es un personaje más de la casa, al que se ama sobre todas las cosas.
Precisamente cuando el ambiente sea menos favorable para la oración y la piedad, hemos de
conservar como un tesoro mayor estas prácticas que hacen más fuerte el mismo amor humano y nos
acercan más a nuestro Padre Dios.
– Una familia que reza unida, se mantiene unida: el Santo Rosario.
III. Ubi caritas et amor, Deus ibi est, “donde hay caridad y amor, allí está Dios”7, canta la
liturgia del Jueves Santo. Cuando los cristianos nos reunimos para orar, entre nosotros se encuentra
Cristo, que escucha complacido esa oración fundamentada en la unidad. Así hacían también los
Apóstoles: Perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres y con María, la Madre de Jesús8.
Era la nueva familia de Cristo.
La plegaria familiar por excelencia es el Santo Rosario. “La familia cristiana –enseña el Papa
Juan Pablo II– se encuentra y consolida su identidad en la oración. Esforzaos por hallar cada día un
tiempo para dedicarlo juntos a hablar con el Señor y a escuchar su voz. ¡Qué hermoso resulta que en
una familia se rece, al atardecer, aunque sea una sola parte del Rosario!
6
Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 103.
7
1 Jn 4, 12.
8
Hech 1, 14.
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
“Una familia que reza unida, se mantiene unida; una familia que ora, es una familia que se
salva.
“¡Actuad de manera que vuestras casas sean lugares de fe cristiana y de virtud, mediante la
oración rezada todos juntos!”9.
Al comenzar a rezar el Santo Rosario en un hogar, quizá al principio sólo lo hagan los padres;
después se unirá un hijo, la abuela... Unas veces se podrá rezar durante un viaje en coche, o bien se
establecerá una hora de común acuerdo; quizá, en algunos países, antes de cenar o inmediatamente
después... El Rosario y el rezo del Ángelus –señalaba en otra ocasión el Pontífice– “deben ser para
todo cristiano y aún más para las familias cristianas como un oasis espiritual en el curso de la
jornada, para tomar valor y confianza”10. “¡Ojalá resurgiese la hermosa costumbre de rezar el
Rosario en familia!”11.
La Iglesia ha querido conceder innumerables gracias e indulgencias cuando se reza el Santo
Rosario en familia. Pongamos los medios necesarios para fomentar esta oración tan grata al Señor y
a su Madre Santísima, y que es considerada como “una gran plegaria pública y universal frente a las
necesidades ordinarias y extraordinarias de la Iglesia santa, de las naciones y del mundo entero”12. Es
un buen soporte en el que se apoya la unidad familiar y la mejor ayuda para hacer frente a sus
necesidades.
____________________________
9
SAN JUAN PABLO II, Discurso a las familias, 24-III-1984.
10
IDEM, Ángelus en Otranto, 5-X-1980.
11
IDEM, Homilía 12-X-1980.
12
SAN JUAN XXIII, Alocución 29-IX-1961.
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
El afecto profundo y la humildad nos harán buscar la suavidad. Obrad con mano maternal,
con la delicadeza infinita de nuestras madres, mientras nos curaban las heridas grandes o pequeñas
de nuestros juegos y tropiezos infantiles (San Josemaría). Así nos corrige la Madre de Jesús y Madre
nuestra, con inspiraciones para amar más a Dios y a los hermanos.
___________________________
EXAMEN DE CONCIENCIA PARA EL SACERDOTE – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
Desposados con la Iglesia
«Si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado arráncatelo, y tíralo lejos, porque más te
vale perder una parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al lugar del castigo» (Mt 5, 29).
Eso dice Jesús.
Te lo dice a ti, sacerdote, y lo mismo dice de tu mano derecha, y es una advertencia, porque
tu Señor a los que ama los corrige.
Tu Señor te advierte, sacerdote, para que no caigas en tentación, porque Él sabe que la carne
es débil, y te ayuda advirtiéndote que no te pongas en ocasión de pecado y no consientas las
circunstancias de peligro, porque eso es tentar a Dios, que te da la gracia, pero respeta la libertad de
tu voluntad, y la voluntad del hombre es débil.
Tú no tienes un sumo sacerdote que no te comprenda, porque Él ha sido probado en todo
igual que tú, menos en el pecado, porque su voluntad ha sido fortalecida en la virtud, y esa voluntad
es la que ha destruido tu esclavitud.
Tu Señor es tu maestro, sacerdote, aprende de Él y sigue su ejemplo.
Tu Señor es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, y que se desposa con la
Santa Iglesia para unirla íntimamente a Él, en un solo cuerpo, del cual Él es cabeza.
Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero. Estas son palabras verdaderas de
Dios. Y tú, sacerdote, debes traer a los invitados y engalanar a la novia, para hacerla digna, santa y
pura, y de participar directamente, porque tú no eres solo un invitado, sino que eres el Cordero
mismo, con quien estás configurado.
Contempla el misterio del Orden sacerdotal, y acepta tan grande verdad. Tú has sido ungido,
y has sido desposado con la Santa Iglesia Católica para darle salud y vida, por la misericordia de tu
Señor, y amarla y respetarla todos los días de tu vida, y en la eternidad.
Por tanto, sacerdote, tú te santificas con ella, y con ella formas una sola familia: la gran
familia de Dios.
Es muy grande, sacerdote, tu misión. Pero Dios te da la gracia, y te muestra el camino. El
camino es tu Señor Jesucristo, camino de fe, de esperanza y de amor, de fidelidad en la alegría y en
el dolor, de confianza –aunque los vientos sean fuertes, y las tormentas una amenaza–, de paz –
aunque la lucha sea constante–, de cruz, a través de la cual brilla la luz para el mundo.
Y tú, sacerdote, ¿engalanas a la novia, o eres motivo de escándalo?
¿Te mantienes fiel a tus promesas, dando un buen ejemplo, o has faltado a tu esposa
ensuciando su vestido?
¿La amas?, ¿la defiendes?, ¿la sirves?, ¿la atiendes?, ¿la provees?, ¿la purificas?, ¿la
santificas?, ¿la dignificas?
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Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)
¿Glorificas a Dios?
¿Consumas tu matrimonio en una entrega de amor total, amando hasta el extremo,
entregándole tu vida?
Sacerdote, participa con tu Señor en el misterio de la salvación, entregando tu voluntad a tu
Señor, uniendo tu vida al sacrificio único y eterno de tu Señor en un santo ministerio.
Pídele a tu Señor que fortalezca tu voluntad, para rectificar el camino, para alejarte de toda
tentación y de toda ocasión de pecado, y para resistir a todo en lo que seas probado.
Abre tu corazón, sacerdote, y recibe el amor de tu Señor. Déjate llenar por Él para que tengas
sus mismos sentimientos, y pon a su disposición tus ojos y tus manos para cumplir bien con tu
misión, participando de su obra redentora, sirviendo a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida.
(Espada de Dos Filos IV, n. 91)
(Para pedir una suscripción gratuita por email del envío diario de “Espada de Dos
Filos”, - facebook.com/espada.de.dos.filos12- enviar nombre y dirección a:
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