5fundamental V Razones para Creer

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La automanifestación de Dios va dirigida al hombre y el hombre


es llamado a responder a esa invitación divina mediante la fe.

Tanto la Revelación como la fe son libres.

La Revelación es libre porque


es acción soberana de Dios, que
se mueve únicamente por amor
a nosotros.

La fe es libre porque no existe


un motivo que nos lleve nece-
sariamente a creer que sea ver-
dad lo que escuchamos en la
Nadie puede obligar a otro a creer. Revelación.
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Para poder creer de un modo coherente es preciso que,


una vez escuchada la Revelación, se cuente con sufi-
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cientes razones para identificar este mensaje como
proveniente de Dios.

La fe no se reduce a la razón, pero tampoco la destruye.


Ambas se complementan armónicamente. La Revelación
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es digna de ser creída: hay razones o motivos que mue-
ven a aceptarla (“credibilidad” de la Revelación).

Jn 10, 37: “Si no hago las obras de mi Padre, no me


creáis; pero si las hago, creed por las obras”. Estas
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obras hacen que la fe no sea un puro salto en el vacío,
fruto de una mera decisión de la voluntad.
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Signos en el AT
Dos motivos principales para
creer, en el itinerario del pue-
blo de Israel hasta la fe: gran-
des hechos salvíficos realiza-
dos por Yahvé y palabra de los
profetas. Estos hechos y pala-
bras no dan la fe, pero son
signos de credibilidad.

Hechos: signos porque dan a conocer que es Dios quien actúa.


Llevan su marca y mueven al pueblo a confiar en Él.

Profetas: para ayudar a su pueblo, Dios se sirve de ellos para


confirmarlo en la verdad y bondad de la fe revelada. Hablaban
en lugar de Dios: anunciaban promesas divinas.
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Signos en el NT
Sinópticos: los “signos” aparecen como
algo injustamente exigido por parte de
las autoridades judías o por Herodes. En
cambio, los milagros son actos de Jesús
que muestran el poder de Dios.

Hechos de los Apóstoles: ambos térmi-


nos son idénticos y designan actuaciones
extraordinarias de Pedro, de Felipe...

San Juan: Cristo es el único signo fundamental. Jesús realiza los


milagros precisamente porque en Él obra Dios: multiplicación de
los panes, curación del ciego de nacimiento, resurrección de Lázaro,
están muy unidos a lo que dice sobre sí mismo: Jesús es alimento
(Jn 6, 34), la Luz (Jn 9, 5), la Vida (Jn 11, 25).
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La credibilidad según el Magisterio
Vaticano I: Dios mismo quiso dar unos “argumentos externos de
su Revelación, es decir, hechos divinos, y en primer lugar mila-
gros (...) que al mostrar con toda claridad la omnipotencia e in-
finita sabiduría de Dios, son signos certísimos de la Revelación
divina, acomodados a la inteligencia de todos” (Dei Filius, 3).
Para poder creer, deben unirse a estos signos externos los auxilios
internos del Espíritu Santo.

Vaticano II: no la palabra “credibilidad”, pero sí con frecuencia


lo que ese término significa. Un signo de suma importancia = el
testimonio de los cristianos: todos están llamados a ser testigos
del amor de Dios. Para eso, tenemos que estar unidos con Cristo,
que es el signo fundamental de la Revelación. El signo no es algo
sino alguien, la Persona de Jesús, en el que el hombre descubre
al mismo Dios.
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Durante algún tiempo, motivos de credibilidad buscados en


argumentos externos a Jesucristo (milagros, profecías). Pero
no es una argumentación suficiente. El milagro central afir-
mado por el cristianismo es la Encarnación.

Cuando una persona considera la vida terrena del Hijo de Dios


Jesús, puede llegar a creer en su divinidad (Cristo). El verdadero
signo de credibilidad es Jesucristo. Por encima de todo, el
cristianismo es Jesucristo y la comunión con Él.

“Seguir a Cristo: éste es el secreto. Acompa-


ñarle tan de cerca, que vivamos con Él, como
aquellos primeros doce; tan de cerca, que con
Él nos identifiquemos” (Amigos de Dios, 299).
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Jesús no es un mito, ni una idea atemporal: es


un personaje histórico. La fuente más impor-
tante para conocer la vida y la obra de Jesús
son los escritos del NT. Noticias extrabíblicas:
Plinio el Joven (112), Tácito (116), Suetonio
(120); Flavio Josefo, el Talmud.

Siglo XVIII: debate sobre la credibilidad de las fuentes cristianas.


Este debate puede considerarse superado hoy en día. Los Evangelios
no son biografías según nuestra mentalidad moderna. Pero corres-
ponden exactamente a lo que se entendía en el mundo greco-romano
por una biografía. Hoy ha quedado de nuevo aclarado que los Evan-
gelios transmiten el mensaje y los hechos de Jesús con fidelidad.
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Mientras los profetas del AT se remitían expresamente a Yahvé,


Jesús habla siempre en primera persona (“Yo os digo”). Testi-
monia así que actúa con el poder de Dios.

Juan Pablo II, Discurso, 9.12.1987: “Un atento estudio de los


textos evangélicos nos revela que ningún otro motivo, a no ser
el amor hacia el hombre, el amor misericordioso, explica los
‘milagros y señales’ del Hijo del hombre”.

Jesús no rechaza a los pecadores, sino que les


muestra también a ellos el amor sin límite de Dios.
Les ofrece el perdón. El amor de Jesús es el mo-
tivo más decisivo para que alguien se abra a la fe.
Constituye una respuesta divina al deseo y a la
necesidad de amor que cada hombre experimenta.
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El Hijo fue obediente hasta la muerte de cruz. El sufrimiento que


experimentó al cumplir la voluntad del Padre, concedió a su fide-
lidad un valor singular. Pero la cruz no se puede comprender sino
a la luz de la Resurrección. La cruz no es la última palabra.

La Resurrección ha constituido desde el


comienzo el fundamento de la fe y el
contenido esencial de la predicación cristiana.

Los que testifican haber visto a Cristo resucita-


do son los mismos Apóstoles que se ocultaron
decepcionados después de la crucifixión de
Jesús. No esperaban la Resurrección.

La Resurrección es a la vez un gran misterio y


un hecho histórico.
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Sólo es posible encontrar al Cristo real en la Iglesia. Es allí donde


sigue actuando a través de los siglos.

La Iglesia, a la que fue confiada la Re-


velación plena que es Cristo mismo,
existe para continuar la misión de
Jesucristo hasta el final de los tiempos
y dar testimonio del amor de Dios a
los hombres.

La gracia que Cristo nos ganó en la cruz nos es comunicada por


la Iglesia. La Iglesia es Cristo salvando hoy.
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Querida por Dios Padre, fundada por Dios Hijo, vi-


vificada por Dios Espíritu Santo, la Iglesia es santa:
Cristo, su fundador es santo, el Espíritu Santo actúa
en ella y lleva a los hombres a Dios Padre. Esta
santidad ontológica debería reflejarse en la santidad
moral de los miembros.

Los cristianos no siempre reflejamos la santidad


de la Iglesia en nuestras vidas. La Iglesia no mues-
tra siempre la santidad moral que debería mostrar,
pero sigue teniendo la santidad ontológica.

La santidad ontológica no puede aumentar ni disminuir.

La Iglesia es santa y, a la vez, necesitada de purificación constante,


porque recibe en su seno a los pecadores: está para santificarles.
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Los cristianos no pueden disminuir la santidad


de la Iglesia, con sus defectos y pecados, pero
sí pueden oscurecer su rostro y frenar su paso
en la tierra. Pueden impedir que la Iglesia se
muestre al mundo tan bella y espléndida como
realmente es.

Cada cristiano es llamado a dar a conocer el


verdadero rostro de Cristo, a ser santo.

Una persona santa no es aquella que nunca cae, sino la que se le-
vanta una y otra vez pidiendo perdón a Dios. Juan Pablo II,
durante el jubileo del año 2000, pidió perdón al mundo por los
pecados pasados y presentes de los cristianos (12.03.2000).

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