La Natividad de La Virgen María
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Dice una antigua Tradición, que la Virgen Madre de Dios nació en Jerusalén, junto a la
piscina de Bezatha. La Liturgia Oriental celebra su nacimiento cantando poéticamente
que este día es el preludio de la alegría universal, en el que han comenzado a soplar los
vientos que anuncian la salvación. Por eso nuestra liturgia nos invita a celebrar con
alegría el nacimiento de María, pues de ella nació el sol de justicia, Cristo Nuestro
Señor.
El Evangelio
Nada nos dice el Nuevo Testamento sobre el nacimiento de María. Ni siquiera nos da la
fecha o el nombre de sus padres, aunque según la leyenda se llamaban Joaquín y Ana.
No sabemos cómo se cumplirá, pero tampoco sabemos como nace el trigo, y cómo se
forja la perla en la ostra. Pero nacen y crecen y se forjan. La inteligencia humana, por
aguda que sea, tiene su límite y ya no puede alcanzar más. Cerrar los ojos ante el
misterio, sabiéndonos llamados por Dios, y “desbordar de gozo en el Señor” Salmo 12,
6.
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Los hebreos consideraban la esterilidad como un oprobio y un castigo del cielo. Eran los
tales menospreciados y en la calle se les negaba el saludo. En el templo, Joaquín oía
murmurar sobre ellos, como indignos de entrar en la casa de Dios. Esta conducta se ve
celebrada en Mallorca, en una montaña que se llama Randa, donde existe una iglesia
con una capilla dedicada a la Virgen.
En los azulejos que cubren las paredes, antiquísimos, el Sumo Sacerdote riñe con el
gesto a San Joaquín, esposo de Santa Ana, quien, sumiso y resignado, parece decir: No
puede ser, no he podido tener hijos. Sabemos que su esterilidad dará paso a María.
Joaquín, muy dolorido, se retira al desierto, para obtener con penitencias y oraciones la
ansiada paternidad.
Ana intensificó sus ruegos, implorando como otras veces la gracia de un hijo. Recordó a
la otra Ana de las Escrituras, de que habla el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al
Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta.
Y así también Joaquín y Ana vieron premiada su constante oración con el nacimiento de
una hija singular, María, concebida sin pecado original, y predestinada a ser la madre de
Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado.
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EL NACIMIENTO
Nace María. Nace una niña santa. Nada se nota en ella hasta que crece y comienza a
hablar, a expresar sus sentimientos, a manifestar su vida interior. A través de sus
palabras se conoce el espíritu que la anima.
Se dan cuenta sus padres: esta niña es una criatura excepcional. Se dan cuenta sus
compañeras: que se sienten atraídas por el candor de la niña y, a la vez, sienten ante
ella recelo, respeto reverencial. Sus padres no saben si alegrarse o entristecerse. Para
conocer lo sobrenatural hace falta tiempo y distancia. No ha habido nunca ningún genio
contemporáneo; al contrario, siempre es considerado como un loco, un ambicioso o un
soberbio.
Los niños hacen lo que ven hacer a los mayores. La niña santa no imita los defectos de
los mayores y obra según sus convicciones. Cuando nació Juan Bautista, la gente se
preguntaba "¿qué va a ser este niño?" (Lc 1,79). De María se preguntarían lo mismo.
Ella comprende que, aunque quisiera hablar de lo mucho que lleva dentro, debe callar. Y
tiene que vivir en completa soledad, de la que es un reflejo, el aislamiento del niño que
crece entre gente mayor.
María, llena de gracia, vivía como perfectísima hija de Dios, entre hombres que habían
perdido la filiación divina, habían pecado, y sentían la tentación y sus inclinaciones al
pecado. El hombre conoce la diferencia que hay entre lo bueno y lo malo, y cuando obra
el mal, percibe la voz de la conciencia.
Antes de pecar, la percibe y la desatiende, durante el pecado, la acalla con el gozo del
pecado, después de pecar, la oye y quisiera no oírla. Este es el conocimiento del mal,
que no procede de Dios, sino de haberse separado de Él. María no conoce el mal por
experiencia, sino por infusión de Dios. No había pecado nunca. Por eso no entendía a la
gente y se sentía sola.
Experimentaba que sólo ella era así. Si hubiera vivido en un desierto, no hubiera
padecido tanto, pero en Nazaret, aldea pequeña, con fama de pendenciera y poca
caritativa, es tenida por orgullosa, la que era la más humilde. Como los niños viven su
mundo aparte de los mayores, así tiene que vivir María entre su gente.
Mujer comprometida
Y una mujer así, ¿nos puede comprender?, ¿puede ser nuestra madre? Sí porque María
es una mujer comprometida con todo el género humano. María fue la pobre de Yahvé.
Los pobres de Dios nunca preguntan, nunca protestan. Se abandonan en silencio y
depositan su confianza en las manos del Señor y Padre.
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Con el Concilio hemos recuperado la Biblia, libro prohibido en mis años de juventud.
También la Liturgia en castellano. También la Iglesia, no como una pirámide, sino como
pueblo de Dios. De la misma manera hemos de recuperar a María, como Hermana en la
fe, Madre en la fe. María peregrinó en la fe como todos los cristianos. Se abandonó a
Dios. Pudo ser lapidada, al quedarse encinta, pudo ser repudiada... Es la pobre de
Yahvé.
El evangelio nos dice muy poco de Ella. Pero, si bien lo miramos, implícitamente nos
dice mucho, todo. Porque Jesús predicó el Evangelio que, desde que abrió los ojos, vio
cumplido por su Madre. Los hijos se parecen a sus padres. Jesús sólo a su Madre. Era
su puro retrato, no sólo en lo físico, en lo biológico, sino también en lo psíquico y en lo
espiritual.
Cada hombre, según las leyes mendelianas de los cromosomas y los genes, hereda de
su padre y de su madre. Decía un sacerdote que su padre decía: "mi hijo es treballaor
com yo y listo com sa mare".
Sus actitudes vitales son idénticas las de la Madre y el Hijo: en el momento decisivo de
su vida María le dice al Ángel: "Hágase en mi"... En el momento de comenzar su Hora,
Jesús dice lo mismo "Hágase". Cuando nos enseña su carné de identidad, María nos
dice que es "la esclava del Señor".
Cuando Jesús nos presenta el suyo, nos dice que es "manso y humilde de corazón".
Jesús predicó las bienaventuranzas porque las había vivido. Y las vivió porque las había
visto vivir a su Madre. Por eso la quiso y la hizo Inmaculada, porque tenía que ser su
madre y su educadora en la fe.
Las imágenes
En algunas imágenes aparece Santa Ana sentada como una auténtica abuela. Tiene en
sus rodillas a María, quien con una apariencia muy maternal, tiene en las suyas al niño
Jesús. Tres generaciones, sentada cada una en las rodillas de la otra. Gracias, Dios
nuestro, por esta dimensión tan humana de la fe católica.
Esforcémonos por vivir como María, niña, adolescente, novia limpia, madre cariñosa y
solícita, trabajadora, paciente en la pobreza, en las persecuciones y humillaciones, en
las adversidades. Educadora con la palabra y la vida de su hijo, de sus hijos, que somos
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todos.
Así seremos motivo de consuelo y de gozo para “quien nos predestinó, nos llamó, nos
predestinó, justificó, glorificó” Romanos 8,24.
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