LECTURA La Ética Protestante

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La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

En la obra más importante y mejor


conocida de Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-05/1958), éste
trató el efecto del protestantismo ascético —sobre todo del calvinismo— en el nacimiento
del espíritu del capitalismo. Esta obra no es sino una pequeña parte de su gran trabajo de
erudición sobre la relación entre la religión y el capitalismo moderno a lo largo de la
mayor parte del mundo.
Weber, al término de su obra, dejó suficientemente claro que su interés más general se
refería a la emergencia de la racionalidad característica del mundo occidental. El
capitalismo, con su organización racional del trabajo libre, con su mercado abierto, y su
sistema de contabilidad racional, no es más que un componente de este sistema de
desarrollo. Weber lo vinculó directamente con el desarrollo paralelo de la racionalización
de la ciencia, del derecho, de la política, del arte, de la arquitectura, de la literatura, de las
universidades y del estado.
Weber no vinculó directamente el sistema ideológico de la ética protestante a las
estructuras del sistema capitalista. Prefirió vincular la ética protestante a otro sistema de
ideas, «al espíritu del capitalismo». En otras palabras, dos sistemas de ideas se relacionan
íntimamente en su obra. Aunque los lazos del sistema económico capitalista con el mundo
material están ciertamente implí- citos e indicados, no fue éste el cometido principal de
Weber. Por lo tanto, la ética protestante no trata del ascenso del capitalismo, sino más
bien del origen de un espíritu peculiar que hizo posible con el tiempo la existencia del
capitalismo.
Weber comenzó por examinar y rebatir las explicaciones optativas del por qué del ascenso
del capitalismo en el mundo occidental durante los siglos xvi y xii. Weber replicó a los
argumentos de los que pensaban que el capitalismo surgió porque las condiciones
materiales eran las idóneas en ese momento, que tales condiciones materiales ya estaban
maduras en otros momentos en los cuales, sin embargo, el capitalismo no surgió.
Asimismo, Weber rechazó la teoría psicológica de que el desarrollo del capitalismo se
debió sencillamente al ins- tinto adquisitivo. Según su postura, tal instinto ha existido
siempre, y aún así no ha producido ningún tipo de capitalismo en otras situaciones.
Desde la perspectiva de Weber, la evidencia de que el protestantismo es significativo se
funda en la observación de los países cuyos sistemas religiosos están mezclados. Al fijarse
en tales países, descubrió que los líderes del sistema económico —los grandes magnates,
los dueños del capital, los trabajadores altamente especializados y el personal tecnológica
y comercialmente más preparado— eran todos predominantemente protestantes. Esto
quería decir que el protestantismo fue una causa significativa en la elección de esas
profesiones y, a la inversa, que otras religiones (por ejemplo, el catolicismo romano)
fracasaron en la producción de sistemas ideológicos que impulsaran a los individuos hacia
esas vocaciones.1'
Desde la perspectiva de Weber, el espíritu del capitalismo no se define sencillamente por
medio de su voracidad económica; muchas veces es justamente lo contrario. Es un
sistema ético y moral, un ethos que, entre otras cosas, subraya el éxito económico. De
hecho, lo que ha sido decisivo en el mundo occiden- tal ha sido precisamente el intento de
convertir el beneficio en un ethos. En otras sociedades, la persecución del beneficio se ha
visto como un acto individualista motivado, al menos en parte, por la avaricia y, por tanto,

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considerado por algunos como moralmente sospechoso. Sin embargo, el protestantismo
ha logrado con éxito convertir esa búsqueda de beneficios en una cruzada moral. Fue el
apoyo del sistema moral el que condujo a esta expansión sin precedentes de la búsqueda
de provecho y, en última instancia, al sistema capitalista. En un nivel teórico, al acentuar
las relaciones entre un ethos (el protestantismo) y otro (el espíritu del capitalismo), Weber
fue capaz de mantener su análisis en el nivel de los sistemas de ideas.
El espíritu del capitalismo se puede considerar como un sistema normativo que implica
diversas ideas interrelacionadas. Por ejemplo, su objetivo consiste en infundir «una
actitud que persiga el beneficio racional y sistemáticamente» (Weber, 1904-05/1958: 64).
Además, predica la renuncia a los placeres terrenales: «Si ves a un hombre solícito en su
trabajo, debe estar antes que los reyes» (Weber, 1900-05/1958: 53). El espíritu del
capitalismo lleva también implícitas ideas como «el tiempo es dinero», «sé laborioso», «sé
frugal», «sé puntual», «sé próspero» y «ganar dinero es un fin legítimo en sí mismo».
Sobre todo, aparece la idea de que es un deber de las personas incrementar
constantemente su riqueza. Esto sitúa al espíritu del capitalismo fuera del espacio de la
ambición individual y dentro de la categoría de los imperativos éticos. Aunque Weber
admitía que en China, India, Babilonia, en la Antigüedad clásica y durante la Edad Media
existió otro tipo de capitalismo (por ejemplo, el capitalismo aventurero), fue diferente al
capitalismo occidental, principalmente porque carecía de ese «ethos particular» (1904-
05/1958: 52).
A Weber no le interesaba simplemente describir este sistema ético, sino también explicar
sus derivaciones. Pensaba que el protestantismo, y en particular el calvinismo, fue crucial
para el nacimiento del espíritu del capitalismo. El calvinismo ya no fue imprescindible para
la perpetuación de dicho sistema económico. De hecho, el capitalismo moderno, dada su
seglaridad, se opone en muchos sentidos al calvinismo y a la religión en particular. El
capitalismo de hoy día se ha convertido en una entidad real que combina normas, valores,
mercado, dinero, y leyes. Se ha vuelto, en términos de Durkheim, un hecho social que es
externo y coercitivo para el individuo. Weber afirmaba:
El orden económico capitalista actual es como un cosmos extraordinario en el que el
individuo nace y al que, al menos en cuanto individuo, le es dado como un edificio
prácticamente irreformable, en el que ha de vivir y al que impone las normas de su
comportamiento económico, en cuanto que se halla implicado en la trama de las
relaciones de mercado.
Otro punto de interés aquí es el hecho de que los calvinistas no trataran conscientemente
de crear un sistema capitalista. Según Weber, el capitalismo fue una consecuencia
imprevista de la ética protestante. El concepto de consecuencia imprevista tuvo una gran
significación en la obra de Weber, pues pensaba que lo que los individuos y los grupos se
proponían con sus acciones solía producir consecuencias distintas de sus intenciones.
Aunque Weber no se detuvo a explicar este punto, sí parece relacionado con la idea
teórica de que la gente crea ciertas estructuras sociales, pero que esas estructuras pronto
toman vida por sí mismas, hasta el punto de que sus creadores tienen poco o ningún
control sobre ellas. Dada esa falta de control, estas estructuras pueden desarrollarse en
una gran variedad de direcciones no previstas. La línea del pensamiento de Weber llevó a
Arthur Mitzman (1970) a argumentar que Weber había creado una sociología de la

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reificación. Las estructuras sociales reificadas pueden moverse en direcciones imprevistas,
como Marx y Weber mostraron en sus análisis del capitalismo.

El calvinismo y el espíritu del Capitalismo. El calvinismo constituye la ver- sión del


protestantismo que más le interesaba a Weber. Una de las características del calvinismo
es la idea de que sólo es elegido para la salvación un pequeño número de personas. El
calvinismo implicaba por ende la idea de predestinación: las personas estaban
predestinadas a estar o bien entre las que se salvarían o bien entre las que se
condenarían. No hay nada, ni el individuo ni la religión como un todo, que pueda alterar
ese destino. De esta forma la idea de la predestinación mantiene al individuo con la duda
de si está o no entre los que se salvarán. Para reducir esta incertidumbre, los calvinistas
desarrollaron la idea de la existencia de signos que indicaban si una persona se salvaría.
Las personas están obligadas a trabajar con ahinco, porque si son diligentes descubrirán
las señales de salvación, señales que se encuentran en el éxito económico. En suma, se
insta a los calvinistas a emplearse en una actividad mundana intensa y a convertirse en
«hombres de vocación».

Sin embargo, las acciones aisladas no son suficientes. El calvinismo, en su condición de


ética, requería un autocontrol y un estilo de vida sistematizado que llevaba consigo un
conjunto integrado de actividades, sobre todo actividades de negocios. Esto contrasta con
el ideal cristiano de la Edad Media, según el cual los individuos deben sencillamente
comprometerse, cuando la ocasión lo exige, en actos aislados para expiar pecados
específicos y para incrementar sus oportunidades de salvación. «El Dios del calvinismo no
demanda a sus creyentes buenas obras singulares, sino una vida de buenas obras
combinadas en un sistema unificado» (Weber, 1904-05/1958: 117). El calvinismo originó
un sistema ético y, en última instancia, una colectividad de capitalistas nacientes. Al
calvinismo «la figura austera y burguesa del hombre que se hace a sí mismo le merece
toda suerte de glorificaciones» (Weber, 1904-05/1958: 163). Weber resumió su propia
postura ante el calvinismo y su relación con el capitalismo como sigue:
La valoración religiosa del trabajo incesante, continuado y sistemático en la profesión,
como medio ascético superior y como comprobación absolutamente segura y visible de
regeneración y de autenticidad de la fe, tenía que constituir la más poderosa palanca de
expansión del... espíritu del capitalismo.
Además de este vínculo general con el espíritu del capitalismo, el calvinismo mantenía
también otros vínculos específicos. Primeramente, como ya hemos mencionado, los
capitalistas pudieron perseguir rudamente sus intereses económicos y percibir que tal
propósito no era meramente egoísta, sino que constituía, de hecho, un deber ético. Esto
no solamente permitió crueldades sin precedentes en el mundo de los negocios, sino que
también acalló a críticos potenciales, que no podían calificar esas acciones como
únicamente egoístas. En segundo lugar, el calvinismo proveyó al capitalismo emergente
de «trabajadores sobrios, sensatos e inusitadamente industriosos, que se unieron con su
trabajo en un propósito de vida encomendado por Dios» (Weber, 1904-05/ 1958: 117).
Con esta fuerza de trabajo, el capitalismo naciente podía lograr un nivel de explotación
cuyo alcance no tenía precedentes. En tercer lugar, legitimaba un sistema de

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estratificación desigual, proporcionando al capitalista «la cómoda seguridad de que la
distribución desigual de los bienes de este mundo es una dispensa de la Divina
Providencia» (Weber, 1904-05/1958: 117).
Weber también mostró sus reservas ante el sistema capitalista, como ante todos los
aspectos del mundo racionalizado. Por ejemplo, remarcó que el capitalismo tendía a
producir «especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón; estas nulidades se imaginan
haber ascendido a una nueva fase de la humanidad jamás alcanzada anteriormente»
(Weber, 1904-05/1958: 182).
A pesar de que en La ética protestante Weber subrayó el efecto del calvinismo en el
espíritu del capitalismo, fue consciente de que las condiciones sociales y económicas
tuvieron una influencia recíproca en la religión. Prefirió no tratar tales relaciones en su
libro, sino dejar claro que su objetivo no consistía en sustituir la explicación materialista
unilateral, que atribuía a los marxistas, por una interpelación espiritualista igualmente
unidimensional.
Si el calvinismo constituyó el factor más importante del ascenso del capitalismo en el
mundo occidental, entonces se plantea la siguiente pregunta: ¿Por qué el capitalismo no
surgió en otras sociedades? Al esforzarse por responder a tal pregunta, Weber se topó con
las barreras espirituales y materiales que impedían el ascenso del capitalismo. Vamos a
considerar brevemente el análisis que Weber hace de estos obstáculos en dos sociedades:
la china y la india.

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