Sin Cumpleaños No Hay Integración

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Sin cumpleaños no hay integración

Sinasi Dikmen
Traducción Alberto Vital
(1982)

Después de cada fiesta de cumpleaños en Alemania a la que me han invitado, siempre es el


mismo teatro. Desde hace algún tiempo ya no acepto de plano las invitaciones de
cumpleaños, pues sé perfectamente que, si voy, el famoso torbellino de preguntas volverá a
sacudirme:
- ¿Y tú por qué no celebras tu cumpleaños?
- No tienes que ser ahorrativo hasta ese grado.
- ¿Quieres regresar a Turquía lo más pronto posible?
- ¿En Turquía no se festejan los cumpleaños? ¿Por qué no?
Di cada vez una respuesta distinta. “No me gusta”, dije, “que sólo nos juntemos por los
cumpleaños”. He dicho que “las fiestas de cumpleaños son un invento de la sociedad de
consumo; no necesitamos ningún pretexto si nos queremos encontrar”. No hay remedio. Ya
sé que mis conocidos alemanes quieren verme completamente integrado en su sociedad.
Pero mientras no celebre mi cumpleaños fracasará este intento de integración. Lo único que
me falta es este pinche cumpleaños. No puedo decirles la verdad a mis conocidos alemanes,
precisamente por que sólo son conocidos y no amigos.
Antes de llegar a Alemania no sabía que un día cualquiera en la vida de una persona
podía ser tan importante. Mi futuro en Alemania depende de esta fecha. Pero hasta donde
sé yo no tengo cumpleaños. En mi pasaporte hay una fecha, pero sólo está ahí para que los
alemanes no crean que todavía no nazco.
Si celebro mi cumpleaños, quiero divertirme. ¿Y cómo puedo divertirme si celebro mi
cumpleaños un día en el que muy probablemente no nací?
Para averiguar la fecha me fui de vacaciones a Turquía el año pasado. ¿Pero por dónde
debía empezar? ¿En la oficina de Registro Civil? Ahí sólo han de conocer la fecha oficial de
nacimiento. Porque ya tengo una fecha de nacimiento. “Olvídalo, Sinasi”, pensé para mí;
“mejor pregúntales a tus parientes más cercanos: madre, hermana, tío, tía, cuñado”. Y, así,
empecé por mi madre. Como todas las demás madres turcas, mi madre es paciente y
amorosa. No sabe leer ni escribir. Ha parido dieciséis veces y sólo le viven cinco hijos. Ha
trabajado y parido niños toda la vida, a uno en el bosque, a otro en el campo, a otro en la
escalera mientras acarreaba agua; en todo caso, a ninguno en el hospital, en una cama
acogedora y suave, rodeada de enfermeras y parteras especializadas. Es una de esas madres
turcas que hacen todo lo que quiere su esposo.
Inmediatamente después de besar sus manos llenas de callos, le hice la pregunta:
- Dime, madre, ¿te acuerdas cuándo me trajiste al mundo?
- Mi querido Sinasi, ¿tiene tanta importancia para tu vida que me hagas luego
luego esa pregunta estúpida? ¿No quieres comer primero? Recorriste un camino
muy largo. Te preparé tus rollos de col con ajo; de seguro que eso no lo comiste
en Teutonia.
- No madre, - le dije-; la comida puede esperar.
Quiero saber a toda costa cuándo me trajiste al mundo.
- No tan de prisa, Sinasi. ¿Tanto daño te han hecho los alemanes que ya no puedes
pensar ni en tu plato favorito? He oído que los alemanes sólo piensan en el
trabajo, ¿es cierto? ¿Son tan laboriosos que no pueden vivir sin el trabajo o son
tan torpes que nunca pueden terminarlo?
- Madre, los alemanes ya no piensan sólo en el trabajo. La generación vieja piensa
en los viejos tiempos y en los carros.
- ¿Qué? ¿En el chupe? Eso es muy malo, Sinasi, muy malo. Dios te proteja de esa
gente. ¿Tú no tomas? Qué bueno. Tu padre tampoco bebía. Mi querido Sinasi,
quien sólo piensa en el trabajo es un poseso, y el poseso ya no es un ser humano.
Para ser y seguir siendo un hombre es necesario poder pensar en las demás
cosas, en las flores, el campo, el vecino más próximo, las vacas, los árboles, te
traje al mundo?... Déjame pensarlo.
Mi madre se quedó pensando más de media hora. Mientras tanto hizo una ensalada al
pastor. Ensaladas al pastor tan buenas sólo mi mamá las hace, con aceitunas, queso de
oveja, pimiento morrón, mucho pepino y cebolla.
Después me dijo:
- Sí, mi querido hijo de Teutonia, he reflexionado muy bien para no confundirte
con los otros y creo haber descubierto cuándo te traje al mundo. Naciste el día en
que desapareció nuestro potente toro. Ese día no estaba nadie en la casa. Yo le
dije a tu padre, que Dios tenga en su eterna gloria, que todavía no era tiempo y
que podía irse tranquilo al bosque a cortar leña. Y sí, también él se fue. Aunque
rezongó para sus adentros, no lo tomé en serio; los hombres siempre rezongan
para sus adentros. A tus hermanos los mandé al campo: por un niño no se puede
abandonar el trabajo del campo. Pero tú, tú eras tan intranquilo; a toda costa
querías salir. En pocas palabras, no había nadie en la casa para cuidar al toro y yo
estaba muy ocupada contigo y conmigo. Cuando me di cuenta de que el toro
había desaparecido, tú ya estabas aquí, pero el toro estaba lejos. El toro era uno
de esos de raza fina. Se llamaba Ámbar porque tenía un color como de ámbar.
Todos en el pueblo nos envidiaban por tener un toro como ese y decían: “Caray,
Sari Ahmet tiene un toro de veras”. Sospecho que lo alcanzó algún mal de ojo.
Con la esperanza de sacar aunque fuera la estación del año, le pregunté a mi
madre:
- Querida madre, ¿por qué mandaste a mis hermanos al campo? ¿Qué tenían que
hacer allá?
- ¿Cómo he de saber ahora, hijo mío, qué tenían que hacer tus hermanos en el
campo? Ya pasó mucho tiempo. Yo digo que treinta años, tú dices que veinte.
Podrían haber ido a cortar maíz. ¿Todavía sabes qué es cortar maíz? ¿No se te ha
olvidado aunque ya tienes mucho tiempo en Teutonia? Qué bueno. Pero también
podrían haber cortado trigo o cualquier otra cosa. ¿Para qué quieres saber a
fuerza cuándo te traje al mundo? Desde que estás en Teutonia, hijo mío, has
cambiado enormemente. Eso no le hace bien a tu madre. Todo mundo tiene que
quedarse en su tierra, decía tu padre. Si todavía viviera tu padre, sabría cuándo te
traje al mundo. Tu padre lo sabía todo. Pregúntale a tu hermana mayor; ella ha
de saberlo, fue tres años a la escuela, aunque yo no quería. ¡Qué tiene que hacer
una muchacha en la escuela!
Después de los rollos de col le dije a mi madre que deseaba visitar a mi hermana.
Aunque no dijo nada, de algún modo se sintió ofendida.
Mi hermana se ve igual de vieja que mi madre. Tiene ocho hijos, y cada año les traigo de
Alemania distintos regalos. No sé exactamente cómo se llaman. La única preocupación de mi
hermana, sobre la cual me habla siempre, era y sigue siendo mi casamiento.
- Siéntate – me dijo mi hermana -. ¿Quieres que te haga té? En un segundo está
listo.
- No, gracias.
- Dime, ¿cuándo piensas casarte, tú? Ya es tiempo de que pienses en el
matrimonio, porque si no ya no consigues una muchacha de nuestro pueblo si te
haces tan viejo. ¿O ya tienes una muchacha alemana?
- Todavía no tengo ninguna muchacha alemana. Y, ya que hablas de edad, ¿sabes
cuándo nací?
- Por supuesto que sé cuándo naciste. Pasó así: nuestra madre fue siempre muy
estricta conmigo. Cuando me comprometí con tu cuñado la cosa se puso todavía
peor. Me prohibió verlo y menos todavía conocerlo. Adonde iba yo, hasta ahí me
perseguía nuestra madre. Cuando trabajábamos en el campo no tenía permiso ni
de ir al baño sola. Tú naciste el día que conocí por primera vez a tu cuñado.
Cuando nuestra madre empezó a sentir los dolores del parto, yo me dije: ahora o
nunca. Ella me mandó con la partera tía Fadik. En el camino mandé a tu cuñado
un recado con una muchachita de que me esperara en la troje del tío Mustafa.
Cuando regresé con la partera tía Fadik fui a calentar agua para que bañaran al
niño. Ese completo silencio. Nuestra madre se quedó en la cama de la cocina. Yo
me fui directo a la troje del tío Mustafa, donde debía esperarme tu cuñado. Le
regalé pañuelos en los que había bordado palomas, rosas y corazones. Él me dio
galletas, un dulce de nuestra tierra e higos. No sé cuánto tiempo estuvimos en la
troje. Cuando salí estaba lloviendo a cántaros. Me mojé como rata de campo. En
cuanto llegué a la casa oí los chillidos del niño. Lloraste sin darte reposo. Nuestra
madre no se dio cuenta de que yo ya había visto a tu cuñado.
- ¿Sabes en qué estación pasó todo?
- Ya no me acuerdo. Si lo quieres saber, tienes que preguntárselo a tu cuñado.
Cuando está de buenas se pone a contar de nuestro primer encuentro. Según él
me puse toda roja. Pero no es cierto. Ni siquiera se atrevía a mirarme, tan tímido
era entonces. Si quieres preguntarle tienes que tener paciencia porque se fue de
la ciudad.
Hasta que mi cuñado regresó, estuvimos platicando sobre muchas cosas. Mi hermana
quería saber si las muchachas alemanas son tan libres que cuando vean a un turco lo
abrazan de inmediato. Cuando le dije que no, se puso contenta, no sé por qué.
Mi cuñado conoce una sola labor en su vida, que realiza (tengo que ser honesto y
admitirlo) concienzudamente: hacer hijos.
Después de que mi cuñado y yo intercambiamos un beso de cachete, le dije todo lo que
había oído de labios de mi hermana y le pregunté si sabía cuándo nací.
- ¿Cuándo naciste? Yo sí sé. Cien por ciento. ¿Has de querer saber por qué estoy
seguro al cien por ciento, no es cierto? Mejor te lo cuento desde el principio.
Pero antes que nada quiero aclarar lo que te contó tu hermana sobre nuestro
primer encuentro. Todo lo que te dijo es típica palabrería de vieja. ¿Qué te he
dicho siempre, mi querido cuñado Sinasi? Nunca debes confiar en las viejas, ni
siquiera aunque una de ellas sea tu propia madre. No es cierto que lloviera el día
en que nosotros, tu hermana y yo, nos encontremos por primera vez. Tampoco es
cierto que nos encontramos por primera vez en la troje del tío Mustafa. Fue en la
troje del Hadschi Hasan. Ay, las viejas, las viejas, nunca cuentan la verdad de
verdad sino su propia verdad de viejas.
“Pasemos ahora a tu cumpleaños. Cuando me comprometí con tu hermana, tú
todavía no estabas en este mundo. Oye, vieja, ¿cuándo me comprometí contigo?
¿Pero por qué habías de saberlo tú? Tú no serías capaz ni de decirme qué comiste
ayer. Ni modo, así son las mujeres: pelo largo, pero ideas cortas. En fin, nos
comprometimos en octubre de 1947. En marzo de 1948 me rolaron en el servicio
militar, y entonces tú todavía no estabas en el mundo. En agosto de 1949 vine de
vacaciones. Cuando entré en nuestro departamento, mi padre me dijo: Pascha mío,
luego de que descanses un pco, ve por favor con tus suegros. Tu suegra tuvo anoche
otro niño y ahora está en cama. Fui a la casa de ustedes. Tu madre estaba en cama y
tenía un aspecto miserable. Por supuesto, tu hermana no estaba, pues yo había
anunciado mi visita. Tú todavía no estabas en la cuna, de tan chico que eras.
Entonces tenías el pelo negro. ¿Cuándo vine de vacaciones? Ahora mismo te digo;
espérame un momento, por favor.
Mi cuñado fue por su cédula de identidad y revisó cuándo había tenido vacaciones;
luego siguió contando:
- Aquí está, mira: el 5 de agosto salí de Edirne; entonces el viaje en tren tardaba
dos días; el 7 de agosto llegué al pueblo, donde mi padre me dijo que mi suegra
había tenido un hijo dos días antes. Por lo tanto, tienes que haber nacido el 5 de
agosto de 1949, precisamente cuando yo salía de Edirne.
Pero, por más que quisiera, no podría confiar en mi cuñado, pues me confundía con
un hermano mío ya difunto. El día que mi cuñado me daba como el de mi nacimiento, vino
al mundo alguien de la familia que se llamó Ibrahim y que murió el 2 de marzo de 1950. En
su lápida está escrito cuándo nació y cuándo murió.
De ahí me encaminé a casa de mi tío, el hermano de mi padre. A él le traje hojas de
rasurar de Alemania, pues tiene una barba cerrada y sólo puede rasurarse con hojas de
Alemania. Él dice que las hojas de rasurar de Alemania son incluso las mejores del mundo,
igual que los carros y las máquinas. Mi tío sigue siendo político de cuerpo entero. Fue
miembro de todos los partidos turcos. La mayor parte del tiempo aguantó en el Partido
Demócrata, que ahora está prohibido. En casa tiene todavía una foto de Menderes, a quien
ahorcó el tribunal del ejército. Pero ahora los partidos cambian cada año.
- ¿Y? – me dijo después de que le besé la mano -, ¿todavía están en el poder los
socialdemócratas, esos hermanastros de los comunistas? ¿Cómo son los partidos
en Alemania? ¿También allá hacen mucho ruido por una curul?
- En Alemania los partidos son muy razonables, tío – le dije-. Parecen haberse
puesto de acuerdo para que cada uno llegue al poder cada veinte años.
- Típicamente alemán. Los alemanes planean todo y son muy disciplinados. Oí
decir que después de la Segunda Guerra Mundial el canciller alemán, el viejo (de
momento no me acuerdo cómo se llama), apeló al pueblo alemán y le dijo que
cada familia debía comer un solo huevo diario. Y las familias alemanas no
intentaron comer un segundo huevo. ¿Siguen siendo igual de disciplinados?
- No, tío; se volvieron más flojos desde que los turcos trabajan en Alemania. Los
turcos los echaron a perder.
- Lástima por el pueblo alemán.
- Tío, tengo para ti una pregunta importante. Quisiera que me dijeras cuándo nací.
¿Puedes decírmelo?
- No te puedo decir el día exacto porque cuando naciste no pasó nada
políticamente importante ni en Turquía ni en el mundo. Mi hijo Selim nació el
primero de junio de 1950, después de que Menderes ganó las elecciones con
nuestro legendario Partido Demócrata. Tú eres dos años mayor que Selim. Mi hija
nació el 9 de mayo de 1945. Tú eres tres años más joven que ella. Entonces, digo,
yo, tienes que haber nacido en 1948, pues si no no podrías ser dos años más
viejo que él y tres años menor que ella. ¿Pero para qué quieres saber todo eso
ahora?
- Tú ya conoces a los alemanes, tío, que todo lo quieren saber con mucha
precisión. Tengo una fecha de nacimiento en mi pasaporte, pero hasta donde sé
tampoco ésa es la correcta.
- Así es. Cuando querías ir a la secundaria eras tan joven que tuvimos que hacerte
legalmente dos años más viejo en presencia de dos testigos para que pudieras
entrar a la escuela. Según tu primera cédula de identidad, naciste en 1947, pero
como te digo, ésa no fue la fecha correcta. ¿Sabes qué debes hacer? Ve con tu
profesor de la primaria; él tiene que saberlo. De seguro lo encuentras en el salón
de maestros.
Al día siguiente viajé a la ciudad. Como dijo mi tío, encontré al profesor en el salón de
maestros. Igual que todos los funcionarios turcos, que no saben qué hacer cuando los
pensionan, también mi maestro había envejecido mucho en ese lapso. Tenía dos anteojos
sobre la nariz para poder leer el periódico. No me reconoció. Se había vuelto duro de oído y
me preguntó cuatro o cinco veces quién era yo.
- ¿Quién eres? Habla fuerte.
- Soy Sinasi, hijo de Sari Ahmet, de Kiyiköy.
- Pero no necesitas gritar. Te dije un poco más alto.
Bueno, tú eres Sinasi. ¿Qué haces aquí? Oí que trabajas en Alemania. Platícame de
Alemania. ¿Es cierto que los turcos tienen muchos problemas en Alemania?
- No es cierto. En Alemania los turcos sólo tienen problemas de cumpleaños.
- Qué cosa. Los periódicos turcos han de escribir siempre cosas falsas. ¿Y qué hay
con los niños turcos? ¿Tampoco ellos tienen problemas?
- Así es, tampoco tienen problemas. Usted mismo ha dicho que el que quiere
aprender aprende.
- Tiene razón. El que quiere aprender aprende.
Para que no entendieran las demás personas presentes en el salón, le pregunté quedito
sobre mi fecha de cumpleaños:
- ¿Sabe usted cuándo es mi cumpleaños?
- ¿Qué si sé qué? – gritó - . ¿El día de tu aniversario de bodas? No me invitaste.
¿Cuántos hijos tienes?
- No tengo hijos. Todavía soy soltero. Quería saber cuándo nací.
No pareció haber entendido mi pregunta.
- Bueno, así es todavía más fácil. Para saber el día de tu aniversario de bodas,
primero necesitas casarte. Me gustaría que me invitaras, ¿me entendiste, Sinasi?
No seas tan majadero como otros que vienen de Alemania. Todos los que
trabajan en Alemania son unos majaderos porque tienen mucho dinero. Por
cierto, ¿hace cuánto que murió tu padre? Era un hombre muy amable. Sé como
tu padre.
Me puse de pie. Quería irme. Mi viejo maestro levantó otra vez despacio la cabeza y me
miró un rato.
- Sinasi, ¿qué aprenden los niños alemanes en la escuela como historia nacional
entre 1933 y 1945?
- No tengo la menor idea. Ni siquiera los padres alemanes tienen la menor idea,
según me dijeron.
- ¿Quéee? – dijo- . Los alemanes mismos no tienen la menor idea. No es posible.
Mi última esperanza era el más viejo del pueblo. Lo llamamos Alaman Tüfegi, lo que
significa “fusil alemán”, porque peleó en Galicia al lado de los alemanes y todavía está muy
orgulloso de eso. Con los que trabajamos en Alemania es más platicador que con los demás.
Sigue hablándonos con su lengua alemana militar que aprendió en Galicia.
Antes de mi viaje a Alemania me llamó y me dijo: “Bueno, Sinasi, mañana viajas a
Teutonia; ¿sabesalemano?” Yo dije: “No”. Me enseñó algunas palabras alemanas: ¡Firmes!,
¡en descanso!, sí pues. “Qué lástima”, me dijo, “que ya no soy lo bastante joven; si no,
también me habría ido al país donde viven los hombres más intrépidos y honestos del
mundo”.
Lo encontré en cuclillas y apoyado en la barda de su jardín. Para su edad era todavía
bastante robusto.
- Sinasi, ¿desde cuándo estás otra vez en el país? ¿Qué fue de mis amigos? ¿Aún
no tienen planes de hacer otra guerra?
- No, Tata, ahora tus amigos hacen negocios; los judios hacen guerras.
- Los judíos, los judíos. A últimas fechas sólo oigo decir qué valientes son los judíos.
Los judíos nunca habrían podido ganar una guerra si los árabes fueran un poquito
más viriles. Sólo los turcos y mis amigos los alemanes pueden hacer una guerra.
Los alemanes son tan valientes como nosotros.
Le di cigarros alemanes con filtro. Excepto cigarros alemanes, jamás fumaba cigarros con
filtro.
- Tata- le dije-. Tengo que pedirte una cosa. Necesito saber a fuerza cuándo es el
día de mi cumpleaños. Ya conoces a tus amigos: quieren saberlo todo. Tengo
dificultades con ellos porque no puedo decir cuándo nací.
- Como bien dices, los alemanes son mis mejores amigos. Son hombres
agradecidos y nunca olvidan nada. Como los ayudamos en la Primera Guerra
Mundial, ahora ellos nos ayudan. Se llevan a nuestros hombres a su patria para
que nuestros pobres ganen algo. ¿Qué quieren saber de ti? Quieren saber tu
cumpleaños. Una vez tuve en Galicia un capitán que se llamaba von Graf. Tenía
cabellos como trigo y ojos como el mar. Una vez me preguntó cómo me llamaba.
Le contesté – en posición de firmes y por supuesto en alemán- “Me llamo Ali,
señor capitán”. Entonces quiso saber qué edad tenía. Le dije que no sabía. Me
preguntó cuándo nací. Le dije “Nací, señor capitán, una semana después de que
el lobo se devoró a nuestro macho cabrío negro en el bosque”. Se rió y se rió, no
sé por qué. ¿Ahora quieren saber de ti cuándo naciste? ¿El que te pregunta se
llama de casualidad von Graf?
- No me lo pregunta un solo alemán. Todos los alemanes que conozco quieren
saberlo.
- ¿Todos? ¡Caray!, el capitán von Graf. Ese fue el que enseñó a todos los alemanes
a preguntar a los turcos por el día de su cumpleaños. Sinasi, ¿qué número eres
entre los hijos de Sari Ahmet?
- Soy el séptimo.
- Es difícil de decir. Ven, vamos a tomar té primero.
Fui con el Alaman Tüfegi a su casa para tomar té. Bebimos juntos una tetera. Después
volvió a hablar.
- Naciste el día en que vino al pueblo el gobernador de la ciudad. Hacía mucho
calor. Él entonces regidor del pueblo me comisionó para ofrecerle Airan, la
bebida de yoghurt, al gobernador, que tenía muy mala fama. El gobernador tenía
una cabeza como un espejo. Vino con toda su gente, que se paró detrás de él y
nomás asentía con la cabeza. Él bebió Airan lukluk y dijo que no estaba bueno,
aunque el Airan estaba hecho de leche pura de cabra. Me dio muchísimo coraje.
Eso no me lo había dicho ni mi estricto capitán alemán. Aquel cómico y miserable
gobernador nos miró a todos con desprecio, como si fuéramos bichos rarísimos, y
se fue sin dirigirnos un discurso. Mis amigos, en su idioma, llaman “culeros” a
esos idiotas. No sé si los siguen llamando así. El gobernador se fue sin decir adiós.
“Cuando regresé a la casa, de malas y cansado, me dijo mi mujer, que en paz descanse:
‘Oye, Viejo, la pobre mujer de Sari Ahmet tuvo otro parto. Es su séptimo hijo. Tengo que
ir a visitarla’. Entonces fui con ustedes. Tú eras ese niño.
- Tata, necesito saber la estación. ¿Cuándo vino al pueblo ese gobernador feo?
- Yo digo que ese gobernador miserable tiene que haber venido al pueblo en julio.
Pero también podría haber sido en agosto. También en agosto hace mucho calor.
Claro que sería mucho mejor que le preguntaras personalmente. ¿Será que
todavía vive?
Quería seguir hablando sobre el tema con el más viejo del pueblo, pero él ya no tenía
ganas de platicar sobre mi cumpleaños.
- Los alemanes son mis amigos, pero también ellos son sólo hombres y están un
poco locos. Quieren tener todo por escrito. No se lo tomes a mal. Pásate por acá
mañana si no tienes otra cosa que hacer. Te contaré más sobre mi capitán von
Graf. Él también tenía muchas cosas locas.
A pesar de todos los esfuerzos no me fue posible descubrir cuándo vine al mundo.
Como a todos los alemanes, también a mí me parió una madre. Espero que eso baste
para ser integrado. De todos modos, no tengo ningunas ganas de celebrar cumpleaños
como lo hacen los alemanes.

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