Sinasi visita a su familia en Turquía para averiguar la fecha de su cumpleaños, ya que en Alemania donde vive, celebrar el cumpleaños es importante para integrarse a la sociedad. Sin embargo, su madre, hermana y cuñado no pueden darle una fecha exacta debido a que nació en casa en condiciones rurales y no recuerdan bien la estación del año. Tampoco hay registros oficiales que confirmen la fecha. Sinasi se da cuenta que determinar su fecha de nacimiento será más difícil de lo esperado.
Sinasi visita a su familia en Turquía para averiguar la fecha de su cumpleaños, ya que en Alemania donde vive, celebrar el cumpleaños es importante para integrarse a la sociedad. Sin embargo, su madre, hermana y cuñado no pueden darle una fecha exacta debido a que nació en casa en condiciones rurales y no recuerdan bien la estación del año. Tampoco hay registros oficiales que confirmen la fecha. Sinasi se da cuenta que determinar su fecha de nacimiento será más difícil de lo esperado.
Sinasi visita a su familia en Turquía para averiguar la fecha de su cumpleaños, ya que en Alemania donde vive, celebrar el cumpleaños es importante para integrarse a la sociedad. Sin embargo, su madre, hermana y cuñado no pueden darle una fecha exacta debido a que nació en casa en condiciones rurales y no recuerdan bien la estación del año. Tampoco hay registros oficiales que confirmen la fecha. Sinasi se da cuenta que determinar su fecha de nacimiento será más difícil de lo esperado.
Sinasi visita a su familia en Turquía para averiguar la fecha de su cumpleaños, ya que en Alemania donde vive, celebrar el cumpleaños es importante para integrarse a la sociedad. Sin embargo, su madre, hermana y cuñado no pueden darle una fecha exacta debido a que nació en casa en condiciones rurales y no recuerdan bien la estación del año. Tampoco hay registros oficiales que confirmen la fecha. Sinasi se da cuenta que determinar su fecha de nacimiento será más difícil de lo esperado.
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Sin cumpleaños no hay integración
Sinasi Dikmen Traducción Alberto Vital (1982)
Después de cada fiesta de cumpleaños en Alemania a la que me han invitado, siempre es el
mismo teatro. Desde hace algún tiempo ya no acepto de plano las invitaciones de cumpleaños, pues sé perfectamente que, si voy, el famoso torbellino de preguntas volverá a sacudirme: - ¿Y tú por qué no celebras tu cumpleaños? - No tienes que ser ahorrativo hasta ese grado. - ¿Quieres regresar a Turquía lo más pronto posible? - ¿En Turquía no se festejan los cumpleaños? ¿Por qué no? Di cada vez una respuesta distinta. “No me gusta”, dije, “que sólo nos juntemos por los cumpleaños”. He dicho que “las fiestas de cumpleaños son un invento de la sociedad de consumo; no necesitamos ningún pretexto si nos queremos encontrar”. No hay remedio. Ya sé que mis conocidos alemanes quieren verme completamente integrado en su sociedad. Pero mientras no celebre mi cumpleaños fracasará este intento de integración. Lo único que me falta es este pinche cumpleaños. No puedo decirles la verdad a mis conocidos alemanes, precisamente por que sólo son conocidos y no amigos. Antes de llegar a Alemania no sabía que un día cualquiera en la vida de una persona podía ser tan importante. Mi futuro en Alemania depende de esta fecha. Pero hasta donde sé yo no tengo cumpleaños. En mi pasaporte hay una fecha, pero sólo está ahí para que los alemanes no crean que todavía no nazco. Si celebro mi cumpleaños, quiero divertirme. ¿Y cómo puedo divertirme si celebro mi cumpleaños un día en el que muy probablemente no nací? Para averiguar la fecha me fui de vacaciones a Turquía el año pasado. ¿Pero por dónde debía empezar? ¿En la oficina de Registro Civil? Ahí sólo han de conocer la fecha oficial de nacimiento. Porque ya tengo una fecha de nacimiento. “Olvídalo, Sinasi”, pensé para mí; “mejor pregúntales a tus parientes más cercanos: madre, hermana, tío, tía, cuñado”. Y, así, empecé por mi madre. Como todas las demás madres turcas, mi madre es paciente y amorosa. No sabe leer ni escribir. Ha parido dieciséis veces y sólo le viven cinco hijos. Ha trabajado y parido niños toda la vida, a uno en el bosque, a otro en el campo, a otro en la escalera mientras acarreaba agua; en todo caso, a ninguno en el hospital, en una cama acogedora y suave, rodeada de enfermeras y parteras especializadas. Es una de esas madres turcas que hacen todo lo que quiere su esposo. Inmediatamente después de besar sus manos llenas de callos, le hice la pregunta: - Dime, madre, ¿te acuerdas cuándo me trajiste al mundo? - Mi querido Sinasi, ¿tiene tanta importancia para tu vida que me hagas luego luego esa pregunta estúpida? ¿No quieres comer primero? Recorriste un camino muy largo. Te preparé tus rollos de col con ajo; de seguro que eso no lo comiste en Teutonia. - No madre, - le dije-; la comida puede esperar. Quiero saber a toda costa cuándo me trajiste al mundo. - No tan de prisa, Sinasi. ¿Tanto daño te han hecho los alemanes que ya no puedes pensar ni en tu plato favorito? He oído que los alemanes sólo piensan en el trabajo, ¿es cierto? ¿Son tan laboriosos que no pueden vivir sin el trabajo o son tan torpes que nunca pueden terminarlo? - Madre, los alemanes ya no piensan sólo en el trabajo. La generación vieja piensa en los viejos tiempos y en los carros. - ¿Qué? ¿En el chupe? Eso es muy malo, Sinasi, muy malo. Dios te proteja de esa gente. ¿Tú no tomas? Qué bueno. Tu padre tampoco bebía. Mi querido Sinasi, quien sólo piensa en el trabajo es un poseso, y el poseso ya no es un ser humano. Para ser y seguir siendo un hombre es necesario poder pensar en las demás cosas, en las flores, el campo, el vecino más próximo, las vacas, los árboles, te traje al mundo?... Déjame pensarlo. Mi madre se quedó pensando más de media hora. Mientras tanto hizo una ensalada al pastor. Ensaladas al pastor tan buenas sólo mi mamá las hace, con aceitunas, queso de oveja, pimiento morrón, mucho pepino y cebolla. Después me dijo: - Sí, mi querido hijo de Teutonia, he reflexionado muy bien para no confundirte con los otros y creo haber descubierto cuándo te traje al mundo. Naciste el día en que desapareció nuestro potente toro. Ese día no estaba nadie en la casa. Yo le dije a tu padre, que Dios tenga en su eterna gloria, que todavía no era tiempo y que podía irse tranquilo al bosque a cortar leña. Y sí, también él se fue. Aunque rezongó para sus adentros, no lo tomé en serio; los hombres siempre rezongan para sus adentros. A tus hermanos los mandé al campo: por un niño no se puede abandonar el trabajo del campo. Pero tú, tú eras tan intranquilo; a toda costa querías salir. En pocas palabras, no había nadie en la casa para cuidar al toro y yo estaba muy ocupada contigo y conmigo. Cuando me di cuenta de que el toro había desaparecido, tú ya estabas aquí, pero el toro estaba lejos. El toro era uno de esos de raza fina. Se llamaba Ámbar porque tenía un color como de ámbar. Todos en el pueblo nos envidiaban por tener un toro como ese y decían: “Caray, Sari Ahmet tiene un toro de veras”. Sospecho que lo alcanzó algún mal de ojo. Con la esperanza de sacar aunque fuera la estación del año, le pregunté a mi madre: - Querida madre, ¿por qué mandaste a mis hermanos al campo? ¿Qué tenían que hacer allá? - ¿Cómo he de saber ahora, hijo mío, qué tenían que hacer tus hermanos en el campo? Ya pasó mucho tiempo. Yo digo que treinta años, tú dices que veinte. Podrían haber ido a cortar maíz. ¿Todavía sabes qué es cortar maíz? ¿No se te ha olvidado aunque ya tienes mucho tiempo en Teutonia? Qué bueno. Pero también podrían haber cortado trigo o cualquier otra cosa. ¿Para qué quieres saber a fuerza cuándo te traje al mundo? Desde que estás en Teutonia, hijo mío, has cambiado enormemente. Eso no le hace bien a tu madre. Todo mundo tiene que quedarse en su tierra, decía tu padre. Si todavía viviera tu padre, sabría cuándo te traje al mundo. Tu padre lo sabía todo. Pregúntale a tu hermana mayor; ella ha de saberlo, fue tres años a la escuela, aunque yo no quería. ¡Qué tiene que hacer una muchacha en la escuela! Después de los rollos de col le dije a mi madre que deseaba visitar a mi hermana. Aunque no dijo nada, de algún modo se sintió ofendida. Mi hermana se ve igual de vieja que mi madre. Tiene ocho hijos, y cada año les traigo de Alemania distintos regalos. No sé exactamente cómo se llaman. La única preocupación de mi hermana, sobre la cual me habla siempre, era y sigue siendo mi casamiento. - Siéntate – me dijo mi hermana -. ¿Quieres que te haga té? En un segundo está listo. - No, gracias. - Dime, ¿cuándo piensas casarte, tú? Ya es tiempo de que pienses en el matrimonio, porque si no ya no consigues una muchacha de nuestro pueblo si te haces tan viejo. ¿O ya tienes una muchacha alemana? - Todavía no tengo ninguna muchacha alemana. Y, ya que hablas de edad, ¿sabes cuándo nací? - Por supuesto que sé cuándo naciste. Pasó así: nuestra madre fue siempre muy estricta conmigo. Cuando me comprometí con tu cuñado la cosa se puso todavía peor. Me prohibió verlo y menos todavía conocerlo. Adonde iba yo, hasta ahí me perseguía nuestra madre. Cuando trabajábamos en el campo no tenía permiso ni de ir al baño sola. Tú naciste el día que conocí por primera vez a tu cuñado. Cuando nuestra madre empezó a sentir los dolores del parto, yo me dije: ahora o nunca. Ella me mandó con la partera tía Fadik. En el camino mandé a tu cuñado un recado con una muchachita de que me esperara en la troje del tío Mustafa. Cuando regresé con la partera tía Fadik fui a calentar agua para que bañaran al niño. Ese completo silencio. Nuestra madre se quedó en la cama de la cocina. Yo me fui directo a la troje del tío Mustafa, donde debía esperarme tu cuñado. Le regalé pañuelos en los que había bordado palomas, rosas y corazones. Él me dio galletas, un dulce de nuestra tierra e higos. No sé cuánto tiempo estuvimos en la troje. Cuando salí estaba lloviendo a cántaros. Me mojé como rata de campo. En cuanto llegué a la casa oí los chillidos del niño. Lloraste sin darte reposo. Nuestra madre no se dio cuenta de que yo ya había visto a tu cuñado. - ¿Sabes en qué estación pasó todo? - Ya no me acuerdo. Si lo quieres saber, tienes que preguntárselo a tu cuñado. Cuando está de buenas se pone a contar de nuestro primer encuentro. Según él me puse toda roja. Pero no es cierto. Ni siquiera se atrevía a mirarme, tan tímido era entonces. Si quieres preguntarle tienes que tener paciencia porque se fue de la ciudad. Hasta que mi cuñado regresó, estuvimos platicando sobre muchas cosas. Mi hermana quería saber si las muchachas alemanas son tan libres que cuando vean a un turco lo abrazan de inmediato. Cuando le dije que no, se puso contenta, no sé por qué. Mi cuñado conoce una sola labor en su vida, que realiza (tengo que ser honesto y admitirlo) concienzudamente: hacer hijos. Después de que mi cuñado y yo intercambiamos un beso de cachete, le dije todo lo que había oído de labios de mi hermana y le pregunté si sabía cuándo nací. - ¿Cuándo naciste? Yo sí sé. Cien por ciento. ¿Has de querer saber por qué estoy seguro al cien por ciento, no es cierto? Mejor te lo cuento desde el principio. Pero antes que nada quiero aclarar lo que te contó tu hermana sobre nuestro primer encuentro. Todo lo que te dijo es típica palabrería de vieja. ¿Qué te he dicho siempre, mi querido cuñado Sinasi? Nunca debes confiar en las viejas, ni siquiera aunque una de ellas sea tu propia madre. No es cierto que lloviera el día en que nosotros, tu hermana y yo, nos encontremos por primera vez. Tampoco es cierto que nos encontramos por primera vez en la troje del tío Mustafa. Fue en la troje del Hadschi Hasan. Ay, las viejas, las viejas, nunca cuentan la verdad de verdad sino su propia verdad de viejas. “Pasemos ahora a tu cumpleaños. Cuando me comprometí con tu hermana, tú todavía no estabas en este mundo. Oye, vieja, ¿cuándo me comprometí contigo? ¿Pero por qué habías de saberlo tú? Tú no serías capaz ni de decirme qué comiste ayer. Ni modo, así son las mujeres: pelo largo, pero ideas cortas. En fin, nos comprometimos en octubre de 1947. En marzo de 1948 me rolaron en el servicio militar, y entonces tú todavía no estabas en el mundo. En agosto de 1949 vine de vacaciones. Cuando entré en nuestro departamento, mi padre me dijo: Pascha mío, luego de que descanses un pco, ve por favor con tus suegros. Tu suegra tuvo anoche otro niño y ahora está en cama. Fui a la casa de ustedes. Tu madre estaba en cama y tenía un aspecto miserable. Por supuesto, tu hermana no estaba, pues yo había anunciado mi visita. Tú todavía no estabas en la cuna, de tan chico que eras. Entonces tenías el pelo negro. ¿Cuándo vine de vacaciones? Ahora mismo te digo; espérame un momento, por favor. Mi cuñado fue por su cédula de identidad y revisó cuándo había tenido vacaciones; luego siguió contando: - Aquí está, mira: el 5 de agosto salí de Edirne; entonces el viaje en tren tardaba dos días; el 7 de agosto llegué al pueblo, donde mi padre me dijo que mi suegra había tenido un hijo dos días antes. Por lo tanto, tienes que haber nacido el 5 de agosto de 1949, precisamente cuando yo salía de Edirne. Pero, por más que quisiera, no podría confiar en mi cuñado, pues me confundía con un hermano mío ya difunto. El día que mi cuñado me daba como el de mi nacimiento, vino al mundo alguien de la familia que se llamó Ibrahim y que murió el 2 de marzo de 1950. En su lápida está escrito cuándo nació y cuándo murió. De ahí me encaminé a casa de mi tío, el hermano de mi padre. A él le traje hojas de rasurar de Alemania, pues tiene una barba cerrada y sólo puede rasurarse con hojas de Alemania. Él dice que las hojas de rasurar de Alemania son incluso las mejores del mundo, igual que los carros y las máquinas. Mi tío sigue siendo político de cuerpo entero. Fue miembro de todos los partidos turcos. La mayor parte del tiempo aguantó en el Partido Demócrata, que ahora está prohibido. En casa tiene todavía una foto de Menderes, a quien ahorcó el tribunal del ejército. Pero ahora los partidos cambian cada año. - ¿Y? – me dijo después de que le besé la mano -, ¿todavía están en el poder los socialdemócratas, esos hermanastros de los comunistas? ¿Cómo son los partidos en Alemania? ¿También allá hacen mucho ruido por una curul? - En Alemania los partidos son muy razonables, tío – le dije-. Parecen haberse puesto de acuerdo para que cada uno llegue al poder cada veinte años. - Típicamente alemán. Los alemanes planean todo y son muy disciplinados. Oí decir que después de la Segunda Guerra Mundial el canciller alemán, el viejo (de momento no me acuerdo cómo se llama), apeló al pueblo alemán y le dijo que cada familia debía comer un solo huevo diario. Y las familias alemanas no intentaron comer un segundo huevo. ¿Siguen siendo igual de disciplinados? - No, tío; se volvieron más flojos desde que los turcos trabajan en Alemania. Los turcos los echaron a perder. - Lástima por el pueblo alemán. - Tío, tengo para ti una pregunta importante. Quisiera que me dijeras cuándo nací. ¿Puedes decírmelo? - No te puedo decir el día exacto porque cuando naciste no pasó nada políticamente importante ni en Turquía ni en el mundo. Mi hijo Selim nació el primero de junio de 1950, después de que Menderes ganó las elecciones con nuestro legendario Partido Demócrata. Tú eres dos años mayor que Selim. Mi hija nació el 9 de mayo de 1945. Tú eres tres años más joven que ella. Entonces, digo, yo, tienes que haber nacido en 1948, pues si no no podrías ser dos años más viejo que él y tres años menor que ella. ¿Pero para qué quieres saber todo eso ahora? - Tú ya conoces a los alemanes, tío, que todo lo quieren saber con mucha precisión. Tengo una fecha de nacimiento en mi pasaporte, pero hasta donde sé tampoco ésa es la correcta. - Así es. Cuando querías ir a la secundaria eras tan joven que tuvimos que hacerte legalmente dos años más viejo en presencia de dos testigos para que pudieras entrar a la escuela. Según tu primera cédula de identidad, naciste en 1947, pero como te digo, ésa no fue la fecha correcta. ¿Sabes qué debes hacer? Ve con tu profesor de la primaria; él tiene que saberlo. De seguro lo encuentras en el salón de maestros. Al día siguiente viajé a la ciudad. Como dijo mi tío, encontré al profesor en el salón de maestros. Igual que todos los funcionarios turcos, que no saben qué hacer cuando los pensionan, también mi maestro había envejecido mucho en ese lapso. Tenía dos anteojos sobre la nariz para poder leer el periódico. No me reconoció. Se había vuelto duro de oído y me preguntó cuatro o cinco veces quién era yo. - ¿Quién eres? Habla fuerte. - Soy Sinasi, hijo de Sari Ahmet, de Kiyiköy. - Pero no necesitas gritar. Te dije un poco más alto. Bueno, tú eres Sinasi. ¿Qué haces aquí? Oí que trabajas en Alemania. Platícame de Alemania. ¿Es cierto que los turcos tienen muchos problemas en Alemania? - No es cierto. En Alemania los turcos sólo tienen problemas de cumpleaños. - Qué cosa. Los periódicos turcos han de escribir siempre cosas falsas. ¿Y qué hay con los niños turcos? ¿Tampoco ellos tienen problemas? - Así es, tampoco tienen problemas. Usted mismo ha dicho que el que quiere aprender aprende. - Tiene razón. El que quiere aprender aprende. Para que no entendieran las demás personas presentes en el salón, le pregunté quedito sobre mi fecha de cumpleaños: - ¿Sabe usted cuándo es mi cumpleaños? - ¿Qué si sé qué? – gritó - . ¿El día de tu aniversario de bodas? No me invitaste. ¿Cuántos hijos tienes? - No tengo hijos. Todavía soy soltero. Quería saber cuándo nací. No pareció haber entendido mi pregunta. - Bueno, así es todavía más fácil. Para saber el día de tu aniversario de bodas, primero necesitas casarte. Me gustaría que me invitaras, ¿me entendiste, Sinasi? No seas tan majadero como otros que vienen de Alemania. Todos los que trabajan en Alemania son unos majaderos porque tienen mucho dinero. Por cierto, ¿hace cuánto que murió tu padre? Era un hombre muy amable. Sé como tu padre. Me puse de pie. Quería irme. Mi viejo maestro levantó otra vez despacio la cabeza y me miró un rato. - Sinasi, ¿qué aprenden los niños alemanes en la escuela como historia nacional entre 1933 y 1945? - No tengo la menor idea. Ni siquiera los padres alemanes tienen la menor idea, según me dijeron. - ¿Quéee? – dijo- . Los alemanes mismos no tienen la menor idea. No es posible. Mi última esperanza era el más viejo del pueblo. Lo llamamos Alaman Tüfegi, lo que significa “fusil alemán”, porque peleó en Galicia al lado de los alemanes y todavía está muy orgulloso de eso. Con los que trabajamos en Alemania es más platicador que con los demás. Sigue hablándonos con su lengua alemana militar que aprendió en Galicia. Antes de mi viaje a Alemania me llamó y me dijo: “Bueno, Sinasi, mañana viajas a Teutonia; ¿sabesalemano?” Yo dije: “No”. Me enseñó algunas palabras alemanas: ¡Firmes!, ¡en descanso!, sí pues. “Qué lástima”, me dijo, “que ya no soy lo bastante joven; si no, también me habría ido al país donde viven los hombres más intrépidos y honestos del mundo”. Lo encontré en cuclillas y apoyado en la barda de su jardín. Para su edad era todavía bastante robusto. - Sinasi, ¿desde cuándo estás otra vez en el país? ¿Qué fue de mis amigos? ¿Aún no tienen planes de hacer otra guerra? - No, Tata, ahora tus amigos hacen negocios; los judios hacen guerras. - Los judíos, los judíos. A últimas fechas sólo oigo decir qué valientes son los judíos. Los judíos nunca habrían podido ganar una guerra si los árabes fueran un poquito más viriles. Sólo los turcos y mis amigos los alemanes pueden hacer una guerra. Los alemanes son tan valientes como nosotros. Le di cigarros alemanes con filtro. Excepto cigarros alemanes, jamás fumaba cigarros con filtro. - Tata- le dije-. Tengo que pedirte una cosa. Necesito saber a fuerza cuándo es el día de mi cumpleaños. Ya conoces a tus amigos: quieren saberlo todo. Tengo dificultades con ellos porque no puedo decir cuándo nací. - Como bien dices, los alemanes son mis mejores amigos. Son hombres agradecidos y nunca olvidan nada. Como los ayudamos en la Primera Guerra Mundial, ahora ellos nos ayudan. Se llevan a nuestros hombres a su patria para que nuestros pobres ganen algo. ¿Qué quieren saber de ti? Quieren saber tu cumpleaños. Una vez tuve en Galicia un capitán que se llamaba von Graf. Tenía cabellos como trigo y ojos como el mar. Una vez me preguntó cómo me llamaba. Le contesté – en posición de firmes y por supuesto en alemán- “Me llamo Ali, señor capitán”. Entonces quiso saber qué edad tenía. Le dije que no sabía. Me preguntó cuándo nací. Le dije “Nací, señor capitán, una semana después de que el lobo se devoró a nuestro macho cabrío negro en el bosque”. Se rió y se rió, no sé por qué. ¿Ahora quieren saber de ti cuándo naciste? ¿El que te pregunta se llama de casualidad von Graf? - No me lo pregunta un solo alemán. Todos los alemanes que conozco quieren saberlo. - ¿Todos? ¡Caray!, el capitán von Graf. Ese fue el que enseñó a todos los alemanes a preguntar a los turcos por el día de su cumpleaños. Sinasi, ¿qué número eres entre los hijos de Sari Ahmet? - Soy el séptimo. - Es difícil de decir. Ven, vamos a tomar té primero. Fui con el Alaman Tüfegi a su casa para tomar té. Bebimos juntos una tetera. Después volvió a hablar. - Naciste el día en que vino al pueblo el gobernador de la ciudad. Hacía mucho calor. Él entonces regidor del pueblo me comisionó para ofrecerle Airan, la bebida de yoghurt, al gobernador, que tenía muy mala fama. El gobernador tenía una cabeza como un espejo. Vino con toda su gente, que se paró detrás de él y nomás asentía con la cabeza. Él bebió Airan lukluk y dijo que no estaba bueno, aunque el Airan estaba hecho de leche pura de cabra. Me dio muchísimo coraje. Eso no me lo había dicho ni mi estricto capitán alemán. Aquel cómico y miserable gobernador nos miró a todos con desprecio, como si fuéramos bichos rarísimos, y se fue sin dirigirnos un discurso. Mis amigos, en su idioma, llaman “culeros” a esos idiotas. No sé si los siguen llamando así. El gobernador se fue sin decir adiós. “Cuando regresé a la casa, de malas y cansado, me dijo mi mujer, que en paz descanse: ‘Oye, Viejo, la pobre mujer de Sari Ahmet tuvo otro parto. Es su séptimo hijo. Tengo que ir a visitarla’. Entonces fui con ustedes. Tú eras ese niño. - Tata, necesito saber la estación. ¿Cuándo vino al pueblo ese gobernador feo? - Yo digo que ese gobernador miserable tiene que haber venido al pueblo en julio. Pero también podría haber sido en agosto. También en agosto hace mucho calor. Claro que sería mucho mejor que le preguntaras personalmente. ¿Será que todavía vive? Quería seguir hablando sobre el tema con el más viejo del pueblo, pero él ya no tenía ganas de platicar sobre mi cumpleaños. - Los alemanes son mis amigos, pero también ellos son sólo hombres y están un poco locos. Quieren tener todo por escrito. No se lo tomes a mal. Pásate por acá mañana si no tienes otra cosa que hacer. Te contaré más sobre mi capitán von Graf. Él también tenía muchas cosas locas. A pesar de todos los esfuerzos no me fue posible descubrir cuándo vine al mundo. Como a todos los alemanes, también a mí me parió una madre. Espero que eso baste para ser integrado. De todos modos, no tengo ningunas ganas de celebrar cumpleaños como lo hacen los alemanes.