Globalización y Enseñanza Del Derecho
Globalización y Enseñanza Del Derecho
Globalización y Enseñanza Del Derecho
Carlos Peña
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Este mismo fenómeno es descrito por la antropología, para la cual el hecho que
funda la sociedad es la distinción entre lo sagrado y lo profano, una línea divisoria
entre lo que está entregado a la voluntad y aquello incondicionado que escapa a ella.
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Pero no acaban allí los rasgos que son propios de la sociedad moderna. Todavía se
encuentra lo que Tocqueville llamó, en sus estudios sobre La democracia en América,
la pasión por la igualdad, un verdadero torrente, dijo Tocqueville, que anima al capita
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lismo moderno. Esa pasión por la igualdad no equivale, sin embargo —explicó Tocque
ville—, al anhelo de una igualdad estática, al deseo de que en un determinado punto del
tiempo todos lleguen a tener lo mismo de manera más o menos uniforme, sino que la
pasión moderna es una pasión por la igualdad dinámica, según la denominó Elster; es
decir, una pasión por la movilidad social, por la igual posibilidad de cambiar de estatus
en la vida. En las sociedades que se modernizan, la vieja lucha de clases tiende a ser
sustituida por la competencia por el estatus.
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El autor
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En enero del año 2013, una crónica aparecida en The New York Ti-
mes relataba que había disminuido la propensión a postularse para
las escuelas de derecho en Estados Unidos —el país en donde, se
gún observó Tocqueville, los abogados son la aristocracia— en un
38 por ciento con respecto al año 2010. La cifra, continuaba el
diario, se elevaba hasta un alarmante 45 por ciento cuando se
comparaban las tasas de postulación actuales con las del año 2004.
El resultado de este fenómeno fue que las escuelas de derecho —
entre ellas la prestigiosa Stanford Law School— comenzaron a
preguntarse qué demandaba el mercado, cuál era el nuevo paisaje
económico y social en donde se desenvolvía la profesión y qué
modificaciones requerían entonces sus programas. Por su parte,
las escuelas de derecho latinoamericanas —cuyos países han ex
perimentado profundos cambios sociales desde la década de los
ochenta— deberán muy pronto plantearse preguntas parecidas.
¿Cómo deben ser los planes de estudio de las escuelas de dere
cho? ¿Deben enfatizar —como hasta ahora es predominante— la
enseñanza de conceptos, clasificaciones y ejemplos o han de
transmitir, con igual énfasis, destrezas y habilidades? Y en este
último caso, ¿cuáles? ¿Deben promover la lealtad al cliente o al
sistema legal? ¿Los profesores de derecho deben ser académicos
profesionales o abogados de ejercicio que transmitan los secretos de
la profesión a las nuevas generaciones? ¿Cuáles son las expecta
tivas de rol que modelan la profesión en las sociedades que se
vuelven cada vez más complejas?
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«Definiremos como complejo a un conjunto interrelacionado de elementos
cuando ya no es posible que cada uno de ellos se relacione en cualquier momento
con todos los demás, debido a limitaciones inmanentes a la capacidad de interconec
tarlos (…). La complejidad, en el sentido aquí mencionado, significa obligación a la
selección (…)».
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La sociología desde muy temprano llamó la atención acerca del hecho que los
fenómenos sociales no podían comprenderse a cabalidad sin considerar el punto de
vista de los actores. Con la excepción relativa de Durkheim (relativa, porque si bien
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reclamó tratar a «los hechos sociales como cosas» también dedicó sus mejores obras
al análisis de los fenómenos simbólicos), la sociología clásica, tanto anglosajona
como continental, insistió en que el análisis social debía incluir la intencionalidad.
Buena parte de los fenómenos sociales, se observó entonces, no pueden ser descritos
en términos puramente fácticos o empíricos, era necesario suponer cierta actitud por
parte de aquéllos cuya conducta los revelaba.
El caso más característico que muestra esta sugerencia metodológica de la socio
logía es el del dinero. Simmel, por ejemplo, sugiere que no es posible describir una
economía monetaria (como la capitalista que él observó a inicios del siglo xx) sin ex
plicar un fenómeno real, pero intangible, como el valor. ¿A qué se debe el valor? El
valor, explica Simmel, no proviene de la legalidad natural, sino que constituye una
imputación hecha por los seres humanos y sostenida en el intercambio. Esa imputa
ción, explica, no pertenece ni a la naturaleza ni, tampoco, a la mera subjetividad: es
un tercer orden sin cuya inteligencia la vida social no puede ser comprendida. Así
entonces, opina Simmel, no es posible realizar una descripción externa de la econo
mía monetaria. Una descripción de esa índole apenas captaría la materialidad de las
cosas o la dimensión psicológica de cada sujeto, pero en caso alguno ese tercer orden
sobre el que descansa la interacción.
El caso de Simmel no es único, como lo muestra la obra de Spencer, el sociólogo
inglés. Spencer examina el mismo problema del que se ocupó Simmel. El papel mo
neda. La particularidad del papel moneda deriva del hecho de que su materialidad
carece de todo valor. Nada hay en el papel moneda que justifique el valor indudable
que, sin embargo, en las economías modernas se le atribuye. ¿De dónde deriva en
tonces su valor? Spencer, menos dado a la especulación metafísica o gnoseológica
que Simmel, sugiere que ese valor deriva de la confianza. El sistema social, piensa
Spencer, es un sistema fiduciario: reposa en la fe y en las expectativas que los acto
res depositan en él. Sin referirse a esas expectativas, ninguna descripción del orden
social está completa o es siquiera posible. Los puntos de vista de Simmel y de Spen
cer encuentran continuidad en la obra de Max Weber y la llamada «sociología com
prensiva».
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Ver el capítulo “Los desafíos actuales del paradigma del derecho civil”, en este
mismo volumen.
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Algunos estudios disponibles son Pérez Perdomo, R., Los abogados de Améri-
ca Latina. Una introducción histórica, cit.; Los abogados en Venezuela, Monte Ávi
la, Caracas. 1981; De la Maza, Íñigo (2001), Lawyers: From the State to the Market,
tesis para el grado Master of the Science of Law, Stanford Law School; Peña Gonzá
lez, Carlos (1996), Hacia una caracterización del ethos legal: de nuevo sobre la cul-
tura jurídica chilena, cpu, Santiago. Algunos análisis más recientes son Paik, Heinz
y Southworth (1975), “Political Lawyers: The Structure of a National Network”, en
Law and Social Inquiry, vol. 36, núm. 4, otoño (pp. 892-918); Hain y Piereson
(1975), “Lawyers and Politics Revisited: Structural Advantages of Lawyer-Politi
cians”, en American Journal of Political Science, vol. 19, núm. 1, febrero (pp. 41-
51); Karpik, L. (1988), “Lawyers and Politics in France, 1814-1950: The State, the
Market, and the Public”, en Law and Social Inquiry, vol. 13, núm. 4, otoño (pp. 707-
736); Podmore, D. (1977), “Lawyers and Politics”, en British Journal of Law and
Society, vol. 4, núm. 2, invierno (pp. 155-185).
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«Sin un origen étnico común, racial o herencia religiosa, la identidad america
na es particularmente dependiente de la idea de derecho».
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Entre 1751 (Codex Iuris Bavaricus Criminalis) y 1917 (códigos civiles de Bra
sil y de Panamá) se dictan, entre Europa y América Latina, un total de 157 códigos.
Ver, al respecto, Bravo Lira, B. (1999), “Cronología de la Codificación en Europa y
América, 1751-1997”, en Bravo Lira, B. (ed.), Codificación y descodificación en
Hispanoamérica, Santiago. En la tradición europeo-continental existe el derecho ro
mano canónico, que es un derecho de juristas. Ese derecho es común a los pueblos
europeos y lo era también para América Latina hasta la codificación. La codificación
pretende fijar esa tradición en cuerpos únicos. Pero, es obvio, la codificación también
posee un significado político: mediante el dictado de códigos, los países reafirman su
individualidad. El ejemplo más claro de esto último, en la tradición europea, es la
tardía codificación alemana. Cfr. Pérez Perdomo, R.(1987), Los abogados en Améri-
ca Latina. Una introducción histórica, cit. «A partir de 1811, América Latina se con
vierte en la gran productora de constituciones, un producto novedoso y escaso en la
historia humana hasta ese momento. Cada país recién independizado redactó al me
nos una y, con frecuencia, varias sucesivas. La producción no se detiene en todo el
siglo. Había un conocimiento político que determinaba aproximadamente el conteni
do de las constituciones: organización de las distintas ramas del poder público, dis
tribución del poder entre los órganos centrales y el resto del país, relación del poder
laico y el religioso, declaraciones de los derechos de los ciudadanos. Había modelos
prêt-à-porter en Estados Unidos y Francia, producto de las respectivas revoluciones
de final del siglo xviii. Estaba también la Constitución española de 1812, que estuvo
formalmente vigente sincopadamente en los países hispanoamericanos durante el pe
riodo de la independencia. Los juristas y los políticos latinoamericanos, que conocían
la literatura, no vacilaron en usarla ni tampoco en innovar. En la enorme colección
de constituciones de la región tenemos todos los modelos: monárquicas, republica
nas, presidencialistas, parlamentarias, con presidentes vitalicios que concentraban
mucho del poder público, con ejecutivos débiles y colegiados, centralistas, federales,
confederales, centro-federales, con declaraciones de derechos extensas o brevísimas».
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9
Max Weber (1965), “The chinese literati”, en Gerth y Mills (eds.). From Max
Weber: Essays in Sociology, Oxford, Cap. XVII, citado en Brunner et al. (1983), Los
intelectuales y las instituciones de la cultura, Flacso.
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Mannheim sugirió que mientras la mentalidad utópica se evadía de la realidad
esperando, paradójicamente, trascenderla, la mentalidad ideológica, en cambio, in
tentaba configurar a la realidad, aceptándola.
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Así entonces hay, para resumir lo que hasta aquí hemos avanza
do, tres inconsistencias que configuran la fisonomía de la profe
sión: la que se verifica entre la lealtad al Estado y la lealtad al
cliente (que sugiere Pound); la que se produce al interior de la
dogmática y entre ésta y una jurisprudencia más pragmática
(como el análisis económico del derecho) y, en fin, la que se produ
ce, como lo muestra el caso de Chile, entre el espíritu utópico y el
ánimo ideológico de los juristas. Me parece que subyacen en la
profesión, con matices e intensidades diversas, esas tres inconsis
tencias.
Ahora bien, ¿qué transformaciones sociales ha experimentado
la profesión configurada del modo que acabo de describir? ¿Cuáles
son los procesos por los que atraviesan hoy las profesiones lega
les y cuán adecuadas son las características que reviste la ense
ñanza?
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El crecimiento no es tampoco, como suele creerse, un fenómeno de los últimos
años. Ya en los años noventa muchos países experimentaron un crecimiento explosi
vo (México sobre el 22 por ciento; Australia, 29; Finlandia, 37; España, 41; Irlanda,
81 y Portugal ¡144! Cfr. oecd, Extending the benefits of growth to new groups,
1996). El caso de Estados Unidos de América es especialmente digno de mención:
su población con educación superior entre 1970 y el año 2001 se dobló de 8.5 a 16
millones de estudiantes. Por su parte, los países de la oecd, entre el año 1985 y el
2003 incrementaron su población en un 80 por ciento, pasando de 20 a 36 millones
de estudiantes.
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*Cifras estimadas.
Fuente: Elaboración propia con datos de Rosen, 1992.
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Pérez Perdomo, Los abogados en América Latina (borrador previo a la versión
definitiva de Pérez Perdomo, 2004). Mery, R. (2001). Algunas divergencia frente a
esos datos, pueden hallarse en Santos Pastor, Estudio sobre seguridad jurídica (inédi
to). Las fuentes usadas por Pastor son, en su mayoría, informes de consultoría ema
nados del bid y del Banco Mundial. Cifras distintas pueden ser consultadas en Pérez
Perdomo, R. Las profesiones jurídicas en América Latina. Tendencias de fin de siglo,
1999 (inédito, a ser publicado en Derecho y Sociedad, España).
13
Sobre abogados en Inglaterra, ver Sereviratne, M. (1999).
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En la región de América Latina y el Caribe se observa, desde fines del siglo xx
hasta hoy, y en coincidencia con los procesos de modernización, un fuerte aumento
de la población que cursa estudios terciarios. Mientras que en 1970 lo hacía un 6.3
por ciento de la población (8.1 de hombres y 4.5 de mujeres), en el año 1997 lo hacía
un 19.4 por ciento (20.1 de hombres y 18.7 de mujeres). Ver unesco , 1999a y
unesco, 2010. Se estima que en 1998 unos nueve millones y medio de personas es
taban inscritos en la enseñanza superior en América Latina, de los cuales la mitad
eran mujeres. Un 40 por ciento de ellos están matriculados en las áreas de Ciencias
Sociales, Negocios y Derecho. La situación no ha cambiado para el año 2010, y con
tinúa siendo la regla general para los dos tercios de países cuya estadísticas se inclu
yen en los compendios de la unesco (2010). La tasa bruta regional (La tasa bruta de
escolarización superior expresa el porcentaje de la población que, independiente
mente de su edad, participa en el nivel terciario, en relación con la cohorte en edad
de cursar estudios superiores) se estimaba, a fines del siglo xx, cerca del 20 por cien
to. Poseía, sin embargo, importantes diferencias por países. La tasa más elevada era
de 47 por ciento (Argentina) y resultaba cuatro veces superior a la tasa más baja, del
12, en Nicaragua. Los aumentos relativos más grandes los experimentaron Chile,
Colombia, Nicaragua y Honduras. Actualmente la situación no es distinta. En efecto,
en un extremo esta tasa supera el 60 por ciento, como ocurre en los casos de Vene
zuela, España, Argentina y Uruguay, mientras en Guatemala apenas llega al 20. En
Iberoamérica —se explica en el Informe sobre la Educación Superior en Iberoamé
rica (2011: 165)— los últimos 38 años han visto un incremento del número de estu
diantes en más de seis veces, mientras que a nivel global, este incremento es
prácticamente de tres veces (de 9 a 26 por ciento). Dicho aumento ha sido particular
mente pronunciado a partir del año 2000, momento a partir del cual confluyen varios
factores que impulsan este rápido crecimiento: aumento de la tasa de graduación secun
daria, diversificación de la oferta tanto pública como especialmente privada, estable
cimiento de sedes o secciones en lugares apartados, programas públicos de apoyo a
estudiantes, mantención de altas tasas de retorno privado a la inversión en educación
terciaria y multiplicación de las demandas por acceder a este nivel de estudios que
aparece ligado a elevación de estatus, movilidad social e incorporación a los benefi
cios de la modernidad.
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Lo que sumado a la falta de control ético de la profesión deteriorará, sin duda,
las pautas de comportamiento y las lealtades al sistema legal en su conjunto.
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Ver sobre el número de firmas legales en la región, Latin Lawyer (1999), “A
Who is Who of Latin American Law Firms”, en Law Business Research. En este tex
to se registra aproximadamente un total de 185 firmas. Las más grandes —que reúne
cada una cerca de 180 abogados— se sitúan en los mercados más poderosos de la re
gión como México, Brasil o Argentina. Un importante estudio sobre los países de la
región sitúa, sin embargo, el promedio en un número cercano a los 20 abogados.
Desde el punto de vista económico, las grandes firmas son un fenómeno de mercado
que tiende a redistribuir rentas entre los miembros de la profesión.
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En el ámbito económico, el aumento en el número de abogados tiende a dismi
nuir la renta en la profesión. El resultado es que la profesión redistribuye esa renta en
su interior y se estratifica. Las variables de esa estratificación son la universidad de
proveniencia; la pertenencia a empresas legales y el desempeño. El cariz familiar y
tradicional que la profesión exhibía hasta hace poco en muchos países de la región
tenderá entonces a desaparecer.
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Los procesos de modernización llevan a juridificar la vida y, por lo mismo, los
abogados comienzan a producir bienes públicos (un ejemplo es el caso de la litiga
ción de consumo o la litigación medioambiental).
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Todo esto es independiente del acceso al sistema universitario; aunque este se
encuentra también desigualmente distribuido a pesar de que en ocasiones carezca de
coste directo. La evidencia disponible indica que no hay una correlación estricta entre
la igualdad en el acceso y las formas de financiamiento. Uruguay, por ejemplo, cuenta
con una estructura de financiamiento con cargo a rentas generales que, como porcen
taje del producto, es superior a la de Chile; pero así y todo, las oportunidades de ac
ceso son más desiguales, como lo prueba el hecho que mientras en Chile el quintil
más rico cuenta con 3.9 veces más posibilidades de ingresar a la educación superior
que el quintil más pobre, en Uruguay esa misma relación es de 20.5 veces y en Brasil,
cuyo gasto público en esta materia triplica al de Chile, el quintil más rico cuenta, sin
embargo, con 19.7 veces más oportunidades de acceso que el más pobre (Brunner,
2011).
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Las disciplinas jurídicas en la tradición continental son «teorías», es decir, un
conjunto sistemático de enunciados que aspiran a describir consistentemente una
rama o sector del sistema normativo. Cada rama o sector del sistema normativo sue
le equivaler, por su parte, a un Código. El currículum tradicional, explica Pérez Per
domo (2004), estaba formado por la enseñanza de los llamados cinco códigos,
usualmente con el nombre de derecho civil, mercantil, penal, procesal y procesal pe
nal. Junto a estas grandes ramas del derecho se enseñaba (y se enseña) el derecho
constitucional y materias integradoras o que se consideran de formación básica:
principios de derecho —o introducción al derecho—, derecho romano y economía
política. Básicamente, éste es el currículum que viene del siglo xix. Desde la década
de los Cincuenta en adelante se agregaron materias como derecho laboral y derecho ad
ministrativo. Como tendencia general puede afirmarse que las escuelas de derecho
abandonaron la ambición característica de finales del siglo xix y comienzos del xx
de explicar todas las leyes, pero es indudable que el centro de la educación jurídica
sigue siendo la explicación (y a veces la memorización) de la legislación, concen
trándose en las leyes que se consideran más importantes.
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21
Profesionales en el sentido weberiano: que vivan «de» la universidad y «para»
la universidad.
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Como es obvio, una ciencia jurídica puramente normativa —y de carácter de
ductivo— ofrece escasas posibilidades para desarrollar la investigación, entendida
como la contrastación de hipótesis intersubjetivamente válidas.
23
“Lawyers in the Civil Law World” (1997), en Abel (ed.).
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24
Sobre ese fenómeno ver Peña, 1996.
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25
Cfr. Pérez Perdomo (2004) y De la Maza (2001).
26
Peña (1995) y De la Maza (2001).
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27
Discurso del rector de la Universidad de Chile don Andrés Bello, Anuario de
la Universidad de Chile, 1853, p. 555, cit. en Serrano, 1993: 171.
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Ver “La globalización y la enseñanza del derecho” en este mismo texto.
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Abel (1997). Por supuesto, la enseñanza de destrezas estuvo, desde siempre,
asociada a la existencia de los abogados. Operó, sin embargo, como parte de una dis
tinción estamental respecto de los juristas. La de abogado fue siempre una profesión
de formación práctica (así todavía con los solicitors en Inglaterra).
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Es en la Metafísica donde Aristóteles distingue entre el conocimiento práctico
y el teórico. La mente humana, dijo, puede dedicarse a contemplar (theorein) las co
sas sin ninguna intención de modificarlas o de afectarlas, dejándolas, en cambio, in
cólumes. Así ocurre, pensó Aristóteles, con la physis o naturaleza en sentido estricto.
La bellota, con los años, sugirió, se transformará en una vigorosa y fuerte encina en
virtud de un principio inmanente —su physis— que la mera contemplación del agen
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Ver, en este mismo texto, “La globalización y la enseñanza del derecho”.
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Este texto —salvo modificaciones que no alteran su planteamiento de fondo—
apareció en el número 60 de Estudios Públicos (primavera 1995). Se publica aquí
con la autorización del Centro de Estudios Públicos.
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El análisis económico del derecho queda, a mi juicio, bien descrito como una
aplicación de ciertos conceptos relativos a la racionalidad humana, y provenientes de
la economía neoclásica (North, 1992; Sen, 1989) a las reglas e instituciones jurídi
cas. La racionalidad, desde el punto de vista económico, pero incluso, también desde
el punto de vista social o político, según lo han sugerido autores como Weber, Par
sons, Tullok o Buchanan, puede ser concebida como la capacidad de comportarse es
tratégicamente en un entorno de incentivos, o sea, como la capacidad de sustentar un
cierto orden de preferencias personales e intentar maximizarlas en la interacción so
cial. Ahora bien, a partir de ese supuesto de racionalidad —que ha sido discutido en
sus detalles analíticos pero que en lo fundamental y para nuestro objetivo podemos
tener por suficiente— se abren dos cuestiones. Se trata, por una parte, de la teoría del
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bienestar y de la elección social —que subyace, según veremos, en análisis como los
de Calabressi— y, por otra parte, del famoso teorema de Coase, el que, como se
sabe, ha sido aplicado a importantes problemas de responsabilidad civil.
La racionalidad individual; es decir, el supuesto principal del análisis económico
consiste, como digo, en la capacidad para adoptar un comportamiento estratégico pro
visto de un sistema ordinal de preferencias, o sea, provisto de un conjunto de elecciones
anticipadas ordenadas en una escala de intensidad. De una manera análoga a ese con
cepto de racionalidad individual es posible, ahora desde el punto de vista de sistemas
interactivos más complejos, hablar de racionalidad social. La racionalidad social
equivaldría, desde este punto de vista, a un sistema social cuyos resultados fueran
adecuados y coincidentes con un sistema de prioridades bien establecido. Una colec
tividad o unidad social cualesquiera que contara con un sistema ordinal de preferen
cias que resultara coincidente con sus resultados, sería, desde el punto de vista que he
venido analizando, una unidad dotada de racionalidad social. Ahora bien, dos proble
mas quedan planteados a partir del concepto de racionalidad social, a saber, cómo es
posible construir un sistema de preferencias sociales a partir de preferencias indivi
duales (problema éste del que se ha ocupado paradigmáticamente el utilitarismo) y,
luego, el problema de establecer mediante qué mecanismos de coordinación es posi
ble alcanzar el bienestar social definido por el sistema de preferencias. De ambos proble
mas se ocupa, como es sabido, la teoría de la elección social —a saber, insisto, del
problema de cómo es posible construir un sistema de preferencias sociales, en primer
lugar, y luego, coordinar las acciones para alcanzar ese sistema de preferencias.
El primer problema que acabo de enunciar —el problema de cómo es posible
adoptar una decisión social partiendo de preferencias individuales— intenta ser re
suelto por el conocido criterio del óptimo de Pareto (que subyace todavía en impor
tantes teorías de relevancia jurídica y política como la de Rawls).
El segundo problema es uno habitual en los análisis sociales e institucionales y
suele estar expuesto en la teoría de juegos recurriendo al conocido ejemplo —que yo,
por cierto, no reiteraré en sus detalles— del dilema del prisionero. En la situación del
dilema del prisionero hay dos sujetos cuya racionalidad individual los conduce a un
resultado ineficiente; es decir, a un resultado que, conocidos todos los detalles, no po
dría concitar unanimidad. El análisis de las condiciones bajo las cuales se verifica el
dilema permite llevar a cabo importantes indagaciones en torno a los problemas de
elección y, en particular, ayuda a esclarecer las condiciones bajo las cuales la coope
ración alcanza niveles de eficiencia. Alrededor de un problema como ese discurre el
famoso teorema de Coase. Éste postula que mientras los costos de transacción tiendan
a cero, siempre se producirá una reasignación de los derechos (o, lo que es lo mismo,
de los recursos) hacia los agentes económicos que más valor les atribuyen (cumplién
dose, de esa manera, el criterio de eficiencia, por ejemplo, de Kaldor-Hicks). O sea,
con costos inexistentes —lo que implica un sistema de precios perfecto— siempre se
producirá una solución económica eficiente, con absoluta independencia de la adjudi
cación por vía de autoridad —legal o judicial— que se haya hecho de ese derecho.
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Una versión preliminar de este texto fue leída en la Universidad Pompeu Fabra
(Barcelona) en el encuentro de Facultades de Derecho de Iberoamérica (marzo, 2010).
Se publicó luego (en una versión distinta de la anterior y de ésta) como homenaje a los
cien años de la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso. La versión que
aquí aparece tiene una sección más (la cuarta) y leves correcciones de estilo.
87
II
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Uno de los fenómenos más notorios —de los varios que ha intro
ducido la globalización— es el cambio en la economía política de
los sistemas de educación superior. No es exagerado afirmar que
esos sistemas, con ritmos e intensidades diversas, es cierto, pero en
cualquier caso uniformes, están transitando desde un sistema de
financiamiento con cargo a rentas generales (lo que podríamos
llamar un modelo de mecenazgo), a uno que se financia, cada vez
más, con recursos privados, ya sea que se trate de recursos prove
nientes de las rentas actuales o futuras de los estudiantes, o que se
trate de recursos provenientes de la empresa en un sentido amplio.
Para advertir el fenómeno, basta considerar dos o tres datos.
En 1981, sólo Japón y Estados Unidos de América financiaban
menos que el 79 por ciento de la investigación académica. En el
año 2006 ya se encontraban en esa misma situación 13 países de la
oecd. Entre 1981 y el año 2006 los fondos públicos destinados a
la investigación disminuyeron en más de 6 por ciento (Vincent-
Lancrin, 2009). Por su parte, la educación superior privada ha se
guido incrementándose en buena parte del mundo. Si descontamos
los casos de Japón y Corea (en donde la matrícula privada en la
educación superior alcanza a cerca del 80 por ciento) o Estados
Unidos (donde alcanza cerca del 26 por ciento, pero se concentra
en las instituciones más prestigiosas), merecen ser citados, en Eu
ropa, los casos de Portugal (que alcanza al 25 por ciento), Polonia
(casi 31), Francia (un 14) y España (11.3) (Texeira, 2009). En el
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La masificación
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IV
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Carlos Peña
Rector de la Universidad Diego Portales
Estudios
Grados Académicos
Actividad profesional
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Actividades públicas
130
Libros
Capítulos de libros
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132
Revistas
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Apéndice
Curriculum Académico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
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