La Educacion en America Latina
La Educacion en America Latina
La Educacion en America Latina
Durante el siglo XIX, terminadas las guerras de Independencia, finalizados los procesos de
organización nacional, y a partir de las nuevas constituciones nacionales marcadamente liberales,
comienza la formalización y expansión de los sistemas educativos. Las autoridades de las nuevas
repúblicas concibieron a la instrucción como el principal agente para formar ciudadanos e
integrarlos a la vida republicana.
Se consideraba prioritario educar a la población como medio para garantizar el progreso político y
económico. La educación primaria, consistía en la transmisión de los rudimentos elementales de la
instrucción, lectura, escritura y aritmética. El liceo y la educación secundaria formarían a las capas
sociales más altas en humanidades y ciencias. Se trataba de un sistema que apoyaba la estructura
social existente y cuya extensión se definía desde la perspectiva ilustrada, como una primera
forma de equidad al garantizar el acceso a la educación primaria. La instrucción popular era la base
fundamental del nuevo sistema político y, el acceso a la escuela fue considerado entonces como
un factor de integración social. El Estado tenía el deber de universalizar la escuela. En este sentido,
cabe afirmar que desde los comienzos de las luchas por la independencia en América Latina, se
piensa la educación desde su función política.
El sistema educativo debía responder a un modelo de sociedad opuesta a la colonial y las élites
revolucionarias aspiraban a establecer un modelo social diferente, donde no solo no se repetiría el
esquema monárquico sino que además confrontaría con la organización estamental y rígidamente
clasista de las sociedades europeas. Las distintas proclamas de los hombres de aquellas gestas
revolucionarias contienen mensajes de integración y de formación de la ciudadanía, que plantean
como condición para lograrlo la formación de la escuela. Las propuestas se repiten en términos
similares en mensajes de Simón Bolívar, Mariano Moreno o Benito Juárez.
A partir de entonces, el esfuerzo por expandir la educación primaria estuvo orientado a crear
escuelas donde no había y multiplicar el número de niños que concurrían a las mismas, así como y
crear colegios normales para la formación de maestros que pudieran transmitir los valores
patrióticos y formar a los ciudadanos. Según Tedesco (1980), la escuela tuvo que conquistar, un
espacio de acción pedagógica que estaba ocupado por otras instituciones, lo que implicó una
modificación importante en los contenidos del mensaje socializador.
La escuela estaba llamada a difundir los valores seculares, los principios republicanos y cierta
visión racional de la realidad que reflejaba el orden cultural que regía en los ámbitos más
dinámicos de la sociedad global. El cambio no solo era curricular, también implicaba una
modificación en el carácter de las instituciones. Al contrario de las instituciones socializadoras
tradicionales como la familia y la Iglesia, la escuela representaba la acción del Estado y, en ese
sentido, su organización y su oferta de contenidos culturales eran decididas independientemente
de las demandas particulares de cada sector. Esto se manifiesta en los conflictos entre la Iglesia
católica y el Estado con respecto al laicismo escolar. En el mismo sentido, la difusión de valores
nacionales y de una lengua nacional frente a los particularismos y lenguas locales es otro de los
ámbitos donde la función educadora de la escuela interpeló, construyó y difundió un «nuevo
relato» a partir de los principios y de la epopeya de las gestas independentistas y de las repúblicas.
Los análisis históricos nos muestran que la expansión de la escuela como institución obligatoria y
universal provocó una ruptura profunda con las pautas que regían la socialización primaria familiar
y la socialización que brindaba la comunidad de origen. En este sentido, la expansión escolar que
tuvo lugar particularmente en los comienzos de la modernización capitalista, puede ser concebida
como un fenómeno que se acerca a lo que la teoría de la socialización tipifica como acciones de
reconversión social. Desde este punto de vista, la propuesta cultural de la escuela obligatoria y
universal tenía dos características básicas: uno, la cultura escolar reproducía el orden
ideológicamente dominante y, dos, este orden representaba una modificación sustancial de las
pautas particularistas tradicionales, que dominaban los procesos de socialización preindustriales,
basados en la familia y la Iglesia (Tedesco, 1980).
Frente a esta ausencia del Estado, deberán pasar varias décadas del siglo XX para que comiencen
a aparecer en la escena política, las luchas por los cambios sociales y las condiciones para la
igualdad en el espacio rural. Aproximadamente hasta la crisis de 1929, se extiende en la mayoría
de los países de la región el modelo oligárquico, que solo está interesado en aquella educación
que tiene que ver con la formación de su propio grupo y con el mantenimiento del orden. El
desentendimiento del Estado de la formación de aquellos que realmente nunca estuvieron
convocados es sintomático, por aquellos tiempos, con el ejercicio del poder. Sin embargo en otros
países, desde inicios del siglo XX, se empezaron a manifestar tendencias al desarrollo económico y
social. La integración de la inmigración que aportó la mano de obra necesaria para constituir la
fuerza de trabajo de la matriz agroexportadora (Argentina y Uruguay) constituye una demanda
incremental por los servicios educativos. En México, a partir de 1910, se producen movilizaciones
educativas con el objetivo de incorporar a la masa campesina que había actuado activamente en la
revolución. El movimiento de los «educadores misioneros» dirigido por Vasconcelos desde 1921, y
posteriormente el intento radical de poner en marcha la educación socialista —según el
presidente Lázaro Cárdenas— permitiría identificar a los alumnos con las aspiraciones del
proletariado; fortalecer los vínculos de solidaridad y crear la posibilidad de integrarse
revolucionariamente, dentro de una firme unidad económica y cultural. Los alcances no lograron
ese cometido por las limitaciones que se plantearon desde el propio sector indígena y los límites
de la estructura de poder real. Argentina y Uruguay son países que se colocaron a la cabeza de los
procesos de modernización educativa, eso se debe al desarrollo de las ciudades, a la constitución
de las clases medias y del proletariado.
En Costa Rica, en la sociedad rural de campesinos medios se generalizó una educación elemental,
gracias a una alianza de poder entre productores rurales con burguesía comercial exportadora
dentro el sistema político democrático. Según Tedesco (1980), la validez de la oferta cultural de la
escuela no radica, por lo tanto, en su adecuación a la cultura externa, popular o no, sino en el
significado social de los contenidos que ella transmite. La escuela obligatoria y universal, la escuela
laica de la ley 1420, la escuela sarmientina —para decirlo en términos de su principal
representante en la Argentina—, era una escuela que se proponía difundir contenidos, pautas de
conducta, valores y actitudes que estaban lejos (y en muchos casos eran antagónicos) con los
valores y pautas culturales de la población a la cual atendía. Este carácter «contracultural» de la
escuela tuvo, al menos, dos sentidos principales:
1-En términos políticos, expresaba la voluntad hegemónica de los sectores sociales que
lideraban el proceso de modernización. 2. En el mismo movimiento de imposición cultural
dominante, la expansión de la escuela implicaba brindar a los sectores populares un
conjunto de herramientas (lectura, escritura, cálculo, etc.) que permitían un desarrollo
personal y social muy significativo. No es casual, por ello, que un sector de los docentes
asumiera esta tarea como un componente importante de una orientación democrática y
progresista.