Bunge, M., & Ardila, R. Filosofía de La Psicología s2

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Originariamente, la filosofía abarcaba la totalidad del conocimiento y los filósofos eran

polímatas. Por ejemplo, Aristóteles trabajó en problemas de física, biología, psicología


y ciencia política, así como en problemas de lógica y ética; y Descartes se interesó en
la matemática, la física, la biología y la psicología tanto como en la filosofía propia­
mente dicha. Hoy en día, la filosofía es una rama de las humanidades, y los filósofos
limitan su atención a problemas conceptuales de un cierto tipo. No formulan juicios so­
bre cuestiones de hecho especiales, que gustosamente dejan en manos de científicos y
tecnólogos.
La filosofía contemporánea puede considerarse esencialmente formada por las
siguientes disciplinas: lógica, que también es parte de las matemáticas; semántica, o
estudio del sentido, la réíerencia, la interpretación y la verdad; gnoseología, o teoría del
conocimiento y de la metodología general; ontología, o teoría de las características más
básicas y generales del mundo; y ética, o teoría del bien y de la conducta correcta.
Hay diversos estilos filosóficos. El modo más popular de filosofar consiste en re­
flexionar sobre ciertos problemas generales —como ¿qué es la mente?— mediante la
utilización de una mezcla de conocimiento ordinario (por ej., psicología popular) y
restos de nuestra herencia filosófica y lógica. Este estilo no da cabida a los científicos.
Piaget (1971) le llamó “filosofía autística”. Para tener alguna utilidad en la ciencia, la
filosofía debe ser inteligible (si es posible, exacta) y compatible con la ciencia. Por
ejemplo, una filosofía de la mente debería utilizar la psicología contemporánea tanto
como los instrumentos del análisis conceptual.
La psicología era una rama de la filosofía, de la cual se dice que se independizó
alrededor de 1850, con el nacimiento de la psicofísica. ¿Por qué los psicólogos contem­
poráneos habríán dé preocuparse por la filosofía? Porque, lo sepan o no, les guste o no,
los psicólogos se basan en y utilizan una cantidad de ideas filosóficas, sqbre todo ideas
acerca de la naturaleza de la mente y la ciencia. Todo psicólogo, por tanto, no sólo es
un científico o un terapeuta, sino un filósofo aficionado, en general malgré luCÉsto no
tendría por qué preocupar a nadie, si no fuera porque el conocimiento tácito está a
medio elaborar, es incoherente, a menudo obsoleto, y nunca expuesto al examen crítico.
Hay todavía una razón más para atacar explícitamente la conexión entre psicología
y filosofía, a saber, la de que los filósofos consumen productos psicológicos y, por
desgracia, rara vez frescos. Efectivamente, la deuda que casi todos los filósofos de la
mente tienen con la psicología popular — el conocimiento normal e intuitivo de uno
m isino y de los demás— y, de modo secundario, con los descubrimientos, auténticos
o espurios, de las generaciones anteriores, es a menudo mucho mayor que la de los

I 13|
14 PRELIMINARES

psicólogos de sillón. Tres ejemplos de este hábito lamentablemente bastarán para aclarar
la cuestión.
El otrora famoso libro de Ryle, The Concept ofM ind (1949), se basa exclusivamente
en el conductismo radical, que por entonces era una novedad en Gran Bretaña.
La filosofía de la mente, de Strawson, en su influyente libro titulado Individuáis (1959),
se reduce a la tesis medieval según la cual una persona es un compositum de cuerpo
y ente, sin indicación precisa de la naturaleza de esos componentes ni del modo de
composición. Y la contribución de Popper al famoso libro que escribió en colaboración
con Eccles (1977), es un descendiente directo del dualismo interaccionista cartesiano
de mente y cuerpo, en el que no se analiza ninguno de los conceptos clave implicados,
no se considera la existencia de la psicología fisiológica y se desafía la ley de la con­
servación de la energía. Otros filósofos han sido ganados por las divertidas historias y
especulaciones de Freud, o incluso por la retórica de Lacan. La lista de filósofos familia­
rizados con la literatura psicológica contemporánea quizá no ocupara más de una línea.
En resumen, la psicología y la filosofía interactúan enérgicamente, aunque en general
con un largo desfase temporal, de una manera clandestina y raramente con beneficio
mutuo. Lo mismo vale para otras ciencias, sobre todo la matemática, la física, la bio­
logía y la ciencia social. Cuanto más lúcidos seamos acerca de tales interacciones
irregulares, mejor podremos controlarlas para bien de las partes involucradas. Este
control debiera conseguir, en particular, que ciencia y filosofía marcharan conjuntamen­
te y realizaran un fecundo intercambio de conocimientos.
Este capítulo está dedicado a fundamentar la afirmación de que la psicología in­
cluye filosofía y a esbozar el tipo de esta última que juzgamos adecuado para promover
la investigación y la práctica de la psicología. Tal filosofía tendrá que centrarse en los
principios generales que, de un modo más o menos explícito, se utilizan en las ciencias
más desarrolladas.

1.1. INFLUENCIA DE LA FILOSOFÍA EN LA PSICOLOGÍA

La filosofía se_introduce en la psicología por dos caminos: a través. de las hipótesis


relativas a la naturaleza de la mente y las maneras adecuadas de estudiarla,^ a través
de los principios generales subyacentes a la investigación científica en cualquier cam po,:
Comencemos por el primero. El segundo se tratará en la sección 1.4.
Si se considera la mente como una entidad inmaterial — esto es, si se adopta la
doctrina espiritualista o idealista de la mente— , se desemboca fatalmente en la psico­
logía mentalista. El objetivo de semejante estudio es — se dice— la descripción de los
estados mentales, en particular del flujo de la conciencia, así como de las posibles
influencias de los estados mentales sobre los estados corporales. El grueso de la psi­
cología clásica pertenecía a este tipo: mentalista y fundada en el idealismo filosófico.
El conductismo surgió y se desarrolló en gran parte como una reacción contra el
mentalismo y en estrecha asociación con el positivismo, que es una variedad de la
filosofía empirista. Niega la existencia de la mente (conductismo ontológico) o por lo
menos la posibilidad de estudiarla científicamente (conductismo metodológico). Además,
emprende con todo rigor el estudio de la conducta manifiesta, mediante la utilización
del método científico (y en particular del experimental). Sin embargo, el conductismo,
en común con el mentalismo, no presta atención al sistema nervioso, pues se centra en
el medio natural (conductismo biológico) o en el social (conductismo social). En con­
secuencia, aunque su intención es explicar la conducta, sólo consigue describirla.
Sin ser totalmente ajena al mentalismo ni al conductismo, la psicobiología se di­
ferencia tanto de uno como de otro. En verdad, con el primero comparte la creencia
en la existencia de estados mentales, y con el último, la necesidad de investigar de una
manera científica. La psicobiología afirma que la conducta es resultado de procesos
nerviosos que a veces son desencadenados por estímulos externos, mientras que los
estados mentales son estados cerebrales de un tipo muy especial. Esta última tesis,
sostenida con vigor por la psicología fisiológica contemporánea, tiene su origen en la
Grecia antigua. Efectivamente, era la opinión de Alcmaeon, que luego adoptó Hipócrates.
Y la tesis menos precisa, según la cual la mente no es una sustancia separada, sino un
estado de la materia, es común a todas las filosofías materialistas. Volveremos sobre esto
en la sección 1.2.
En definitiva, la filosofía es una fuente de inspiración, buena o mala, pero inevitable
para la psicología. Véase el cuadro 1.1. Con todo, la filosofía ha sido más que una fuente
de inspiración para la psicología: en ocasiones ha sido también un obstáculo. Por ejem-
plg^Kaní-y-sus influyentes seguidores del siglo xix agrupados en la escuela histórico-

CUADRO 1.1. LA FILO SO FÍA C O M O F U E N T E D E IN SPIRA CIÓ N PA R A LA PSIC O LO G ÍA (y/)

Idealismo Positivismo Materialismo


mentalismo conductismo psicobiología

Conducta Subproducto de la Respuesta a estímulos Respuesta a estímulos


mente externos externos e internos
Mente Entidad inmaterial No existente, o Conjunto de procesos
separada más allá del alcance cerebrales de tipo
de la ciencia especial
Objetivo de la y/ Descripción de los Descripción, explica­ Descripción, explica­
procesos mentales y ción, predicción y ción, predicción y
sus efectos corpora­ modificación de la modificación de
les conducta procesos conduc­
tuales y mentales
Método de la y Introspección, directa Observación, experimento y modelos matemá­
o indirecta ticos, así como control estadístico
Estatus de la iff Rama de la filosofía o Rama de la biología Rama de la biología y
ciencia autónoma o ciencia social ciencia social
Máxima Pienso, luego existo Te conduces, luego Existimos, luego nos
existes conducimos y pen­
samos
cultural o humanística, decretaron que la psicología no podía ser una ciencia natural
y que era una ciencia espiritual (una Geisteswissenschaft), junto con las ciencias sociales.
(La familia de las ciencias espirituales, también llamadas “ciencias morales”, coincide
aproximadamente con lo que los conductistas llaman “ciencias de la conducta”.)
Se consideró que las ciencias del espíritu (o mente) eran no experimentales y
no matemáticas, y se las colocó entre las humanidades, porque su estudio requería
únicamente libros y su enseñanza ni siquiera precisaba pizarras. El objetivo de esas
disciplinas era — se decía— describir y comprender empáticamente (esto es, verstehen),
no explicar (erklaren) ni predecir con la ayuda de leyes objetivas, puesto que el espíritu
(Geist) se tenía por inmaterial y no sujeto a leyes. Esta filosofía está todavía muy
presente en algunas escuelas contemporáneas, particularmente en la psicología huma­
nista, en el psicoanálisis y, hasta cierto punto, también en la psicolingüística de Chomsky.
Todas ellas versan sobre mentes inmateriales y, en consecuencia, rehúyen el experimento
y evitan la biología, aun cuando a veces rinden culto verbal a uno y a otra.
La escuela humanista (o espiritualista, o histórico-cultural, o historicista) ha obs­
taculizado el estudio de los seres humanos, principalmente debido a la barrera que ha
erigido entre éstos y la naturaleza, o, más bien, por haber importado esa barrera de la
teología cristiana.
En verdad, la barrera se ha ido desmoronando desde el mismo momento en que
se la erigió. Una gran cantidad de disciplinas científicas nacientes violan la interdicción
del estudio de la mente y la sociedad con el empleo del método científico; testimonios
de ello son la psicología fisiológica (o psicobiología), la lingüística experimental, la
neurolingüística, la antropología y otras.
Sin embargo, esta nota necrológica no sería completa ni justa si no dejáramos
constancia de que la escuela humanista tenía razón en un punto importante, a saber:
que la posesión de un “espíritu” (en la jerga contemporánea “cerebro altamente evo­
lucionado”) coloca a los seres humanos en una categoría muy especial, debido a que
les da la posibilidad de modelar artefactos materiales y conceptuales complejos, así
como un medio artificial complejo que comprende economía, política y cultura. (A su
vez, este medio artificial, es decir, la sociedad, modela la conducta y la actividad
mental.) Esto quiere decir que la biología, aunque necesaria, es insuficiente para ex­
plicar la naturaleza humana. Para decirlo de manera positiva: puesto que la naturaleza
humana no es completamente natural, sino parcialmente artificial (esto es, producto
humano), el estudio de la humanidad no compete únicamente a la ciencia natural, sino
también a la ciencia social. Sin embargo, ambos tipos de estudio son metodológicamente
afines.
Por tanto, debemos admitir que la humanidad posee propiedades y satisface regu­
laridades (leyes y reglas) que la distinguen del resto de la naturaleza. Pero, al mismo
tiempo, podemos sostener que tales propiedades emergentes y tales regularidades no
liberan a los humanos de las leyes de la biología ni los invalidan como objetos de
investigación científica. En otras palabras, podemos admitir el punto de vista idealista
acerca de la singularidad de los seres humanos, siempre que lo asociemos indisolublemente
a las siguientes tesis acerca de aquellos rasgos emergentes: a] lejos de ser milagrosos,
son el resultado de un largo proceso evolutivo que únicamente involucra factores
materiales, y 6] lejos de desafiar a la ciencia, se los puede estudiar científicamente.
La tesis á] pertenece al materialismo emergentista (aunque no al fisicismo ni al ma­
terialismo vulgar), y la tesis b] forma parte del realismo científico. Puesto que el materialis­
mo es una doctrina ontológica y el realismo una doctrina gnoseológica, podemos ver
que la oposición al estudio científico del hombre y, en particular, a la psicología cien­
tífica, no se encuentra en la filosofía como tal, sino en ciertas filosofías. También aquí,
lo mismo que en otros sitios, un clavo saca a otro.

1.2. F IL O S O F ÍA S D E L A M E N T E

Tan estrechamente relacionada a la filosofía se halla la psicología, que ningún psicó­


logo, por indiferente, e incluso hostil, que pueda sentirse respecto de la filosofía, puede
evitar el sostener alguna filosofía de la mente. Aunque, en casos excepcionales, esta
filosofía puede ser resultado de reflexiones acerca de descubrimientos científicos, prin­
cipalmente se obtiene de maestros, colegas o publicaciones. Después de todo, ningún
psicólogo puede escapar a la tradición, formada por una multitud de opiniones antiguas,
incluso arcaicas, sobre las pretendidas Grandes Cuestiones, entre las que se encuentra
ésta, relativa a la naturaleza humana. (Véase Boring, 1950; Hearst, 1979; Whetherick,
1979; Murray, 1983.)
Casi todas las filosofías de la mente han sido propuestas por filósofos y teólogos
durante los últimos tres milenios. Cada una de estas filosofías propone su propia solución
al problema mente-cuerpo, esto es, al siguiente interrogante: “¿Qué es la mente y cómo
se relaciona con la materia, en particular con el cuerpo?” Esta pregunta,"qué otrora fuera
propiedad exclusiva de teólogos y filósofos, se investiga hoy también entre los científicos.
Por tanto, se da junto con otros problemas, tales como el de “¿qué es una buena socie­
dad?”, en la intersección de ciencia, filosofía e ideología. Como otros del mismo tipo, el
problema puede tratarse científicamente, filosófica o ideológicamente (en particular teo­
lógicamente). Y, de un modo análogo a lo que ocurre en casos similares, es probable que
toda solución que se proponga al problema y todo argumento alrededor de él, provoquen
reacciones violentas. En palabras de un distinguido psicólogo, la mera invitación a ana­
lizar el problema mente-cuerpo parece activar principalmente el sistema límbico, incluso
en científicos que, por lo demás, son reconocidamente sobrios.
Las diversas filosofías de la mente pueden agruparse en dos grandes familias: el
monismo^psicofísico y el dualismo psicofísico. El monismo afirma que la materia y
la mente son, en cierto sentido, una sola cosa; por otro lado, el dualismo sostiene
que la materia y la mente son sustancias de distinta clase. Sin embargo, ninguna de es­
tas familias de doctrinas es homogénea, sino que cada una está compuesta por al me­
nos cinco puntos de vista recíprócamente incompatibles. Los hemos resumido en el
cuadro 1.2.
CU A D R O 1.2. LOS D IE Z PR IN C IPA LES PU N TO S D E V ISTA S O B R E EL PR O B L EM A M E N T E -C U E R P O

Monismo psicofisico Dualismo psicofisico

M1 Idealismo, panpsiquismo y fenomena­ DI Autonomismo: (p y y son mutuamen­


lismo: Todo es v (Berkeley, Fichte, te independientes (Wittgenstein).
Hegel, Fechner, E. Mach, y luego
W. James, A. N. Whitehead, Teil-
hard de Chardin, B. Rensch).
M2 Monismo neutral, o doctrina del D2 Paralelismo: (p y \y son paralelos o
doble aspecto: <p y y son otras sincrónicos (Leibniz, R. H.
tantas manifestaciones de una Lotze, W. Wundt, J. H. Jackson,
sustancia neutral única e incognos­ el joven Freud, algunos
cible (Spinoza, y en un momento gestaltistas).
W. James y B. Russell, R.
Camap, M. Schlick, y H. Feigl).
M3 Materialismo eliminativo: Nada es y D3 Epifenomenismo: tp produce o causa y,
(J. B. Watson, B. F. Skinner, A. que a su vez no reacciona sobre (p
Turing, G. Ryle, C. Hempel). (Hobbes, C. Vogt, T. H. Huxley, C.
D. Broad, A. J. Ayer, J. Searle).
M4 Materialismo reductivo o fisicista: D4 Animismo: y anima, controla, causa
Los estados y son estados cp o afecta a <p, que a su vez
(Epicuro, Lucrecio, Hobbes, La no reacciona sobre \|/ (Platón,
Mettrie, d’Holbach, I. P. Pavlov, Agustín, psicología cognitiva
K. S. Lashley, J. J. Smart, D. computacionalista, según la cual
Armstrong, W. V. Quine, los lo que gobierna a los individuos
Churchland, la psicología compu- son programas inmateriales).
tacionalista).
M5 Materialismo emergentista: \y es una D5 Interaccionismo: tp y \y interaccionan,
biofunción muy especial (Diderot, S. siendo el cerebro la “base mate­
Ramón y Cajal T. C. Schneirla, rial” de la mente (Descartes, W.
D. Hebb, A. R. Luria, D. Bindra, McDougall, el Freud maduro, W.
V. Mountcastle, J. Olds, H. Jerison, Penfield, R. Sperry, J. C. Eccles,
J. P. Changeux, A. Damasio. K. R. Popper, N. Chomsky).

n o t a : ip representa el cuerpo (o lo físico) y la \|/ la mente (o lo mental). Sólo se citan algunos


bien conocidos postulantes de cada punto de vista. Apartado de Bunge (1980).

Las dos familias de soluciones propuestas al espinoso problema de la relación


mente-cuerpo tienen una serie de características que vale la pena destacar. Una de ellas
es que la división monista-dualista no coincide con la dicotomía clásica idealismo-
materialismo. En realidad, ambos campos, el monista y el dualista, incluyen tanto a
idealistas como a materialistas. Por ejemplo, Platón y Hegel eran idealistas, pero mien­
tras que el primero era dualista, el último era monista; y Darwin, Vogt, Büchner y
Moleschott eran al mismo tiempo materialistas y epifenomenistas, pues sostenían que
el cerebro segrega pensamientos del mismo modo que el hígado segrega bilis.
Una segunda característica llamativa de la dicotomía monista-dualista es su in­
dependencia de cuestiones gnoseológicas. En particular, no coincide con la división
subjetivistá-realista, ni con la división empirista-racionalista. Así, mientras que Ayer y
Quine son ambos empiristas, el primero es dualista y el último fisicista; y, por otro lado,
aunque tanto Popper como Smart son realistas, el primero es dualista, mientras que el
último es monista. (Recordar el cuadro 1.2.)
Una tercera característica que hay que destacar es que la mayor parte de las filo­
sofías de la mente son incompletas y, consecuentemente, están sujetas a muchas con­
troversias que no aclaran nada y que no concluyen en nada. (En este argumento, los
comentaristas o críticos A y B no están de acuerdo acerca de lo que “quiso decir realmen­
te” el autor C. En cambio, en una controversia científica, los desacuerdos se producen
sobre el valor del plan de investigación, la fiabilidad del método, o la verdad de un dato
o una teoría, y se supone que producen alguna evidencia que confirma determinado
punto de vista.) Recordemos tres ejemplos importantes de estas nebulosasj filosofías de
la mente. __ ----- .
T 'i La opinión del grait^Áristóteles ácerca del problema mente-cuerpo era tan impre­
cisa, que no hemos podido-efiGontrarle sitio en la tabla 1.2 (lo mismo vale para la de
Kant). Por un lado, criticó el idealismo y el innatismo de Platón, formuló una visión
empirista del aprendizaje y afirmó claramente que la mente humana no tiene existencia
independiente, sino que es la “forma” del cuerpo. Pero, por otro lado, llenó el cuerpo
de “espíritus animales” y admitió la existencia de entidades supranaturales. Esta am­
bigüedad dio origen a una escisión entre sus muchos seguidores. Los hubo monistas y
criptomaterialistas como Teofrasto y Averroes, y también dualistas, como santo Tomás
de Aquino y la mayoría de los otros escolásticos (cf. Calvo, 1978).
f Otro caso de ambigüedad es el de Lenin (1947), quien se creía materialista, pero
que dio un traspié cuando se encontré con el problema de la relación mente-cuerpo.
Efectivamente, criticó al filósofo materialista J. Dietzgen por sostener que el pensamiento
es material, y afirmó en cambio que lo mental es lo opuesto a lo material. Razonó que,
si se negara esta oposición, no habría contraste entre idealismo y materialismo. (Pare­
cería que, en este caso, Lenin sacrificaba el materialismo en el altar de la dialéctica.)
Su influencia sobre la filosofía marxista de hoy día es tal que, en los países en los que
predominó la filosofía marxista-leninista, lo mismo que en otros sitios, el dualismo
psicológico pareció ser la filosofía de la mente más popular. Así, el famoso historiador
soviético de la psicología, Jarochewski (1975, p. 168) rechazó como “materialismo
vulgar” la tesis que “identifica conciencia y procesos fisiológicos del cerebro”.
Un tercer e interesante ejemplo de confusión es la doctrina de los tres mundos, de
Popper (Eccles y Robinson, 1985; Popper y Eccles, 1977). De acuerdo con ella, la
realidad se compone de tres “mundos”: el Mundo 1 (físico), el Mundo 2 (experiencia
subjetiva) y el Mundo 3 (cultura). El Mundo 1 es material, el Mundo 2 es inmaterial
y el Mundo 3 es un saco en el que van mezclados objetos materiales, como libros, e
¡nmalerialcs, como los “contenidos” de los libros. Los Mundos 1 y 2 interactúan (según
Eccles, en el hasta ahora no identificado “cerebro de unión” [“liaison brain’’]; y el
Mundo 3, producto del Mundo 2, reacciona a su vez sobre el Mundo 2. En ningún sitio
de sus escritos acerca de esta doctrina, ni Popper ni sus colaboradores o seguidores se
molestan en aclarar (por ejemplo, definir) ninguno de los conceptos clave que tienen
lugar en la nueva trinidad. En particular, no nos dicen: a] qué clase de objetos son sus
“mundos”, si conjuntos, colecciones, agregados o sistemas; b] qué es un estado mental,
salvo que no es el estado de una cosa concreta, y c] de qué mecanismo de la interacción
mente-cuerpo podría tratarse, salvo la sugerencia de que pudiera ser un caso de telekinesis.
El dualismo interaccionista es pues tan vago hoy como lo explicó Descartes (1649).
(En realidad es todavía más vago hoy, pues Descartes se arriesgó y enunció la conjetura
de que la glándula pineal era el lugar de encuentro entre mente y cuerpo, mientras que
Eccles buscó infructuosamente el presunto “liaison brain”.) En lo que no cabe duda con
respecto a la filosofía de la mente de Popper-Eccles es en lo siguiente. En primer lugar,
que está a medio elaborar, debido a la falta de definición de sus conceptos clave —no­
tablemente los relativos al mundo, la mente y la interacción— y a que no contiene
ninguna hipótesis precisa sobre la naturaleza de la mente o su pretendida interacción
con el cerebro. En segundo lugar, viola “un principio fundamental de la física”, el
llamado principio de la conservación de la energía, pues postula que la mente inmaterial
puede mover la materia. En tercer lugar, viola un supuesto táctico de toda la ciencia
experimental, a saber, el de que la mente no puede actuar directamente sobre la materia,
pues, si pudiera hacerlo, ninguna lectura de instrumentos serviría para nada. En cuarto
lugar, supone que los estados y los procesos mentales son diferentes de cualquier otro
estado y proceso, y que no son estados de cosas o procesos en las cosas, de ahí la
perpetuación de la anomalía ontológica de la psicología clásica. En quinto lugar, con­
tradice la presuposición tácita de la psicología fisiológica, a saber, que los estados
mentales son estados cerebrales. En sexto lugar, contradice a la biología evolutiva, que
sólo reconoce cosas materiales. En séptimo lugar, la doctrina apela a una pizca de
parapsicología, al conjeturar que la mente es al cerebro lo que el ejecutante es al teclado
del piano (la metáfora es de Eccles). En octavo lugar, a pesar de que la doctrina se
adapta perfectamente a la corriente principal de la teología cristiana, se la ha utilizado
para acusar a los materialistas de dogmatismo e incluso de confundir su ciencia con su
religión (Eccles y Robinson, 1985, p. 36).
La mayoría de las filosofías de la mente, aunque no todas, son confusas y vagas.
El|maférTálísmó^OT¿rgéntista p su compañera científica, la^sTcdHíblogíá,'están avanza­
dos, mHi¡ygft"Srpí(tOS ffiodérós matemáticos y gozan de un fuerte sostén experimental.
(Véanse Bindra, 1976; Bunge, 1980, 1981; Changeux, 1983; Damasio, 1999; Dimond,
1980; Donald, 1991; Edelman y Mountcastle, 1978; Greenfield, 2000; Hebb, 1949, 1980;
Milner, P. M. 1970; Thompson, 1975; Uttal, 1978.)
Además, a diferencia del dualismo y del monismo idealista, el materialismo
emergentista no postula la existencia de una sustancia inmaterial, es decir, al margen
de la ley natural e inaccesible a la manipulación experimental. En resumen, a diferencia
del dualismo y del monismo idealista, el materialismo emergentista mantiene la psico­
logía dentro del campo de la ciencia en vez de alentarla a regresar a la filosofía o a
la teología. Pero, a diferencia del materialismo eliminativo y fisicista o materialismo
vulgar, el materialismo emergentista admite la especificidad de lo mental y, consecuente­
mente, la necesidad de investigarlo mediante el uso de métodos de psicología agregados
a los de la neurofisiología. (Véase el capítulo 13.)
Lo mismo vale para la confusión y la vaguedad de la mayoría de las filosofías de la
mente. Una cuarta característica de esta familia de doctrinas es que la mayoría de sus
miembros son aisládos, esto quiere decir que raramente forman parte de visiones ge­
nerales del mundo o de sistemas ontológicos (metafisicos). (Este, por cierto, no fue el
caso de Aristóteles ó Leífiníz, que eran pensadores sistemáticos, pero sí lo es de casi
todos los filósofos contemporáneos, que son típicamente especialistas antes que
generalistas.)
El aislamiento de una filosofía de la mente respecto de un cuerpo general de
hipótesis filosóficas acerca del mundo tiene la desventaja de dar rienda suelta a la
especulación. Todo producto de tal especulación salvaje está condenado a Ta vaguedad
y la debilidad. Está condenado a la vaguedad porque emplea ciertas nociones básicas,
tales como las de cosa, propiedad de una cosa, estado de una cosa, proceso, materia,
espacio, tiempo, causación y azar, sin aclararlos; por ello se ve obligada a tomarlas
prestadas del conocimiento ordinario, que es confuso, contradictorio y, en gran parte,
anquilosado. Y está condenado a la debilidad porque carece del soporte de otras ramas
de la ontología, en particular las que indagan en las características más generales de
los organismos y las sociedades. En resumen, para que una filosofía de la mente tenga
pleno sentido debe satisfacer la condición necesaria de que, lejos de ser producto de una
práctica aislada, sea un capítulo de una visión del mundo u ontología general, clara y
coherente. A su vez, para que tal ontología ofrezca intuiciones útiles y para que sea
atractiva para los científicos, ha de satisfacer la condición necesaria de que, lejos de ser
ajena a la ciencia contemporánea, armonice con ella. Esto nos lleva a una quinta
característica de la mayoría de las filosofías de la mente.
La mayoría de las filosofías de la mente son especulativas y sin contacto alguno
con la investigación psicológica, de modo que a menudo parecen textos medievales. Por
ejemplo, Wittgenstein escribió lo siguiente: “Una de las ideas más peligrosas para un
filósofo es, por extraño que parezca, la de que pensamos con la cabeza o dentro, de la
cabeza” (1967, p. 105). Y agregaba: “No hay suposición que me parezca más natural
que la de que no hay en el cerebro proceso correlativo al asociar o al pensar; de tal
modo que sería imposible leer los procesos de pensamiento a partir de procesos cere­
brales” (1967, p. 106). Con su dogmatismo característico, Wittgenstein no se toma el
trabajo de explicar por qué la primera idea es “peligrosa” ni por qué la segunda es
"natural”.
Segundo ejemplo: a partir de un análisis (de la gramática inglesa) del verbo “ver”
(tt> scc), el filósofo analítico Ryle concluye que “ver” no puede ser una experiencia o
un fenómeno, ni en particular un estado ni un proceso. “En consecuencia, el programa
«lo localizar, inspeccionar y medir el proceso o estado de ver, y de correlacionarlo con
otros estados y procesos, es un programa sin esperanza [...] el producto, casi, de la falta
ilc atención a la (¿ramálica” (1960, p. 104). Sólo con que Hclmholtz y otros científicos
hubieran prestado más atención a la gramática en la escuela, ¡nos habríamos evitado
toda la psicofísica y la psicología fisiológica! Cuando la filosofía de la mente no tiene
contacto con la ciencia del momento es un ejercicio inútil de escolástica, no una bús­
queda seria de la verdad.
Los psicólogos se vengan manejando al descuido una multitud de conceptos con
una larga tradición filosófica implícita en ellos, como el de concepto y el de conciencia.
Peor aún, a menudo, y sin saberlo, suscriben hipótesis filosóficas incompatibles con sus
propias obras. Una de esas hipótesis es, precisamente, el dualismo psicofísico. Tan
firmemente arraigada se encuentra esta opinión en el pensamiento y el lenguaje común,
que a veces hasta los monistas emplean expresiones que, en sentido estricto, sólo tienen
significado sobre un fondo de pensamiento dualista.
Hay expresiones de uso común que implican una filosofía dualista de la mente: “la
base neurofisiológica de la mente”, “los correlatos neurofisiológicos de las funciones
mentales”, “equivalentes fisiológicos de los procesos mentales”, “sistemas cerebrales
que sirven a las funciones mentales”, “transformación de la actividad nerviosa en actividad
mental”, “encarnaciones de la mente”, “representación (o código) neurofisiológico de los
procesos mentales”. Lamentablemente, los usuarios de estas expresiones no analizan
los conceptos clave que designamos aquí con cursiva, y raramente se percatan de que
las expresiones mencionadas presuponen el dualismo psicofísico. Hasta aquellos nor­
malmente exigentes en materia de precisión cuantitativa y controles experimentales,
suelen muy a menudo tolerar la confusión conceptual. La coherencia es rara.
El evitar las imprecisiones y oscuridades inherentes al dualismo no es precisamente
la menor de las virtudes del monismo psiconeural. Considerémoslo más de cerca.

1.3. LAS HIPÓTESIS DE LA IDENTIDAD

La filosofía (en general tácita) que subyace a la investigación psicobiológica es el


materialismo, de acuerdo con el cual todos los objetos son materiales o concretos (véase
Bunge, 1981). La filosofía materialista de la mente se reduce a la llamada teoría de
la identidad, que es en realidad una hipótesis más que un sistema hipotético-deductivo
<Túna teoría propiamente dicha. La hipótesis de la identidad dice que todos los sucesos
mentales son (idénticos a) sucesos cerebrales. ' .......... ...
La hipótesis de la identidad se presenta en dos fuerzas. La hipótesis fuerte o
emergentista de la identidad dice que los fenómenos mentales son procesos nerviosos
específicos que ocurren en determinados subsistemas especiales del cerebro, y que no
pueden explicarse únicamente con el recurso de la física y la química. La hipótesis débil
o niveladora de la identidad dice que los sucesos mentales son tan sólo sucesos físico-
químicos que tienen lugar en el cerebro, en pie de igualdad con las señales eléctricas
que se propagan a lo largo del axón de las neuronas y con el acoplamiento de los neuro-
transmisores a la membrana postsináptica, por lo que la física y la química deberían
bastar para explicarlos.
Es evidente que la versión fuerte implica a la débil: si los fenómenos mentales son
cambios biológicos muy especiales, también son cambios físico-químicos, aunque no
sólo eso. Y ambas hipótesis son reduccionistas, pero mientras que ia débil es fisicisla,
la fuerte es biologista, y esto incluso con matizaciones, pues sostiene que lo mental es
una clase muy especial de proceso biológico influido además por circunstancias sociales
Muchos materialistas objetan a la hipótesis fuerte o emergentista de la identidad
porque desconfían de la noción de emergencia, ya que creen que es un resto di-
oscurantismo. De esta resistencia hay que responsabilizar a ciertos epistemólogos, pues
definen una propiedad emergente de un todo como una propiedad que no se puede
explicar en términos de las partes del todo y las interacciones entre ellas. Examinaremos
detenidamente estas dudas en las secciones 3.4 y 5.3. Baste por ahora con recordar que
la emergencia no es otra cosa que novedad cualitativa, y como tal penetra en todos los
niveles de lá realidad. En particular, acompaña todas las síntesis químicas y todas las
novedades evolutivas. En realidad, las cosas dotadas de nuevas cualidades (emergentes)
son resultado tanto de procesos de unión y sustitución, como de especialización. Lo que
puede no ser capaz de hacer una célula simple, puede conseguirlo un sistema de células;
y lo que puede estar fuera de las posibilidades de ejecución de un organismo de una
especie dada, puede estar al alcance de sus descendientes remotos. El nivelador no
encontrará procesos mentales en la neurona simple ni en el invertebrado; el emergentista
lo buscará en las grandes agrupaciones de células cerebrales de los vertebrados supe­
riores. De aquí que sea el nivelador, y no el emergentista, quien abre la puerta al
oscurantismo que medra en la ciencia.
El objetivo de los psicobiólogos, en particular de los psicólogos fisiológicos, es
identificar a los sistemas neurales que controlan la conducta, así como a aquellos sis­
temas cuya actividad específica es mental (por ejemplo, afectiva, perceptiva, intelectual
o volitiva). Los psicobiólogos coherentes no buscan los “correlatos” neurales, los “equi­
valentes”, los “servidores”, las “encamaciones” o las “representaciones” de los procesos
mentales, pues todo eso es lenguaje dualista. En cambio, tratan de descubrir los sistemas
neurales que desencadenan funciones conductuales o mentales, al modo en que las
piernas se ocupan del caminar y el tubo digestivo, del digerir.
Por ejemplo, en una perspectiva psicobiológica, el percibir y el imaginar no están
“representados” en el cerebro, sino que son actividades cerebrales; el pensar no es
“equivalente” a un proceso cerebral de un cierto tipo, sino que es idéntico a él; y nc
hay sistema neural que “sirva” a la planificación o que “se transforme” en ella: la
planificación es idéntica a la actividad o función específica de determinados sistemas
neurales. Y en todas estas expresiones, la palabra “identidad” significa lo mismo que
en matemática, a saber: a - b si y sólo si a y b son nombres diferentes de un mismo
ente. (Además, si a = b, entonces b = a, y si a = b y b = c , entonces a = c).
Las diferencias entre las dos hipótesis de la identidad y entre éstas y sus rivales
se advierten mejor si las exponemos con ayuda de la notación de la lógica elemental.
Sean M, N y F las designaciones de los predicados “mental”, “neural” y “físico",
respectivamente. Llamemos además C a la relación causal, x e y a dos acontecimientos
y / y ti a dos instantes de tiempo. Finalmente, Vx y 3y simbolizan los cuantificadores
“pina lodo v” y “para algún y”, respectivamente; sea que => represente “si ... entonces”;
y a y v, “y” y “o”, respectivamente. Con esta notación, las diez filosofías de la mente
mejor conocidas quedan reducidas a las fórmulas siguientes:

Identidad fuerte (emergentista): Los fenómenos mentales son fenómenos nerviosos.


(Vx) (Vt) [Mxt => (3y)(Nyt a y = ;c)] [1.1]

Identidad débil (niveladora): Los fenómenos mentales son fenómenos físicos.


(Vx)(V/) [Mxt => (3y){Fyt a y = x)] [1.2]

Paralelismo: Todo fenómeno mental está acompañado deun fenómeno nervioso


sincrónico.
(Vx)(V/) [Mxt => (3y)(Nyt A y * *)] [1.3]

Epifenomenismo: Los fenómenos mentales son causados por procesos nerviosos.


(W)(V7) [Mxt => (3y)(3u)(u < t a Nyw a Cyx)] [1.4]

Animismo: Los fenómenos mentales causan procesos nerviosos o físicos.


(Vx)(V7) [M xt => (3y)(3z)(3w)(w > t a Nyw a F zu a (Cxy v Ocz)] [1.5]

Interaccionismo: Los fenómenos mentales causan o son causados por procesos


nerviosos o físicos.
(Vx)(V;) [M xt => (3_v)(3z)(3m)(m < /)[(Nyw a F zu a
(Cxy v Czx)) V (Nyt A Fzt a (Cxy V Cxz))]] [1.6]

Autonomismo: Lo mental y lo nervioso no guardan relación entre sí.


(Yx)(Vy)(Mx a Ny =$ Axy), donde A designa la relación vacía.
[1.7]

Idealismo (espiritualismo): Todo es mental.


(Vx) Mx [1.8]

Materialismo eliminativo: Nada es mental.


(V.x) ] Mx, donde 1 designa “no”. [1.9]

Monismo neutro: Lo mental y lo físico son otras tantas manifestaciones de una


sustancia neutral incognoscible.
(Vx)(Vy) [Mx a Ny => (3z) [Uz a (Azx V Azy)]], en donde U denota la sustancia neutral
incognoscible, y A debe entenderse como “aparece (o se manifiesta) como” . [1.10]
Las fórmulas que anteceden muestran a simple vista las virtudes y los inconvenien­
tes de cada punto de vista. Los más claros son el de la identidad (tanto de la fuerte como
de la débil), el paralelista, el autonomista, el idealista y el materialista eliminativo. En
cambio, el epifenomenismo, el animismo y el interaccionismo son vagos, puesto que no
apuntan el modo de causación, o el mecanismo, por el cual los sucesos corporales o
mentales en cuestión serían engendrados. Y el monismo neutro (o el punto de vista del
doble aspecto) es menos claro aún, pues implica el vago concepto de apariencia o
manifestación y, sobre todo, porque postula que tanto la materia como la mente tienen
una fuente incognoscible. Puesto que no son claros, ni el epifenomenismo, ni el animismo,
ni el interaccionismo, ni el monismo neutro están en condiciones de estimular la inves­
tigación psicológica, por no hablar ya de esclarecer problemas fisiológicos. Considere­
mos brevemente, pues, los seis puntos de vista siguientes.
Como ya hemos esbozado, las dos hipótesis de la identidad son programáticas. Sin
embargo, están bien definidas y ambas han dado pruebas de tener un formidable poder
heurístico. La elección entre ellas implica la cuestión relativa a la posibilidad de reducir
la biología a física y química. En otro lugar hemos considerado esta cuestión concluyen­
do que: a] los entes vivos, aunque están compuestos por elementos físicos y químicos,
tienen propiedades emergentes propias, esto es, propiedades de las que sus componentes
carecen (Bunge, 1979a); y en consecuencia, b] la biología, aunque se base en la física
y la química, no es completamente reducible a ellas; tiene conceptos, hipótesis y méto­
dos propios (Bunge, 1985a). Por esta razón, rechazamos la hipótesis débil o niveladora
1.2. En otras palabras, negamos que los sucesos mentales se puedan caracterizar sola­
mente en términos físicos y químicos.
En cambio, adoptamos la hipótesis fuerte o emergentista de la identidad, de acuerdo
con la cual todos los~Iücesos mentales son sucesos biológicos de un tipo muy especial.
(En el capítulo 7 sugeriremos que la clave de la mentalidad es la plasticidad nerviosa,
que comienza ya en la sinapsis). La hipótesis fuerte o emergentista de la identidad
plantea el desafiante problema de identificar los sistemas neurales cuyas actividades
específicas o funciones son los procesos mentales de diferente tipo. Éste es, precisamen­
te, el programa de la psicobiología o neurociencia cognoscitiva. En efecto, el objetivo de
esta ciencia es el de desarrollar la fórmula 1.1 de la identidad. Se trata de una tarea ex­
tremadamente ambiciosa, de ahí su dificultad y su interés. Cuando se embarcan en ella,
los psicólogos se convierten en científicos del sistema nervioso, mientras que estos
últimos se vuelven psicólogos. La barrera entre psicología y biología desaparece. (Véanse
Lashley, 1941; Teuber, 1978.)
Lo mismo que para las restantes hipótesis relativas a la naturaleza de la mente, el
paralelismo (fórmula 1.3) es una doctrina demasiado fácil, pues no sugiere cuál puede
ser la relación entre lo mental y lo corporal. Tan sólo afirma que para toda secuencia
de sucesos mentales hay una secuencia paralela de sucesos cerebrales. Pero esto lo
reconoce prácticamente todo el mundo, y es demasiado impreciso como para inspirar
un proyecto de investigación. (En 5.3 se hallará más acerca del paralelismo.)
Las restantes alternativas a la hipótesis de la identidad son tan insatisfactorias como
el piirnlelisiuo. lÜ uutonomismo (fórmula 1.7) niega que haya una relación entre lo
mental y lo físico, de modo que es una doctrina puramente negativa y, por tanto, incapaz
de alimentar la investigación sobre el problema de la relación mente-cuerpo. El materia­
lismo eliminativo (fórmula 1.9), al negar que existan fenómenos mentales, tiene exacta­
mente el mismo efecto: es estéril. Peor aún, deja completamente sin objetivo a la inves­
tigación psicológica. En cuanto al idealismo (fórmula 1.8), se trata, ciertamente, de una
doctrina positiva, pero de una doctrina incompatible con las ciencias fácticas (naturales
o sociales), que no estudian nada más que cosas materiales (concretas), ya sean protones,
células, cerebros, sociedades, o lo que fuere. Así pues, si queremos que la psicología sea
una ciencia como las de otros campos de la investigación científica, y que armonice e
interactúe con algunas de ellas, hemos de excluir el idealismo como un trasfondo útil.
Así las cosas, sólo nos quedan las dos hipótesis de la identidad (fórmulas 1.1 y 1.2)
que satisfacen los requisitos de claridad, poder heurístico y compatibilidad con la ciencia
contemporánea. Sin embargo, la versión fuerte, a saber, la de la fórmula 1.1 es preferible
por ser más precisa y por sugerir la unión de psicología y neurociencia. En realidad,
casi no cabe duda de que, aun cuando los procesos mentales sean procesos biológicos
que pueden analizarse en sus componentes físicos y químicos, tienen características que
ni la física ni la química estudian, y ni siquiera la biología general. Por ejemplo,
ninguna de estas ciencias trata de comprender procesos tan típicamente psicológicos
como la fantasía, la iniciativa o la inferencia.
Además de las virtudes que acabamos de mencionar, la hipótesis fuerte (emergentista)
de la identidad es miembro de pleno derecho de una visión precisa del mundo que
cuenta con la aprobación de la ciencia fáctica. Efectivamente, es peculiar del materia­
lismo, la filosofía de acuerdo con la cual todos los constituyentes del mundo real (o sea,
todos los entes), son materiales o concretos. (Esto no conlleva la negación de la exis­
tencia de ideas, pero niega su existencia autónoma, es decir, la existencia de ideas
separadas del cerebro.) Lo contrario del materialismo es el idealismo, o esplritualismo,
de acuerdo con el cual todos los entes son inmateriales.
Ni el materialismo ni el idealismo (o esplritualismo) son para los pusilánimes. Estos
últimos prefieren versiones diluidas de la tesis más fuerte. Estas doctrinas descafeinadas
son las contradictorias (lógicas) del materialismo y el idealismo. La contradictoria del
materialismo es el inmaterialismo, que sostiene que algunos objetos reales son inmateriales
(o ideales). Y la contradictoria del idealismo o esplritualismo, que sostiene que algunos
objetos reales son materiales, podría denominarse inidealismo. No hay oposición entre
inmaterialismo e inidealismo. El dualismo psicológico las une.
Las cuatro tesis y sus relaciones lógicas se muestran en el cuadro de oposiciones
que se presenta a continuación. (Para comprender este cuadro, recuérdese que la nega­
ción de “Todos los x son F ' no es “Ningún x es F \ sino “No todo x es F \ que equivale
a “Algún x no es F '.)
Dado que los investigadores en ciencias fácticas (naturales y sociales) estudian
exclusivamente cosas concretas —aunque, por supuesto, con la ayuda de conceptos—
se comportan como materialistas. (Quienes afirman la existencia de ideas desencamadas
ao se atreven a agregar que la ciencia los aprueba.) En verdad, son muy pocos los
científicos que se percatan de este compromiso tácito con el materialismo, o que se
MATERIALISMO -4-------------------------- contrario --------------------------► IDEALISMO (ESPIRITUALISMO)

Algunos objetos reales son materiales Algunos objetos reales son inmateriales

f ig . 1.1. Materialismo, idealismo (esplritualismo) y sus negaciones.

toman el trabajo de reconocerlo, y ello se debe a diversas razones. En primer lugar, muy
pocas personas tienen interés en poner al descubierto sus propios presupuestos; esta
tarea es típicamente fundacional y filosófica. En segundo lugar, el materialismo no se
ha caracterizado precisamente por sus grandes avances en el curso del siglo, en gran
parte porque ha estado casi siempre en manos de aficionados. (Véase, sin embargo,
Bunge, 1977a, 1979a, y 1981, en lo relativo al intento de actualizar el materialismo y
liberarlo del dogmatismo.) En tercer lugar, declararse materialista equivale a hacer
sonar la campanilla del leproso: los materialistas convictos son muy pronto aislados, o,
peor aún, se los pone en compañía indeseable.
No obstante, quien adopta cualquiera de las dos hipótesis de la identidad, aun
cuando sólo fuera como conjetura de trabajo, se comporta como un materialista. Pero
no es ésta la única hipótesis filosófica que subyace a la investigación psicológica.
En efecto, podemos encontrar otros principios filosóficos que orientan la investigación
científica, como se verá a continuación.

1.4. PRESUPUESTOS FILOSÓFICOS DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

La psicología filosófica trata de problemas de la conducta y de la mente en el contexto


del conocimiento común, sobre todo de la psicología popular, con el auxilio de herra­
mientas exclusivamente filosóficas. Es una ocupación de sillón, ajena, por tanto, a la
psicología experimental, y una preferida de los eruditos vivamente interesados en el
llamado misterio de la mente, aunque no lo suficientemente interesados como para
tomarse la molestia de estudiar la corriente principal de la literatura psicológica.
Podría parecer que la psicología filosófica es cosa del pasado. Y así puede que sea
de jure, pero no de hecho. En verdad, la psicología filosófica no sólo sobrevive en
^departamentos de filosofía, sino también, aunque marginalmente, en la comunidad
psicológica. En realidad, la llamada psicología humanista, sea la de Frankl, Maslow,
Kogers, Lacan o cualquier otra, no es otra cosa que úriá continuación de la psicología
filosófica tradicional, que se mantiene libre de contaminación experimental y de mode­
los miitonii'ilk'os. l,n única diferencia está en que los psicólogos humanistas, como los
psicoanalistas, ven pacientes, mientras que su contrapartida filosófica sólo se ocupa de
libros. Al margen de esto, ambos grupos comparten la convicción kantiana de que la
psicología nqjjuede ser experimental ni matemática: de que es una rama de las huma­
nidades y no de la ciencia.
Es cierto que a veces se encuentran intuiciones más interesantes sobre la mente
humana en los escritos de los psicólogos de sillón, o incluso en autores de ficción, que
en muchos experimentos rigurosos, pero carentes de imaginación. Después de todo, la
perceptividad de la condición humana y el talento (en particular el talento literario) no
tienen fronteras. Sin embargo, ni los psicólogos científicos, ni los filósofos de orienta­
ción científica pueden tener mucha paciencia con la psicología filosófica, pues, aunque
a menudo plantee problemas importantes e interesantes, lo hace sin consideración al­
guna por el enfoque científico ni por los descubrimientos, aunque modestos todavía, de
la investigación científica. Además, ni el psicólogo clínico que se enfrenta con la droga-
dicción, ni el psiquiatra que se enfrenta con una depresión aguda, pueden considerar
con ecuanimidad los ritos logoterapéuticos, carentes de fundamento. Por el contrario,
están condenados a verlos como un curanderismo peligroso. Cuando se llega a la salud
pública, y en particular a expensas del contribuyente fiscal, la voz de orden es la
vigilancia, no la tolerancia.
A primera vista, la psicología científica, a diferencia de la psicología filosófica y
de la humanista, está totalmente divorciada de la filosofía. (En particular los conductistas,
a pesar de la influencia del positivismo, y sobre todo del operacionismo, estaban orgu­
llosos de su independencia respecto de la filosofía.) Sin embargo, un análisis metodológico
de la psicología mostrará las cosas bajo otra luz. Entonces se verá que la investigación
científica, tanto en psicología como en cualquier otro campo del conocimiento, no se
conduce en un vacío filosófico, sino sobre el fondo de un complejo marco filosófico de
referencia. Hasta la pieza más modesta de la investigación científica presupone (admite
tácitamente) una cierta cantidad de principios filosóficos. Por ahora bastará con tres de
estos principios: “Nada surge de la nada ni se disuelve en la nada”, “Podemos conocer
el mundo, aun cuando sólo sea parcial y gradualmente” y “No manipularás los datos
ni falsificarás los cálculos”. Demos una rápida mirada a esos y otros principios.
Para comprobar si los principios anteriores son en verdad presupuestos en la
investigación científica, imagínese un proyecto que no los admitiera. Supóngase un
experimentador que observe un mono enjaulado con el objetivo de descubrir una pauta
de conducta en particular. De pronto, el mono desaparece de la vista. ¿Creerá el expe­
rimentador que se encuentra ante un caso de desaparición o de teletransporte? Lo más
probable es que suponga que el mono se escondió o que él mismo es víctima de una
alucinación. En todo caso, no informará de la desaparición por temor a que sus colegas
crean que no tiene familiaridad con el antiguo principio filosófico básico de que la
materia es increable e indestructible.
Una vez solucionado el misterio del mono desaparecido con la ayuda de un prin­
cipio filosófico y algunas investigaciones, nuestro científico reanuda sus observaciones.
Lo hace porque espera descubrir algo nuevo acerca de la conducta del mono. Esto quiere
decir que, tácitamente confía en el principio realista según el cual podemos conocer
cosas si las estudiamos. Cualquiera que sea su filosofía explícita, si es que tuviera
alguna, nuestro científico se comporta como un realista, no como un idealista o un
convencionalista. Por último, cuando informe sobre sus observaciones — esperemos que
así sea— lo hará fielmente y con mucho cuidado en distinguir los datos brutos de las
estadísticas construidas sobre su base, lo mismo que en distinguirlos de su propia
interpretación del resultado: a esto último se referirá como hipótesis. Al proceder de esta
manera, se estará guiando por una de las reglas metodológico-morales que gobiernan
la conducta de la investigación científica.
Podría parecer que todo lo que se acaba de decir es evidente, y que el aprendizaje
de tales principios forma parte de la formación científica de todo el mundo. De acuerdo.
Sin embargo, lo que importa es que esos principios, y muchos otros de este tipo, no
se estudian en el marco de la ciencia, sino de la filosofía. Son utilizados y comprobados
en la práctica por cualquier ciencia, pero a menudo es en la filosofía donde se originan,
y a veces donde se los analiza. (Véanse Agassi, 1975; Bunge, 1977a, 1979a, 1983a,
1983b, 2000; Burtt, 1932.) Al conjunto variable de todos esos principios ontológicos,
gnoseológicos y morales podemos denominarlo marco de referencia filosófico, perspec­
tiva general o visión del mundo. El cuadro 1.3 incluye una lista de algunos de ellos.

CU A D RO 1.3. M UESTRA D E PRINCIPIO S FILO SÓ FICOS IN V O LU CRA D O S, G EN ER A LM EN TE D E M O D O TÁ C ITO ,


EN LA IN V E ST IG A C IÓ N C IEN TÍFIC A , TA N TO BÁ SIC A C O M O A PL IC A D A , ASÍ C O M O EN SU PLA N IFIC A C IÓ N
Y EVALUACIÓN

Principios ontológicos (rfetafisicos): Sobre el mundo

01 El mundo existe por sí mismo (esto es, haya o no investigadores).


02 El mundo está compuesto exclusivamente de cosas (objetos concretos).
03 Las formas son propiedades de las cosas (no ideas existentes por sí mismas).
04 Las cosas se agrupan en sistemas: toda cosa es un sistema o bien un componente de un
sistema.
05 Toda cosa, salvo el universo, interactúa con otras cosas en ciertos respectos y está aislada
de las demás en ciertos otros.
06 Toda cosa cambia.
07 Nada surge de la nada y nada se reduce a la nada.
08 Todas las cosas están regidas por leyes. (Hay coincidencias, pero no milagros.)
09 Hay diversos tipos de leyes: causales, estocásticas y mixtas; del mismo nivel (por ej.,
biológicas), que abarcan más de un nivel (por ej., biosociales), etcétera.
OIO Hay distintos niveles de organización: físico, químico, biológico, social y tecnológico.
O lí Todos los sistemas, salvo el universo, reciben alimentación exterior y son selectivos.
012 En todo sistema hay actividad espontánea (no causada) de algún tipo.
013 Todo sistema tiene propiedades (llamadas “emergentes”) de las que sus componentes
carecen.
014 Toda propiedad emergente aparece en un cierto estadio en el conjunto de un sistema.
015 Todo sistema pertenece a algún linaje evolutivo.
016 Todo nínU-iim , hiiIvo el universo, se origina por agrupación o formación de sistemas.
CU A D RO 1.3 (continuación)

017 Los componentes de los sistemas sociales son biológicos, químicos y físicos; los de los
sistemas químicos son químicos o físicos; y los de los sistemas físicos son físicos.
018 Todo sistema, salvo el universo, es un subsistema de algún otro.
019 Cuanto más complejo es un sistema, más lo son los estadios en su proceso de sistematización.
020 Cuanto más complejo es un sistema, más lo son sus modalidades de quiebra.

Principios gnoseológicos descriptivosi sobre el conocimiento humano del mundo

G1 Podemos conocer el mundo (la realidad), aunque sólo parcial, imperfecta y gradualmente.
G2 Todo acto de conocimiento es un proceso en el sistema nervioso de algún animal.
G3 Los seres humanos sólo pueden conocer dos tipos de objetos: los entes materiales (cosas
concretas) y los conceptuales (conceptos, proposiciones y teorías).
G4 Un animal puede conocer una cosa únicamente si uno y otra pueden estar unidos por señales
que el primero pueda detectar y decodifícar.
G5 Ninguna investigación comienza con la ignorancia total: hemos de saber algo antes de poder
formular un problema e investigarlo.
G6 Toda operación de conocimiento está potencialmente sujeta a error, pero todo error
conceptual es corregible.
G7 Hay distintos modos de conocimiento: por percepción, por concepción y por acción; y
se combinan de diferente manera en múltiples investigaciones.
G8 Toda investigación humana se realiza en sociedad, y, por tanto, en cooperación y competencia
con otros.
G9 El conocimiento puede ser de individuos o de pautas o regularidades.
G10 Toda teoría, cuando se enriquece con datos e hipótesis subsidiarias, puede contribuir a
describir y predecir, pero sólo las teorías mecanísmicas pueden explicar.

Principios gnoseológicos normativos:'sobre la conducción de la investigación científica

G il Comienza tu investigación escogiendo un problema abierto.


G12 Formula tu problema con claridad: expon (amplía o restringe) su contexto, sus presupuestos,
sus datos.
G13 No tomes por problemas de conocimiento los problemas del ser ni a la inversa (por ejemplo,
no trates de definir la causalidad en términos de predictibilidad, y no creas que los hechos
cambian porque se los considere a través de marcos conceptuales alternativos).
G14 No permitas que las técnicas disponibles dicten todos tus problemas. Si es necesario, prueba
nuevas técnicas o incluso enfoques completamente nuevos.
G 15 Proyecta la investigación de tu problema, pero has de estar dispuesto a cambiar de proyecto,
e incluso de problema, cuantas veces sea necesario.
G 16 Siempre que sea posible, trata científicamente tus problemas (esto es, mediante conocimiento
y métodos científicos, apuntando a una meta científica o tecnológica).
G 17 No toleres la oscuridad o la confusión, salvo al comienzo. Prueba y precisa todos los conceptos
y proposiciones clave.
G 18 No te comprometas antes de comprobar. Primero conoce, luego, cree... y duda.
( ¡ l c) Revisa periódicamente tus más preciadas creencias. Seguramente encontrarás que alguna
de ellas es errónea, y, con suerte, podrás comenzar una revolución conceptual.
(¡20 Comprueba (la claridad, la coherencia y la efectividad de) todas tus reglas metodológicas.

Preceptos morales:¡sobre la conducción científica correcta

M1 Sé veraz.
M2 No te quedes en la superficie de los problemas por miedo a los poderes constituidos.
M3 Considera todos los datos, todas las teorías y todos los métodos como falibles, y considera
únicamente la investigación como sagrada.
M4 Corrige todo lo corregible o en particular tus propios errores.
M5 No desdeñes la superstición ni la seudociencia: exponías y lucha contra ellas.
M6 No acapares el conocimiento: compártelo.
M7 Deposita tu confianza donde es debido.
M8 Desdeña los argumentos autoritarios y ad hominem.
M9 Acaricia la libertad intelectual y mantente preparado para luchar por ella.
MIO Sé modesto, conoce tus limitaciones, pero no seas humilde; no te humilles ante la auto­
ridad ni ante la tradición.
M il No uses el prestigio obtenido en el progreso del conocimiento para apoyar causas injustas.
M 12 Ponte al servicio de los colaboradores, los estudiantes y la comunidad científica en general.
M 13 Rehúye la ideología en ciencia básica, pero declárala en la tecnología.
M14 Rehúsa utilizar el conocimiento para fines de destrucción u opresión.
M I5 No alardees de poderes de percepción especiales (particularmente paranormales).
M16 Trata de justificar todas tus afirmaciones.
M 17 Conserva tu independencia de juicio y, si es necesario, nada contra corriente.
M18 Tolera la investigación seria sobre problemas o con métodos que no te agradan.
M19 Sé intolerante con el oscurantismo organizado.
M20 No abandones nunca la vigilancia moral sobre tus propias acciones e incluso sobre tus
propios principios morales.

n o ta: para análisis detallados, véase Bunge (1977a, 1983a, 1983b, 1985a, 1985b, 2000).

Los principios filosóficos inherentes a la investigación científica no son siempre


evidentes — en particular para los investigadores con inclinación antifilosófica— , pero
salen pronto a la superficie, sobre todo en situaciones críticas. Por ejemplo, salen a
la superficie cuando se trazan ambiciosos proyectos de investigación (como localizar la
mente en el cerebro), e incluso cuando se discuten descubrimientos empíricos que resultan
dillcilcs de interpretar; también surgen cuando se construyen teorías (sistemas hipo-
lélico-deductivos), y cuando se evalúan proyectos de investigación o teorías rivales,
lin particular, los árbitros llamados a evaluar los proyectos de investigación no pueden
dejur de blandir todo un arsenal de esos principios generales. Si alguno de estos últimos
lucra erróneo, que es algo que ocurre comúnmente en psicología, habría que suprimir
Uncus enteras de la investigación. Por ejemplo, un árbitro comprometido con el arcaico
dogma teológico-filosófico, según el cual la mente es un ente inmaterial independiente,
pmlrln informar desfavorablemente sobre cualquier proyecto de investigación en
pnii/(>l)iolo¡>i;i, mientras que, siempre que no sea incoherente, podría recomendar la
invcsliy,lición |>mii|isH'ológic:a.
La afirmación de que la investigación científica implica los principios filosóficos
que se citan en el cuadro 1.3 y otros, no es una afirmación descriptiva, sino normativa.
Lo que se afirma no es que, de hecho, todos los científicos se sometan a esos principios,
y menos aún que lo hagan conscientemente. Esa afirmación podría obviamente ser falsa.
Lo que se afirma en lugar de ello es que el análisis filosófico de un fragmento de
investigación científica correcta está condenado a mostrar que tales principios están
implícitos en ese trabajo, cosa que, casi siempre, es lo más desconocido para los propios
investigadores. Hace un tiempo se sugirió una manera de justificar dicha afirmación. Hela
aquí: prescíndase, de uno en uno, de todos los principios filosóficos, y se verá si tales
omisiones mueven a cometer un error o a dejar de considerar un problema interesante.
Invitamos al lector a realizar esta comprobación por sí mismo, y a consultar otros textos
en busca de orientación (Bunge, 1977a, 1979a, 1983a, 1983b, 1985a, 1985b, 2000).

1.5. FILOSOFÍA DE LA PSICOLOGÍA

! Una filosofía de la psicología es, por supuesto, un estudio filosófico de la psicología.


Puesto que, como hemos visto al comienzo, la filosofía consta básicamente de lógica,
semántica, gnoseología y ontología, una filosofía general de la psicología debería con­
tener una lógica, una semántica, una gnoseología y una ontología de la psicología.
Ahora bien, en cualquier momento de su historia, la psicología implica una cantidad
de principios filosóficos: recuérdese la sección 1.4. Además, algunos de los descubri­
mientos de la investigación filosófica, pura o aplicada, forzosamente apoyan o minan
hipótesis filosóficas previas, o bien sugieren otras nuevas (por ejemplo, que hay, o que
es imposible que haya, mente sin cuerpo, o conocimiento sin aprendizaje). En conse­
cuencia, una filosofía general de la psicología no puede evitar enfrentarse con los
principios lógicos, semánticos, gnóseoTógícos, ontológicos y monfles'implicados en la
investigación y la práctica psicológicas, o por éstas sugeridos. (Para la negación de que
la filosofía de la psicología debe ocuparse de problemas ontológicos, tales como el de la
naturaleza de la mente, véase Margolis, 1984.) A decir verdad, ningún estudio particular
de la filosofía de la psicología se centrará en ninguno de estos problemas; es la disci­
plina como totalidad la que debe tratar acerca de ellos.
Lo mismo que otras ramas de la filosofía, la filosofía de la psicología no es en
absoluto un campo de conocimiento unitario y firmemente establecido. En realidad, hay
prácticamente tantas filosofías de la psicología como filósofos que se ocupen del tema,
y todas son superficiales y sectoriales. Ninguna cubre todos los aspectos de la disciplina
(lógico, semántico, etc.), y la mayoría de ellas distan mucho de la investigación psico­
lógica actual o apenas utilizan herramientas analíticas, o no pertenecen a sistemas
filosóficos generales. En resumen, las filosofías existentes de la psicología no se caracteri­
zan precisamente por su unidad de enfoque y de tema. Pero no es ésta una responsa­
bilidad exclusiva de los filósofos. Por ejemplo, Robinson (1985), un psicólogo, defiende
el dualismo psicológico anticuado con ayuda de instrumentos filosóficos obsoletos, y se
une a F.ccles (Recles y Robinson, 1985) en la cruzada contra el materialismo.
Hay distintos modos de filosofar acerca de la psicología o, en verdad, acerca de
cualquier cosa. Un discurso filosófico puede ser original o escolástico, constructivo
o crítico, exacto o inexacto, sistemático o fragmentario y de orientación científica o
acientífico (incluso anticientífico). O bien puede combinar dos o más de tales modali­
dades.
Así, antes de introducir una idea nueva es aconsejable resumir el fondo de cono­
cimiento pertinente, esto es, realizar un trabajo de exposición y de crítica. (Una filosofía
se califica como escolástica sólo si no contiene ideas nuevas, y en particular si es
apologética.) Un discurso original puede consistir en un análisis conceptual o en la
construcción de una teoría, pero no está necesariamente exento de observaciones crí­
ticas. Las críticas pueden motivar la construcción y, en todo caso, toda nueva idea
debiera ser críticamente examinada. (Una filosofía es puramente crítica o destructiva si
no propone alternativas.)
Cuando se expone un sistema filosófico están justificados los comentarios aclaratorios
o los ejemplos ilustrativos que, en sentido estricto, no pertenecen al sistema. Además,
el discurso puede ser exacto en unos aspectos e inexacto o informal en otros. (No
obstante, hay una diferencia entre la inexactitud — por ejemplo, la del lenguaje ordi­
nario— y la oscuridad, sea deliberada, sea manifestación de un trastorno neurológico.)
Por último, el discurso filosófico puede presentar una orientación científica en ciertos
pasajes y no científica (por ejemplo, ideológica) en otros. Sin embargo, si el objetivo
es estimular el avance del conocimiento, jamás debe ser anticientífico.
La pureza del modo, entonces, no es de importancia capital en filosofía. Lo que
interesa es que el discurso sea inteligible (tal vez con cierto esfuerzo de aprendizaje),
interesante o pertinente (por ejemplo, que trate problemas importantes), verdadero (por
lo menos en parte), y que esté dotado de cierto poder heurístico, esto es, que sugiera
nuevas hipótesis, experimentos o métodos, o que relacione entre sí ideas hasta entonces
aisladas. Sin embargo, sostengo que el modo de filosofar con mayor factibilidad de
conducimos a la claridad, la pertinencia, la verdad, la profundidad y el poder heurístico,
es el que combina crítica y exactitud, sistematicidad y fidelidad a la investigación y
la práctica actuales. Tratemos de justificar esta afirmación.
La necesidad de crítica es evidente, no sólo porque la crítica es un componente
de toda investigación racional, sino también porque la filosofía y la psicología, a pesar de
su antigüedad, todavía están subdesarrolladas, en parte debido a que siguen albergando
multitud de dogmas —por ejemplo, el dualismo psicofísico y la creencia de que, en
filosofía, en psicología o en ambas, basta el lenguaje ordinario. Sin embargo, no hay que
exagerar el valor de la crítica a expensas de la invención (de hipótesis) y el descubri­
miento (de hechos). La función de la crítica consiste en regular la investigación, no en
remplazaría. La crítica es al progreso del conocimiento lo que el termostato es al homo.
Sin un termostato, el homo puede resultar arrebatador, pero sin el homo, el termostato
ni) sirve para nada.
lin cuanto a la exactitud, o la obediencia a los modelos lógicos y el uso de herra­
mientas matemáticas, sólo en las primeras etapas de investigación se puede prescindir
de ellos. I)c alil en lulelante, su uso debe incrementarse por tres razones como mínimo.
En primer lugar, porque queremos minimizar malentendidos y las correspondientes
disputas hermenéuticas. (Si Freud hubiera sido un pensador exacto, no habría podido
engendrar más de 200 escuelas psicoanalíticas.) En segundo lugar, la exactitud favorece
la verificabilidad. (Compárese, por ejemplo, “Y es una función exponencial de X ” con
“Y depende de X ”.) En tercer lugar, la profundidad, siempre deseable, reclama exactitud,
pues las construcciones hipotéticas son siempre sospechosas, a menos que sean cuan-
tifícadas y relacionadas de una manera exacta con cantidades observables.
Igualmente obvia es la virtud de la sistematicidad cuando se trata de problemas
complejos, tales como los de investigación psicológica o filosófica. En ambos casos,
estamos condenados a recurrir a muchas hipótesis y definiciones, métodos y datos que,
a primera vista, no presentan relación entre sí. El enfoque exclusivo de algunos de tales
componentes es probable que termine en una presentación distorsionada del todo.
Un buen ejemplo de las desventajas de pensamiento sectorial es la psicología de las
facultades, que ignoraba las interacciones entre lo cognitivo, lo afectivo y los compo­
nentes motores del fenómeno mental. (Gran parte de la psicología contemporánea del
conocimiento es culpable de la misma falta.) Otro ejemplo es el segundo Wittgenstein,
cuyos libros son colecciones de aforismos y ejemplos sin conexión mutua.
Por último, solamente la actitud científica y la fidelidad a la investigación actual
produce un discurso filosófico lo suficientemente atractivo para los psicólogos como
para tener la oportunidad de sugerir nuevas y fructíferas ideas científicas o de desalen­
tar los proyectos de investigación orientados erróneamente. (Una de las razones por las
que los psicólogos no tienen en cuenta a los filósofos radica en que la mayoría de estos
últimos sólo se mueven en el campo de la psicología popular.) Sin embargo, es menester
que una buena dosis de escepticismo atempére la ciega entrega a la ciencia del momento,
pues, de lo contrario, el filósofo corre el riesgo de verse arrastrado por alguna corriente
de moda, que no tiene por qué ser la más fecunda y promisoria. (Recuérdese las épocas
en que psicólogos famosos identificaban mente con conciencia, o con un conjunto de
programas de computación.) En resumen, aun cuando en abierta colaboración con los
científicos, los filósofos debieran conservar su independencia de juicio, y no olvidar que
la mejor ciencia puede ser errónea (por ejemplo, por falta de adecuada orientación
filosófica). La filosofía no tiene por qué ser esclava de la ciencia, ni tampoco su señora,
sino su colaboradora. Esta cooperación, lejos de acallar las críticas mutuas, debe con­
tribuir al desarrollo de ambas partes.

1.6. RESUMEN

Hubo un tiempo en que la psicología era miembro de la familia filosófica. Hacia mediados
del siglo xix sufrió la ilusión de haberse emancipado por completo de la filosofía. Hoy,
cuando se encuentra en plena lucha por su independencia y en proceso de convertirse
en ciencia madura, se puede conceder que, lo mismo que cualquier otra ciencia, la psi­
cología no es del todo ajena a la filosofía.
Un examen de cualquier proyecto ambicioso de investigación psicológica, como de
cualquier progreso importante de la psicología, sugiere que nuestra cicncin rslii por
doquier impregnada de principios ontológicos, gnoseológicos y morales. En particular,
una gran parte de la investigación de los fenómenos mentales presupone alguna filosofía
de la mente. Pero es mayor aún la cantidad de investigación que se ha dejado de realizar
en este campo bajo la presión de erróneas filosofías de la mente y de la ciencia. Además,
hay hallazgos de la investigación psicológica que la filosofía debería asimilar, ya que,
después de todo, los problemas referentes a la naturaleza de la mente y a la mejor
manera de estudiarla son problemas que interesan tanto a la filosofía como a la psi­
cología.
Por tanto, no se trata de renunciar a la filosofía, sino de mantenerla bajo el control
de la ciencia, y de ayudarla a convertirse en una disciplina capaz de hacer progresar
activamente el conocimiento científico.

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