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LA FAMILIA:
1) Panorama actual: (Cap. IV del Manual de Doctrina Social de la Iglesia)
Es evidente que la familia es una de las instituciones sociales que más ha experimentado el
impacto de los cambios sociales en los últimos tiempos (ej.: basta pensar en nuestros padres o
abuelos para ver cómo ha cambiado la realidad de la familia). Que es posible extraer fenómenos
sociales de carácter genérico que más han influido sobre la vida familiar:
1. La creciente urbanización: que lleva de una sociedad rural a una sociedad urbana
y de una familia de tipo patriarcal (organizada alrededor del padre, con varias
generaciones compartiendo el mismo techo), a un nuevo tipo de familia, más
reducida, con responsabilidades mejor distribuidas entre el hombre y la mujer, y
más dependiente de otros grupos sociales(escuela, empresa, municipio, empresa,
etc.);
2. El proceso de desarrollo: que mientras produce riqueza abundante para algunas
familias, para otras produce inseguridad y marginalidad a través del desempleo, la
migración del campo a la ciudad, etc..-
3. El rápido crecimiento demográfico: en algunos países –que provoca problemas
sociales, económicos, éticos o religiosos- y en otros el crecimiento en casi nulo.
4. El proceso de socialización: que multiplica los grupos e instituciones sociales que
absorben funciones que antes cumplían las familias (ej.: escuelas de doble
escolaridad, las guarderías, los clubes de todo tipo, etc.). De todo esto podemos
extraer consecuencias positivas y negativas sobre las familias como por ejemplo
las positivas una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención
a las relaciones entre los esposos; la dignidad de la mujer, la paternidad
responsable, la educación de los hijos, las relaciones entre las familias; la misión
de la familia en la Iglesia, la responsabilidad central de la familia en la
construcción de una sociedad más justa. Que en contraposición a esto tenemos
los problemas que plantéale cambio social como por ejemplo la disminución de
matrimonios, la aceptación de las relaciones prematrimoniales, la multiplicación
de uniones ocasionales e inestables, con sus secuelas de madres solteras e hijos
parcial o totalmente abandonados; el creciente índice de disgregación familiar, a
través del divorcio (cada vez más aceptado) o por el abandono del hogar de unos
de los padres; la acentuación de las búsqueda egoísta del placer, el confort y el
sexo como fines en sí mismos, favorecida por la publicidad propia de la sociedad
de consumo; los problemas económicos como el desempleo, la falta de vivienda,
etc.; la dificultades para en este ambiente educar a los hijos y trasmitirle los
valores morales; el aborto; las políticas de limitación de la natalidad; la influencia
de la pornografía, las drogas, el alcohol, etc.; lo que exige un compromiso de
todos –gobernantes, educadores, familia, Iglesia- para defender y promover la
familia.-
Así, Juan Pablo II, en “Familiaris Consortio” dice: “. . . la familia constituye el lugar natural y el
instrumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad: colabora de
manera original y profunda en la construcción del mundo, haciendo posible una vida
propiamente humana, es particular custodiando y transmitiendo las virtudes y los "valores".
Como dice el Concilio vaticano II, en la familia "las distintas generaciones coinciden y se
ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con
las demás exigencias de la vida social". Como consecuencia, de cara a una sociedad que corre el
peligro de ser cada vez más despersonalizada y masificada, y por tanto inhumana y
deshumanizadora, con los resultados negativos de tantas formas de "evasión" -como son, por
ejemplo, el alcoholismo, la droga y el mismo terrorismo-, la familia posee y comunica todavía
hoy energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de mantenerlo consciente
de su dignidad personal, de enriquecerlo con profunda humanidad y de insertarlo activamente
con su unicidad e irrepetibilidad en el tejido de la sociedad.” (Nro. 43).-
Por eso “La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Donde
las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber
de ayudarlas y de sostener la institución familiar. De conformidad con el principio de
subisidiariedad, las comunidades más vastas deben abstenerse de privar a las familias de sus
propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.” (Nro. 2209 del Catecismo de la Iglesia
Católica).-
Se puede completar con los Nros. 215 a 218 del Compendio de la Doctrina Social de Iglesia.-
4) Misión de la Familia:
El Papa Juan Pablo II afirma en “Familiaris Consortio” que “. . . la esencia y el cometido de la
familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de
custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios
por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa. . . “ (Nro. 17).-
Los cuatro cometidos básicos de la familia son: (Santo Domingo, Conclusiones, Nro. 214):
1. La misión de la familia es vivir, crecer, y perfeccionarse como comunidad de personas
que se caracteriza por la unidad y la indisolubilidad. La familia es el lugar privilegiado
para la realización personal junto con los seres amados.-
2. Ser “como el santuario de la vida”, servidora de la vida, ya que el derecho a la vida es la
base de todos los derechos humanos, derecho que no se reduce a la sola procreación.-
3. Ser “célula primera y vital de la sociedad”, es decir promotora de desarrollo en virtud de
su naturaleza y vocación.-
4. Ser “Iglesia doméstica” que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios, santuario
donde se edifica la santidad y desde donde la Iglesia y el mundo pueden ser santificados.-
I) Formación de una comunidad de personas: porque una familia es ante todo una comunidad
formada por diversas personas: un hombre y una mujer unidos por el matrimonio, los padres y
los hijos, otros familiares (abuelos, nietos, tíos, etc.); todos unidos por el vínculo del amor y es
lo que a su vez le permite vivir, crecer y perfeccionarse.-
Todos los hombres están llamados al amor y la mayoría realizan esta vocación a través del
matrimonio y ese amor es total cuando se comprometen hasta la muerte, con su cuerpo y con su
espíritu, su inteligencia, su voluntad, sus sentimientos y su libertad. Esta entrega recíproca y
total sólo es posible en el matrimonio, es decir en el pacto de amor conyugal, elección
consciente y libre con la que el hombre y la mujer aceptan una comunidad íntima de vida y de
amor, querida por Dios mismo.
El matrimonio no es algo privado sino que interesa a la sociedad en su conjunto y por ello se han
dictado leyes sobre el matrimonio donde se incluye su forma de celebración, los derechos y
deberes de los esposos, etc.
Pero lo trascendente es que por el pacto de amor conyugal el hombre y la mujer “no son ya dos,
sino una sola carne” (Mateo 19, 6), y están llamados a crecer continuamente en su unión, a
través de la fidelidad de la promesa de entregarse íntegramente uno a otro.
Es cierto también que esta unión es de carácter complementaria entre el hombre y la mujer sin
preeminencias y con la intención de compartir un proyecto de vida que alcanza a las personas en
cuanto son y tienen.
Esta realidad natural es elevada a otra dimensión en el matrimonio cristiano: en Cristo Señor,
Dios asume esa realidad humana, la confirma, la purifica y la eleva mediante el sacramento del
matrimonio. La unión conyugal se caracteriza por su indisolubilidad. El Concilio Vaticano II
afirmó en la Constitución Pastoral Gaudim et spes en su Nro. 48: “establece sobre la alianza de
los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por
el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución
confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de
la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor
del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia
para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la
familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y
de toda la sociedad humana. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor
conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las
que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto
conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y
actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran
cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo
que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad. . .”.-
Esta indisolubilidad se fundamenta entonces en la entrega recíproca de los esposos, circunstancia
que no puede limitarse en el tiempo; la necesidad que los hijos crezcan y se eduquen en una
comunidad familiar estable y permanente y; por sobre todo en el designio de Dios manifestado
en su Revelación donde la indisolubilidad del matrimonio es fruto, signo y exigencia dle amor
absolutamente fiel que Dios tiene hacia el hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia.-
El acto por el cual un hombre y una mujer se casan es libre donde adquieren un compromiso
para siempre.-
La unión de los esposos es el fundamento sobre el cual se van gestando las relaciones familiares
entre padres, padres e hijos, hermanos, etc.; centrados en vínculos de sangre pero que se
perfecciona y se profundiza a través de lazos espirituales centrados siempre en el amor; unidad
familiar que es responsabilidad de cada uno de los integrantes el construir día a día ya sea en la
alegría, sufrimientos, tristezas y en cualquier ciscunstancia y eso hará de ella como veíamos
anteriormente una verdadera escuela humanidad y la célula básica de la sociedad. Todo esto en
consecuencia exigirá sacrificio, tolerancia, perdón, humildad, sinceridad, honestidad y todo lo
que requiera la construcción de algo tan fundamental y grande en la vida de la persona como la
familia basada en el amor.-
Con relación a la mujer y al hombre se debe tomar conciencia de su igual dignidad entre varón y
mujer no olvidando su papel de madre y defensora dela vida y educadora del hogar y su acceso
al mundo del trabajo.-
Lo mismo debe observarse con relación a los niños, jóvenes y ancianos.-
II) Servicio a la vida: El matrimonio y el amor conyugal tienen como fin y coronación la
procreación y educación de los hijos. Los esposos, al darseel uno al otro, dan más allá de sí
mismos la realidad del hijo, que es reflejo viviente de su amor, síntesis viva e inseparable del
padre y de la madre. “Todo niño –imagen de Jesús que nace- debe ser acogido con cariño y
bondad. AL tramitir la vida a un hijo, el amor conyugal produce una persona nueva, singular,
única e irrepetible” (Documento de Puebla; Nro. 584).
El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, realizando a lo largo de la historia
la bendición original del Creador: “Y los bendijo diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense,
llenen la tierra y sométanla” (Gén. Cap. 1 – versículo 28).-
El amor de los esposos es una participación especial en el misaterio de la vida y del amor de
Dios. Por eso, la Iglesia sabe que tiene la misión de custodiar y proteger la dignidad del
matrimonio y su responsabilidad en la trasmisión de la vida donde tanto el Concilio Vaticano II
como el Papa Pablo VI en su Encíclica “Humanae Vitae” como el Papa Juan Pablo II en la
Exhortación “Familiaris Consortio”, han manifestado claramente los esencial dela doctrina de la
Iglesia respecto a la trasmisión de la vida, declarando que el amor conyugal debe ser plenamente
humano, exclusivo y “abierto a la trasmisión de la vida”.-
Esta doctrina se enfrenta con una mantalidad anti-vida, como dijeron los Obispos
latinoamericanos en Santo Domingo: “cada día esmayor la masacre del aborto, que produce
millones de víctimas en nuestros países latinoamericanos. La mentalidad ant-vida, además de la
eutanasia prenatal lleva a la eliminación de niños recién nacidos. . .” (Nro. 219); olvidando que
“Dios es el mismo Señor de la vida. La vida es don suyo. El hombre no es ni puede ser árbitro
o dueño de la vida. El hijo debe ser responsablemente acogido en la familia como don
preciosísimo e irrepetible de Dios. El niño, concebido, no nacido, es el ser más pobre,
vulnerable e indefenso que hay que defender y tutelar. Se ve hoy, con mayor claridad, la
relación tan estrecha, subjetiva y objetiva entre anticoncepción y aborto. . .” (Nro. 215).-
La Iglesia “cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don
espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoismo que ofuscan el mundo, la
Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor del aquel
“SÍ”, de aquel “Amén” que es Cristo mismo. Al “no” que invade y aflige al mundo, contrapone
este “Sí”, viviente, defendiendode este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y
rebajan la vida” (“Familiaris consortio”, Nro. 30).
Ocurre a veces que con el pretexto de la “explosión demográfica” se realizan campañas para
reducir los nacimientos, sean con medios lícitos o no, aunque la Iglesia condena estas situaciones
por ser una ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia en la medida que se avance sobre la
libertad de los esposos para decidir cuántos hijos tendrán y cómo; entonces deben asumir lo que
se denomina “paternidad responsable”, es decir que los hijos no dependen de un capricho porque
“el niño de afuera a añadirse al amor de los esposos; brota del corazón mismo de ese don
recíproco, del que es fruto y cumplimiento”; esto es reconocer que existen deberes para con
Dios, la familia y la sociedad y que es tan malo un solo hijo para “poder darle todo” como más
de los que se puedan criar y educar.
Que es cirto también que es una decisión que compete específicamente a los esposos teniendo en
cuanto distinto tipo de circunstancias como por ejemplo sus condiciones físicas y psicológicas, la
situación económica de la familia y del país, los otros hijos ya nacidos, la realidad social que los
rodea y el conocimiento de las leyes biológicas de la procreación.
Otro tema que revista mucha importancia para la Doctrina Social de la Iglesia es la educación
de los hijos que es un derecho (no sólo porque está llamado a colaborar con Dios en su obra
creadora sino porque además la vocación de ser padre consiste en un largo proceso de trasmisión
de experiencias y valores – como por ejemplo que el hombre vale más por lo que es que por lo
que tiene, que la sexualidad es cuerpo,sentimiento y espíritu y que encuentra su significado real
en el amor, sembrar en ellos la semilla de la fe, etc.-, que prepare a los hijos para una vida
humananmente madura) y una obligación (porque su presencia es anbsolutamente necesaria para
un desarrollo sano y normal del niño).-
INTRODUCCIÓN
1. El problema del aborto provocado y de su eventual liberalización legal ha llegado a ser en casi
todas partes tema de discusiones apasionadas. Estos debates serían menos graves si no se tratase
de la vida humana, valor primordial que es necesario proteger y promover. Todo el mundo lo
comprende, por más que algunos buscan razones para servir a este objetivo, aun contra toda
evidencia, incluso por medio del mismo aborto. En efecto, no puede menos de causar extrañeza
el ver cómo crecen a la vez la protesta indiscriminada contra la pena de muerte, contra toda
forma de guerra, y la reivindicación de liberalizar el aborto, bien sea enteramente, bien por
"indicaciones" cada vez más numerosas. La Iglesia tiene demasiada conciencia de que es propio
de su vocación defender al hombre contra todo aquello que podría deshacerlo o rebajarlo, como
para callarse en este tema: dado que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, no hay hombre que no
sea su hermano en cuanto a la humanidad y que no esté llamado a ser cristiano, a recibir de él la
salvación.
2. En muchos países los poderes públicos que se resisten a una liberalización de las leyes sobre
el aborto son objeto de fuertes presiones para inducirlos a ello. Esto, se dice, no violaría la
conciencia de nadie, mientras impediría a todos imponer la propia a los demás. El pluralismo
ético es reivindicado como la consecuencia normal del pluralismo ideológico. Pero es muy
diverso el uno del otro, ya que la acción toca los intereses ajenos más rápidamente que la simple
opinión; aparte de que no se puede invocar jamás la libertad de opinión para atentar contra los
derechos de los demás, muy especialmente contra el derecho a la vida.
II A LA LUZ DE LA FE
5. "Dios no hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los vivientes" (Sab 1, 13). Ciertamente,
Dios ha creado a seres que sólo viven temporalmente y la muerte física no puede estar ausente
del mundo de los seres corporales. Pero lo que se ha querido sobre todo es la vida y, en el
universo visible, todo ha sido hecho con miras al hombre, imagen de Dios y corona del mundo
(Gn 1, 26-28). En el plano humano, "por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sab
2, 24); introducida por el pecado, la muerte queda vinculada a él, siendo a la vez signo y fruto
del mismo. Pero ella no podrá triunfar. Confirmando la fe en la resurrección, el Señor
proclamará en el evangelio que "Dios no es el Dios de los muertos, sino de los vivos" (Mt 22,
32), y que la muerte, lo mismo que el pecado, será definitivamente vencida por la resurrección
en Cristo (1 Cor 15, 20-27). Se comprende así que la vida humana, incluso sobre esta tierra, es
preciosa. Infundida por el Creador 5, es él mismo quien la volverá a tomar (Gn 2, 7; Sab 15, 11).
Ella permanece bajo su protección: la sangre del hombre grita hacia él (Gn 4, 10) y él pedirá
cuentas de ella, "pues el hombre ha sido hecho a imagen de Dios" (Gn 9, 5-6). El mandamiento
de Dios es formal: "No matarás" (Éx 20, 13). La vida al mismo tiempo que un don es una
responsabilidad: recibida como un "talento" (Mt 25, 14-30), hay que hacerla fructificar. Para ello
se ofrecen al hombre en este mundo muchas opciones a las que no se debe sustraer; pero más
profundamente el cristiano sabe que la vida eterna para él depende de lo que habrá hecho de su
vida en la tierra con la gracia de Dios.
6. La tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y
favorecida desde su comienzo como en las diversas etapas de su desarrollo. Oponiéndose a las
costumbres del mundo grecorromano, la Iglesia de los primeros siglos ha insistido sobre la
distancia que separa en este punto tales costumbres de las costumbres cristianas. En la Didaché
se dice claramente: "No matarás con el aborto al fruto del seno y no harás perecer al niño ya
nacido" 6. Atenágoras hace notar que los cristianos consideran homicidas a las mujeres que
toman medicinas para abortar; condena a quienes matan a los hijos, incluidos los que viven
todavía en el seno de su madre, "donde son ya objeto de solicitud por parte de la Providencia
divina" 7. Tertuliano quizá no ha mantenido siempre el mismo lenguaje; pero no deja de afirmar
con la misma claridad el principio esencial: "es un homicidio anticipado el impedir el
nacimiento; poco importa que se suprima la vida ya nacida o que se la haga desaparecer al nacer.
Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo" 8.
7. A lo largo de toda la historia, los Padres de la Iglesia, sus pastores, sus doctores, han enseñado
la misma doctrina, sin que las diversas opiniones acerca del momento de la infusión del alma
espiritual hayan suscitado duda sobre la ilegitimidad del aborto. Es verdad que, cuando en la
Edad Media era general la opinión de que el alma espiritual no estaba presente sino después de
las primeras semanas, se hizo distinción en cuanto a la especie del pecado y a la gravedad de las
sanciones penales; autores dignos de consideración admitieron, para este primer período,
soluciones casuísticas más amplias, que rechazaban para los períodos siguientes. Pero nunca se
negó entonces que el aborto provocado, incluso en los primeros días, fuera objetivamente una
falta grave. Esta condena fue de hecho unánime. Entre muchos documentos baste recordar
algunos.
El primer Concilio de Maguncia (Alemania), en el año 847, reafirma las penas decretadas por
concilios anteriores contra el aborto y determina que sea impuesta la penitencia más rigurosa "a
las mujeres que provoquen la eliminación del fruto concebido en su seno" 9. El Decreto de
Graciano refiere estas palabras del papa Esteban V: "Es homicida quien hace perecer, por medio
del aborto, lo que había sido concebido" 10. Santo Tomás, Doctor común de la Iglesia, enseña
que el aborto es un pecado grave, contrario a la ley natural 11. En la época del Renacimiento, el
papa Sixto V condena al aborto con la mayor severidad 12. Un siglo más tarde, Inocencio XI
reprueba las proposiciones de ciertos canonistas laxistas que pretendían disculpar el aborto
provocado antes del momento en que algunos colocaban la animación espiritual del nuevo ser
13. En nuestros días, los últimos pontífices romanos han proclamado con la máxima claridad la
misma doctrina: Pío XII ha dado una respuesta explícita a las objeciones más graves 14; Pío XI
ha excluido claramente todo aborto directo, es decir, aquel que se realiza como fin o como
medio 15; Juan XXIII ha recordado la doctrina de los Padres acerca del carácter sagrado de la
vida, "la cual desde su comienzo exige la acción creadora de Dios" 16. Más recientemente, el
Concilio Vaticano II, presidido por Pablo VI, ha condenado muy severamente el aborto: "La
vida desde su concepción debe ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el
infanticidio son crímenes abominables" 17. El mismo Pablo VI, hablando de este tema en
diversas ocasiones, no ha vacilado en repetir que esta enseñanza de la Iglesia "no ha cambiado ya
que es inmutable" 18.
8. El respeto a la vida humana no es algo que se impone a los cristianos solamente; basta la
razón para exigirlo, basándose en el análisis de lo que es y debe ser una persona. Constituido por
una naturaleza racional, el hombre es un sujeto personal, capaz de reflexionar por sí mismo, de
decidir acerca de sus actos y, por tanto, de su propio destino. Es libre; por consiguiente es dueño
de sí mismo, o mejor, puesto que se realiza en el tiempo, tiene capacidad para serlo, ésa es su
tarea. Creada inmediatamente por Dios, su alma es espiritual y, por ende, inmortal. Está abierto
a Dios y solamente en él encontrará su realización completa. Pero vive en la comunidad de sus
semejantes, se enriquece en la comunión interpersonal con ellos, dentro del indispensable medio
ambiente social. De cara a la sociedad y a los demás hombres, cada persona humana se posee a
sí misma, posee su vida, sus diversos bienes, a manera de derecho; esto lo exige de todos, en
relación con ella, la estricta justicia.
9. Sin embargo, la vida temporal vivida en este mundo no se identifica con la persona; ésta tiene
en propiedad un nivel de vida más profundo que no puede acabarse. La vida corporal es un bien
fundamental, condición para todos los demás aquí abajo; pero existen valores más altos, por los
cuales podrá ser lícito y aun necesario exponerse al peligro de perderlas. En una sociedad de
personas, el bien común es para cada persona un fin al que ella debe servir, al que sabrá
subordinar su interés particular. Pero no es su fin último; en este sentido es la sociedad la que
está al servicio de la persona, porque ésta no alcanzará su destino más que en Dios. Ella no
puede ser subordinada definitivamente sino a Dios. No se podrá tratar nunca a un hombre como
simple medio del que se dispone para conseguir un fin más alto.
10. Sobre los derechos y los deberes recíprocos de la persona y de la sociedad, incumbe a la
moral iluminar las conciencias; al derecho, precisar y organizar las prestaciones. Ahora bien, hay
precisamente un conjunto de derechos que la sociedad no puede conceder porque son anteriores
a ella, pero que tiene la misión de preservar y hacer valer: tales son la mayor parte de los
llamados hoy día "derechos del hombre", y de cuya formulación se gloría nuestra época.
11. El primer derecho de una persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de
ellos son más preciosos; pero aquél es el fundamental, condición para todos los demás. Por esto
debe ser protegido más que ningún otro. No pertenece a la sociedad ni a la autoridad pública, sea
cual fuere su forma, reconocer este derecho a uno y no reconocerlo a otros: toda discriminación
es inicua, ya se funde sobre la raza, ya sobre el sexo, el color o la religión. No es el
reconocimiento por parte de otros lo que constituye este derecho; es algo anterior; exige ser
reconocido y es absolutamente injusto rechazarlo.
12. Una discriminación fundada sobre los diversos períodos de la vida no se justifica más que
otra discriminación cualquiera. El derecho a la vida permanece íntegro en un anciano, por muy
reducido de capacidad que esté; un enfermo incurable no lo ha perdido. No es menos legítimo en
un niño que acaba de nacer que en un hombre maduro. En realidad el respeto a la vida humana
se impone desde que comienza el proceso de la generación. Desde el momento de la fecundación
del óvulo, queda inaugurada una vida que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un
nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. No llegará a ser nunca humano si no lo es ya
entonces.
13. A esta evidencia de siempre -totalmente independiente de las disputas sobre el momento de
la animación 19 -, la ciencia genética moderna aporta preciosas confirmaciones. Ella ha
demostrado que desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será este ser
viviente: un hombre, individual, con sus notas características ya bien determinadas. Con la
fecundación ha comenzado la aventura de una vida humana, cada una de cuyas grandes
capacidades exige tiempo, un largo tiempo, para ponerse a punto y estar en condiciones de
actuar. Lo menos que se puede decir es que la ciencia actual, en su estado más evolucionado, no
da ningún apoyo sustancial a los defensores del aborto. Por lo demás, no es incumbencia de las
ciencias biológicas dar un juicio decisivo acerca de cuestiones propiamente filosóficas y
morales, como son la del momento en que se constituye la persona humana y la legitimidad del
aborto. Ahora bien, desde el punto de vista moral, esto es cierto: aunque hubiese duda sobre la
cuestión de si el fruto de la concepción es ya una persona humana, es objetivamente un pecado
grave el atreverse a afrontar el riesgo de un homicidio. "Es ya un hombre aquel que está en
camino de serlo" 20.
14. La ley divina y la ley natural excluyen, pues, todo derecho a matar directamente a un hombre
inocente.
Sin embargo, si las razones aducidas para justificar un aborto fueran claramente infundadas y
faltas de peso, el problema no sería tan dramático: su gravedad estriba en que en algunos casos,
quizá bastante numerosos, rechazando el aborto se causa perjuicio a bienes importantes que es
normal tener en aprecio y que incluso pueden parecer prioritarios. No desconocemos estas
grandes dificultades: puede ser una cuestión grave de salud, muchas veces de vida o muerte para
la madre; a la carga que supone un hijo más, sobre todo si existen buenas razones para temer que
será anormal o retrasado; la importancia que se da en distintos medios sociales a consideraciones
como el honor y el deshonor, una pérdida de categoría, etcétera. Debemos proclamar
absolutamente que ninguna de estas razones puede jamás dar objetivamente derecho para
disponer de la vida de los demás, ni siquiera en sus comienzos; y, por lo que se refiere al futuro
desdichado del niño, nadie, ni siquiera el padre o la madre, pueden ponerse en su lugar, aunque
se halle todavía en estado de embrión, para preferir en su nombre la muerte a la vida. Ni él
mismo, en su edad madura, tendrá jamas derecho a escoger el suicidio; mientras no tiene edad
para decidir por sí mismo, tampoco sus padres pueden en modo alguno elegir para él la muerte.
La vida es un bien demasiado fundamental para ponerlo en balanza con otros inconvenientes,
incluso mas graves 21.
16. Otro tanto hay que decir acerca de la reivindicación de la libertad sexual. Si con esta
expresión se entendiera el dominio progresivamente conquistado por la razón y por el amor
verdaderos sobre los impulsos del instinto, sin menos precio del placer, aunque manteniéndolo
en su justo puesto -y tal sería en este campo la única libertad auténtica-, nada habría que objetar
al respecto; pero semejante libertad se guardaría siempre de atentar contra la justicia. Si, por el
contrario, se entiende que el hombre y la mujer son "libres" para buscar el placer sexual hasta la
saciedad, sin tener en cuenta ninguna ley ni la orientación esencial de la vida sexual hacia sus
frutos de fecundidad 23, esta idea no tiene nada de cristiano; y es incluso indigna del hombre. En
todo caso, no da ningún derecho a disponer de la vida del prójimo, aunque se encuentre en
estado embrionario, ni a suprimirla con el pretexto de que es gravosa.
17. Los progresos de la ciencia abren y abrirán cada vez más a la técnica la posibilidad de
intervenciones refinadas cuyas consecuencias pueden ser muy graves, tanto para bien como para
mal. Se trata de conquistas, en sí mismas admirables, del espíritu humano. Pero la técnica no
podrá sustraerse del juicio de la moral, porque esta hecha para el hombre y debe respetar sus
finalidades. Así como no hay derecho a utilizar para un fin cualquiera la energía nuclear,
tampoco existe autorización para manipular la vida humana de la forma que sea: el progreso de
la ciencia debe estar a su servicio, para asegurar mejor el juego de sus capacidades normales,
para prevenir o curar las enfermedades, para colaborar al mejor desarrollo del hombre. Es cierto
que la evolución de las técnicas hace cada vez más fácil el aborto precoz; pero el juicio moral no
cambia.
18. Sabemos qué gravedad puede revestir para algunas familias y para algunos países el
problema de la regulación de nacimientos: por eso el último Concilio, y después la encíclica
Humanae vitae, del 25 de julio de 1968, han hablado de "paternidad responsable" 24. Lo que
queremos reafirmar con fuerza, como lo han recordado la constitución conciliar Gaudium et
spes, la encíclica Populorum progressio y otros documentos pontificios, es que jamás, bajo
ningún pretexto, puede utilizarse el aborto, ni por parte de una familia, ni por parte de la
autoridad política, como medio legítimo para regular los nacimientos 25. La violación de los
valores morales es siempre, para el bien común, un mal más grande que cualquier otro daño de
orden económico o demográfico.
V LA MORAL Y EL DERECHO
19. En casi todas partes la discusión moral va acampanada de graves debates jurídicos. No hay
país cuya legislación no prohíba y no castigue el homicidio. Muchos, además, han precisado esta
prohibición y sus penas en el caso especial del aborto provocado. En nuestros días, un vasto
movimiento de opinión reclama una liberalización de esta ultima prohibición. Existe ya una
tendencia bastante generalizada a querer restringir lo más posible toda legislación represiva,
sobre todo cuando la misma parece entrar en la esfera de la vida privada. Se repite además el
argumento del pluralismo: si muchos ciudadanos, en particular los fieles a la Iglesia católica,
condenan el aborto, otros muchos lo juzgan lícito, al menos a título de mal menor; ¿por qué
imponerles el seguir una opinión que no es la suya, sobre todo en países en los cuales sean
mayoría? Por otra parte, allí donde todavía existen, las leyes que condenan el aborto se revelan
difíciles de aplicar: el delito ha llegado a ser demasiado frecuente como para que pueda ser
siempre castigado y los poderes públicos encuentran a menudo más prudente cerrar los ojos.
Pero el mantener una ley que ya no se aplica no se hace nunca sin detrimento para el prestigio de
todas las demás. Añádase que el aborto clandestino expone a las mujeres que se resignan a
recurrir a él a los mas grandes peligros para su fecundidad y también, con frecuencia, para su
vida. Por tanto, aunque el legislador siga considerando el aborto como un mal, ¿no puede
proponerse limitar sus estragos?
20. Estas razones, y otras mas que se oyen de diversas partes, no son decisivas. Es verdad que la
ley civil no puede querer abarcar todo el campo de la moral o castigar todas las faltas. Nadie se
lo exige. Con frecuencia debe tolerar lo que en definitiva es un mal menor para evitar otro
mayor. Sin embargo, hay que tener cuenta de lo que puede significar un cambio de legislación.
Muchos tomarán como autorización lo que quizá no es más que una renuncia a castigar. Más
aún, en el presente caso, esta renuncia hasta parece incluir, por lo menos, que el legislador no
considera ya el aborto como un crimen contra la vida humana, toda vez que en su legislación el
homicidio sigue siendo siempre gravemente castigado. Es verdad que la ley no está para zanjar
las opiniones o para imponer una con preferencia a otra. Pero la vida de un niño prevalece sobre
todas las opiniones: no se puede invocar la libertad de pensamiento para arrebatársela.
21. La función de la ley no es la de registrar lo que se hace, sino la de ayudar a hacerlo mejor.
En todo caso, es misión del Estado preservar los derechos de cada uno, proteger a los más
débiles. Será necesario para esto enderezar muchos entuertos. La ley no está obligada a
sancionar todo, pero no puede ir contra otra ley más profunda y más augusta que toda ley
humana, la ley natural inscrita en el hombre por el Creador como una norma que la razón
descifra y se esfuerza por formular, que es menester tratar de comprender mejor, pero que
siempre es malo contradecir. La ley humana puede renunciar al castigo, pero no puede declarar
honesto lo que sea contrario al derecho natural, pues una tal oposición basta para que una ley no
sea ya ley.
22. En todo caso debe quedar bien claro que un cristiano no puede jamás conformarse a una ley
inmoral en sí misma; tal es el caso de la ley que admitiera en principio la licitud del aborto. Un
cristiano no puede ni participar en una campaña de opinión en favor de semejante ley, ni darle su
voto, ni colaborar en su aplicación. Es, por ejemplo, inadmisible que médicos o enfermeros se
vean en la obligación de prestar cooperación inmediata a los abortos y tengan que elegir entre la
ley cristiana y su situación profesional.
23. Lo que por el contrario incumbe a la ley es procurar una reforma de la sociedad, de las
condiciones de vida en todos los ambientes, comenzando por los menos favorecidos, para que
siempre y en todas partes sea posible una acogida digna del hombre a toda criatura humana que
viene a este mundo. Ayuda a las familias y a las madres solteras, ayuda asegurada a los niños,
estatuto para los hijos naturales y organización razonable de la adopción: toda una política
positiva que hay que promover para que haya siempre una alternativa concretamente posible y
honrosa para el aborto.
VI CONCLUSIÓN
24. Seguir la propia conciencia obedeciendo a la ley de Dios, no es siempre un camino fácil; esto
puede imponer sacrificios y cargas, cuyo peso no se puede desestimar; a veces se requiere
heroísmo para permanecer fieles a sus exigencias. Debemos subrayar también, al mismo tiempo,
que la vía del verdadero desarrollo de la persona humana pasa por esta constante fidelidad a una
conciencia mantenida en la rectitud y en la verdad, y exhortar a todos los que poseen los medios
para aligerar las cargas que abruman aún a tantos hombres y mujeres, a tantas familias y niños,
que se encuentran en situaciones humanamente sin salida.
26. Pero esto no significa que uno pueda quedar indiferente a estas penas y a estas miserias.
Toda persona de corazón y ciertamente todo cristiano, debe estar dispuesto a hacer lo posible
para ponerles remedio. Esta es la ley de la caridad, cuyo primer objetivo debe ser siempre
instaurar la justicia. No se puede jamás aprobar el aborto; pero por encima de todo hay que
combatir sus causas. Esto comporta una acción política, y ello constituirá en particular el campo
de la ley. Pero es necesario, al mismo tiempo, actuar sobre las costumbres, trabajar a favor de
todo lo que puede ayudar a las familias, a las madres, a los niños. Ya se han logrado progresos
admirables por parte de la medicina al servicio de la vida; puede esperarse que se harán mayores
todavía, en conformidad con la vocación del médico, que no es la de suprimir la vida, sino la de
conservarla y favorecerla al máximo. Es de desear igualmente que se desarrollen, dentro de las
instituciones apropiadas o, en su defecto, en las suscitadas por la generosidad y la caridad
cristiana, toda clase de formas de asistencia.
27. No se trabajará con eficacia en el campo de las costumbres más que luchando igualmente en
el campo de las ideas. No se puede permitir que se extienda, sin contradecirla, una manera de ver
y, más aun, posiblemente de pensar, que considera la fecundidad como una desgracia. Es verdad
que no todas las formas de civilización son igualmente favorables a las familias numerosas; estas
encuentran obstáculos mucho más graves en una civilización industrial y urbana. También la
Iglesia ha insistido en tiempos recientes sobre la idea de paternidad responsable, ejercicio de una
verdadera prudencia humana y cristiana. Esta prudencia no sería auténtica si no llevase consigo
la generosidad; debe ser consciente de la grandeza de una tarea que es cooperación con el
Creador para la trasmisión de la vida que da a la comunidad humana nuevos miembros y a la
Iglesia, nuevos hijos. La Iglesia de Cristo tiene cuidado fundamental de proteger y favorecer la
vida. Ciertamente piensa ante todo en la vida que Cristo vino a traer: "He venido para que los
hombres tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Pero la vida proviene de Dios en
todos sus niveles, y la vida corporal es para el hombre el comienzo indispensable. En esta vida
terrena, el pecado ha introducido, multiplicado, hecho más pesadas la pena y la muerte, pero
Jesucristo, tomando sobre si esta carga, las ha transformado: para quien cree en él, el sufrimiento
e incluso la muerte, se convierten en instrumentos de resurrección. Por eso puede decir san
Pablo: "Considero que los sufrimientos del tiempo presente no guardan proporción con la gloria
que se debe manifestar en nosotros" (Rom 8, 18) y, si hacemos la comparación, añadiremos con
él: "nuestras tribulaciones, leves y pasajeras, nos producen eterno caudal de gloria, de una
medida que sobrepasa toda medida" (2 Cor 4, 17).
Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía
consagrado (Jr 1, 5; cf Jb 10, 812; Sal 22, 10 - 11).
Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la
tierra (Sal 139, 15).
2271 Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado.
Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como
un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.
Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión
que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el
máximo cuidado desde la concepción, tanto el aborto como el infanticidio son crímenes
abominables (GIS 51, 3).
2272 La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena
canónica de excomunión este delito contra la vida humana. "Quien procura el aborto, si éste se
produce, incurre en excomunión latae sententiae" (CIC can. 1398), es decir, "de modo que
incurre ipso facto en ella quien comete el delito" (CIC can. 1314), en las condiciones previstas
por el Derecho (cf CIC can. 1323 - 1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de
la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable
causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
2273 El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida constituye un elemento
constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:
"Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la
sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a
los individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado:
pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la
ha originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho
de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte" (CDF,
instr. "Donum vitae" 3).
"Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el
ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado
no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es
más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho... El respeto y la
protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que
la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos"
(CDF, instó."Donum vitae" 3).
2274 Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser
defendido en su integridad, cuidado y atendido médica mente en la medida de lo posible, como
todo otro ser humano.
El diagnóstico prenatal es moralmente lícito, "si respeta la vida e integridad del embrión y del
feto humano, y si se orienta hacia su protección o hacia su curación... Pero se opondrá
gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de
provocar un aborto: un diagnóstico que atestigua la existencia de una malformación o de una
enfermedad hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte" (CDF, instó."Donum vitae"
1, 2).
2275 Se deben considerar "lícitas las intervenciones sobre el embrión humano, siempre que
respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados,
que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia
individual" (CDF, instó."Donum vitae" 1, 3).
"Es inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como 'material biológico'
disponible" (CDF, instó."Donum vitae" 1, 5).
La Eutanasia
El respeto de la vida humana presupone admitir la existencia de Dios, de un Dios amoroso autor
de la vida. Nadie puede atentar contra la vida de un ser humano sin apoyarse al amor de Dios
hacia él, sin violar un derecho fundamental y sin cometer un crimen.
La eutanasia es una grave ofensa a Dios, autor de la vida, en cuanto viola su ley. No es lícito
matar a un paciente para no verle sufrir o no hacerle sufrir, aunque aquello pida. Ni el paciente,
ni los médicos, ni los familiares tienen la facultad de decidir o provocar la muerte de una
persona. No tiene derecho a la elección del lugar y del momento de la muerte, porque el hombre
no tiene el poder absoluto sobre su persona y su vivir, con mayor razón, sobre su muerte.
Es necesario reafirmar que nadie ni nada puede autorizar la muerte de un ser humano, sea feto o
embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Ninguna autoridad puede
legítimamente imponerlo o permitirlo.
No se puede decir que una vida es mas o menos plena dependiendo del estado de la salud o si es
útil o no. Toda vida merece ser vivida.
Etimológicamente, eutanasia, viene del griego y significa principalmente buena muerte, muerte
apacible, sin sufrimiento. Según la tradición cristiana, a la buena muerte se llega cuando se
prepara espiritualmente al encuentro con Dios. Sólo dentro de la perspectiva cristiana de la
redención, el sufrimiento alcanza su valor pleno. El dolor puede ser un instrumento de salvación,
cuando es vivido cristianamente e iluminado por la Palabra de Dios.
Todo hombre tiene el deber de vivir su vida conforme al designio de Dios. Esta le ha sido dada
para dar frutos en la tierra, y no para ser destruida a su antojo.
Actualmente, se suele definir como el acto voluntario de facilitar la muerte sin dolor, "por
razones de piedad ": ya sea para evitar un futuro doloroso a una vida humana "sin valor". La
Congregación para la Doctrina de la Fe ofreció en su Declaración de 1980 otra definición de tipo
general: "acción u omisión que, por su naturaleza o de modo intencional, procura la muerte con
el fin de eliminar todo dolor" (n. 2). El Consejo Pontificio Cor Unum, (1981) considera la
eutanasia todos aquellos actos "que consisten en poner fin a la vida del enfermo o de la persona".
2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto
especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan
normal como sea posible.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a
la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para
suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona
humana y al respeto del Dios vivo su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído
de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida que se ha de rechazar y excluir
siempre.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona
enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los
sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente
conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino
solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma
privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.
6) La Dignidad de la Mujer:
Como ya hemos visto debemos tender a una igual dignidad entre el varón y la mujer y no
permitir que se la reduzca a un papel secundario en la vida social o solamente la tarea de esposa
y madre que de por sí es importantísima y que también merece un reconocimiento expreso dela
sociedad ya que tanto en las familias como en las comunidades eclesiales y en las diversas
organizaciones de un país, las mujeres son quienes más comunican, sostienen y promueven la
vida, la fe y los valores. Ellas han sido durante siglos “el ángel custodio del alma cristiana del
continente” (cf. Juan Pablo II, Homilía en Santo Domingo, 11.10.92, 9).-