Años de Nada

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Años de nada

I
Parecería ser que, para todo, necesitamos esfuerzo. No es así.
La gente en el trabajo parece más interesada en demostrar que se está esforzando que en
realmente hacer algo productivo.
Recuerdo una ocasión en la que dos personas hablaban en mi trabajo. Una decía “siento
que no hice nada”. La otra respondía “yo también, me siento inútil”. Yo les dije,
“tranquilos, acá no hay nadie que haga menos que yo”.
Me gusta meditar. La meditación es el arte y disciplina de hacer nada.
Desde pequeño recuerdo mi afición por nada. Amo la nada. Estar sentado,
contemplando.
Las personas se preocupaban por mí. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Yo los miraba
confundido.
Tanto me lo preguntaron que un día empecé a dudar. ¿Qué me pasa? Creo que no soy
normal. La gente normal interactúa. La gente normal habla todo el tiempo. Siempre
están haciendo algo. Planifican. Se preocupan. Todo es una invitación a preocuparse.
Entonces, por el simple hecho de querer que me acepten, decidí ser como ellos. Durante
años fui como todos querían. Con el tiempo me aceptaron. Es fácil ser aceptado, no
requiere una gran capacidad.
Lo malo, es que la aceptación de los demás, como cualquier droga, te hace dependiente.
Lo bueno es que, por más éxito que uno haya tenido esquivándose, siempre puede
volver al inicio. Eso no se pierde. Pero hay que escuchar. Y para escuchar, se necesita
silencio.
Comencé entonces a buscarme.
Algunos filósofos que ya no están entre nosotros me contaron sobre la meditación.
Algunos libros escritos hace ya mucho tiempo me ayudaron a reforzar el concepto.
Debo admitir que, en una sociedad donde todo requiere esfuerzo, la meditación es un
concepto revolucionario.
El arte de no hacer nada. Era perfecto para mí.
Pero entender algo intelectualmente es una cosa, y realmente comprenderlo requiere
vivirlo.
Para encontrarse, es necesario alejarse por un tiempo de los demás. De todas las
personas que nos conocen. Las personas que nos recuerdan todo el tiempo quiénes
somos. Es muy difícil encontrar así nuestra verdadera naturaleza.
II
La mayoría de los humanos sufrimos una desconexión constante con la realidad.
¿Qué es la realidad? Aquello que escapa a las palabras. Intentar describir la realidad es
inútil.
¿Qué son las palabras? Símbolos. Los símbolos son herramientas que representan otra
cosa. Los símbolos no son lo que representan. Y ese es el problema con nuestra
concepción de la realidad.
Creemos que las palabras son la realidad. Porque nuestro pensamiento es palabras. Lo
que pensamos no es lo que realmente sucede.
Si nuestra mente utiliza palabras todo el día, no hay ni un momento de experiencia real.
Estaríamos atrapados en el mundo de los símbolos.
El pensamiento es como el dinero. El dinero también es un símbolo. Representa la
riqueza, pero no es riqueza. Diez mil pesos representan un carrito lleno de cosas en el
supermercado. Pero no son los productos. Diez mil pesos no se pueden comer. De la
misma manera, el pensamiento representa la realidad, pero no es la realidad.
¿Qué nos pasa cuando vemos a alguien hablando solo por la calle? Está loco. Bueno,
nosotros hacemos exactamente lo mismo, solo que hablamos todo el día hacia adentro.
Nosotros tampoco somos lo que pensamos de nosotros. Nos armamos una imagen, pero
no somos eso.
Creemos que somos esa voz que habla en nuestra cabeza. Nos identificamos con ella.
¿Cuántas veces nos ayudó esa voz? Bastantes. Pero, ¿cuántas veces nos perjudicó?
¿Cuántas veces nos hizo dudar, nos confundió y nos criticó?
Como diría un viejo filósofo, la realidad es “…” gong
Y si yo no soy esa voz de mi cabeza, ¿qué soy?

III
Es una ilusión creer en un “yo” separado del resto del universo. La meditación es la vía
de contacto con todo lo que está por fuera. Es decir, aquello que realmente somos.
Meditar es experimentar la realidad pura.
Es la forma en que sentimos la unión indivisible entre dentro y fuera. Desde nuestro
lugar como pieza, experimentamos todo el rompecabezas.
En la meditación percibimos. Recibimos al mundo tal como es.
Para ingresar, necesitamos cero esfuerzo. Recibimos, no interpretamos. Observamos, no
etiquetamos. Contemplamos, no pensamos. No le agregamos un carácter simbólico a
aquello que nos llega.
No hay nada que tengamos que hacer para meditar. De hecho, si intentamos hacer algo,
se nos escapa. Por eso es tan difícil de comprender para la cultura actual. El esfuerzo
impide la meditación.
Si llenamos todo con palabras, solo manejamos símbolos. El tiempo también es un
símbolo. Representa el movimiento, la dinámica de las cosas. Pero, en definitiva, es solo
una manera de interpretar. La meditación acalla la mente por un momento, escapando al
concepto del tiempo.
Hay solo dos elementos simbólicos capaces de crear problemas. Uno es el pasado, el
otro es el futuro.

IV
Es en este momento cuando muchas mentes empiezan a pensar: “tengo que empezar a
meditar cuanto antes. Así mi vida va a ser mejor”. Recomiendo tener mucho cuidado.
Quien les dice eso es la vocecita de la cabeza.
¿Quién está siempre buscando algo que no tiene?
La mente. La mente es una eterna insatisfecha.
La meditación no tiene una razón de ser. Es lo único que no tiene un propósito. Por eso
es tan difícil de concebir.
Si medito para mejorar tengo la cabeza en el futuro. Si hay razón, no hay meditación.
Entonces, ¿cómo dejo de querer mejorar?
Bueno, ¿para qué querés saber?
No mejoramos justamente por nuestro deseo de ser mejores.
Nos percibimos insuficientes. Imperfectos. Nuestra cultura es una escalera a un ideal
inalcanzable, que se vuelve humo cuando llegamos a la cima.
Observen las publicidades a su alrededor. Te indican el auto que deberías manejar, la
ropa deberías usar, y el rostro que deberías tener para ser feliz.
“Sé tu mejor versión”. Más atlético, más estético, más inteligente. Ahorrá más tiempo,
ahorrá más dinero. Llegá más alto. Llegá más rápido. Llegá más lejos.
Somos humanos. Somos capaces de amar y destruir. Somos amorosos y generosos, pero
también somos egoístas, inseguros y vengativos.
Creemos saber qué es lo mejor para nosotros mismos, y qué es lo mejor para los demás.
Dejame ayudarte o te vas a ahogar, le dijo el mono al pez, lo sacó del agua y lo posó
gentilmente en la rama del árbol.
Las guerras… empiezan cuando un grupo de personas asegura saber qué es lo mejor
para otros. Los ejércitos son miles de personas creyendo estar en lo correcto.
Buscar la mejora constante no solo puede ser el inicio de algo peligroso, sino que, en
última instancia, es imposible.
Entonces, si no puedo mejorar ¿Para qué les estoy hablando ahora? Porque me gusta.
Me gusta compartir cosas ante un grupo mediante las palabras. Me divierte. Es como
hacer música o bailar. No tiene un objetivo. Se siente bien, y ese es el por qué.
Muchos líderes de sectas están centrados en su ego. Dan un mensaje de conocimiento,
luz o esperanza. Hablan de una vida mejor.
Una vez estaba acostado recibiendo la luz del sol en mi cuerpo. Me encanta tomar sol.
Es como una meditación para mí.
Por un momento, abrí los ojos. Mi cara apuntaba directamente a la fuente de luz. Me di
cuenta de que el sol nos permite ver todo. Excepto una cosa. A sí mismo.
Así como el sol ilumina todo exceptuándose a sí mismo, los maestros y líderes de sectas
hablan por prestigio, manipulación y poder.
Si yo creyera que le estoy hablando a un grupo de ignorantes, que sé algo que ustedes
no, o lo que sea, estaría actuando como uno de ellos. Soy un artista, un animador. Un
mentiroso, un ladrón. Les cuento los beneficios de aquello que escapa a las palabras,
pero estoy usando las palabras.
No hay nada que mejorar. De acá no se van a ir con los secretos para una vida mejor.
Porque tal cosa no existe.
El mensaje escondido tras la búsqueda interminable de la felicidad, es que estaríamos
diciéndonos que hay un problema con el lugar en que nos encontramos ahora.
Por eso la meditación suele interpretarse como algo inútil, una pérdida de tiempo, y,
sobre todo, difícil de alcanzar.
En realidad es lo más sencillo del mundo. Por eso es tan difícil. Es abandonar todo
esfuerzo.

V
De alguna manera, meditar es soltar el control.
Hablamos mucho de la mente que habla, pero no dijimos nada de la mente que calla.
Nadie entiende qué sucede cuando la mente calla porque no lo experimentaron. Porque
no conocen otra cosa.
Nunca han experimentado la mente fuera de las palabras.
La mayoría de las personas creen que meditar es poner la mente en blanco… es todo lo
contrario.
La mente que medita se llena de color, de sonido, de todo tipo de sensaciones.
La mente callada abre la puerta a experimentar todo lo que sucede por fuera de ella.
Quien percibe la realidad también es la mente, pero no puede hacerlo a menos que se
calle. Ella es la que ve colores, escucha sonidos, y percibe el roce del viento en la piel.
¿Cómo hago para soltar el control?
¿Quién pregunta?
La mente cree que tiene el control, pero no es así. Lo irónico es que, mientras más
intenta controlar las cosas, más se le escapan.
Cuando soltamos y aceptamos que no hay manera de controlar nada, más en control
estamos. Delegamos la autoridad al universo.
Quien entiende que no hay control se maneja con gracia y simplicidad. Es quien más
parece tenerse controlado a sí mismo. No se altera fácilmente, y cuando se altera, es
porque decide alterarse. Está en control inclusive cuando lo pierde.
Los maestros zen no viven siempre en un estado pacífico. A veces se enojan, insultan,
se entristecen. La diferencia es que no se identifican con ese enojo. No se alteran por
estar enojados. Simplemente se enojan. No se entristecen por estar tristes, simplemente
están tristes.
Viven plenamente su estado emocional, sea cual sea. No intentan evitarlo.
Y así, lo pueden controlar.
Lo que sucede con el control es lo mismo que sucede con el sufrimiento. Vivir implica
sufrir. Cuando luchamos por escaparnos del sufrimiento, más sufrimos.
La verdadera escapatoria del sufrimiento se logra aceptando ese sufrimiento.
Permitiendo que entre. Observándolo con atención. Sin intentar desviar la atención
hacia otras cosas.
Sufrir es librarse del sufrimiento. Intentar evitarlo, lo magnifica y hace que se
prolongue.

VI
En fin, la meditación es el arte de no hacer nada. Es lo único en este mundo que no tiene
objetivo.
Hay dos maneras de entrar en el estado meditativo. Una es escuchar. Oír los sonidos del
ambiente. La otra es prestar atención a la respiración. Si mezclamos las dos, sonido y
respiración, puede que entremos más fácilmente.
Si la mente está sobreentrenada en hablar, va a querer intervenir.
Propongo que percibamos ese monólogo interno que vuelve como si fuera un sonido
más del mundo exterior. Como el motor de un auto, el canto del pájaro o el ruido del
viento en los árboles.
En definitiva, es así. Nuestro diálogo interno es parte del universo. La voz de nuestra
cabeza es de la misma naturaleza que todo lo que sucede a su alrededor.
Intentar evitarla solo hará que se agrande, como el sufrimiento y el control.
Escuchar atentamente a la voz como si fuera de alguien más, nos da cierta perspectiva.
En cierto modo es graciosa. Si le prestamos suficiente atención, ella misma se verá
ridícula. Nos aburriremos de prestarle atención. El monólogo interno es aburrido.
Y de a poco, empezamos así a ver realmente. A escuchar los sonidos sin más. A sentir.

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