Libro Daniel
Libro Daniel
Libro Daniel
historia en el tiempo (vers. 1). Para desglosar la información contenida en estos dos
versículos vamos a imaginar que estamos delante de una pantalla de computadora y que
abrimos dos ventanas colocadas una al lado de la otra.
La primera tiene que ver con el pueblo de Daniel. Israel fue una nación formada por Dios a
partir de un hombre llamado Abraham, con el cual Dios hizo un pacto prometiéndole que
haría de él una gran nación en la cual serían benditas todas las familias de la tierra.
Abraham tuvo un hijo llamado Isaac, Isaac tuvo un hijo llamado Jacob, y Jacob tuvo 12
hijos los cuales forman andando el tiempo las doce tribus de Israel. Esas doce familias
vivieron en la tierra de Canaán, hasta que ciertas situaciones providenciales los mueven a
Egipto donde luego son esclavizados durante 4 siglos.
Al final de ese tiempo Dios levantó un libertador llamado Moisés que llevó al pueblo de
Israel durante 40 años por el desierto de vuelta a la tierra de Canaán, la tierra prometida.
En ese período de tiempo Dios le dio a Su pueblo un conjunto de leyes morales y
ceremoniales que hacían de Israel un pueblo distinto a todas las naciones de la tierra.
Israel debía cumplir esa ley, obedecer a Dios en todos Sus mandamientos, o de lo contrario
sería severamente castigado por su desobediencia. En Deut. 31:16-17 Dios le dijo a
Moisés:
“He aquí, tú vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará y fornicará tras los
dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e
invalidará mi pacto que he concertado con él; y se encenderá mi furor contra él en aquel
día; y los abandonaré, y esconderé de ellos mi rostro, y serán consumidos; y vendrán
sobre ellos muchos males y angustias, y dirán en aquel día: ¿No me han venido estos
males porque no está mi Dios en medio de mí?”
Israel debía ser fiel al pacto que Dios concertó con ellos, de lo contrario serían severamente
castigados. Esta advertencia fue repetida una y otra vez por los profetas del AT, los
predicadores que Dios les envió para proclamar Su Palabra y llamar al pueblo a la
obediencia.
Israel conquista la tierra prometida y tan pronto se asientan allí, luego de la muerte de
Josué viene un período en el que Israel fue gobernado por jueces, un período caracterizado
por la apostasía y la rebelión. Dice la Escritura que en esos días “no había rey en Israel;
cada cual hacía lo que bien le parecía” (Jue. 21:25 ).
Al final de ese período vino la monarquía. Los israelitas quisieron ser gobernados por
reyes como los demás pueblos de la tierra, y Dios los complació. Primero levantó a Saúl,
luego a David (con quien la nación alcanzó uno de los puntos más altos en toda su
historia), y después de David vino Salomón su hijo.
Este último comenzó bien su carrera, pero terminó en una apostasía escandalosa que trae
como resultado el castigo de Dios en los días del hijo de Salomón, Roboam. Cuenta la
historia bíblica que cuando Roboam ascendió al trono de Israel el pueblo le pide una rebaja
en los impuestos, a lo que el joven rey responde mas bien agravándolos.
Esto trae como consecuencia que 10 de las 12 tribus se separan de la unión, y así queda
Israel dividido en el reino del norte, teniendo a Samaria como su capital, y el reino del sur,
compuesto únicamente por las tribus de Judá y Benjamín, y cuya capital era Jerusalén.
En el reino del norte, Israel fue gobernado por diversas dinastías, pero ninguna de ellas
produjo un rey piadoso que se sentara en el trono. Y tal como Dios había advertido a
través de Sus profetas, en el año 722 el ejército de Asiria cayó sobre ellos y las 10 tribus
fueron llevadas al cautiverio.
En el reino del sur la historia fue un poco distinta; éste continuó por un poco más de 100
años, todos sus reyes fueron de la misma dinastía, la dinastía de David, pero no todos
tuvieron el mismo carácter espiritual. Algunos fueron hombres piadosos y en sus días
Israel experimentó períodos de avivamiento espiritual, pero otros cayeron en la más baja
apostasía.
El último de esos reyes fue Joacim, un pésimo gobernante que llega al trono de Judá en el
año 609 a. C. y en cuyo reinado aumentó la idolatría y la inmoralidad.
Al llegar a este punto vamos a dejar por un momento la historia de Israel para abrir la otra
ventana en la pantalla, y esta corresponde al imperio babilonio. Este imperio en su etapa
de más esplendor comienza a conformarse en el año 626 a. C. con el ascenso al trono de
Nabopolasar, el padre de Nabucodonosor.
Hasta entonces Asiria había dominado el escenario mundial, pero cuando el rey de Asiria
muere en el 626 a. C. Nabopolasar se las arregla para fomentar una rebelión que lo lleva al
trono de Babilonia, y de inmediato inicia una serie de campañas militares, que no solo le
permiten ampliar su territorio, sino que también le dan cierto prestigio.
Ya para el año 612 Nabopolasar había logrado elevar a Babilonia a la supremacía del poder
en Oriente Medio. Egipto trata de frenarlos, y para ello se une con Asiria; y es así que en el
605 a. C. tiene lugar una de las batallas más importantes de la historia antigua, la batalla
de Carquemis, donde se enfrentaron el ejército egipcio y el babilónico capitaneado por
Nabucodonosor.
En esa batalla Nabucodonosor logró una victoria aplastante que trae como resultado que
la mayor parte del territorio del antiguo imperio asirio es incorporada a Babilonia,
situándola así a la cabeza del poder mundial. Babilonia ya no tiene rival alguno que se le
pueda poner al lado.
Pero en ese momento Nabucodonosor recibe la noticia de que su padre ha muerto y es en
este punto de la historia donde se conectan las dos ventanas que hemos abierto en nuestra
pantalla imaginaria.
En su paso por Jerusalén de vuelta a Babilonia Nabucodonosor sitia la ciudad, y se lleva
consigo parte de los utensilios del templo, así como también algunos cautivos de la casa
real, entre los cuales estaban Daniel y sus amigos (Dn. 1:2 ).
Noten la perspectiva teológica de Daniel al narrar estos hechos. La caída de Jerusalén no se
produjo porque los dioses de Babilonia fueran más poderosos que el Dios de Israel. No.
Fue Dios mismo quien entregó a Joacim en manos de Nabucodonosor.
Dios es el Señor soberano de la historia, esa es una de las lecciones centrales del libro de
Daniel. Pero El es un Dios santo que no trata con ligereza el pecado, ni siquiera el pecado
de Su pueblo. Dios les había advertido a través de los profetas que se apartaran de su
impiedad, pero Israel no escuchó las advertencias divinas y fueron severamente
castigados.
En 2R. 24:2-3 dice así la Palabra de Dios: “Pero Jehová envió contra Joacim tropas de
caldeos… los cuales envió contra Judá para que la destruyesen, conforme a la palabra de
Jehová que había hablado por sus siervos los profetas. Ciertamente vino esto contra
Judá por mandato de Jehová, para quitarla de su presencia” (2R. 24:2-3 ).
Estas cosas ocurrieron por orden divina. Nabucodonosor era un instrumento en las manos
de Dios para castigar a Su pueblo, aun cuando él no lo entendía de ese modo. Años antes
de estos sucesos Dios había dicho a Su pueblo en Jer. 25:8-9 :
“Por cuanto no habéis oído mis palabras, he aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del
norte, dice Jehová, y a Nabuconodosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra
esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas naciones en derredor; y los
destruiré, y los pondré por escarnio y por burla y en desolación perpetua. Toda esta
tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia
setenta años”.
Hasta eso fue decretado por Dios, el tiempo de duración de este cautiverio: 70 años, ni
uno más, ni uno menos. Y a los 70 años, tal como Jeremías había profetizado, ese gran
imperio que parecía indestructible cayó delante de los medopersas.
La historia del mundo está en las manos de Dios. Como dice en Dan. 4:17 : “el Altísimo
gobierna el reino de los hombres, y a quien El quiere lo da”. Y en otro lugar dice
Daniel: “Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y
la sabiduría. El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría
a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Dn. 2:20-21 ).
Muchos israelitas en los días de Daniel sucumbieron a la seducción de Babilonia porque
perdieron de vista a Dios en medio de las circunstancias por la que estaban atravesando
como nación.
Pero Daniel y sus amigos sabían que Dios no había dejado de ser Dios, que El no se había
quedado atrás en la tierra de Israel contemplando impotente lo que Babilonia estaba
haciendo con ellos. No. Su Dios seguía reinando, y estaba con los Suyos allí en Babilonia, y
por lo tanto ellos debían y podían ser fieles a El en aquella nación pagana e inmoral.
Este cautiverio dio inicio a una nueva etapa en la historia de Israel. El exilio babilónico
puso punto final a su existencia como nación teocrática independiente, y aun cuando
regresaron a su tierra en los días del rey Ciro y el templo fue reedificado, ya nunca más
volvieron a ser los mismos; como bien señala Young en su comentario, “el alma de la
teocracia se había desvanecido”.
Y es aquí precisamente donde entran en escena Daniel y sus amigos. Aun allí en Babilonia
había un remanente que no se doblegó ante la idolatría y el paganismo. Israel como nación
fue vencida, pero el verdadero Israel de Dios permaneció fiel al pacto, a pesar de ser
pocos, y a pesar de las enormes presiones a las que se vieron sometidos.
DANIEL: varón cuya larga vida cubre todo un siglo, quizás un poco más, desde más o
menos el año 620 hasta el año 516 antes de Cristo, abarcando, incluso los “setenta años” de
cautiverio que el pueblo de Israel pasó en Babilonia (Jeremías 25:10-14).