Analisis de Las Representaciones Antropo
Analisis de Las Representaciones Antropo
Analisis de Las Representaciones Antropo
TESIS
LICENCIADO EN ARQUEOLOGÍA
PRESENTA
DIRECTOR DE TESIS:
ASESORES:
INTRODUCCIÓN: ............................................................................................................... 1
CAPÍTULO I: EL ÁREA DE ESTUDIO Y ANTECEDENTES DE LA
INVESTIGACIÓN ............................................................................................................... 6
1. Ubicación del área de estudio ..................................................................................... 6
1.1. Aspectos geográficos de la región ........................................................................ 6
1.2. Geología ............................................................................................................... 8
1.3. Hidrología............................................................................................................. 8
1.4. Clima .................................................................................................................... 9
1.5. Vegetación............................................................................................................ 9
2. Las sociedades prehispánicas en la Sierra Gorda .................................................. 10
2.1. La Gran Chichimeca y sus acepciones en la historia: Una revisión general ...... 10
2.2. La frontera norte de Mesoamérica: El Centro norte de México ......................... 13
2.3. Pames, guamares, guachichiles y jonaces: Los chichimecas históricos ............. 19
3. La investigación del arte rupestre en México ......................................................... 24
3.1. El arte rupestre en la Sierra Gorda ..................................................................... 29
3.2. Balance general de la información en la Sierra Gorda y el estado de
Guanajuato.. ................................................................................................................ 34
CAPÍTULO II: SEMIOLOGÍA Y ARTE RUPESTRE .................................................. 36
1. La semiología en las investigaciones de arte rupestre: Un balance general. ........ 36
2. Un acercamiento distinto .......................................................................................... 39
2.1. Elementos básicos de la semiología estructural ................................................. 41
2.2. Símbolos, simbología y cosmovisión: hacia una reconstrucción de los
significados. ................................................................................................................ 46
2.3. De las redes de comunicación a la cosmovisión ................................................ 48
3. Metodología y técnica ................................................................................................ 58
CAPÍTULO III: EL OBJETO DE ESTUDIO. LAS MANIFESTACIONES
ANTROPOMORFAS EN LA GRÁFICA RUPESTRE DE LA SIERRA GORDA. .... 61
1. Definición del objeto de estudio ................................................................................ 61
1.1. Análisis cuantitativo de la muestra..................................................................... 66
2. Hacia una tipología de motivos antropomorfos. ................................................... 101
CAPÍTULO IV: LA ANALOGÍA COMO HERRAMIENTA HEURÍSTICA. .......... 125
1. Análisis crono-estilístico y analogía icónico-arqueológica ................................... 125
1.1. Balance general ................................................................................................ 169
2. Analogía etnohistórica ............................................................................................. 169
2.1. Balance general ................................................................................................ 204
3. Analogía etnográfica ............................................................................................... 206
3.1. Balance general ................................................................................................ 234
CAPÍTULO V: HACIA UN ANÁLISIS SEMIÓTICO DE LAS FIGURAS
ANTROPOMORFAS. ...................................................................................................... 237
1. Consideraciones preliminares ................................................................................ 237
1.1. Las semejanzas entre ritualidades y elementos cosmovisionales..................... 240
1.2. No todos los antropomorfos son antropomorfos .............................................. 243
1.3. Chamanismo, mitote y peyote .......................................................................... 244
2. Lectura e interpretación de los motivos antropomorfos a través de la semiología
y la analogía.............................................................................................................. 245
2.1. Los signos antropomorfos como elementos de la comunicación de la
cosmovisión............................................................................................................... 250
2.2. La figura antropomorfa como representación del cuerpo humano .................. 253
3. Palabras finales ........................................................................................................ 254
BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................................. 258
ÍNDICE DE IMÁGENES ................................................................................................ 271
ÍNDICE DE TABLAS ...................................................................................................... 279
AGRADECIMIENTOS.
Como reza el dicho: “no hay fecha que no se cumpla, plazo que no se venza, ni deuda que no
se pague”, y después de inundaciones, temblores, robos, atropellos y un sinfín de suertes,
finalmente esta tesis se ha logrado. Nunca he sido bueno para expresar mi agradecimiento a
las personas necesarias, sin embargo, en este caso el no hacerlo sería una ofensa enorme a
tanta gente a la que se debe que este trabajo se haya podido realizar, y que yo haya llegado a
este momento. Espero no obviar a nadie de los que, en menor o mayor medida, me han
aportado ayuda extraordinaria no solo en mi vida académica, sino también personal. Y si
llegara a hacerlo, como dicen en mi tierra, “ahí dispensen”.
En primer lugar, me gustaría agradecer a mi familia: mis hermanas Helena y Edna,
quienes siempre me han apoyado —y soportado—, con paciencia y tolerancia ante mi tan
extraña forma de ser. A mis padres, María Elena Nava Ramírez y Salvador Canseco Flores,
por su apoyo incondicional, palabras de aliento, regaños y cariño inconmensurable. A dos
grandes amigos: Arturo Diez y Andrés Barrios, por siempre estar ahí conmigo, soportando
mis locuras, que no son pocas. Gracias a todos ellos por encaminarme y apoyarme siempre
para seguir lo que deseo, por sus consejos, por estar ahí en los peores momentos, y también
en los mejores. Hoy soy quien soy gracias a ellos, para bien o para mal.
A la Escuela Nacional de Antropología e Historia, por volverse mi casa, mi centro de
trabajo y uno de mis lugares favoritos en este mundo: llena de profesores que me enseñaron
a ver la vida de una manera distinta, abriéndome los ojos a nuevos caminos y fronteras.
Infinitas gracias a Luis Felipe Bate, Efraín Corona, Mario Arturo Galván, Javier del Olmo,
Serafín Sánchez, Blanquita Paredes, Roberto Martínez, Hugo Capistrán y demás catedráticos
que no solamente toleraron mi presencia —irreverente, a veces— en sus clases, sino que me
ayudaron, a través de sus lecturas y sus cátedras, a poder entender mejor la antropología y la
arqueología.
Al Laboratorio de Tecnología de Cazadores Recolectores —mejor conocido como la
mítica Batecueva— por abrirme sus puertas; a sus encargados: Luis Fernando Gómez Padilla,
quien me invitó a este lugar y se volvió más que un profesor, un colega y amigo, siempre
enseñándome nuevas cosas e intentando hacer de mí una persona juiciosa; a Patricia Pérez
Martínez, por apoyarme infinitamente, estar ahí siempre para guiarme, escucharme,
regañarme, jalarme las orejas, soportarme, también intentar hacer de mí una persona juiciosa
—spoiler: ninguno de ellos lo logró… creo—, y por volverse también más que una maestra,
una amiga. No tengo palabras para expresarle mi agradecimiento ante tan rara apuesta que
ha hecho en mí, por estar ahí en momentos de necesidad desesperante. Al final del día sigo
siendo un tonto, Paty.
A mis compañeros en la carrera: Alejandra, Marcos, Clara, Iván, Palomi, Osvaldo,
Mario, Mariana, por tantos momentos compartidos, tantas discusiones y peleas, prácticas de
campo y actividades “recreativas”. Gracias por acompañarme en este camino para descubrir
qué es esa cosa llamada arqueología. Camino que apenas estamos iniciando.
A mi director de tesis, Carlos Viramontes, por apoyarme, soportarme y aguantarme, por
corregirme con paciencia y esmero, por acceder a ser mi director a pesar de no saber ni quién
era yo. Gracias por llevar a buen puerto este trabajo que me costó tanto tiempo y esfuerzo. A
mi asesor Carlos Barona, por tantos consejos, cafés y charlas geniales de mil y un temas
distintos, por enseñarme a mirar la semiología como algo no tan diferente, comprensible y
abordable. Gracias por tenerme tanta paciencia y tolerancia, por los regaños y por el apoyo,
por guiarme cuando más perdido estaba. A mi asesora Alma Vega, por sus consejos y puntos
de vista, por echarme porras y estar ahí para mí, por sus correcciones certeras en momentos
exactos. A los tres, infinitas gracias, no sé lo que habría hecho sin su incansable ayuda e
impasible esmero en este trabajo.
Gracias también a aquellos que, sin ser mis profesores en el aula, se preocuparon por
enseñarme algo, aunque fuera poco. A Guillermo Acosta, Alejandro Terrazas, Ramón Viñas,
Víctor Hugo García y Alfredo Salas; porque para mí, también fueron mis maestros.
Y, por último, pero no por ello menos importante, quisiera agradecer a la Tuna
Universitaria de Distrito de la Universidad Nacional Autónoma de México, por volverse mi
familia en esta ciudad extraña. Quien diría que, en un grupo tan heterogéneo, encontraría
personas dispuestas a tratarme como a un hijo, un hermano mayor o menor; a adoptar a este
advenedizo y abrirle las puertas para conocer gente nueva, lugares y países que nunca
imaginó. Por enseñarme a conocerme a mí mismo y saber mis límites y mis alcances. Gracias
a Archie, Gazú, Oso, Mowgli, Gandhi, Jordan, Qko, Cañas, y a todos mis veteranos, por
tantos regaños, jalones de orejas, vivencias y aprendizajes, por tanta paciencia y tolerancia,
por tantos viajes y noches de desvelo, por apoyarme en los peores momentos de necesidad y
hacerme saber que siempre puedo contar con ellos, por entregarme algo que he llegado a
querer en la misma medida que a las cosas que más aprecio en esta vida. Aúpa Distrito.
Al llegar a este punto, me doy cuenta del enorme estoicismo que han demostrado hacia
mí todas las personas que he mencionado, cuantos regaños he recibido y cuantas veces esas
personas se han preocupado por mí para ayudarme a corregir el camino, cuando más perdido
estaba, y más aún, cuando ni siquiera sabía que lo estaba. En palabras de una de mis autoras
favoritas, Valeria Luiselli: “Desde que me quedé sin dioses, creo ferozmente en las pequeñas
coincidencias”; mi más sincero y afectuoso agradecimiento por encontrarlos en mi camino.
Y espero continúen en él mucho tiempo más. No se rajen, que no soy tan malo.
INTRODUCCIÓN:
Hablar de arte rupestre es un tema complicado desde distintos puntos de vista. Si al lector
interesado le preguntáramos sobre el tema, es probable que vinieran a su mente los grandes
paneles pintados de Europa, de Chauvet o Lascaux en Francia, probablemente. Ahondando
un poco en el tema, tal vez en dado momento saldrían a colación los temas de la creación de
estos motivos a partir de estados de “trance” o “éxtasis”, y sin duda se mencionaría la relación
con el brujo, curandero o chamán, sea cual sea el nombre con el que dicho lector conozca al
especialista ritual. Sin embargo, esta es solo una manera de buscar entender al arte rupestre
entre muchas otras que existen hoy en día.
Desde el principio de las investigaciones en este tema, muchos se decantaron por
entender al arte rupestre como un “registro visual”, como representaciones de la vida diaria
de aquellos que lo generaban. Es por ello que muchas de sus temáticas girarían en torno a la
caza, las especies animales que convivían con estos creadores, o escenas de la vida diaria.
Sin embargo, esa interpretación dejaría mucho que desear, ya que sería un tipo de “paisajismo
prehistórico”, visualizando a esta expresión como una manera más de arte desde la visión
occidentalista, en la cual las sociedades que lo plasmaban solamente retrataban aquello que
veían, sin que hubiera un filtro de aprehensión y expresión sobre qué pintar o cómo hacerlo.
O incluso obviando el hecho de que, probablemente, dichas expresiones tendrían un
trasfondo ideológico para sus creadores, sin importar que el elemento tuviera, a la vez, una
base real dentro del entorno en el cual vivían estas personas.
Estos criterios no se quedaron solamente en Europa, sino que migraron a nuestro
continente como muchos otros preceptos teóricos y del conocimiento. Tal vez por la
dificultad interpretativa o por falta de “encanto” académico, el estudio del arte rupestre en
México fue relegado a un segundo término —o tal vez tercero o cuarto—, siendo opacado
por los estudios de grandes sitios con arquitectura monumental, o de sociedades con gran
complejidad en su jerarquización, desarrollo o rasgos culturales y sociales; enfoque que se
ha corregido en los últimos treinta años, generándose nuevos proyectos de investigación e
hipótesis interpretativas más importantes. Algo que pocas veces se menciona en estos
ambientes, es que este tipo de expresión la podemos encontrar en casi todo México, no
importando si es un gran sitio monumental como Chalcatzingo, en el estado de Morelos, un
sitio maya como Yaxchilán, o distribuido por toda la región norteña conocida como Gran
Chichimeca. Esto no es coincidencia. El arte rupestre como expresión de la cosmovisión de
los seres humanos, ha sido utilizado desde las primeras incursiones del Homo Sapiens como
2
especie —y algunos estudios apuntan la probabilidad de que también fuera utilizado por otras
especies de homínidos—, encontrándolo en sitios prehistóricos de África, Europa o Asia.
Si aunamos su inmensa distribución, histórica y geográficamente hablando, a la
complejidad que muestran los diseños que normalmente encontramos, entonces nos
referimos a un tipo de expresión que, por sí misma, presenta problemas de investigación
importantes: ¿Cómo lo abordamos? ¿Existe una lógica en su representación, o son simples
ideogramas sin conexión? ¿Qué significa?
Este trabajo de tesis surge de preguntas similares. Durante la materia de Recorrido de
Superficie dentro de la licenciatura en Arqueología de la ENAH, quien escribe participó en
el Proyecto Primeros Pobladores de la Sierra Gorda de Guanajuato, a cargo de los
arqueólogos Patricia Pérez, Luis Gómez y Alfredo Salas. Esta primera incursión en las
técnicas de prospección, derivó indirectamente en el conocimiento del arte rupestre, a partir
del registro de varios sitios en las inmediaciones del municipio de Atarjea, Guanajuato, así
como la visita a un sitio de arte rupestre sumamente importante para la región: Arroyo Seco,
en el municipio de Victoria.
Es dentro de este contexto que nacieron las incógnitas que derivarían en este trabajo.
Arroyo Seco es un sitio con miles de motivos pictóricos, distribuidos en un macizo rocoso
imponente dentro del paisaje de la región. Dentro de su gráfica, una de las figuras con mayor
calidad y recurrencia en su representación es la figura antropomorfa. ¿Por qué lo hacían?
¿Qué llevó a los creadores de esta gráfica a representar repetidas veces figuras
antropomorfas? ¿Cuál era el significado —en términos semiológicos— de estas figuras? A
partir de estas preguntas de investigación es que partimos.
Sin embargo, no nos centramos solamente en este sitio. Partimos de la premisa de que,
para entender la naturaleza y la dimensión de la gráfica rupestre, tendríamos que observarla
y analizarla a nivel regional, como parte de una zona en la que se han registrado más de
cuarenta sitios rupestres, y que presentan similitudes temáticas y gráficas que ya han sido
estudiadas y registradas por investigadores como Carlos Viramontes, Luz María Flores, Pilar
Casado, entre otros. Por ello, decidimos que nuestro objeto de estudio sería la figura
antropomorfa dentro de la pintura rupestre de la Sierra Gorda de Guanajuato.
En el primer capítulo de esta tesis, abordaremos nuestra región y objeto de estudio en
tres niveles distintos: el primero de ellos es el aspecto geográfico, para comprender cómo es
la orografía de la región, cuáles son sus entramados ambientales y climáticos. Este nivel se
conectará con el segundo tema desarrollado durante este capítulo: las sociedades
prehispánicas dentro de la Sierra Gorda. A partir del conocimiento de las condiciones
geográficas de la zona, podremos entonces abordar cuáles fueron las sociedades de la región,
abordándolas desde aspectos históricos, etnohistóricos y arqueológicos. Partiremos desde la
comprensión de la “Gran Chichimeca”, nombre con el que se conocía —y se sigue
conociendo— a la región al norte de Mesoamérica en tiempos prehispánicos.
Al entender cuáles son las características de esta megarregión, es que podremos abordar
a una zona delimitada entre ambas regiones: el Centro norte de México, el cual ha sido
entendido como la frontera norte mesoamericana. Al desarrollar cuáles son las características
3
investigación, el cual consiste en delimitar una temporalidad probable para nuestro objeto de
estudio a partir de la realización de una secuencia crono-estilística, que se basará en los
estudios realizados para la región y zonas aledañas, y la temporalidad que estos hayan
definido para sus contextos. Luego pasaremos al uso de la analogía etnohistórica, durante la
cual revisaremos la evidencia documental presente en códices, crónicas y otros registros de
la época del contacto y colonial, para dilucidar el uso, función y tipo de representación que
se le dio a la figura antropomorfa. Por último, en este capítulo desarrollaremos la analogía
etnográfica, en la que buscaremos las mismas características, pero ahora en evidencia
procedente de etnografías y estudios antropológicos que se relaciones con mitos, ritualidades
y celebraciones actuales, y cómo se concatenan con la cosmovisión del grupo que los acciona.
El último capítulo será en el que uniremos las tres analogías analizadas en el capítulo
cuatro, a partir de las semejanzas que hayamos encontrado dentro de estas, concepciones,
ritualidades, usos y elementos cosmovisionales que nos permitan llegar a interpretaciones
sobre el significado, el cual expresaremos en el apartado Lectura de los motivos
antropomorfos a través de la analogía y la semiología. También en este capítulo, es que
expresaremos todas las conclusiones de entendimiento del uso, función y significado que
pudo tener la figura antropomorfa dentro de la gráfica rupestre de la Sierra Gorda de
Guanajuato, lo cual responderá a nuestro cuarto y último objetivo de la investigación.
6
Imagen 1: Ubicación Geográfica de la Sierra Gorda. Elaboró: Dulce Abigaíl Cruz Torres. Fuente: CONANP/INEGI.
8
1.2. Geología
De los procesos de formación del relieve de la Sierra Gorda que hasta hoy se conocen, el más
antiguo es la Orogenia Permo‐Triásica durante el Paleozoico, este proceso terminó hace 220
millones de años y generó las primeras montañas de la parte central de México. De manera
contigua se tiene la Formación Trancas, del Jurásico Superior, donde se generaron rocas
sedimentarias de tipo calizas, lutitas y pizarras, observables en los cerros La Yesca y
Bonanza, al igual que en secciones de los ríos Extoraz y Santa María. Su formación terminó
hace 140 millones de años (Lazcano 2010; Mora 1996). Posteriormente tenemos la
Formación El Abra del Cretácico Inferior que inició hace 120 millones de años.
Por medio del crecimiento de dos grandes arrecifes durante 20 millones de años, se
formaron las plataformas calcáreas conocidas como El Doctor y Valles‐San Luis Potosí, esta
roca caliza presenta 2 km de espesor y conforma la mayoría de las rocas presentes en la Sierra
Gorda en la actualidad (Lazcano 2010; Mora 1996). Continúan las Formaciones Soyatal y
Mexcala del Cretácico Medio que iniciaron hace 100 millones de años, de estas formaciones
tenemos rocas sedimentarias de tipo carbonatadas con alto contenido de arcillas, lutitas y
areniscas, las cuales se encuentran intercaladas con rocas calizas.
Consecutivamente inició en el Terciario Inferior la Orogenia Laramide hace 65
millones de años, donde los plegamientos tectónicos deformaron, fracturaron, afallaron y
levantaron del fondo del mar a la Sierra Madre Oriental y a la misma Sierra, dándole su
carácter accidentado (Lazcano 2010). Durante el Terciario Medio aparecieron algunos
volcanes en el occidente de esta, hace 30 millones de años; ya para el Cuaternario es donde
se tiene el mayor desarrollo de cavernas y abismos subterráneos en la región (Lazcano 2010;
Mora 1996).
1.3. Hidrología
La región de estudio está inmersa en la Cuenca del Río Pánuco y se caracteriza por su
topografía accidentada. Aquí los ríos cortan y cruzan la sierra, por los profundos cañones
originados por procesos tectónicos y generando un patrón reticular. Los principales ríos son
el Santa María —frontera con San Luis Potosí—, en el que confluyen los ríos Ayutla, Concá
y Jalpan; el río Moctezuma —lindero con Hidalgo—, donde los ríos Extorax y Tolimán
depositan sus aguas (Lazcano 2010).
En términos generales, los diversos afluentes presentan un régimen errático,
caracterizado por fuertes variaciones en el volumen de agua que cargan anualmente. Estos
afluentes se presentan con una gran concentración de agua en los meses de lluvias por medio
de los escurrimientos de las laderas. La naturaleza sedimentaria de la Sierra Gorda presenta
entornos kársticos que generan condiciones hidrológicas favorables respecto a las aguas
subterráneas. De esta manera tenemos diversos manantiales como La Huerta en el municipio
de San Joaquín, y El Conca ubicado en Arroyo Seco, el cual es de carácter termal (Lazcano
2010).
9
Durante la mayor precipitación, entre los meses de junio y julio, se forman ríos y
arroyos subterráneos con caudal considerable en diversas cuevas, al igual que cascadas en
los abismos y sótanos en la sierra (Lazcano 2010).
1.4. Clima
La Sierra Gorda se ubica en la franja intertropical, por lo que presenta características
atmosféricas de latitudes bajas y con estabilidad meteorológica durante todo el año (Mosiño
1974a y b, en Mora 1996). Sin embargo, la compleja orografía de la sierra con amplios rangos
altitudinales altera los patrones térmicos y pluviales, lo que genera diversos rangos de
precipitación y temperatura resultando en la existencia de diferentes tipos de climas en un
área relativamente extensa (Mora 1996).
Tenemos la presencia de clima cálido‐subhúmedo con lluvias en verano y sequias
intraestivales, con una temperatura media anual de 23ºC y una precipitación media anual de
850 mm. Este tipo de clima se encuentra en las áreas que presentan altitudes menores a los
800 msnm. Para las áreas con altitudes entre los 1,800 y 1,900 msnm tenemos la presencia
del clima semicálido‐subhúmedo con lluvias en verano y sequía intraestival, con una
precipitación media anual de 770 a 1,200 mm y una temperatura media anual de 20ºC. El
clima templado‐subhúmedo tiene una precipitación media anual de 1,125 mm y una
temperatura media anual de 16ºC, este clima se observa en áreas con altitudes entre los 1,950
y 2,500 m.
Por medio del efecto de embalse de las corrientes aéreas en la Sierra Madre Oriental,
la cual impide el paso de los vientos húmedos del Golfo de México, se genera un clima
semicálido de tipo seco y semiseco con precipitación media anual de 480 mm y de 580 mm
respectivamente.
1.5. Vegetación
Gracias a las condiciones orográficas y climáticas de la Sierra Gorda, tenemos la presencia
de dos formaciones vegetales principales, los bosques y matorrales que detallaremos a
continuación (Mora 1996).
1.5.1. Bosques
Estos se ubican en las áreas con clima subhúmedo de tipo cálido, semicálido y templado. El
bosque de pino —o bosque templado aciculifolio—, se observa en las regiones con mayores
altitudes y cubre el 1.61 por ciento de la sierra, donde tenemos especies como Pinus patula,
Pinus herrerai, Pinus michoacana, Pinus cembroides y Pinus oocarpa; en asociación con
herbáceas como Leguminosae, Graminae, Compositae, Labiatae, Rosaceae y Pteridaceae.
Los bosques de encino —o bosque templado esclerófilo— cubren el 14 por ciento de
la Sierra con una distribución continua de Quercus aristata, Quercus castanea, Quercus
crassipes, Quercus laeta, Quercus laurina y Quercus mexicana; en asociación con Arbustus
sp., Berberis sp., Cercocarpus sp., Crataegus sp., Crupessus sp., Juglans sp. y Juniperus sp.
10
en las laderas de la región noreste. En las paredes de los cañones tenemos una mayor
representación de Fraxinus sp., Garrya sp., Populus sp. y Salix sp.
Para las regiones que se encuentra próximas a los estados de San Luis Potosí e Hidalgo,
tenemos los bosques mesófilos de montaña que cubren el 0.08 por ciento de la sierra y se
ubican en las laderas donde existen frecuentes neblinas y una alta humedad atmosférica. Los
principales representantes de este bosque son Liquidambar, Quercus, Juglans, Dalbergiay
Podocarpus.
La Selva baja caducifolia —también llamada bosque tropical caducifolio—, se ubica
en climas tipo semicálido subhúmedo, con especies como Bursera morelensis, Apoplanesia
paniculata, Neopronglea integrifolia, Acacia berlandieri, Lysiloma sp., Erythrina
flabelliformis, Karwinskia sp., Agonandra obtusifolia, Loeselia glandulosa y Citharexy
lumberlandieri. Este tipo de vegetación la podemos encontrar en los cañones de los ríos
Jalpan, Ayutla y Santa María.
1.5.2. Matorrales
Este tipo de vegetación se encuentra en áreas con clima semicálido seco y semiseco, donde
predominan las plantas de tipo arbustivas. El matorral submontano se ubica en laderas
occidentales, de igual manera los encontramos en porciones de los ríos Extorax y Moctezuma
donde existe un clima semicálido seco cubriendo el 27 por ciento de la sierra. Entre los tipos
de matorrales que encontramos en la región están Gochnatia sp., Lysiloma sp., Karwinski
ahumboldtiana, Baccharis sp., Opuntia, Dasylirion, Acacia, Fouquieria splendens, Croton
y Helietta parvifolia. Finalmente tenemos el matorral desértico rosetófilo con Agave sp. y
Dasyliron sp., el cual se ubica en la parte sur de la región donde existe un clima semicálido-
semiseco.
La comprensión del medio ambiente de la Sierra Gorda nos permite vislumbrar, en
primer punto, las dificultades a las que se enfrentaron las distintas sociedades que se
asentaron en ella, así como los diversos modos de producción en los que se apoyaron para su
subsistencia en la época prehispánica y las características que adoptaron para adecuarse a la
región. De igual manera, el carácter accidentado y diverso de la zona derivó en distintas
problemáticas sociales a lo largo de la época de la conquista española.
Asimismo, el entendimiento de la conformación geológica y ambiental nos permitirá
mirar de otra forma los sitios de cuevas y abrigos rocosos en los que se encuentra el arte
rupestre de la región, ya que el paisaje jugó un papel muy importante en el simbolismo de
este tipo de representaciones. El desarrollo histórico-cultural de la Sierra Gorda y de las
sociedades que en ella habitaron, se verá a continuación.
zacatecas y rayados (Kirchhoff 1943:142-144), para luego abordar una redefinición del
término southwestern utilizado en las investigaciones estadounidenses, el cual aplicaban los
antropólogos norteamericanos para el estudio del suroeste de su país y parte del norte de
México (Kirchhoff 1943:144).
Imagen 2: Límites territoriales de la frontera norte de México y los grupos que la habitaron según Kirchhoff (Kirchhoff
1943:133).
1
Véase su artículo: “Los recolectores cazadores del Norte de México”, en: El norte de México y el sur de
Estados Unidos, III Mesa Redonda, Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1943, pp. 133-144.
15
avance de grupos agrícolas a la zona se dio entre el final del preclásico tardío y principios
del clásico sin poder determinar la procedencia precisa de dichos grupos; que a finales del
clásico o principios del posclásico se da un proceso de abandono de sociedades agrícolas de
la zona sin conocer la razón, que es cuando grupos cazadores recolectores “chichimecas”
retoman el control de la región —a pesar de nunca haberla abandonado del todo—, y quienes
la ocuparon en un devenir de conflictos bélicos internos y externos hacia grupos tarascos,
mexicas y, a su llegada, españoles (Talaidore 1999:20-21).
Estos movimientos poblacionales han sido atribuidos a diversos factores. Pedro
Armillas estipuló que las disparidades entre las sociedades a ambos lados de dicha frontera
corresponden con el cambio climático que esta demarca. Para el primer milenio de nuestra
era, menciona el autor, en la región de lo que ahora se denomina Centro norte, se generó una
colonización por parte de grupos agrícolas —basado en la evidencia arqueológica de sitios
como Buenavista Huaxcamá en San Luis Potosí, y Ranas y Toluquilla en Querétaro—, las
cuales corresponden temporalmente con el auge de Teotihuacán y luego el de Tula (Armillas
1991:212-213).
Siguiendo la hipótesis de Armillas, la caída de Tula se debió a grandes sequías y pestes
que asolaron la región y provocaron movimientos poblacionales —esto basándose en los
escritos de Alva Ixtlixóchitl y luego corroborándolo con estudios climáticos realizados para
el sur de E.U.A. y el norte de México—, lo que provocó que grupos recolectores cazadores
chichimecas retomaran el control de la región (Armillas 1991:220-223).
Este cambio climático también se compagina con la caída de las sociedades agrícolas
asentadas en Guanajuato y Querétaro, y para el inicio del segundo milenio después de Cristo,
la región es abandonada por dichos grupos para luego volverse a ocupar ahora por sociedades
cazadoras recolectoras (Armillas 1991:214).
Esta hipótesis ha sido continuada por investigadores como Beatriz Braniff, quien
añade, con base en investigaciones arqueológicas, el hecho de que dicha región tuvo
divisiones territoriales según la filiación de los grupos agrícolas que se asentaron, siendo que,
para las regiones de Río Verde en S.L.P. y la Sierra Gorda de Querétaro, se presentan
similitudes con culturas del Golfo de México (Braniff 2001:83).
16
finalidad de realizar una clasificación cerámica para el norte de Querétaro (Muñoz 1991:13-
14).
El análisis de Muñoz muestra no solo ciertas características similares en todos los tipos
cerámicos analizados —lo cual la lleva a plantear la existencia de cierta unidad cultural dada
la repetición en formas y diseños en la cerámica de Río Verde y la Huasteca pero con materia
prima local—, sino también, tras una comparación con los materiales cerámicos de áreas
circunvecinas tomados de análisis ya publicados y registros en ceramotecas, propone una
periodificación de la región en una cronología tentativa del 450 d.C. al 750 d.C. para el
periodo clásico tardío, y del 750 d.C. al 1000 d.C. para el epiclásico e inicio del posclásico;
“es decir que el área fue ocupada por un periodo de cinco siglos durante el cual se
establecieron relaciones culturales o de intercambio entre los grupos del área” (Muñoz
1991:24). El material cerámico analizado no indica presencia humana después de dichas
fechas, pero eso no excluye la posible ocupación por parte de grupos cazadores recolectores
(Muñoz 1991:24-25).
El Centro norte de México, y en particular la región del este de Guanajuato, se volvió
una zona de confluencia, en parte por sus condiciones geográficas en las que los valles y los
cauces de los ríos creaban una vía de comunicación entre esta y la región de occidente —el
valle de Lerma—, y los valles secundarios que conformaban un corredor norte-sur, sirviendo
como ejes de comunicación y de zona de transición ecológica (Talaidore 1999:22).
La ubicación cercana de suelos fértiles y un área al límite de zonas desérticas, así como
su precipitación fluvial, provocaría que la zona fuera sensible a fluctuaciones climáticas,
tanto de corto como de largo plazo. Eso pudo ocasionar, señalan algunos investigadores, la
fluctuación de la frontera norte mesoamericana, lo que correspondería con la hipótesis de
Armillas (Talaidore 1999:22-23).
Ana María Crespo y Carlos Viramontes señalan, en la presentación de Tiempo y
territorio en Arqueología: El centro-norte de México, que los dos problemas centrales a los
que se enfrentan los investigadores que abordan dicha región, son la ya mencionada
movilidad y abandono de los grupos humanos que habitaron la zona, y el papel que estas
sociedades desempeñaron como pueblos fronterizos, refiriéndose a la dinámica social y las
relaciones ejercidas entre los pueblos tanto mesoamericanos como los de la franja chichimeca
(Crespo y Viramontes:1996:11).
Por ello, al considerarse esta frontera como un territorio en el que se desarrollaron
dinámicas sociales de distinto grado entre los grupos humanos que la habitaron, se podría
decir que esta no es un ente rígido, sino que estaba determinada por las relaciones sociales
entre dichos grupos, así como al interior de estos (Viramontes 1996:23). Razón por la cual
preferimos el término de “Centro norte” al de “Mesoamérica Septentrional o Chichimeca”
de Braniff.
Siguiendo a Viramontes, esta concepción de frontera se ejemplificaría con situaciones
como la presente en el registro arqueológico del río San Juan, en Querétaro, donde del lado
sur del río se encuentra un registro pictórico rupestre relacionado con grupos agrícolas,
mientras que en el límite norte se relaciona con grupos cazadores recolectores; sin embargo,
18
hay sitios en ambos márgenes del río donde se encontraron los dos tipos de pictografías en
un mismo abrigo rocoso o incluso en un mismo panel (Viramontes 1996:33).
Esto reafirma el criterio planteado por Rosa Brambila, quien menciona que: “En esta
frontera consideramos que es necesario analizar la diversidad de hechos históricos que la
hacen funcionar como región que une y delimita. La forma en la que se articulan los
elementos de los diferentes núcleos es lo que le da su especificidad, junto con la creación de
elementos propios” (Brambila y Crespo 2002:549-550).
Es importante entonces señalar que cuando hablamos de regiones “habitadas” por
grupos chichimecas, nos estamos refiriendo a distintos grupos de recolectores cazadores y
cultivadores incipientes que transitaban por la región, haciendo campamentos estacionales y
aprovechando en diversa medida los recursos naturales de la zona. Asimismo, también hay
que señalar que, si bien dos o más grupos pudieron ocupar una misma región en un momento
determinado, esto no significa que siempre vivieran en una situación de confluencia e
interacción, o que coexistían entremezclados, ya que varios cronistas han señalado que la
transgresión de las delimitaciones territoriales también era motivo de guerra entre estos
grupos (Ocampo 2013:41).
Aunado a los problemas de la conceptualización de la frontera y de las relaciones entre
los grupos que la habitaron, existe el cuestionamiento acerca de los sistemas de creencias que
estos practicaban, siendo Carlos Viramontes, en su obra Gráfica rupestre y paisaje ritual. La
cosmovisión de los recolectores-cazadores de Querétaro, quien se cuestiona:
“Estos grupos recolectores cazadores y cultivadores ¿participaban de alguna manera de la
cosmovisión mesoamericana? ¿Esta participación era producto de una transculturación reciente,
como afirmó Pedro Armillas, propiciada por la desertización de un territorio otrora fértil? O bien,
esta vinculación en el ámbito religioso con las sociedades mesoamericanas del centro norte ¿Se
debía a algún tipo de aculturación paulatina propiciada por la vecindad de estos grupos durante
casi dos milenios, como postularon Kirchhoff y otros investigadores?” (Viramontes 2005a:29).
Esta premisa, propone dicho investigador, puede responderse desde el punto de vista
de la arqueología, y es observable desde el ámbito de las manifestaciones gráfico-rupestres
(Viramontes 2005a:29). Para los propósitos de esta tesis, no abordaremos todo el sistema o
sistemas de creencias de las sociedades del Centro norte, sino que partiremos del argumento
de que, en caso de existir las relaciones que se cuestiona Viramontes, estas se podrían ver
reflejadas dentro del estudio de los motivos antropomorfos de la pintura rupestre de la Sierra
Gorda, al considerarlo y compararlo con otros grafismos del Centro norte de México y otras
áreas.
Esta contrastación podría llevar a la creación de argumentos que ayuden a formular
hipótesis que respondan dichos cuestionamientos. A pesar de que la investigación de
Viramontes se enfoque solamente en el semidesierto queretano y guanajuatense, esto podría
llegar a aplicarse a otras regiones del Centro norte de México. Trataremos más a fondo los
resultados de dicha investigación más adelante.
19
Según diversos cronistas, los grupos recolectores cazadores del Centro norte de México
solían intercambiar distintos productos con sus vecinos mesoamericanos, tales como hierbas,
raíces, peyote, pieles de animales, arcos y flechas, recibiendo a cambio principalmente
mantas de maguey y sal (Viramontes 2005a:217). Dejando de lado los conflictos durante la
Guerra Chichimeca, todo parece indicar que las relaciones entre los recolectores cazadores
de esta zona y sus vecinos sedentarios del sur fueron de índole pacífica, cuenta de ello dan
los reportes de las relaciones comerciales como la mencionada anteriormente, por lo que los
conflictos por la frontera norte mesoamericana no iniciarían hasta la llegada de los españoles
(Flores y Viramontes 2005:47).
A pesar de la gran y duradera resistencia de los grupos de la región, la zona fue
“pacificada” y conquistada en su totalidad, incluyendo a los grupos rebeldes en misiones y
poblados para su integración a la religión católica y al servicio de la corona. Finalmente,
grupos como los copuces o los pames fueron mermados a tal grado que se fueron diluyendo
hasta dejar de mencionarse como grupos identificables hacia el siglo XVII (Flores y
Viramontes 2005:35).
Comenzando por los reportes de fray Guillermo de Santa María en Guerra de los
Chichimecas, mencionaremos en primer lugar a los pames, quienes habitaban desde la
provincia de Michoacán:
“por la margen derecha del río Lerma, en pueblos sujetos a Acámbaro, en Yuririapúndaro
y hasta Ocareo, de donde se extienden hasta Querétaro y Tolimán, y a Ixmiquilpan y Meztitlán,
confinando con la provincia de Pánuco, vuelven a Puxinguía (en la Sierra Gorda) y Sichú (Xichú),
colindando con los indios samúes, que son de la misma lengua y acaban en Cuevas Pintadas”
(Santa María 1999:28).
Acerca del comportamiento de los pames, Philip Powell menciona que eran “los menos
belicosos de los pueblos chichimecas, y aunque eran nómadas en gran parte de su zona,
habían absorbido algunos refinamientos culturales de los otomíes, en especial en el aspecto
de las prácticas religiosas” (Powell 1996:52). Sin embargo, también existen reportes de
resistencia y sublevación por parte de grupos pames-samúes en Santo Tomás Tierra Blanca,
por lo que es fundada en las cercanías Xichú de Indios —actual Victoria— para el año de
1532, buscando contener dichos ataques (Chemín 1994:61).
Este grupo también es mencionado por fray Guadalupe Soriano, quien realiza
descripciones de distintas festividades y menciona que para el año de 1764 aún existe
adoración a ídolos, reportando la confiscación de una figurilla de un pescado y la de un
hombre hincado Zipatla; a dichas figurillas, menciona Soriano, se les llamaba “cuddo cajoo”
(Soriano 2012:94-97).
Los pames son considerados, tanto por Kirchhoff como por Armillas, como un grupo
con fuertes raíces mesoamericanas, siendo que el primero los considera como un “complejo
agrario mesoamericano” con semejanzas culturales con las sociedades al sur de la frontera;
y el segundo los menciona como uno de los grupos agrícolas asentados en la región para el
primer milenio de nuestra era, y que si se dedicaron a la caza-recolección fue en consecuencia
22
de México, ya que, en primer punto, los registros documentales existentes para la época de
contacto en la región no son demasiado claros con lo que respecta al modo de vida,
costumbres y religión de las sociedades que habitaban la zona; y además de ello, el
exterminio que se libró en la Sierra Gorda borró casi toda huella de estas sociedades.
Por ello, para poder comprender sus características habría que recurrir a diferentes
herramientas heurísticas, siendo la arqueología una de las disciplinas que mayor información
pueden darnos para su entendimiento, y dentro de los estudios arqueológicos, la investigación
del arte rupestre podría ser una herramienta imperante para comprender la cosmovisión de
los grupos humanos de la región.
2
Muchos investigadores han postulado lo inadecuado del término “arte rupestre”, aludiendo a que el término
“arte” deviene del pensamiento renacentista y moderno, y crea una etiqueta a priori a un tipo de representación
que quizá poco tenía que ver con la creación artística y con los rasgos del arte como concepto occidental. Es
por ello que varios estudiosos de estas manifestaciones se han inclinado en llamarlas “manifestaciones gráficas
rupestres” (González 1985:11-13), ya que, con este término, al carecer de cualquier semántica que permee al
objeto de un propósito y significado a priori, abre el panorama interpretativo a otras significaciones que
pudieron estar asociadas con estas representaciones. Aunque estamos de acuerdo con este postulado, en la
mayoría de las investigaciones actuales se refiere a estas manifestaciones como “arte rupestre”, por lo que en
este trabajo lo utilizaremos al igual que el de “manifestaciones gráfico-rupestres”, ya que así es más fácil
identificar el objeto de estudio (Viramontes 2005b:15).
25
fechas, la zona de mayor importancia en torno al arte rupestre, si no la más conocida, era la
Sierra de San Francisco en Baja California Sur. Otro problema que se aúna a la tardía
intervención de la investigación en el arte rupestre nacional, es la importancia secundaria a
la que se le ha relegado, haciendo énfasis en estudios de sitios monumentales dentro del área
mesoamericana (Valencia 1992:04).
Actualmente, resulta claro a los investigadores que el arte rupestre —petrograbado y
pintura—, al ser un vestigio material de las sociedades del pasado, pertenece de manera
importante al estudio de la arqueología (Viramontes 2005a:43). Muchas hipótesis se han
generado con la finalidad de interpretar este tipo de manifestaciones culturales, entre las que
podrían destacarse: su pertenencia a ritos de paso, de iniciación, con fines terapéuticos o
relacionados con la fertilidad; su uso como marcadores territoriales, astronómicos o registro
de acontecimientos históricos; y también como algún tipo de escritura: pictografía, marcas
de identidad o numéricas, entre muchos otros (Viramontes 2005a:62).
Con lo que respecta a su investigación en nuestro país, durante la primera mitad del
siglo XX iniciaron algunas investigaciones interpretativas, que buscaban conectar la gráfica
rupestre mexicana con la europea, en el afán de encontrar paralelismos entre ambos
continentes. Muestra de este tipo de acercamientos es el trabajo de Antonio Pompa y Pompa
Ideología rupestre de 1960 (Salinas 2012:23).
No es hasta esa década cuando se comienzan a adoptar algunas posturas teórico-
metodológicas para llegar a una interpretación del registro rupestre. Iniciando con enfoques
estilísticos que buscaban definir corrientes y tendencias, resaltan los estudios realizados por
Miguel Messmacher en 1961 en La Pintada, Sonora, en la que deja de lado los aspectos
descriptivos-interpretativos que dominaban las investigaciones de esta índole, para centrarse
en un enfoque metodológico de análisis y registro para la interpretación (Messmacher 1981).
También Clement Meighan en 1966 realiza investigaciones en la misma región, recalcando
la importancia que tiene un método de registro sistemático que guíe los análisis, y recalcando
los problemas de la cronología en el arte rupestre y su asociación con un grupo cultural
específico. También hace hincapié en la dificultad existente en la interpretación y en hallar
un significado a una manifestación cultural que se encuentra tan apartada de nuestra realidad
temporal (Salinas 2012:23-24).
Harry Crosby en 1975 y Campbell Grant durante 1976 comienzan la aplicación de estos
métodos en Baja California Sur, y también Alden Mason durante 1961 en Durango y William
Breen Murray para 1979 en Nuevo León —este último referido a la interpretación de
petroglifos.
Para finales de la década de 1970 e inicios de 1980, tendencias interpretativas de la
historia del arte comienzan a aplicarse para este tipo de estudios arqueológicos, enfocándose
en la definición de estilos para abordar los estudios de la gráfica rupestre. Dentro de este
derrotero, destacó la definición de estilo propuesta por Meyer Schapiro, quien lo definió
como un “vehículo de expresión mediante el cual una sociedad comunica ciertos valores
morales, de la vida social y religiosa a través de la expresión emotiva de las formas” (Salinas
26
2012:24). Esta conceptualización del estilo fue aplicada para Paquimé, Chihuahua, por Polly
Shaafsma, definiendo dentro de la gráfica rupestre del sitio el “Paquimé style rock art”.
Otra teoría analítica derivada de la historia del arte sería la del estudio iconográfico de
Erwin Panofki, principal exponente de estos acercamientos en el arte renacentista europeo.
Panofski propone tres niveles de contenido o significado: la “descripción pre-iconográfica”,
que se refiere al primer contacto con el contenido temático, la familiaridad con los objetos o
acciones. Luego vendría el “análisis iconográfico”, que se centra en el contenido temático
secundario, la forma del mundo de las imágenes. Y por último la “interpretación
iconográfica”, referida al significado intrínseco o contenido que constituye la gama de
valores simbólicos (Viramontes 2005a:46-47).
Esta metodología de análisis ha sido aplicada en trabajos como “Atavíos identificables
en el arte rupestre del norte-centro” de Arturo Guevara, acoplándola con diversas
herramientas antropológicas. Sin embargo, varios arqueólogos han criticado este tipo de
acercamiento ya que, al enfocarse en los valores “artísticos” del arte rupestre —como lo son
la artificidad, comunicabilidad y valor estético—, se dejan de lado las características sociales
y culturales que permearon esta manifestación (Viramontes 2005a:46-47).
Otras tendencias de interpretación fueron las de considerar al arte rupestre como un
“registro cartográfico”, aplicada en el rancho El Tajo, B.C.S por Michael Mathes en 1977 y
por Veronique Darras en Michoacán en 1989. O también como un “registro astronómico”,
derivado de las corrientes de la arqueoastronomía y expuesta por investigadores como
William B. Murray en Boca de Potrerillos, Nuevo León en 1982, que definía a la gráfica
rupestre como marcadores astronómicos o representaciones del cosmos (Valencia 1992:26-
63, 100-129).
Estas teorías interpretativas tuvieron críticas mixtas en sus resultados, ya que no
llegaban a explicar de qué manera la cosmovisión se representaba dentro del registro rupestre.
Para las décadas de 1980 y 1990, nuevas corrientes comenzaron a aplicarse a este tipo de
estudios, tales como la propuesta de Ana María Crespo en el arte rupestre de Guanajuato, con
una metodología de análisis semiótico aplicada a la Cueva de San Ignacio, en las cercanías
de la ciudad de Guanajuato y en Arroyo Seco en la Sierra Gorda (Crespo 1986). También
destaca la “representación temática” propuesta por Ramón Viñas (Viñas et al. 1990), que
buscaba conjuntar un registro exhaustivo de las características de los motivos, tales como
color, estilo y técnica.
Una corriente interpretativa que cobró mucha importancia para los años ochenta fue el
“modelo chamánico” de Lewis-Williams y Jean Clottes. A pesar de que esta ya había sido
planteada anteriormente por Alfred Kroeber y Julian Steward en Estados Unidos durante la
década de 1920 (Viramontes 2005a:52). Clottes y Lewis-Williams estipulan que la práctica
de este tipo de grafismos está ligada íntimamente con la actividad del chamán: un especialista
ritual que, a través del uso de psicotrópicos, refleja una realidad adyacente por esta técnica.
Este estado alterado de la conciencia provoca un contacto con el mundo sobrenatural (Clottes
y Lewis-Williams 2001).
27
Francisco Mendiola, en su artículo “El arte rupestre: una realidad gráfica del pasado en
el presente”, establece que la interpretación de estas manifestaciones ha seguido diversos
caminos sobre la base de la analogía etnográfica, la etnohistoria, la semántica, la lingüística,
la simbología, la comunicación y la ideología, entre otras heurísticas (Mendiola 1999:19);
estipulando que, para un mejor análisis de las manifestaciones, es necesario ordenar
teóricamente la compleja realidad que presenta su estudio, para evitar resultados arbitrarios
o relativos (Mendiola 1999:20).
Otra propuesta interesante es la planteada en 2005 por Carlos Viramontes en Gráfica
rupestre y paisaje ritual. Los recolectores-cazadores de Querétaro y en El lenguaje de los
símbolos. El arte rupestre de las sociedades prehispánicas de Querétaro, la cual busca una
interpretación con base en la manipulación explícita del espacio por los autores de la gráfica
rupestre, vinculando un significado particular a su disposición espacial (Viramontes
2005a:44 y Viramontes 2005b). Esta investigación propone que los sitios en los cuales se
realizaba el arte rupestre también fungían como parte de la ritualidad del mismo, por lo que
propone la existencia de un “paisaje sagrado” que era construido por los recolectores
cazadores de la región y que era parte de su cosmovisión. Trataremos este trabajo más a
fondo en el siguiente apartado dedicado a la Sierra Gorda.
Por último, Ramón Viñas y Roberto Martínez González proponen una nueva
metodología de estudio del arte rupestre en 2001, con su artículo “La interpretación del arte
rupestre” (Viñas et al. 2001), desarrollándola en distintos estudios que fueron publicados en
artículos como: “Palabras e imágenes de la vieja serpiente cornuda. Una mirada desde
Mesoamérica” (Martínez y Viñas 2007) y “Cueva de la serpiente. Los ofidios con cuernos en
la iconografía rupestre de Mulegé, B.C.S., México” (Martínez et al. 2009).
En esta serie de publicaciones, los autores señalan un nuevo camino para la
interpretación del arte rupestre apoyados en herramientas de la semiología francesa, a partir
de la cual se crearán variables a analizar para luego compararlas con el registro icónico
arqueológico, las fuentes etnohistóricas y trabajos etnográficos, en el afán de encontrar
recurrencias y similitudes en el uso de signos y símbolos que lleven a la creación de hipótesis
interpretativas para el significado de las manifestaciones rupestres. Esta metodología también
será planteada a fondo en el capítulo siguiente.
Al revisar las investigaciones y publicaciones que se han realizado para la
interpretación de manifestaciones gráfico-rupestres, vemos que una buena parte de ellas se
enfoca en factores territoriales, ambientales o astronómicos, y solo algunos de ellos buscan
una interpretación que aborde la cosmovisión de los grupos creadores para lograr una
interpretación. Esto se debe a un factor muy importante, y es que muchas veces —o la
mayoría de ellas— desconocemos quiénes fueron los autores de dicha gráfica, su antigüedad,
o su filiación a alguna cultura o sociedad en específico. Esto crea una laguna en la
reconstrucción del significado del arte rupestre.
Empero, esto no quiere decir que las interpretaciones de marcadores territoriales o
astronómicos estén equivocadas, sino que ese es solo uno de muchos usos que pudo tener el
arte rupestre, y el no abordar otras interpretaciones deviene de esa carencia de información a
29
partir de la cual los investigadores puedan crear hipótesis interpretativas con mayor y mejor
explicación de este fenómeno.
Sin embargo, los trabajos que se han dedicado al entendimiento de la cosmovisión de
las sociedades del pasado a través del arte rupestre, han tenido buenos resultados cuando se
conjuntan con un buen registro de la evidencia arqueológica y un exhaustivo análisis de las
fuentes etnohistóricas y etnográficas, para tener una base de comparación e interpretación
que permita crear hipótesis sólidas para su entendimiento. Por ello, un acercamiento de este
tipo nos parece el más adecuado para tratar el arte rupestre de nuestra región de estudio.
proponiendo nuevos tipos de acercamientos. En 1980, Pilar Casado inicia el Proyecto Atlas
de Pictografía y Petrograbado, en el que se realizaron recorridos en los que se descubrieron
sitios con manifestaciones rupestres en las cercanías de Victoria y Valle de Santiago. (Casado
2005:48).
También para 1980 se genera el Proyecto Semidesierto Queretano, enfocado en el
reconocimiento de superficie para la identificación de campamentos estacionales y,
posteriormente, de yacimientos de materia prima. Este proyecto se extiende hasta 1992,
teniendo un periodo de inactividad hasta 1996, cuando se reanuda con un nuevo enfoque,
comenzando a efectuar recorridos para identificar sitios con manifestaciones rupestres
(Viramontes 2005b:36-37).
En 1998, se inicia un registro de los sitios con manifestaciones gráfico-rupestres en el
semidesierto de Querétaro y Guanajuato, a partir del Proyecto Atlas de Pictografías y
Petrograbados de México, abarcando un área desde el municipio de Victoria y el Pinal del
Zamorano en Guanajuato y Querétaro respectivamente, hasta San Juan del Río en Querétaro.
Estos proyectos son imperantes para el estudio de la región porque fueron el parteaguas de
muchas investigaciones que le procedieron. El proyecto registró 33 sitios con
manifestaciones gráfico-rupestres en Guanajuato, sobre todo para su parte sur (Casado
2005:50).
Entre 1997 y 2000, Crespo y Viramontes elaboraron el registro de 15 conjuntos
pictóricos de los sitios Arroyo Seco y Las Golondrinas I (Flores y Viramontes 2012:11). A
partir de 2005, Luz María Flores y Carlos Viramontes comienzan el Proyecto Arte Rupestre
de la Cuenca del Río Victoria, el cual sigue vigente hasta la fecha, y del que se han derivado
muchas investigaciones reflejadas en diversos artículos y libros, tales como Gráfica rupestre
y paisaje ritual. La cosmovisión de los recolectores cazadores de Querétaro; El lenguaje de
los símbolos. El arte rupestre de las sociedades prehispánicas de Querétaro; “Las
representaciones rupestres del semidesierto de Querétaro y oriente de Guanajuato”, artículo
publicado en Arte rupestre. Ensayos 1994-2004, varios artículos dentro del compendio
Expresión y memoria. Pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del norte de México
y la revista “Tiempo y región. Estudios históricos y Sociales”, editada por el Instituto
Nacional de Antropología e Historia, la Universidad Autónoma de Querétaro y la
Municipalidad de Querétaro, con ocho entregas hasta la fecha dedicadas al estudio de la
región del Centro norte de México; entre otros trabajos.
A lo largo de más de diez años de investigación de este proyecto, se han efectuado
distintos acercamientos para el entendimiento del arte rupestre de la región. Durante las
primeras temporadas de campo —hasta 2006—, se registraron 24 sitios con manifestaciones
rupestres (Viramontes y Flores 2007:10-12), de los cuales el de mayor envergadura es Arroyo
Seco, en el que se enfocaron las investigaciones de este proyecto. Sus resultados son
imperantes para poder comprender el comportamiento de la gráfica rupestre de toda la región,
y han sido pioneros para el entendimiento de las sociedades del Centro norte de México.
El sitio de Arroyo Seco en Guanajuato, junto con el del Pinal del Zamorano en
Querétaro, son representantes poco comunes en la gráfica rupestre del Centro norte, ya que
31
este sitio abundan los diseños antropomorfos arquetípicos, la mayor parte de los motivos
monocromos son rojos o amarillos, se encuentran también motivos bicromos, principalmente
antropomorfos, en diversas combinaciones de rojos, amarillos, negros y blancos (Viramontes
2008b:313-314).
Esta gráfica también se considera parte de la “Tradición pintada México semiárido”.
Al encontrarse, tanto en este como en otros sitios, una repetitiva representación de la figura
antropomorfa, así como una homogeneidad temática y técnica, se plantea la posible
existencia de un código visual tanto en términos del paisaje como iconográfico. Sin embargo,
faltaría establecer si: “[…] existió un patrón en la disposición de los motivos en el panel, y
si esta disposición responde a un tipo de lenguaje, con reglas sintácticas y un código que
podría descifrarse a partir de la comparación etnográfica y etnohistórica con otras sociedades
de recolectores cazadores del Centro norte o del Occidente de México” (Viramontes
2008b:319-321).
La pintura rupestre fue una manifestación común en la región, siendo lo más frecuente
la representación de líneas y abstracciones con pigmento rojo, generalmente óxidos de hierro,
que tienen la característica de condensar en ellas elementos que son comunes también a los
motivos que decoran sus vasijas de barro: líneas rectas y onduladas, cruces, figuras
esquemáticas los más comunes (Crespo y Viramontes 1999:119).
Entre los grupos de recolectores cazadores de la región, existió una marcada
predilección por el color rojo, mismo que empleaban no solo para la gráfica rupestre, sino
también para pintar sus cuerpos y diversos objetos de su indumentaria. También llegaron a
emplear el negro, el amarillo y solo en contadas ocasiones el verde. Resulta interesante que
el uso del color blanco en los paneles pintados, al menos para el semidesierto queretano, es
prácticamente inexistente (Viramontes 2005b:152).
Es notable que, en esta región, la gráfica rupestre parece conjuntar no solo elementos
característicos de la cosmovisión y ritos “chichimecas”, sino también de las sociedades
agrícolas. Un ejemplo de ellos es la Cueva de la Nopalera, en el semidesierto de Querétaro,
donde las figuras de animales, actitudes de movimiento, contrastan con agrupaciones de
elementos geométricos y estilizados, procedentes de antiguos pueblos agricultores de la
región. Si bien parecen ser dos gráficas distintas, queda la duda de si ambas sociedades
compartían alguno de estos símbolos (Crespo y Viramontes 1999:119).
nuestro análisis debe centrarse tanto en las similitudes como en las diferencias de la gráfica
rupestre de la Sierra Gorda tanto con la de sitios en el norte de México como con otros que
se encuentren ya en regiones dentro del territorio considerado para Mesoamérica.
Por los estudios revisados, podemos concluir que el Centro norte de México estuvo
habitado por un largo periodo de tiempo, y que sufrió varias mutaciones en torno a su
conformación territorial, de las sociedades que lo habitaron, su filiación cultural, así como su
clima y propiedades ambientales. Las sociedades que allí se asentaron, tras años de
convivencia tanto con sociedades recolectoras cazadoras chichimecas como agrícolas
mesoamericanas, parecen haberse permeado de características de ambas; esto nos lleva a
tener que analizarlas bajo criterios de contrastación para tratar de encontrar de manera certera
de qué forma y en qué variantes compartieron características con una u otra región. El análisis
del arte rupestre podría ayudarnos a comprender cuáles fueron las características de la
cosmovisión de las sociedades de esta región, y si existía dicha comunión.
Los estudios realizados por Viramontes Anzures, Flores González, Crespo Oviedo,
Casado López, y demás investigadores, nos permiten tener una percepción de cuál es el
comportamiento de los diseños rupestres, y crean una muy buena base a través de la cual este
análisis puede efectuarse. A partir de sus trabajos, podemos establecer que el arte rupestre en
la Sierra Gorda presenta características más o menos homogéneas —figuras esquemáticas
predominantes, la inclinación al uso de rojos, negros y amarillos, la persistente representación
de figuras antropomorfas, etcétera—, que lo hacen competente para análisis tipológico con
otras gráficas rupestres. La importancia que demuestra la figura antropomorfa en la región
permite que nuestro análisis —que está centrado en este tipo de representación— sea
pertinente para poder entablar nuevas peculiaridades que nos lleven a una mejor comprensión
de cuál fue el significado de estos motivos.
El hecho de que ya existan, gracias a estas investigaciones, criterios a partir de los
cuales definir características básicas para analizar las representaciones antropomorfas de la
región, nos permite poder adentrarnos de lleno en su significación, partiendo de los criterios
que ya se han definido para la región y llevándolos a nuevas consideraciones.
Para los fines de esta investigación, consideramos que un acercamiento desde la
semiología sería viable, y nos llevaría a comprender la gráfica rupestre de la región de una
manera distinta, para poder comprender la continuidad, semejanzas y diferencias en las
manifestaciones rupestres de tipo antropomorfo dentro del Centro norte de México y entre
sus vecinos mesoamericanos, para poder tener un criterio de comparación más amplio. Esto
nos lleva a un nuevo cuestionamiento, y es: ¿de qué forma ha sido abordado el registro
arqueológico a partir de herramientas semiológicas? ¿Qué es la semiología?
36
que vincula el signo material con el ideológico, el cual abordará a partir de una
“reconstrucción del proceso histórico de los otomíes” (Ochatoma 1994:10).
A través de esta reconstrucción, el autor asocia las manifestaciones rupestres de su
estudio con ritos mágicos religiosos como el de la caza —mencionado por Torquemada—,
el ritual a la serpiente emplumada, ritos a Otontecutli —dios otomí de la guerra— y a la
deidad del inframundo (Ochatoma 1994:109-115).
Siguiendo la misma línea de investigación, Carlos Illera Montoya en su tesis Contenido
simbólico de las pinturas rupestres del Valle del Mezquital. Análisis semiótico, mencionada
anteriormente, realiza una investigación basándose en Charles Pierce y en Umberto Eco,
utilizando la teoría del signo del primero y la teoría de los códigos y la producción de signos
del segundo (Illera 1994), entendiendo que “un signo o representamen es algo que, para
alguien, representa o se refiere a algo en algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto
es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un signo aún más
desarrollado” (Illera 1994:39).
Así, retomando la teoría del signo de Pierce, Illera resume que las pinturas rupestres
están “conformadas por ‘imágenes’ que no son otra cosa que correlatos psicológicos del
objeto, modos en que el hombre aprehende el mundo o en que el mundo se le da” (Illera
1994:143); y ya que Pierce define a la imagen como un ícono que pone en manifiesto las dos
operaciones básicas de los procesos de expresión y comunicación humana, es plausible
realizar una interpretación desde el ámbito arqueológico.
Otra tesis de temática similar es Danzar para curar. Las representaciones
antropomorfas rupestres del semidesierto guanajuatense y su función terapéutica, de
Fernando Salinas, en la cual hace un estudio de la gráfica rupestre de la región, asociando los
motivos antropomorfos con rituales de curación a partir de la hermenéutica, de la
antropología simbólica y de la ecosemiología (Salinas 2012).
Un estudio interesante también fue el realizado por Felice Wyndham, en la Sierra
Trahumara, en el cual utilizó la semiótica como una herramienta para entender las distintas
narrativas que las sociedades rarámuri hacen del arte rupestre en su región, el cual tiene
distintos orígenes cronológicos, ya que ha sido asociado tanto a grupos rarámuri como a
grupos apaches. Sin embargo, el arte rupestre sigue siendo una realidad social para los grupos
actuales, por lo que la autora buscó identificar los elementos significativos en las prácticas y
experiencias sociales y religiosas para así entender las narrativas históricas y actuales que
contienen (Wyndham 2011:387).
Expandiendo nuestro horizonte, en otras regiones del mundo también se ha aplicado la
semiología como una herramienta para el análisis del arte rupestre; prueba de ello la tenemos
en publicaciones como “Elementos arqueosemióticos y pinturas rupestres en el desierto de
Atacama (norte de Chile)”. En dicho artículo, el autor considera a los estilos del arte rupestre
como un sistema, una configuración de significantes distintivos que se organizan en
relaciones y vínculos que son estructuras visuales culturalmente significativas (Mege y
Gallardo 2015:589).
38
Otro ejemplo sería el estudio realizado por Patricia Salatino en la cuenca superior del
río Aconcagua, en la región central de Chile. En su estudio, Salatino desarrolla una nueva
propuesta teórico-metodológica basada en la semiótica de Charles Peirce buscando
determinar patrones de estructuración internos en las representaciones y comprender el rol
de los espacios en la construcción del paisaje de la región (Salatino 2011:209). En la misma
región, Andrés Troncoso también realiza un estudio semiótico, esta vez con el objetivo de
poder definir a partir de esta herramienta dos estilos pictóricos en la zona de estudio, y así
poder compararlos con otros sistemas de representación visual de la región, y así definir una
producción material de los grupos prehispánicos (Troncoso 2005:21).
Por último, desarrollaremos los postulados que Ramón Viñas y Roberto Martínez
González realizan en varios artículos, y que se refieren a una metodología de interpretación
distinta para el arte rupestre. En su artículo “La interpretación del arte rupestre” de 2001,
Viñas y Martínez González expresan que el arte rupestre es un medio de comunicación
ideográfico que unió al mundo mental con la imagen, manteniendo viva la memoria de su
grupo social y precediendo a la escritura alfabética (Viñas et. al. 2001:199); por lo que
cuando el investigador se enfrenta al arte rupestre, este debe preguntarse “¿Qué expresa, qué
significa?”, y para contestar esa pregunta es necesario recurrir a diversas ramas de las ciencias
humanas.
Después de explicitar el origen de la investigación en el arte rupestre y las diversas
teorías que han surgido para explicar este fenómeno cultural, los autores comienzan a esbozar
su metodología partiendo de la analogía etnográfica, la cual, según expresan, no es opcional
en la arqueología, sino que es constitutiva de la teoría arqueológica (Viñas et al. 2001:207
citando a Gándara 1990:76).
Dentro de esta metodología interpretativa, el principio base es el estudio semiológico
del dato arqueológico y la interpretación a partir de los estudios etnohistóricos y etnográficos
existentes para la región que se investiga. La aplicación de esta metodología se realizó en la
Cueva del Porcelano de Baja California Sur; partiendo primero de una descripción y un
registro minucioso de la morfología y espacialidad de la distribución de los motivos dentro
del panel estudiado.
Luego de este paso, se realiza una comparación estilística de los paneles analizados con
los registros de la región, incluyendo, dentro de lo posible, dataciones cronológicas sobre las
pinturas y secuencias cronológicas y estilísticas del arte rupestre definiendo rangos. Estos
datos nos proporcionarán una filiación social probable de las pinturas. Luego de este paso,
se comienza con la analogía etnohistórica, la cual se realiza al consultar las crónicas y fuentes
documentales que hablen de la cosmovisión en los grupos culturales de la región en cuestión,
en este caso en particular, la de grupos seris, zuñis y kiliwas.
Una vez finalizada la analogía etnohistórica, se procede a realizar una analogía
etnográfica al comparar los resultados de la primera analogía con la información etnográfica
que pueda existir para la región. Así el resultado de la comparación de estilos, motivos,
conjugaciones de símbolos y paneles y su contrastación con el registro etnográfico y
etnohistórico, servirá para la realización de una hipótesis interpretativa (Viñas et al.
39
2001:206-217). Como nota aclaratoria, los autores mencionan que “cualquier conjunto de
arte rupestre se hace más comprensible al esclarecer su organización semiótica, estableciendo
relaciones entre las figuras y su contenido temático” (Viñas et al. 2001:222).
Esta metodología siguió desarrollándose por los mismos autores durante lo que restó
de la década del 2000, como lo demuestra su artículo “Palabras e imágenes de la vieja
serpiente cornuda: una mirada desde Mesoamérica” (Martínez y Viñas 2007). En este
estudio, los autores realizan una lectura de un panel de arte rupestre encontrado en la Sierra
de San Francisco, Baja California Sur; utilizando recursos semióticos para dividir dicho panel
en distintos “sintagmas” que después compararon con la ideografía mesoamericana en aras
de encontrar cierta continuidad de los signos (Martínez y Viñas 2007:134-139).
En “Cueva de la serpiente. Los ofidios con cuernos en la ideografía rupestre de Mulegé,
Baja California Sur, México” (Martínez et al. 2009), los autores aplican un poco más la
semiología y el estudio de los mitos, para llegar a una mejor interpretación del arte rupestre.
En este artículo, parten de una descripción del panel de La Serpiente, abordando su
composición morfológica —largo, ancho y disposición de los motivos—, la descripción de
las representaciones que lo forman, para luego hacer una contabilización de los motivos
asignándoles asociaciones en formas, colores y tipologías.
Una vez establecidas las características de los motivos que conforman su objeto de
estudio, los autores procedieron a analizar las cualidades del mito, refiriéndose a Roland
Barthes para su conceptualización. De tal forma, comprenden al mito como una forma de
expresión caracterizada por una doble articulación semiótica, por lo que en él podrían existir
múltiples sistemas semiológicos para su significación. Entonces, en una representación
rupestre, en lugar de plasmarse una secuencia narrativa, se representa una escena que sintetiza
los principales antagonismos de la narración; y estará caracterizada por la presencia de ciertas
oposiciones fundamentales —siguiendo los postulados de Lévi-Strauss.
Los símbolos plasmados en el arte rupestre aglutinarán cierta información que será
susceptible a la interpretación al compararla con la que contienen los mitos antiguos,
procedentes de descripciones y reportes de la época del contacto en la región, y mitos vivos,
que aún mantengan características centrales que compartirán tanto con sus versiones
pretéritas, como con lo simbolizado en la gráfica rupestre.
Los análisis anteriormente citados nos muestran que el arte rupestre es un sistema
simbólico que connota una cosmovisión particular, y que es posible su análisis desde una
mirada semiológica, utilizando las herramientas del estudio lingüístico a los motivos de
nuestro interés. Pero esto nos lleva a otra pregunta: ¿De qué manera aplicaremos la
semiología en nuestro estudio?
2. Un acercamiento distinto
Una de las ciencias que más ha colaborado en el desarrollo de la interpretación de las formas
de comunicación es la semiología. Desde finales del siglo XIX, Ferdinand de Saussure
delineó que el objeto de estudio de la lingüística como ciencia, estaba constituido por todas
las manifestaciones del lenguaje humano, entendiendo no solo a todo tipo de grupos humanos
40
sino también todas sus formas de expresión (Saussure 1985:30), y que para llegar a la
comprensión de las cualidades y especificidades del lenguaje y así poder estudiarlo, debíamos
partir desde la lengua (Saussure 1985:35).
La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso es comparable con la
escritura, los ritos simbólicos, las formas de cortesía, los saludos militares, etcétera. Es un
sistema de valores, la parte institucionalizada del lenguaje, una totalidad cuya estructura
interna corresponde a normas y convenciones que la rigen a partir del desarrollo histórico-
cultural específico de una sociedad (Saussure 1985:48-51).
Por otro lado, el habla es la puesta en escena que cada individuo perteneciente a un
grupo social dado realiza de la lengua (Saussure 1985:40-41). Ambos constituyen al lenguaje
en una relación significativa, es por ello que el mismo autor afirmó la necesidad de una
ciencia que se dedicara al estudio de la vida de los signos en el seno de la vida social: La
semiología (Saussure 1985:42-43).
A partir de la publicación de su Curso de lingüística general, se abrió un nuevo
panorama para el estudio del lenguaje, dejando de abordar las características gramaticales o
filológicas de este y enfocándose en las que posee socialmente. Así, la semiología tiene por
objeto de estudio los sistemas de signos, cualquiera que sea su forma de expresión y los
límites de estos sistemas conformados, “las imágenes, los gestos, los sonidos, los objetos y
los conjuntos de estas sustancias —que pueden encontrarse en ritos, protocolos o
espectáculos— constituyen si no lenguajes, al menos sistemas de significación” (Barthes
1971:13).
Después de Saussure, otros investigadores abordaron el estudio de los signos, tales
como Charles S. Peirce, quien se enfocó en el aspecto lógico del lenguaje para fundamentar
la semiótica, señalando que:
“La lógica en su sentido general, es, creo haberlo demostrado, solamente otra palabra que
designa a la semiótica, una doctrina quasi necesaria o formal de los signos. Al describir a la
doctrina como “quasi necesaria” o formal, tengo en cuenta que observamos los caracteres de tales
signos como podemos, y a partir de dichas observaciones, por un proceso que no me niego a
llamar Abstracción, somos inducidos a juicios eminentemente necesarios, relativos a los que
deben ser los caracteres de los signos utilizados por la inteligencia científica” (Peirce 1955:98).
Saussure resalta la función social del signo, mientras que Peirce se enfoca en la función
lógica (Guiraud 1997:08), es por ello que para los objetivos de esta investigación nos
enfocaremos en la semiología estructural3. De esta forma, Ferdinand de Saussure conformó
los principios de la lingüística estructural sin siquiera haberse percatado de ello, los cuales
han trascendido hacia la antropología estructuralista y la misma semiología estructural
(Barona 2009:3).
3 Reconocemos que después de las publicaciones de Guiraud, Peirce y Saussure, muchos investigadores se han
enfocado en el estudio de los signos lingüísticos y no lingüísticos, y que hoy en día el término semiótica se
utiliza para designar al estudio de los signos sea la escuela estructuralista o la anglosajona de Peirce. En esta
investigación, a pesar de partir de las herramientas de la semiología estructural, utilizaremos los términos
semiología y semiótica como equivalentes.
41
De ahí que el estructuralismo en general sea considerado como aquel que se enfoca,
respecto a cualquier materia, al estudio de las estructuras que se conforman en un carácter de
sistemas por elementos tales que la modificación a cualquiera de ellos implica una
modificación en todos los demás (Lévi-Strauss 1995:301), y de las “leyes solidarias” y las
“relaciones recíprocas” de los diversos hechos bajo observación, en lugar de considerarlos
aisladamente. El estructuralismo con base lingüística no es simplemente el estudio de
estructuras consideradas estas como la forma en que están dispuestos los elementos
individuales en relaciones de dependencia mutua, sino el de las estructuras reveladas
mediante el análisis de sistemas de signos (Olavarría 1990:30).
De esta forma, podemos comprender la gráfica rupestre de la Sierra Gorda de
Guanajuato, si no como un lenguaje, sí como un sistema de significación, y la semiología
será una herramienta a través de la cual se podrá generar una interpretación de los
significados de esta; es solo una forma de aproximación a un sistema de signos que habrá de
comportarse de una forma estructurada y convencionalizada (Barona 2009:4).
Para su utilización dentro de nuestro análisis, partimos del siguiente argumento de Ana
María Llamazares:
“En sociedades […] carentes de sistemas de escritura […] otras formas de representación
gráfica cobran especial importancia para la transmisión y perpetuación de determinados
conjuntos de ideas. Si tal fuera el caso [del arte rupestre], esas formas de representación pueden
considerarse semióticas en tanto constituyen sistemas de signos estructurados según ciertas
normas de coherencia interna que permitían su comunicabilidad” (Llamazares 1986:2).
desarrollados por él, pero delimitados en mayor medida y de una manera más explícita por
Roland Barthes.
El significado o concepto es la representación psíquica del objeto, o sea, la idea que se
tiene de él; está formulada en el plano de la expresión, es eso que aquél que emplea el signo
entiende por él. Se puede presentar de forma isológica, que es cuando el significado no tiene
otra materialización que su significante típico, y no se pueden estudiar más que
imponiéndoles un metalenguaje producto del sistema del analista; o también se puede
presentar de forma no isológica, que es cuando están remitidos por un lenguaje articulado o
una palabra o palabras. Sin embargo, estos son problemáticos ya que remiten continuamente
a la clasificación semántica de su propia lengua —en muchos casos desconocida—, y no a
una clasificación basada en el sistema observado (Barthes 1971:45).
Dado que en el arte rupestre los significados se presentan de forma no isológica, será a
partir de una revisión de los estudios icónico-arqueológicos, etnohistóricos y etnográficos
que procederemos a conformar un significado hipotético; este punto será explicado más a
fondo posteriormente.
El significante es la parte “material” del signo, o sea la representación verbal, gráfica,
icónica, etc., del concepto. Es un relatum, no puede separarse del significado, funciona como
un mediador (Barthes 1971:48). A partir de la noción de signo, poseedor de un significado y
un significante, nace la significación, que es el proceso que une al significante con el
significado dentro de la creación de sentido, su producto es el signo (Barthes 1971:49-52), a
esto también se le conoce como semiosis. Así tenemos una línea de pensamiento que regresa
a su origen, siendo que los productos del signo —que son el significado y el significante—
son los que lo dotan de una significación específica y le dan el soporte para su generación.
Por otro lado, existe el concepto de valor lingüístico, para el cual retomaremos a ambos
autores. Saussure nos dice que la lengua es un sistema de valores que funciona por ideas y
sonidos, cuyo lazo es completamente arbitrario. El valor lingüístico es un elemento de la
significación, es lo que la hace estar en sintonía con otras significaciones y que estas se
puedan relacionar con otros sistemas. Barthes desarrolla esta idea diciendo que para que haya
un signo es necesario poder intercambiarlo con cosas diferentes y poder confrontarlo con
otras similares. Puede cambiarse una “palabra” por una “idea” o puede confrontarse con otras
palabras. El valor lingüístico es lo que une o diferencia a un signo dentro de un sistema de
significación (Saussure 1985:159-169, Barthes 1971:54-57).
Dentro de la combinación de signos, que tiene como soporte la extensión lineal e
irreversible en la cadena hablada —esto en el lenguaje articulado—, cada término debe su
valor a su oposición a aquello que le precede o que le sigue; por lo que un sintagma es cada
una de estas unidades mínimas que forman la cadena (Barthes 1971:65). Una serie de
sintagmas dotan de sintaxis a un determinado texto, en este caso, un texto pictográfico.
Otra cualidad de los signos, al estructurarse dentro de una cadena de significación, es
la connotación. La connotación existe cuando, a partir de un signo dado, se genera una nueva
cadena de significación, en la cual nuestro primer signo es ya solo el significante de este
segundo sistema que tendrá a su vez un significado para crear una nueva estructura que será
43
significante —la materialidad del motivo en sí— y un significado, propio del aparato
cosmovisional e histórico-cultural de la sociedad que lo forjó.
Este ciclo de intercambio y dependencia entre el significado y el significante le
otorgarán al signo una significación, la cual, junto con la comparación entre distintos motivos
—o, mejor dicho, signos— nos llevará comprender su valor semántico con los sintagmas que
los conforman, para llegar a dilucidar los procesos de significación que operan dentro de este
sistema de comunicación específico. La semiología es un metalenguaje que nos ayudará a
establecer y denotar características determinadas en los signos que estudiaremos.
Ejemplifiquemos la información que se ha abordado hasta el momento con los
siguientes cuestionamientos: ¿Puede una imagen poseer una secuencia narrativa? ¿Pueden
una pintura, un grafitti o un panel de arte rupestre, poseer una secuencia narrativa? O,
planteado de otra forma, ¿podemos obtener una secuencia narrativa de una imagen, una
pintura o un grafiti? Esas imágenes pictóricas están compuestas por elementos que nos
remiten a algo más. Ese algo más no está presente per se en el objeto que se está mirando, se
encuentra en nuestra mente. Una secuencia narrativa es una idea o argumento que se plantea
a partir de una concatenación de elementos que son mencionados con relación a dicha idea
central (Martínez et. al. 2009:28-29). Entonces una secuencia narrativa pictórica se crearía a
partir de elementos específicos —que nos remiten a otras ideas— que se concatenan y crean
un argumento determinado.
Nosotros dotamos a los elementos de una imagen particular de cualidades específicas
que asociamos con dichos elementos —una paloma blanca con una rama de olivo se puede
asociar a la paz, una hoz y un martillo cruzados en un fondo rojo se pueden asociar al
socialismo, una esvástica negra en un círculo blanco con un fondo rojo se puede asociar al
nacional socialismo alemán, etcétera—; pero dichas asociaciones de elementos, digámosles
ahora signos, parten de una base específica: nuestra cercanía con el contexto histórico-social
y cultural que los realiza.
Estos signos, en una imagen específica, nos remitirán a significados con base en nuestro
entendimiento de dicho contexto. Entonces los signos de una imagen están formados por un
significante —que es el motivo en sí, la representación gráfica que observamos en la imagen:
la paloma, la hoz y el martillo cruzados— y un significado que es propio de dicho contexto,
es la información que asociamos a un elemento dentro de nuestra mente —la paloma a la paz,
la hoz y el martillo al socialismo—, pero al desdoblarse en más de una acepción y superar el
simple nivel de relación entre significado y significante, sobrepasan la mera acepción de
signos y adquieren el estatuto de símbolos.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando no conocemos el contexto original? Mientras más
alejados estemos temporal o culturalmente hablando de la sociedad que creó la imagen
pictórica en sí, más difícil nos será la acción de dotarle de un significado a dichos
significantes —a esta acción, llamémosla desde ahora, semiosis.
Pero entonces, si para la semiosis de una imagen pictórica es necesario el contexto que
nos remita, ¿cómo acceder a dicha semiosis siendo extraños, ajenos, de dicho contexto? Pues
46
bueno, para ello habría que empezar a entender dicha imagen desde los principios básicos de
la semiología.
A saber: si en una imagen específica, que es parte de nuestra propia cultura y contexto
histórico-social, somos capaces de separar signos según su propia significación, partiendo de
cualidades morfológicas o espaciales —que los delimitan sintagmáticamente—, en una
imagen que nos es extraña, debemos partir de realizar estas divisiones a partir de la misma
composición de la imagen.
Supongamos, por ejemplo y abordando el tema del arte rupestre, que en un panel
determinado tenemos a un antropomorfo en tinta roja, el cual se presenta con las
extremidades superiores extendidas hacia arriba haciendo una coyuntura a la mitad de estas,
y que las extremidades inferiores se encuentran también dobladas en la parte media,
formando una flexión. Ahora bien, supongamos también que este antropomorfo con dichas
cualidades morfológicas también está representado con una especie de tocado coronando su
parte superior. Mantengamos la imagen de dicho antropomorfo hipotético. Ahora,
extendamos nuestro ejemplo y digamos que, en varios paneles distintos, en distintos sitios y
con distintos motivos asociados, encontramos a dicha representación antropomorfa, en
distintos contextos, pero siempre con la misma morfología y el mismo tocado.
Entonces ese antropomorfo con esas características específicas tiene la cualidad de
signo, porque es una representación que está en lugar de algo más, de otra idea o concepto.
Pero el hecho de encontrarlo en distintos contextos nos señala también que dicho signo poseía
ciertas cualidades culturales, históricas y sociales, que le otorgaban el carácter de ser parte
de una secuencia narrativa específica. Su significado era parte de dicha secuencia. ¿Qué cuál
es ese significado? Pues eso habría que descubrirlo a partir del estudio del contexto histórico-
social y cultural que lo forjó, aludiendo a la reducción al significante que propone Llamazares
y realizando un estudio icónico-arqueológico, etnohistórico y etnográfico para buscar una
posible significación.
El símbolo no diferencia, sino que une, sumerge en una vivencia cultural. Un elemento
cualquiera puede convertirse en símbolo, siempre y cuando represente el todo del sistema
socio-cultural al que está vinculado (Biord 1996:37), su función es hacer que emerja todo el
orden simbólico al que pertenece, a partir de un reconocimiento recíproco del objeto entre
los individuos que pertenecen al mismo contexto socio-cultural (Biord 1996:37-40).
Es por esta relación que se puede decir que el símbolo no significa: evoca, instaura una
relación entre dos significados a partir de un proceso mental, el signo es un acercamiento a
la realidad percibida, mientras que el símbolo es un acercamiento a la realidad pensada (Biord
1996:41-43). En esta relación, un significante remite a un significado, y este remite cuando
menos a otro significado más y así sucesivamente; por este proceso los símbolos aglutinan la
información a través de estas cadenas de significación, hasta llegar a los principios básicos
de cierto sistema de pensamiento (Martínez et. al. 2009:28-29).
Esta representación del pensamiento simbólico es expuesta por Roland Barthes en su
análisis del mito, especificando en primer lugar al mito como un habla, un sistema de
comunicación sumamente estructurado que presenta una doble articulación, ya que, por un
lado, se encuentra el vehículo principal del mito —que es su sustancia, ya sea hablada, escrita,
icónica, etcétera—, el cual posee un significado y un significante, pero a la vez, este signo
formado, sirve como significante para otro significado, formando una segunda cadena
semiótica que tendrá como sustancia lo que ese signo “evoca” (Barthes 1986:200-206). En
este punto cabría la confusión entre el signo connotado y el símbolo, por ello habría que
aclarar que el primer término se refiere a la significación del mismo y el segundo al proceso
histórico, social y cultural que lo permea y lo crea como referencia a otros significados.
Es así que:
“Para descubrir a través de qué operaciones lógicas se estableció el proceso simbólico, lo
más indicado es hacer un análisis del contexto en el que se encuentran los símbolos; pues si
sabemos con qué elementos se asocian, es factible, cuando menos, formarnos una idea de cuál
fue la función de la manifestación rupestre” (Martínez 2000:37).
Una vez más, para poder realizar una interpretación de la significación de nuestras
representaciones, debemos acudir al contexto en el cuál se encuentran, desentrañando en un
primer término la forma en la que se presentan los signos, para después intentar reconstruir
la cadena de significación en el contexto histórico-cultural a partir de asociaciones tanto
iconográficas como etnohistóricas, y así definir si poseen las cualidades para ser símbolos.
Para poder generar interpretaciones que superen el nivel de la identificación de
motivos, es necesario atender al simbolismo que se encuentra implícito en las
representaciones y cuyo acceso solo es posible por la analogía icónico-arqueológica,
etnohistórica y etnográfica (Barona 2009:8).
Para terminar este apartado, habría que especificar la diferencia existente entre
“función” y “significado”. Es muy común, entre las investigaciones sobre arte rupestre, la
confusión entre estos términos (Llamazares 1986:4); esto se refiere más que nada al hecho
de que una investigación defina como su objetivo principal el inferir la función de un
determinado motivo o motivos pictóricos, y concluir hablando del significado como si fuera
48
creencias, incluyendo desde los más simples actos de entendimiento hasta conceptos más
elaborados, los valores que rigen la conducta de un grupo social; a este constructo se le
conoce como ideología (López Austin 1980:16). Es un conjunto sistematizado, sus elementos
se encuentran articulados entre sí por una cierta congruencia interna que los estructura, y las
representaciones, ideas y creencias que le conforman están condicionadas socialmente
(López Austin 1980:16-17).
Así los elementos ideológicos se articularán delimitándose a partir de las particulares
formas de acción que tienen sobre un particular ámbito del universo, formando sistemas
ideológicos (López Austin 1980:18-19); el sistema ideológico posee peculiaridad estructural
y dinámica, pero se encuentra también articulado tanto al resto del plano ideológico como a
la estructura social. Entonces el conjunto articulado de sistemas ideológicos relacionados
entre sí en forma congruente, con el que un individuo o grupo social, en un momento histórico
determinado, pretende aprehender el universo, se conoce como cosmovisión (López Austin
1980:19-20).
La cosmovisión es el aspecto mental de la cultura, es el producto de las interrelaciones
sociales en forma de red sistémica (López Austin 2016:15); esta debe verse en su doble rostro
como construcción y medio constructivo, una red colectiva de procesos mentales producida
por una sociedad (López Austin 2016:16). Establece los parámetros de intercambio de
acciones y discursos entre los miembros de una colectividad, todo ello fundado en ideas,
opiniones y reglas eficaces para la comunicación. La cosmovisión surge de un lecho práctico
de múltiples contradicciones que le imprimen sus caracteres (López Austin 2015:135).
Es un macrosistema de comunicación. Partiendo del hecho de que es un producto
cultural colectivo, los individuos pertenecientes al grupo social se comunican a través de
mensajes que tienen una calidad mínima de inteligibilidad, y el establecimiento —consciente
o inconsciente— de ciertas normas que regulan la comunicación:
“[…] La cosmovisión integra un acervo para cuya estructuración no es necesaria (ni
posible) una mente individual de comprensión totalizadora. Cada miembro del grupo social posee
un caudal personal en constante transformación que se traslapa con el de sus compañeros de
grupo, que se corrige y que reproduce alteraciones durante los procesos de comunicación y de
actuación. Y cada miembro del grupo posee, además, una base lógica que lo hace un potencial
receptor de un número de elementos conceptuales muy superior al de los que maneja
normalmente. Estos procesos unificadores dan a la cosmovisión su relativa congruencia general,
así como las contradicciones que provocan y matizan su transformación” (López Austin
1980:21).
Las redes de comunicación que fungen como base de la transmisión de la cosmovisión
tienden a extenderse, cuando esto sucede, y sobre todo al extenderse la heterogeneidad entre
los grupos sociales que se comunican, la parte nuclear de la información se va distanciando
de sus procedencias concretas y de las especificidades colectivas de los individuos. Pero
gracias a la analogía, las propiedades conectivas de la información se enlazan con otras
informaciones para incorporarse a enormes órdenes pertenecientes a distintos niveles de
abstracción. De estos derivan nuevos modelos cognoscitivos y pautas aplicables a casos
concretos, “el conjunto sistémico se dinamiza, así, con flujos y reflujos que van de lo
50
múltiples significados (López Austin 2001:63). El hecho de que exista una cosmovisión
compartida permite no solo la existencia de mitos similares en significación y estructura, sino
también mitos con estructura distinta pero misma significación (López Austin 2001:58-59).
Gran parte de las creaciones pictóricas y escultóricas en Mesoamérica refieren directa
e indudablemente a la mitología, religión y cosmovisión. La mitología y la iconografía no
son objetos de estudio tan diferentes, mito e imagen pueden ser estudiados desde el punto de
vista de la ideología. Sus especificidades como formas de expresión se subordinan en un
contexto social en el que sus respectivos valores estéticos, lógicos e históricos se
complementan (López Austin 1990:13-14).
Entonces, tanto la religión como la mitología mesoamericanas están inscritas también
a procesos de larga duración y de extensa espacialidad (López Austin 1992:53). Por ello la
religión constituyó un sistema que rebasó los límites de cada una de las distintas unidades
políticas pertenecientes a esta extensa tradición histórica y cultural, y fue uno de los factores
primarios de la unidad mesoamericana (López Austin 1994:15).
Es a través de esta cadena argumentativa que podemos aplicar un análisis icónico-
arqueológico, etnohistórico y etnográfico a nuestro objeto de estudio, ubicado
geográficamente en la región del Centro norte de México —como mencionamos en el
capítulo primero—, abordando no solo representaciones pertenecientes a grupos del norte de
México, sino también de otras áreas al sur de la frontera septentrional mesoamericana, en
búsqueda de semejanzas y desemejanzas en los sistemas de significación para poder afianzar
un posible significado de los motivos antropomorfos de la Sierra Gorda de Guanajuato. Este
postulado no es contrario a las ideas de López Austin, ya que, como él mismo señala:
“Parto de la idea de una relativa unidad de cosmovisiones mesoamericanas emparentadas
por comunidad de origen, por comunicación constante y por desarrollo paralelo. Más aún, el
parentesco no se limita a los pueblos circunscritos en los límites mesoamericanos, sino que
aparece, por lo que respecta a principios básicos, en sus vecinos septentrionales” (López Austin
1980:32).
Sin embargo, debemos tener claro que, a pesar de que las manifestaciones rupestres
puedan considerarse como una representación de la cosmovisión, no es posible reconstruir la
totalidad de la cosmovisión de esta ni de ninguna sociedad, pero sí se podrá acceder a algunas
peculiaridades de su pensamiento y de su forma de concebir el mundo que les rodea (López
Austin 1994:15).
Entonces en un primer punto, el análisis icónico-arqueológico de distintas gráficas
rupestres nos permitirá adentrarnos en las formas de representación de la cosmovisión de las
sociedades, para poder crear analogías con las representaciones que son nuestro objeto de
estudio. En un segundo nivel, esta analogía se realizará a partir de los vehículos de la
cosmovisión que mencionamos anteriormente: el mito y el rito.
El mito es la forma más estructurada en que puede presentarse la cosmovisión; en el
caso del mito, el texto puede ser leído tanto por las palabras o los signos que lo expresan
como por aquello que representa en su conjunto como elemento de la cosmovisión (Martínez
et. al. 2009:29). En este sentido, las relaciones iconográficas que habremos de ubicar en las
53
distintas representaciones pueden ser vistas y comprendidas a través de los relatos míticos,
ya que son uno más de los lenguajes para expresar al mito (Barona 2009:10).
El mito es un segundo sistema semiológico cuya estructura se infiere a partir de los
signos que se encuentran en relatos e imágenes. Así, en él se trata de grafías de letras o de
grafías pictóricas, y el mito sólo reconoce en ellas una suma de signos, la mitología forma
parte de la semiología como ciencia formal y de la ideología como ciencia histórica. El mito
es un habla, constituye un sistema de comunicación, un mensaje, se trata de un modo de
significación (Barthes 1986:199-201). Los símbolos son parte integral del mito, por esta
razón el mito cuenta con una doble articulación, es decir, que un significante remite a un
significado, y éste último a otro más (Barthes 1986:201-206). De esta manera, es posible
vincular tanto narraciones como imágenes, con pasajes míticos que permanecen y se
transforman dentro de la ideología de los grupos humanos a través del tiempo. Esto nos lleva
a un problema, y es que ¿de qué manera podemos argumentar la validez de las analogías
antes dichas entre sociedades de distintas regiones y de distintas épocas, y las
representaciones antropomorfas de la gráfica rupestre de la Sierra Gorda, de las cuales ni
siquiera conocemos su temporalidad específica, ya no digamos su filiación étnica?
La analogía etnográfica es una tarea legítima en el campo de la arqueología. La primera
operación que procede cuando se observan los materiales es por medio de la analogía, ya que
como apunta el “Principio Cortina”: “nuestra posibilidad de hacer arqueología depende de
que, en el pasado como en el presente, la relación entre conducta y cultura material sea tal
como para recuperar la primera a partir de la segunda” (Gándara 1990:74-75).
Por ello, la analogía etnográfica no sólo es inevitable, sino que es constitutiva de la
teoría arqueológica (Gándara 1990:51). De esta manera, la analogía etnográfica se nos
presenta como una forma más de argumentación por analogía. Pero cabe mencionar, que el
incremento de la muestra y la variabilidad de casos que comparemos disminuirán nuestro
rango de error; y como tal, la analogía es un valioso instrumento heurístico, un instrumento
que incrementa o facilita nuestra posibilidad de conocer (Gándara 1990:52).
Por analogía, podemos entender un tipo de argumentación que tiene una estructura
formal, cuyo objetivo principal es demostrar que existen “buenas posibilidades” que dos
instancias que comparten atributos similares compartan, además, un “atributo esencial”, de
tal forma que a través de la instancia conocida se pueda conocer una instancia desconocida
de una forma probable. Es importante mencionar que esta estructura es inductiva, no
deductiva (Robles 2016:40).
Entonces la validez de las relaciones que generaremos entre nuestro objeto de estudio,
las representaciones icónico-arqueológicas de otras regiones, la información etnohistórica y
la información etnográfica, se verán fundamentadas en primer punto en la analogía
etnográfica y en segundo en la existencia de una cosmovisión compartida entre las sociedades
mesoamericanas y su núcleo duro.
Sin embargo, al estar nuestro objeto de estudio “fuera” de la región considerada para
Mesoamérica, habrá que explorar cuáles son las características de la cosmovisión entre las
sociedades chichimecas, para así poder tender puentes que conlleven al descubrimiento de
54
las características semejantes entre ambas cosmovisiones, sin dejar de tomar en cuenta los
factores que se diferencien entre las mismas, y con base en ello tener criterios aplicables en
la gráfica rupestre.
gran similitud, lo que permite retomar algunos significados religiosos profundos del mitote
detectados por estos investigadores y que se pasaron por alto en las crónicas de siglos pasados
(González 2008:350).
También el cronista Andrés Pérez de Ribas menciona para mediados del siglo XVII, y
sobre estas celebraciones, la existencia de un hechicero que dirigía la ceremonia, aunque
durante su crónica menciona a dos personajes que ejercían el liderazgo de las celebraciones,
el “hechicero” y el “viejo” (Pérez de Ribas 1944:262-263).
Alonso de León menciona para la región del noreste de México, la celebración de
mitotes para ritos de iniciación, reforzamiento de lazos de parentesco, matrimonios,
situaciones bélicas como antes de atacar a un enemigo o para celebrar el triunfo en batalla,
así como eventos importantes para la comunidad como recordar a un difunto en particular u
eventos astronómicos de gran importancia (González 2008:354).
El arte rupestre podría ser producto o estar relacionado íntimamente con la realización
de distintos tipos de ritos, por lo que consideramos al ritual como parte clave en el proceso
de producción de grafismos. Sin embargo, hay que tener claro que el problema no es asignar
la propiedad ritual del arte rupestre —ya sea como rito de iniciación, marca ritual del
territorio, conversión del paisaje natural en paisaje “sagrado”, etc.— sino identificar en lo
concreto cuál era la significación que el arte rupestre tenía dentro de estas celebraciones
(Viramontes 2005a:62).
Algunos textos dejan entrever la existencia de cierto tipo de especialistas rituales que
intervenían en varias esferas de la vida social, tal como los “cajoos” que menciona fray
Guadalupe Soriano, y que algunos investigadores mencionan como “equivalente” al chamán
(Viramontes 2005b:62). Otros autores mencionan de grupos como los pames, que, si bien
dependían de un modo de producción de caza recolección y un cultivo incipiente, se cree
mantenían ciertas costumbres o semejanzas en el ámbito ideológico con grupos de rasgos
mesoamericanos en rituales de siembra y de cosecha, tales como el baile de la “milpa
doncella” mencionado por Soriano. Este tipo de ceremonias están vinculadas con los pueblos
cultivadores, aunque podrían tener reminiscencias de las ceremonias de los primeros frutos
típica de grupos recolectores (Viramontes 2005b:61).
En este sentido, el estudio de la cosmovisión debe considerar la organización social y
las prácticas rituales que de ella se deriva. Así, en el ritual se realiza una representación del
universo, del drama cósmico, donde el mito y el ritual constituían una unidad, ya que el ritual
era el puente entre la realidad mítica y el presente (Viramontes 2005a:68-69). Este vínculo
entre mito y rito sigue siendo una realidad para las religiones actuales.
El ritual resulta una actividad básica en la reproducción de estas sociedades, y la gráfica
rupestre como resultado de actividades rituales, se manifestaba en espacios generalmente
vinculados a elementos notables de la naturaleza: cerros, montañas, manantiales, ríos,
arroyos, abrigos, cuevas, frentes y afloramientos rocosos y, en general, lugares con una
significación especial en el marco de la cosmovisión (Viramontes 2008b:317).
Esto ha llevado a investigadores como Carlos Viramontes a comenzar el estudio del
paisaje como parte importante de la creación del arte rupestre de los recolectores cazadores
56
3. Metodología y técnica
A partir de las concepciones teóricas señaladas en el apartado anterior es como entendimos
y estudiamos los motivos antropomorfos de la pintura rupestre de la Sierra Gorda de
Guanajuato. En este apartado aclararemos cuáles fueron los pasos que seguimos para la
realización de nuestro análisis.
ASA271M1
En donde las primeras dos letras —AS— corresponden al nombre del sitio, en
este caso correspondiente a Arroyo Seco (en algunos casos, por cuestión de
repetición de iniciales, se tomaron en cuenta tres letras por cada nombre de sitio).
ASA271M1
La siguiente letra —A—, corresponde al complejo pictórico —complejo A—.
En dado caso que el sitio no contara con un complejo pictórico establecido, la
nomenclatura se completaba al colocar una letra X en el espacio correspondiente.
ASA271M1
El siguiente número —27—, corresponde al conjunto pictórico —conjunto 27—
pudiendo tener uno o dos dígitos, si el caso lo ameritaba. De igual manera que en el
apartado anterior, de no existir un conjunto pictórico en el sitio, este espacio se
marcaba con una letra X.
ASA271M1
El siguiente dígito —1—, corresponde al número de grupo o panel —en esta
ocasión, grupo 1—, en dado caso que el número del grupo tuviera dos dígitos, se
incluían ambos; en caso de que en lugar de haber sido registrado como panel en
lugar de como grupo, se colocaba una letra P antes del número correspondiente.
ASA271M1
Los últimos dos caracteres se deben al número de motivo en el panel o grupo al
que pertenece —en este caso, Motivo 1. Para definir el número de motivo en el
panel o grupo, se tomó en cuenta su espacialidad, empezando desde la parte superior
del panel a la parte inferior de este, y de izquierda a derecha. De esta manera se
colocaba una espacialidad específica a cada motivo antropomorfo dentro del grupo
o panel al que pertenecía.
Sitio.
1. Arroyo Seco
2. Abrigo del Zúñiga
3. Abrigo de la Peña de la Ceja del Timbal
4. Cerro Redondo
5. Cueva del Cuervo
6. Cueva la Prieta
7. El Copudo
8. El Derrumbadero 2
9. El Risco
10. El Sabino
63
11. El Salto
12. El Salto 2
13. El Tambor
14. El Tecolote
15. Invernadero
16. Jacalasúchil Curva
17. La Mojonera
18. La Sobrepiedra
19. La Terraza
20. La Golondrina 1
21. La Golondrina 2
22. Las Higueras
23. Los Hahuizaches
24. Peña de los Monos
25. Victoria Sur
Municipio.
1. Atarjea
2. San Luis de la Paz
3. Santa Catarina
4. Victoria
Color
1. Rojo
2. Amarillo
3. Negro
4. Ocre
5. Blanco
6. Naranja
7. Rojo y amarillo
8. Negro y rojo
9. Rojo oscuro
Técnica pictórica
1. Delineado esquemático
2. Tinta plana
3. Contorneado
4. Tamponeado o tinta plana
64
Motivos asociados: Se refiere a otros motivos existen en el grupo o panel, con los
cuales el motivo a analizar comparte cierta asociación ya sea espacial o contextual.
1. Probable sexuado
2. Tocado, cuernos o cabellera
3. Líneas en extremidades superiores a modo de dedos.
4. Líneas en extremidades inferiores a modo de pies.
5. Líneas en extremidades superiores a modo de manos.
6. Elemento entre la parte medial de la figura y sus extremidades inferiores a modo
de faldón o vestimenta inferior.
7. Asociado a motivo tipo peine
8. Asociado a un objeto alargado
9. Círculo concéntrico radiado a modo de flor o escudo
10. Objeto a modo de arco
11. Líneas en extremidades inferiores a modo de dedos de pies
12. Abstracto
13. Motivo circular
14. Línea a modo de cola
15. Motivo en zigzag
21
84.00%
Victoria Sur 1
Jacalasúchil Curva 1
Invernadero 1
El Risco 1
Las Golondrinas 2 2
El Salto 2 2
Cueva la Prieta 2
Las Higueras 3
La Terraza 3
El Salto 3
El Sabino 3
Las Golondrinas 1 5
La Mojonera 5
El Tambor 6
El Copudo 13
Los Hahuizaches 19
El Derrumbadero 19
Cerro Redondo 21
El Tecolote 28
La Sobrepiedra 79
A partir de esta gráfica, podemos decir que los tres sitios con mayor cantidad de
motivos antropomorfos se encuentran en el municipio de Victoria, mientras que los
municipios con menor cantidad de motivos —Atarjea y Santa Catarina—, juntando sus
69
totales, no suman más de 40 antropomorfos entre sus tres sitios. A continuación, se muestra
la cantidad de motivos antropomorfos por municipio.
21 13
4% 3%
17
3%
470
90%
5
Rojo y Negro 0.95%
1
Naranja 0.19%
6
Rojo y Amarillo 1.15%
4
Blanco 0.76%
22
Ocre 4.22%
16
Negro 3.07%
28
Amarillo 5.37%
6
Rojo oscuro 1.15%
Rojo
433
0 83.1%
50 100 150 200 250 300 350 400
450
0
0 Rojo Oscuro Negro y Rojo
0 Rojo y Amarillo Naranja
0
Tamponeado o Tinta Blanco Ocre
0
plana Negro Amarillo
0
0 Rojo
1
3
0
0
0
0
Contorneado 0
0
0
0
13
0
1
5
0
Tinta plana 1
16
1
7
68
6
4
1
1
Delineado esquemático 3
6
15
20
349
Imagen 4: División morfológica de la posición de elementos antropomorfos. Imagen tomada de: Viramontes, 2007 :177.
Sitio: "Cueva del Cuervo", Conjunto 1, Motivo 1.
Otros 62
(38,39) 2
(7, 24) 2
(2,22) 2
(16, 25,3) 2
(37,3) 3
(12,9,5) 2
(12,9,3) 2
(29,3) 3
(12, 15, 5) 2
(16,11,5) 3
(10,15,3) 3
(10,11,8) 3
(16,9,5) 5
(23,3) 4
(29,5) 4
(6,5) 4
(15, 34, 5) 6
(6,3) 7
(7,8) 7
(7,3) 8
(16,9,3) 11
(7,5) 13
(4,3) 13
(2,5) 21
(2,3) 51
(4,5) 42
(1,5) 44
(1,3) 190
Tipo 2 (1,5) 44
Tipo 3 (4,5) 42
Tipo 4 (2,3) 51
Tipo 5 (2,5) 21
Tipo 6 (4,3) 13
Tipo 7 (7,5) 13
Tipo 8 (16,9,3) 11
Tipo 9 (7,3) 8
Tipo 10 (7,8) 7
Tipo 11 (6,3) 7
Tipo 12 (15,34,5) 6
Tipo 13 (6,5) 4
Tipo 14 (29,5) 4
Tipo 15 (23,3) 4
Tipo 16 (16,9,5) 5
Tipo 17 (10,11,8) 3
Tipo 18 (10,15,3) 3
75
Tipo 19 (16,11,5) 3
Tipo 20 (12,15,5) 2
Tipo 21 (29,3) 3
Tipo 22 (12,9,3) 2
Tipo 23 (12,9,5) 2
Tipo 24 (37,3) 3
Tipo 25 (16,25,3) 2
Tipo 26 (2,22) 2
Tipo 27 (38,39) 2
Tipo 28 (7,24) 2
Si cruzamos los datos de técnica pictórica y color con los expuestos en las dos tablas
anteriores, podemos observar el comportamiento de la morfología de los elementos con sus
atributos de representación. Dividiendo a los elementos desde el punto de vista de la técnica
pictórica, en las siguientes tablas se muestra la cantidad de motivos agrupados por tipo de
características morfológicas, y divididos por el color en que están representados.
76
Rojo 8
Tipo 8
Negro 1
Blanco 1
Tipo
23
Rojo 1
Rojo 10
Tipo 2
Ocre 3
Amarillo 3
Tipo
18
Rojo 1
Rojo y amarillo 1
Tipo 17
Rojo 1
Negro y rojo 1
Tipo
12
Rojo 6
Rojo y amarillo 4
Rojo 29
Tipo 1
Ocre 13
Amarillo 3
Rojo 12
Otros
Amarillo 1
0 5 10 15 20 25 30 35
Tabla 9: Antropomorfos en técnica pictórica tipo Tinta plana, divididos por tipos de características morfológicas y color
en el que se presentan.
77
Tabla 10: Antropomorfos de técnica pictórica de tipo Delineado esquemático, divididos por tipos de características
morfológicas y color en el que se presentan.
78
12
10
10
4 3
0
Rojo Rojo
Otros Tipo 1
Tabla 11: Antropomorfos de técnica pictórica de tipo Contorneado, divididos por tipo de características morfológicas y
color en el que se presentan.
1 1 1 1
1
0.9
0.8
0.7
0.6
0.5
0.4
0.3
0.2
0.1
0
Rojo Rojo Rojo Amarillo
Otros Tipo 21 Tipo 28 Tipo 4
Tabla 12: Antropomorfos de técnica pictórica de tipo Tamponeado o Tinta plana, divididos por tipo de características
morfológicas y color en el que se presentan.
Motivo único
66 19 Parte superior
46
derecha del panel
49 38
Parte superior
izquierda del panel
55 Parte inferior
izquierda del panel
36 Parte inferior
132 derecha del panel
Parte central
80 derecha del panel
Parte central
izquierda del panel
Parte central del
panel
Parte central
inferior del panel
0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100
6
3
Tipo 5 2
2
2
2
1
4
5
8
8
Tipo 4 4
6
5
8
3
4
7
9
4
Tipo 3 4
4
3
6
1
6
8
8
15
Tipo 2 1
3
1
1
1
23
22
52
25
Tipo 1 15
19
14
14
6
0 10 20 30 40 50 60
Entre las características morfológicas 6 a 12, notamos de igual forma una presencia
mayor en las zonas centrales —ver Tabla 16—, aunque muestran cierta distribución
equitativa también para las partes de la periferia del panel. Esto aunado a la poca cantidad de
motivos presente en estos tipos morfológicos, podría apuntar a una distribución mucho más
homogénea que la existente en los tipos 1 a 5.
82
1
1
Tipo 12 1
2
1
1
Tipo 11 1 1
1
2
1
4
1
Tipo 10 1
3
Tipo 9 2
1
2
1
1
Tipo 8 1
2
3
2
1
3
1
4
Tipo 7 2
1
1
1
3
2
Tipo 6 4
1 1
1
1
0 1 2 3 4
Tabla 16: Distribución espacial de las clasificaciones de tipos de características morfológicas 6-12.
2
Tipo 22
1 2
Tipo 21
1
Tipo 20 1
1
Tipo 19 1
1
1
Tipo 18 1
1 1
1
Tipo 17 1
1
1 1
Tipo 16
1
1
4
Tipo 15
Tipo 14 3
1
1
Tipo 13
1
0 1 2 3 4
Los tipos característicos 23 a 28 son los que menos casos poseen de toda la propuesta
morfológica —ver tablas 8 y 18—, y en este caso notamos que las clasificaciones 27 y 28 se
ubican solamente en la parte central izquierda del panel; los demás casos se ubican, de igual
manera que la mayoría de la muestra, en las zonas centrales de la gráfica.
84
2 10
8 19
Otros 3
1 10
2 7
2
Tipo 28
2
Tipo 27
1
Tipo 26
1
Tipo 25 1
1
1
2
Tipo 24
Tipo 23 1
0 2 4 6 8 10 12 14 16 18 20
Motivos en zigzag 4
Puntos 4
Motivos abstractos 8
Faldón 7
Sexuados 142
100
94
90
80
70
60 58
50
45
40
40
33 32
29
30 26
20
15
10
0
Motivo Parte Parte Parte Parte Parte Parte Parte Parte
único superior superior inferior inferior central central central del central
derecha del izquierda izquierda derecha del derecha del izquierda panel inferior del
panel del panel del panel panel panel del panel panel
Los motivos con atavío en su parte medial a modo de faldón se presentan en las franjas
inferior izquierda, inferior derecha, central derecha, central izquierda y central inferior del
panel. Los antropomorfos acoplados con círculos concéntricos y radiados a modo de flor o
escudo se presentan de igual manera en las periferias del panel, en las zonas superior derecha,
inferior izquierda, inferior derecha, central derecha, central izquierda y central inferior.
A partir de esta clasificación podemos observar que, cuando un motivo posee un objeto
representativo, si este es una extensión de la morfología del antropomorfo —como la
probable sexualización, detalles de extremidades como falanges o pies, o un tocado, cuernos
o cabellera—, se ubicará casi en todos los casos en las partes centrales del panel; pero si se
trata de un atavío u objeto anexo a esa morfología —como atavíos en su parte medial a modo
de faldón, círculos concéntricos radiados a modo de escudo, objetos semicirculares a modo
de arco o asociados a motivos tipo peine o zigzag—, se ubicará en mayor medida en las
periferias.
Por otro lado, si comparamos la cantidad de elementos con complementos
representativos y la clasificación de tipos de características morfológicas propuesta —ver
tablas 22, 23 y 24—, notamos que algunos de los atributos añadidos tienden a presentarse
solo en algunas categorías, mientras otros se distribuyen entre casi todas ellas.
Los elementos tipo círculo concéntrico radiado a modo de escudo y los atavíos en parte
medial a modo de faldón, por ejemplo, se mantienen solo en la clasificación morfológica 2
—ver tabla 22—; los motivos semicirculares a modo de arco, en las clasificaciones
morfológicas 8 y 15 —ver tablas 23 y 24—; los motivos a modo de zigzag en las categorías
1 y 4 —ver tabla 22—; los motivos a modo de peine en 1, 3, 4 y 11 —ver tablas 22 y 23—,
entre otros detalles similares.
Dentro de las categorías morfológicas 1 y 2, se encuentran la mayoría de los
complementos representativos que encontramos en la muestra, aunque dentro del tipo 1,
encontramos una mayor cantidad de motivos probablemente sexuados y con tocado, cuernos
o cabellera, a diferencia de la categoría 2, donde la mayor cantidad de complementos
representativos son de tipo tocado, cuernos o cabellera.
88
Tabla 21: Cantidad de elementos con complementos representativos, divididos en la parte espacial del panel en la que se
encuentran.
89
Tabla 22: Motivos con complementos representativos divididos por tipos de características morfológicas 1-5.
90
Tabla 23: Motivos con complementos representativos divididos por tipos de características morfológicas 6-12.
92
1 3
Otros 2 4
1
1 4 11 15
Tipo 28
1
Tipo 27
Tipo 26
1 2
1
Tipo 25
Tipo 24
1
2
Tipo 23 1
Tipo 22
1
Tipo 21
Tipo 20
1
Tipo 19 1
1
Tipo 18
1
Tipo 17
1
Tipo 16 1
1
1
Tipo 15 1
1 2
Tipo 14
1
Tipo 13 1
1
0 2 4 6 8 10 12 14 16
Tabla 24: Motivos con complementos representativos divididos por tipos de características morfológicas 13-28 y Otros.
93
Esto nos está refiriendo a una cierta continuidad en los tipos de representaciones, y si
esto lo aunamos a su localización espacial más o menos homogénea hacia las zonas
periféricas de los paneles, nos permite de igual manera la asociación de estos motivos en
niveles distintos de su representación: espacialidad, morfología y complementos.
Hasta ahora hemos analizado el comportamiento de la gráfica rupestre antropomorfa
en distintos niveles, en un inicio observando el comportamiento regional de los
antropomorfos, para luego estudiar el color en que se presentan, técnica pictórica,
espacialidad en el panel que se ubican y su morfología, a partir de los cuales comenzamos a
ver ciertos niveles de semejanza en el total de los elementos analizados.
Ahora sería pertinente, antes de pasar a contrastar los resultados, ver qué otros motivos
asociados están presentes dentro de los paneles donde se representan figuras antropomorfas,
para así añadir nueva información a las variables que ya hemos examinado.
Partiendo del total de los motivos antropomorfos de nuestro objeto de estudio, notamos
que existen un total de 17 representaciones distintas que se les asocian a nivel de panel. En
la Tabla 25, graficamos la totalidad de elementos asociados. Con respecto a otros
antropomorfos, notamos que en 460 casos comparten panel, esto es, que en 460 casos
encontramos al menos dos antropomorfos por panel.
También existe una gran cantidad de motivos asociados de tipo abstracto, círculos
concéntricos radiados por líneas, muy similares a los elementos de círculos concéntricos
radiados a modo de escudo que mencionamos en el apartado de complementos
representativos añadidos; líneas, motivos zoomorfos, líneas en zigzag y motivos tipo peine.
94
Antropomorfos 460
Abstractos 307
Líneas 139
Zoomorfos 112
Zigzag 81
Puntos 32
Cruces 34
Fitomorfos 29
Líneas espirales 6
Círculos concéntricos 11
Manos al positivo 5
Construcción 1
Existen algunos tipos de representaciones que, si bien comparten una semejanza muy
alta, tienen una variable que nos hizo separarlas en un primer momento en distintos rubros,
como lo son las líneas, líneas en zigzag y líneas a modo de escalera —en donde las primeras
se presentan de una forma relativamente recta, las segundas serpenteando y las terceras
también serpenteando pero con aristas de ángulos más definidos tendiendo a la rectitud— y
los círculos concéntricos, círculos concéntricos radiados de líneas y los círculos concéntricos
radiados por puntos. Realizamos este procedimiento para dar preponderancia, en un primer
momento, a las diferencias existentes en las representaciones, pero buscando que, al
momento de contrastarlo con otros rubros del análisis, nos permitieran descubrir asociaciones
distintas.
Si contrastamos los motivos asociados con los tipos de categorías de características
morfológicas propuesta, notamos que para las categorías 1 a 5, se presentan la mayoría de
95
los elementos que observamos en la Tabla 25, siendo los motivos abstractos y motivos
antropomorfos a los que se les relacionan en un mayor número de casos. Es interesante
mencionar que los motivos de la clasificación 1 son 190 en total y que en 172 ocasiones se
encuentran asociados al menos a otro motivo antropomorfo —ver Tabla 26—, lo que nos
señala una preponderancia en la representación de este tipo morfológico con su asociación a
otras figuras antropomorfas.
Por otro lado, la cantidad de círculos concéntricos radiados por líneas supera en gran
medida a los círculos concéntricos y a los círculos concéntricos radiados por puntos, aunque
también están presentes. También en el caso de las líneas, su cantidad supera a las espirales
o a las líneas en forma de escalera, pero hay una cantidad considerable de líneas en forma de
zigzag en la muestra.
Para los casos en los tipos 2 a 5, sus muestras se comportan de una manera similar,
aunque en la clasificación 2, existe una cantidad similar de motivos de tipo círculo
concéntrico radiado de líneas y de círculos concéntricos. También notamos un decrecimiento
en la cantidad de motivos asociados del tipo 1 en adelante.
Dentro de las clasificaciones 6 a 10, la cantidad de motivos asociados disminuye no
solo en cantidad, sino también en variabilidad. La categoría 6 presenta diez de los diecisiete
tipos de motivos asociados —ver Tabla 27—, siendo los más prominentes los antropomorfos,
motivos abstractos y líneas. La cantidad de círculos concéntricos radiados por líneas y
círculos concéntricos radiados por puntos es la misma y no se registran casos de círculos
concéntricos. Para el caso de las líneas de tipo zigzag y a modo de escalera, el primero posee
una cantidad muy pequeña de casos y el segundo no registra ninguno, siendo el predominante
las líneas semirectas.
El tipo 7 presenta sus picos mayores en los motivos de tipo antropomorfo, abstractos y
círculos concéntricos radiados por líneas, mientras que sus demás casos —líneas, líneas en
zigzag, motivos de tipo antropomorfo y tipo peine— presentan solo un caso para cada
categoría. Para el 8 encontramos la mayor cantidad de casos en los motivos de tipo abstracto
y antropomorfo, aunque también encontramos en menor medida de tipo zoomorfo, líneas,
círculos concéntricos y círculos concéntricos radiados por puntos.
Dentro de la categoría 9, encontramos una cantidad similar de casos de motivos
antropomorfos, abstractos y tipo peine, mientras sus demás categorías presentan una cantidad
reducida de elementos —uno o dos casos—, siendo estas líneas, círculos concéntricos
radiados por líneas y círculos concéntricos. La categoría 10 tiene sus picos más altos en los
motivos de tipo antropomorfos y abstractos, con seis casos respectivamente, mientras sus
demás categorías —círculos concéntricos radiados por líneas, círculos concéntricos, líneas,
motivos zoomorfos y líneas en zigzag— se presentan con un solo caso, a excepción de los
círculos concéntricos que se presentan tres —ver Tabla 27.
96
Construcción
Tipo 23
1
1 2
1 Motivos en forma de
2
herradura
Manos al positivo
Tipo 22 1
1 Círculos concéntricos
1 1
Líneas espirales
Tipo 21 2
1 3 Líneas tipo escaleras
1 2
3
Círculos concéntricos y
radiados por puntos
Tipo 20 1 Fitomorfos
1
1 2
2
Cruces
1
Tipo 19 1 Puntos
1 2 3
1
3 Motivos tipo peine
Líneas
Tipo 17
3
1 Círculos concéntricos
3
radiados por líneas
1 Abstractos
Tipo 16 3
1 2
2 Antropomorfos
3 4
Tipo 15
3
2 3
3
Tipo 14 3 4
1 3
1
4
4
Tipo 13 1 3
1
3 3
Tipo 12 1
1 3
1 5
Tipo 11 2
1
4
4 5
0 1 2 3 4 5 6
Para los tipos característicos 11 a 23 —ver Tabla 28—, encontramos una mayor
variabilidad de presencia y ausencia de los elementos asociados que hemos mencionado, sin
embargo, no se conjuntan más de ocho de los tipos de elementos en una sola categoría. Para
el tipo 11, encontramos sus mayores conjuntos en los motivos de tipo antropomorfo,
abstractos y zoomorfos, mientras que sus demás categorías, motivos tipo peine y fitomorfos,
cuentan con uno y dos casos respectivamente. La categoría 12 presenta sus picos en los
motivos antropomorfos y los motivos de tipo peine, contando con un caso respectivamente
para los círculos concéntricos radiados por líneas y los círculos concéntricos.
La categoría 13 presenta mayor cantidad de motivos de tipo antropomorfo, abstractos
y círculos concéntricos radiados por líneas, aunque también presenta motivos de tipo
zoomorfo y líneas. Para la categoría 14 encontramos también sus picos en los motivos
antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados por líneas, líneas en zigzag y
motivos en forma de cruz, contando con un solo caso de motivos tipo peine y líneas.
Las categorías 15 y 18 encuentran sus picos en los motivos de tipo antropomorfo y
abstractos, con una presencia también de figuras zoomorfas y círculos concéntricos radiados
por líneas. La categoría 16 presenta una mayor cantidad de motivos de tipo antropomorfo,
abstractos y líneas, contando también con círculos concéntricos radiados por líneas,
zoomorfos, líneas en forma de zigzag y motivos tipo peine. Para la 17, en cambio, solo
contamos con elementos de tipo antropomorfo, abstractos y círculos concéntricos radiados
por líneas.
Si observamos el comportamiento de los motivos asociados a las características de tipo
19 a 22, notamos que sus elementos con mayor cantidad son motivos de tipo antropomorfo,
abstractos y en forma de cruz, aunque también se hallan elementos de tipo zoomorfo, círculos
concéntricos radiados por líneas y líneas en forma de zigzag, aunque no se encuentran en la
misma cantidad en todos los tipos. La clasificación 23 posee elementos de tipo
antropomorfo, abstractos, líneas, círculos concéntricos radiados por líneas y motivos tipo
peine.
100
Los motivos asociados al tipo morfológico 24, se presentan en mayor cantidad con
motivos antropomorfos, abstractos y círculos concéntricos radiados por líneas, contando
también con elementos en forma de cruz y círculos concéntricos. Para el tipo 25,
encontramos con mayor frecuencia antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos
radiados por líneas y líneas.
Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados por líneas y líneas están
presentes en la categoría 26, mientras que hay una mayor variedad para la 27, sumando a los
elementos ya mencionados motivos zoomorfos, líneas en forma de zigzag, motivos tipo
peine y fitomorfos. La categoría 28, de las que menos recurrencias tienen, cuenta solo con
motivos antropomorfos, abstractos y círculos concéntricos —un elemento en cada categoría.
Por último, en el apartado de “otros” encontramos los picos en los elementos
antropomorfos, abstractos, y zoomorfos, contando también con líneas, líneas en forma de
zigzag y en forma de escalera, círculos concéntricos, círculos concéntricos radiados por
líneas y radiados por puntos y fitomorfos.
101
Ilustración 1: Antropomorfos de tipo de categoría 1. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 2: Antropomorfos de tipo de categoría 2. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 3: Antropomorfos de tipo de categoría 3. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
104
Ilustración 4: Antropomorfos de tipo de categoría 4. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 5: Antropomorfos de tipo de categoría 5. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 6: Antropomorfos de tipo de categoría 6. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 7: Antropomorfos de tipo de categoría 7. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 8: Antropmorfos de tipo de categoría 8. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 9: Antropomorfos de tipo de categoría 9. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Espacialidad de los motivos: Motivo único, parte inferior derecha, parte central
derecha y parte central inferior del panel.
Complementos añadidos: Probablemente sexuado, líneas en extremidades
superiores a modo de falanges, acoplado a motivo abstracto.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, líneas, zoomorfos, líneas en forma de zigzag, círculos concéntricos.
Ilustración 10: Antropomorfos de tipo de categoría 10. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 11: Antropomorfos de tipo de categoría 11. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 12: Antropomorfos de tipo de categoría 12. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 13: Antropomorfos de tipo de categoría 13. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
110
Ilustración 14: Antropomorfo de tipo de categoría 14. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 15: Antropomorfos de tipo de categoría 15. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 16: Antropomorfos de tipo de categoría 16. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 17: Antropomorfo de tipo de categoría 17. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 18: Antropomorfo de tipo de categoría 18. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 19: Antropomorfo de tipo de categoría 19. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 20: Antropomorfo de tipo de categoría 20. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores).
Ilustración 21: Antropomorfo de tipo de categoría 21. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 22: Antropomorfo de tipo de categoría 22. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 23: Antropomorfo de tipo de categoría 23. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 24: Antropomorfos de tipo de categoría 24. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores).
Ilustración 25: Antropomorfo de tipo de categoría 25. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 26: Antropomorfo de tipo de categoría 26. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 27: Antropomorfos de tipo de categoría 27. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Ilustración 28: Antropomorfo de tipo de categoría 28. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la
cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 1
Morfología: Tipos 1, 2 y 26 de la clasificación de características morfológicas.
Color: Rojo, amarillo, negro, ocre, rojo y amarillo, rojo y negro, rojo oscuro.
Técnica pictórica: Delineado esquemático, tinta plana y contorneado.
Espacialidad: Sin espacialidad específica, los motivos pueden ubicarse en
cualquier parte del panel.
Complementos añadidos: Elementos internos como probable sexualización,
tocado, cuernos o cabellera, líneas en extremidades superiores a modo de
falanges, líneas en extremidades inferiores a modo de pies, líneas en
extremidades superiores a modo de manos, línea que surge de su parte medial a
modo de cola. Elementos externos como sosteniendo o acoplado a motivo tipo
peine, sosteniendo o acoplado a un objeto alargado, motivo abstracto, puntos,
acoplado a líneas en forma de zigzag y semicírculo en su parte medial a modo
de faldón o atavío.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, líneas, zoomorfos, líneas en forma de zigzag, motivos tipo peine,
puntos, círculos concéntricos y radiados por puntos, líneas en forma de escalera,
líneas en forma de espiral, círculos concéntricos, motivos en forma de U y de U
invertida, fitomorfos y cruces.
Ilustración 29: Antropomorfos de tipo 1. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 2
Morfología: Tipos 4, 5, 11 y 13 de la clasificación de características
morfológicas.
119
Color: Rojo, negro, naranja, blanco, rojo y negro, rojo oscuro y ocre.
Técnica pictórica: Delineado esquemático y tamponeado o tinta plana.
Espacialidad: Partes centrales e izquierdas del panel principalmente.
Complementos añadidos: Elementos internos como probable sexualización,
tocado, cuernos o cabellera, líneas en extremidades superiores a modo de
falanges, líneas en extremidades inferiores a modo de pies, línea que surge de su
parte medial a modo de cola. Elementos externos como sosteniendo o acoplado
a motivo tipo peine, sosteniendo o acoplado a objeto alargado, acoplado a motivo
abstracto, acoplado a líneas en forma de zigzag.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, líneas, zoomorfos, líneas en forma de zigzag, motivos tipo peine,
puntos, cruces, fitomorfos, líneas en forma de escalera, líneas en forma de
espiral, círculos concéntricos, manos al positivo.
Ilustración 30: Antropomorfos de tipo 2. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 3
Morfología: Tipos 3, 6 y 24 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo, amarillo y ocre.
Técnica pictórica: Delineado esquemático.
Espacialidad: Partes centrales e izquierdas del panel.
Complementos añadidos: Elementos internos como probable sexualización,
tocado, cuernos o cabellera, líneas en extremidades superiores a modo de
falanges, líneas en extremidades inferiores a modo de pies, líneas en
extremidades superiores a modo de manos. Elementos externos como
sosteniendo o acoplado a motivo tipo peine.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, líneas, zoomorfos, líneas en forma de zigzag, motivos tipo peine,
puntos, cruces, fitomorfos, líneas en forma de espiral, círculos concéntricos,
círculos concéntricos radiados por puntos, manos al positivo.
120
Ilustración 31: Antropomorfos de tipo 3. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 4
Morfología: Tipos 7, 9 y 10 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo, negro, ocre y rojo y negro.
Técnica pictórica: Delineado esquemático.
Espacialidad: Partes izquierdas superiores, centrales y derechas superiores del
panel.
Complementos añadidos: Elementos internos como probable sexualización,
tocado, cuernos o cabellera, líneas en extremidades superiores a modo de
falanges, líneas en extremidades inferiores a modo de pies. Elementos externos
como sosteniendo o acoplado a motivo alargado.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, líneas, zoomorfos, líneas en forma de zigzag, círculos concéntricos,
motivos tipo peine, fitomorfos.
Ilustración 32: Antropomorfos de tipo 4. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 5
Morfología: Tipos 8, 16, 22, 23 y 25 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo, negro, blanco, ocre y amarillo.
Técnica pictórica: Delineado esquemático y tinta plana.
Espacialidad: Partes izquierdas superiores, centrales y derechas superiores del
panel principalmente.
Complementos añadidos: Elementos internos como probable sexualización,
tocado, cuernos o cabellera, Líneas en extremidades superiores a modo de
falanges y líneas en extremidades inferiores a modo de dedos de pies. Elementos
121
Ilustración 33: Antropomorfos de tipo 5. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 6
Morfología: Tipos 12, 17 y 18 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo, rojo y amarillo, rojo y negro.
Técnica pictórica: Tinta plana.
Espacialidad: Parte superior izquierda, partes centrales y parte superior y
central derecha del panel.
Complementos añadidos: Elementos externos como tocado, cuernos o
cabellera, líneas en extremidades superiores a modo de falanges y líneas en
extremidades inferiores a modo de pies. Elementos externos como sosteniendo
o acoplado a objeto alargado.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, círculos concéntricos radiados por puntos, zoomorfos, motivos tupo
peine.
Ilustración 34: Antropomorfos de tipo 6. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 7
Morfología: Tipos 15 y 27 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo.
Técnica pictórica: Delineado esquemático.
Espacialidad: Parte central izquierda del panel.
Complementos añadidos: Elementos internos como probable sexualización,
tocado, cuernos o cabellera. Elementos externos como sosteniendo o acoplado a
motivo semicircular delineado a modo de arco.
122
Ilustración 35: Antropomorfos de tipo 7. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 8
Morfología: Tipos 19 y 20 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo, amarillo.
Técnica pictórica: Delineado esquemático.
Espacialidad: Partes superior y central derecha, central e inferior izquierda.
Complementos añadidos: Tocado, cuernos o cabellera, sosteniendo o acoplado
a objeto alargado.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, círculos concéntricos radiados por puntos, líneas, zoomorfos, cruces,
círculos concéntricos.
Ilustración 36: Antropomorfos de tipo 8. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Tipo 9
Morfología: Tipos 14 y 21 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo y amarillo.
Técnica pictórica: Delineado esquemático, tamponeado o tinta plana.
Espacialidad: Partes central, central inferior y central izquierda del panel.
Complementos añadidos: Tocado, cuernos o cabellera.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos radiados
por líneas, líneas, líneas en forma de zigzag, motivos tipo peine, cruces.
Ilustración 37: Antropomorfos de tipo 9. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río
Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
123
Tipo 10
Morfología: Tipo 28 de la clasificación morfológica.
Color: Rojo.
Técnica pictórica: Delineado esquemático, tamponeado o tinta plana.
Espacialidad: Parte central izquierda del panel.
Complementos añadidos: Líneas en extremidades superiores a modo de
falanges.
Motivos asociados: Antropomorfos, abstractos, círculos concéntricos.
Ilustración 38: Antropomorfos de tipo 10. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del
río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Hay que subrayar que con esta propuesta tipológica nuestro único fin es intentar
comprender la manera en la cual se presenta el código de representación dentro de nuestro
objeto de estudio, para luego buscar en otras gráficas rupestres si este código se presenta en
los mismos niveles y las interpretaciones que se les ha dado en estas, para así tener un punto
de partida para intentar dilucidar cuál es el código de significación dentro de estos tipos de
representaciones.
125
y Rojo Lineal Zamorano. Estos estilos pictóricos los define a partir de las características
formales y el proceso de producción de los motivos (Viramontes 2005a:168).
El estilo Rojo Lineal Cadereyta se define a partir de trazos de grosor medio, donde
predomina el color rojo —como el mismo nombre lo indica— y las representaciones
antropomorfas se delinearon de manera esquemática y en posición estática, siendo las más
abundantes en el semidesierto queretano (Viramontes 2005a:169). Con respecto a la
morfología de los antropomorfos en este estilo:
“Se presentan con extremidades superiores e inferiores dispuestos hacia abajo en líneas
quebradas, formando ángulos rectos en la mayoría de los casos, aunque en ocasiones también
pueden tener los brazos hacia arriba y ocasionalmente uno hacia arriba y otro hacia abajo; pocas
veces exhiben detalles accesorios (como pies, dedos, cabeza, tocados, faldellines, bastones,
arcos, flechas, etc.). Prácticamente todos son de color rojo y algunos ostentan un diseño algo más
complejo, como el empalmado de dos o hasta tres antropomorfos superpuestos o continuos,
aprovechando la línea central que hace las veces de tronco para incorporar ahí mismo otro juego
de brazos o piernas” (Viramontes 2005b:170).
Imagen 5: Motivos antropomorfos del estilo Rojo Lineal Cadereyta (Viramontes 2005a:170).
127
Imagen 6: Tabla de relación de tipos de antropomorfos esquemáticos de estilo Rojo Lineal Cadereyta en el arte rupestre
de Querétaro (Viramontes 2005b:125).
Imagen 7: Tabla de relación de tipos de antropomorfos esquemáticos de estilo Rojo Lineal Zamorano en el arte rupestre
de Querétaro (Viramontes 2005b:126).
Por otro lado, el estilo Polícromo Victoria, presenta una serie de diseños de distintos
colores, implementando también la unión de dos o más de ellos en variantes principalmente
de rojos y amarillos. Los trazos son normalmente gruesos y suelen inclinarse a un cierto
realismo —ver Imagen 7—; los antropomorfos de este estilo son similares a los del estilo
Rojo Lineal Cadereyta con la diferencia de la policromía y el realismo mencionados
(Viramontes 2005a:172).
El estilo Rojo Lineal Cadereyta, comenta Viramontes, puede asociarse por su estilo de
representaciones con la Tradición México semiárido propuesta por Brigitte Faugère-Kalfon
para la región de Michoacán, quien la relaciona con grupos recolectores cazadores del
periodo Posclásico (Viramontes 2005a:188). Trataremos la propuesta de Faugère más
adelante.
129
Imagen 8: Tabla de relación de tipos de antropomorfos polícromos y realistas del estilo Polícromo Victoria en el arte
rupestre de Querétaro (Viramontes 2005b:127).
Volviendo a las tradiciones estilísticas, las categorías que ya hemos mencionado son
relacionadas por Viramontes con grupos recolectores-cazadores, con base en la asociación
existente entre tipos de trazados —esquemáticos y realistas— y los colores —rojos y
amarillos principalmente— con la localización de los sitios donde se encuentran los paneles,
siendo estos en su mayoría frentes y abrigos rocosos en las laderas de macizos montañosos.
Por otra parte, los grupos agrícolas sedentarios o semisedentarios de la cuenca del río
San Juan y a lo largo de la cuenca del río Lerma medio, en Querétaro, presentan una mayor
predilección por el uso de petrograbados, y la poca pintura rupestre que presentan —si bien
se encuentra en frentes y abrigos rocosos—, se caracteriza por ser casi exclusivamente en
tonos blancos, en ocasiones combinada con tonos rojos; los diseños tienen una marcada
tendencia a la abstracción y es posible distinguir algunos símbolos de clara tendencia
mesoamericana (Viramontes 2005b:168). Dentro de la pintura rupestre de sociedades
agrícolas, Viramontes propone la Tradición pintada de los Valles y la Tradición pintada de
la Sierra; designando dentro de la primera al estilo Blanco Huimilpan y dentro de la segunda
al San Lorenzo y Santa María.
El estilo Blanco Huimilpan se caracteriza por trazos principalmente abstractos en color
blanco: largas líneas ligeramente curvadas intersecadas por otras más pequeñas, círculos
130
concéntricos, radiales, etc.; el estilo Santa María se caracteriza por motivos en tintes rojos
tanto figurativos como no figurativos, y el San Lorenzo principalmente a no figurativos.
Para el sitio de la Nopalera, en Cadereyta de los Montes, Qro., por ejemplo, se pudieron
catalogar las representaciones según el tipo de código de comunicación de cada grupo social
que interactuó en la zona, asociando los motivos que presentan una mayor estructura interna
a grupos agrícolas sedentarios, con una fuerte tendencia a la abstracción y no siendo muy
repetitivos de la misma figura en un mismo panel. Abundan los motivos en los que el espacio
está dividido en cuatro secciones, usando principalmente el color blanco y el rojo-guinda a
tinta plana (Viramontes 1999:101).
Los motivos que se asociaron con grupos recolectores cazadores presentan una mayor
inclinación a la representación esquemática no dinámica de antropomorfos, zoomorfos y
fitomorfos, y una gran tendencia a la repetición de motivos en un mismo panel, usando
mayormente colores rojo-naranja y ocasionalmente negro (Viramontes 1999:101).
Por lo que concierne a la distribución, la gráfica rupestre asociada a grupos agrícolas
se encuentra solo en algunos lugares en la marca del río San Juan, pero aumenta su cantidad
y complejidad mientras más se acerca a la zona del Valle del Mezquital; mientras que la
gráfica rupestre asociada a grupos recolectores cazadores, si bien tiene presencia en la marca
del río san Juan y hacia el sur de este, su cantidad y calidad tiene a aumentar al adentrarse
en la región de la Sierra Gorda (Viramontes 1999:102).
Tomando en cuenta las características morfológicas y la propuesta estilística que
propone Viramontes, nuestra muestra tendría las características necesarias para incluirse en
los estilos Rojo Lineal Cadereyta y Polícromo Victoria, por lo que podría asociarse a una
temporalidad relativa perteneciente al periodo Posclásico tardío.
Aunado a estos estudios, Fernando Salinas propone en su tesis Danzar para curar: Las
representaciones antropomorfas rupestres del semidesierto guanajuatense y su función
terapéutica (2012), una temporalidad relativa basada en la clasificación gráfica, gama
cromática, técnica de elaboración, disposición, así como la forma misma de los motivos,
otorgándole una cronología prehispánica para los sitios El Fraile, Victoria Sur, La Terraza,
Jacalasuchil Curva, El Cerrito, Panteón Victoria, Los Huizaches, El Risco, La Piedra del
Tejaban, El Derrumbadero I y Cueva del Cuervo.
Para los sitios de Arroyo Seco Complejo B, El Tecolote, El Salto, Las Golondrinas I,
Las Golondrinas II, Invernadero, Cueva Prieta y El Derrumbadero II, propone una
temporalidad prehispánica y colonial; el sitio de Las Higueras contaría con una temporalidad
prehispánica y colonial temprana; El Paredón contaría con una cronología tentativa del
periodo colonial; una temporalidad prehispánica, colonial y perteneciente al siglo XIX para
los sitios de Arroyo Seco Complejo A y La Sobrepiedra; por último, el sitio de El Copudo
contaría con una cronología tentativa de época prehispánica, colonial y perteneciente al siglo
XX (Salinas 2012:189).
Salinas estudió 18 sitios que hemos incluido dentro de nuestro objeto de estudio al
encontrarse dentro del perímetro de la Sierra Gorda de Guanajuato en su parte semidesértica,
sin embargo, el autor abarca toda la gráfica rupestre al momento de proponer su temporalidad
tentativa; al momento de hablar de las representaciones antropomorfas, por la similitud que
estas tienen con la Tradición México Semiárido, les otorga una temporalidad relativa
132
Imagen 11: Antropomorfos registrados para el sitio 246, Abrigo Banzhá (Ochatoma 1994:94).
Por su parte, Carlos Illera Montoya no establece una cronología tentativa para los
motivos de su estudio, sin embargo, al revisar tanto los apuntes de su trabajo como el
proyecto arqueológico en el cual se realizó la investigación, notamos que su tesis aborda los
mismos sitios que la de Ochatoma Paravicino, y de igual forma los asocia con grupos
otomíes.
A partir de los trabajos mencionados anteriormente, podemos concluir dos cosas: en
primer lugar, que una secuencia crono-estilística viable para nuestro objeto de estudio,
oscilaría desde el periodo Epiclásico hasta la época de contacto colonial en la región durante
el siglo XVI; y en segundo lugar que la morfología general en la cual se presenta nuestra
muestra se encuentra también en otras regiones de Guanajuato y Querétaro de una manera
muy similar, asociada tanto a grupos recolectores cazadores del periodo Posclásico como a
grupos otomíes de la misma temporalidad, aunque con estos últimos es mucho más limitada.
Este último punto abre la pauta para iniciar la analogía icónico-arqueológica, desde
una asociación que mencionamos en líneas pasadas: la pertenencia de la gráfica rupestre de
nuestro estudio con los estilos pictóricos Rojo Lineal Cadereyta y Polícromo Victoria de la
Tradición Pintada Semidesierto propuesta por Viramontes, la cual a su vez puede asociarse
en el primer estilo pictórico que mencionamos con la Tradición México Semiárido de
Brigitte Faugère-Kalfon.
En Las representaciones rupestres del Centro-Norte de Michoacán (1997), la autora
hace un análisis exhaustivo de los petrograbados y la pintura rupestre de la región, desde el
mismo momento del registro arqueológico, en el que toma en cuenta la ubicación del panel,
tipo de soporte, materia prima de este, orientación, disposición de los motivos, morfología,
técnica y color de representación, entre otros detalles (Faugère-Kalfon 1997:16-17, 37-40).
A partir de este reconocimiento, Faugère logró crear una propuesta clasificatoria al
momento de registro de los grafismos. En el caso de los motivos antropomorfos, los dividió
en seis categorías:
(A) Antropomorfos lineales: Llamados también “antropomorfos lagartos”, las
figuras tienen un apéndice demasiado largo para representar al sexo, siempre
realizados por un trazo lineal bastante fino. Extremidades en ángulo recto y casi
siempre representados con tres dedos. Pueden estar acoplados a distintos objetos
como discos, más frecuentemente representados en negro, aunque también en rojo y
blanco, aunque solamente monocromos.
(B) Antropomorfos de cuerpo cuadrangular: Solo un motivo presento estas
características, se representa con la cabeza con círculos concéntricos y líneas
radiadas.
(C) Antropomorfos con cuerpo grueso y extremidades horizontales: Dos grafismos
de color blanco y tocado con líneas radiadas.
(D) Antropomorfos de cuerpo formado con curvas irregulares: Cuatro motivos
conforman esta categoría, representados por líneas curvas relativamente gruesas y
regulares, presentados en perfil relativo.
134
Imagen 13: Grafismos pintados, antropomorfos del Centro norte de Michoacán. Las letras entre paréntesis de los incisos
superiores corresponden a la clasificación de antropomorfos de la imagen superior (Faugère 1997:75).
La Tradición México Semiárido, a su vez está conformada por dos subtradiciones: Las
Pinturas —ver imagen 15—, representada por grafismos de trazo lineal y en menor medida
en tinta plana, en composiciones que combinan antropomorfos lineales y círculos. Los
antropomorfos normalmente son monocromos en posición estática y algunos llevan tocados
o máscaras, así como elementos laterales que indican, tal vez, funciones dentro de la
sociedad. Los círculos normalmente son bicromos o tricromos, pudiendo poseer diseños
radiales, triangulares o cuadrados a su interior además de decorado interno. Las
composiciones están normalmente organizadas alrededor de un personaje central de mayor
tamaño (Faugère 1997:94).
136
Por último, Faugère señala la relación existente entre la Tradición México Semiárido
con una de las tradiciones grabadas que ella misma definió: la Tradición Grabada Malpaís,
al compartir mismos tipos de figuras, dinámicas y temas representados (Faugère 1997:95).
Los motivos antropomorfos son los más frecuentes, y se encuentran en todos los
paneles pintados. Se presentan en diversas variantes, pudiendo adoptar una posición estática
o dinámica, o presentar características físicas, atributos y dimensiones diferentes. Dentro de
estos grafismos, los de mayor presencia son los antropomorfos lineales, dispuestos de frente
con sus extremidades flexionadas en ángulos casi de noventa grados, con cabeza
representada solo en ocasiones por un circulo o una circunferencia abierta. En la mayoría de
los casos se presentan asexuados, aunque pueden poseer un apéndice rectilíneo
representando el sexo masculino. Con frecuencia estos motivos se ven complementados por
tocados o largas antenas curvas en su parte superior, así como elementos rectos, curvos o
circulares que podrían representar armas, lanzas o escudos. Estos personajes suelen estar
asociados a motivos abstractos o figurativos, y se realizan a partir de técnicas de raspado,
raspado con resaltado con pigmento blanco o rojo, o simplemente la pintura blanca o roja en
sectores lisos (Faugère 2002:28-29, 35-36).
La asociación presente en la gráfica rupestre mostró la presencia de tres tipos de
escenarios distintos. Por un lado, las escenas de cacería y las interpretadas como ceremonias
de danza —entendiendo una escena como una asociación de motivos figurativos y
ocasionalmente abstractos, puestos en determinada situación para sugerir una acción o
reconstruir un acontecimiento en particular. El tercer escenario se refiere a la asociación de
motivos que no poseen una lectura aparente a pesar de la asociación estática y temática de
los motivos4.
Dentro de las escenas de cacería, su representación implica la asociación e interacción
entre figuras antropomorfas y zoomorfas. Se trata de situaciones o actos colectivos donde
los individuos están caracterizados por un atavío específico: tocado —probablemente de
plumas— y atributos laterales interpretados como armas. Por su parte, los zoomorfos pueden
encontrarse solos o en grupo. Dentro del panel V de la cueva del Capirito, se observa una
escena totalmente dedicada a esta actividad, y presenta una gran homogeneidad estilística.
La autora hace la anotación de que este es un buen ejemplo del tema de la caza en el arte
rupestre mesoamericano (Faugère 2002:39).
Tanto las posiciones formales de las escenas de caza como su disposición en la
superficie del soporte obedecen a un sistema de representación específica, arbitraria, ya que,
en un primer nivel, presentan una recurrencia escénica entre la posición de los motivos
antropomorfos y los zoomorfos al evocar —menciona la autora— dos probables métodos de
cacería, en los que los antropomorfos se representan ataviados con distintos objetos que
podrían ser armas, ya sea rodeando a las presas o arrojándoles proyectiles. Por otra parte, el
uso de la superficie se denota al representar los antropomorfos en las zonas de relieve
4
Sobre este tema, Faugère menciona que las escenas son “representaciones analógicas, que conservan
características formales de aquello que designan y que revisten un carácter directamente inteligible con nuestros
actuales criterios de percepción.” (2002:39); sin embargo, el conocimiento de la existencia de una analogía en
las representaciones, e incluso alguno de los niveles de simbolismo entre el uso del espacio del soporte y la
disposición de los motivos en el panel, no permite acceder a todos los significados y dimensiones simbólicas
que pudieron existir dentro de las mismas (Faugère 2002:39), ya que desconocemos específicamente cuál era
esta relación y en qué grado se daba.
140
Imagen 19: Escena de cacería en el panel V de Cueva del Capirito (Faugère 2002:33).
Imagen 20: Escenas interpretadas como de danza en el panel IV de la Cueva del Capirito (Faugère 2002:32).
Los estudios de la Faugère para la zona norte de Michoacán, la han llevado a apuntar
que el arte rupestre de la región fue realizado por sociedades cazadoras recolectoras del
Posclásico, aseveración que después sería confirmada a través de una datación por AMS que
se logró a partir de una muestra de pigmento negro utilizada para dibujar los grafismos
encontrada en un contexto excavado. Pero estos estudios, si bien han tenido muchos
resultados sumamente interesantes en el ámbito de las tradiciones gráfico-rupestres y las
implicaciones histórico-culturales del fenómeno en la región, no se han detenido en este
142
nivel. Para los sitios de Cueva de las Pinturas, Cueva de los Soles y Barranca de los Tecolotes
—todos ubicados en el Municipio de Penjamillo, Michoacán—, la autora realizó un análisis
iconográfico de las figuras antropomorfas, ya que, además de ser las de mayor recurrencia
en la pintura rupestre de estos sitios, también se representa en asociaciones muy interesantes,
ya que no solo se muestran con complementos como escudos de gran tamaño que, sugiere
Faugère, presentan similitudes a los chimalli de los códices posclásicos, sino también en
ocasiones las apófisis superiores a modo de cabeza de los antropomorfos se diseñan de
manera muy similar a estos escudos, o deformadas a manera de círculos con compartimentos
interiores y rayos exteriores (Faugère 2012:73-74).
Estas “escenas de guerreros” parecen tener una presencia muy alta en todos los paneles
rupestres dentro de la sub-tradición Pinturas que propone Faugère, y son ubicados por la
misma en un intervalo cronológico conocido, ya que el panel encontrado en el sitio Barranca
de los Tecolotes ha sido fechado por radiocarbono en 820 +/- 70 a.p. (La muestra, procedente
del sitio Barranca de los Tecolotes, dio una fecha de 1030-1300 d.C., calibración 2 sigmas).
Esta datación lleva a la autora a proponer su atribución cultural y su realización por grupos
guamares que estuvieron la zona en el transcurso del Posclásico (Faugère 2012:75). Esto se
aúna a los criterios mencionados sobre la morfología de las figuras antropomorfas en su
argumento para realizar un análisis iconográfico de estos motivos en específico.
Imagen 24: Detalle del panel central del sitio Barranca de los Tecolotes (Faugère 2012:87).
El panel del sitio Barranca de los Tecolotes, se presenta sin superposiciones y con
tamaños y disposición de las figuras dentro del panel de una forma homogénea, lo que lleva
a pensar a la autora que este fue creado en un solo momento y con la intencionalidad de
representar una sola escena. Los trazados son lineales en tinta negra, aunque algunos
presentan una erosión avanzada. A pesar de la homogeneidad relativa en el panel, cinco
antropomorfos resaltan al estar asociados con emblemas característicos. Estos
“antropomorfos emblema” se encuentran establecidos en fila en el centro del panel rodeando
145
a una figura de mayor tamaño, por lo que se entiende que, dentro de la representación del
panel, esta era la escena central (Faugère 2012:77).
Las similitudes en las representaciones de los sitios estudiados llevaron a la autora a
proponer una interpretación conjunta de estos. Partiendo del principio de que la temática de
los paneles era de tipo religiosa, tal vez enfocada a rituales o pasajes míticos relacionados
con guerreros, la investigación se enfocó en un estudio iconográfico y etnohistórico de
regiones aledañas, ya que la cantidad de información de este tipo para el norte de Michoacán
era más escasa. Por lo que se enfocó en grupos huicholes, coras y mexicaneros.
La revisión de los distintos enfoques interpretativos que se han llevado a cabo en el
Centro norte y norte de México, llevaron a plantear una interpretación “chamánica” del
origen de las representaciones, es decir, que estas se habían realizado por especialistas
rituales en estados alterados de conciencia, por lo que las deformaciones corporales en las
extremidades de los antropomorfos se deberían a este estado que provocaría visiones y
alteraciones de la realidad; mientras que las modificaciones de las apófisis superiores a modo
de cabeza en círculos concéntricos o radiados responderían a una “asociación” con la
clarividencia o iluminación durante el trance de los especialistas rituales (Faugère 2012:78-
79).
Los motivos de tipo “emblema”, son asociados a cierto estatus que el personaje poseía
y que llevaría al “más allá”; los círculos concéntricos a modo de escudo, como se mencionó
anteriormente, son asociados a la representación de chimallis, al igual que los concéntricos
del mismo tipo pero que no se encuentran adjuntos a un motivo antropomorfo. Por otro lado,
los motivos tipo peine son asociados con algún tipo de herramienta alargada, aunque también
resaltan la interpretación de Viramontes para la región de Guanajuato de que estos tipos de
motivos eran representaciones fitomorfas (Faugère 2012:79-80).
Al adentrarse en la cosmovisión huichola, la investigadora resalta la figura del nierika,
la cual es una figura de múltiples acepciones —pudiendo asociarse con una flor, estrella o
peyote—, y a lugares específicos considerados como zonas de paso entre los diferentes
niveles del cosmos. Cual sea la forma que adopta el nierika, aparece como un circulo
concebido como un encaje concéntrico del interior hacia el exterior, y representan una
síntesis del universo. Como un "instrumento para ver", se conforma generalmente como un
artefacto circular o en forma de quinconce con un hoyo o un espejo en su parte central que
es a la vez un artefacto mágico y un "aparato óptico" (Faugére 2012:80-81).
Si bien la autora recalca lo arriesgado de lanzar una sola interpretación de los paneles
estudiados, el acercamiento desde la cosmovisión huichola, señala, es una aproximación
hacia la comprensión del tipo de representaciones que las sociedades que pintaron esas
representaciones, que ella señala fueron guamares del Posclásico, basándose en la
información etnohistórica de la región para el siglo XVI. Esto podría señalar una cierta
similitud entre las cosmovisiones de los grupos huicholes y los guamares, al menos en el uso
de representaciones polisémicas como lo es el nierika.
Para la zona de Caránguirio, también en Michoacán, encontramos un sitio de arte
rupestre en el cual predominan las figuras antropomorfas. Estas fueron representadas en
146
petrograbados y cuentan con una morfología un tanto peculiar, ya que se muestran en dos
tipos distintos: las llamadas “figuras de palitos” y los “antropomorfos de bulto”. Presentan
detalles en la apófisis a modo de cabeza, siendo esta redondeada y en ocasiones con un punto
en el centro o con una especie de tocado a modo de antenas, mismo que hemos visto en los
sitios descritos anteriormente para el norte de Michoacán (Martínez et. al. 2010:138-139).
De ambos tipos de motivos, las figuras de palitos carecen de rasgos faciales, pero
tienden a la completitud de la silueta corporal, mientras que los antropomorfos de bulto
muestran cierto detalle en la cara y la cabeza, pero pocas veces presentan extremidades
corporales. Por la superposición de motivos en algunos de los paneles, se puede considerar
que los antropomorfos de palitos son más antiguos que los de bulto. En cuanto a este segundo
grupo, Martínez y su equipo de trabajo señalan lo interesante de poder reducir la
representación humana a simples orificios a modo de boca, ojos y/o nariz, detalle que
también observan en la escultura tarasca, y que podría obedecer a una jerarquización de los
segmentos corporales, como si al figurarse algunos pudieran omitirse otros. Esto aunado a
la cantidad de representaciones de un solo tipo, los lleva a suponer que los elementos más
recurrentes y detallados se encuentran mayormente dotados de sentido, pues la redundancia
de su expresión deja ver la importancia que para el individuo o grupo tienen determinadas
temáticas y objetos (Martínez et. al. 2010:140-141).
Imagen 26: Panel rupestre del sitio Tom-12, La Peña Pintada I, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig. 3).
Imagen 27: Panel grabado del sitio Tom-4, piedra 86, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig. 12).
ciertos aspectos del dios solar, y con tocados en forma de cuernos y plumas (Mountjoy
1987:37-47).
Imagen 28: Panel del sitio Tom-4, piedra 86, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig. 15).
Imagen 29: Petrograbados del sitio Tom-14, piedra 18, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig. 21).
Otro sitio interesante reportado por este autor, es El Para Nada, ubicado en el
municipio de Mascota. En este sitio se encuentra un panel pintado con figuras esquemáticas
en tonos rojos, con diseños como líneas en zigzag, círculos concéntricos con líneas radiadas,
círculos, escenas de lluvia y antropomorfos. Tanto este sitio como la Peña Pintada, fueron
claves para delimitar también los petrograbados de la cuenca del río Tomatlán, dividiéndolos
en tres temáticas íntimamente ligadas: sol, agua y fertilidad. Los símbolos más comunes
representan al dios solar, en forma antropomorfa o representado por su ojo, su cara o también
en la forma del chamán que lleva a cabo las ceremonias de súplica al sol. Dentro de las
representaciones asociadas al dios sol, resalta que, en su forma antropomorfa, se plasma casi
siempre con cola o como un monstruo también con una cola representando el camino del sol
a la bóveda celeste. (Mountjoy 2012:13-15).
150
Imagen 30: Dibujo de los diseños de pictografías en el panel principal del sitio El Para Nada, municipio de Mascota
(Mountjoy 2012:13).
Imagen 31: Petrograbados representando el sol y asociados con un motivo que representa al chamán que lleva a cabo los
ritos al sol para atraer lluvia. Sacamecate, sitio de El Chorrito, Municipio de Talpa. (Mountjoy 2012:17).
151
Imagen 32: Petrograbado antropomorfo interpretado como un chamán con cuernos de venado que representan el poder
mágico del chamán relacionado con ritos al sol que lleva a cabo, indicado por el segundo petrograbado interpretado como el glifo
del sol (Mountjoy 2012:19).
Imagen 33: lado poniente del Cañón del Ocotillo. Antropomorfos y zoomorfos cuadrúpedos con cornamentas,
interpretados como una escena de la “caza sagrada de venados” (Mountjoy 2012: 36).
152
Imagen 34: El Cañón del Ocotillo, lado poniente. Petrograbados de antropomorfos interpretados como chamanes con
tocados de plumas que probablemente representen rayos del sol (Mountjoy 2012:36).
masculina de la fertilidad; de esta manera las lluvias representadas por líneas sinuosas y
rectas, también se asocian con semen fertilizando la tierra (Faba 2011:102).
Los insectos alados se aprecian con mayor frecuencia en Paso de la Güilota, lugar en
el cual se encuentran relacionados a la figura de la espiral, al ciempiés y a figuras
antropomorfas que los huicholes identifican regularmente como los hewitsixi: antepasados
gigantes que se relacionan con la costa, el origen de los huicholes y los vestigios
arqueológicos en general. Con respecto al ciempiés, Faba menciona que son insectos
importantes para la cosmovisión huichola, que se encuentran ligados a la época de lluvias.
Imagen 35: Distintas representaciones del lagarto y sus transformaciones (Faba 2001, Fig. 10).
insecto con alas y como antropomorfo. Otro lugar en donde encontramos estas
transformaciones es en Tomatlán, en donde la figura posee principalmente características
humanas y de insectos (Faba 2001:51-52).
Imagen 36: Petrograbados de Tomatlán, Jalisco, los cuales se han interpretado como lagartos, ciempiés y antropomorfos
en un proceso de transformación entre sí (Faba 2001, Fig. 25).
por una indefinición formal que se apoya en la tradición oral de un fuerte carácter metafórico
(Faba 2011:34-38).
Es importante destacar que las interpretaciones que hace Faba de los petrograbados de
Jalisco y Nayarit, se basan en un trabajo etnográfico que realizó con huicholes del Gran
Nayar, quienes identificaron las figuras como lagartos, deidades (antropomorfos), ciempiés,
etcétera. Esta parte de su investigación la desarrollaremos más a fondo en el apartado de la
analogía etnográfica.
Extendiendo la región de análisis, tenemos que para el estado de Aguascalientes
existen reportes de sitios como El Tepozán, en el municipio de Calvillo, ubicado en el
suroeste de dicho estado cerca de su frontera con Zacatecas y Jalisco. En este sitio se han
encontrado tres conjuntos pictográficos en los que se representaron antropomorfos de
diversas morfologías, fitomorfos, zoomorfos y motivos en forma de cruz, entre otros. El
autor asocia la pintura rupestre de los sitios valorados con una temporalidad de 100 d.C. a
1200 d.C., a partir del estudio de la cerámica encontrada en superficie en los mismos sitios
de estudio. Establece que la pintura rupestre pudo haber sido realizada por grupos agrícolas
sedentarios o semisedentarios que habitaban la región desde esas fechas (Valencia 2005:365-
366).
Aunado a ello, al estar las pinturas en color negro presentes en sitios donde no se
registra cerámica, las asocia con momentos de ocupación más tempranos que 100 d.C.,
encontrando también sitios en los que la técnica pictórica y estilística prehispánica se
conjunta con el trazado de motivos coloniales, por lo que propone una continuidad en las
representaciones gráficas hasta la época de contacto para este sitio (Valencia 2005:366).
El conjunto 1 presenta tres etapas pictóricas. En la primera, conformada por 16
motivos antropomorfos y algunos geométricos de color negro, la morfología de los primeros
se presenta en tres variantes: con cuerpo alargado y brazos extendidos hacia arriba, cabeza
redonda con un punto pequeño o círculo en su interior y líneas radiales que salen de ella a
manera de tocado; también los que se presentan similares a las anteriores en morfología pero
con trazos más gruesos y burdos; y la tercera que se presenta en diseños miniatura con
extremidades superiores e inferiores extendidas en diversas posiciones. La segunda etapa
pictórica se presenta en un solo motivo antropomorfo en color rojo con extremidades
extendidas y un tocado. La tercera etapa pictórica es una secuencia de 16 motivos
antropomorfos, dos geométricos y uno zoomorfo en color blanco. Las figuras antropomorfas
presentan una morfología diversa, de extremidades superiores e inferiores extendidas, con
cabezas en forma triangular y triangular invertida (Valencia 2005:359).
156
Imagen 37: Abrigo El Tepozán, croquis general. Levantamiento y dibujo: Daniel Valencia (Valencia 2005:358).
Imagen 38: Abrigo El Tepozán, Conjunto 2. Levantamiento y dibujo: Daniel Valencia (Valencia 2005:260).
Imagen 39: Abrigo El Tepozán, Conjunto 3, levantamiento y dibujo: Daniel Valencia (Valencia 2005:362).
solo están presentes en color rojo y son líneas paralelas onduladas, una espiral y una figura
compuesta por círculos y cuadrados (Valencia 1993:61).
Imagen 40: Sitio El Ocote, panel general. Dibujo y levantamiento: Daniel Valencia (Valencia 1993:63).
Imagen 41: Sitio El Huipil, detalle de motivos en rojo y motivos en negro. Levantamiento y dibujo: Daniel Valencia
(Valencia 1993:64).
Imagen 42: Petrograbados registrados en el sitio de La Sanguijuela. Elaboró: Juan I. Macías (Macías 2013:6).
Algunos de los motivos geométricos o líneas en zigzag han sido comparados con
figuras fitomorfas existentes en el arte rupestre del norte de México, en sitios como Cueva
de la Ahumada en Nuevo León. A pesar de las similitudes, las investigaciones en la región
no han podido relacionar el arte rupestre de Zacatecas con la propuesta del estilo
Chiquihuitillos de Turpin y Moisés Valadés salvo por un motivo romboidal concéntrico que
ha sido denominado por estos autores como “un ojo de dios huichol” (Macías 2013:8-9).
En la región del Valle del Mezquital, se han encontrado distintos contextos rupestres
atribuidos a grupos otomíes además de los estudios ya mencionados de Ochatoma e Illera.
Las pinturas son de marcada tendencia agrícola, en colores blancos principalmente y con
filiaciones mesoamericanas (Lerma et. al. 2014:53-54). Dentro de los motivos en esta gráfica
rupestre, encontramos zoomorfos, fitomorfos, figuras geométricas y antropomorfos de
distintos tamaños. Esta última característica ha sido tomada como un factor de importancia,
al considerar que existía una necesidad de resaltar algunos de ellos en particular. Los motivos
antropomorfos se presentan en distintas categorías; para el sitio de Mandodó sobresalen dos
antropomorfos de gran tamaño que flanquean otros motivos de menor tamaño. Estos han
sido interpretados como antepasados o “uemas”, gigantes que, según las creencias otomíes,
habitaron la tierra en épocas pasadas y a quienes se les atribuye la construcción de iglesias y
otras acciones (Lerma et. al. 2014:59-60).
Imagen 44: Conjuntos pictóricos del sitio Mandodó, municipio de Alfajayucan, estado de Hidalgo (Lerma et. al. 2014:61).
Los temas recurrentes en la tradición de pintura blanca en el Valle del Mezquital son
dos, que se consideran complementarios entre sí: la serpiente de lluvia y el sacrificio. El
motivo de la serpiente de lluvia o Bok’yä, consiste en una banda horizontal dividida en su
interior por una retícula romboidal o triangular, del que penden elementos colgantes; a
simple vista se trata solo de un diseño geométrico (Lerma et. al. 2014:62). En torno al
sacrificio, las representaciones rupestres suelen enfocarse en la cacería del venado, en donde
aparecen uno o varios animales con cornamenta y cuerpo moteado, así como personajes con
arco y flecha. No obstante, sus implicaciones simbólicas van más allá de este hecho. Después
de estudiar las tradiciones míticas otomíes, los investigadores se inclinan a asociarlas a una
162
representación del sacrificio del venado, por medio del cual se recrea la muerte sacrificial
del primer venado en el origen del tiempo, el cual es visto como el antepasado y hermano
mayor de los otomíes, también conocido como Makunda (Lerma et. al. 2014:64).
Imagen 45: Escena de la cacería del venado en el sitio Nimacú, municipio de Huichapan, estado de Hidalgo. Foto del
proyecto: La mazorca y el niño Dios. El arte otomí: continuidad histórica y riqueza viva del Mezquital, UNAM (Lerma et. al. 2014:65).
Imagen 46: Representación de “La Danza”, en el sitio El Boyé, municipio de Huichapan, estado de Hidalgo. Foto del
proyecto: La mazorca y el niño Dios. El arte otomí: continuidad histórica y riqueza viva del Mezquital, UNAM (Lerma et. al. 2014:67).
En otro estudio de la misma región, Aline Lara García y Fernando López Aguilar
asocian las representaciones del área con códices de la región, tomando las representaciones
como asociaciones compuestas en las que se engranan figuras antropomorfas,
antropozoomorfas, zoomorfas y geométricas, realizadas en su mayoría en tinta blanca con
técnicas como el delineado, la impresión y, en las representaciones más antiguas, el soplado
al negativo. En las figuras antropomorfas, el común son los personajes con un mechón en la
cabeza, arco y flecha. Son en color blanco dispuestos tanto en maneras verticales como
horizontales y asociadas a escenas de varios conjuntos.
Algunos personajes se encuentran en posición de movimiento portando el arco y la
flecha, con tambores, con chimallis y otros más con otros personajes tomados de la mano
representando alguna danza. La temporalidad de estos se relaciona a la época IV, momento
donde aparece la pintura blanca y este tipo de representaciones. Sin embargo, hay que
considerar que las expresiones rupestres se mantienen por muchos años y el tiempo en el que
fueron realizados puede ser distinto, más aún si estas las realizó un mismo grupo con la
utilización de los materiales locales (Lara García y López Aguilar 2007:46-47).
164
Imagen 47: Representación de guerreros otomíes (Lara García y López Aguilar 2007:47).
Imagen 48: Representación de guerreros otomíes (Lara García y López Aguilar 2007:47).
Imagen 49: Comparación de representaciones antropomorfas en el sitio Xindho y el códice Huichapan (Lara García y
López Aguilar 2007:49).
los cuales han sido asociados a la cultura chalchihuiteña, la cual, en torno al arte rupestre, se
ha dividido en tres temáticas centrales, dos de las cuales se encuentran representadas en este
sitio: la primera se ha denominado como de vulvas, canales y piletas y la segunda de
narraciones míticas, la cual se conforma por motivos figurativos tales como antropomorfos,
zoomorfos, serpientes, aves y astros. Este segundo tema ha sido llamado “narraciones
mitológicas” por la relación que parecen tener estos motivos con la cosmovisión y la
mitología de los pueblos de la Sierra Madre Occidental y del suroeste de Estados Unidos.
En El Olote se encuentran representaciones de venados y serpientes, dos motivos
antropomorfos, uno de ellos dudoso, y lo que podría ser un motivo astral (Berrojalbiz
2006:144-146).
De los dos motivos antropomorfos, el primero, que se encuentra en el extremo sur del
sitio, junto a un venado grande, y está representado con una circunferencia grande como
cuerpo del que salen la cabeza y los brazos, extendidos hacia arriba, y las piernas en forma
de líneas hacia abajo. El brazo izquierdo está conectado con un elemento vertical que puede
tratarse de algún tipo de estandarte. El otro motivo antropomorfo es de más dudosa
identificación. Se halla en la parte norte, en una roca un poco aislada del resto de las
expresiones. Una de las interpretaciones de este motivo es que representa a un flautista
(Berrojalbiz 2006:147-148).
Este tipo de representaciones se encuentran en gran cantidad en todo el norte del estado
de Durango, por lo que se considera eran de gran importancia dentro del simbolismo de la
cultura chalchihuiteña. En general, se puede advertir que el tema de los pocitos, canales y
vulvas se halla en la parte superior, cerca del centro del sitio, mientras que motivos que han
sido englobados en el tema de las narraciones míticas, como antropomorfos, motivos astrales
y venados, se ubican en partes más bajas: en mitad de la ladera y hacia el exterior del sitio
(Berrojalbiz 2006:150).
Para el sitio de la Tutuveida, se han encontrado gran cantidad de grabados de
antropomorfos y de la tercera temática general en el arte rupestre asociado a la cultura
chalchihuiteña: los cuadriláteros. En el conjunto tres de este sitio, se presenta un
antropomorfo esquemático con extremidades superiores e inferiores flexionadas hacia abajo,
y una protuberancia entre las extremidades inferiores a modo de falo. Este antropomorfo se
encuentra unido desde una de sus extremidades inferiores a un cuadrilátero ubicado en su
parte inferior izquierda (Berrojalbiz 2006:155).
166
Imagen 50: Representaciones del conjunto III del sitio La Tutuveida. Dibujo de Marta Forcano (Berrojalbiz 2006:155).
Imagen 51: Conjunto V del sitio La Tutuveida. Foto: Marta Forcano (Berrojalbiz 2006:156).
167
Imagen 52: Conjunto V del sitio La Tutuveida, detalle de los motivos 15, 16, 17, 20 y 21. Foto: Marta Forcano (Berrojalbiz
2006:157).
En Durango, existe una relación entre la gran cantidad de los sitios con
representaciones rupestres y aquellos con unidades habitacionales, que se sitúan
cronológicamente en la fase Ayala-Las Joyas (600-900-1000 d.C.), la cual marca el inicio
de la colonización mesoamericana en los territorios durangueños, por lo que lo más factible
es que la ejecución del arte rupestre empezara en esa primera etapa. Las semejanzas entre la
iconografía de la cerámica chalchihuiteña de ese periodo y los diseños del arte rupestre
parecen confirmar tal atribución cultural y cronológica. Los investigadores han asociado las
representaciones duales del cosmos mesoamericano —refiriéndose a la asociación de
vulvas-piletas-canales y la de escudos y cuadriláteros— en la que las esencias del
inframundo y del cielo se encuentran en una oposición constante, por lo que se considera
que la cosmovisión de los chalchihuiteños fue construida siguiendo esta concepción dual del
universo (Herrera 2015:92-94).
Imagen 53: Dibujo de las pinturas al pue del Cerro Blanco de Covadonga, realizado por el ingeniero Gaspar Garza Lara
en 1923 (Herrera 2015:72).
168
Imagen 54: Representaciones del flautista en el contexto del arte rupestre chalchihuiteño del noreste de Durango (Herrera
2015:99).
Otro estudio interesante para Durango es el que presenta Arturo Guevara Sánchez en
relación a las cornamentas de uso ceremonial. Dentro de las representaciones antropomorfas
que el autor estudia en la región, una de las más repetidas se presenta con una morfología de
extremidades superiores e inferiores extendidas en ángulo recto, estilización que, señala
Guevara, puede verse en los distintos objetos del área de los grupos del suroeste de Estados
Unidos.
Esta utilización se presenta en las costumbres indígenas actuales de tocados de
cornamenta de venado que también se registran en el arte rupestre, por este motivo se
considera que se trata de rasgos comunes a sociedades con modos de vida y organización
social muy diferentes, como en las ceremonias de carácter propiciatorio a caza de venado o
de tipo luctuoso en las que se usaban las cornamentas. En el arte rupestre del norte de México
pueden verse algunas figuras antropomorfas que, al parecer, portan tocados con
cornamentas, en algunos casos muy simplificados o que quizá correspondan a la
presentación de cuernos menos ornamentados, como podrían ser los de algún bisonte,
aunque este tipo de representaciones es relativamente frecuente, presente en sitios como La
169
2. Analogía etnohistórica
Durante el capítulo I, hicimos una revisión de la información existente para las sociedades
que se desarrollaron en distintas medidas en la Sierra Gorda de Guanajuato. Los grupos que
abordamos en dicho apartado fueron pames, guamares, guachichiles y jonaces, de los cuales
tenemos evidencia etnohistórica que confirma su presencia en nuestra región de estudio para
la época de contacto. Complementando dicha información, en el capítulo II explicitamos las
170
5
Véase la página 49 y subsecuentes de esta tesis, en el apartado “La cosmovisión entre las sociedades
chichimecas”.
171
dirigen a la nación amiga sus enviados […] señalando el día y la hora. Esta siempre se escoge en
la noche más obscura y en lugar más lóbrego y retirado dentro del monte […] Congregados allí
unos y otros, que antes solían juntarse hasta seiscientos o setecientos hombres, encienden una
grande hoguera y en su circunferencia, a su calor, ponen los cuartos y trozos de la carne que tienen
preparada. Los danzarines convidados y convidadores, puestos en fila y en igual distancia unos
de otros, a un sólo golpe de compás, estribando sobre un sólo pie y haciendo muecas con el otro,
se ordenan en círculo, danzando en carrera cuanto más veloz pueden alrededor de la hoguera y
de la carne, que se está asando. No les falta la música de sus voces y alaridos, en que todos, con
el mayor desconcierto, prorrumpen sin interrupción y a competencia hombres y mujeres […] A
varios de ellos hice multiplicadas preguntas sobre lo que decían con tanto ahínco en sus coplas y
me respondían que hablaban unas veces con la luna y con las nubes, otras con el sol y con el frío
y que en otras, finalmente, hacían recuerdos de sus hazañas en el monte y en la guerra (fray
Vicente de Santa María, en: Cruz 2003:44).
Para principios del siglo XVII, fray Francisco del Barrio recorrió el territorio cora,
observando la existencia de petrograbados cerca de Huaynamota, Nayarit, de los cuales
apunta:
“Pasando por las quebradas vi mucha diferencia de figuras e caracteres para dexar en unas
peñas blancas y areniscas, y queriendo saber lo que era me dixeron los mismos coras que nos
guiavan, que aquel lugar era el que escribían y pintavan sus pasados. Y creo que como ellos no
saven descrip[tur]a formal, como nosotros, que usan de aquellos caracteres para dexar en
memoria sus antiguallas e hechos. Eran muchos, e todos diferentes, y entre ellos algunas figuras.
Vi esto en tres parte y en el propio camino” (Francisco del Barrio, 1990 [1604]: 260, en: Faba
2011:34).
Otro comentario del mismo fraile, describe un mitote celebrado por el pueblo cora,
diciendo:
“Aquella noche dormimos alli, aunque mal, porque a la puesta del sol començo la herrería
del demonio, de sus cantos y bailes, que a mi me parecía que estava en el infierno. Es tanta la
vehemencia con que cantan, y la música tan desonante, que a quien no la aya oydo otra vez le
parecerá que no son hombres los que cantan sino demonios del ynfierno [...] (fray Francisco del
Barrio, en: Neurath 2002:85).
Siguiendo con los registros para el Gran Nayar, se nota también una importancia
notable en el “culto del guerrero”, ya que: “[...] hacen muchos bailes y fiestas que ellos
llaman mitote que en su sentir de ellos quiere decir bailes y fiestas donde resulten guerras y
muertes” (Arias y Saavedra, en: Neurath 2002:49). Sobre el tema, Johannes Neurath señala
que, ya que el culto guerrero-solar se relacionaba con la agricultura, el mitote también tendría
una advocación como ritual de fertilidad (Neurath 2002:49).
En este mismo sentido se desarrolla una crónica en la Maravillosa reducción y
conquista de la Provincia de San Joseph del Gran Nayar, nuevo Reino de Toledo, en la cual
se describe cómo se celebraban los mitotes de los primeros frutos en la Mesa del Nayar, en
el periodo anterior a la conquista de 1722 en la región:
“Quando el maíz havía ya granado por el mes de Setiembre, no le provaban, aunque les
executára la necessidad, hasta que en los Templos de sus Dioses le bendixeran sus Sacerdotes,
y lo hazían con estas ceremonias [...] A poca distancia del tronco [donde habían depositado los
frutos que cada uno traía] se sentava el que havia que tocar el arco, à cuya cuerda amarrada una
batea honda dava con un palillo, de que resultava tal harmonía, que la escuchára el oido sin
enfado, si el susurro destemplado de los Cantores no la confundiera. Junto a Músico se sentava
172
el maestro cantor, que havia de dar el punto; y uno, y otro tenian sus ayudantes, para substituirles
assi que se fatigassen. Ponian alli cerca una batea llena de peyote, que es una raíz diabólica, que
molida bebían, para no descaecer al quebranto de tan larga función, la que principia- van,
formando un circulo de hombres, y mugeres, quantos podían ocupar el espacio de tierra, que
havian barrido á este fin. Uno trás otro ivan bailando, ó dando zapateadas, teniendo en medio al
Músico, y al Maestro de Capilla, á quien imitavan, cantando en el mismo descompassado tono,
que les dava. Danzavan desde las cinco de la tarde hasta las siete de la mañana, sin parar, ni salir
del circulo. Acabado el baile, paravan todos los que podían tenerse en pié; porque los mas con
el peyote, y vino, que bebían, estavan incapazes de valerse de sus piernas, para mantenerse en
pié, y aun para advertir la bendición, que el sumo sacerdote echava sobre los frutos, rociándoles
con una cola de Venado, que servia de hisopo, con agua natural, y con ciertas desprecaciones,
que dezia tan entredientes, que nadie la percebia. Después señalaba á uno de los viejos, que
mejor le parecía, para el Sermón de gracias á su Dios, por haverles concedido vida, para llegar
á vér, y probar aquellos frutos. Y me consta de algunos que lo hazian con tal ardor, que era
necessario les ayudáran los ojos con sus lagrimas á dezir lo que ya no podía con sus vozes la
lengua (Fluviá 1996 [1754]: 1885, en: Neurath 2002:85-86).
Otras fuentes documentan la relación que tenían los mitotes con la cacería; Cañaveral
Ponce de Léon afirma que “se pedía favor a las estrellas para matar venados” (Hers 1977:35).
Arias y Saavedra también menciona la relación entre el mitote y el combate entre los pueblos
coras, señalando que: “[...] hacen muchos bailes y fiestas que ellos llaman mitote que en su
sentir de ellos quiere decir bailes y fiestas donde resulten guerras o muertes [...]” (Arias y
Saavedra, en: Neurath 2002:86), por lo que también las mismas batallas y los combates
estaban altamente ritualizados dentro del marco del mitote (Neurath 2002:86).
Otra reseña acerca del mitote, la brinda el padre José Arlegui, aunque no especifica el
lugar de donde proviene la información:
“Al triste son de un tronco hueco que tocan con palillos o con alguna quijada de caballo,
canta algún viejo con voz baja y desapacible, ya las hazañas de sus antepasados, ya la destreza
de sus flechas y arcos, ya la caza que acostumbraban, y otras cosas semejantes, mientras los otros
convidados, trabados de las manos en circuito, están dando sin cesar descompasados saltos, y
tan porfiados en este tan ridículo entretenimiento, que suelen durar veinticuatro horas en baile,
terminándose la fiesta en embriagueses sin medida [...] Estos bailes o mitotes que llaman ellos,
suelen hacer también cuando salen a cazar o cuando van a la guerra. Ponen en medio del círculo
en que bailan una calavera de venado con sus astas, y cantando sin cesar en confusa y triste voz,
pasan toda la noche hasta que la calavera salta, que como es por parte del demonio, ya que los
tiene tan cansados causa en la calavera aquel diabólico movimiento e inmediatamente salen a la
guerra o a la caza por el rumbo hacia donde saltó la calavera [...]” (Arlegui 1851 [1731]:146),
en: Neurath 2002:87).
A partir de estas narraciones, podríamos conjeturar que el mitote, como ritual, tuvo
distintas acepciones según el grupo social que lo desarrollaba, pero podríamos tomar como
principales las siguientes:
Mitote como ritual de fertilidad, asociándolo a la época de lluvias, agricultura,
recolección, curación, etc.
Mitote como ritual de cacería y guerra, acepción del culto guerrero-solar.
173
El tercer detalle es el más interesante, ya que lo notamos de mejor manera en las figuras
más alejadas: las representaciones al estar en posición de movimiento, se caracterizan con
las extremidades flexionadas y separadas. Pareciera que, mientras en las figuras más
cercanas la importancia de la representación se enfocó en los detalles de atavío, tocados,
armas e incluso representación de exclamaciones —como podemos notar en la figura mejor
enfocada del lado izquierdo, ya que la posición de su cabeza parece referir a que estaba
gritando—, en las figuras más alejadas, y por ende con menor cantidad de detalles, la
importancia de su representación se limitó a la posición corporal.
Detalles como estos también los podemos encontrar en otros pasajes del mismo códice
como el de la imagen inferior, referida como "De la brava batalla que hubo entre los
mexicanos de Tlatelulco y los de Tenochtitlián" (Códice Durán 1990: Tratado 1, lámina 10),
en la cual las extremidades de las figuras también se flexionan reflejando el movimiento y
varían en la calidad de la representación de sus atavíos y tocados según se van alejando del
centro de la imagen.
175
Imagen 63: Representación del dios Tonacatecuhtli con el cipactli en su mano derecha y una mazorca en la izquierda en el
Apéndice de Aubin (Códice Durán 1990: Apéndice, Fig. 1).
sosteniendo con su extremidad superior derecha lo que parece representar a una serpiente.
Esta figura se ha interpretado como el “pecador penitente o adúltero” (Seler 1963:36).
Imagen 66: Códice Borgia, lámina 19, dios del planeta Venus, Tlahuizcalpantecuhtli.
También cuenta con maxtlatl y lo que parece ser un tocado de círculo concéntrico con líneas
radiales. La representación se asocia con Ehécatl-Quetzalcóatl, con su máscara de pájaro
con pico rojo, y púas de maguey y punzón de hueso, instrumentos de autosacrificio (Libura
2005:23-27).
Imagen 67: Códice Borgia, lámina 19, detalle antropomorfo. Figura asociada a Ehécatl-Quetzalcóatl.
Imagen 68: Códice Borgia, lámina 23, detalle antropomorfo interpretado como el dios Tonatiuh.
Imagen 70: Códice Borgia, lámina 23, detalle antropomorfo, interpretado como Ehécatl.
Imagen 71: Códice Borgia, lámina 28. Detalle de Tlaloque y antropomorfo con astas.
Imagen 72: Códice Borgia, lámina 33, detalle de antropomorfos, algunos con tocado de astas o antenas, asociados a círculo
concéntrico radiado.
Imagen 74: Tonacatecuhtli o Cipactonal (Rojas 2008:145, redibujados del Códice Borgia, 1993: lámina 35).
También cuenta con lo que parece ser un faldellín o una cinta sobre la parte medial,
adornada por varios glifos. En sus extremidades superiores está sosteniendo objetos
alargados, y en las orejas dos glifos distintos que parecen ser, el de la izquierda la cabeza de
un jaguar y el de la derecha la cabeza de un ave. Sus cornamentas de igual manera están
adornadas, la izquierda por un glifo que pareciera ser un ollin y la derecha la cabeza de un
ave. Esta imagen ha sido interpretada por Seler como Ahuiatéotl, deidad de la lujuria
(1963:111). Sin embargo, también ha sido interpretada como Xochipilli, joven dios del amor,
flores, música, juegos, danza y artes (Libura 2005:37).
Imagen 78: Códice Borgia, lámina 52, ciervo herido por un dardo.
Siguiendo con los códices del Grupo Borgia, el Códice Fejervary-Meyer presenta 23
láminas, de las cuales 22 se pintaron por ambos lados. Presenta similitudes representativas
con los códices Laud y Cospi, además de colores utilizados y estilo. También guarda relación
con representaciones de los cuatro rumbos, el tonalpohualli y deidades relacionadas con la
calendarización (Gutiérrez 1985:52-55). En la lámina 41, encontramos un motivo
187
antropomorfo con extremidades superiores extendidas hacia los lados, sosteniendo una lo
que parecen ser dardos y con la otra un par de báculos o palos. Presenta atavíos en ambas
extremidades superiores, pareciendo flequillos. Las extremidades inferiores se encuentran
flexionadas hacia abajo, con sandalias. La figura también presenta maxtlatl. Es notable que
se encuentra “decapitada”, y desde el agujero del cuello surge una serpiente de lengua bífida.
Este motivo ha sido interpretado por Seler como “la víctima” (Seler 1963:44).
Otro códice del Grupo Borgia es el conocido como Códice Laud, el cual está
compuesto por 24 páginas plasmadas por ambos lados. La temática principal en este
documento es la muerte, y dentro de ella sobresalen las representaciones de las deidades del
inframundo en su forma esquelética característica. También contiene pronósticos para
diversos momentos y ocasiones de la vida, de ahí que se haya considerado como una “pintura
de la muerte y de los destinos” (Anders et. al. 1994:11).
En este códice, también encontramos representaciones similares en morfología, tal
como la que se muestra en la imagen 82, perteneciente a la lámina 6 del documento, en la
cual se encuentra un antropomorfo con extremidades inferiores extendidas hacia abajo y
extremidades superiores extendidas a los lados. En la extremidad superior izquierda sostiene
un punzón y en la derecha un bastón con una serpiente enroscada. Cuenta con cabellera
definida, tocado, maxtlatl y sandalias. Esta imagen se ha interpretado como parte de una
“marcha ritual”, específicamente al viajero enviciado, al tener un coralillo enroscado en su
bastón. Se encuentra asociada a Xiuhtecutli, el dios del fuego que da los punzones para el
autosacrificio. En la misma fila van todos los que sufren o temen por malos pronósticos y
desgracias en el camino (Anders et. al. 1994:245-249).
188
El Códice Vaticano B (Vat. Lat. 3773) consta de 49 páginas pintadas por ambos lados,
divididas en 28 secciones, todas ellas relacionadas con el tonalpohualli. En algunas se trata
de las 20 trecenas, así como de deidades asociadas a ellas; en otras se estudia otras divisiones
del periodo de 260 días, y también aparecen varias series de dioses y secciones
correspondientes a las direcciones del mundo (Gutiérrez 1985:44-47). Dentro de la lámina
87, encontramos a un antropomorfo con extremidades superiores flexionadas hacia arriba y
189
inferiores extendidas hacia abajo. Cuenta con un gran tocado de plumones, anteojeras,
nariguera, colmillos, un atavío a modo de huipil en su parte central y en la parte medial lo
que parece ser un maxtlatl. En ambas extremidades está sosteniendo objetos, y se encuentra
rodeado por líneas que en dirigidas hacia abajo. Se ha interpretado que estas representaciones
aluden a Tláloc con lluvia cayendo, sosteniendo una rama de maíz y una bolsa de copal, en
alusión a uno de los meses calendáricos (Séjourné 1981:204).
El Códice Borbónico, formado por 36 hojas, se considera realizado hacia el año 1541,
dada la composición ilustrativa de las láminas y el diseño empleado para representar las
fiestas y varias criaturas mitológicas. Este códice mexica informa de las principales deidades
adoradas por esta sociedad, así como elementos y atributos a las cuales se les asociaba.
También hace referencia a las ceremonias y fiestas practicadas para cada una de esas
deidades, atavíos empleados, entre otros detalles.
En la lámina 28 de este códice, en la sección de las fiestas de los 18 meses del
calendario de 360 días, observamos una serie de 11 antropomorfos con las extremidades
inferiores extendidas hacia abajo y las extremidades superiores extendidas a los lados, unidas
entre sí, como tomados de las manos alrededor de un gran poste en el que culminan
banderines. Estos antropomorfos cuentan con orejeras, cabellera, maxtlatl y un atavío en la
parte superior y medial del cuerpo, a modo de huipil. Además de estos detalles, las cuatro
figuras antropomorfas que lideran la marcha cuentan con detalles de tipo tocado. Las
primeras dos, las que llevan la guía en la marcha, posee líneas blancas a los lados de la
cabellera, semejantes a plumones. Las siguientes poseen solo una línea que surge de la
cabellera, igual a modo de plumón.
Además, la imagen contiene otras dos figuras antropomorfas en las esquinas inferiores
izquierda y derecha. Respectivamente, la primera tiene las extremidades inferiores
192
extendidas hacia abajo y las superiores extendidas hacia un lado. Posee atavío en su parte
superior y medial del cuerpo a modo de huipil, y dos banderines que surgen de su parte
anterior. Junto a este, se encuentra una figura rectangular a modo de tambor, sobre la cual
posa sus extremidades superiores. La otra figura antropomorfa tiene las extremidades
inferiores extendidas hacia abajo y solo se le distingue una extremidad superior, que se
presenta extendida hacia un lado. También posee cabellera y lo que parece ser un tocado.
Esta lámina se ha interpretado como la festividad de Xócotl huetzin, durante la cual se
cortaba un gran árbol al que se le quitaban las ramas, se alzaba y en su extremo superior se
ponía una figura acompañada de banderines. Alrededor de este se bailaba al son de un músico
con tambor. Esta escena se encuentra asociada a tres deidades a su lado izquierdo:
Tezcatlipoca, Cihuacóatl y Atlahua (Gutiérrez 1985:138-151).
El Códice Azoyú 1, es un documento pictográfico del siglo XVI, cuenta con 38 folios
plasmados con imágenes propias de la tradición indígena en su mayoría, a excepción del
folio 23, que también incluye palabras escritas en alfabeto latino. En el folio 28, podemos
observar tres antropomorfos con extremidades inferiores extendidas hacia abajo y
extremidades superiores flexionadas hacia arriba. Los tres cuentan con maxtlatl y con
cabellera bien representada. Los primeros dos personajes de izquierda a derecha cuentan con
193
lo que parece ser un tocado o plumas en la parte superior, mientras que el tercero porta un
glifo que parece representar un venado. La imagen describe a dos personajes llamados “Tela”
y “Arma Curva”, quienes conducen a “Venado” al sacrificio, quien porta sus dos banderas;
parecen dirigirse al pueblo de Atlitepec, “en el cerro del agua”. Respectivamente, de
izquierda a derecha, los tres personajes mencionados corresponden a los tres individuos que
aparecen en la parte central superior de la imagen (Jiménez 1999:315).
prominente o gran cantidad de plumas. De su parte medial, surgen varias líneas y trazos en
tonos rojos.
Este folio ha sido interpretado como una escena que alude al sacrificio humano. Los
dos personajes de parte izquierda de la serie inferior —los últimos dos descritos— parecen
haber sido sacrificados por extracción de corazón. El personaje de la extrema izquierda de
la serie superior, ha sido interpretado de nombre “Tláloc” o “Lluvia” (Jiménez 1999:314).
maxtlatl, cabellera bien definida y lo que parece ser un tocado de plumones; de su parte
medial sobresalen tres líneas onduladas de color rojo.
Este folio ha sido interpretado como un evento de conquista, en el que los cuatro
antropomorfos con macuahuitl y con escudos, van hacia dos pueblos: Petlacala y Oztotzinco.
La batalla debió concluir con el sacrificio de “Lagartija de piedra”, probablemente uno de
los guerreros defensores, el cual observamos en la parte inferior izquierda con líneas rojas
que brotan de su parte medial a modo de chorros de sangre (Jiménez 1999:312-313).
escudo y macuahuitl respectivamente. Al igual que las demás, se representa con tocado,
cabellera y maxtlatl. Cabe destacar que todos los antropomorfos de las series presentan
pintura facial roja. Otro detalle interesante es que ambas columnas de antropomorfos,
situadas a los extremos, se encuentran divididas por varios dardos y dos líneas zigzagueantes
que se enroscan.
Esta escena ha sido interpretada como la batalla de Atlancatepec, en la cual los otomíes
son detenidos por otro grupo de otomíes que defendían la frontera occidental de Tlaxcala.
La representación de tres individuos invertidos y tres en posición frontal se interpreta como
un recurso gráfico para dar la impresión de movimiento circular de los guerreros que inician
la lucha. El motivo en zigzag del medio es interpretado como un Atl Tlachinoli, agua y fuego,
representando la guerra (Aguilera 2005:12).
De la misma forma, en ese fragmento encontramos otras escenas en las que la relación
representada entre los antropomorfos es diferente. En la imagen 93 podemos observar como
un antropomorfo con escudo, maxtlatl y macuahuitl, extremidades superiores flexionadas
hacia los lados y extremidades inferiores extendidas, está tomando por la cabellera a otro
antropomorfo al que le falta una extremidad superior, y sus extremidades inferiores están
extendidas y flácidas. Del pecho de este antropomorfo surgen varias líneas color rojo. A la
derecha de este, se encuentra otro antropomorfo al que solo se le distingue una extremidad
superior, y las inferiores se presentan extendidas. El único detalle de atavío en este es un
maxtlatl. Esta escena ha sido interpretada como la captura y ejecución de un prisionero
(Wright 2005b:205).
197
Otro códice de tradición otomí es el Códice Huichapan, obra un otomí de nombre Juan
de San Francisco, en el cual se narran tres etapas distintas: la primera parte, plasmada en los
198
primeros ocho folios, trata de los anales del convento San Mateo de Huichapan de 1539 a
1632; la segunda parte, que va de los folios 8 al 13 se centra en el funcionamiento del
calendario mesoamericano y la tercera, desde el folio 14 al 68, en los hechos históricos
sucedidos desde 1403 hasta 1528 (Ecker 2003:9, Alvarado 1976: 7).
En el folio 49, encontramos dos antropomorfos agrupados en la parte central izquierda.
El primero de ellos, ubicado a la izquierda, se encuentra con extremidades inferiores
extendidas hacia abajo, y solo notamos una de sus extremidades superiores, flexionada hacia
un lado. Este presenta un macuahuitl en su extremidad superior flexionada, y cubriendo el
lugar donde debió estar la otra extremidad superior, un escudo. Cuenta con sandalias,
maxtlatl, cabellera, tocado y tres líneas que surgen de su apófisis superior. El segundo
antropomorfo, ubicado a la extrema derecha, también presenta extremidades inferiores
extendidas, y solo notamos una de sus extremidades superiores, que se encuentra extendida
hacia abajo sosteniendo lo que parece ser un macuahuitl. Cuenta con cabellera, maxtlatl y
un motivo circular en su parte anterior que asemeja un escudo.
En la descripción del folio, se narra el abatimiento de Axayácatl, diciendo: “Aquí fue
batido en Peña [probablemente Tepeji] el señor Ayaxacatl [de] Tenochtitlán… Al amanecer
nada más no fue batido fue pisado nomás en la guerra… Aquí fue abatido en Negro el
caudillo Axayacatl de México murieron una infinidad de macehuales…” (Ecker 2003:74-
76).
ejemplo, en el que se narra: “Como el señor de la isla llamado Caricaten pidió socorro a otro
señor llamado Zuruban contra Tariacuri que le tenía cercado en su isla, y fue enviado un
sacerdote llamado Naca a hacer gente de guerra”, encontramos que la imagen se compone
por dos escenas distintas (Alcalá 2013:49).
este caso, cuatro de las figuras poseen faldellín y una más posee atavío de cuerpo completo,
todos cuentan con cabellera. En el filo de la imagen, se alcanzan a notar un par de
antropomorfos más, los cuales poseen extremidades superiores flexionadas hacia arriba y no
se alcanzan a distinguir sus extremidades inferiores, también cuentan con cabellera y
faldellín. En esta imagen, es interesante no solo la alta calidad en los detalles del rostro, sino
también en las falanges de las manos y los pies.
superiores extendidas hacia arriba. Ambos antropomorfos cuentan con taparrabos, cabellera
y gran detalle en la representación de los rostros y los dedos de manos y pies.
En el folio 113v, bajo el título de “Como los isleños enviaron un principal llamado
Zapiuatame a ponerse debajo del mando de Tariacuri y fue preso y como andaban haciendo
saltos Hiriepan y Tangaxoan con su gente”, encontramos trece antropomorfos, y podríamos
dividir la imagen en cuatro partes. La primera, ubicada en la extrema derecha, cuenta con un
solo antropomorfo dentro de una casa, con extremidades inferiores flexionadas y
extremidades superiores flexionadas hacia un lado. Cuenta con cabellera, atavío de cuerpo
entero y gran detalle en la representación del rostro.
El siguiente fragmento, ubicada en la parte superior central de la imagen, se compone
por cinco antropomorfos, de los cuales solo a tres se les nota torso, y solo dos de ellos cuentan
con extremidades inferiores, uno extendidas y el otro totalmente flexionadas. Las
extremidades superiores de los tres antropomorfos se encuentran flexionadas hacia abajo y
sosteniendo lo que parece ser una porra. Los cinco antropomorfos cuentan con cabellera,
gran detalle en el rostro y, a los que se les distinguen extremidades, se les nota gran detalle
en los dedos.
La tercera parte, ubicada en la izquierda de la imagen, se compone por seis
antropomorfos de los cuales solo dos poseen cuerpo y los demás solo notan cabezas. Ambos
antropomorfos con cuerpo tienen las extremidades inferiores extendidas hacia abajo; el de
la izquierda tiene las extremidades superiores flexionadas hacia un lado, y el de la derecha
tiene las extremidades superiores flexionadas hacia arriba, con una sosteniendo una porra y
con la otra la cabellera del primer antropomorfo. Los rostros, detalles de torso y dedos son
muy claros en ambos antropomorfos.
El último fragmento de la imagen, se compone por un único antropomorfo ubicado en
la parte central inferior, recostado con sus extremidades superiores extendidas hacia arriba
y las inferiores extendidas hacia abajo. Sostiene lo que parece un banderín con una de sus
extremidades. Posee taparrabos, cabellera y gran representación de los detalles del rostro,
torso y dedos.
203
Por último, revisaremos la imagen del folio 19 de la tercera parte, la cual se titula
“Cuando metían alguna población a fuego y sangre”. Para su descripción, dividiremos esta
imagen en cinco secciones. La primera corresponde a la sección inferior izquierda, en la que
se representan a nueve antropomorfos en cuclillas, con extremidades inferiores totalmente
flexionadas y extremidades superiores unidas por un lazo que es controlado por cuatro
antropomorfos que rodean a estos, con sus extremidades inferiores extendidas y las
superiores sosteniendo porras o escudos. La segunda es la sección superior derecha, donde
encontramos nueve antropomorfos enfrentándose en batalla. En ambas secciones, el diseño
de rostros y dedos es muy definido.
La tercera sección, ubicada en la parte superior izquierda de la imagen y la cuarta
sección, en la parte inferior izquierda, representan escenas similares, ya que en ambas
encontramos una serie de antropomorfos recostados con extremidades inferiores y superiores
extendidas, y rebozan de líneas rojas que surgen de sus torsos. La quinta y última sección es
similar a la segunda sección, ya que muestra una serie de doce antropomorfos en batalla
cuerpo a cuerpo. A todos los antropomorfos de la imagen se les distinguen perfectamente
los rasgos del rostro y poseen gran detalle en los dedos de pies y manos, tienen taparrabos y
cabellera, y en algunos casos atavíos en su parte medial del torso.
204
coincidencias entre las concepciones de ambas sociedades en este ámbito, por lo que se
considera que la antigua imagen corporal purépecha formaba parte de un amplio complejo
cosmovisional mesoamericano (Martínez 2013:68-69, 242-243).
Esto nos lleva a un punto que podría ser la diferencia entre ambos estilos
representativos: la carga simbólica que cada cosmovisión dotaba a la representación del
cuerpo. Si observamos las demás representaciones que revisamos en códices y documentos
etnohistóricos, notamos que estos siguen el mismo estilo representativo que encontramos en
el Códice Durán: se procuraba que todas las figuras fueran iguales, desprovistas de cualquier
rasgo que las pudiera dotar de personalidad individual —en este sentido sería interesante
cuestionarse qué tanto de la “representación de personalidad individual” cae en rasgos
faciales—, existiendo una suerte de rigidez en las figuras en las que su postura dependía del
tema que estaba expresando (Escalante 2010:201-227). Desarrollaremos un poco más estas
ideas en el siguiente capítulo.
Algunas de estas características también las encontramos en las representaciones de la
Relación, pero sigue siendo el detalle más interesante la diferencia entre las representaciones
secundarias que ya mencionamos, la priorización de unas características sobre otras. Esto es
tema tocante para nuestro objeto de estudio: al estar estudiando representaciones que, en su
mayoría, se presentan de manera esquemática y priorizando la representación de posiciones
morfológicas y de complementos añadidos a la figura, rara vez encontramos detalles faciales
en las representaciones. Por ello, creemos que existe una mayor relación entre nuestro objeto
de estudio y las representaciones de documentos como el Códice Durán, que la existente con
la Relación de Michoacán.
Aclaradas estas relaciones, entonces podemos adentrarnos a los rasgos que se
encuentran entre temáticas y narrativas representadas en la evidencia etnohistórica y las
representaciones antropomorfas que encontramos en ellas. Al principio de este apartado,
aclaramos las temáticas derivadas de los registros en torno al mitote que tomaríamos como
directrices para analizar la evidencia etnohistórica figurativa, mencionando como primer
punto al mitote como ritual de fertilidad, asociándolo a épocas de lluvias, agricultura,
recolección, curación, etcétera. En este sentido, llaman la atención las representaciones que
encontramos en el Códice Durán de venados como antropozoomorfos, en un caso —ver
imagen 78— al representar la caza del venado atribuyéndole a este una posición morfológica
corporal similar a la que se encuentra en los motivos antropomorfos, y un segundo caso —
ver imagen 79— en la cual se asocia a deidades relacionadas con la lujuria, el amor o la
danza, siendo estos Xochipilli y Ahuiatéotl. Relacionamos estas representaciones con la
fertilidad, al aludir a la relación intrínseca de la cacería con el sustento y por ende a la
fertilidad. En el primer caso, lo hacemos partiendo de la asociación de estas deidades con las
relaciones personales, la sexualidad y la procreación.
El segundo tema que señalamos, es el mitote como ritual de cacería y guerra. En este
podemos abordar no solo la cacería del venado que ya mencionamos, sino también las
prolíficas imágenes de guerreros y batallas, en las que además del rasgo de la preponderancia
representativa principal que mencionamos anteriormente, encontramos que la posición de
206
3. Analogía etnográfica
Iniciaremos este apartado revisando la segunda parte de la tesis de Paulina Faba Zuleta, la
cual mencionamos durante la analogía icónico-arqueológica. Como parte de su
investigación, la autora mostró registros de las gráficas rupestres de Nayarit y Jalisco que
formaban su objeto de estudio a varios mara’akame —nombre dado a los especialistas
rituales huichol—, algunos de los cuales mostraron interés en un panel del sitio Paso de la
Güilota en el cual aparecen espirales asociadas a antropomorfos, zoomorfos interpretados
como reptiles, e insectos como ciempiés.
Esta asociación de motivos, Faba la registra en varios sitios del poniente del Gran
Nayar. Ante esta evidencia, algunos huicholes asociaron la figura espiral con un tepari, que
encarna el lugar y el recorrido de los ancestros por el inframundo; otros la asociaron con el
207
caracol, que se interpreta como el útero de la tierra y el viaje al inframundo. En este sentido,
los informantes de Tateikie, Jalisco, coincidieron en subrayar la relación existente entre estas
representaciones y el viaje hacia el mundo de las deidades, “sirviendo como un ‘teléfono’
que permite escuchar a los antepasados” (Faba 2001:67).
Estos mismos informantes, contaron a Faba un mito que narra que en un principio el
mundo no era más que oscuridad, en ese momento los huicholes eran animales que poseían
la facultad de hablar, pero no tenían fuego y no había sol. Después, de la espiral interpretada
como caracol, surgieron los primeros humanos en forma de pequeños mosquitos que
habitaban cerca del mar, que luego se transformaron en ciempiés y en moscas de mayor
tamaño. Entonces, este panel en particular es interpretado por Faba, a partir de los
comentarios de sus informantes, como el episodio en el cual los antepasados de los huicholes
que salieron del mar, encarnados por animales vinculados con la fertilidad y las lluvias —
ver imágenes 28 y 36— (Faba 2001:68).
De la misma forma, los antropomorfos en la gráfica se vinculan con los gigantes
hewixi, y las figuras de lagartos con las lluvias y los poderes de los especialistas rituales.
Estos diseños no solo fueron encontrados en petrograbados, sino también en discos teparite
y pinturas faciales (Faba 2001:72). Entre los huicholes, tanto la geografía ritual como cada
figura iconográfica por sí sola estimulan la narración de mitos (Faba 2001:72). Si bien las
fuentes etnohistóricas y los datos etnográficos pueden constatar ciertas continuidades en el
culto cora y huichol a los ancestros, son notables las transformaciones profundas que este
culto ha sufrido en los últimos siglos. El enfoque ritual que algunas actividades tenían ha
cambiado, se ha “democratizado” al eliminar algunas de las jerarquías sociales de antaño.
Sin embargo, las avocaciones hacia la fertilidad y las relaciones simbólicas del sacrificio y
la autoridad solar persisten (Neurath 2002:49, 60).
Es, entonces, a través de la mitología que se puede comprender no solamente la
actividad ritual de esta sociedad —y de muchas otras—, sino también la comprensión y
simbolización que tienen de su entorno y realidad social. Por ello, para empezar, deberíamos
comprender la mitología huichola, un entramado complejo de abstracciones y relaciones que
no es fácil abordar. La cosmovisión del pueblo huichol considera que el ser humano debe
colaborar con las deidades para mantener el orden cósmico: la alternancia entre el día y la
noche, la temporada de lluvias y secas, en fin, la vida sobre la tierra. Dentro de la cultura
wikárika, los lugares sagrados son pilar fundamental; sitios geográficos que se traducen en
lugares míticos a los cuales deben acudir y dejar ofrendas año con año: cuevas, montañas,
peñas, manantiales, lagunas y el primero de todos: el mar (Anguiano 2012:3).
El kawitu es un término huichol que equivale a “mito” o “narración sagrada”. En su
mundo religioso, existen tres kawitu o grupos de mitos primordiales: los mitos que aluden al
inicio del mundo, en el mar de Nayarit, y hablan de la peregrinación original que realizaron
los dioses del mar al desierto, del poniente al oriente. El segundo grupo obedece a los mitos
que hablan del diluvio que inundó el mundo en el tiempo primordial, al primer cultivo del
maíz y al origen de los huicholes a partir del primer agricultor: Wakatame. El tercer grupo
se compone por los mitos relacionados a Cristo, la Virgen de Guadalupe y el kieri. Estos
208
ancianos que conocen los mitos, el saber sagrado—, frente al Cerro Quemado se encontraban
unos niños jugando mientras esperaban la aparición del sol. Al momento del primer
resplandor, tuvieron miedo y corrieron a esconderse, al hacerlo, quedaron convertidos en
lagartijas y serpientes. Otros en lugar de correr se pusieron a cantar, quedando convertidos
en pájaros (Neurath 2000:73, Villegas 2016:24).
En el segundo kawitu, la figura principal es la diosa de la vegetación Takutsi Nakawé,
monstruo femenino que reina en la época de lluvias, hacedora del mundo, patrona de las
fuerzas de la oscuridad, del mundo anterior a los poderes ígneos y solares. En este contexto,
el diluvio primigenio ocurrió en Hauxamanaka, el Cerro Gordo ubicado en la sierra de
Durango y, según cuenta el mito, Takutsi Nakawé tomó a Wakatame, un huichol que
trabajaba en el campo todos los días, y le ordenó hacer una canoa para salvarse del diluvio
que venía, donde debía acompañarse de cinco tallos de calabaza, cinco semillas de frijol y
cinco semillas de huave. En esta se salvó él y su perrita negra. La canoa, una vez llegados a
su destino se transformó en una isla y fue ahí donde vivieron. A cinco días de comenzar la
tormenta, los objetos de los hogares se transformaron en animales obscuros (escorpiones,
serpientes, tlacuaches, etc.), que se comieron a las personas, dejando un río rojo. Después de
cinco días, se acabó la lluvia y Nakawé dijo a Wakatame que plantara las semillas en los
cuatro puntos cardinales y que comenzara su vida en el centro de la tierra, siendo conocido
por ello como el primer cultivador (Landa 2003:72, 75).
El mito del maíz habla de cómo la diosa Nakawé tuvo un hijo, Sikokame, que era muy
enfermizo y débil, por lo cual su madre lo deja lejos de casa, en una cueva, de donde huye
hasta encontrar una paloma que le ofrece atole y tortillas. Sikokame piensa que con eso no
se va a llenar, pero lo logra y así comienza a crecer más fuerte y sin enfermedades. Después
de ello, regresa con la paloma a comprarle maíz para sembrar, por lo que entonces la paloma
le ofrece a sus hijas, las niñas-maíz, de las cuales solo aceptan irse con él la hija del maíz
verde y la pinta. Como ve que el cultivo se da bien, regresa con la paloma que le ofrece ahora
la hija del maíz negro, pero bajo la amenaza de que ella debe permanecer en casa sin hacer
ningún tipo de trabajo o actividad. Un día, la madre de Sikokame pone a trabajar a la fuerza
a la hija del maíz negro, al verla siempre sentada en casa mientras su hijo se la pasa
trabajando, por lo que la niña, molesta, regresa con su madre paloma. Ante esta falta, cuando
Sikokame fue a ver a la paloma, la cual ya no le entregó ninguna hija, solo le dio cinco tipos
de maíz para que siembre, pero sin las facilidades anteriores. Es por esa razón que los
huicholes no tienen tan buenas ni abundantes cosechas de maíz, y deben sembrar otros
productos para obtener sustento (Landa 2003:75-77).
Existen varias figuras importantes dentro de la cosmovisión huichola, una de ellas es
el venado, animal que se encuentra en muchas de las representaciones huicholas en grabados,
textiles o vestimentas. Es el animal de mayor antigüedad mítica, un mara’akame. Es un
animal solar. En el desierto donde advino el primer amanecer, es decir, en Wirikuta, se
entregó voluntariamente a los primeros cazadores, en un acto de piedad y generosidad. Al
hacerlo se transformó en peyote, en consecuencia, es donador del poder “chamánico”, lo que
permite asumirle como un dios de la salud y de la antibrujería. Este posee varias
210
advocaciones, por ejemplo, en caso de enfermedad, el dios del fuego Tatewarí, por medio
del mara’akame, ordena cazar un venado. También se le asocia con el maíz; es vida, un
centro de gravedad sobre el que giran los cultos, la creatividad ritual y, en general, la
existencia de los huicholes (Villegas 2016:34-35).
El primero de los kawitu señala la cosmogonía huichola, el momento de creación en el
cual el caos se vuelve orden y se genera la geografía mítica que también señalará la ubicación
del mundo. Es así como al poniente se ubicará Haramaratisié, donde vive primordialmente
Tatéi Haramara, diosa del mar, y también rumbo de donde salieron los primeros dioses en
búsqueda del amanecer. También este rumbo se asocia al inframundo. Al oriente está
Wirikuta, donde nació la deidad solar Tawewiékame, lugar del primer amanecer y de la caza
primordial del venado que también se relaciona con el peyote y nierika. Al sur se encuentra
Xapawiyémeta, la morada de Takutsi Nakawé, la Abuela Crecimiento. Al norte está
Hauxamanaká, allí encalló la canoa de Watakame, el primer cultivador, a instancias de
Takutsi Nakawé para salvarse del diluvio. Por último, al centro de todo se encuentra la sierra
del Gran Nayar morada de los huicholes. Además de ello, el kawitu nombra algunos de los
principales dioses del panteón huichol (Anguiano 2012:3).
Es importante comprender la cosmogonía mítica porque es a partir de ella que
comprenderemos la ritualidad huichola como recreación y representación de esta, que se
verá no solamente en los rituales, sino también en el arte y en los objetos sagrados, que
siguen una continuidad con este mismo discurso mítico. Tomando por ejemplo la
peregrinación mítica de los dioses en el momento de creación, es este episodio el que reviven
los wikárika en su viaje hacia Wirikuta, buscando recuperar la experiencia de los ancestros
y su comunidad original. El requisito principal para lograr esta meta es el autosacrificio, en
el sentido de austeridad y “penitencia”. Cuando se combina esta práctica con la ingesta de
grandes cantidades de peyote, el efecto es que se llegan a mezclar los sueños con las
alucinaciones. Lo que se busca con estas prácticas son dos cosas inseparables: el
conocimiento y la fertilidad. La búsqueda de visiones que practican los hikuritamete —los
recolectores del peyote— es necesaria para la reproducción de los conocimientos
mitológicos y la “iniciación chamánica” (Neurath 2000:75-76).
Hablar de la ritualidad entre los huicholes es hablar del mitote, que se comprende en
este aspecto como una expresión contemporánea de un antiguo complejo ritual,
probablemente de “arraigo chichimeca”. Este tipo de ritual, entre los coras y huicholes,
comparte diversas características estructurales como la contradicción sistémica entre
entidades duales como el frío y el calor, la luz y la oscuridad, y batallas cósmicas que
culminan en el amanecer como renacimiento de la vida. El curso de los astros también es
importante en la escenificación del ritual, y el movimiento de la danza representa el
movimiento de estos, así como a todo el universo. La jerarquía de los cargos entre los
participantes es sistémica acorde a las deidades de sus panteones, y el movimiento dancístico
remite siempre a los muertos, los venados, las nubes, los remolinos y las estrellas, todos ellos
aliados o enemigos del sol. La polisemia ritual permite que se establezcan asociaciones
mitológicas entre todas estas categorías (Neurath 2002:81-83).
211
Los mitotes son acontecimientos ligados al ciclo agrícola del maíz, por lo que tienen
lugar tres veces al año —al momento de la siembra, de la cosecha y del almacenaje de
granos— siendo organizados en cada cabecera comunal por los miembros de la organización
político-religiosa. Desde el primer día de los mitotes, los participantes que se congregan en
el espacio ritual se reúnen continuamente para ejecutar una serie de rezos dedicados a dos
de las deidades principales de estos grupos: Tahá —que quiere decir, literalmente, “hermano
mayor”— y Tatyí (Valdovinos 2008:88-90). La complejidad formal que caracteriza las
acciones rituales, implica igualmente una separación entre la acción y la intención que se le
pueda atribuir. No se trata nada más de realizar un gesto que pudiera evocar la
intencionalidad de quien lo ejecuta, sino de efectuar una acción de manera precisa y, sobre
todo, siguiendo las indicaciones del especialista. Es así como se crea una relación de
dependencia entre especialista y el resto de los participantes, en la que los segundos aceptan
la autoridad del primero para juzgar la ejecución de sus gestos, pero la intencionalidad que
le puedan dar los participantes a estos quedan libres de interpretación, aunque claramente el
participante suele atribuir una intención a sus actos a partir de la interacción en la que se
encuentra inmerso, por lo que esta variará acorde al ritual que se esté realizando (Valdovinos
2009:68).
Las expresiones plásticas huicholas están cargadas de este tipo de atribuciones, más
aún cuando se generan como parte de un ritual en específico. Las piedras discoidales
llamadas teparite, por ejemplo, son objetos esenciales para la construcción de espacios
rituales de los wixarikas. Son piedras grabadas con diseños que describen el universo
iconográfico y simbólico de esta sociedad: serpientes, venados, maíces, águilas, etcétera. Se
trata de diseños asociados a ciertas entidades míticas, las cuales aluden, al mismo tiempo, al
“universo socializado del entorno de los wixaritari” (Faba 2015:44). Estos pueden ubicarse
en la milpa, “para que salga el maíz”, pero también se encuentran en otros sitios como
escuelas, ranchos o en templos ceremoniales conocidos como tukipa. Estos elementos
circulares marcan una temporalidad en el espacio, pues remiten al momento mítico de
formación del mundo, cuando los antepasados salieron del inframundo, definiendo
paralelamente la articulación nadir-cenit, la trayectoria mental de la verticalidad considerada
como una dimensión axial dinámica (Faba 2015:45).
212
Imagen 102: Pinturas faciales registradas por Lumholtz, advocando las características de: a) El Abuelo Fuego, b)
Bisabuelo Cola de Venado, c) Padre Sol, d) El Sol Poniente y f) El hermano mayor (Lumholtz 1986: 276).
Imagen 103: Pinturas faciales registradas por Lumholtz, advocando las características de: a y b) El Hermano Mayor
Wa’kuli, c) La Madre Maíz, d) La Madre Agua Oriental, e y f) Madre Ha Uli’ma (Lumholtz 1986:277).
La variedad de diseños figurativos y abstractos es muy alta, esto se debe a que, según
los huicholes, es de mala suerte pintar dos motivos idénticos. Sin embargo, es posible
214
distinguir las características escenciales que tiene un diseño al realizarse. Así, si bien puede
existir una amplia variabilidad en la representación de un motivo en particular, sus
características básicas lo harán identificable. Los diseños abstractos se pueden desglosar en
algunas formas básicas, como las líneas y los círculos, a los cuales añaden rayos, puntos y
otros diseños para formar distintos motivos (Faba 2003:80).
Imagen 104: Variantes de motivos de peyotes en las pinturas faciales de Jicareros (Faba 2003:81).
Los diseños figurativos, por otro lado, tienden a hacer alusión a manifestaciones y
elementos de la naturareza que poseen una temática implícita vinculada a las deidades
representadas con elementos míticos y de fertilidad. Entre estos encontramos antropomorfos,
maíz, águilas, ciempiés, serpientes, entre otros. Existen dos figuras recurrentes en las
pinturas faciales que poseen un simbolismo muy amplio: la primera es el venado, el cual al
relacionarse tanto con el papel de los Jicareros como también con el peyote, se vuelve tanto
principio como fin. Estos, cuando viajan a Wirikuta, van a cazar tanto al venado como al
peyote, pero a la vez ellos se transforman en el venado y en sus antepasados en ese tránsito.
La segunda es el águila, la cual se relaciona directamente con el sol pero también con el
cenit. Otra figura interesante en este aspecto sería el ciempiés, el cual se relaciona tanto con
la llegada de las lluvias como con el inframundo, por lo que también posee una dualidad
importante dentro de la cosmovisión de este grupo (Faba 2003:86).
215
Imagen 105: Huicholes en peregrinación con pinturas faciales amarillas en las mejillas. Nótese que el fondo rocoso
presenta diseños de arte rupestre, al parecer petrograbados (Neurath y Kindl 2005:28).
Imagen 107: Jicarera con pintura facial durante la Fiesta del Peyote (Neurath y Kindl 2008:94).
Imagen 108: Participantes preparándose para la Danza del Venado (Valdovinos 2008:92).
217
Otros objetos en los que se diseñan motivos como estos, son las jícaras que utilizan los
Xikurikate durante rituales de tipo mitote o en las peregrinaciones. Estos, al igual que las
pinturas faciales, se diseñan con motivos específicos que representan características de
deidades particulares.
Imagen 109: Jícaras ceremoniales del sol (Tawexikia) en Las Pitayas, Jalisco (Neurath y Kindl 2008:119).
Imagen 111: Izquierda: jícara ritual procedente de la cueva sagrada Te’akata. Derecha: jícara ritual procedente del cerro
Kauyumari Muyehue, en Wirikuta (Villegas 2016:41).
218
También las astas de venado, al utilizarse como ofrendas o como utensilios en rituales
como la peregrinación o la Danza de la Cacería, se diseñan con motivos geométricos y
figurativos similares a los que se presentan tanto en la pintura facial como en las jícaras
ceremoniales.
Imagen 113: Cornamenta de venado pintada con uxa, que llevan los peyoteros de Tunuwametia (Neurath y Kindl
2008:133).
Imagen 114: Flechas rituales con diseños figurativos y geométricos (Alonso 2008:116).
Imagen 115: Violín con motivos de niérika, ciempiés y líneas en zigzag, utilizado en peregrinaciones (Neurath y Kindl
2005:28).
Estos objetos tienden a dejarse como ofrenda cuando las peregrinaciones pasan por
sitios míticos de adoración, así como los tocados de astas o de plumas, junto con productos
como el maíz. Es interesante notar que, al menos en el registro fotográfico de estas ofrendas,
algunas de ellas parecen ser dejadas en paredes rocosas en las que se notan manifestaciones
gráfico-rupestres. Hasta este punto hemos notado que, si bien la producción artística-ritual
de los huicholes es sumamente amplia, esta tiende a seguir ciertos patrones en sus diseños
—aunque, como hemos mencionado anteriormente, nunca representan dos motivos de la
misma forma—; es por ello que muchos antropólogos y etnógrafos han podido registrar las
variaciones de ciertos motivos y sus calidades representativas, así como las asociaciones de
motivos que caracterizan a ciertas deidades.
220
Imagen 116: Esculturas que representan a los ancestros y ofrendas en Te’akata, Jalisco (Neurath y Kindl 2005:29).
Imagen 118: Depósito de ofrendas en una cueva de Te’akata (Neurath y Kindl 2008:43).
221
Imagen 120: Cuadro de estambre con la representación de la noche en el mundo (Landa 2003:66).
En las imágenes anteriores, se representan tanto la figura del Sol como el momento
anterior al surgimiento de los dioses del inframundo, cuando todo era oscuridad en el mundo.
Cuando por fin los dioses salen de su morada y comienzan su viaje hacia Wirikuta, los
diseños se permean de figuras antropomorfas con cornamentas de venado, o tocados de
plumas, cabellera o antenas. Así como de otros motivos que representan la vegetación,
animales como serpientes o insectos, niérikas y peyotes.
222
Imagen 121: Cuadro textil representando a los dioses del mundo (Landa 2003:69).
Imagen 122: Cuadro textil diseñado por Guadalupe González, titulado “El nacimiento del Sol” (Neurath 2000:72).
observamos que, además del personaje a la derecha y el sol, se representa una serpiente, la
cual representa a los animales peligrosos del inframundo por el que ha de viajar el sol cada
noche después de hundirse bajo el horizonte y el mar (Frust y Nahmad 1972).
Otro de los kawitu que mencionamos en el primer grupo, es el del diluvio primordial
en el que Wakatame se salvó gracias a la indicación de Nakawé. En la imagen inferior,
observamos a Wakatame representado en la parte inferior derecha de la imagen, con un arco
y flecha en su extremidad superior izquierda y un bulto en el que carga las semillas en la
derecha, así como un tocado o sombrero y lo que parecen ser cabellos. En la parte superior
derecha se representa a Nakawé, junto al fuego o representación solar; de sus pies nace el
agua. En la parte inferior izquierda observamos la canoa en la cual partirá Wakatame (Furst
y Nahmad 1972).
Imagen 127: Cuadro textil representando a Wakatame durante el gran diluvio (Landa 2003:71).
Imagen 128: Cuadro textil representando a Wakatame y a Nakawé dentro de la canoa, rodeados por mar y animales
(Neurath y Kindl 2008:107).
226
Dentro del segundo grupo de kawitu, encontramos que se centra en el mito del maíz,
teniendo como personaje principal a Sisokame, hijo de Nakawé. En la imagen inferior,
observamos en la parte inferior a las niñas-maíz, cada una pintada de un color distinto,
haciendo referencia al tipo de maíz que representan. En la parte central, las semillas de los
distintos colores de maíz se encuentran concentradas, flanqueadas a su izquierda por la diosa
Madre Maíz, quien zoomorfizada como la paloma entregó a sus hijas a Sisokame. En la parte
superior central, encontramos a este último personaj con una olla de tortillas en su parte
inferior izquierda (Furst y Nahmad 1972).
Tanto las niñas-maíz como la Madre Maíz, se representan con extremidades superiores
e inferiores extendidas hacia abajo, con falanges y cabellos, mientras que Sisokame, en la
parte superior central de la imagen, se encuentra con extremidades superiores extendidas
hacia arriba y extremidades inferiores extendidas hacia abajo. Cuenta con líneas que surgen
de sus costados y tres líneas coronando su apófisis superior, probablemente representando
cabellos o algún tipo de tocado de plumas.
Imagen 129: Las niñas maíz, la diosa Madre Maíz y Sisokame (Landa 2003:76).
En otros textiles, se representa a la Madre Maíz como la paloma que menciona el mito.
Por ejemplo, en la imagen inferior, se representa otro pasaje mítico en el cual la Madre Maíz
salvando al Maíz Niño, fruto de una pareja “de tiempos inmemoriales”. Al estar el niño
desatendido y abandonado fuera de la casa de la pareja, ya que al gatear ensuciaba todo, la
paloma notó que a su paso de la tierra nacían flores, por lo que lo adoptó y castigó a la pareja
por sus desatenciones (Furst y Nahmad 1972). En la parte superior central se encuentra la
paloma, y debajo de ella un antropomorfo con extremidades superiores extendidas hacia los
lados y extremidades inferiores extendidas hacia abajo. Se conecta por una línea hacia el
centro de la imagen, de la cual nacen flores, y en la parte inferior derecha de la imagen se
encuentra la madre de este, con extremidades superiores extendidas a los lados y
extremidades inferiores extendidas hacia abajo.
227
La diosa Takutsi Nakawé tiene dos advocaciones que se representan en los mitos. Por
un lado, es Takutsi, la abuela creadora que teje el mundo y hace crecer a las plantas con su
bastón milagroso. Sin embargo, en su advocación como Nakawé, es un ser destructivo y
bastante perverso. Como gobernante de los gigantes hewiixi —que ya mencionamos
anteriormente como seres primigenios—, fue bastante déspota y abusiva. Su violenta muerte
mítica fue un importante acto creador, ya que de las diferentes partes de su cuerpo se crearon
animales y plantas. Sin embargo, también sirvió para acabar con el “anárquico matriarcado
mítico” y establecer orden en el mundo (Neurath 2000:74).
en dos de los casos con arcos y flechas. En ambos casos anteriores, los cazadores presentan
líneas en sus costados que han sido interpretadas como flechas ya que, dentro del mismo
mito de la caza del venado/peyote, los cazadores son personificaciones tanto de sí mismos
como del venado, por lo que son flechados. Esta multisignificación del personaje es
interesante, ya que el cazador es, a la vez, mara’akame, cazador y el elemento a cazar.
Dentro de las representaciones textiles huicholas, no solo encontramos pasajes míticos.
Muchas de ellas se refieren a momentos históricos o cosmovisionales, por ejemplo, en la
imagen inferior, se representa en la parte inferior derecha a un mara’akame con extremidades
superiores extendidas a los lados y extremidades inferiores extendidas hacia abajo. Además
de contar con falanges en sus extremidades superiores, detalles en el rostro y cabellos, en su
parte superior sobresale una cornamenta de venado y dos plumones o flechas adivinatorias
en cada una de ellas, representando el poder del hechicero.
Imagen 133: "El nierika de nuestro Hermano Mayor Kauyumari", cuadro de estambre de José Benítez Sánchez (Neurath y Kindl
2008:34)
la misma estructura cosmogónica, por lo que una escena da pie a la siguiente y un personaje
que presenta cierta característica para una parte de la narración, es a la vez parte de otra en
la que desarrolla una faceta distinta (Neurath 2013:89).
Imagen 134: La visión de Tatutsi Xuweri Timaiweme, de José Benítez Sánchez (Neurath 2013:82-83).
Esto nos lleva a una práctica común en los rituales coras y huicholes: el consumo del
peyote, el cual es un asunto que involucra a toda la comunidad, aunque secundariamente
puede utilizarse para realizar curaciones individuales. Las ingestas colectivas se realizan en
un ambiente de exaltación que permite el contacto con el mundo liminal. Sin embargo, estos
no son los únicos grupos que en sus prácticas rituales consumen peyote. Para los rarámuris,
el consumo también es común, pero con significantes variantes: se hace en un entorno más
íntimo, individual, ya que se le considera el más poderoso de los protectores, el cual
primordialmente se utiliza en rituales de curación. Existe una reglamentación del
comportamiento muy marcada en su uso ritual, cosa contrastante con los huicholes
(Bonfiglioli y Gutiérrez 2012:209). Mencionamos esto porque, mientras en los huicholes es
durante el mitote que se produce comúnmente el consumo del peyote, existe un ritual con
similares características dentro de los tarahumaras: el yúmari.
Dentro de la cosmovisión rarámuri, el momento de creación supone una transición
entre tres etapas, de un mundo oscuro, frío y húmedo a un mundo luminoso, templado y
sólido, donde fue posible la vida como la percibimos ahora. El principal artífice de esta
transición fue Onorúame, “el que es padre”, deidad que en el ritual y en los discursos
ceremoniales es identificado con el Sol. Fue él quien sopló el aliento a los primeros seres
humanos, permitiéndoles caminar y pensar, y también fue quien los castigó con la muerte —
por medio de las aguas y del calor— por sus repetidas transgresiones a las normas divinas.
Pero en cada etapa, los sobrevivientes de esos castigos recibieron algo nuevo para mejorar
su vida: primero las semillas, luego los animales y por último las danzas, la música y los
conocimientos religiosos para comunicarse con él y cumplir con sus mandatos (Bonfiglioli
2008:46-47).
La danza del yúmari, en el contexto mítico, nace a partir de la entrega de los animales
que hizo Onorúame a los seres humanos, “para que bailaran la danza del yúmari y ya no se
comieran a sus hermanos”. Por lo tanto, se considera que la transición de un “estado
precultural” caracterizado por la transgresión de las normas divinas a un “estado cultural”
marcado por la reprobación de las mismas, se manifiesta por este ritual, creando un vínculo
entre danza y alimentación que se puede observar en los sacrificios de animales que se
232
realizan durante este. No hay yúmari sin sacrificio de animales y viceversa. En otra parte del
mismo mito, se relata que en dado momento hubo un incumplimiento de esta ofrenda-danza,
que desembocó en la muerte temporal del Sol, y para que renaciera los ancianos fueron a un
cerro alto con agua caliente y la ofrecieron a los cuatro puntos cardinales, haciendo también
el sacrificio de un toro que encontraron en el lugar. Luego cantaron y bailaron el yúmari y
ofrecieron la carne de las reses, y con el día salió el sol (Bonfiglioli 2008-47-49).
En otro relato, se considera a la Luna y al Sol como esposos, y en un momento de
eclipse, cada familia sacrificó a una chiva para darle de comer al astro para que se aliviara y
además bailaron el yúmari, pues temían que se acabara el mundo. La Luna también se
“enferma” pero se alivia echándole agua caliente para que la tome. Por ello, se considera al
yúmari como un ritual de refrendación de la relación de mutua dependencia que se estableció
al principio de los tiempos entre los rarámuri y Onorúame. Esta relación que apela a un
principio de reciprocidad —asimétrica y jerarquizada— con lo sagrado, deviene de un
sentimiento de deuda permanente con el dador de vida (Bonfiglioli 2008:49).
Para la realización del yúmari, las nociones que estructuran el sistema cosmogónico
son importantes: en el plano vertical, existen tres niveles arriba, tres abajo y uno intermedio,
la superficie terrestre, “redonda como un tambor” y rodeada por agua. En sus cuatro
extremos —el oriente, asociado con el movimiento solar ascendente; el poniente, asociado
con el mundo de “abajo” y el movimiento descendente; el norte y el sur— hay cuatro
columnas que sostienen los pisos superiores y comunican la tierra con el cielo. Distintos
tipos de “entradas”, como las cuevas los arroyos y los manantiales, permiten la comunicación
entre la superficie terrestre y los niveles inferiores. El patio donde se realiza la danza
mencionada, es un espacio que combina las formas cuadrada y circular con una ubicación
sobre un eje este-oeste.
Las acciones rituales que ahí se realizan deben ser consideradas como un modelo del
cosmos que permite reducir las dimensiones de lo sagrado en escala humana. De acuerdo
con el mismo principio, Onorúame se representa por una o más cruces —que son
consideradas como la representación de un cuerpo humano— “vestidas” de tela blanca con
algunos collares. En los pies de la misma se tiende una cobija sobre la cual se disponen, en
distintos momentos de la ceremonia, los alimentos-ofrenda, ciertas medicinas ceremoniales,
la cornamenta de la res sacrificada y, cuando se trata de un yúmari comunitario, las efigies
católicas custodiadas en el templo (Bonfiglioli 2008:49-50).
La figura central del ritual es el cantador o wikaráame, persona a quien el Onorúame
ha concedido los conocimientos necesarios para conducir el rito en cuestión. Sus principales
herramientas comunicativas son la sonaja y el canto, y él es quien lidera las danzas que
siguen una coreografía de trayectorias circulares alrededor del altar, realizando dos círculos
concéntricos con direcciones horaria y antihoraria, los hombres en el primer sentido y las
mujeres en segundo. Según avanza la danza, los sentidos se intercalan, en una tónica
representativa de la muerte-renacimiento del astro solar, haciendo alegorías con pasos de
danza que remiten a la dificultad de caminar de aquellos ancestros míticos cuando
recorrieron la superficie oscura de la tierra. La suministración de plantas medicinales a los
233
presentes propicia tanto la curación del sol como el alejamiento de la enfermedad propia,
evocando al mismo mito. La cornamenta no solo se utiliza como un símbolo del mitema del
“primer toro”, sino que es utilizada para embestir a casa uno de los presentes hacia el final
de la ceremonia (Bonfiglioli 2008:51-53)
Entonces el yúmari se ve fundamentado no solo en la renovación del movimiento solar,
sino también en la recreación del momento primordial del nacimiento de este. El peligro
latente de la muerte solar es el riesgo que se evita mediante las ofrendas, sacrificios y
representaciones realizadas durante este ritual (Bonfiglioli 2008:54).
En la cultura yaqui, uno de los rituales más importantes es la danza del venado, que
narra la vida y la muerte del maso “venado”. Los danzantes de venado son consagrados,
entrenados y preparados para llevar a cabo la ceremonia ritual. En esta danza, los
participantes se zoomorfizan con las características esenciales del venado, incluso portando
una cabeza de venado disecada como tocado, teniendo como principal narrativa la lucha del
hombre-cazador y presa. Los yaquis fueron un grupo de recolectores-cazadores, por lo que
conocían a profundidad el territorio del cual dependían. La cacería del venado fue una
actividad sagrada pero también cotidiana, por lo que no solo tomó acepciones rituales en
torno a la cacería, sino que, en sus mitos y cuentos, el venado toma un papel de animal
valeroso, sagrado, protector y que en ocasiones sufre transformaciones (Guerrero y Gutiérrez
2011:48-50).
queda a disposición de los demás, y de la misma forma de reciprocidad, cuando alguien más
cace un venado, el dispondrá de su carne. Muchos cuentos y leyendas recrean la cacería del
venado, en todas ellas marcando un estrecho vínculo entre este y su cazador, siempre
manteniendo también un gran sentido de respeto ante la significación del venado como
protector de la naturaleza (Guerrero y Gutiérrez 2011:50-51). Entonces, la acepción yaqui
del venado y su antropomorfización en la danza, corresponden a rituales de cacería, sustento,
reciprocidad e importancia histórica con su modo de producción.
Para los nahuas de San Martín Mazateopan, Puebla, la cacería y el ritual también están
íntimamente ligados; los cazadores nahuas no solo relacionan la actividad cinegética con el
prestigio de obtener trofeos de caza, sino con el prestigio vinculado a la capacidad que tienen
para relacionarse con el “Dueño de los Animales”. Entonces, un hombre cazador medirá su
éxito de acuerdo a cuantas veces vuelva al pueblo con un venado en hombros, ya que esto
significará que ha sabido negociar con el Señor del Monte. Las relaciones de alianza y
predación son las que vinculan al cazador, el venado y al Señor del Monte. Esta relación es
diferente a la que mantienen con el maíz, por ejemplo, ya que en la producción agrícola se
mantiene una relación de protección que no mantiene gran complejidad ritual, como pudiera
encontrarse en otras áreas, por ejemplo, entre los nahuas de Guerrero, los teenek de la
Huasteca, los otomíes de Hidalgo o los nahuas de la Huasteca veracruzana (Méndez
2013:106-107).
Así, la cacería se encuentra fuertemente ritualizada, y precisa un entrenamiento
paulatino para que el cazador llegue a perfeccionar sus habilidades y poder. Dicho
entrenamiento se transmite de padres a hijos, y es interesante señalar que una característica
del iniciado, para poder ser buen cazador, es la de tener doble remolino, aunque no es
esencial para pertenecer al grupo de los cazadores o incluso llegar a ser un buen cazador,
solamente se considera como un presagio de esto. Este entrenamiento los educa en poder
identificar los territorios donde habita el Dueño de los Animales, adentrarse en sus dominios
y reconocer sus huellas, rastros, etc. En cierta forma, este conocimiento especializado es
comparable con el del especialista ritual, ya que se centra en saber ver y reconocer lo que los
demás no (Méndez 2013:109).
La importancia de la caza del cérvido radica en el conjunto de elementos que se le
atribuyen más que a sus cualidades biológicas. Su vinculación simbólica con diversos astros
desde la época prehispánica es persistente en este grupo, sobre todo con cuerpos celestes
como el sol o las estrellas matutinas y vespertinas. Esto probablemente ligado a la naturaleza
nocturna del ciervo, sin embargo, no son pocos los grupos que mantienen este tipo de
creencias actualmente, entre ellos también están los coras, huicholes y tepehuanos (Méndez
2013:115).
representan, cuáles son estas morfologías, a qué elementos se asocian, con cuáles se unen y,
en caso de que lo hubiera, cuál es la concepción a partir de la cual representan a la figura
antropomorfa. Los resultados que encontramos, creemos son interesantes aunque variados.
Las actividades artístico-rituales entre los huicholes —con quienes partimos en este
análisis— son demasiado bastas y complejas, sin embargo, nos dieron la pauta para
comprender mejor nuestro objeto de estudio.
Los motivos antropomorfos dentro de la cosmovisión huichola, se representan dentro
de rituales específicos y avocando a personajes específicos. Al adentrarnos en la mitología
de este grupo, comprendimos mejor el significado de las cornamentas de venado, antenas o
tocados de plumas al añadirlos a una figura antropomorfa: este elemento significa el poder
del especialista ritual, deidad o personaje histórico, al ser poseedor de niérika. En cambio,
los tocados de líneas verticales, se asocian a peyoteros, encargados de recolectar el peyote
en las peregrinaciones a Wirikuta. En el primer tipo de antropomorfos, la referencia es
mítico-histórica, en el segundo es relativa a procesos actuales del grupo. Las posiciones
morfológicas de los antropomorfos son variadas en sus extremidades superiores, pero en su
mayoría se representan con extremidades inferiores extendidas, ya sea hacia los lados o hacia
abajo. Asimismo, encontramos otros complementos añadidos como arcos y flechas, bastones
o ramas, bolsos o bultos, y falanges que varían en su número.
Las características faciales, al igual que lo vimos entre las representaciones
antropomorfas de fuentes etnohistóricas, varían según la importancia que tiene el motivo
representado dentro de la imagen. Mientras que las figuras de mayor tamaño o presencia
tienden a tener algunos rasgos faciales, entre las figuras de menor tamaño estas se reducen a
uno o dos puntos a manera de ojos y tal vez una protuberancia a manera de nariz. En este
caso, es interesante la asociación que hace Faba de las figuras de lagartijas, ya que, al
reducirse todas las características morfológicas del diseño al mínimo —como también
sucede en algunas de las representaciones que encontramos en los textiles, pinturas faciales
y en objetos suntuarios como jícaras o flechas—, la figura se esquematiza en una línea
vertical de la cual parten líneas flexionadas hacia arriba y hacia abajo a modo de
extremidades y una protuberancia entre las extremidades inferiores a modo de cola.
Ahondaremos más estas ideas en el siguiente capítulo.
Al comparar la información de los grupos mencionados en este apartado, podríamos
mencionar tres puntos clave que se encuentran en ellos: la cacería, el venado y el peyote.
Los coras y los huicholes mantienen una cosmovisión sumamente intrínseca —aunque
ambos grupos no se consideren propios— por ello la concepción de estos tres tópicos se
encuentra similar. Sin embargo, entre los rarámuri, tanto la concepción del peyote como su
cosmovisión en general varía de manera diametral. En cuanto a las representaciones
antropomorfas, no encontramos que en su creación artística o representativa estén presentes
al mismo grado que entre los huicholes, y es interesante el hecho de que, para ellos, la
representación de una cruz sea la representación del cuerpo humano.
Otros grupos como los yaquis no utilizan el peyote dentro de sus rituales, aunque la
caza y el venado son parte de su cosmovisión, como lo vimos al hablar de la Danza del
236
Hasta este momento, la información que hemos presentado deriva de diversas fuentes,
regiones y sociedades tanto del México prehispánico, Colonial y contemporáneo. Es por ello
que, antes de iniciar con el análisis y la lectura formal de las figuras rupestres de nuestro
objeto de estudio, es prudente hacer algunas consideraciones preliminares derivadas de los
argumentos realizados en los capítulos pasados, que permitan apreciar no solo las razones
por las cuales hemos expuesto dicha información, sino también las semejanzas que hemos
observado y que generan, a su vez, ligamentos entre distintos discursos, que serán la base
para iniciar las hipótesis interpretativas resultado de esta tesis.
1. Consideraciones preliminares
Partiremos desde el principio. Como hemos mencionado en el capítulo I, desconocemos en
realidad quiénes fueron las sociedades que crearon los motivos rupestres que componen
nuestro objeto de estudio; sin embargo, gracias a las fuentes etnohistóricas tenemos la
capacidad de hipotetizar que estas pudieron ser guamares, guachichiles, jonaces o pames,
grupos que se mencionan en distintos textos de la época del contacto como habitantes de esta
región.
Ahora bien, estas sociedades, como también ya hemos mencionado, eran nómadas o
seminómadas cazadoras recolectoras, algunas con cierto grado de agricultura incipiente
dentro de sus modos de producción. Sin embargo, su patrón de asentamiento —según fuentes
etnohistóricas para el caso de los guachichiles y los guamares— no se limitaba a esta región,
ya que se extendían hacia el oeste colindando con otras como los copuces, zacatecos y, según
algunas fuentes, huicholes (Faba 2001:54-55, Salinas 2012:70, 2014:22, Pacheco 2012:70).
Como mencionamos en el primer capítulo y dentro de la analogía etnohistórica, el
mitote es un ritual que se ha registrado para muy diversas sociedades del Centro norte de
México, entre los que se destacan algunos de los grupos que mencionamos en el párrafo
anterior. Luego entonces, hasta este momento podemos decir que estos compartían, hasta
cierto punto, una actividad similar para expresar su ritualidad, que se ligaba a la guerra, la
fertilidad, la cacería y diversos ritos como los terapéuticos.
El grado de cercanía entre estos grupos nos es desconocido, sin embargo, además del
argumento anterior, también podemos decir que, durante las Guerras Chichimecas y la
Guerra del Mixtón, estos, o varios de ellos, se unieron en distintas “cofradías” o “naciones”,
como lo hemos revisado en el capítulo I; por lo tanto, y partiendo del hecho de que estas
238
sociedades expresaban su ritualidad a través de una actividad similar —el mitote— y un área
de asentamiento colindante, no creemos muy arriesgado el lanzar la suposición de que,
durante estos episodios de resistencia contra la conquista española, estos grupos pudieron
haberse reunido para realizar mitotes en conjunto, o sea, que su nivel de “alianza guerrera”,
se afianzara también al realizar este tipo de ritualidades no ya como un solo grupo, sino como
grupos que compartirían la batalla.
Por otro lado, el conocimiento de los huicholes durante la época prehispánica es
escaso, y aún durante los primeros dos siglos de la conquista española su comportamiento
no fue registrado en gran medida. Sin embargo, los estudiosos sobre la religión de este grupo
coinciden en que, actualmente, esta es resultado de la transformación de un antiguo culto
solar. Hacia los siglos XVII y XVIII, se reporta la existencia entre estos de grupos
gobernados por “poderosos linajes de soles”; y al igual que en otros grupos mesoamericanos
prehispánicos, las guerras ritualizadas formaban parte de un culto solar enfocado en la figura
del soberano (Neurath 2008:269).
Es obvio que existen cambios y transformaciones entre el culto prehispánico que los
huicholes tuvieron y el que se observa actualmente en las investigaciones antropológicas y
etnográficas. Después de la conquista en la región del Gran Nayar, desaparecieron gran
cantidad de las acepciones guerreras y solares en la religión de los grupos ahí asentados —
huicholes, coras, mexicaneros etc.—; también los linajes solares desaparecieron, aunque al
gobernador tradicional se le sigue identificando con el sol naciente. A pesar de ello, ciertas
características importantes se mantienen. Dentro del culto a los ancestros, base fundamental
de la cosmogonía wixárika, se mantiene la representación de estos como cazadores
recolectores que portan carcaj, flechas y arcos, e incluso dentro de ciertas ritualidades se
observa la autorepresentación como cazadores recolectores al identificarse con los ancestros,
cosa que también se presenta en los códices de grupos mesoamericanos. No es que estos
últimos fueran realmente cazadores nómadas, sino que se representan como tales en aras de
resaltar una ascendencia ligada a grupos chichimecas (Neurath 2008:257, 269).
Aunado a ello, durante la analogía etnohistórica también revisamos algunos códices
de orígenes diversos. Estos, en su mayoría, proceden del Altiplano Central, Puebla e
Hidalgo. Dentro de ellos, son comunes las representaciones de deidades y de figuras
antropomorfas con atributos como los mencionados en el párrafo pasado. Tomando en
cuenta el hecho de que lo hacían para resaltar una ascendencia chichimeca, creemos que las
asociaciones entre las representaciones que encontramos en estos pueden ser comparables,
en sus cualidades de signos, con las que hallamos entre los huicholes actuales, siendo
conscientes de los cambios significativos que mencionamos y de las multivalencias que estos
signos pudieron o pueden tener.
Durante la analogía icónico-arqueológica, al revisar diversos contextos rupestres en el
Centro norte de México y en otras regiones, notamos que existen semejanzas en las
representaciones antropomorfas de nuestra región de estudio, Querétaro, el norte de
Michoacán, Jalisco, Nayarit y, en menor medida, en Aguascalientes y Zacatecas. Estas
similitudes se magnifican al incluir los motivos asociados a las figuras antropomorfas y los
239
complementos añadidos a estas. No creemos que esto sea fortuito. Si complementamos este
argumento con los planteados en párrafos pasados, los grupos cazadores recolectores y
agrícolas incipientes que se asentaron en los estados mencionados, tendrían similitudes en
sus formas de transmitir estos signos, que podrían asociarse con las similitudes que presentan
al desarrollar actividades rituales como el mitote. Este planteamiento cobra fuerza si
añadimos las múltiples interpretaciones del arte rupestre del norte de Michoacán como
escenas de guerreros y rituales de cacería, las interpretaciones de la misma índole para
Jalisco y Nayarit realizadas por Mountjoy, y las concepciones rituales e iconográficas
mencionadas para los mexicas y los huicholes actuales.
Nos basamos en la estructuración de estos signos en sintagmas pictóricos, que a su vez
pertenecen a un orden mayor de unidades sintagmáticas y de inventarios semánticos para la
expresión de la información6. Siguiendo los postulados de Alfredo López Austin, los
sistemas semánticos compartidos, a través de la construcción conjunta de una historia y una
tradición cultural comunes, son los generadores de una estructuración coherente y articulada
de las formas de comunicación. Estas a su vez generan redes de comunicación y memoria
colectiva que permiten la realización de actividades organizadas, y que fungen como base
para la transmisión de la cosmovisión, y al extenderse, se generan nuevos modelos
cognoscitivos y pautas aplicables a casos concretos que crean lazos entre distintos grupos
sociales7.
Basándonos también en la propuesta del Núcleo Duro del mismo autor, pensamos en
la posibilidad de que existan conceptos antiguos más persistentes al cambio que otros, y que,
por consiguiente, puedan perdurar a través del tiempo, y que podemos encontrar estos
elementos constantes en la cosmovisión. Luego entonces, es a través de las analogías
icónico-arqueológica, etnohistórica y etnográfica que podemos observar las
representaciones antropomorfas como signos mutables en ciertos aspectos durante la
historia, pero que mantienen características esenciales, que se reproducen en contextos
diversos pero a la vez conectados al pertenecer a ciertas esferas de semejanzas o
ascendencias culturales.
El argumento que planteamos a partir de esto es que, al existir un código de
representación dentro del arte rupestre de la Sierra Gorda, y al encontrarse similitudes entre
este código y las representaciones rupestres de los estados ya mencionados, cabría la
posibilidad de que esto se deba a similitudes entre sistemas semánticos que pertenezcan a la
cosmovisión de dichos grupos. Semejanzas que también se reflejarían en las similitudes
representativas que hemos mencionado durante las analogías realizadas.
Empero, no estamos sugiriendo en ningún momento que todas estas sociedades
compartieran una cosmovisión particular. Sino que, dadas las similitudes entre códigos de
representación, modos de producción, áreas de asentamiento, acepciones históricas,
6
Para el desarrollo de este argumento, ver páginas 36 a 41 de esta tesis, en el apartado “Elementos básicos de
la semiología estructural”.
7
Estos postulados se desarrollan a fondo en el apartado “De las redes de comunicación a la cosmovisión”,
páginas 43 a 53 de esta tesis.
240
adornos identificaban a los cazadores mexicas —así como a su principal gobernante— con
Mixcóatl, el dios de la cacería. Ahora bien, “serpiente de nube”, como también se le conoce,
era sobre todo la deidad de los pueblos del Valle de Puebla, y en particular de los tlaxcaltecas,
acérrimos enemigos de los mexicas (Olivier 2015:17-18). Entonces los guerreros mexicas se
identificaban con sus enemigos a través de la guerra y el sacrificio, cosa que remite a la
asociación cazador-presa entre los cazadores y los ciervos entre los huicholes (Olivier
2015:645-650).
Dentro de los rituales de estos últimos, la cacería del venado se considera un ritual de
origen claramente prehispánico. Incluso después de la virtual extinción del venado cola
blanca en el territorio wixárika, aún no se puede realizar ninguna ceremonia importante sin
carne de cérvido, por lo que los huicholes tienen que hacer peregrinaciones y obtener
permisos del gobierno para poder cazar un ejemplar. Intentos de introducción de esta especie
en territorio huichol han sido infructuosos ya que, dentro de la misma creencia, el venado a
sacrificar tiene que ser silvestre, de lo contrario no contaría con Iyari, corazón (Neurath
2008:255-256).
Muchos ámbitos de la vida cotidiana huichola se pueden relacionar con la cacería. El
primer elote de la temporada no es cosechado, es cazado; el primer peyote no es recolectado,
sino flechado. Estas interrelaciones entre actividades de consumo se notan también en el
ámbito mitológico. La alianza matrimonial entre el cazador y el “Dueño de los animales” —
personaje que, hemos revisado, aparece entre los mexicas, nahuas y otras sociedades—es un
motivo que aparece en algunos mitos, así como la alianza entre el primer cultivador, otrora
cazador, con las niñas-maíz (Neurath 2008:257).
El poder simbólico del venado aparece no solo en la mitología, sino también en los
objetos sagrados de los especialistas rituales, siendo utilizadas las astas y las colas, ya que
los cérvidos, por sí mismos, son considerados mara’akame. Aunque el mejor ejemplo de
estas relaciones entre la cacería y el venado ya las hemos mencionado en el capítulo anterior,
volvemos a estos argumentos para hacer notar las similitudes entre el culto huichol y el que
se extrae de las fuentes etnohistóricas para las sociedades mesoamericanas de la época de
contacto. Aunque es interesante que, entre los primeros, no existe una palabra que signifique
“sacrificio”. Los rituales de ese tipo son conocidos como mawarixa, los cuales culminan con
el sacrificio de algún animal doméstico, y su significado está más ligado a “ofrenda” o a
“compromiso ritual”, aunque pertenezcan al mismo campo semántico (Neurath 2008:254).
Si volvemos a los comentarios que hicimos para los nahuas de San Martín Mazateopan,
Puebla, encontramos que la relación entre el cazador, el venado y el “Señor del Monte” se
mantiene en ciertos aspectos. Incluso se considera al cazador en un estadio similar al del
“curandero” o especialista ritual, en un punto intermedio entre lo humano y lo deífico, ya
que gracias a su don la comunidad accede a los bienes del monte, y sin su intermediación
estos se encontrarían fuera de alcance (Méndez 2013:110).
Con base en todos estos planteamientos, entonces podríamos decir que existió y existe
un culto a los antepasados sumamente importante entre sociedades contemporáneas y
prehispánicas, tanto en regiones dentro del área considerada para Mesoamérica como para
243
el Centro norte. Este culto a los ancestros se relaciona con el venado, la fertilidad, la acepción
de rasgos chichimecas como “antepasados por excelencia” y la cacería, todos girando
alrededor de un culto solar que también se vincula con el culto a Venus, en un movimiento
continuo entre acepciones cinegéticas y agrícolas. Y este culto tuvo como una de sus
representaciones el ser plasmado en roca, en lo que consideraríamos gráfica rupestre, y al
haber sido creado por medio de técnicas de grabado o pintura, también nos habla de una
suerte de intención de relevancia o permanencia.
Este culto se relaciona intrínsecamente con las representaciones antropomorfas a
través de rasgos específicos dentro de ellas. Lo que consideramos como complementos
añadidos, tocados de distintos tipos, posiciones morfológicas y motivos asociados, son las
cualidades nos permitirán hacer una lectura a los motivos antropomorfos de nuestro objeto
de estudio, y que encontramos en gran medida en los rasgos mencionados en este apartado.
que se entienden a partir de dicha esfera, creemos que podemos acceder a mejores
entendimientos sobre el papel de las creaciones que de ellas deriven, siendo una de ellas el
mismo arte rupestre, y la figura antropomorfa dentro del mismo. Esto crea un vehículo en el
cual las tres analogías que realizamos a lo largo de este trabajo, se intersecan y relacionan
de una manera que genera la posibilidad de lectura de nuestro objeto de estudio.
a) b)
c) d)
e) f)
Ilustración 39: Ejemplos de sauromorfos en los tipos 1 y 2, procedentes de los sitios: a) Cueva del Cuervo, b) La Terraza,
c) La Higuera, D) Cerro Redondo, e) Arroyo Seco, complejo B, f) Arroyo Seco, complejo A. Imágenes tomadas de los informes del
proyecto Arte rupestre en la cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
a) b) c) d)
Ilustración 40: Representaciones de sauromorfos en: a) Códice Borgia, b) Jícara ceremonial huichola, c) Asta de venado
ritual y d) Textil8.
Para los demás motivos dentro de estas clasificaciones, tomaremos en cuenta los
complementos añadidos y motivos asociados que posean. Partiendo de este punto, además
de relacionarse con las gráficas rupestres del norte de Michoacán y de Jalisco y Nayarit —
siguiendo los registros de Faugère, Faba y Mountjoy—, las figuras presentan semejanza con
las representaciones de mara’akames, ancestros y deidades dentro del arte huichol, así como
con las representaciones que encontramos en códices de antropomorfos con tocados de
8
Detalles extraídos, respectivamente y de izquierda a derecha, de las imágenes 74, 109, 113 y120 de esta
tesis.
247
a) b)
c) d) e) f)
Ilustración 41: Antropomorfos de tipo 1 y 2, procedentes de los sitios: a) Arroyo Seco, complejo A, b) Arroyo Seco,
complejo B, c) El Sabino, d) La Sobrepiedra, e) Cueva del Cuervo, f) El Derrumbadero 2. Imágenes tomadas de los informes del
proyecto Arte rupestre en la cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
Por ello, podemos hipotetizar que estas figuras antropomorfas están relacionadas con
el culto a los ancestros, representaciones de propiedades mágicas o divinas de los
especialistas rituales, las deidades primigenias, o la advocación del poder del dios solar o la
fertilidad en las figuras. Resalta el hecho de que, dentro de los objetos añadidos y motivos
asociados, encontremos motivos tipo peine y círculos concéntricos radiados por líneas y por
puntos, ya que estos motivos podemos asociarlos con representaciones de varas
ceremoniales huicholas en el primer caso, y nierikas, representaciones de peyotes o soles en
el segundo y tercer caso, lo cual es congruente con la interpretación dada.
Ilustración 42: Representaciones de antropomorfos con características similares en: a) Códice Borgia y b) Textiles
huicholes9.
Luego entonces, tanto los motivos sauromorfos como los antropomorfos arriba
explicados, mantendrían la misma lógica representativa, al ser considerados como
advocaciones de pasajes cosmogónicos, y por ello unos y otros pertenecerían a las mismas
unidades sintagmáticas e inventarios semánticos funcionando en dos niveles distintos: el
primero refiriéndose a un periodo anterior a la creación del mundo y el segundo durante y
después del mismo acto.
Algo distinto sucede dentro de las representaciones de los antropomorfos de tipos
3 y 9, ya que estas son las que, manteniendo ciertas características antropomorfas, menor
cantidad de complementos añadidos presentan, y mayor esquematismo dentro de sus rasgos.
9
Detalles extraídos, respectivamente y de izquierda a derecha, de las imágenes 65, 71, 123. 124 y 132 de esta
tesis.
248
Sin embargo, a partir de los motivos asociados a estos y a los pocos aunque significativos
rasgos añadidos, podemos hipotetizar que varios de estos antropomorfos simbolizaban
también a especialistas rituales, mientras otros mantenían la representación de personajes en
ritos ceremoniales, tal vez ligados a la danza. Este último argumento lo planteamos a partir
de que es en estas tipologías en las que mayor cantidad de antropomorfos se encuentran
“tomados de las manos”, así como la posición morfológica similar a la que encontramos en
códices de representaciones de rituales —ver imágenes 33, 81 y 87.
a) b) c)
d) e) f) g)
Ilustración 43: Motivos de tipos 3 y 9, procedentes de los sitios: a) Arroyo Seco complejo A, b) El Salto, c) La Higuera, d)
Cueva del Cuervo, e) La Sobrepiedra, f) El Copudo g) Arroyo Seco complejo B. Imágenes tomadas de los informes del proyecto
Arte rupestre en la cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
a) b) c) d) e)
f)
Ilustración 44: Representaciones de antropomorfos con características similares en: a) Códice Borgia, b) Códice Borbónico,
c) Pintura facial huichola, d) Jícara ceremonial huichola, d) Flecha ritual huichola, d) Textil huichol 10.
10
Detalles extraídos, respectivamente de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, de las imágenes 72, 87,
102, 111, 114 y 129 de esta tesis.
249
Por ello, podríamos decir que las figuras antropomorfas tienden a representar más a
individuos sin ningún atributo “sagrado”, y cuando los poseen, estos se encuentran en
sintonía con los primeros, por lo que serían parte de la misma narrativa.
a) b) c)
d) e) f) g)
Ilustración 45: Antropomorfos de tipos 4, 5, 6 y 8, procedentes de los sitios: a) Cueva del Cuervo, b) El Derrumbadero 2,
c) E.T., d) La Sobrepiedra, e) Arroyo Seco, complejo A, f) El Copudo, g) Arroyo Seco, complejo B. Imágenes tomadas de los
informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores 2007-2016).
a) b) c)
d) e) f)
Ilustración 46: Representaciones de antropomorfos con características similares en: a) Códice Durán, b) Códice Laúd, c)
Códice Laúd, d) Códice Vaticano A, e) Códice Azoyú I, f) Textiles huicholes11.
11
Detalles extraídos, respectivamente de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, de las imágenes: 81, 82,
86, 88 y 121 de esta tesis.
250
a)
b) c)
Ilustración 45: Motivos antropomorfos de tipos 7 y 10, procedentes de los sitios: a) Arroyo Seco, complejo B, b) El Derrumbadero,
c) El Tecolote. Imágenes tomadas de los informes del proyecto Arte rupestre en la cuenca del río Victoria (Viramontes y Flores
2007-2016).
a) b) c)
d)
Ilustración 46: Representaciones huicholas de antepasados cazadores durante: a) Cacería sagrada del venado, b) Flechamiento
del primer peyote, c) Cacería del fuego y d) La muerte de Takutsi Nakawé12.
Por lo tanto, existirían tres usos de los motivos antropomorfos dentro de estos tipos: el
primero, haciendo referencia a la caza sagrada del ciervo, el segundo a cazadores o
flechadores en general, probablemente haciendo referencia también a personajes mitológicos
o históricos —como lo hemos mencionado para los huicholes y los mexicas—, y el tercero
como personajes que, dentro de las mismas narrativas de cacerías, juegan un papel tal vez
como ancestros o seres humanos que presenciaron dichos momentos narrados.
2.1. Los signos antropomorfos como elementos de la comunicación de la
cosmovisión
Es a través de esta lectura interpretativa que podemos decir que, dentro de la gráfica rupestre
de la Sierra Gorda de Guanajuato, la figura antropomorfa se desarrolla como un sintagma
dentro de los procesos de comunicación de mitos, ritos o pasajes históricos, los cuales siguen
una dinámica narrativa similar a la que encontramos en la evidencia etnohistórica y
etnográfica. El hecho de que estos sintagmas figurativos se asocien a los demás dentro de la
12
Detalles extraídos de: a) Imagen 122, b) Imagen 124, c) Imagen 126 y d) Imagen 131 de esta tesis.
251
gráfica, nos señala que el valor linguistico que estos presentan se determinará tanto dentro
como fuera del mismo motivo.
El ejercicio que realizamos, en un principio de este trabajo, fue interno; es decir,
iniciamos el análisis enarbolando las cualidades significativas de los signos antropomorfos
por sí mismos, validos solamente por sus cualidades morfológicas. Sin embargo, al avanzar
en este análisis, dimos cuenta que reducirlo a estas cualidades internas no sería suficiente
para poder llegar a una interpretación del significado de estos motivos dentro de la gráfica.
Sus cualidades comunicativas dependían tanto de sus propiedades representativas como de
las de los motivos externos a ellos, que se encontraran en asociación dentro de los mismos
paneles o narrativas similares.
Es por ello que también realizamos un ejercicio externo, a partir del cual analizamos
las relaciones entre los motivos antropomorfos y aquellos que se les encontraban asociados.
Luego de entender tanto las relaciones internas de la figura antropomorfa como sus
relaciones y valores con otros motivos asociados, es que pudimos regresar a la figura misma
y poder realizar una lectura hipotética de su significado. Para esta interpretación, estamos
conscientes, tomamos estos rasgos externos como puntos de apoyo para encontrar el valor
lingüístico de la figura antropomorfa, pero no abordamos en ningún momento el valor total
que dichos motivos asociados pudieran tener, ya que no era ese nuestro objetivo.
Sin embargo, un estudio total de las relaciones significativas de todos los motivos
dentro de estas gráficas rupestres, sería un trabajo que valdría la pena realizarse en un futuro,
para así poder genera mayor información para las interpretaciones aquí expuestas o incluso
realizar otras que sean mejores y lleguen a conclusiones más sólidas sobre el significado de
la gráfica rupestre de esta región.
A pesar de ello, creemos que con las conclusiones vertidas en este trabajo, tenemos la
capacidad de poder decir, a manera de hipótesis, que los signos antropomorfos de esta región
funcionaban dentro de una cadena comunicativa que pertenecía a un orden mayor
cosmovisional, caracterizado por un culto a los ancestros, los cuales se ven representados
como cazadores o flechadores, haciendo énfasis a esas características de “lo chichimeca”
que hemos mencionado anteriormente, o también representados como seres primigenios,
anteriores al momento de creación. Otro rasgo sería la evocación al sol o a la deidad solar,
dentro de su advocación como numen de la fertilidad y en su papel como ente guerrero; al
venado como ser relacionado a lo solar y fértil, pero también visto a partir de sus cualidades
significativas como ancestro o creatura primigenia. Otra característica de este enramado
cosmovisional sería la de representaciones de rituales dancísticos, los cuales podríamos
interpretar como mitotes, en los cuales las deidades y los especialistas rituales también se
representan, como actores principales dentro de estas —esta idea derivada de que estas
últimas figuras son las que mejores cualidades representativas poseen—, pero que las figuras
más representadas son aquellas que refieren a los participantes dentro de los rituales.
252
a)
b) c)
d) e)
Ilustración 47: Detalles de los sitios rupestres de: a) Cueva del Capirito, Michoacán, b) Tom-14, piedra 18, Tomatlán, Jalisco, c)
Cañón del Ocotillo, Jalisco, d) El Sabino, Gto. y e) Cueva del Cuervo, Gto., los dos últimos en las inmediaciones de la Sierra Gorda.
cosmovisionales que mencionamos para los grupos asentados en estas regiones durante
apartados pasados —ver ilustración 47.
Sin embargo, es importante recalcar una diferencia sumamente significativa dentro de
estas representaciones: la técnica con la cual las realizaron. Si bien dentro de los estados de
Jalisco y Nayarit encontramos pintura rupestre, una gran cantidad de sus sitios son de
petrograbados. Cuando bajamos hacia la zona de Michoacán, se vuelve más común la pintura
como técnica representativa, la cual la encontramos en mayor grado ya adentrándonos en la
Sierra Gorda. Creemos que estas diferencias en las técnicas de creación se deben a que estos
se realizaron por grupos diferentes, pero el hecho de que un mismo signo o símbolo lo
encontremos en pintura o en petrograbado, es señal de que este pertenecía a sus esferas
cosmovisionales a pesar de que fueran grupos distintos, lo cual se uniría a los argumentos
de nuestras hipótesis.
la concepción del cuerpo humano que existe entre los huicholes, ya que es entre ellos que
también encontramos paralelismos representativos en la creación de figuras corpóreas
humanizadas.
Dentro de estas concepciones de qué es lo humano, algunos autores han planteado que
lo importante en este aspecto es “entender la forma en la que las sociedades conciben,
definen y finalmente construyen una particular versión de lo que debe ser un ser humano”
(Martínez y Barona 2015:42). Y esta concepción de qué debe ser un ser humano, se
desarrollará a partir de lazos de parentesco, políticos, sociales históricos y cosmovisionales
de cada sociedad en particular, y se observará, entre otros aspectos, en cómo es representado
ese ser humano por cada sociedad.
El cuerpo humano es visto, entonces, como una herramienta, como un instrumento
para comunicarse, reproducirse y conocer el mundo. Es un constructo cultural, a partir de la
cual adquiere sentidos específicos, y es a partir de la misma que se dictan las formas en las
que es posible hacer uso del mismo (Martínez 2013:11, 241). Es por ello, que consideramos
que este es otro desarrollo al que pueden dar pie los resultados de esta tesis, ya que, por así
decirlo, sentaría las bases para poder pasar a este siguiente nivel.
3. Palabras finales
Antes de finalizar esta investigación, quisiéramos desarrollar un par de ideas que creemos
importantes para el entendimiento de las representaciones que estudiamos. A lo largo de este
trabajo, hemos ido y vuelto en diversos temas desde los arqueológicos hasta los etnográficos,
de los teóricos a los técnicos, todo en aras de poder realizar interpretaciones que no
solamente sean coherentes con la realidad, sino que generen información nueva para nuestra
zona de estudio y nuestro tema. El estudio del arte rupestre es una de las áreas dentro de la
arqueología que menor cantidad y calidad de estudios presentó en sus inicios, eso si lo
comparamos con lo arqueología que ha sido llamada “monumentalista” o de “altas culturas”
—términos con los cuales no compartimos—; sin embargo, en las últimas décadas se ha
dejado ese olvido y se han generado muchos proyectos de investigación en México y el
mundo, que han dado pie a muy diversos desarrollos teóricos que van desde lo
arqueoastronómico a lo semiótico, como en esta tesis. Sin importar cuál sea la manera de
abordar el arte rupestre, creemos que todas ellas comparten una finalidad central: el
comprender qué significaba para las sociedades que lo crearon.
Es a partir de esa finalidad central que se desarrolló toda la investigación que aquí
presentamos. El arte rupestre es una expresión sumamente desarrollada en la Sierra Gorda
de Guanajuato, y dentro de ella, las representaciones humanas son de las más reproducidas
y repetidas. El comprender que estas pertenecían a un código de representación que no
solamente es propio de nuestra área de estudio, y que presenta significaciones que también
podrían ser similares para otras áreas no solamente del Centro norte de México, creemos es
crucial para los estudios de la región.
255
pretérita. Esperamos que los resultados sean lo suficientemente coherentes para poder dar
pie a nuevas investigaciones que sigan el mismo cauce, en la búsqueda de la comprensión
de la cosmovisión de grupos que, por razones diversas, han sido marginados de la
investigación arqueológica, pero cuya comprensión podría ayudarnos a entender mejor el
pasado prehispánico de nuestro país.
258
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ÍNDICE DE IMÁGENES
Imagen 1: Ubicación Geográfica de la Sierra Gorda. Elaboró: Dulce Abigaíl Cruz Torres.
Fuente: CONANP/INEGI. ........................................................................................... 7
Imagen 2: Límites territoriales de la frontera norte de México y los grupos que la habitaron
según Kirchhoff (Kirchhoff 1943:133)...................................................................... 12
Imagen 3: Fluctuaciones de la frontera norte de Mesoamérica. Fuente: (Viramontes
2014:27). .................................................................................................................... 16
Imagen 4: División morfológica de la posición de elementos antropomorfos. Imagen
tomada de: Viramontes, 2007 :177. Sitio: "Cueva del Cuervo", Conjunto 1, Motivo 1. 72
Imagen 5: Motivos antropomorfos del estilo Rojo Lineal Cadereyta (Viramontes
2005a:170). .............................................................................................................. 126
Imagen 6: Tabla de relación de tipos de antropomorfos esquemáticos de estilo Rojo Lineal
Cadereyta en el arte rupestre de Querétaro (Viramontes 2005b:125). .................... 127
Imagen 7: Tabla de relación de tipos de antropomorfos esquemáticos de estilo Rojo Lineal
Zamorano en el arte rupestre de Querétaro (Viramontes 2005b:126). .................... 128
Imagen 8: Tabla de relación de tipos de antropomorfos polícromos y realistas del estilo
Polícromo Victoria en el arte rupestre de Querétaro (Viramontes 2005b:127). ..... 129
Imagen 9: Ejemplos del estilo Blanco Huimilpan (Viramontes 2005a:176). .......... 130
Imagen 10: Ejemplos del estilo Santa María (Viramontes 2005a:215). ................. 130
Imagen 11: Antropomorfos registrados para el sitio 246, Abrigo Banzhá (Ochatoma
1994:94). .................................................................................................................. 132
Imagen 12: Antropomorfos registrados para el sitio 245 (Ochatoma 1994:95). ..... 132
Imagen 13: Grafismos pintados, antropomorfos del Centro norte de Michoacán. Las letras
entre paréntesis de los incisos superiores corresponden a la clasificación de antropomorfos
de la imagen superior (Faugère 1997:75). ............................................................... 134
Imagen 14: Ejemplos de la Tradición México Semiárido (Faugère 1997:78). ........ 135
Imagen 15: Ejemplos de la Subtradición Las Pinturas (Faugère 1997:80). ........... 136
Imagen 16: Ejemplos de la Subtradición Campos (Faugère 1997:85). ................... 137
Imagen 17: Ejemplos de la Subtradición Campos (Faugère 1997:87). ................... 137
Imagen 18: Antropomorfos y zoomorfos de Tradición Grabada Malpaís (Faugère
1997:65). .................................................................................................................. 138
Imagen 19: Escena de cacería en el panel V de Cueva del Capirito (Faugère 2002:33).
................................................................................................................................. 140
Imagen 20: Escenas interpretadas como de danza en el panel IV de la Cueva del Capirito
(Faugère 2002:32).................................................................................................... 141
Imagen 21: Panel VI de la Cueva del Capirito (Faugère 2002:34). ........................ 141
Imagen 22: Cueva de las Pinturas, panel central (Faugère 2012:85). ..................... 142
Imagen 23: Panel central de la Cueva de los Soles (Faugère 2012:86). .................. 144
272
Imagen 24: Detalle del panel central del sitio Barranca de los Tecolotes (Faugère 2012:87).
................................................................................................................................. 144
Imagen 25: Figura de “antropomorfo de palitos” (Martínez et. al. 2010:140). ....... 146
Imagen 26: Panel rupestre del sitio Tom-12, La Peña Pintada I, Tomatlán (Mountjoy 1987,
Fig. 3)....................................................................................................................... 148
Imagen 27: Panel grabado del sitio Tom-4, piedra 86, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig. 12).
................................................................................................................................. 148
Imagen 28: Panel del sitio Tom-4, piedra 86, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig. 15).149
Imagen 29: Petrograbados del sitio Tom-14, piedra 18, Tomatlán (Mountjoy 1987, Fig.
21). ........................................................................................................................... 149
Imagen 30: Dibujo de los diseños de pictografías en el panel principal del sitio El Para
Nada, municipio de Mascota (Mountjoy 2012:13). ................................................. 150
Imagen 31: Petrograbados representando el sol y asociados con un motivo que representa
al chamán que lleva a cabo los ritos al sol para atraer lluvia. Sacamecate, sitio de El
Chorrito, Municipio de Talpa. (Mountjoy 2012:17)................................................ 150
Imagen 32: Petrograbado antropomorfo interpretado como un chamán con cuernos de
venado que representan el poder mágico del chamán relacionado con ritos al sol que lleva a
cabo, indicado por el segundo petrograbado interpretado como el glifo del sol (Mountjoy
2012:19). .................................................................................................................. 151
Imagen 33: lado poniente del Cañón del Ocotillo. Antropomorfos y zoomorfos
cuadrúpedos con cornamentas, interpretados como una escena de la “caza sagrada de
venados” (Mountjoy 2012: 36). ............................................................................... 151
Imagen 34: El Cañón del Ocotillo, lado poniente. Petrograbados de antropomorfos
interpretados como chamanes con tocados de plumas que probablemente representen rayos
del sol (Mountjoy 2012:36). .................................................................................... 152
Imagen 35: Distintas representaciones del lagarto y sus transformaciones (Faba 2001, Fig.
10). ........................................................................................................................... 153
Imagen 36: Petrograbados de Tomatlán, Jalisco, los cuales se han interpretado como
lagartos, ciempiés y antropomorfos en un proceso de transformación entre sí (Faba 2001,
Fig. 25)..................................................................................................................... 154
Imagen 37: Abrigo El Tepozán, croquis general. Levantamiento y dibujo: Daniel Valencia
(Valencia 2005:358). ............................................................................................... 156
Imagen 38: Abrigo El Tepozán, Conjunto 2. Levantamiento y dibujo: Daniel Valencia
(Valencia 2005:260). ............................................................................................... 157
Imagen 39: Abrigo El Tepozán, Conjunto 3, levantamiento y dibujo: Daniel Valencia
(Valencia 2005:362). ............................................................................................... 157
Imagen 40: Sitio El Ocote, panel general. Dibujo y levantamiento: Daniel Valencia
(Valencia 1993:63). ................................................................................................. 158
Imagen 41: Sitio El Huipil, detalle de motivos en rojo y motivos en negro. Levantamiento
y dibujo: Daniel Valencia (Valencia 1993:64). ....................................................... 159
273
Imagen 66: Códice Borgia, lámina 19, dios del planeta Venus, Tlahuizcalpantecuhtli.
................................................................................................................................. 179
Imagen 67: Códice Borgia, lámina 19, detalle antropomorfo. Figura asociada a Ehécatl-
Quetzalcóatl. ............................................................................................................ 180
Imagen 68: Códice Borgia, lámina 23, detalle antropomorfo interpretado como el dios
Tonatiuh. .................................................................................................................. 180
Imagen 69: Códice Borgia, lámina 23, detalle antropomorfo ................................. 181
Imagen 70: Códice Borgia, lámina 23, detalle antropomorfo, interpretado como Ehécatl.
................................................................................................................................. 181
Imagen 71: Códice Borgia, lámina 28. Detalle de Tlaloque y antropomorfo con astas.
................................................................................................................................. 182
Imagen 72: Códice Borgia, lámina 33, detalle de antropomorfos, algunos con tocado de
astas o antenas, asociados a círculo concéntrico radiado. ....................................... 182
Imagen 73: Códice Borgia, lámina 35. .................................................................... 183
Imagen 74: Tonacatecuhtli o Cipactonal (Rojas 2008:145, redibujados del Códice Borgia,
1993: lámina 35). ..................................................................................................... 184
Imagen 75: Códice Borgia, lámina 61. Figura asociada a Tonacatecuhtli. ............. 184
Imagen 76: Códice Borgia, lámina 49, detalle de figura antropozoomorfa. ........... 185
Imagen 77: Códice Borgia, lámina 51, probablemente Cipactli. ............................ 185
Imagen 78: Códice Borgia, lámina 52, ciervo herido por un dardo. ....................... 186
Imagen 79: Códice Borgia, lámina 53. .................................................................... 186
Imagen 80: Códice Féjérváry-Meyer, Lámina 41. .................................................. 187
Imagen 81: Códice Laud, lámina 6.......................................................................... 188
Imagen 82: Códice Laud, Lámina 22. ..................................................................... 188
Imagen 83: Códice Vaticano B, lámina 87. ............................................................. 189
Imagen 84: Códice Vaticano B, lámina 91. ............................................................. 189
Imagen 85: Códice Vaticano A, Lámina 44v. .......................................................... 190
Imagen 86: Códice Vaticano A, lámina 85v. ........................................................... 191
Imagen 87: Códice Borbónico, lámina 28. .............................................................. 192
Imagen 88: Códice Azoyú 1. Folio 28...................................................................... 193
Imagen 89: Códice Azoyú 1. Folio 27...................................................................... 194
Imagen 90: Códice Azoyú . Folio 22........................................................................ 195
Imagen 91: Códice de Huamantl. Fragmento 7. ...................................................... 196
Imagen 92: Códice Huamantla. Fragmento 7. ........................................................ 197
Imagen 93: Códice Huamantla. Fragmento 4. ........................................................ 197
Imagen 94: Códice Huichapan. Folio 49................................................................. 198
Imagen 95: Códice Huichapan. Folio 54................................................................. 199
Imagen 96: Relación de Michoacán. Folio 79. ........................................................ 200
Imagen 97: Relación de Michoacán. Folio 83v. ...................................................... 201
Imagen 98: Relación de Michoacán. Folio 85. ........................................................ 202
Imagen 99: Relación de Michoacán. Folio 113v. .................................................... 203
275
Imagen 100: Relación de Michoacán. Folio 19, tercera parte. ................................ 204
Imagen 101: Tepari ubicado en Tepic, Nayarit (Faba 2015:45). ............................ 212
Imagen 102: Pinturas faciales registradas por Lumholtz, advocando las características de:
a) El Abuelo Fuego, b) Bisabuelo Cola de Venado, c) Padre Sol, d) El Sol Poniente y f) El
hermano mayor (Lumholtz 1986: 276). ................................................................... 213
Imagen 103: Pinturas faciales registradas por Lumholtz, advocando las características de: a
y b) El Hermano Mayor Wa’kuli, c) La Madre Maíz, d) La Madre Agua Oriental, e y f)
Madre Ha Uli’ma (Lumholtz 1986:277). ................................................................ 213
Imagen 104: Variantes de motivos de peyotes en las pinturas faciales de Jicareros (Faba
2003:81). .................................................................................................................. 214
Imagen 105: Huicholes en peregrinación con pinturas faciales amarillas en las mejillas.
Nótese que el fondo rocoso presenta diseños de arte rupestre, al parecer petrograbados
(Neurath y Kindl 2005:28). ..................................................................................... 215
Imagen 106: Pinturas faciales huicholas (Kindl 2008:36). ...................................... 215
Imagen 107: Jicarera con pintura facial durante la Fiesta del Peyote (Neurath y Kindl
2008:94). .................................................................................................................. 216
Imagen 108: Participantes preparándose para la Danza del Venado (Valdovinos 2008:92).
................................................................................................................................. 216
Imagen 109: Jícaras ceremoniales del sol (Tawexikia) en Las Pitayas, Jalisco (Neurath y
Kindl 2008:119). ...................................................................................................... 217
Imagen 110: Jícaras ceremoniales (Neurath y Kindl 2005: 31). ............................. 217
Imagen 111: Izquierda: jícara ritual procedente de la cueva sagrada Te’akata. Derecha:
jícara ritual procedente del cerro Kauyumari Muyehue, en Wirikuta (Villegas 2016:41).
................................................................................................................................. 217
Imagen 112: Diseño de un niérika en asta de venado (Kindl 2008:44). ................. 218
Imagen 113: Cornamenta de venado pintada con uxa, que llevan los peyoteros de
Tunuwametia (Neurath y Kindl 2008:133). ............................................................ 218
Imagen 114: Flechas rituales con diseños figurativos y geométricos (Alonso 2008:116).
................................................................................................................................. 219
Imagen 115: Violín con motivos de niérika, ciempiés y líneas en zigzag, utilizado en
peregrinaciones (Neurath y Kindl 2005:28). ........................................................... 219
Imagen 116: Esculturas que representan a los ancestros y ofrendas en Te’akata, Jalisco
(Neurath y Kindl 2005:29). ..................................................................................... 220
Imagen 117: Altar en Te’akata, Jalisco (Neurath y Kindl 2008:43). ...................... 220
Imagen 118: Depósito de ofrendas en una cueva de Te’akata (Neurath y Kindl 2008:43).
................................................................................................................................. 220
Imagen 119: Representación del Sol (Landa 2003:66) ........................................... 221
Imagen 120: Cuadro de estambre con la representación de la noche en el mundo (Landa
2003:66). .................................................................................................................. 221
Imagen 122: Cuadro textil diseñado por Guadalupe González, titulado “El nacimiento del
Sol” (Neurath 2000:72). .......................................................................................... 222
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ÍNDICE DE ILUSTRACIONES
ÍNDICE DE TABLAS