El Hombre Puede y Debe Alcanzar La Santidad

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El hombre puede y debe alcanzar la santidad

Para que el hombre alcance su plenitud, la santidad, debe realizar obras buenas, eligiendo libremente
unirse a la voluntad de Dios.

 El Concilio Vaticano II ha recordado que todos los hombres, sin excepción, están
llamados a adquirir la santidad.

En efecto, Dios creó al hombre para que alcanzara su plenitud y su felicidad. Esta plenitud sólo puede
alcanzarla el hombre poseyendo el bien sumo, que es el mismo Dios.

Dios es la misma bondad; por eso Dios es santo. En Él no hay nada sucio ni torcido, ni falso. En El no
hay nada de mal. Por eso, el hombre alcanzará su plenitud haciéndose santo.

El camino para que el hombre alcance su plenitud, la santidad, es realizar obras buenas. Lo más
importante para el hombre es, como decía Calderón de la Barca: «obrar bien, que Dios es Dios». (Gran
teatro del mundo).

Obrar bien significa tener una conducta buena, unas costumbres buenas. No bastará con que obre bien
alguna vez, sino habitualmente. A esa conducta se le llama moralmente buena. Por eso la Moral es el
estudio de las costumbres humanas.

El hombre es un ser espiritual y material. Vive en el mundo material, del que forma parte, pero es
superior a él por su espíritu. La espiritualidad se manifiesta en que es inteligente y libre. Esa libertad no
es absoluta, pues entonces sería omnipotente, pero hace que el hombre pueda elegir, y ahí radica la
moralidad de las acciones humanas: el hombre puede elegir bien o mal.

Dios al crearlo le impuso un mandato para que ejerciese su libertad. La ejercitaría bien, si lo cumplía,
pues habría elegido lo bueno: lo que Dios quiere.

La posibilidad de pecar es un riesgo, pero no quita la grandeza del hombre, que es capaz de amar, de
elegir el bien libremente, de unirse a la voluntad de Dios. Dios ha querido que el hombre pueda ser su
amigo; «El hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha amado por sí misma» (GS, 24), y San
Pablo indica esta grandeza de la bondad divina: «Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo, para
que seamos santos ;e irreprochables por el amor» (Ef. 1, 4).

A la búsqueda de un ideal

Cada persona lleva dentro una imagen ideal de sí mismo, que le dice cómo debe ser. la realidad de cada
día, sin embargo, es bien distinta: aparecen los fallos y las limitaciones. Entonces surge un sentimiento
de vergüenza y de molestia por lo que uno "es, frente a lo que querría o debería ser. El hombre vive así en
una lucha interior. Se encuentra dividido: -El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero
hacer, eso es lo que hago- (Rom. 7, 19).

San Pablo ve en esta división una situación de esclavitud, propia del hombre apartado de la gracia de
Dios: .Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí es decir, en mi carne; porque el querer lo bueno
lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. (Rom. 7, 18).El Antiguo Testamento nos habla de la Ley dada por
Dios al pueblo de Israel. Ella muestra al pueblo el camino para el encuentro con Dios y con los hombres.
Es un ideal moral y religioso: le dice a todo hombre cómo debe ser. (C.v.e., pág. 312)

¿En qué consiste la dignidad de la persona humana? En poseer una vida superior a los demás seres
creados. El hombre puede conocer y amar, porque es inteligente y libre. Al afirmar la espiritualidad y la
inmortalidad del alma alcanza la verdad más profunda de su ser (cf. GS, 14).
Esta dignidad de la persona humana tiene muchos aspectos, pero hay uno que es el más importante: el
hombre es un ser moral. Ser moral quiere decir que es verdaderamente libre, es decir capaz de elegir. Ahí
está el gran drama humano, puede elegir el bien o el mal. El hombre está hecho de forma que puede
perfeccionarse o desgraciarse. La tendencia a la verdad y el bien es evidente, pero también lo es la
existencia de errores y de pecados.

- Todo hombre está llamado a la santidad.

- La santidad es la plenitud y felicidad del hombre.

- El hombre, para alcanzar su plenitud, ha de obrar bien.

- El hombre posee una vida superior a la de los demás seres creados.

- El hombre puede conocer y amar.

- El hombre es un ser moral: por ser libre, es capaz de elegir entre el bien y el mal.

¿Cómo capta el hombre el bien y el mal?

Todos y cada uno de los hombres pueden captar el bien en lo más profundo de su conciencia. la voz de la
conciencia resuena en su interior advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el
mal.

Existe una conciencia general que indica los primeros principios: Haz el bien y evita el mal. Todos los
hombres coinciden en estos principios generales. Esta coincidencia procede de que todos los hombres
han sido creados por Dios. Después existe una conciencia práctica que desciende a juzgar la bondad o
maldad de las acciones concretas, por ejemplo, no matar, no mentir, honrar a los padres, trabajar, ser
sincero, etcétera.

Así como en la conciencia general todos los hombres coinciden, en la conciencia práctica pueden disentir
incurriendo en error. Esto es así porque la conciencia puede estar obscurecido por la ignorancia, y, sobre
todo, por el pecado. El pecador que no quiere rectificar sus errores o se ha acostumbrado a sus pecados,
busca justificarse diciendo que es bueno lo que es malo. Este es el camino de la degradación de la
dignidad humana, y así será posible justificar la violencia, la mentira, la impureza, la deslealtad, etcétera

El llamado

"Para gloria de mi Padre es que deben dar mucho fruto, para luego ser mis discípulos" (Jn. 15:8)
La santidad de vida no es un privilegio de unos cuantos escogidos -es una obligación- es el llamado de Dios y Su
voluntad para cada cristiano.

No podemos poner una barrera de excusas a la realidad que nos muestra claramente que "nuestra santificación es
la Voluntad de Dios" (1 Tes 4,3). Hemos sido creados por Dios con el expreso propósito de irradiar a Su Hijo,
Jesús, con nuestro modo único y particular. Le damos gloria al escoger ser lo que Su Sapiencia nos pide ser.

Un cristiano debe ser un "signo de contradicción" -una luz en la cima de una montaña- una antorcha en medio del
mundo. Su vida entera es un silente reproche para los pecadores, una luz de esperanza para los oprimidos, un rayo
de sol para los que están tristes, una fuente de valor para los desposeídos y un signo visible de la realidad invisible
de la gracia.

Los santos son personas ordinarias, que aman a Jesús, intentan ser como Él, son fieles a los deberes propios de su
estado de vida, se sacrifican por su prójimo y mantienen sus mentes y sus corazones alejados del mundo.

Viven en el mundo, pero se elevan sobre sus estándares mediocres. Disfrutan de la vida porque vivirla es un reto,
no una penitencia. Podrían no entender la razón de la cruz, pero la fe les da una capacidad especial para hallar la
esperanza en ella. Entienden que deben seguir las huellas del maestro y que todo lo que les sucede está orientado a
lograr su bien.

Los santos son personas comunes y corrientes, que hacen lo que hacen por amor a Jesús, - dicen lo que deben
decir sin tener miedo - que aman al prójimo incluso cuando éste los rechaza; y viven sin arrepentirse del ayer y sin
temor por el mañana.

Nadie está exento del llamado a la santidad. Hombres, mujeres y niños han subido la escalera de la vida y han
alcanzado altos grados de santidad. Estos santos cristianos pueden encontrarse en todos los estados de vida
existentes.

Tenemos por ejemplo a Tarcisio, de nueve años, quien defendió la Eucaristía con su vida. María Goretti, de once
años, que defendió su virginidad y fue apuñalada una y otra vez por quien la atacó. Su santidad brilló
intensamente cuando perdonó a quien la intentó violar y asesinó, además de orar por su conversión

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