Ana Mendez Ferrell - Principe Leon (Spanish Edition)

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A nuestros queridos niñ os que está n a punto de adentrarse a estas

pá ginas, en quienes sabemos que se encuentra un intré pido potencial.


A ustedes, que son en su corazó n prı́ncipes y princesas vestidos de
realeza por el Padre Celestial. A ustedes que con su amorosa amistad,
su inocente risa, y su mirada pura le recuerdan a todo lo creado la
melodı́a de la vida. Sabemos que logrará n cosas nunca alcanzadas. Que
creará n realidades que otros nunca se habı́an imaginado. Que reirá n,
disfrutará n y saldrá n vencedores ante cualquier obstá culo.
Recordamos una historia que queremos contarles, es la de Leó n y Clara.
Ellos, al igual que ustedes y nosotros, hallaron un dı́a un importante
libro cuyas letras brillaban delante de ellos para ser leı́das. Cuyas
pá ginas eran puertas a lugares Celestiales que sobrepasan la
imaginació n.
Tan importante era aquel libro que nunca má s se olvidaron de su
Creador y de quié nes eran realmente. Esto hizo que resplandeciera una
luz brillantı́sima en su interior que iluminó el mundo entero.
Ahora, al pasar esta pá gina, prepá rense queridos niñ os, para una
aventura sin igual. Una que tal como la de Leó n y Clara, ustedes
tambié n vivirá n.
Esa mañ ana emprendı́ vuelo desde temprano. El Creador y Padre del
universo resplandecı́a como una lumbrera brillantı́sima, mientras todo
amanecı́a. Su luz, la tenı́a frente a mı́. Con mis alas extendidas daba
piruetas sobre los aires y acariciaba con mis plumas las alas de muchos
á ngeles. Ası́ es como me elevaba yo, el Gran Aguila Hakmah, volando en
los caminos del Cielo, recorrié ndolos y disfrutando de aquella calma
armoniosa e inigualable.
Habitualmente, en las alturas, me topaba con muchos á ngeles que
recorrı́an las ó rbitas celestiales saliendo y entrando de los mundos que
les habı́an sido asignados, pero aquella mañ ana fue especial.
Multitudes de seres de la Luz, de todos los con ines del universo, se
dirigı́an expectantes a un mismo sitio. Cantaban con gran gozo y
alegrı́a:
Los Cielos anunciamos Su gloria
Y contamos las maravillas de Sus obras.
Vamos a todos a Él,
veremos sonreír a nuestro Rey.
Entonces yo los acompañ é en mi vuelo. Ibamos al lugar donde son
creadas las estrellas, allı́ nacen los hijos de Dios.

El Padre de las Luces estaba ahı́.


Algo maravilloso estaba por suceder. Su resplandor se intensi icó , un
sonido estrepitoso se escuchó , y con un gran rugido de leó n, una nueva
estrella salió de El.
La pequeñ a luminaria empezó a brillar en el inmenso irmamento y
poco a poco empezó a tomar la forma de un hermoso niñ o.
Al verlo, me sorprendió su belleza, y má s por las esplé ndidas vestiduras
de oro y plata con las que el Padre lo vistió y lo llamó Prı́ncipe Leó n.
Las demá s estrellas que habı́an visto su nacimiento comentaban entre
ellas y con una emoció n similar a la mı́a se decı́an “é l ha sido creado en
medio del rugido de Dios. ¡Este es un hijo de gran autoridad y
gobierno!”
Yo me alegraba. Amaba ser compañ ero de aquellos que son el motivo
de la alegrı́a del Padre. Por eso El me permitı́a ser un querido amigo de
aquellos a quienes El ama.
Fue ası́ como volé hacia el Prı́ncipe Leó n. Me presenté a é l y me sonrió .
Se montó sobre mı́ y volando lo llevé a un gran saló n, en el Palacio de la
Sabidurı́a dentro de la Ciudad Celestial. Ahı́ habı́a otras pequeñ as
luminarias, hijos e hijas de Dios como é l, siendo entrenadas en los
principios y poderes del Reino.
El Prı́ncipe veı́a maravillado cuá ntos dones y talentos aprendı́an cada
uno de ellos en ese lugar. Entre los muchos, habı́a una pequeñ a a quien
se le mostraba el universo. En una de las puertas frente a ella
gravitaban fó rmulas matemá ticas. Habı́a otra quien hablaba y jugaba
con animalitos que la rodeaban y escuchaban atentamente. Habı́a
tucanes, jaguares, exó ticas zebras, monos y otros animalitos de la selva.
A un lado, un niñ o se encontraba frente a una de las puertas la cual daba
hacia un paisaje lleno de nieve. Sobre la puerta se alcanzaba a leer: Los
Tesoros de la Nieve y el Granizo. El estaba siendo entrenado para
conducir los climas en diversos planetas. Dirigı́a las nubes llenas de
lluvia, el granizo, la nieve y tambié n los rayos.
Hubo un momento en el que una intensa rá faga sacudió el saló n y
mientras tanto aquel niñ o exclamó :
- ¡Agá rrense bien! ¡No logré controlar el fuerte viento!
Habı́a niñ os estudiando, tambié n unos que volaban hacia el abierto
irmamento sobre el saló n. Otro muy peculiar, daba pasos sobre el agua
que surgı́a del suelo donde quiera que é l pisaba.
Todos estos tiernos niñ os se preparaban aquı́ para una grandeza sin
igual.
El saló n tenı́a ventanas por las que penetraban rayos de luz de diversos
colores que parecı́an danzar unos con otros. Unos envolvı́an a algunos
de los niñ os cambiando sú bitamente sus vestiduras y su resplandor.
Lleno de curiosidad por ver de dó nde venı́an estas luces Leó n se asomó
por uno de los enormes ventanales. Afuera habı́a un jardı́n
hermosı́simo lleno de lores, de á rboles frondosos, de aves exó ticas y
animales esplé ndidos. De todos salı́an cantos. Todos, de una forma u
otra, exaltaban al creador.
Yo veı́a como é l extasiado exploraba con la vista ese maravilloso vergel.
De repente sus ojos quedaron ijos, quedando completamente
asombrado por una hermosa criatura la cual orquestaba el armonioso
canto de las lores. Su belleza sobrepasaba a la de las demá s niñ as que
se educaban en el Saló n de la Sabidurı́a.
- ¿Quié n era? ¿Por qué no estaba con las demá s?- se preguntaba é l.
La pureza celestial, que irradiaba en el rostro de ella, hacı́a que tuviera
poder sobre los á ngeles. Eran ellos los que a manera de rayos de luz
entraban al saló n y empoderaban a sus hermanos.
Conociendo los pensamientos del prı́ncipe, susurré a su oı́do: Su
nombre es Clara.
El prı́ncipe Leó n habı́a pasado un buen rato simplemente observando a
Clara cuestioná ndose có mo podrı́a llegar a ese lugar donde ella estaba.
La ciudad y el palacio se encontraban sobre el monte alto. El jardı́n
donde ella se encontraba estaba en una explanada a las faldas de aquel
monte, pero el acceso hasta ahı́ no se veı́a fá cil.
Desde arriba se podı́an ver las diversas terrazas con sus huertos
escalonados en la pendiente y la enorme extensió n del jardı́n, con sus
bosques y praderas de diversas tonalidades. Los colores dependı́an de
las lores, las aves y los á ngeles establecidos en cada sector del
hermoso paraı́so. Alrededor se podı́an apreciar los muros exteriores
formados de diversas piedras preciosas. Estas tintineaban con el
resplandor de la luz de Dios, formando auroras y arcoı́ris que danzaban
sobre de ellos. De la ciudad, en lo alto, luı́an cascadas de agua cristalina
formando un bello rı́o que adornaba de majestad el jardı́n. Este parecı́a
ser de oro puro, re lejando la Luz celeste.
En medio del jardı́n habı́a un inmenso á rbol que formaba un arco sobre
el rı́o y sus raı́ces se asentaban a un lado y otro de la corriente. Rayos de
luz salı́an de é l en constante movimiento. De é l emanaba una fragancia
fresca y dulce, que llenaba de amor todo el irmamento.
Leó n queriendo conocer todo lo que veı́a se dio la vuelta para hacerme
la pegunta de có mo bajar, pero yo habı́a desaparecido.
Buscá ndome por todos lados y sin encontrarme se sintió
desconcertado.
-¡Hakmah, Hakmah! - me gritaba, pero yo ya no estaba.
Desanimado se apoyó en la ventana para seguir viendo de lejos lo que
parecı́a inalcanzable.
En eso apareció un pajarito, de plumas grises como la plata, y una
simpá tica cabecita blanca y ojos azules revoloteando alrededor del
decepcionado Prı́ncipe. Su trino parecı́a má s que una melodı́a una risa
contagiosa. Leó n molesto de que alguien pudiera burlarse de su
lamento lo ahuyentó con la mano, diciendo:
-Ya dé jame en paz, ¿qué no vez mi frustració n? El pajarito dejó de
reı́rse y empezó a danzar en la repisa de la ventana tratando de
llamar su atenció n con movimientos dignos de una alta
coreografı́a.

Poco a poco Leó n dejó sus pesares y se enfocó en lo que ese momento
podı́a aportarle. Dejó su cara de amargura y empezó a sonreı́rle.
Entonces el pajarito se detuvo y de pronto se transformó .
He aquı́ un gran misterio queridos niñ os: El pajarito era yo mismo, el
á guila Hakmah.
Leó n saltó hacia atrá s del susto.
No pude resistir soltar una regocijante carcajada.
-Soy yo- le dije entre risa y risa. -Yo siempre estoy a tu lado, soy la
Sabidurı́a, pero só lo me encuentras cuando puedes apreciar el
momento presente. Si está s preocupado, frustrado, enojado vas a
ver lo que no tienes que ver y por má s que esté a tu lado no me vas
a poder reconocer.
Ası́ que, me transformé de nuevo, primero en una rana, luego en una
mariposa, luego en un niñ o, despué s en un viejito, luego en un lobo
negro y feroz y al inal volvı́ a ser yo, el á guila.
-¿Ves? No siempre soy igual. Por eso me oculto, para que só lo el que
me busque me encuentre.
Leó n me miraba maravillado.
-Yo soy el que abre caminos que parece que no existen- añ adı́.
-Pero si te busco y eres bueno, ¿por qué te aparecerı́as como lobo
feroz? ¿Si me equivoco, me comes?- inquirió Leó n desconcertado.
Mirando al pequeñ o con ternura añ adı́:
-Habrá momentos, no aquı́ en la Ciudad Celestial, sino en la Tierra a
donde será s enviado, en que querrá s ir por caminos no buenos
para ti. En tu corazó n pensará s que son buenos porque te
entusiasmará n al principio, pero su inal es destrucció n. En esos
momentos no tendrá s oı́dos para mı́ en mis formas nobles. Por eso
tendré que atravesarme en el camino. En esos casos, por amor a ti,
me apareceré tomando la forma de lobo o de algú n personaje que
te haga entender que no es por ahı́. Nunca será para hacerte dañ o,
sino para que endereces tu camino.
-Y esa Tierra de la que hablas, ¿dó nde es? Y ¿cuá ndo voy a ir?
-Todavı́a no es le tiempo y só lo irá s si tú lo decides. El Padre no le
impone nada a nadie. Por el momento hay muchas cosas que tienes
que aprender aquı́, ademá s de conocer otras criaturas como tú .
Ellos son tu familia en los Cielos y parte importante de tu diseñ o.
¿Es Clara parte de mi diseñ o?
-Por supuesto, por eso llamó tu atenció n má s que cualquier otra
niñ a celestial. ¿Quieres ir a conocerla?
La cara de Leó n destelló en luz por la alegrı́a que eso le produjo.
Entonces extendı́ mis alas y abrı́ un hermoso camino de oro frente a mı́.
En ese momento el espı́ritu de Dios apareció como Ruah, el caballo
blanco y mi inseparable compañ ero. El se arrodilló para que Leó n lo
pudiera montar y galopando por las veredas celestes descendieron a
una explanada del hermoso jardı́n.
Yo los seguı́a por los á rboles del huerto. Leó n parecı́a un ejemplar
caballero armado de la valentı́a que Dios puso en su Corazó n.
Las ramas y hojas de los á rboles dejaban entrar rayos de luz con
diferentes matices de colores brillantes. Ası́ se iluminaba el sendero del
bosque donde andá bamos. Al avanzar, la densidad de los á rboles se
abrı́a hacia un espacio con pastos y lores.
Habı́a una cascada que caı́a desde gran altura. Una ligera brisa
levantaba suavemente sus aguas, asemejando las alas de los á ngeles
que volaban en derredor y produciendo un hermoso arcoı́ris.
Yo me elevé al lugar desde donde caı́an aquellas aguas, donde yo
habitaba. Desde ahı́ veı́a la explanada donde un á ngel terminaba de
poner sobre Clara los ú ltimos detalles de un hermoso ropaje de rosas
rojas. Como tal vez se lo imaginen ustedes niñ os, aquella Clara de quien
comenzamos a hablar era sin duda muy especial.
- ¡Listo! - exclamó el á ngel de diseñ os eternos.
-Ahora sı́, he terminado el vestido - decı́a mientras colocaba una
hermosa perla sobre el vestido de la princesa.
-Esta es una de las perlas preciosas de los tesoros del Padre
Celestial. Es el encargo má s valioso para tus vestidos- enfatizaba el
á ngel a la hermosa niñ a.
-Aunque se vea có mo detalle sencillo, es el diseñ o que le da
pertenencia a este vestido y es de gran valor. Simboliza los tesoros
que tú encuentras en todo lo que ves. Cuando te paseas por el
jardı́n, cuando conoces a má s niñ os y los escuchas y cuando
encuentras en todo lo creado la alegrı́a de Dios. Tú siempre
descubres los tesoros escondidos, porque tú misma eres una
preciosa gema a los ojos de todo el cielo.
Clara giraba y miraba los diferentes á ngulos de su vestido. Sonreı́a
entusiasmada por el amor del Padre, quien le regalaba hermosas
prendas. Observaba el movimiento de la tela, ligero como la brisa en la
cascada.
Entre la nube formada por la caı́da de agua, lentamente se dejó ver la
igura del Prı́ncipe montado. Ella lo miró atenta. Fue como si supiera
quié n era é l. Ruborizada sonreı́a. Ruah agachó su cabeza al llegar frente
a ella como diciendo “mira a quié n te he traı́do”.
Leó n descendió del caballo y Ruah dio un par de pasos atrá s, con un
gesto en reverencia. Los prı́ncipes se encontraron en una larga mirada
en la que la eternidad parecı́a haber enlazado sus espı́ritus.
Ella era conocida en los Cielos por su sencillez y su amistad sincera.
Habı́a tanta vida dentro de ella, estaba llena de alegrı́a.
Por largo tiempo conversaron y rieron. De pronto, una mariposa
plateada con dibujos azules y blancos en sus alas se posó en el pelo de
Clara. Leó n extendió la mano, la tomó y rié ndose le habló :
-Hola Hakmah, ¡ llé vanos a recorrer el paraı́so !
-Muy bien Leó n ya está s aprendiendo a reconocerme.
Ruah se acercó por su espalda dá ndole un empujoncito con la cabeza,
comunicando con expectativa: “¡Es tiempo de andar!”. Detrá s de é l,
venı́a tambié n una hermosa yegua blanca con crines doradas. Esta era
asignada a Clara para recorrer los caminos del Cielo. Los dos caballos
se inclinaron y los prı́ncipes montando sobre ellos emprendieron el
camino siguiendo el cause del rı́o formado por la cascada y que regaba
todo el huerto.
Llegaron a un lugar donde los á rboles tenı́an copas gigantescas.
Algunos loreaban y muchos eran la habitació n de aves que cantaban
sin cesar acompañ ados del sonido casi sinfó nico del viento entre las
ramas.
Clara se unı́a a esa gran orquesta alzando su voz. El sonido que salı́a de
ella a inaba y reunı́a el ritmo del cá ntico de la creació n. El viento entre
las hojas y los pastos, la caı́da del agua, el trinar de las aves y los
sonidos de la diversidad de animalitos, todo adoraba. Los caballos se
involucraron marcando con sus patas el mismo son. Todo esto era un
regalo de agradecimiento al glorioso Creador. Era imposible no
expresar nuestra emoció n con una alegre risa producida por nuestro
gozo.
Despué s de recorrer hermosos valles y bosques, Clara anhelaba
mostrarle a Leó n una maravilla que é l aú n no habı́a visto.
Ella descendió de su caballo y comenzó a correr por un verde campo
dejando que su vestido tocara los pastos lo cual producı́a que diversas
lores comenzaran a surgir en medio de la pradera.
En ese momento me precipité en un vuelo bajo atraı́do por su aroma.
Leó n tambié n descendió de su caballo y caminó oliendo una lor tras
otra y preguntó sorprendido:
-¿Có mo lo hiciste ? ¿Tu vestido produce lores?
Ella respondió :
-No es el vestido, es conocer los pensamientos del Padre. Con cada
uno de Sus pensamientos nace una bella lor. Amo estar en estos
campos, pero no sola, sino que lo acompañ o. De El aprendı́ có mo
hacer que ellas surjan en medio de los pastos. Ademá s, cuando me
acerco a ellas a olerlas y examinar su belleza, escucho su canto y es
ası́ có mo sé que en todo lo que El crea hay algo maravilloso. Ellas
me lo dijeron.
Luego añ adió tomando un hermoso lirio:
-¡Estas son de mis favoritas!
Despué s, tomando un exó tico ejemplar de color azul dijo:
-Bueno, en realidad tambié n é stas, porque cada una tiene un olor
diferente y es el olor del Padre. Para crearlas no solamente hay que
conocer sus pensamiento, tambié n hay que desear agradarlo y es
ası́ como este lugar genera lores.
-¿Entonces, conoces muy bien al Padre, para saber qué es lo que a
El le gusta?- preguntó Leó n.
-Sı́, porque en realidad amo estar con El. Aquı́, en los lugares del
Cielo es fá cil. Podemos siempre estar con El. Hay muchos niñ os que
manda a la Tierra que tambié n han estado aquı́.
El Padre cuida de todos ellos cuando los envı́a, pero aú n ası́ algunos se
olvidan de El, de este lugar, y tambié n de todo aquello que a El lo hace
feliz. Existen otros, que no lo olvidan jamá s. El Padre viene aquı́ donde
los mira y cuida de sus vidas. Algunos verdaderamente lo hacen sonreı́r
cuando hacen algo con todo el corazó n para El. Entonces Su sonrisa
ilumina todo el Cielo y esos son los momentos en que a mı́ me gusta
estar aquı́, con El.
Regresamos del recorrido por el jardı́n al Palacio de la Sabidurı́a. Los
conduje entonces delante de una enorme puerta de cristal azul za iro la
cual tenı́a la forma de un pergamino desenrollado. Era muy gruesa y
estaba formada de mú ltiples capas de brillantes que lotaban dentro de
su mismo espesor a manera de un universo. En el dintel superior
estaba escrito: El Verbo Viviente. Esta era la entrada a la Gran
Biblioteca Celestial donde se encuentran escritos todos los propó sitos
de los Cielos, los libros de los vivientes y el gran rollo de los misterios
de Dios.
Elevá ndome sobre aquel saló n, batı́ mis alas y con el sonido que
emitı́an llamé al prı́ncipe Enoc. Uriel, el á ngel encargado de las
luminarias, dio la orden a los pequeñ os en entrenamiento que se
apartasen a las orillas del saló n. Respetuosamente se hicieron a uno y
otro lado para honrar la llegada del anciano celestial. Yo tambié n
descendı́ nuevamente a presenciar con ellos el solemne momento.
El ruido de su carro de caballos de fuego estremeció el lugar mientras
hacı́a su majestuosa entrada a donde yo me encontraba. Al oı́r el
estruendo, Leó n y Clara se refugiaron bajo mis alas.
Vestido de gran gala, con un ropaje de fuego y oro, Enoc se presentó
ante mı́ y yo asentı́ con la cabeza para que abriese la puerta.
Cuando se dejó ver el interior, animé a los dos pequeñ os prı́ncipes a
que entraran y siguieran a Enoc empujá ndolos con mis alas. Ruah y yo
los seguimos dentro de la biblioteca, cuyo interior era como una marea
de libros vivos que lotaban y se movı́an de un sitio a otro.
Unos brillaban, indicando que las vidas allı́ descritas estaban activas en
la Tierra o habı́an triunfado y ascendido a sus posiciones celestiales.
Habı́a otros que no habı́an sido encendidos porque aú n no habı́an
nacido en esa dimensió n.
Los dos caminaban cautelosos detrá s de é l ya que su gran estatura, su
vestido de fuego y su mirada intensa les imponı́a.
Sú bitamente Enoc se dio la vuelta abriendo los brazos y clavo su bá culo
al suelo, entonces salieron dos relá mpagos. Los dos pequeñ os se
abrazaron del impacto, ante lo cual Enoc no pudo sino soltar una gran
carcajada y luego retomó su posició n de autoridad llena de amor.
-Perdó n, perdó n, perdó n no quise intimidarlos. A veces se me sale
mi personalidad de fuego y de trueno- dijo sonriendo con el tono
de un cariñ oso abuelo.
Viendo que le sonreı́an de vuelta, é l añ adió :
-¡Prı́ncipes del Altı́simo, mirad cuan grandes maravillas os son
entregadas!
Entonces tocó un libro y una esplendorosa dimensió n se abrió ante sus
ojos llena de tecnologı́as e inventos para ser entregados a los hombres.
Luego tocó otro y se abrió la dimensió n de todos los idiomas del
universo, que como cascadas descendı́an para quien los quisiera hablar.
Al tocar otro má s se aparecieron los tesoros del Cielo y en uno má s
estaban todos los ó rganos y partes del cuerpo para los milagros en la
Tierra. En otros estaban los carros del Cielo y sus caballos para
transportar a los hombres a travé s de las dimensiones y el espacio. En
in, habı́a tantos que serı́a imposible describirlos todos.

Tras adentrarse en la biblioteca, Enoc tomó dos libros que gravitaban y


se acercaban a é l. Uno de ellos lo entregó a Leó n. Este llevaba por tı́tulo
El Prı́ncipe Leó n con la leyenda Sus Diseñ os. El otro, similar, lo entregó
a la princesa Clara.
Leó n emocionado lo abrió , pero al hacerlo se dio cuenta que estaba en
blanco. Desconcertado le preguntó :
– ¿Có mo puede ser mi libro de diseñ os uno en blanco?
-No está en blanco, lo que sucede es que no te has entrenado a
mirar en é l. ¡Mira con atenció n, creyendo que puedes ver!- le
contestó Enoc.
Leó n puso toda su concentració n en la primera pá gina y una piedrecita
gris y á spera apareció sobre el papel. Tomá ndola la vio con
incertidumbre y cierto desprecio.
-¿Esto para qué sirve? ¿Qué voy a hacer con esto?- preguntó .
-¿Te incomoda que haya eso en tu diseñ o?- inquirió Enoc.
-Pues claro, yo querı́a algo grande, emocionante, pero esta
piedrecita ni siquiera la entiendo - Leó n añ adió decepcionado.
-¿Y qué vas a hacer con ella?
-Pues la voy a tirar.
Enoc miró a Leó n por un momento, suspiro fuertemente, como quien
se prepara para hablar con solemnidad, y entonces replicó :
-Mmmh… por qué no tratas de mirarla con ojos de bú squeda, ya
que todo lo que viene del Padre es un diseñ o, tiene un gran
propó sito, nada es de desecharse. Hay que buscar hasta encontrar
lo que está má s allá de lo visible. Entonces te maravillará s o te
turbará s, pero cualquiera que sea el caso, lo que encuentres te
enseñ ará a reinar y ese es tu diseñ o.
-Mirar má s allá de lo que miran mis ojos- pensó mientras su
mirada oscilaba con gran curiosidad entre Enoc y la piedrecita.
La observó con detenimiento, lo que atrajo a Ruah a su lado. El caballo
no se hizo notar, sino que sopló sobre é l por detrá s. En ese momento
del interior del prı́ncipe salió un ná car blanco que envolvió la piedrecita
torná ndola en una hermosa perla.
Se sorprendió de lo sucedido, pero mucho má s porque de é l salió algo
para transformarla.
-¡Hakmah!- me llamó Leó n sorprendido - ¿Qué es eso que salió de
mı́?
-Es la vida del Gran Rey, es la Luz de Su Hijo que mora en ti. Esto es
lo que transforma todas las cosas. ¡Recué rdalo siempre!- le dije.
Admirado Leó n tomó la perla y llevá ndola cerca de su pecho la apreció
de gran manera. En ese momento letras de oro surgieron escribiendo la
primera pá gina del libro de sus diseñ os. Leó n la leyó con gran
expectació n y al hacerlo una puerta apareció frente a é l y tras de ella un
cielo de estrellas relucientes.
-Los que pueden ver má s allá de lo visible son los entendidos -
añ adı́.
-Ellos son los que brillan eternamente y alumbran la Tierra con la Luz
del Soberano Rey. La piedrecita que has visto es un pedacito del Hijo. El
es la roca inconmovible que sustenta los Cielos y la Tierra. De esa roca
fuiste formado. Por eso está en ti. Si aprendes a apreciar esa piedrecita,
se transforma en tu mayor tesoro. Esto es verdad para quienes está n en
los Cielos y tambié n para quienes han sido enviados a la Tierra. En
especial allá este conocimiento es ú til para vencer las limitaciones del
mundo.
-Por in la mencionas de nuevo, ¡la Tierra! Pero, ¿qué quieres decir
con eso de las limitaciones, Hakmah?
-Pues verá s, cuando uno de ustedes es escogido para entrar en esa
otra dimensió n, llena de lı́mites y oscura, es para que decidan su
posició n eterna. A los vencedores les son entregadas las llaves del
Reino de Dios para que puedan alcanzar diferentes honores de
autoridad cuando regresen aquı́ y sean coronados por el Padre. Los
que no llegan a ir y se quedan por siempre aquı́, no pueden recibir
esto de El.
-¿Có mo es que está n limitados en la Tierra?
-Aquı́ todos somos seres de luz. - Continué con mis explicaciones. -
Eso de lo que somos hechos se llama espı́ritu y es ilimitado en
poder, en riquezas y en todo tipo de alcance. Pero en la Tierra ese
espı́ritu vive dentro de un cuerpo. Esto los limita de muchas
formas porque ese mundo material tiene leyes diferentes a las de
aquı́. Los cuerpos son pesados y frá giles y sienten cosas que aquı́
no existen, como el dolor y el miedo. Desgraciadamente no se los
puedo describir desde el Cielo. Lo tienen que experimentar. Sus
espı́ritus de luz que tienen aquı́ se van durmiendo, poco a poco, al
perder su conexió n con el Cielo y los seres humanos se olvida de
quié nes son realmente.
-Pero ¿es posible mantener esa conexió n con este lugar celestial y
que no se pierda? - replicó Leó n.
-Sı́ - le respondı́- siempre y cuando te aferres a tu espı́ritu y ames
má s al Hijo de Dios y al Cielo que tu vida en la Tierra.
-¿Y có mo le haremos para no perderla?
-Ruah y yo siempre vamos a estar a su lado para mostrarles el
camino, por eso querı́a que entendieran la enseñ anza de la
piedrecita las cuales se vuelven perlas de gran precio. La gran
mayorı́a de los humanos las desecha, como lo hiciste tú al
principio, porque no se dan el tiempo de entenderlas. Esto a mı́ me
entristece.
-¿Có mo puedo decidir ir a la Tierra si no sé dó nde es o có mo se
llega? Y ¿cuá ndo vamos a conocer al Hijo del que hablas?- agregó
Leó n.
-Todavı́a no es el tiempo, pero ya les mostraremos los misterios de
la Tierra y desde luego al Hijo, Jesú s, a quien Clara ya conoce -
respondı́ dirigié ndome a ambos prı́ncipes
El ruido de los caballos de Enoc, que esperaban fuera de la biblioteca,
se hacia cada vez má s notorio. Pisaban fuertemente, aunque en su
mismo sitio, y a su ritmo el estallido de un trueno sacudı́a el suelo. El
dinamismo de aquel sonido llamaba a Enoc y lo apresuraba. Entonces
se despidió y agregó :
-Bueno mis queridos, aquı́ podrá n encontrar sus libros cada vez
que deseen tener acceso a ellos. Ya la puerta de la biblioteca les ha
sido concedida para que puedan sacar de ella todos los tesoros
escritos en los libros del Cielo.
Entonces salió , retomó su carro de fuego y desapareció .
Habı́amos pasado por innumerables sitios y puertas celestiales donde
Ruah y yo conducı́amos a los prı́ncipes para mostrarles los
maravillosos lugares del universo y de la Ciudad Celestial. Ambos
crecı́an en sabidurı́a y dones. Poco a poco se unieron a ellos má s
compañ eros, es decir, su familia en los Cielos, unos diez en total. A
excepció n de Hasan, Ruvimbo y Hanna quienes habı́an ya vivido en la
Tierra, los demá s no habı́an sido enviados todavı́a.
Hasan habı́a ganado su posició n de prı́ncipe en las regiones á rabes. Ahı́
é l habı́a sufrido mucho y habı́a conquistado la corona de la justicia,
aquella que es entregada a los má rtires. Esta era impresionante, llena
de las má s hermosas piedras preciosas.
Ruvimbo regı́a sobre el mundo animal lo cual le fue asignado por su
gran labor misionera y de rescate de animales en Africa. A ella la
seguı́an todo el tiempo animalitos de todo tipo, ya fueran ciervos,
jirafas, conejos y un buitre, Tahor, que no paraba de reı́rse.
Hanna, por otro lado, administraba parte de las riquezas de los cielos,
por la gran generosidad y compasió n que tuvo por los pobres y los
desamparados en las regiones de Latinoamé rica. Los á ngeles de las
virtudes la acompañ aban y la revestı́an cada dı́a de los ropajes má s
hermosos.
El momento de mostrarles la Tierra habı́a llegado. Ruah, pará ndose en
dos patas, relinchó a manera de toque de trompeta. En ese instante una
manada de caballos blancos galopando de diversas partes de los Cielos
llegaron a nuestro encuentro.
Todos subieron a sus cabalgaduras y empezamos el viaje galopando en
los aires hacia los con ines del paraı́so.
El buitre risueñ o decidió acompañ ar a Ruvimbo, pero como no podı́a
alcanzar con su vuelo la velocidad de los caballos se enganchó a la cola
de uno de ellos y se trepó sobre sus ancas.
-¡Ja,ja,ja, nunca habı́a volado ası́! ¡Ajú a! - Exclamó el simpá tico
Tahor, mientras reı́a de felicidad agarrado ahora del vestido de
Ruvimbo.
Clara atraı́da por la risa -que era lo suyo - se le unió al galope.
-¿Por qué te rı́es tanto? ¡Cué ntame! - le preguntó ya contagiada de
la risa del ave.
El tardó un rato en encontrar su compostura para poder hablar, porque
cada vez que se miraban se soltaban a reı́r incontroladamente.
-Pues verá s, ja,ja,ja - comenzó Tahor. - Ya, ponte serio, es una
princesa hermosa - dijo para sı́ mismo cubrié ndose el pico con una
de sus alas y luego añ adió :
-Yo tambié n estuve en la Tierra, y allá no tenı́a estas hermosas
plumas que vez alrededor de mi cuello, ni este arcoı́ris que brilla en
mis plumas. En la Tierra yo era muy feo, todos me despreciaban,
porque no entendı́an que mi labor era limpiar la Tierra de los
cuerpos descompuestos. Salvé la vida de muchos animales que de
haber comido lo que yo tuve que comer – ¡Santo Dios!- se hubieran
muerto. Evité muchos accidentes limpiando los caminos para que
los que viven en la Tierra no murieran. Nadie podı́a ver con
gratitud lo que yo hacı́a, solo veı́an lo externo, mis vestidos de
plumas color negro y mi cuello pelado. Pero yo no era mi aspecto
exterior, yo servı́a al propó sito de mi amado Dios. En la Tierra la
mayorı́a de los hombres olvidaron de dó nde vienen y de todo esto
que ustedes está n disfrutando. La maldad de la humanidad y su
desprecio a Dios llenó la Tierra de tinieblas y de engañ o para que
só lo vieran lo de afuera. Por eso me despreciaban, mientras Dios
me amaba. Me rı́o porque ese es el don con que Dios me
recompensó para que viviese en Su gozo por la eternidad. Tambié n
me dio estas plumas de honra porque la labor que El me dio, la
cumplı́ con excelencia.
Clara le sonrió con gran ternura y admiració n mientras dentro de ella
se preguntaba:
-“¿Qué será eso que Tahor llamó feo?”

Mientras galopaban y yo los guiaba al frente, empezó a vislumbrar el


impresionante brillo de una puerta inmensa. A uno y otro lado y hacia
el in inito enfrente de nosotros se podı́a ver algo que los prı́ncipes
nunca habı́an visto, el mundo de la oscuridad.
Todos en el paraı́so miraban este lugar con gran respeto y temor, y
ninguno de los animales osaba aproximarse.
Al acercarnos, los prı́ncipes empezaron a sentir en sus corazones algo
muy distinto de lo que habı́an vivido hasta ese momento. Era el temor
que producı́a esa negrura. Leó n, llegá ndose con su caballo al lado de
Clara la tomó de la mano. De entre ambos se sentı́a el nerviosismo que
produce el adentrarse a lo desconocido.
Nos encontrá bamos en la cima de una tenebrosa barranca sin fondo.
Muy hacia abajo del aterrador acantilado se podı́a ver un gran lago
cristalino que bordeaba el abismo, y má s al fondo una densa neblina
muy oscura, que se movı́a como un océ ano de aguas inquietas.
Por encima, y mucho má s alto de donde nos encontrá bamos, brillaban
las aguas de arriba como un hermoso cristal pulido azul za iro que
dejaba traslucir los rayos de luz que salı́an del trono de Dios hacia la
Tierra.

Aminoré el vuelo hasta pararme en el umbral de aquella puerta, la cual


estaba adornada por un leó n en un lado y un cordero del otro. Ambos
de oro puro y resplandeciente. Frente al gran portal descendı́a un
camino recto y empinado de fuego lı́quido, rojo como un rubı́, que unı́a
el paraı́so con las aguas de un lago, en la Tierra. Sobre el camino se
podı́a ver gente caminando de continuo, eran los hijos de Dios, que
habiendo vivido en la Tierra, ahora regresaban al Cielo.
-¿Dó nde estamos?- me preguntó Leó n, con un tono entre curioso y
cauteloso.
-Esta es la puerta del Hijo, donde se une el Cielo y la Tierra-
expliqué .
-¿Y…eso sombrı́o, es la Tierra? Se ve terrible- añ adió .
-Sı́, pero no necesariamente es ası́, todo depende de la condició n de
los que la habitan. Ese lugar fue creado con gran cuidado. Es un
lugar hermoso, lleno de vida y verdaderamente es ası́, para los que
está n conectados con el Cielo. Para los que no, viven en el engañ o
de esas tinieblas. ¡Miren les voy a enseñ ar algo!
Les indiqué que descendiesen de sus caballos.
Dejando nuestras cabalgaduras atrá s y a nuestro nuevo amigo Tahor,
empezamos a bajar por el camino de fuego. Corrı́an en é l llamas
centelleantes a manera de relá mpagos, pero no quemaban. Por debajo
del fuego los pies de los prı́ncipes se hundı́an en un lı́quido rojo que
cubrı́a todo el puente.
-El camino fue hecho por la sangre del Hijo El dio su vida para que
los que bajan a la Tierra puedan regresar al Cielo- les expliqué .
-Siempre nos hablas del Hijo, pero ¿dó nde está ? Yo lo quiero
conocer- asentó Leó n.
-Clara sonrió simpá ticamente y luego añ adió con dulzura. - Má s
bien lo tienes que reconocer, porque está en todos lados. El es la
Luz que hace que todo brille en el Cielo. El es quien hace que todo
esté vivo. El es el que hace cantar a las lores, a las aguas y a las
estrellas. Es el aire que respiras y que susurra las má s hermosas
palabras entre los á rboles del paraı́so. Si lo puedes oı́r, el te está
cantando continuamente canciones de amor. El habló tu nombre y
fuiste creado.
Al oı́r lo que su compañ era le habı́a compartido, Leó n se detuvo y
alzando la mirada a la luminosa puerta y al paraı́so detrá s de ella. Calló
en admiració n mientras una lá grima de emoció n profunda recorrió su
mejilla y luego añ adió :
-¡Que grande y que hermoso es!
Tras la pausa producida por la bella descripció n de Clara, proseguimos
camino abajo.
Al inal del camino, habı́amos llegado a la Tierra. Nos encontrá bamos
dentro de un lago y sus aguas nos llegaban a la altura del pecho. Los
niñ os cruzaron hacia la orilla entre caminando y nadando. Yo
simplemente volé sobre de ellos. Al acercarnos a la tierra seca todo
cambió de repente. El camino, el abismo, la puerta luminosa y el
resplandor del paraı́so habı́an desaparecido. Tambié n las densas
tinieblas que se veı́an desde lo alto.
Entre las plantas lográ bamos ver la entrada a una pequeñ a població n
de casas de piedra, vigas de madera y techos inclinados. El cielo era
muy diferente al del paraı́so. Tenı́a nubes blancas y grises, cosa que
nunca los pequeñ os habı́an visto. Los colores habı́an cambiado
completamente. Ya no tenı́an ese brillo que tienen las regiones celestes.
Mas bien eran apagados, como si el brochazo de una diluida tinta
oscura los hubiese opacado.
Habı́a personas en derredor nuestro. Algunos se encontraban cerca del
lago y otros parecı́an ir y venir de un lugar a otro, pasando cerca
nuestro, pero no podı́an vernos. Esto ya que los pequeñ os prı́ncipes
todavı́a no habı́an nacido y los demá s del grupo estaban presentes en
su cuerpo celestial. Por mi parte, a mı́ solo me pueden ver aquellos que
me buscan.
Yo me separé del grupo y me mantuve en lo alto de una torre en el
poblado, dá ndole oportunidad a Hanna, a Hasan y a Ruvimbo para que
les enseñ aran el misterio de las aguas a los demá s niñ os.
-El agua es muy importante- empezó a explicarles Hanna. -
Proviene del Cielo de donde venimos, pero es el corazó n del
hombre el que le da su signi icado. Para unos es só lo agua, pero
cuando alguien se sumerge con la intenció n de reconciliarse con
Dios, entonces el Cielo queda abierto para esa persona.
-Ja,ja,ja - volvió a reı́r Clara con una alegrı́a que le brotaba del
corazó n. -¡Ya sé !- Exclamó . - ¡El agua es el Hijo que abre el camino y
las ventanas del Cielo!
Leó n, quien necesitaba comprobarlo todo, se aventó al agua a ver qué
pasaba, pero al salir todo entusiasmado se dio cuenta que nada habı́a
sucedido.
-¡No pasó nada !- se quejó mirando a Hanna confundido.
Hasan no pudo sino soltar la carcajada.
-¿De que te rı́es? - le preguntó Leó n ya entristecido.
-Es que eso solo funciona cuando has nacido en la Tierra, cuando
eres de carne y hueso, y tú no has nacido todavı́a. Tú puedes
regresar al Cielo cuando quieras.
-¡Miren!- agregó nuevamente Hasan señ alando un grupito de
cuatro personas. - ¿Ven a esos que está n allá ? En un momento van a
intentarlo ellos y van a ver lo que pasa.
Estaban aquellos vestidos de unos camisones de algodó n blanco. De
uno en uno entraban al agua, mientras uno de ellos los sumergı́a con las
manos, mencionando el Nombre del Padre, del Hijo y del Espı́ritu Santo.
-Está n haciendo el pacto de salvació n. Segú n lo que cree cada uno
al entrar en las aguas, es lo que recibe - explicó Hasan.
Los primeros tres entraron y salieron. Angeles descendieron a cambiar
sus vestiduras, las cuales ahora resplandecı́an como las nuestras.
-¡Oh, se cambiaron sus ropas!- comentó Leó n, mirando
interrogante a Hasan como preguntando “¿y qué má s?”
-Tranquilo, espera, ahı́ viene uno diferente - señ aló Hasan. -
Observen bien, é ste verdaderamente quiere unirse al Cielo, verlo
abierto y caminar una vida recta. Lo que cree va a hacer toda la
diferencia. Acué rdense de esto siempre: En la Tierra lo que cada
uno es, lo que cada uno puede soñ ar ser y lo que cada uno puede
recibir, depende de có mo cree en su corazó n.

Era un jovencito de unos doce añ os, su mirada pura re lejaba el


profundo amor con el que querı́a encontrarse con Dios.
Ruah se precipitó desde los cielos transformado en un ave de luz
esplendorosa. Se sostuvo lotando en los aires hasta que el joven
emergió de las aguas. En ese momento lo envolvió de un manto
luminoso que hizo resplandecer sus vestiduras y el Cielo se abrió
dejando ver toda la realidad celestial a los ojos del joven y de los
prı́ncipes que observaban maravillados.
- Ese es un hijo verdadero que será parte de una generació n de Luz
que el Padre está levantando en la Tierra. Hoy ha sido aceptado por
El y por el Hijo, quien lo ha salvado para ser parte de Su familia.
Nosotros estamos aquı́ como testigos - agregó Hasan.
Al instante se oyó en el Cielo un regocijo de miles de á ngeles e hijos de
Dios que celebraban con cantos de jú bilo.
-¿Y los demá s ?- inquirió Leó n intrigado.

Hanna se adelantó a contestar:


- Para el Reino de Dios no es importante lo que hacemos, sino la
intenció n y la motivació n con que se hace. En la Tierra se pueden
hacer muchas cosas que parecen agradables a Dios, pero si los
corazones está n lejos de El, esas obras son como humo que se
esfuma. Muchos entran a las aguas convencidos que eso es lo que
Dios les está pidiendo, pero sus corazones cambian todo el tiempo.
El Hijo les va a dar muchas otras oportunidades porque para El,
que ama sin medida, aú n cuando lo hayan hecho sin mucho
entendimiento, lo considera un primer pacto de amor. Algú n dı́a lo
entenderá n cuando se les conceda nacer aquı́.
Clara se unió a la conversació n con una pregunta:
-Pero… si ya tenemos todo en el Cielo
¿por qué es importante venir a la Tierra ?

Hasan, quien tenı́a sobre é l la corona de la justicia, no dudó en


contestar.
-Sobre todas las cosas creadas en los mú ltiples universos, lo que
má s ama el Padre es a los hijos nacidos en la Tierra. Ellos son su
má xima creació n, porque los hizo a Su imagen y semejanza. Son los
ú nicos que pueden disfrutar al mismo tiempo las dimensiones del
Cielo y de la Tierra.
Hay lugares en el Cielo a los que só lo pueden entrar los que han vencido
las tinieblas de la Tierra. Ellos tienen acceso hasta el mismo trono de
Dios. A ellos se les concede la vara de Su justicia para regir naciones o
llevar sanidad a ellas y estar con el Padre, en todo momento.
Antes de venir a la Tierra no tenı́amos acceso a muchas de las moradas
de la Ciudad Celestial, como tampoco ustedes hasta ahora en los Cielos.
Ya se los habrá dicho Hakmah.
En la Tierra aprendemos a amar de verdad, aprendemos lo que es la
misericordia, la obediencia, la paciencia, el sacri icio y tantas otras
cosas que hacen que el Hijo de Dios se forme en nosotros y eso es lo
que nos hace brillar y tener autoridad eternamente. Los que deciden no
bajar, nunca pueden alcanzar estas posiciones.

Era ya tiempo de regresar al Cielo por lo que emprendı́ el vuelo desde la


torre para volverme a encontrar con mi grupo de pequeñ os aprendices.
Los primeros que corrieron a recibirme fueron mis amados Leó n y
Clara cuando vieron la sombra de mis alas extendidas circundar el valle
donde estaban.
Todos estaban a la vez felices y emocionados de haber entrado a la
Tierra.
La pregunta que no tardó en salir de los labios de los pequeñ os
prı́ncipes fue:
-Hakmah, dinos, ¿cuá ndo vamos a nacer en la Tierra?
-No falta mucho, ya está escribié ndose en sus libros el momento,
pero ahora es tiempo de regresar - les respondı́.
Mi respuesta les fue su iciente, pero en ese momento algo desconocido
tomó la atenció n de los prı́ncipes y comenzaron a mirar hacia todos
lados.
Con sus rostros desconcertados y sorprendidos se preguntaban en voz
alta:
-¿Qué está pasando? ¿Porqué se va la luz?
Esto era algo extrañ o ya que nunca habı́an experimentado ni el
atardecer ni la noche.

El cielo se iba pintado con colores tenues, rosados y amarillos a medida


que la luz disminuı́a. El viento fresco soplaba entonando la melodı́a
nocturna de la Tierra a la que se unı́an un sinnú mero de ranitas, aves y
millares de insectos. Esta anuncia la paz que el Padre envı́a del Cielo
para que los vivientes puedan descansar seguros, ya que El cuida de
ellos y nunca duerme.

Nosotros debı́amos estar de regreso en los Cielos, nos esperaban


momentos muy importantes para los pequeñ os prı́ncipes.

Les indiqué que se apresuraran a entrar en las aguas del lago. A gran
velocidad se arrojaron en ellas y al instante se abrió el Cielo dejando al
descubierto el camino de fuego y la gloriosa puerta de luz que los
aguardaba.
El tiempo habı́a llegado, despué s de mú ltiples y diversos
entrenamientos, en que Leó n y Clara debı́an presentarse delante del
trono para escoger su posició n en la Tierra.
Este se encontraba en la parte má s alta del palacio en la cumbre del
monte. El resplandor que salı́a de é l alumbraba todo el paraı́so.
A medida que nos acercá bamos se dejó ver la impresionante barrera de
fuego y luz que guardaba aquel lugar del trono. Esta tenı́a la forma de
grandes ruedas, que como esferas unas dentro de las otras, giraban
lentamente y producı́an luces como auroras esplendorosas.
Tras de atravesarla, nos recibió un imponente querubı́n cuyo rostro era
el de un leó n y sus alas llenas de ojos se asemejaban a las de un pavo
real. El nos dio la bienvenida y nos condujo delante del gran Rey.
Del trono salı́a una brillante luz. Poco a poco tomó forma hasta que se
hizo visible Jesú s, el Hijo de Dios, en su gloriosa majestad.
Les di indicaciones a los pequeñ os, y los tres nos arrodillamos delante
de El.
El les sonrió y rompiendo todos los protocolos los llamó a sentarse en
sus piernas, abrazá ndolos con in inito amor y ternura. Era sin lugar a
duda el invisible Padre que los arropada en sus brazos por medio del
Hijo. Comenzó a hablares de la manera má s dulce:
-Bueno, mis pequeñ itos, hoy es un dı́a de gran importancia ya que
tienen que decidir si quieren ir a la Tierra o no.
La Tierra es un lugar maravilloso, creado por mi Padre para que sus
hijos puedan disfrutar de cosas que só lo existen en el mundo fı́sico.
Tengo que advertirles, tambié n es un lugar difı́cil donde se
experimenta el dolor, la debilidad y el sufrimiento.
Es el lugar donde el amor hacia mı́ y hacia nuestro Padre es
probado. Aquı́ en el estado en el que está n son como los á ngeles,
pero só lo a los hijos que vencen en la Tierra se les da el privilegio
de reinar conmigo.

La Tierra está llena de deleites y de engañ os muy atractivos. Esto hace


que muchos se olviden de mı́. Por otro lado, los que me aman
verdaderamente, los que ponen sus ojos en mı́ por encima de todas
esas cosas, é sos son los vencedores y escogidos. Estos oyen mi voz y
me siguen y guardan mis mandamientos, por eso yo les otorgo grandes
posiciones y gran poder para reinar con el poder del Cielo sobre la
Tierra.
-Yo quiero ir - dijo tiernamente Leó n mirando a Jesú s a los ojos.
-Y yo tambié n- añ adió Clara entusiasmada.
Apretá ndolos en sus brazos Jesú s les dijo:
-Lo sé , y tengo gran expectació n por verlos crecer y desarrollarse
en la Tierra. Ahora es el momento de escoger dó nde van a nacer.
Delante nuestro, frente al trono, el piso era como un gigantesco mar,
semejante al cristal, en perfecta calma. Cuando Jesú s dirigı́a hacia é ste
un pensamiento, se volvı́a una pantalla donde aparecı́an escenas en la
Tierra. Comenzaron a mostrarse diferentes familias. Unas ricas y otras
pobres. Unas en diversas ciudades. Otras en el campo o en la selva, o en
las gé lidas llanuras del Artico.

De pronto surgió una imagen que llamó fuertemente la atenció n de


Leó n. Era una ciudad con cierta hermosura por sus calles y edi icios
pero desde el Cielo se veı́a oscura. En ella sonaba un clamor constante
que subı́a delante del trono. La gente de ese lugar tenı́a muchas
necesidades a pesar de trabajar duro. Reı́an de vez en vez, mas no eran
felices. Las tinieblas los oprimı́an y los llenaban de temores. Habı́a
enfermedades y carencias que no podı́an resolver.
El corazó n de Leó n se llenó de compasió n por ayudarlos y exclamó :
-¿Có mo podemos ayudarlos?
-Mira, dé jame mostrarte algo- respondió Jesú s.
En las afueras de la ciudad habı́a un joven que trabajaba en una granja
que rescataba animales que habı́an sido abandonados, o que los
hombres los habı́an sentenciado a morir. El los alimentaba y atendı́a
con un inmenso cuidado y cariñ o. Mientras se paseaba por la granja y
observaba el grato resultado de su labor, recordaba que a pesar de su
satisfacció n habı́a en é l un gran anhelo. Entonces, entre suspiros y una
media sonrisa levantaba su oració n al Cielo pidié ndole a Dios un hijo
para é l y su mujer.
El corazó n de ese muchacho cautivó a Leó n, lo mismo que el ver tanta
gente necesitada a su alrededor y sintió que podı́a ser la respuesta para
esa gente.
-¿Y yo puedo ser hijo de ese muchacho? - inquirió suplicante Leó n a
Jesú s. -Por favor, yo quiero ser su hijo. Quiero ayudar a esa gente.
Con todo lo que he aprendido aquı́ sé que puedo hacer la
diferencia. ¡Dame esa oportunidad!
Jesú s se le quedó viendo, gozoso del entendimiento de Leó n ya que
habı́a escogido exactamente lo que correspondı́a a su diseñ o.
Despué s su tierna mirada se dirigió a Clara. Acercó su rostro a ella, la
cual lo abrazó fuertemente mientras El susurraba a su oı́do:
-Quiero demostrar mi amor en medio de muchas situaciones,
como esta, mira.
Clara puso su atenció n en la pantalla formada por el mar de cristal.
Apareció la escena de una pareja. Una joven y su amado,
profundamente enamorados, quienes vivı́an en un pequeñ o pueblo
rodeado de verdes campos. Era un lugar amigable y acogedor.
De repente, debajo del cristal, la escena fue interrumpida por una
turbulencia. Parecı́an aguas agitadas. Entonces, se dejó ver lo que
sucederı́a en el futuro de ese bello matrimonio: Ellos se despedı́an con
un fuerte abrazo y un beso.
La joven lloraba mientras su amado, vestido de soldado, era
acompañ ado fuera de la casa por otros hombres uniformados igual a é l.
La casa habı́a cambiado de aspecto, ya no era acogedora, se habı́a
vuelto sombrı́a y deteriorada. El poblado, antes hermoso, se veı́a
parcialmente destrozado y en los campos ardı́a fuego.
Una nueva turbulencia debajo del cristal mostró una nueva escena con
la secuencia de lo que sucederı́a. Esta vez la joven estaba irreconocible,
desconsolada en llanto, y sentada en una habitació n, bajo una tenue luz,
leı́a una carta.
-Ella se encuentra en un profundo dolor - dijo Jesú s, en un tono de
voz compasivo.
-No tendrá má s a su compañ ero, é l estará con nosotros en el Cielo.
Hay que ayudarla, no puede quedarse sola en la Tierra.
Clara respiró profundamente, y al exhalar su sonrisa fue como de quien
encuentra un gran tesoro. Viendo a Jesú s le dijo:
-Yo puedo ir. Podré llevarle Tu alegrı́a, como una hijita que viene de
ti. En esos campos podré entonar los cá nticos de Tu amor y alegrı́a,
como lo hago aquı́ en el Cielo, para que suenen en el mundo entero
y sean el himno de un poblado que vuelve a levantarse y te da a ti
las gracias.
Entones las aguas regresaron a su estado de quietud y el azul za iro del
cristal volvió a re lejar la hermosura de Jesú s en Su trono.
Tras re lexionar un momento, Leó n soltó una pregunta en presencia del
amoroso Jesú s y su amiga Clara:
-¿Estaremos juntos en la Tierra?
Jesú s envolvió con sus cariñ osos brazos a los pequeñ os y ellos
reclinaron su cabeza en Su pecho. Solo hubo un silencio en que Jesú s
sin palabras los fortalecı́a. Ellos entendieron que ese abrazo signi icaba
que se separarı́an.
Suspiró entonces Jesú s y dijo:
-Por un tiempo estará n separados, pero si sus pasos son en Mi Luz,
y en los caminos que Yo he establecido, Yo me haré cargo de su
reencuentro en la Tierra y juntos recordará n lo que aprendieron
aquı́.
Sus palabras eran un refrescante bá lsamo tras tan intenso momento.
Aú n sentados en Su regazo, Leó n tomó las manos de Clara. Con sus
miradas intercambiaban promesas de amor, lealtad, y valentı́a. Su
determinació n se hacı́a cada vez má s fuerte mientras el amor de Jesú s
los arropaba. Entre ellos asintieron sin palabras. Leó n irrumpió aquel
silencio y en completa certeza habló :
-¡Estamos listos! ¡Nosotros iremos! ¡Envı́anos!
Entonces el mar de cristal se iluminó resplandeciente. Las ruedas de
fuego que rodeaban el lugar del trono, ardı́an refulgentes. Jesú s
tomá ndolos de las manos se levantó .
Yo me encontraba a un lado, presenciando todo. Miraba con
expectació n y alegrı́a ese momento para el cual yo los habı́a preparado.
Con increı́ble ternura Jesú s se agachó a la altura de los pequeñ itos y con
voz dulce les dijo:
-Yo iré tambié n.
Luego añ adió :
-Ahora escuchen, ustedes prı́ncipes y todos ustedes niñ os que son
parte de este gran libro, escuchen bien lo que les digo: Siempre
estaré con ustedes. Yo soy el enviado y cuando alguno escoge ir a la
Tierra, yo voy con é l. Soy yo quien está presente siempre. Nunca
estará n solos.
Príncipe León
Publicado por: Ministerio Voz de la Luz / Estados Unidos de América
Teléfono: +1.904.834.2447
Categoría: Libro Ilustrado para Niños / Reino
Ilustración / Portada: Ana Méndez Ferrell
Diseño y Diagramación: Andrea Jaramillo
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total ni parcialmente. Tampoco podrá ser archivada ni reproducida electrónicamente, mecánicamente,
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© Dr. Ana Méndez Ferrell
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1˚ Edición Español 2021, VOTL - P.O. Box 3418 Ponte Vedra, Florida, 32004 / E.E.U.U.
Príncipe León (Edición Pasta dura)
ISBN: 978-1-944681-54-8

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