Ana Mendez Ferrell - Principe Leon (Spanish Edition)
Ana Mendez Ferrell - Principe Leon (Spanish Edition)
Ana Mendez Ferrell - Principe Leon (Spanish Edition)
Poco a poco Leó n dejó sus pesares y se enfocó en lo que ese momento
podı́a aportarle. Dejó su cara de amargura y empezó a sonreı́rle.
Entonces el pajarito se detuvo y de pronto se transformó .
He aquı́ un gran misterio queridos niñ os: El pajarito era yo mismo, el
á guila Hakmah.
Leó n saltó hacia atrá s del susto.
No pude resistir soltar una regocijante carcajada.
-Soy yo- le dije entre risa y risa. -Yo siempre estoy a tu lado, soy la
Sabidurı́a, pero só lo me encuentras cuando puedes apreciar el
momento presente. Si está s preocupado, frustrado, enojado vas a
ver lo que no tienes que ver y por má s que esté a tu lado no me vas
a poder reconocer.
Ası́ que, me transformé de nuevo, primero en una rana, luego en una
mariposa, luego en un niñ o, despué s en un viejito, luego en un lobo
negro y feroz y al inal volvı́ a ser yo, el á guila.
-¿Ves? No siempre soy igual. Por eso me oculto, para que só lo el que
me busque me encuentre.
Leó n me miraba maravillado.
-Yo soy el que abre caminos que parece que no existen- añ adı́.
-Pero si te busco y eres bueno, ¿por qué te aparecerı́as como lobo
feroz? ¿Si me equivoco, me comes?- inquirió Leó n desconcertado.
Mirando al pequeñ o con ternura añ adı́:
-Habrá momentos, no aquı́ en la Ciudad Celestial, sino en la Tierra a
donde será s enviado, en que querrá s ir por caminos no buenos
para ti. En tu corazó n pensará s que son buenos porque te
entusiasmará n al principio, pero su inal es destrucció n. En esos
momentos no tendrá s oı́dos para mı́ en mis formas nobles. Por eso
tendré que atravesarme en el camino. En esos casos, por amor a ti,
me apareceré tomando la forma de lobo o de algú n personaje que
te haga entender que no es por ahı́. Nunca será para hacerte dañ o,
sino para que endereces tu camino.
-Y esa Tierra de la que hablas, ¿dó nde es? Y ¿cuá ndo voy a ir?
-Todavı́a no es le tiempo y só lo irá s si tú lo decides. El Padre no le
impone nada a nadie. Por el momento hay muchas cosas que tienes
que aprender aquı́, ademá s de conocer otras criaturas como tú .
Ellos son tu familia en los Cielos y parte importante de tu diseñ o.
¿Es Clara parte de mi diseñ o?
-Por supuesto, por eso llamó tu atenció n má s que cualquier otra
niñ a celestial. ¿Quieres ir a conocerla?
La cara de Leó n destelló en luz por la alegrı́a que eso le produjo.
Entonces extendı́ mis alas y abrı́ un hermoso camino de oro frente a mı́.
En ese momento el espı́ritu de Dios apareció como Ruah, el caballo
blanco y mi inseparable compañ ero. El se arrodilló para que Leó n lo
pudiera montar y galopando por las veredas celestes descendieron a
una explanada del hermoso jardı́n.
Yo los seguı́a por los á rboles del huerto. Leó n parecı́a un ejemplar
caballero armado de la valentı́a que Dios puso en su Corazó n.
Las ramas y hojas de los á rboles dejaban entrar rayos de luz con
diferentes matices de colores brillantes. Ası́ se iluminaba el sendero del
bosque donde andá bamos. Al avanzar, la densidad de los á rboles se
abrı́a hacia un espacio con pastos y lores.
Habı́a una cascada que caı́a desde gran altura. Una ligera brisa
levantaba suavemente sus aguas, asemejando las alas de los á ngeles
que volaban en derredor y produciendo un hermoso arcoı́ris.
Yo me elevé al lugar desde donde caı́an aquellas aguas, donde yo
habitaba. Desde ahı́ veı́a la explanada donde un á ngel terminaba de
poner sobre Clara los ú ltimos detalles de un hermoso ropaje de rosas
rojas. Como tal vez se lo imaginen ustedes niñ os, aquella Clara de quien
comenzamos a hablar era sin duda muy especial.
- ¡Listo! - exclamó el á ngel de diseñ os eternos.
-Ahora sı́, he terminado el vestido - decı́a mientras colocaba una
hermosa perla sobre el vestido de la princesa.
-Esta es una de las perlas preciosas de los tesoros del Padre
Celestial. Es el encargo má s valioso para tus vestidos- enfatizaba el
á ngel a la hermosa niñ a.
-Aunque se vea có mo detalle sencillo, es el diseñ o que le da
pertenencia a este vestido y es de gran valor. Simboliza los tesoros
que tú encuentras en todo lo que ves. Cuando te paseas por el
jardı́n, cuando conoces a má s niñ os y los escuchas y cuando
encuentras en todo lo creado la alegrı́a de Dios. Tú siempre
descubres los tesoros escondidos, porque tú misma eres una
preciosa gema a los ojos de todo el cielo.
Clara giraba y miraba los diferentes á ngulos de su vestido. Sonreı́a
entusiasmada por el amor del Padre, quien le regalaba hermosas
prendas. Observaba el movimiento de la tela, ligero como la brisa en la
cascada.
Entre la nube formada por la caı́da de agua, lentamente se dejó ver la
igura del Prı́ncipe montado. Ella lo miró atenta. Fue como si supiera
quié n era é l. Ruborizada sonreı́a. Ruah agachó su cabeza al llegar frente
a ella como diciendo “mira a quié n te he traı́do”.
Leó n descendió del caballo y Ruah dio un par de pasos atrá s, con un
gesto en reverencia. Los prı́ncipes se encontraron en una larga mirada
en la que la eternidad parecı́a haber enlazado sus espı́ritus.
Ella era conocida en los Cielos por su sencillez y su amistad sincera.
Habı́a tanta vida dentro de ella, estaba llena de alegrı́a.
Por largo tiempo conversaron y rieron. De pronto, una mariposa
plateada con dibujos azules y blancos en sus alas se posó en el pelo de
Clara. Leó n extendió la mano, la tomó y rié ndose le habló :
-Hola Hakmah, ¡ llé vanos a recorrer el paraı́so !
-Muy bien Leó n ya está s aprendiendo a reconocerme.
Ruah se acercó por su espalda dá ndole un empujoncito con la cabeza,
comunicando con expectativa: “¡Es tiempo de andar!”. Detrá s de é l,
venı́a tambié n una hermosa yegua blanca con crines doradas. Esta era
asignada a Clara para recorrer los caminos del Cielo. Los dos caballos
se inclinaron y los prı́ncipes montando sobre ellos emprendieron el
camino siguiendo el cause del rı́o formado por la cascada y que regaba
todo el huerto.
Llegaron a un lugar donde los á rboles tenı́an copas gigantescas.
Algunos loreaban y muchos eran la habitació n de aves que cantaban
sin cesar acompañ ados del sonido casi sinfó nico del viento entre las
ramas.
Clara se unı́a a esa gran orquesta alzando su voz. El sonido que salı́a de
ella a inaba y reunı́a el ritmo del cá ntico de la creació n. El viento entre
las hojas y los pastos, la caı́da del agua, el trinar de las aves y los
sonidos de la diversidad de animalitos, todo adoraba. Los caballos se
involucraron marcando con sus patas el mismo son. Todo esto era un
regalo de agradecimiento al glorioso Creador. Era imposible no
expresar nuestra emoció n con una alegre risa producida por nuestro
gozo.
Despué s de recorrer hermosos valles y bosques, Clara anhelaba
mostrarle a Leó n una maravilla que é l aú n no habı́a visto.
Ella descendió de su caballo y comenzó a correr por un verde campo
dejando que su vestido tocara los pastos lo cual producı́a que diversas
lores comenzaran a surgir en medio de la pradera.
En ese momento me precipité en un vuelo bajo atraı́do por su aroma.
Leó n tambié n descendió de su caballo y caminó oliendo una lor tras
otra y preguntó sorprendido:
-¿Có mo lo hiciste ? ¿Tu vestido produce lores?
Ella respondió :
-No es el vestido, es conocer los pensamientos del Padre. Con cada
uno de Sus pensamientos nace una bella lor. Amo estar en estos
campos, pero no sola, sino que lo acompañ o. De El aprendı́ có mo
hacer que ellas surjan en medio de los pastos. Ademá s, cuando me
acerco a ellas a olerlas y examinar su belleza, escucho su canto y es
ası́ có mo sé que en todo lo que El crea hay algo maravilloso. Ellas
me lo dijeron.
Luego añ adió tomando un hermoso lirio:
-¡Estas son de mis favoritas!
Despué s, tomando un exó tico ejemplar de color azul dijo:
-Bueno, en realidad tambié n é stas, porque cada una tiene un olor
diferente y es el olor del Padre. Para crearlas no solamente hay que
conocer sus pensamiento, tambié n hay que desear agradarlo y es
ası́ como este lugar genera lores.
-¿Entonces, conoces muy bien al Padre, para saber qué es lo que a
El le gusta?- preguntó Leó n.
-Sı́, porque en realidad amo estar con El. Aquı́, en los lugares del
Cielo es fá cil. Podemos siempre estar con El. Hay muchos niñ os que
manda a la Tierra que tambié n han estado aquı́.
El Padre cuida de todos ellos cuando los envı́a, pero aú n ası́ algunos se
olvidan de El, de este lugar, y tambié n de todo aquello que a El lo hace
feliz. Existen otros, que no lo olvidan jamá s. El Padre viene aquı́ donde
los mira y cuida de sus vidas. Algunos verdaderamente lo hacen sonreı́r
cuando hacen algo con todo el corazó n para El. Entonces Su sonrisa
ilumina todo el Cielo y esos son los momentos en que a mı́ me gusta
estar aquı́, con El.
Regresamos del recorrido por el jardı́n al Palacio de la Sabidurı́a. Los
conduje entonces delante de una enorme puerta de cristal azul za iro la
cual tenı́a la forma de un pergamino desenrollado. Era muy gruesa y
estaba formada de mú ltiples capas de brillantes que lotaban dentro de
su mismo espesor a manera de un universo. En el dintel superior
estaba escrito: El Verbo Viviente. Esta era la entrada a la Gran
Biblioteca Celestial donde se encuentran escritos todos los propó sitos
de los Cielos, los libros de los vivientes y el gran rollo de los misterios
de Dios.
Elevá ndome sobre aquel saló n, batı́ mis alas y con el sonido que
emitı́an llamé al prı́ncipe Enoc. Uriel, el á ngel encargado de las
luminarias, dio la orden a los pequeñ os en entrenamiento que se
apartasen a las orillas del saló n. Respetuosamente se hicieron a uno y
otro lado para honrar la llegada del anciano celestial. Yo tambié n
descendı́ nuevamente a presenciar con ellos el solemne momento.
El ruido de su carro de caballos de fuego estremeció el lugar mientras
hacı́a su majestuosa entrada a donde yo me encontraba. Al oı́r el
estruendo, Leó n y Clara se refugiaron bajo mis alas.
Vestido de gran gala, con un ropaje de fuego y oro, Enoc se presentó
ante mı́ y yo asentı́ con la cabeza para que abriese la puerta.
Cuando se dejó ver el interior, animé a los dos pequeñ os prı́ncipes a
que entraran y siguieran a Enoc empujá ndolos con mis alas. Ruah y yo
los seguimos dentro de la biblioteca, cuyo interior era como una marea
de libros vivos que lotaban y se movı́an de un sitio a otro.
Unos brillaban, indicando que las vidas allı́ descritas estaban activas en
la Tierra o habı́an triunfado y ascendido a sus posiciones celestiales.
Habı́a otros que no habı́an sido encendidos porque aú n no habı́an
nacido en esa dimensió n.
Los dos caminaban cautelosos detrá s de é l ya que su gran estatura, su
vestido de fuego y su mirada intensa les imponı́a.
Sú bitamente Enoc se dio la vuelta abriendo los brazos y clavo su bá culo
al suelo, entonces salieron dos relá mpagos. Los dos pequeñ os se
abrazaron del impacto, ante lo cual Enoc no pudo sino soltar una gran
carcajada y luego retomó su posició n de autoridad llena de amor.
-Perdó n, perdó n, perdó n no quise intimidarlos. A veces se me sale
mi personalidad de fuego y de trueno- dijo sonriendo con el tono
de un cariñ oso abuelo.
Viendo que le sonreı́an de vuelta, é l añ adió :
-¡Prı́ncipes del Altı́simo, mirad cuan grandes maravillas os son
entregadas!
Entonces tocó un libro y una esplendorosa dimensió n se abrió ante sus
ojos llena de tecnologı́as e inventos para ser entregados a los hombres.
Luego tocó otro y se abrió la dimensió n de todos los idiomas del
universo, que como cascadas descendı́an para quien los quisiera hablar.
Al tocar otro má s se aparecieron los tesoros del Cielo y en uno má s
estaban todos los ó rganos y partes del cuerpo para los milagros en la
Tierra. En otros estaban los carros del Cielo y sus caballos para
transportar a los hombres a travé s de las dimensiones y el espacio. En
in, habı́a tantos que serı́a imposible describirlos todos.
Les indiqué que se apresuraran a entrar en las aguas del lago. A gran
velocidad se arrojaron en ellas y al instante se abrió el Cielo dejando al
descubierto el camino de fuego y la gloriosa puerta de luz que los
aguardaba.
El tiempo habı́a llegado, despué s de mú ltiples y diversos
entrenamientos, en que Leó n y Clara debı́an presentarse delante del
trono para escoger su posició n en la Tierra.
Este se encontraba en la parte má s alta del palacio en la cumbre del
monte. El resplandor que salı́a de é l alumbraba todo el paraı́so.
A medida que nos acercá bamos se dejó ver la impresionante barrera de
fuego y luz que guardaba aquel lugar del trono. Esta tenı́a la forma de
grandes ruedas, que como esferas unas dentro de las otras, giraban
lentamente y producı́an luces como auroras esplendorosas.
Tras de atravesarla, nos recibió un imponente querubı́n cuyo rostro era
el de un leó n y sus alas llenas de ojos se asemejaban a las de un pavo
real. El nos dio la bienvenida y nos condujo delante del gran Rey.
Del trono salı́a una brillante luz. Poco a poco tomó forma hasta que se
hizo visible Jesú s, el Hijo de Dios, en su gloriosa majestad.
Les di indicaciones a los pequeñ os, y los tres nos arrodillamos delante
de El.
El les sonrió y rompiendo todos los protocolos los llamó a sentarse en
sus piernas, abrazá ndolos con in inito amor y ternura. Era sin lugar a
duda el invisible Padre que los arropada en sus brazos por medio del
Hijo. Comenzó a hablares de la manera má s dulce:
-Bueno, mis pequeñ itos, hoy es un dı́a de gran importancia ya que
tienen que decidir si quieren ir a la Tierra o no.
La Tierra es un lugar maravilloso, creado por mi Padre para que sus
hijos puedan disfrutar de cosas que só lo existen en el mundo fı́sico.
Tengo que advertirles, tambié n es un lugar difı́cil donde se
experimenta el dolor, la debilidad y el sufrimiento.
Es el lugar donde el amor hacia mı́ y hacia nuestro Padre es
probado. Aquı́ en el estado en el que está n son como los á ngeles,
pero só lo a los hijos que vencen en la Tierra se les da el privilegio
de reinar conmigo.