Bergeret, J. - La Personalidad Normal y Patológica
Bergeret, J. - La Personalidad Normal y Patológica
Bergeret, J. - La Personalidad Normal y Patológica
Las a-estructuraciones
I. SITUACIÓN NOSOLÓGICA
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potencia, larvadas, ambulatorias; así como los estados psi-
cóticos introvertidos (JUNG, 1907), o pseudo-esquizofréni-
cos, los procesos psicóticos incipientes, las psicosis mar
ginales, («rand-psicosis»), etc.
A esta lista podemos sumar el grupo de las denomina
ciones «prepsicóticas» diversas, de los psicópatas (E. DU-
PRE, 1925) y personalidades psicopáticas (K. SCHNEIDER,
1955), los delirios neuróticos de compulsión, las paranoias
abortadas, la paranoia sensitiva, los apáticos, las persona
lidades hebefrénicas, algunas personalidades perversas, los
«soñadores despiertos», los «caras largas», las reaccionas
psicógenas, las personalidades «as if» o «simili» (Heléne
DEUTSCH, 1945), los desequilibrios psíquicos (J. BOREL,
1947), los mitómanos (DUPRE, 1925), los desequilibrios
caracteriales, los caracteriópatas, etc.
También podemos incluir, dentro de esta posición no-
sológica inoierta, numerosos estados denominados «mixtos»
o «depresivos», estados de angustia difusa evidentemente
no neuróticos, una gran cantidad de las famosas «neurosis
de carácter» y de situaciones de apariencia perversa, de
toxicómanos o de delincuentes, de alcohólicos o de pseudo-
melancólicos.
Ya se trate de la primera actitud, que acentúa el rigor
de los términos para excluir de su alcance los que no
pertenecen ni a la estructura psicótica ni a la estructura
neurótica, o de la segunda actitud, que diluye esos términos
para extender su aplicación a otras categorías vecinas pero
distintas, en los dos casos es posible dar cuenta de la
existencia de una serie de entidades clínicas o de modos
de funcionamiento mental que no corresponden a los dos
grandes marcos estructurales que acabamos de estudiar
en el capítulo precedente.
Comprobamos a continuación que la mayoría de los
autores está de acuerdo en un punto de partida o de
encuentro. Desde los trabajos de EISENSTEIN en 1949,
principalmente, agrupamos la mayoría de esas entidades
bajo el vocablo inglés border-lines, que podemos tra
ducir com o «casos límites», o, más frecuentemente, «esta
dos límites». E ste últim o término es el que empleamos
de manera corriente en las investigaciones personales pu
blicadas desde 1966.
Por el contrario, los trabajos de las diferentes escuelas
182
divergen todavía en cuanto a la posición nosológica precisa
que debe acordarse a tales organizaciones.
Para algunos se trata aparentemente de form as menores
de psicosis y, en particular, de formas menores de esqui
zofrenia. Este punto de vista ha sido desarrollado en parte
por H. EY y sus colaboradores (1955 y 1967). Ahora bien,
los criterios nosológicos de la esquizofrenia varían de una
escuela a otra, y M. POROT nos recuerda la necesidad de
m ostram os muy prudentes en cuando a las formas atípicas
de esta afección...
El mismo problema se ha planteado a partir de la pa
ranoia y sus fonmas larvadas o menores, y también en lo
que se refiere a las formas no acabadas de psicotización
de tipo melancólico.
El problema parece aún más delicado en el ámbito
de las prepsicosis: ¿estamos ya, o no, en el dominio de la
economía psicótica?
Cuando examinamos detalladamente las observaciones
realizadas por los autores que sostienen esta primera po
sición, nos damos cuenta de que algunos casos parecen
corresponder a estructuraciones auténticamente psicóti
cas, muy crípticas, bastante focalizadas, del tipo parapsi-
cótico descrito más arriba, o todavía poco descompensa
das, en tanto que otros casos no parecen asentarse sobre
una estructuración psicótica en función de sus datos eco
nóm icos de base, tales com o los hemos definido en el
capítulo precedente.
Una segunda posición, menos difundida, y que también
ha sido citada por H. EY (1955), considera que en este gru
po de categorías atípicas se puede llegar a constituir form as
m ayores de neurosis. Numerosas manifestaciones fóbicas
se incluyen en tales posiciones, situadas muy cerca de las
psicosis, aunque conservan una categoría neurótica. Pero
insistentem ente hemos llamado la atención de los clínicos
sobre los peligros de ceñirse sólo a los signos exteriores
o de conferirles un valor nosológico en sí. Si bien existen,
sin duda, formas graves de neurosis, no podemos confun
dir con ellas las organizaciones de aspecto exterior simi
lar pero que no reconocen la supremacía del genital.
Una tercera posición teórica ha alcanzado un éxito con
siderable al defender la existencia de form as de transición
entre neurosis y psicosis. H. CLAUDE (1937) ha desarro-
183
liado este punto de vista. En 1964, A. CREEN fui evocado
la eventualidad de lina continuidad posible entre estruc
turas neuróticas y psicóticas, pero no ha precisado si se
trataba de una verdadera mutación estructural o de es
tados clínicos que se encuentran de hecho en una situación
intermedia. Para MARKOVITCH (1961), se trataría real
mente de una metamorfosis de la estructura.
Es posible responder que la concepción que aquí defen
demos no implica esas «transiciones» sino en el momento
de la adolescencia, o en algunos momentos ulteriores que
puedan corresponder a retardos de adolescencia. Por el
contrario, podemos concebir, en una misma estructura,
variaciones de defensa o de síntomas, sin variación de
la estructura de base: por ejemplo, una estructura psicó
tica no descompensada que se defiende perfectamente con
la ayuda de defensas de tipo obsesivo, puede ser tomada
por una estructura neurótica hasta el día en que se des
compensa, pierde sus defensas obsesiónales, y entra en el
delirio; de la misma manera, una estructura histérica pue
de presentar, durante todo un período, impulsos agudos de
alcance delirante y psicótico antes de descompensarse
de manera neurótica, evidentemente bajo la forma de his
teria de conversión o de histerofobia; en el plano latente,
no habrán variado sin embargo las estructuras de base.
Un cuarto grupo de autores, cada vez más numeroso
en el momento actual, considera que los estados límites
constituyen una entidad nosológica independiente. Los psi
coanalistas anglosajones han sido los primeros en defen
der este punto de vista: V, W, EISENSTEIN (1956), M.
SCHMIDEBERG (1959), A. STERN (1945), R. KNIGHT
(1954), O. KERNBERG (1967), han puesto en evidencia
argumentos económicos determinantes. En Europa, M.
BOUVET (1967) se ha dedicado a la descripción rigurosa
de las diferentes relaciones de objeto. A continuación se
sucederán los trabajos de MALE y de GREEN (1958) sobre
las pesquizofrenias del adolescente, de LEBOVICI y DIAT-
KINE (1955 y 1956) sobre las desarmonías evolutivas y las
pre-psicosis en el niño, de A. GREEN (1964) sobre los
lím ites entre neurosis y psicosis, de NACHT y RACAMIER
(1967) sobre la «neurosis de angustia», de GRUNBERGER
(1958) y PASCHE (1955) sobre el narcisismo, de MARTY,
FAIN, DE M'UZAN y DAVID (1963) sobre las regresiones
184
psicosomáticas, las síntesis presentadas por M, GRESSOi'
(1960) y B. SCHMITZ (1957) sobre el verdadero problema
de los estados límites.
Yo he desarrollado mi investigación al mismo tiempo
en la línea de los autores norteamericanos y europeos, in
tentando definir con el mayor rigor posible las bases me-
tapsico!ógica.s y genéticas específicas de una organización
mental que, justamente, ofrece fluctuaciones e impreci
siones.
185
¡NDIFERENCIAC10N SOMATO-PSIQUICA
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F ig. 6
Génesis del tronco común de los estados límites
Podemos considerar que el niño ha entrado de pronto,
demasiado brutal y precozmente, así com o demasiado ma
sivamente, en una situación edípica para la que no estaba
totalm ente preparado. Por lo tanto, no le será posible ne
gociar una relación triangular y genital con sus objetos
como podría hacerlo un poco más tarde y mejor equipado,
un sujeto de categoría «preneurótica».
Le será particularmente imposible tanto apoyarse so
bre el amor del padre para soportar susi sentimientos hos
tiles hacia la madre, com o a la inversa, y en otro momento,
apoyarse sobre el amor de la madre para negociar su
odio por el padre. Asimismo, le será difícil utilizar ple
namente la inhibición para eliminar el exceso de tensión
sexual o agresiva del consciente. Las imperfecciones y lo;»
fracasos de la inhibición serán frecuentes. El niño se verá
ante la necesidad de apelar a mecanismos de defensa más
arcaicos, más costosos para el Yo, y también más cerca
nos a los que emplea el psicótico, tales com o la negación
de las representaciones sexuales (y no de la realidad), l
clivage del objeto (y no del Yo), la identificación proyec-
tiva o el manejo omnipotente del objeto en general, bajo
sus formas más variadas y sutiles1.
Este primer traumatismo afectivo o «'traumatismo pre
coz» desempeñará el rol de prim er desorganizador (o de
«desorganizador precoz») de la evolución del sujeto. Su
efecto inmediato será el de detener la ulterior evolución
libidinal del sujeto. Por lo tanto, nos encontraremos coa
que esta evolución se halla fijada de entrada, y a veces
por mucho tiempo, en una especie de pseudo latericia más
precoz y más duradera que la latencia normal; esta pseu-
do-latencia recubre a continuación el período de la laten
cia normal, luego lo que debería haber sido la eferves
cencia afectiva de la adolescencia, con sus posibilidades
de mutaciones, transformaciones, intensas inversiones y
desinversiones afectivas, que vuelven a poner en juego y
en cuestión tanto los principios de la genitalidad como
todas las adquisiciones (o las carencias) pregenitales.
Esta pseudo-latencia se prolongará mucho más allá de
lo que hubiera debido ser la adolescencia, para cubrir todo
187
un período de la edad adulta, e incluso a veces la totali
dad del período adulto del sujeto hasta su muerte.
Este bloqueo evolutivo de la madurez afectiva del Y >
en el momento en que aquella no está diferenciada sexual-
mente, constituye lo que he denominado «el tronco común
de los estados lím ites» (cf. fig. 6).
Contrariamente a lo que sucede en la línea psicótica
(figura 2) o en la línea neurótica (figura 4), ese tronco co
mún no puede ser considerado com o una verdadera es
tructura en el sentido en que entendemos el término den
tro del marco de nuestra concepción, es decir que, com o
veremos de inmediato, no posee la fijeza, la solidez, ni la
especificidad definitiva de las organizaciones verdadera
m ente estructuradas. El tronco común de los estados lí
mites sólo puede permanecer en una situación «acondicio
nada», pero no fijada. Se trata de una «organización» de
categoría provisoria, aun cuando tal acondicionamiento
pueda prolongarse durante bastante tiempo sin demasia
das modificaciones.
Se trata de un esfuerzo costoso del Yo, que necesita
poner continuamente en juego contrainversiones o forma
ciones reaccionales onerosas, cuyo objetivo consiste en
permanecer a igual distancia de las dos grandes estructu
ras, una de las cuales ha sido felizmente superada (la es
tructura psicótica) y la otra desgraciadamente no alcan
zada (la estructura neurótica) por la evolución pulsional
y adaptativa del sujeto.
Esas dos verdaderas estructuras seguirán siendo, por
otra parte, un «punto de mira» ambiguo para el Yo: por
un lado, angustia de caer en el fraccionamiento psicótico
pero envidia de las defensas más sólidas que aquél pone
de manifiesto; y por otro lado, envidia y angustia de la
genitalidad neurótica y de los placeres que podría pro
curar.
Es en medio de todos estos problemas que, como el
junco de la fábula, el «'tronco común» trata de plegarse y
entregarse a numerosas contorsiones, de manera de no
romperse durante las tempestades afectivas.
188
3. LA O R G A N IZ A C IÓ N L ÍM IT E
A) El Yo anaclítico
189
muy bien en 1938, en su artículo sobre El clivage del Yo en
los mecanism os de defensa. Esta defensa no alcanza al
núcleo mismo del Yo. El Yo se deforma en algunas d j
sus funciones y opera sobre dos registros diferentes: por
una parte un registro adaptativo en todo el campo re-
lacional, en el que no existe ninguna amenaza para el
individuo, ni en el plano narcisista ni en el plano genital;
por otra parte, un registro anaclítico, desde el momento
en que aparece alguna amenaza de pérdida de objeto como
consecuencia de peligros que se sitúan, también, en los
planos narcisista y genital.
Todo el problema económ ico de la organización límite
se verificaría en las relaciones entre esos dos sistem as,
adaptativos y defensivos a la vez, que permiten al Yo una
cierta seguridad y una cierta movilidad pero que nunca
constituyen una estructura verdaderamente sólida; el su
jeto seguiría dependiendo de manera demasiado masiva
de las variaciones de la realidad exterior y de las posicio
nes de los objetos, así como de su distancia respecto de
sí mismo.
Todas las organizaciones límites, en tanto se sitúen en
el eje del «tronco común» constituyen exclusivamente es
tados indecisos del Yo, que todavía no se hallan realmente
estructurados de manera formal y definitiva. Esos estados
se limitan, como hemos visto más arriba, a ser «acondicio
nados», y en general, de manera bastante eficiente. Bajo
su aspecto global, las defensas empleadas por un Yo se
mejante no son demasiado fijas, ni demasiado sólidas, ni
demasiado especificadas, ni demasiado intercambiables.
Conservan un cierto grado de fluctuación, pero infortuna
damente pagan esta posibilidad con un detrimento de su
fuerza.
Los sujetos en cuestión manifiestan una inmensa ne
cesidad de afecto; por lo tanto, se las arreglan para m os
trarse seductores. Su lucha sin fin contra la depresión los
obliga a una incesante actividad. Su dificultad para com
prometerse los coloca en la necesidad de aparecer como
disponibles y adaptables en todo momento, a falta de po
der adaptarse real y duraderamente.
El Yo del estado lím ite conserva en sus fijaciones una
cierta tendencia hacia la antigua indistinción somato-psí-
quica (P. MARTY, M. de M’UZAN y C. DAVID, 1963) y pue-
190
de retroceder en un momento particularmente angustioso
a ese modo arcaico de expresión que utiliza el lenguaje
corporal.
Las organizaciones lím ites no resisten las frustracio
nes actuales que despiertan las antiguas frustraciones in
fantiles significativas; esos sujetos, que a menudo dan
la impresión de estar «en carne viva» por su grado de sen
sibilidad, utilizan fácilmente rasgos de carácter paranoico
(Cf. III 2) para tratar de asustar a quien podría frus
trarlos,
Su narcisismo está mal establecido y se mantiene frá
gil. Existe una evidente y excesiva necesidad de compren
sión, de respeto, de afecto y d e sostén, com o lo ha mostra
do claramente Adolphe STERN (1945). Su objeto es vivido
como perseguidor, pero nunca tanto (ni tan analmente)
com o en el caso del paranoico; este objeto juega el doble
rol de Super-yo auxiliar y de Yo auxiliar, y por lo tanto se
sitúa, con una importancia ambivalente, como interdictor
y protector a la vez.
La regresión comprobada en el ordenamiento límite no
corresponde, como en la mayoría de los casos de estructu
ración neurótica, a una simple regresión pulsional que se
ejerce especialmente sobre las representaciones. Como en
el caso de la neurosis obsesiva, pero todavía mucho m is
lejos en sentido retrospectivo, comprobamos que existe
una degradación parcial de la pulsión en sí misma.
Esto es lo que nos ha llevado a considerar que nume
rosos comportamientos fóbicos en los que la regresión se
establece de esta forma (por ejemplo, «el hombre de los
lobos» en relación con el «pequeño Hans») no constituyen
simples «neurosis fóbicas», sino que deben clasificarse re
sueltamente del lado de las organizaciones límites.
191
tos de «replegarse sobre», «inclinarse hacia», «recostarse
contra». Y éste es precisamente el rasgo propio de la or
ganización límite. Es necesario apoyarse sobre el inter
locutor, ya sea en espera pasiva y mendigando satisfaccio
nes positivas, o bien en manipulaciones m ucho más agre
sivas, evidentes o no, de esa pareja indispensable. La
relación de objeto anaclítica constituye, en efecto, una
relación de gran dependencia que sigue viviéndose y ju
gándose de a dos, pero de manera muy diferente a la par
tida fusional del psicótico con su madre.
Para el anaclítico se trata de ser amado y ayudado
tanto por uno com o por otro de los integrantes de la pa
reja paterna. Bela GRUNBERGER ha mostrado (1958) que
esos padres no se aparecían aún en el marco de una eco
nomía auténticamente genital; por lo tanto, se trata de
agredir y dominar analmente a los dos padres por partes
iguales.
El interlocutor del anaclítico no representa todavía a
un padre edípico; la elaboración genital no está lo sufi
cientem ente avanzada como para permitirlo; pero por
otra parte no se trata ya de una madre de esquizofrénico;
felizmente, las fijaciones en estadios muy precoces no han
alcanzado una intensidad suficiente. Las frustraciones su
fridas por el anaclítico se sitúan más tardíamente que las
del psicótico, y son también mucho menos m asivas: no
se encuentran todavía vinculadas a una elección sexual,
pero tampoco dependen exclusivamente del polo mater
nal; conciernen tanto al padre com o a la madre, pero en
tanto que «mayores» y no que padres sexuados. Maurice
BOUVET (1967) demuestra que el «padre» representa siem
pre una imagen fálica-narci-sista asexuada con la que con
viene conservar un modo de relación de tipo pregenital.
La imagen del «compañero» de Heléne DEUTSCH (1945)
traduce la necesidad de dependencia del objeto, la nece
sidad vital de su proximidad. Nos hallamos aquí muy cerca
de la clásica relación de objeto de tipo contrafóbico.
Con referencia a la figura 7, podemos considerar por
una parte que las estructuras psicóticas (que corresponden
a la denominación freudiana de «psiconeurosis narcisis
tas» de 1914) presentarían una relación de objeto de tipo
esencial y exclusivamente narcisista, y que por otra parte
las estructuras neuróticas (conflicto de objeto edípico) ma-
192
Instancia
dominante Na^ a Defensas Relación
F ig. 7
Comparación entre las líneas estructurales.
nifiestan una relación de modo genital, en tanto que las
organizaciones lím ites del tronco común (que correspon
den en psicopatología a las «neurosis actuales», «neurosis
de abandono», «neurosis traumáticas», etc.) se manten
drían en parte bloqueadas en su evolución afectiva, en
una relación de objeto de tipo principalmente anaclítico,
que manifiesta un apego particular al objeto, y que, co m j
todas las adhesiones de ese género, sitúa alternativamente
a los dos integrantes de la pareja en el rol del mayor o
ei pequeño, del perseguidor o el perseguido.
Suele evocarse la imagen del perrito, de la correa, y de
la dama que lo pasea: ¿cuál de los dos tiene al otro en
su poder bajo la nieve, en la calle, a las 23 horas, en la
últim a y obligatoria salida de la tarde: el perro o su
dueña?
C) La angustia depresiva
194
tro del cual se siente más tranquilo. Hemos considerado,
en ocasión de nuestra alusión a la «pseudo-normalidad»
(cf. II, 1), cómo actuaba el grupo tanto para tranquilizar
al inmaduro, com o para limitarlo en su desarrollo afec
tivo.
La depresión que eventualmente acecha a la organiza
ción lím ite es- descrita en la mayoría de los casos con el
nombre de depresión «neurótica». Una cierta cantidad de
psicopatólogos ha protestado incesantemente contra esta
calificación de «neurótica», atribuida a una economía que
de ninguna manera se halla organizada bajo la primacía
del genital, ni a la sombra de la triangulación edípica, y
en la cual el Super-yo sólo juega un modesto papel.
Esta angustia de depresión caracteriza a la organiza
ción lím ite y la especifica frente a la angustia de fraccio
namiento de la estructura psicótica (figura 7) y a la angus
tia de castración de la estructura neurótica.
La correcta distinción de estas tres formas muy di
ferentes de angustia parece ser mucho más importante
de lo que se ha considerado habitual mente. A partir de
este elemento, esencial en el plano económ ico y profun
do, nos parece posible establecer un diagnóstico con m e
nos riesgos de confusión que a nivel de los síntomas su
perficiales, y que al mismo tiempo se refiera a la natu
raleza del modo de estructuración (o de a-estructuración)
de la personalidad. Por lo tanto, se trata mucho menos
de «clasificar» que de «comprender»; la respuesta, rela-
cional o terapéutica, se verá ampliamente facilitada por
tal actitud.
La naturaleza auténtica de la angustia profunda, así
como el modo de constitución del Yo, o el sistema de de
fensas, o el modo de relación de objeto, no debe estimar
se de manera aproximativa, ni considerarse obvia en el
sentido de la castración.
La manera de escuchar, en el plano relacional; de uti
lizar, en el plano escolar o profesional, y de ayudar, en
el plano terapéutico, a los sujetos que encontramos en
nuestros diferentes roles, no puede ser uniforme ni de
jarse librada al azar. La angustia específica de cada uno
rubrica su posición en el mundo: la angustia de fraccio
namiento es una angustia siniestra, de desesperación y
de repliegue. La angustia de castración es una angustia
195
de carencia, dirigida hacia un futuro anticipado sobre un
modo erotizado. Entre esas dos posiciones extremas se
sitúa la angustia de depresión, que parece concernir a ia
vez al pasado y al futuro. Como dice Ralph GREENSON
(1959), evoca un pasado desdichado, pero sin embargo tes
timonia una esperanza de salvación invertida en la rela
ción de dependencia fecunda del otro.
196
mún, el movimiento depresivo se mantiene muy limitado
y muy discreto; durante el período que debería señalar el
inicio del Edipo clásico asistimos a la congelación, des
crita más arriba, de la evolución libidinal en las posicio
nes del sector más elaborado de las fijaciones pre-genita-
les, es decir, las que tienen que ver con la fase fálica.
Luego se «saltará» de alguna manera el Edipo (en tanto
que organizador), para llegar al período de pseudo-laten-
cia del que hemos hablado precedentemente. El hecho de
que los aspectos organizadores del Edipo no hayan podi
do entrar en acción en la organización estructural, no quie
re decir que en la personalidad lím ite no se encuentre
ninguna adquisición edípica. Existen elem entos edípicos
y superyoicos en tales organizaciones, muchos más, por
otra parte, que en una estructuración psicótica; sin em
bargo, esos elementos no desempeñan, ni en una ni en la
otra, el principal papel organizativo.
Por otra parte, no todos los sujetos que dependen de
nuestro «tronco común» presentan el mism o grado de
adquisiciones edípicas: la importancia de tales aportes
genitales depende de las condiciones de impacto del trau
matismo desorganizador precoz; de la intensidad absoluta
del afecto al que aquél está ligado, sin duda, pero también
de la intensidad relativa del modo de recepción de este
afecto, es decir, del grado de inmadurez del Yo en el mo
mento de dicho traumatismo y de los medios de que dis
ponía entonces el Yo para hacerle frente.
El Super-yo clásico de la estructura neurótica, defini
do sin compromiso posible en el fundamento mismo de
la teoría psicoanaiítica como el heredero y sucesor del
complejo de Edipo, no podría constituirse de manera com
pleta en el sujeto límite, en la medida en que las viven
cias edípicas se hallan sensiblem ente escamoteadas.
G. L. BIBR1NG (1964) ha m ostrado que la regresión
pre-edípica producida por el miedo que provocan las con
diciones edípicas al sobrevenir demasiado precozmente
en el interior de un Yo todavía mal equipado para hacer
les frente, arrastra consigo los primeros elem entos super
yoicos ya constituidos hacia las fijaciones, muy importan
tes en esos pacientes, que se verifican a nivel de un Ideal
del Yo pueril y gigantesco.
Podemos decir que la función del Ideal del Yo ya se
197
hallaba considerablemente invertida con anterioridad, du
rante el período pregenital, y que el repliegue de los pri
m eros elem entos superyoicos va a desarrollar todavía
más esta inflación del Ideal del Yo que, a partir de ese
momento, ocupará la mayor parte del rol que correspon
dería al Super-yo en la organización de la personalidad.
Por supuesto, dado que este Ideal del Yo se encuentra,
desde el punto de vista madurativo, en una situación mu
cho más arcaica que el Super-yo, comprendemos que tales
personalidades permanezcan incompletas, frágiles e im
perfectas; en síntesis, «organizaciones» o «acondiciona
mientos», pero no estructuras.
Desde nuestro punto de vista, es por esta razón que
tales sujetos van a abordar su vida relacional con ambi
ciones heroicas desmesuradas de hacer tas cosas bien, para
conservar el amor y la presencia del objeto, mucho más
que con culpabilidades por «haber hecho las cosas mal»
en el modo genital y edípico y temor a ser castigados en
ese m ism o plano con la castración.
La comprobación del fracaso de sus ambiciones idea
les, que no guardan proporción alguna con sus posibilida
des personales, no orientará a los sujetos límites hacia
la sim ple m odestia ni, en caso de conflictos muy agudos,
hacia la culpabilidad (línea neurótica); todo fracaso re
gistrado con excesiva crueldad generará vergüenza o dis
gusto (línea narcisista) de sí mismo, que eventualmente
podrán proyectarse sobre los otros.
Si esos sentim ientos llegan a perturbar demasiado — de
manera consciente o no— al acondicionamiento estableci
do en el seno del tronco común de manera todavía bastan
te incierta, veremos surgir, en el sujeto límite que ha per
manecido a ese nivel, el peligro de manifestaciones depre
sivas.
Los padres de los sujetos lím ites han alentado las fija
ciones en una relación estrechamente anaclítica. El plano
aparente es tranquilizador: «Si perm aneces en mi órbita,
no te ocurrirá nada desagradable», pero el plano latente
sigue siendo bastante inquietante: «No me dejes, de !o
contrario correrás grandes peligros». Semejantes padres
se muestran en general insaciables en el plano narcisista:
«Haz las cosas todavía m ejor y, mañana, recibirás tu re
198
compensa, ya que tendré que am arte más». Desdichada
mente, los «mañanas» maravillosos no llegan nunca...
Ante tales exigencias, a menudo contradictorias y sin
contrapartida gratificante, el niño lucha en el interior de
sí mismo con los dos Yo ideales, paterno y materno; y
tal com o lo muestra A. FREUD (1952), revive el conflicto
paterno introyectado, en lugar de introyectar solamente las
interdicciones paternas, com o en el caso del establecimien
to del Super-yo. De allí resulta, com o sucede cada vez que
el Super-yo no está lo suficientemente constituido, una
intolerancia a las contradicciones tanto com o a las incer-
tídumbres.
Otra consecuencia de la debilidad del Super-yo se re
fiere a la facilidad con que la representación mental, o la
expresión verbal, pasan al acto, de manera inesperada y
a menudo incomprensible. A veces es más fácil comunicar
bajo el pretexto de necesidades de la acción que por me
dio de expresiones verbalizadas o, con mayor razón, dejar
lugar a la elaboración de fantasmas o ideas, reconocerlas,
manipularlas e integrarlas.
El Super-yo, con cuya temible reputación nos encon
tramos a menudo, sólo reviste aspectos negativos. Si el
Super-yo demasiado rígido lleva en sí los gérmenes de
conflictos serios, un Super-yo inexistente obliga al Ideal
del Yo arcaico, cuya categoría relacional ha sido supera
da, a retomar la principal función organizadora en los
procesos mentales, lo que no puede darse sin un cierto
anacronismo y una notable inadaptación.
199
de defensa menos elaborados y por ende menos eficaces,
pero también menos costosos en contrainversiones que la
inhibición; esos mecanismos son la evitación, la forcluisión,
las reacciones proyectivas y el clivage del objeto.
La evitación de la organización límite es del m ism o ti
po de la que se describe habitualmente en el registro fó-
bico; para el sujeto se trata de evitar el encuentro con a
representación, aun cuando ésta se halle aislada o d es
plazada anteriormente por mecanismos anexos previos.
La forclusióti concierne igualmente a una forma de re
chazo de la representación perturbadora y se sitúa muy
cerca de la negación del sexo femenino que encontramos
en las organizaciones perversas y de las que hablaremos
más adelante. La forclusión se dirige a una imagen más
paternal, cuya representación simbólica es necesario re
chazar.
Si bien la forclusión ha sido considerada a veces como
un elem ento que facilita ciertos procesos delirantes, pa
rece que este caso sólo se produce cuando el Yo es presa
de una desorganización más profunda que la que nos en
contramos en el simple tronco común acondicionado.
Las reacciones proyectivas se emparentan con los me
canismos de identificación proyectiva de Mélanie KLEIN
(1952), así com o con las identificaciones con el agresor
descritas por S. FERENCZI (1952) y A. FREUD (1949). Sin
duda la clásica proyección sirve al acondicionamiento lí
mite, así como al fóbico, para situar en el exterior la re
presentación pulsional interior, pero los dos procedimien
tos precedentes coordinan sus esfuerzos para adueñarse
de la representación externa, y permiten recuperaciones
fantasmáticas de omnipotencia sobre el otro, que son tran
quilizadoras. Pero esos fenómenos proyectivos van a limi
tar cada vez más, en su repetición y su intensidad a me
nudo crecientes (por una necesidad defensiva cada v~z
más estrecha), las experiencias relaciónales auténticas; y
el Yo irá poco a poco, y con riesgo de empobrecerse, ha
cia la claustrofobia o en dirección a las desrealizaciones.
El clivage que actúa en las organizaciones límites no
es el verdadero clivage del Yo ligado al estallido, o al
simple desdoblamiento del Yo. mecanismos de defensa
psicótica contra la angustia de fraccionamiento y de muer
te. Se trata aquí de un clivage de las representaciones
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objetales, de un sim ple desdoblamiento de las imagos,
destinado a luchar contra la angustia de pérdida de ob
jeto y el riesgo de llegar así al segundo modo de clivage,
por verdadero desdoblamiento deí Yo.
Bajo diversas denominaciones, ese clivage de imagos
ha sido puesto en evidencia por la escuela kleiniana, prin
cipalmente a propósito de la relación con el objeto par
cial (fase esquizoparanoide) y con el objeto total (fase de
presiva).
El estado lím ite ya no se dirige, en su lucha contra la
depresión de pérdida d e objeto, sim plem ente a la inhibi
ción, que requiere una mejor elaboración genital, ni tam
poco al desdoblamiento del Yo, demasiado costoso regre
sivamente. Como lo ha m ostrado S. FREUD en 1924, el
Yo se «deform a» para no tener que desdoblarse. Funciona
rá entonces distinguiendo d os sectores en el mundo exte
rior: un sector adaptativo en que el Yo juega libremente
en el plano racional, y un sector anaclítico en el que el
Yo se limita a relaciones organizadas según la dialéctica
dependencia-dominio. El Yo, sin verse obligado a operar
negaciones de la realidad, va a distinguir sin embargo en
este últim o sector y a propósito del m ism o objeto, bien
una imagen positiva y tranquilizadora, bien una imagen
negativa y aterradora, sin posibilidad de conciliar las dos
imágenes contradictorias a la vez.
Por lo tanto, nos encontramos muy cerca de la con
cepción kleiniana del «buen» y el «mal» objeto, y O. KERN-
BERG (1967) piensa que llegam os así a lo que él llama
«la idealización predepresiva», es decir, a una situación
de tres facetas en la que una parte del Yo permanece
organizada en tom o a introyecciones positivas mientras
que otra parte del Yo, vuelta hacia el exterior, considera,
por una parte, com o realidad exterior los aspectos positi
vos de esta realidad, bien invertidos por la libido; y por
otra parte rechaza, desde el mom ento en que los percibe
com o tales, los objetos externos frustrantes y amena
zantes.
Por lo tanto, una organización de este tipo utilizaría
más la forclusión que la negación (psicótica) como me
canismo auxiliar en su provecho.
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