Resumen Ética y Deontología Prof

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MÓDULO 3

M3 L1 - La ética comunicativa: la búsqueda del consenso

En esta lectura vamos a hablar sobre una de las éticas más influyentes, también de
herencia kantiana, denominada “ética de la comunicación” o “ética del discurso” de
Jürgen Habermas. Algunos conceptos claves de este tipo de ética son: democracia,
justicia y autonomía. Un elemento clave de esta ética es la disposición al diálogo.
La ética del discurso es un proceso formal, un modelo que permite construir normas que
no dependan de su contenido. El objetivo de plantear este proceso “formal” como base de
una ética del discurso es la capacidad de argumentar, teniendo en cuenta los intereses de
quienes participan de la discusión. La aprobación estará sujeta a dar las mejores razones y
defender mejor el propio argumento. Existen tres reglas:
● Regla A: Autonomía de cada participante para expresar libremente los
argumentos que representan sus intereses.
● Regla B: Simetría de los participantes en cuanto al valor de sus argumentaciones.
Se trata del argumento que mejor representa los intereses de todo el colectivo.
● Regla C: Falibilidad del consenso adquirido, donde nuevas y futuras
argumentaciones pueden criticar y mejorar el argumento considerado como el
más válido de todos.

La ética propuesta por Habermas se la conoce como ética pragmática, cuyo elemento
principal es el lenguaje. La validez consiste en la aceptación intersubjetiva de un
argumento de un interés común. Produce consensos, normas válidas construidas por un
grupo de individuos que pretende regular un problema que afecta a todos ellos. La acción
comunicativa es un elemento clave en el consenso y se centra en el uso que hacemos del
lenguaje en nuestras conversaciones. Hacer referencia al uso del lenguaje equivale a
interrogarnos por su aspecto:
- Pragmático (componente clave del lenguaje)
- Sintáctico (reglas para combinar y ordenar las expresiones)
- Semántico (significado de las palabras).
Habermas afirma que hay algo en el uso del lenguaje, dentro de lo pragmático, que es
universal. Ese elemento universal se expresa en el entendimiento mutuo. Esto le da al uso
del lenguaje una importancia decisiva para el acuerdo.
Hablar es querer estar de acuerdo en un sentido sustantivo: cualquier uso del lenguaje
supone acordar con otro acerca de hechos o estados de cosas del mundo.
Hay un a priori del acuerdo moral, un elemento universal y común en el acto de habla que
hace posible que el entendimiento y el consenso predominen sobre imposiciones. Es una
situación ideal del habla, donde se busca un entendimiento racionalmente motivado:
hablar es querer estar de acuerdo.

La reflexión ética es intersubjetiva o dialógica: La ley moral es una ley autoimpuesta, la


conciencia se auto legisla, pero esa ley debe ser consensuada social y democráticamente.
El ser humano no está forzado por esa necesidad de consenso, ya que está hecho de
lenguaje, y el lenguaje es comunicación, y toda comunicación busca el consenso. La ética
comunicativa nos da el fundamento antropológico de la ética como búsqueda de
consenso, lo que nos permite identificar la acción comunicativa racional de la que saldrán
acuerdos legítimos.
Desde el punto de vista de la ética del discurso, para actuar moralmente hay que tener en
cuenta los elementos:
- Deontológicos: hay que obedecer las normas de la razón
- Universalistas: la validez moral de una respuesta que depende del carácter
- Formalistas: no importa el contenido de la acción, sino su relación con la norma

La ley moral tiene las mismas características de la ética kantiana: formalismo,


universalidad, deontología. En el caso de Habermas, es una ética fuertemente cognitivista.
Él dice que una ética discursiva o comunicativa puede vincular entendimiento y acuerdo
sobre la base de razones normativas compartidas.

Para entender la pragmática universal hay que tener en cuenta que, en el uso del
lenguaje se pone en juego las pretensiones de validez, y debemos distinguir varios niveles
según el tipo de enunciado que se emplea en la comunicación. Estos enunciados
dependen de cuál sea el mundo al que hacemos referencia. Existen tres estructuras del
mundo:

Mundo objetivo Hechos o entidades, como mesas, árboles, máquinas, personas,


en tanto cuerpos físicos, etcétera.

Mundo social Normas, valores, significados culturales, instituciones sociales,


etcétera.

Mundo subjetivo Sensaciones, emociones, ideas, etcétera.

Al hacer referencia a estas estructuras del mundo, lo que decimos implica que exista un
oyente. Los actos de habla se vinculan con diferentes pretensiones de validez: al referirnos
al mundo objetivo y usar datos comprobables (por ejemplo, es un árbol), pretendemos
que aquello que decimos es verdadero, al aludir al mundo social y emplear enunciados
regulativos (por ejemplo, lo que pasó es un acto de soborno), pretendemos que aquello
que decimos es recto o normativamente aceptable, y al hacer referencia al mundo
subjetivo y emplear enunciados expresivos (estoy molesto), pretendemos que aquello que
decimos es sincero. En todos los casos al hablar sobre el mundo generamos un vínculo
entre comunicación y entendimiento mutuo. Este vínculo a través del lenguaje es un
aspecto constitutivo de la naturaleza humana, una competencia del acto de habla que es
la base y punto de referencia para acordar con otro y, por lo tanto, de una racionalidad
comunicativa. Hacer uso del lenguaje es poner en juego la posibilidad de una
comunicación libre de dominaciones, de asimetrías y de injusticias, esto sería una
comunicación ideal.

La racionalidad comunicativa es dialéctica, porque en su presencia no hay un monólogo


unidireccional, sino el diálogo y la confrontación. Es imposible determinar lo correcto o lo
verdadero sin conocer la diferencia representada por el diálogo para llegar a una
reconciliación.

Como reflexión intersubjetiva, la ética comunicativa está ligada al diálogo, en la que las
pretensiones de validez se desenvuelven en acuerdos y éstos generan acciones.
Generando así, un espacio normativo delimitado por esa competencia comunicativa.
En el diálogo se considera al interlocutor como una persona con la que merece la pena
entenderse para satisfacer intereses universalizables, ya que solo si reconocemos que la
autonomía de cada hombre tiene que ser universalmente respetada, podemos exigir que
se respeten sus peculiaridades, y la forma de hacerlo será mediante diálogos donde cada
uno exprese sus peculiaridades, siendo mínimamente entendido y máximamente
respetado. Así será posible construir no sólo una ética cívica, sino una ética universal.

El espíritu kantiano pone a la razón como centro: la justicia, imparcialidad, comunicación,


acuerdo, democracia. Estos son algunos de los valores involucrados en estas miradas
éticas. La justicia, ligada a una ética de la comunicación, debe escuchar y garantizar a
partir de la pragmática universal que todo ser humano sea un fin en sí mismo.

M3 L2 - La teoría de la justicia

Eutanasia Muerte digna

Es hacer morir. Provocar la muerte de un Es dejar morir. Es el derecho que tiene todo ser
paciente que está atravesando una enfermedad humano en situación de enfermedad y
terminal, puede ser por su pedido o no. El vulnerabilidad a morir dignamente, sin el apoyo
objetivo es acelerar la muerte omitiendo una excesivo de los esfuerzos terapéuticos.
acción o actuando para producirla.

Hay dos conceptos fundamentales e interrelacionados: la dignidad y la justicia como


base para la autonomía de todo ser humano.

John Rawls (1921 - 2002) es un filósofo contemporáneo que propone la Teoría de la


Justicia. Ésta propone una renovación de la ética deontológica kantiana y, por lo tanto,
un distanciamiento del empirismo utilitarista.
Esta teoría fue publicada en 1971 y propone brindar una visión alternativa a la
recomendada por el utilitarismo clásico, donde identificar lo bueno y lo justo es un
aspecto central y polémico. Elaborar una concepción de la justicia desde un fundamento
deontológico implica proteger una idea de justicia sostenible basada en principios
aceptados y compartidos por todos.
Al priorizar el concepto de justicia, Rawls parte de una situación originaria que nos lleva al
espíritu contractualista de los filósofos políticos clásicos (Hobbes, Locke y Rousseau). La
centralidad de las teorías del contrato social se recupera en la visión de Rawls, como un
referente clave a nivel argumental para desarrollar su formulación moral de los principios
de la justicia:
- Dar cuenta del carácter estricto de la justicia, suponiendo que sus principios
provienen de un acuerdo entre personas libres e independientes en una posición
originaria de igualdad.
- Refleja la integridad y soberanía equitativa de las personas racionales que son los
contratantes.
- Los individuos racionales deben decidir conjuntamente qué es lo que vale entre
ellos como justo e injusto.

Rawls incorpora la idea del contrato social desde el supuesto de una situación originaria
similar al hipotético estado de naturaleza presente en esta tradición, con la idea de que las
relaciones que se establecen entre sus participantes se caracterizan por la libertad y la
igualdad. El objetivo de la idea del contrato es mostrar el carácter estricto de la justicia
suponiendo que sus principios provienen de un acuerdo entre personas libres e
independientes.
Utilizar una propuesta contractualista implica destacar el hecho de que las diferencias
particulares no se fundamentan en la elección de los principios fundamentales de la
justicia. Estos principios deben ser públicos y aceptables para todos. Un acuerdo es un
procedimiento equitativo de elección, y de ello se deriva la idea central de justicia como
equidad: todos y cada uno de sus miembros elegirán unánimemente esos principios de
justicia. El acuerdo al que llegan los miembros reemplaza la noción tradicional de contrato
y está sujeto a determinadas condiciones.
La tesis rawlsiana sobre la justicia se centra en las exigencias que intentan superar las
insuficiencias de una mirada utilitarista, que está regida por el principio del mayor
beneficio al mayor número. Estas exigencias son:
● Generalidad: Los principios deben ser generales. Aparece el velo de ignorancia
sobre las características o las circunstancias particulares de los que participan en
tal situación.
● Universalidad: La concepción de la justicia debe ser aceptable por todos.
● Publicidad: Los principios de la justicia son públicos, deben ser compartidos por
todas las personas de la sociedad.

El velo de la ignorancia impide que las partes tengan información específica sobre sí
mismos y los otros, y esto evita que los principios estén influenciados por preferencias
particulares. La imparcialidad se garantiza por el velo de ignorancia. Los miembros de este
acuerdo resolverán sus decisiones sobre la justicia en la más plena ignorancia para que las
ventajas o desventajas personales no influyan: cubiertas por un velo de ignorancia, las
personas se sitúan en pie de igualdad. Es una elección justa que no perjudica a nadie y
que alude a la equidad de los principios de la justicia. Este velo, como recurso
metodológico empleado por Rawls, es indispensable para establecer un acuerdo justo:
nadie sabe cuál es su lugar en la sociedad, su posición, clase o status social, su
inteligencia, su fortaleza, etc.

Rawls propone 2 principios en los que se basa la noción de justicia. Estos principios se
establecen desde un contrato social, acordados por personas libres, racionales e iguales,
elegidas desde un velo de ignorancia que previene que sean configurados para la ventaja
o desventaja de algunos y característicos de una sociedad justa. Estos principios cuentan
que cada persona el mismo derecho a las libertades básicas, compatible con un sistema
similar de libertad para todos y, además, las desigualdades económicas y sociales se
estructuran para que sean para:
- Mayor beneficio de los menos aventajados, según el principio de ahorro justo
- Unido a que los cargos y las funciones sean accesibles a todos, bajo condiciones de
justa igualdad de oportunidades.

Existe un ordenamiento jerárquico entre estos principios: el primero tiene prioridad sobre
el segundo, y la segunda parte del segundo principio tiene prioridad sobre la primera y es
conocida como principio de la diferencia.
El primer principio trata sobre la igualdad en la distribución de la libertad, que es
concebida como un bien social primario. Se destacan libertades básicas en lo político,
como el derecho al voto, refiriéndose a la libertad de expresión, conciencia, pensamiento e
integridad personal. El derecho a estas libertades es fundamental para cualquier plan de
vida, para la emergencia y el fortalecimiento del respeto o la valoración personal.
El segundo principio afirma que las desigualdades económicas y sociales están
justificadas si se generan para mejorar la situación de los miembros menos favorecidos de
la sociedad, y tener condiciones de igualdad de oportunidades.
Estos principios de la justicia expresan la centralidad de un sentido moral, con la
capacidad de cooperar para conformar una estructura social justa en la cual vivir y
desarrollar nuestras expectativas y oportunidades.

A diferencia de Hobbes, Rawls no concibe al ser humano como “egoísta por naturaleza”,
sino como un ser con capacidad para cooperar. Además de ser racional, la personalidad
moral es razonable. Es decir, a la capacidad para concebir su bien y perseguirlo, se le
supone a la personalidad moral la capacidad para tener un sentido del deber y la justicia.
También como Kant, Rawls entiende que la autonomía plena consiste en la voluntad de
actuar conforme a los principios de la justicia, ya que el ser humano es autónomo. La
concepción de Rawls es liberal: la unidad social se basa en el acuerdo sobre lo que es justo,
el acuerdo mínimo fundamental para que podamos hablar de sociedad moral.

La autonomía del joven debe ser respetada, pues cada ser humano es un fin en sí mismo
y es esa autonomía la que le otorga su dignidad, los médicos o los familiares están
impedidos éticamente a provocar o facilitar la muerte del joven, ya que provocar la
muerte no se considera algo bueno, y, por lo tanto, actuar en contra de esta convención
implicaría actuar de forma inmoral.

M3 L3 - Voces kantianas de nuestro tiempo

El caso de la autonomía y la responsabilidad por las acciones propias es llevado al extremo


por el filósofo francés Jean-Paul Sartre en su conferencia “El existencialismo es un
humanismo”, con el ejemplo: “un ángel ha ordenado a Abraham sacrificar a su hijo”.
Lo interesante de este caso es que la responsabilidad recae plenamente sobre el
individuo, no existen garantías metálicas que sirvan de fundamento a mi acción, el
hombre es sin excusas. En este ejemplo, aunque no es 100% kantiano, lo clave de la teoría
que Kant desarrolló sobre la moral, implica restituir al hombre, a través de su razón, toda
su responsabilidad ante la elección y la acción. La propia razón es la única que puede
darnos respuestas sobre las acciones consideradas morales.
El principio kantiano fundamental para pensar una acción moral guiada por los principios
de la razón, es el concepto de autonomía, que implica que las decisiones morales no
están fundadas en nada que sea externo al sujeto.
Existen diversas concepciones éticas actuales que tienen una perspectiva kantiana para
dar respuestas a los conflictos de nuestros tiempos. Nos preguntaremos cómo tratan
estas perspectivas un problema fundamental: en el ámbito de la salud pública se
reflexiona sobre cómo garantizar una vida digna, una autonomía de los pacientes y una
justicia sanitaria, conceptos 100% relacionados a la ética kantiana.

En varias corrientes éticas contemporáneas se busca establecer intereses universalizables


como guía máxima del accionar moral, donde se estudia la acción moral desde las
cuestiones medulares de la tradición deontológica kantiana.
Estas elaboraciones mantienen activo el principio de universalización kantiano de la ética
deóntica, aunque lo integran a criterios evaluativos y problemas diversos. Aunque la
influencia de Kant es tan decisiva en el campo de la ética que no es posible profundizar
sobre la reflexión moral sin explorar en sus imperativos o sus máximas a priori.
En muchos casos no hace falta puntualizar qué elementos de su filosofía moral son
realmente seleccionados para intuir rápidamente que su teoría guía la conceptualización
y la construcción de diversas corrientes éticas, marca los límites dentro de los cuales la
libertad como autonomía moral es posible, declara que el hombre es un fin en sí mismo y
dirige un sentido de rectitud y deber que reposa en la conciencia moral.

La filosofía práctica kantiana no lo abarca todo, aunque sí siempre está presente como
centro de toda moral incondicionada y universalizable. Como afirma Cortina: filósofos
decisivos en nuestro momento, se dicen kantianos. Otros, que no se dicen, asumen buena
parte de la herencia de Kant, aunque les falte capacidad para darle base filosófica.
Renunciar a la filosofía kantiana es renunciar a nuestro modo de ser como personas y
ciudadanos en el siglo XXI.
La vigencia de este legado kantiano en las últimas décadas favoreció a la ética como
objeto de interés en una constelación cada vez más creciente de disciplinas científicas. Las
problemáticas que hoy atravesamos a nivel mundial nos llevan a reflexionar sobre la
autocomprensión del sujeto moral, el valor de la dignidad en la consideración de todo ser
humano y la importancia de principios exigibles a todos para la construcción de una
sociedad más justa.
Para Adela Cortina la herencia kantiana implica un compromiso con una ética
universalista y la construcción de una cosmópolis.

Según Camps, Guariglia y Salmerón, la segunda mitad del siglo XX retomó la teoría ética,
hasta el punto de que no es erróneo afirmar que la filosofía primera ya no es metafísica o
teoría del conocimiento, sino filosofía moral. Desde Kant no es fácil confundir el discurso
filosófico con el discurso de la ciencia.
Ese punto de vista de la filosofía hacia el discurso ético revela una actitud cada vez más
frontal de la filosofía moral para buscar soluciones de una gran diversidad de problemas
que demandan la superación de límites y posturas subjetivistas. En este contexto, tener
presente la vocación kantiana resulta más significativo, sumado a que no está bien
entender la filosofía como una actividad meramente teórica y académica, curricular.

Kant es un pensador clave para nuestra época. Su filosofía nos da una gran visión de
nuestra dimensión moral. Privatización de tierras y de recursos básicos como el agua,
corrupción política e institucional, crisis ambiental, peak-oil, triunfo del neoliberalismo
sobre la democracia, degradación de las condiciones laborales…Este principio de siglo XXI
se parece cada vez más a La balsa de la Medusa, cuadro de Gericault dónde náufragos
sobreviven a duras penas sobre una balsa improvisada después del hundimiento de su
fragata.

Para enfrentarse a peligros urgentes se requiere un compromiso moral que se ocupa de


los intereses y los efectos más inmediatos y va más allá de la idea de “felicidad” mitificada
en la era del consumismo. Es necesario comprometerse con realidades superiores a las de
la subjetividad. El imperativo categórico permite acceder a este nivel ético.
Hay 3 ideas de la filosofía kantiana que aún están vigentes en la actualidad:

Filosofía moral La concepción de la filosofía como una reflexión moral tendría que ser
una enseñanza para nosotros, sobre todos luego de que en el siglo XX el
discurso filosófico se dio entre el humanismo o rigor.

Dignidad La humanidad como fin en sí mismo. Esta idea surge en la segunda


formulación del imperativo categórico. La idea de dignidad de la
persona, de la humanidad como fin en sí misma, representa la base
normativa de la ética y de la filosofía práctica kantiana.

Libertad como En un esfuerzo por definir una ética racional y humanista, acorde a la
autonomía condición de libertad del hombre moderno, Kant estableció el principio
de autonomía como el único principio de la moral.

La ética kantiana es un modelo de moral y un principio regulador para abordar diferentes


temas sobre ética y moral en la actualidad.

De acuerdo con el principio de “autonomía”, que es el que mayor relevancia tiene, una
pregunta se abre en la actualidad: ¿también es un derecho la muerte cuando la propia
persona la solicita? ¿En qué contextos sí y en qué contextos no? ¿Mantener con vida a
alguien que no lo desea implica un respeto por su autonomía? ¿Acaso la autonomía
determina la concepción de justicia que se asume en una institución o que asumen la
políticas públicas de un estado?

M3 L4 - La ética de la razón cordial

La pregunta por la muerte, por el conmorir (el morir con otros, morir acompañado, no
temer a la muerte) es una pregunta que en la actualidad se vincula a la bioética. El
debate sobre la vida, sobre la autonomía de los pacientes y la responsabilidad de los
médicos, implica una reflexión ética cada vez más potente.

En la actualidad hay una forma de comprender la ética que está sustentada en el


concepto de razón cordial, esta ética tiene 2 pilares fundamentales: el sujeto autónomo
kantiano y la teoría de la pragmática universal de Habermas. Cuando se habla de razón
cordial, se alude a un pensamiento ético que afirma con vigor la centralidad de la
autonomía de las personas y el reconocimiento recíproco. Estas dos grandes cuestiones
tienen un punto de vista singular sobre la ética como formación y cultivo de valores de
empoderamiento para construir planes de vida dignos y valiosos.
La cordialidad es el resultado de una moral entrenada con el fin de asumir
responsablemente la tarea de modelar nuestras facultades y educar nuestras emociones
para ser personas capaces de apreciar la vida desde el sentido de la justicia, la solidaridad
y la compasión.
La ética de la razón cordial es un nuevo hogar de aquella educación moral tan
fundamental para la Ética Aristotélica, donde la vida virtuosa surge de un proceso de
aprendizaje y de forjarse un carácter a mediano y largo plazo. El espectro reflexivo de esta
mirada ética está guiado por corrientes de pensamiento que unen 3 procesos:

Conciencia personal y autónoma No se puede pensar la ética desde un individualismo


posesivo. No existen individuos aislados, sino personas en
relación. La ética cordial reconoce los derechos de todos y
empodera sus capacidades.

Conciencia intersubjetiva y Es una ética comunicativa. La razón dialógica es clave para la


dialógica convivencia colectiva. La influencia de Habermas es clave.

Conciencia educada Para Cortina, la ética implica formación o educación


continua en valores morales compartidos como ciudadanos
activos para crear un carácter ético.

Estos componentes de la razón cordial se integran para conformar una visión sobre las
normas morales, donde la que la autonomía, la racionalidad comunicativa y la
cordialidad se constituyen en los principios principales de una vida moral plena.

Otra de las figuras claves es Adela Cortina (1948). Una de sus obras más conocidas es
‘Ética de la razón cordial: educar en la ciudadanía en el siglo XXI’. Esta obra es una
aspiración de tan inagotable riqueza y fuerza, que opera como una guía capaz de abrir
senderos de reflexión sobre la moralidad, sostenidos por la afirmación de un sí
participante de las interacciones sociales, de ciudadanos comprometidos con la
construcción de un mundo más humano. El análisis del quehacer cívico es el punto de
referencia de un horizonte para el desarrollo social y personal, para asumir la
responsabilidad de cada uno con el otro y proyectar planes de vida en máximas de vida
buena con una ética mínima de base y compartida.

El valor de la ciudadanía influye en la vida cotidiana, ya que es decisiva para construir


compromiso e integración social. La ciudadanía se centra en entender de forma recíproca
y en el ejercicio moral de virtudes que nos disponen para obrar y pensar bien. En estas
virtudes se reconocen intereses universalizables, sin estos, la convivencia social no existiría
Según Cortina, esto trata sobre una transformación pedagógica y social atenta a la
transición hacia una ciudadanía global que ya no puede ni debe dar opciones normativas
que sean concebidas desde la autonomía ejercida por individuos aislados, y busquen la
satisfacción de sus propias necesidades.
Esta mirada de la ciudadanía está sujeta a la razón cordial y a un ethos comunicante,
dialogante e intersubjetivo. Ese ethos es un marco de referencia básico para considerar al
ser humano como ciudadano. El civismo entendido como la potenciación de las virtudes o
actitudes que convierten a la persona en un buen ciudadano, está estrechamente
relacionado con la educación. Enseñar civismo es enseñar ética.
Desde el punto de vista de la ética cordial, el caso de debate sobre la eutanasia, implicaría
para los jueces y para el conjunto de la sociedad una educación constante en los valores
de la vida y la muerte, bajo la pregunta por cómo garantizar la autonomía y dignidad de
una persona en situación de vulnerabilidad extrema. La educación es fundamental para
motivar la formación de un carácter que se ajuste a la concepción de bien de una
sociedad y que garantice la justicia.
Es importante ver la conexión entre esta propuesta y la racionalidad comunicativa. Esta
última involucra una cuestión central para la ética cordial: el reconocimiento recíproco
basado en el diálogo y la intersubjetividad. La inclusión de la comunicación permite
implicarnos en la realidad social desde una experiencia dialógica fundamental para la
convivencia colectiva. Torres Guillén sintetiza estas condiciones de posibilidad que se
vuelven particularmente importantes para la creación de mecanismos de participación: la
racionalidad comunicativa permite opinar sobre los asuntos públicos, y también sobre los
sujetos que buscan inclusión y participación social desde su moral personal, como los
grupos de diversidad sexual, de contracultura, indígenas, etc. La ética del discurso busca
construir, día a día, una ética pública capaz de inspirar normativas jurídicas propias de un
estado laico y democrático, donde los ciudadanos están dispuestos a aprender de los
demás, tratando de conjugar sus creencias con la de otros desde un tribunal básico: la
racionalidad comunicativa.

La ética discursiva demuestra que la razón humana es 100% dialógica e introduce un


elemento que orienta al sujeto interlocutor válido, este se basa en el reconocimiento
recíproco. Esta orientación busca ser efectiva para guiar la conducta, evitando el peligro
del dogmatismo, y tener así una influencia decisiva en la creación de espacios de
convivencia social.

El hallazgo kantiano del sujeto moral autónomo constituye otra motivación fundamental
para la ética cordial. Es ese uso de la razón el que afirma a la voluntad como prioridad: el
poder de cada uno de darse a sí mismo máximas y principios morales universales. Esto de
que los juicios y el accionar humanos no tienen más determinación que la propia
voluntad, sienta las bases de la auto-obligación libremente impuesta.
El juicio moral autónomo se desenvuelve en el reconocimiento mutuo y una relación
donde las capacidades son empoderadas y enriquecidas por una moral auténtica y
comprometida.

El valor de la educación moral es clave para la ética cordial. No hay fundamentos dentro
de esta ética que determinen acciones buenas o malas, sí hay un sentido de formación
que implica un esfuerzo continuo por aprender cómo apreciar los valores morales:
autonomía, en el sentido moral, no significa hacer lo que quiera, sino ir por esos valores
que humanizan, que nos hacen personas. Con lo cual el educador tiene que transmitir a
través de la educación aquellas cosas que él considera humanizadoras.

Para Cortina hay que educar desde el ser para el bien ser. Educar desde el ser implica que
la felicidad tiene en cuenta el propio bienestar y a quienes nos rodean. No se puede ser
feliz si hay quienes siguen sufriendo la injusticia, la infelicidad. La educación cívica y la
educación en valores ayudan a que se creen sociedades justas.
La pregunta por cómo formar “buenos ciudadanos” implica una formación para la
democracia. A ¿cómo educar en o para una sociedad democrática? La autora responde
que hay otra tarea que debe emprender cualquier educador que quiera determinar qué
tipo de educación moral es apropiada para construir una sociedad democrática: tratar de
explicar en qué consiste una auténtica democracia. No es de espíritus críticos y
responsables, sino de espíritus dogmáticos, dar por supuesto lo que nadie tiene claro, en
este caso qué tipo de democracia queremos construir.
Una auténtica democracia sólo es posible sobre la base de la autonomía y la solidaridad.
Es por esta razón que las perspectivas liberales, como las propuestas de Rawls y
Habermas, deben ser mejoradas a partir de un compromiso dedicado a la razón cordial o
la compasión, por la cual el otro nunca puede ser concebido como un individuo aislado,
sino como una persona que siempre está relacionándose con otras. Por eso deberíamos
preguntarnos si lo que queremos realmente son individuos diestros, que saben
manejarse para lograr su bienestar, o individuos autorrealizados, formados en el bien ser.
Para lograr el primero basta con las destrezas, y para el segundo, se necesita una
educación moral en término moral.

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