CENSURA - Gregorio Badeni

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Censura

Por Gregorio Badeni (**)

CONCEPTO

La reglamentación a que puede ser sometida la libertad de prensa, e impuesta


con el propósito de salvaguardar otras libertades, encuentra su límite en la censura. El
artículo 14 de la Constitución, además de reconocer la libertad de prensa, le asignó una
característica muy especial cual es la absoluta prohibición de la censura previa.
La primera parte de esa disposición constitucional, condiciona el ejercicio de la libertad
individual de prensa a las leyes reglamentarias, pero esa libertad no puede ser
considerada desprovista de la referencia que alude a la prohibición de la censura previa.
Ello significa que la reglamentación puede recaer sobre la prensa en su conjunto, pero
no puede desconocer aquella prohibición, ni tampoco traducirse en medidas que
importen implantar alguna de las múltiples modalidades bajo las cuales puede
presentarse la censura1.
Este concepto es sumamente amplio y genérico. Abarca toda forma de control o
restricción, tanto anterior como posterior a la emisión del pensamiento, e incluye a las
imposiciones ideológicas generadoras de sanciones motivadas por su incumplimiento2.
Las clásicas formas de censura, han sido ampliamente superadas por el ingenio del
hombre, de modo que, al no resultar correcta una interpretación literal del concepto de
censura previa, quedan comprendidas todas aquellas modalidades que conduzcan a
coartar la libre emisión de conceptos, juicios e ideas3.
Entre los múltiples procedimientos que desembocan en la censura se pueden
citar, a título de ejemplo, los siguientes: el monopolio de los medios de difusión; las
subvenciones gubernamentales a ciertos medios de difusión; la violación del secreto

1 Alexis de Tocqueville escribía que “En un país en que reina ostensiblemente el dogma de la soberanía
del pueblo la censura no solamente es un peligro, sino un gran absurdo. Cuando se concede a cada uno el
derecho de gobernar la sociedad, es preciso reconocerle la capacidad de elegir entre las diversas opiniones
que agitan a sus contemporáneos, y de apreciar los diferentes hechos, cuyo conocimiento puede guiarle en
el desempeño de sus funciones. La soberanía del pueblo y la libertad de imprenta son, pues, dos cosas
enteramente correlativas; la censura y el sufragio universal son, por el contrario, dos cosas que se
contradicen y no pueden coexistir largo tiempo en las instituciones políticas de un mismo pueblo”. (La
democracia en América, pág. 161).
2 Sobre el particular, Segundo V. Linares Quintana enseña que “el concepto constitucional de censura
previa es amplio y comprensivo, y designa toda acción u omisión dirigida a dificultar o imposibilitar, en
forma directa o indirecta, mediata o inmediata, la publicación y circulación de la palabra impresa. Por lo
tanto, además de la censura previa propiamente hablando, queda interdicta por la ley suprema argentina
toda otra forma de restricción comprendida en los términos expuestos” (Tratado de la Ciencia del
Derecho Constitucional T. IV, pág. 441, Ed. Plus Ultra, Buenos Aires 1977/1988).
3 Con referencia a la interpretación del artículo 14 de la Constitución, Juan A. González Calderón
expresaba que “este texto se refiere también a otros requisitos antiguamente usados para dificultar la libre
emisión de las ideas, como son la licencia, la fianza, el depósito o los compromisos de cierta especie.
Todos estos requisitos están prohibidos por el artículo, porque su aplicación importaría el cercenamiento
de tan precioso derecho, como fácilmente puede comprenderse” (Curso de Derecho Constitucional, pág.
210, Ed. Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1960).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
profesional que asiste a los periodistas; la difusión obligatoria de ciertas ideas,
conceptos o acontecimientos; la publicación coactiva de ciertas propagandas; la
prohibición de crear nuevos medios de difusión; supeditar a las autorización
gubernamental el establecimiento de los medios de comunicación; los privilegios o
restricciones impuestas por el gobierno para emplear la tecnología de comunicación; las
trabas para la producción o importación de elementos necesarios para el funcionamiento
o la modernización de los medios técnicos de comunicación; la aplicación de medidas
fiscales que obstaculicen el normal funcionamiento de los medios de difusión, o que
persigan alentar o desalentar a ciertos medios o a ciertas ideas; la influencia coactiva
sobre la orientación y la información de los órganos de difusión; la prohibición de
difundir ciertas ideas; la intervención gubernamental de las empresas periodísticas; la
intervención preventiva de cualquier autoridad pública4; todo procedimiento
encaminado a estorbar o impedir la difusión de ideas; toda disposición que prohíbe una
publicación o establece obligatoriamente su contenido contra la voluntad del emisor;
toda medida fiscal discriminatoria para la actividad de la prensa.
El concepto clásico de censura previa, que apuntaba a describir la autorización
otorgada por la autoridad administrativa antes de que se efectuara la publicación, ha
sido superado mediante la incorporación de las técnicas más sofisticadas que tienden a
conseguir igual objetivo. Asimismo, ese concepto no se limita a la palabra escrita, sino
que se extiende a todos los medios de comunicación ya existentes y que, en el futuro,
invente el hombre.

DOCTRINA JURISPRUDENCIAL

El concepto constitucional de censura previa fue valorado en múltiples


oportunidades por la Corte Suprema de Justicia, a través de una doctrina jurisprudencial
inorgánica y pendular. Ello como consecuencia de la discontinuidad constitucional y de
la subordinación de los valores jurídicos a los valores políticos que caracterizaron al
proceso político argentino durante la mayor parte del siglo actual.
En el caso “Ministerio Fiscal de Santa Fe c/ Diario La Provincia”, resuelto el 23
de diciembre de 1932, la Corte expresó que “las palabras censura previa aluden tanto a
la revisación y examen del escrito a efecto de controlar las ideas antes de autorizar su
impresión, cuanto a otras restricciones de índole semejante, como fianzas, permisos,
etcétera, de que los gobiernos han sabido hacer uso. Que entre las restricciones posibles
a la libertad de prensa, compréndese no sólo la señalada en el considerando anterior,
sino también aquéllas encaminadas a castigar o reprimir la publicación una vez
aparecida. La libertad de prensa estaría gravemente comprometida y anulada en sus
efectos si después de reconocer y admitir en todo hombre el derecho de publicar
libremente lo que crea conveniente, la autoridad pública pudiera reprimirlo y castigarlo
por publicaciones de carácter inofensivo. Es que aquélla implica, como lo dice Cooley,
no sólo la libertad de publicar, sino también inmunidad completa de censura legal y de
castigo por la publicación en sí misma” (Fallos 167:121).
En el célebre caso “Siri”, decidido el 27 de diciembre de 1957, y con el cual
tuvo aceptación jurisprudencial la acción de amparo contra actos de la autoridad
pública, la Corte manifestó “que según resulta de los antecedentes antes mencionados,

4 Segundo V. Linares Quintana destaca que “La Constitución no admite la intervención preventiva de
nadie –particular o autoridad pública- que pueda afectar la libre circulación de la prensa” (Tratado de la
Ciencia del Derecho Constitucional T. IV, pág. 447, Ed. Plus Ultra, Buenos Aires, 1977/1988).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
no existe constancia cierta de cual sea la autoridad que ha dispuesto la clausura del
diario, ni cuáles sean tampoco los motivos determinantes de ella. En estas condiciones,
es manifiesto que el derecho que invoca el solicitante de publicar y administrar el diario
debe ser mantenido” (Fallos 239:463).
De todos modos, para disponer el levantamiento de la clausura, la Corte fundó su
decisión en la inexistencia de una orden de autoridad competente y en la inexistencia de
causa que justificara dicha restricción.
En el caso “Edelmiro Abal c/ Diario La Prensa”, del 11 de noviembre de 1960,
la Corte expresó que “Entre las libertades que la Constitución Nacional consagra, la de
prensa es una de las que posee mayor entidad, al extremo de que sin su debido
resguardo existiría tan sólo una democracia desmedrada o puramente nominal. Incluso
no sería aventurado afirmar que, aun cuando el artículo 14 enuncie derechos meramente
individuales, está claro que la Constitución al legislar sobre libertad de prensa protege
fundamentalmente su propia esencia democrática contra toda posible desviación
tiránica. Ha de concluirse, entonces, que tiene máxima jerarquía constitucional la
exigencia de que el uso legítimo de la libertad de prensa no pueda ser sancionado
cuando se la ejerce contra las manifestaciones radicalmente ilícitas de la dictadura. Y va
de suyo que ese requerimiento debe prevalecer sobre cualquier interpretación de normas
legales, por responsables que sean los intereses que ellas tutelen” (Fallos 248:324).
Si bien comparto los fundamentos del fallo y la valoración que realiza de la
libertad de prensa, debemos tener en cuenta su matiz político ya que, en el caso
“Manuel Bustos Nuñez”, del 28 de marzo de 1958, la Corte confirmó la
constitucionalidad del decreto ley 4161/56 por el cual se reprimía la publicación de
ideas en apoyo de una determinada doctrina política contra la cual, precisamente, había
combatido el diario La Prensa hasta el punto de haber sido dispuesta su arbitraria
censura. Destacó la Corte: “Restricciones que en circunstancias normales no serían
legítimas, pueden serlo en condiciones especiales o extraordinarias, en que corresponda
considerar otros valores más importantes para el orden público o de la comunidad, cuyo
aseguramiento no pueda lograrse sino a costa de limitaciones a derechos individuales:
basta pensar en los casos de conflictos de guerra, epidemias, etcétera, en que tales
limitaciones, mayores que las ordinarias, son inevitables, para advertir la estrecha
dependencia en que éstas se hallan con las circunstancias de hecho. También la
proveniente de una revolución es una de esas situaciones extraordinarias que pueden
justificar excepcionales restricciones a derechos individuales y, entre éstos,
particularmente, a los derechos de expresión y de asociación”5.
El criterio pendular de la Corte en materia de libertad de prensa, tuvo una
muestra significativa al resolver el caso “Azul y Blanco” el 29 de septiembre de 1961.
En esa oportunidad la Corte convalidó la clausura de un semanario, bajo la vigencia del
estado de sitio, expresando que, “entre los derechos a los cuales cabe considerar
suspensos, en virtud de aquella declaración, no está en principio, excluido el de la
libertad de prensa (Fallos 160:104; 236; 41, 244; 59), de modo tal que, en uso de las
potestades previstas por el citado artículo 23, a la autoridad administrativa competente
le es dado aplicar medidas como la aquí cuestionada, cuando a juicio de ella sean
necesarias para el logro de los fines perseguidos por el acto declarativo del estado de
sitio”. La Corte destacó que la clausura de un periódico dispuesta sin fijación de

5 Fallos 240:223. Rafael Bielsa realizó una aguda crítica de este fallo, destacando que la represión del
fanatismo sólo procede cuando se llega a las vías de hecho o a la incitación a la violencia (La Ley
91.497).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
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término, no comporta una violación mientras subsista la vigencia del estado de sitio
(Fallos 250; 840).
En el caso “Prensa Confidencial”, del 30 de abril de 1968, la Corte dejó sin
efecto el decreto 7387/67 que prohibía la impresión, publicación y circulación de un
periódico, sosteniendo “Que si el artículo 14 de la Constitución prohíbe la censura
previa, cabe concluir que menos puede admitirse la clausura lisa y llana de una
publicación, como forma anticipada de restricción a la libertad de imprenta”. Agregó,
“Que lo expuesto no importa reconocer los excesos reprobables en que puedan haber
incurrido el o los autores de la hoja periodística que ha dado lugar a este amparo. Pero
esos excesos no pueden justificar su clausura sino solamente su eventual represión en
sede judicial. Porque, en efecto, ha sido precisamente para resguardo del fundamental
derecho que se debate en esta causa que la Constitución ha proscripto el recurso de la
censura previa, prefiriendo correr el peligro del posible abuso de la libertad de
imprenta”. La Corte, también desestimó los argumentos que avalaban la medida sobre la
base de un presunto estado de necesidad, entendiendo que su existencia debía ser
contemplada a través del recurso constitucional correspondiente, que es la implantación
del estado de sitio”6.
Los actos de censura pueden emanar tanto de los particulares como del gobierno.
En este último caso, si bien lo más frecuente es que las restricciones a la libertad de
prensa sean efectuadas por las autoridades administrativas, se advierte cierta aceptación
cuando ellas provienen de los jueces. En su afán por preservar ciertos derechos, valores
e instituciones, con lamentable frecuencia los jueces asumen un rol extraño al de su
magisterio decidiendo qué es lo que pueden saber y conocer los ciudadanos. Sin
embargo, un tribunal que decide ocultar al público elementos informativos, asume el rol
de censor oficial y le impide, a ese mismo público, conocer la constitucionalidad de su
decisión7. La función de dirimir las contiendas judiciales y la tarea de velar por la
supremacía de las normas constitucionales, no pueden conducir al extremo de implantar
la censura judicial frente a una libertad que ocupa una posición preferencial en la escala
de valores jurídicos8.
Un enfoque acertado, fue el que aplicó el juez Luis M. Terán, al denegar, el 2 de
marzo de 1966, el amparo promovido para que se dispusiera el secuestro del libro El
Vicario debido a que denigraba la figura de S.S. Pío XII y a la Iglesia Católica,
poniendo en peligro las relaciones existentes entre la República y el Estado Vaticano.
Tras destacar que la libertad de expresión es uno de los derechos constitucionales que
fundamentan la estructura jurídico política del país, el juez manifestó que “Esta se vería
afectada si se secuestrara o prohibiera el libro citado y ello podría servir de punto de
partida para el ataque a nuestra forma de vida occidental por personas que, como el
autor –según el decir del representante del ministerio público- se encuentran inspiradas
por quién sabe qué designios”, agregando que “el rechazo de la petición que diera lugar
al sub lite se impone, en homenaje a la libertad de imprenta y de expresar las ideas que
no pueden ser conculcadas, salvo cuando ellas pongan en peligro cierto a la Nación u
otro derecho de igual o similar valor; en cuyos casos y para castigar al culpable existen
6 Fallos 270; 268. Igual temperamento adoptó la Corte en el caso “Marcelo Sánchez Sorondo”, a raíz de
la censura aplicada al periódico “Azul y Blanco” (Fallos 270; 289).
7 Según Sotirios A. Barber, tal comportamiento sólo se justificaría si los jueces estuvieran dotados de
infalibilidad (Sobre el significado de la Constitución de los Estados Unidos, pág. 182, Abeledo Perrot,
Buenos Aires, 1986).
8 Esa jerarquía fue reconocida por la Suprema Corte de los Estados Unidos en el caso “Thornhill v. Ala”
(310 U.S. 88 de 1940).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
las vías ordinarias, establecidas por la legislación en vigencia” (Jurisprudencia
Argentina 1966-II-505).
No fue, sin embargo, esa la doctrina que sustentó la Corte Suprema de Justicia
en el caso “Editorial Sur” resuelto el 27 de diciembre de 1963. El Tribunal convalidó el
decreto municipal 7718/59 que calificó de inmoral la novela Lolita de Vladimir
Nabokov y prohibió su circulación y venta, entendiendo que “no parece susceptible de
debate que, con fundamento en la necesidad y el deber de preservar la moral pública,
asistan al Estado las facultades indispensables para impedir la circulación y venta de
obras y publicaciones inmorales, porque ello es parte del poder de policía, en lo atinente
a las buenas costumbres”9.
En igual sentido se pronunció la Cámara de Apelaciones de la Justicia Municipal
de Faltas, en el caso “Rosati” resuelto el 3 de diciembre de 1986. Se había cuestionado
la constitucionalidad de la ordenanza 40.852 que prohibía la circulación de todo
material impreso que no contara con la calificación de una Comisión municipal.
Realizada la calificación, no se podía prohibir la circulación aunque, por razones de
moralidad y orden público, era posible condicionar la autorización al ensobrado del
material impreso. Atendiendo a la razonabilidad de la medida el Tribunal convalidó la
constitucionalidad de la norma municipal, entendiendo que no se trataba de un supuesto
de censura sino de razonable reglamentación que posibilitaba la circulación del material
una vez cumplida la condición de ensobrar. Sin embargo, entiendo, compartiendo el
criterio expuesto por el juez Miguel A. Camio, que en la medida que se prohibía la
circulación, y aunque fuera bajo condición de cumplir una medida razonable, se estaba
incurriendo en un acto de censura. “El exigir que esa calificación sea anterior al
momento en que la publicación llegue al público, y el prohibir que eso suceda, hasta
tanto se cuente con la calificación definitiva de la Comisión Calificadora, importa un
actuar preventivo y en consecuencia resulta una restricción a la libertad de expresión”.
Agregaba que “Es por eso que consideramos que no es la comunidad, a través de
comisiones, la que debe defenderse preventivamente de los ataques desplazados de ese
monstruo, conocido por pornografía, enemigo que altera la estabilidad de los pueblos y
que por su condición de abusivo y artero, resulta tan difícil de combatir, sino que son
los ciudadanos individualmente los que deben librar esa batalla” (El Derecho 125-436).
Comentando este último fallo, Germán Bidart Campos compartía la decisión de
la Cámara entendiendo que no había censura previa, ya que la norma municipal no
prohibía la circulación sino solamente exigía una calificación previa y, en ciertos casos,
imponía la obligación de ensobrar la publicación para su difusión y venta. No comparto
la opinión de este distinguido jurista ya que, supeditar temporalmente la circulación de
un impresa al dictamen de una comisión calificadora constituye una censura; significa
suspender la circulación hasta tanto emita su dictamen la comisión. Es cierto que
practicada la calificación, y tratándose de impresos pornográficos, se autorizaba su
circulación siempre que el impreso fuera ensobrado para su difusión y venta por razones
atendibles encaminadas a la defensa del pudor. Pero ese condicionamiento, cuya
razonabilidad es indiscutible, constituía una forma de censura ya que, el incumplimiento
de la obligación de ensobrar impedía la circulación. La solución correcta sería la de
prever y aplicar sanciones a quienes no dieran cumplimiento a la norma, pero no
impedir la circulación y venta.
9 Fallos 257; 275. Este fallo fue uno de los elementos de publicidad que fomentaron la amplia difusión
que tuvo la obra cuando, pocos años después, fue permitida su impresión y circulación. Superada la
euforia que genera eliminar toda restricción a la libertad, la obra retornó a la oscuridad donde los jueces
pretendieron insertarla coactivamente, pero por la acción libre y espontánea de la propia sociedad”.
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
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Con respecto a esta forma de censura, la Suprema Corte de los Estados Unidos,
al resolver en 1952 el caso “Burstyn vs. Wilson” (343 U.S. 495) dispuso que el estado
de Nueva York no podía impedir la exhibición de una película calificada de sacrílega,
expresando que debido a la importancia adquirida por el cinematógrafo como medio
para formar la opinión pública, determinaba su inclusión dentro de la garantía de la
libertad de palabra y de prensa previstas en las Enmiendas I y XIV.
Tal solución, que fue similar a la adoptada por nuestra Corte en el caso “Daniel
Mallo” fallado el 10 de mayo de 1972 (Fallos 282:397), mereció una ampliación por
parte de la Suprema Corte de los Estados Unidos en el caso “Erznoznik vs.
Jacksonville” resuelto en 1975. En esa oportunidad, el Tribunal descalificó la
constitucionalidad de una ordenanza de Jacksonville, estado de Florida, que prohibía
totalmente la exhibición de películas con desnudos, si la proyección se efectuaba en
autocines donde la pantalla era visible desde un lugar público. El Tribunal desestimó los
argumentos referentes a la necesidad de proteger a los individuos frente a la
presentación de materiales ofensivos y al ejercicio del poder de policía para la
protección de los niños. Dos años antes, en 1973, al resolver el caso “Roaden vs.
Kentucky”, la Corte dispuso que una película obscena no podría ser secuestrada sin
orden judicial suficiente, pues la restricción previa del derecho de expresión requiere
una evaluación sobre la razonabilidad de la materia.

PUBLICIDAD COMERCIAL

Otra hipótesis de censura previa, es la referente a la prohibición de efectuar


cierto tipo de publicidad comercial, ya sea por sus modalidades o por la naturaleza de
los productos. Aquí destacamos, a título de ejemplo, el fallo dictado el 5 de febrero de
1986 por el juez Mauricio Obarrio en el caso “Kattan c/ Comité Federal de
Radiodifusión10”. El magistrado hizo lugar al pedido del accionante para que se
ordenara a la autoridad de aplicación que dictara las normas tendientes a prohibir la
publicidad o promoción comercial del consumo de tabaco. Sostuvo que “el artículo 16
de la ley 22.285 dispone que las emisiones de radiodifusión no deben perturbar en modo
alguno la intimidad de las personas ni comprometer su buen nombre y honor. Quedan
prohibidos los procedimientos de difusión que atenten contra la salud o estabilidad
psíquica de los destinatarios en los consejos o contra su integridad moral”. Tras reseñar
los elementos que acreditaban los efectos nocivos que produce el consumo del tabaco
para la salud, y advertir la inexistencia de una norma reglamentaria que permitiera la
aplicación de la ley 22.285 en esta materia, dispuso ordenar a la autoridad de aplicación
que hiciera efectiva la prohibición contenida en dicha norma 11. En este caso, el juez,
además de suplantar a la autoridad administrativa su potestad de precisar la oportunidad,
conveniencia y alcances de la reglamentación, le impuso adoptar una decisión restrictiva
a la libertad de expresión cuyo contenido podría llegar a configurar una censura previa.
No se trata aquí de juzgar los buenos o malos efectos que puede producir la publicidad
para la población, así como tampoco de desconocer el poder sancionatorio para aquella
publicidad que encuadre en alguna de las figuras delictivas comunes que prevé el
Código Penal. Lo que se niega es la posibilidad de impedir una publicidad por ser
considerada nociva para la sociedad o delictiva. Así, en el caso “Bigelow vs. Va.” De
1975, la Suprema Corte de los Estados Unidos señaló que la garantía de la libertad de

10 El Derecho 117-364.
11 El Derecho 117-364.
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palabra y prensa se extiende a los anuncios comerciales, declarando la invalidez de una
ley del estado de Virginia que penaba la difusión de anuncios referidos a la realización
de abortos (421 U.S. 809).
También, en los casos “Va. St. Bd. of Pharm, vs. Va. Cit. Cons. Council” de
1976 y “Bates vs. State Bar” de 1977, la Corte declaró la inconstitucionalidad de las
normas que prohíben la publicidad de los precios de medicamentos y de los servicios
profesionales ofrecidos por los abogados sosteniendo que “Lo que se discute es si un
estado puede reprimir la difusión de la información reconocidamente veraz acerca de
una actividad complementaria legal, temeroso del efecto de esa información sobre
quienes la difunden y los destinatarios. Llegamos a la conclusión de que al margen de
otras cuestiones es necesario responder por la negativa a esta pregunta” (425 U.S. 748 y
433 U.S. 350).

OBLIGACION DE PUBLICAR

Si es una muestra de censura previa la prohibición de publicar determinada idea,


también lo constituye la obligación impuesta a un medio de difundir una noticia o
comunicación contra la voluntad de su director. Sin embargo, no ha sido ese el
temperamento seguido por la Corte Suprema de Justicia al resolver el caso “Fernández
Valdéz, Manuel” del 11 de diciembre de 1972. El diario El Independiente de La Rioja,
había sido obligado, por sentencia judicial, a publicar el texto del fallo dictado en una
causa por calumnias e injurias que no habían sido emitidas por ese periódico, con la
aclaración de que el costo de la publicación no estaba a cargo de este último. Al
confirmar esa decisión, la Corte sostuvo que “no encuentra que el pronunciamiento
recurrido pueda calificarse de arbitrario, como lo pretende el apelante. La libertad de
prensa que aduce se entiende al servicio de la información, de la ilustración, de la
cultura, del perfeccionamiento y afianzamiento de las instituciones políticas y civiles.
Mal puede invocársela, pues para negar al ofendido la reparación de su honor, en la
forma prevista por la ley. Y el derecho de propiedad del órgano periodístico o de sus
máquinas impresoras no basta para que un periódico obstruya la consecución de aquel
alto objetivo, consustanciado con el fin mismo del derecho: lograr una comunidad
educada en el conocimiento de la verdad y dignificada, de tal modo, por la instauración
de un orden pacífico y justo. Que, en el caso particular de autos, no se ve cómo podría
justificarse que el único diario de la provincia de La Rioja rehúse su colaboración
retribuida para reparar el honor del ofendido, a requerimiento de lo jueces, en una causa
criminal. La libertad de prensa no resulta afectada en la especie, porque ella no se
concilia con la negativa irrazonable, sin motivación expresada ni legítimo interés
agredido. La misión propia de esa preciosa libertad no es impedir sino manifestar la
verdad, evidente en el sub judice desde que no se trata, incluso, de la sentencia que se
expide en cuestión opinable, sino de la que se ha dictado por promediar retractación, en
los términos y con los efectos que marca la ley”.
En disidencia, los jueces Eduardo Ortiz Basualdo y Luis Carlos Cabral,
sostuvieron, por el contrario, “Que así planteado el caso, no es admisible que, sobre la
base de lo dispuesto en el artículo 114 del Código Penal, se imponga al recurrente la
obligación de publicar un fallo dictado en un proceso al que ha sido ajeno. El derecho
de publicar ideas por medio de la prensa que garantiza el artículo 14 de la Constitución
Nacional entraña también el de no publicarlas. Y de la referida disposición del Código
Penal no cabe inferir que quede librado a la voluntad de los jueces ordenar que se
inserte la sentencia condenatoria –o en su caso de retractación- en las columnas de
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
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periódicos distintos de aquél en que se propaló la calumnia o la injuria. Que la
publicación del pronunciamiento, a cargo del condenado –o del retractante- constituye
una sanción que, como tal, cualquiera sea su naturaleza, no puede imponerse a un
tercero sin violar el principio fundamental que exige la identidad del delincuente y el
condenado. Que sin duda es legítimo el interés del ofendido en obtener la difusión del
pronunciamiento que deja a salvo su honor. Pero en caso de colisión con el derecho de
los editores de publicaciones periodísticas de seleccionar libremente el material de ellas,
corresponde acordar primacía a este último dado que está directamente garantizado por
la Constitución Nacional en su artículo 14. Ello tanto más, si se considera que aquel
interés puede satisfacerse mediante la publicación independiente del fallo respectivo a
cargo del condenado o del que se retracta. Que cabe, en consecuencia, concluir –dado el
carácter sancionatorio que reviste la publicación de fallos prevista por el artículo 114
del Código Penal- que ella sólo puede ser impuesta contra la voluntad del editor en el
supuesto de que se trate del mismo periódico en que se difundió la especie calumniosa o
injuriosa” (Fallos 284; 345).
El fallo que comento, importó una gravísima lesión para la libertad de prensa, no
solamente en el caso concreto, sino también por la proyección de su doctrina a
innumerables hipótesis semejantes, en las cuales, se podría obligar a un medio a realizar
publicaciones contra su voluntad.
Al margen de la lesión que genera esa doctrina para el derecho a la propiedad del
editor de un periódico, si se acepta que un medio no puede oponerse a la difusión de
ciertas noticias por los valores trascendentes que refleja, le estaremos brindando al
Estado la potestad de interferir en el proceso de libre emisión de las ideas. En tales
casos, ¿quién decidirá si es o no necesario publicitar un acontecimiento, frente a la
presencia de una norma legislativa o jurisprudencial que acuerde semejante potestad al
gobierno? Caben dos respuestas: o es el propio gobierno en ejercicio de una facultad
política discrecional, o es el poder judicial asumiendo el rol de censor oficial. En ambos
casos la libertad de prensa resulta desnaturalizada.
Es cierto que la libertad de prensa cumple una función informativa, de
ilustración, de cultura y de tutela de las instituciones democráticas, pero ello no
significa que alguien pueda arrogarse la potestad de determinar los contenidos de las
publicaciones realizadas; por quienes resolvieron efectuar tales emprendimientos. Por
otra parte, mal puede requerir el Estado, a través del accionar de sus jueces, que los
particulares estén obligados a difundir los hechos que estime convenientes para el logro
de los fines de la sociedad. Ello sólo sería posible en el marco de un sistema
transpersonalista; de una concepción autocrática como la que trasunta del voto de la
mayoría al expresar que la misión de la prensa “no es impedir sino manifestar la
verdad” aunque, claro está, que serán los jueces quienes decidan qué es lo verdadero y
qué es lo falso. De modo tal que, llevando semejante doctrina a su conclusión lógica, los
medios de prensa están obligados a publicar todo aquello que la autoridad estime
verdadero y con el contenido que ella le asigne.
Los graves riesgos que tal doctrina traía aparejados para la libertad de prensa,
tuvieron lamentable concreción el 18 de diciembre de 1973 en el fallo dictado por el
Superior Tribunal de la Provincia de Misiones, en el caso “Comando Tecnológico
Peronista”. La cuestión se había planteado a raíz de la negativa de los directores del
diario El Territorio para publicar una solicitada de carácter político. Fundando su
decisión –que impuso al diario el deber de publicar la solicitada- el Tribunal realizó una
distinción entre la prensa de opinión y la prensa comercial. A su criterio, la publicación
no podía ser impuesta obligatoriamente a la prensa de opinión “porque aquí se juegan
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
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los principios constitucionales de libertad de prensa a favor de esa publicación de
opinión que le garantizan la libre emisión de su pensamiento”. Otro tanto debía
acontecer con la prensa comercial en su parte redaccional, ya que “Es legítimo el
rechazo de cualquier expresión que pretenda incluirse en la parte redaccional de una
publicación además de lo ya dicho, por la simple razón de que aparecería como
expresión propia de la publicación”. Pero, con respecto a la parte publicitaria de la
prensa comercial, se destacó que “Si la función de la prensa es difundir ideas, si debe
estar al servicio de la información, de la cultura, del perfeccionamiento del hombre y de
las instituciones creadas por él; si, por sobre todo, su misión fundamental y
principalísima es manifestar y servir a la verdad y no impedirla, no admitimos ni
aceptamos, en principio, ningún impedimento constitucional o legal para que una idea o
una opinión pueda ser publicada en la parte publicitaria de un diario mediante el pago
de la tarifa convenida12”. Agregaba que “Cualquier publicación en la parte publicitaria
de la prensa comercial –es decir, aviso, anuncio, solicitada, etc. pagados- puede tener las
siguientes restricciones o limitaciones que funcionan a favor de la empresa periodística:
Exigir: 1) la ratificación de los firmantes y su identificación personal; 2) que la
publicación no sea obscena, inmoral, pornográfica o afecte las buenas costumbres; 3)
que no sea contraria a la ley; 4) que no sea injuriosa, que no afecte el honor o el derecho
privado de terceros; 5) que no afecte el orden constitucional del país o de su estructura
jurídico institucional o a algún poder del Estado, la seguridad militar, la paz interior o
exterior, la defensa nacional o provincial; 6) que no se afecte a una nación extranjera,
sus instituciones, su gobierno o su pueblo; 7) que no se afecte o injurie a la libertad de
cultos; 8) que no sea injuriosa o afecte el honor de cualquier funcionario; 9) que no
incursione afectando la vida privada de terceros. Pensamos que los fundamentos para
establecer estas restricciones no requieren explicación y surgen de su propio contexto
que, en suma, resguardan la soberanía de los Estados, sus poderes y los derechos
esenciales del hombre en sociedad” (J.A. 21-1974-731).
Según esta doctrina, y al margen de la cuestionable distinción entre los medios
de opinión y de información ya que los caracteres comerciales se presentan en ambos y
también los matices de opinión e información, los diarios no pueden negarse a publicar
anuncios, avisos, propaganda comercial y solicitadas. Solamente lo podrían hacer si sus
directores entendieran que los contenidos de la publicación estuvieran comprendidos en
el catálogo e excepciones descripto por el Tribunal. Asimismo, y a falta de acuerdo
entre los directores y quien pretende imponer la publicación, corresponderá a los jueces
decidir “acerca de la procedencia o legitimidad del rechazo”, transformando a ellos en
árbitros de lo que se puede, o no, publicar. Pero este fallo, que sigue la línea de
pensamiento esbozada por la Corte en el caso “Fernández Valdez, Manuel”, conduce
también a otra consecuencia: el catálogo presentado por el Tribunal configura todos
aquellos supuestos en que los diarios deben abstenerse de realizar publicaciones aunque
ellos tengan la voluntad de hacerlo. Así, la censura no tiene límites y los jueces se
transforman en censores oficiales.

PROHIBICIÓN DE PUBLICAR

12 Sin embargo, el Tribunal olvidó que tampoco hay norma legal alguna que imponga a los diarios la
obligación de publicar solicitadas, con lo cual la solución reside en acudir al artículo 19 de la
Constitución Nacional; “Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni
privado de lo que ella no prohíbe”.
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
Uno de los mecanismos empleados con mayor asiduidad para materializar la
censura consiste en prohibir la impresión de periódicos. En este caso, y al margen de la
situación particular que se presenta bajo la vigencia del estado de sitio, la jurisprudencia
de nuestros tribunales ha sido sumamente pendular debido a la gravitación de las ideas
políticas autocráticas o democráticas, según las características de cada momento
histórico.
Un caso, que en su momento tuvo amplia repercusión, fue la orden dispuesta por
el juez Martín Irurzun prohibiendo la publicación de una solicitada, firmada por más de
6.000 personas, en los diarios Clarín, La Prensa, La Nación, Crónica y Ámbito
Financiero, expresando su reconocimiento y solidaridad a Jorge R. Videla por haber
defendido a la Nación en la guerra desatada por la agresión subversiva, y por haber
derrotado a las organizaciones terroristas que pretendieron imponer el régimen marxista.
Sobre la base de la denuncia efectuada por el periodista Horacio Verbtisky, el juez
entendió que, en principio, la solicitada cuya publicación se pretendía, importaba la
comisión del delito de apología en grado de tentativa, y cuya consumación se debía
impedir pues las libertades de prensa e ideas son derechos que, aunque garantizados
constitucionalmente, no son absolutos sino que reconocen límites en la ley.
Tal decisión constituyó un precedente sumamente peligroso para la libertad de
expresión, ya que importaba atribuir al Poder Judicial la potestad de censurar con
carácter previo a las publicaciones para verificar si ellas pueden llegar a constituir un
delito o un agravio para los derechos individuales. Llevando ese criterio a su lógica
consecuencia, los magistrados judiciales serían censores previos de cualquier tipo de
publicación cuando, de oficio o a petición de parte, pudieran analizar el contenido de
una manifestación del pensamiento para verificar si ella es potencialmente apta para
vulnerar las disposiciones establecidas por las leyes ordinarias. De tal situación, a la
creación por vía pretoriana de un tribunal preventivo de censura previa, hay una corta
distancia. Se abría así una brecha con proyecciones imprevisibles por la cual se podrían
filtrar infinidad de restricciones a la libertad de expresión, hasta el extremo de
desconocerla en función de las ideas o doctrinas políticas que se pretendieran imponer
coactivamente13.
Llevado el caso a la Cámara Nacional Federal en lo Criminal y Correccional, el
10 de noviembre de 1987, y por el voto de los jueces Ricardo Gil Lavedra y León
Arslanián, decidió revocar el fallo de primera instancia expresando que “Como se viera,
el contenido de la publicación, en principio, es constitutiva del delito de apología del
crimen, con cuya incriminación se tutela el orden público en el sentido que quedara
expuesto en esta resolución. Plantéase de este modo una situación dilemática: impedir la
consumación de un delito –por lo que optó, no sin razón, el a quo – o consentir el
sacrificio de un bien jurídico en aras de un interés superior jerárquicamente más valioso
y cuya vigencia compromete la del sistema político, garantizador de libertades, por el
que esta sociedad está bregando en esta difícil transición democrática. La decisión de
esta opción importa un compromiso con la democracia y con la República, que ya
asumieron antes de ahora los miembros de este tribunal, en su actual composición: la
libertad. Poco importa si para defenderla han de soportarse algunos males, la diatriba
insolente, la injuria abierta o solapada, la referencia procaz u obscena, la calumnia y
hasta la apología de un crimen, si es que ello puede servir para garantizar una forma de
vida, en la que la mayoría del pueblo cree, y que aparece expuesta desde los albores
mismos de nuestra nacionalidad”

13 En igual sentido, el voto del juez Petracchi en el caso “Servini de Cubría” (Fallos, 315:1993).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
Este pronunciamiento, si bien pondera debidamente la importancia institucional
de la libertad de prensa, presenta dos graves defectos: 1) la toma de posición político
coyuntural por parte de los jueces; 2) el prejuzgamiento sobre el carácter delictivo de la
solicitada que generaba, necesariamente, una autocensura14.
El 13 de junio de 1989 la Corte Suprema confirmó, implícitamente, el fallo de la
Cámara al sostener que la cuestión planteada revestía carácter abstracto. Dispuso
“declara inadmisibles los recursos extraordinarios pues la afirmación del a quo en los
considerandos de la sentencia de que los autores de la solicitada se hallarían incursos en
la responsabilidad penal, no causa gravamen actual y concreto, el cual sólo se produciría
al dictarse una sentencia condenatoria después de un trámite regular mientras que en
este juicio no se ha procesado a persona alguna y aquella aseveración sólo importa un
razonamiento no relevante para la solución del caso y por ello carente de efecto
normativo”, agregando que “El agravio de equiparar a la amenaza de sometimiento a
proceso con la censura previa proscripta por la Constitución, tampoco resulta atendible,
pues de ella no derivaría un gravamen actual y concreto al no afectarse la garantía del
derecho de defensa de los recurrentes en el caso eventual de ser procesados”.
En su disidencia, el juez Carlos Fayt se pronunció por la viabilidad del recurso
extraordinario interpuesto por un medio de prensa y algunos de los firmantes de la
solicitada, porque “aun cuando la pretensión última de los recurrentes, esto es el
levantamiento de la interdicción dispuesta por el juez de primera instancia, fue
formalmente satisfecho en la parte dispositiva, la Cámara, en sus considerandos, ha
sostenido no sólo que la publicación de tal solicitada constituirá una apología del
crimen, sino que tal delito, aun antes de su publicación, ya ha tenido comienzo de
ejecución… Que tales apreciaciones constituyen un claro prejuzgamiento,
absolutamente improcedente a esta altura de la causa, en la que solamente cabía resolver
si era posible o no evitar la publicación de la solicitada”.
Encuadra en esta categoría de actos de censura la decisión adoptada por la jueza
Elisa Díaz de Vivar en el caso “Lacroze de Fortabat” resuelto el 13 de enero de 1992.
La jueza accedió al pedido de la actora para que se prohibiera con el carácter de medida
cautelar la publicación parcial o íntegra de la obra Novela de Amalita, Retrato sin
Maquillaje, de Orlando Barone, cuya difusión había sido anunciada en el diario El
Cronista. El pedido obedecía a que la obra encuadraba en la categoría de las “biografías
no autorizadas” y vulneraba el derecho a la intimidad de la actora invadiendo aspectos
de su vida afectiva.
El fundamento de la decisión judicial consistió en que “encontrándose prima
facie acreditado que en forma inminente se difundirán artículos periodísticos cuyas
características pueden redundar en un irreparable menoscabo del derecho de la
peticionante, corresponde ordenar a los demandados, que en forma preventiva se
abstengan de realizar la publicación anunciada”, en virtud a que el artículo 1071 bis del

14 Refiriéndose a este caso, Alejandro D. Carrió expuso que “la decisión del juez de primera instancia de
impedir su publicación significó una clara violación a la prohibición de censura previa del artículo 14 de
la Constitución. Pero además de ello, tampoco veo de qué manera el orden o la tranquilidad pública
pudieron considerarse afectados, dado lo que era el texto de la pretendida solicitada. Recuérdese por
último, los criterios amplios que la propia Cámara Federal había sentado en los casos vistos, en los que
puso de manifiesto la necesidad de asegurar el marco más amplio para la discusión pública de las
cuestiones de interés colectivo. No se entiende por qué dicho tribunal en “Verbitsky” optó por abandonar
esa línea, y concluir, por ejemplo, que el juez de primera instancia tuvo razón en considerar que, en
principio, había comenzado a ejecutarse el delito previsto en el artículo 213 de la ley penal” (Injurias,
desacatos y solicitadas: el significado central de la libertad de expresión, L.L., 1989-E-132).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
Código Civil “concede al juez la posibilidad de remediar de inmediato cualquier acto
que implique un evidente menoscabo al derecho a la intimidad de un justiciable”.
Sin perjuicio de la tutela constitucional que se le dispensa al derecho a la
intimidad, ella no puede llegar al extremo de impedir el ejercicio de la libertad de
expresión sin vulnerar, a su vez, la garantía constitucional de la interdicción de la
censura previa. Cualquier otra solución intermedia que se propicie, que bajo ciertas
condiciones permita disponer la prohibición de publicar, acarrea el riesgo de otorgar a
los magistrados judiciales la potestad de decidir cuándo se puede efectuar una
publicación. Y esta consecuencia importa añadir a la potestad jurisdiccional del órgano
judicial la cualidad de un tribunal de censura, y un efecto multiplicador a tales
decisiones dada la consideración básica y exclusivamente de índole subjetivo que
merece la ponderación del derecho a la intimidad”15.

15 Ricardo Li Rosi, tras sostener que toda medida judicial, de carácter cautelar, por la cual se prohíbe una
publicación es un acto de censura, añade “que a los jueces, como al Poder Ejecutivo, les está
absolutamente prohibido practicar censura previa, pues de lo contrario la discusión no se centraría en la
censura previa sino en la persona del censor, pues entonces, y en la argumentación que aquí se discute, los
jueces dejarían de ser tales para convertirse en censores, nada más lejos de la augusta misión concedida”
(“Los jueces y la censura previa”, Noticiario de la Prensa Argentina – ADEPA, Buenos Aires, marzo de
1993).
(**) Publicado en “Libertad de Prensa” Capítulo V . Ed. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1997 (Selección de textos 1ª
y 2ª Edición) Material bibliográfico y de estudio de la Asignatura: Derecho de la Comunicación (Unidad II) -
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.

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