Imperialismos Del Siglo Xix

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Imperialismos del siglo XIX:

Centroamérica en el ajedrez mundial

Elaborado por Johnathan Ordóñez, Ph.D.

Introducción

El 31 de marzo del 2019, Fox News sacó una noticia en donde el presidente de los Estados Unidos,
Donald Trump, anunciaba que eliminaría la ayuda a “tres países mexicanos.” La cadena se refería
a Guatemala, Honduras y El Salvador y, pese que se disculpó pronto por el error, las críticas se
amontonaron contra la cadena. El partido demócrata, junto con muchos políticos latinoamericanos,
consideraron que el comentario era “evidencia de racismo” de ese medio contra los
centroamericanos. Incluso, el entonces presidente electo salvadoreño, Nayib Bukele, publicó un
comentario en Twitter en relación con lo ocurrido, aunque en tono de humor. Aunque Trump sí ha
dicho cosas altamente racistas en el pasado, su referencia a los “tres países mexicanos” no lo fue.
Lo que el presidente Trump y la cadena Fox News hicieron se conoce en la ciencia como la
serendipia, o un hallazgo por error. Sobra decir que ni Guatemala, Honduras o El Salvador
pertenecen actualmente a México, pero durante el primer imperio mexicano (de 1821 a 1823), toda
Centroamérica sí formó parte de una unidad política mexicana liderada por Agustín de Iturbide.
El presidente Trump, por error, dijo la verdad, solo que con 200 años de retraso.

Dada la importancia que tuvo Centroamérica a nivel internacional en las primeras décadas de post-
independencia, la presente ponencia tiene por objetivo identificar algunos factores geopolíticos
determinantes para Centroamérica y la comunidad internacional desde 1821 hasta 1840. Mi tesis
central es que la geografía centroamericana (como factor exógeno), junto con los intereses
encontrados de la élite política y económica regional (como factor endógeno) durante los años de
la Federación Centroamericana (1823-1838), determinarían el futuro político, económico e incluso
institucional de la región durante todo el siglo XX.

Como puntos centrales a abordar en mi presentación, hay tres hitos relevantes que vale la pena
analizar: el primer hito es la pertenencia de Centroamérica al imperio mexicano, es decir, que
México se convertiría en el primer país fuera de Centroamérica (ya separada de España) con el
cual tendríamos relaciones diplomáticas y comerciales. El segundo hito es la presencia del imperio
de Gran Bretaña en el caribe por la deuda externa adquirida; y el tercer hito, son las tensiones
diplomáticas con Estados Unidos por el control del Caribe y, eventualmente, por la construcción
de un posible canal interoceánico a finales del siglo XIX.

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Centroamérica y el imperio mexicano

El historiador Mario Vázquez Oliveira, en su reciente obra “El Imperio Mexicano y el Reino de
Guatemala: Proyecto Político y Campaña Militar, 1821-1823”, nos recuerda que nuestra relació
con México comienza con una invitación. Iturbide “invita” a las provincias de Centroamérica a
unirse al imperio mexicano incluso meses antes de que se declarara formalmente la independencia
de España. Todo parece indicar una convergencia de intereses de todas las partes involucradas:
por un lado, la preocupación de Iturbide ante una posible invasión extranjera (española o francesa)
a México una vez se declarara la independencia, por lo que la incorporación de Centroamérica le
daría una importante defensa militar a México ante cualquier posible ataque externo; y por el otro
lado, bajo la lógica de “El enemigo de mi enemigo, es mi amigo”, la anexión a México significó
la aspiración de muchas élites locales centroamericanas por liberarse del poder político y
económico de Guatemala, principalmente por parte de El Salvador. De cualquier manera, la
respuesta de las entonces provincias ante la invitación de pertenecer al imperio mexicano fue
variada (no fue unánime, pero sí oficial) por parte de los que gobernaban las provincias. Al final,
en su mayoría, se llevó a una unión de mutuo acuerdo al imperio mexicano.

Acaso el miedo al “abandono” por parte de España, junto con el deseo de México de convertirse
en una potencia en América, llevó a Centroamérica a anexarse definitivamente al imperio
mexicano después de su independencia. Sin embargo, Centroamérica ya está convulsa para
entonces. La rivalidad entre El Salvador y Guatemala era ya evidente por los reclamos que hacía
El Salvador al monopolio comercial guatemalteco. Para el caso salvadoreño, la anexión fue por la
fuerza.

Lo que hay que rescatar acá es que Centroamérica fue “victima” no solo de la necesidad de México
de tener respaldo militar para la defensa del imperio, sino del choque ideológico posrevolucionario
de Francia y Estados Unidos. Por lo tanto, la separación de España no significó una in-dependencia
en el sentido emancipatorio de la palabra, sino más bien, propongo, tuvimos una equi-dependencia
de la administración de las provincias de España hacia México. En cualquier caso, el imperio
mexicano cae por problemas financieros. Iturbide no tenía capacidad de cobrar impuestos e incluso
tuvo de decomisar bienes de algunos comerciantes españoles para poder financiarse algunos
meses. ¿Qué pasa entonces con Centroamérica? Más confusión, pero se convoca a un congreso en
la Ciudad de Guatemala donde se declara formalmente la independencia absoluta de España y de
México. Nace entonces la federación centroamericana.

La Federación Centroamericana y el fantasma de Europa

La primera cosa que hay que tener claro es que la independencia de Centroamérica fue un
movimiento criollo, y no supuso en ningún momento la mejora en la condición de vida de los
centroamericanos. La independencia fue un movimiento elitista, promovido por comerciantes de

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Guatemala y El Salvador para enriquecerse con los nuevos lazos comerciales que esperaban tener
con Inglaterra, Francia, Holanda, el entonces Imperio Ruso y los Estados Unidos. La visión
revolucionaria y emancipatoria nunca fue el motivo de la independencia.

Fue con la irrupción de Morazán en la escena política regional que la Federación tuvo cambios
interesantes: políticas de libre comercio, separación de Iglesia y Estado, libertad de religión,
implementación de matrimonio civil y divorcio secular, elecciones para elegir a sus propios jefes
de Estado, etc. Sin embargo, los proyectos federales colisionaban con las fuerzas regionales
conservadoras: representantes españoles en la región, la Iglesia Católica y grandes latifundistas de
las aristocracias regionales. Las ondas de choque de la revolución francesa y la ilustración
colisionaban con un pasado imperial aún reciente en la región. Peor aún, y probablemente el
problema más importante de todos, fue la deuda con potencias extranjeras (Gran Bretaña) y la aún
influencia europea en el Caribe.
¿Qué está pasando en Londres entre 1820 y 1825? La revolución industrial. Los nuevos estados
que se estaban formado en Latinoamérica sería un destino privilegiado para el excedente de
liquidez disponibles en Londres. El historiador Alberto Acosta reporta que de 24 millones de libras
esterlinas de títulos de deuda vendidos en la plaza financiera de Londres entre 1824 y 1825, casi
18 millones (2/3) fueron colocados en los estados recientemente independizados de Latinoamérica.
El año clave para aumentar el deseo geoestratégico de Gran Bretaña en la región (México y
Centroamérica es una basta región riquísima en potencial minero, industrial, agrícola y comercial)
fue 1822. El hecho de que Estados Unidos, competidor de Gran Bretaña, había reconocido la
independencia de la Gran Colombia en 1822 aceleró los intereses de Londres por no perder una
potencial zona de influencia.

Queriendo distanciarse política y financieramente de España, y aprovechando el superávit en el


comercio británico por la revolución industrial, la élite comercial centroamericana empezó a
estrechar lazos comerciales con Inglaterra. Solo para tener una idea de la dimensión de la deuda
es que, mientras el tipo de interés en el mercado interno de Londres era del 3%, los impuestos a
los estados centroamericanos eran del 6%, y las diversas comisiones casi llegaban del 8% al 10%
del monto efectivo obtenido por los banqueros por los préstamos.

Con la primera crisis del capitalismo de 1825 los préstamos a Centroamérica cesan, y para 1828,
todos los países de Latinoamérica (desde México a Argentina) suspendieron sus pagos. La
restricción en el consumo de Europa hizo que las exportaciones de materia prima de Centroamérica
disminuyeran. Los estados no contaban con recursos para hacer frente a la deuda. Para hacer las
cosas más complicadas, Centroamérica adoptó políticas de libre comercio bajo la presión de Gran
Bretaña. Dado que las clases dominantes locales no invertían en la transformación o fabricación
local de productos destinados al mercado interior, la adopción del libre comercio no constituía una
amenaza para sus intereses. Y, como corolario, el hecho de aceptar la importación libre de
productos manufacturados proveniente de Gran Bretaña condenaba a Centroamérica a la

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incapacidad de dotarse de un verdadero tejido industrial. El libre mercado destruyó a la mayoría
de las manufacturas y de los talleres locales, especialmente en el ámbito textil.

El desarrollo real artesanal y manufacturero con el que contaba Centroamérica a principios de su


independencia fue eliminado por las élites económicas locales y por Gran Bretaña. Gran Bretaña
apoyó los afanes de independencia de Latinoamérica, pero con la perspectiva de dominar
económicamente la región. Desde el comienzo, Gran Bretaña expuso claramente una condición
para reconocer a los Estados independientes: A cambio de apoyo financiero, éstos debían
comprometerse a que las mercaderías inglesas entraran libremente en sus territorios, siendo el
objetivo mantener las tasas de importación en cerca del 5%. Gran parte de los Estados aceptaron
esa condición y eso originó una crisis para los productores locales, en particular a los artesanos y
textileros. Ya lo reporta Eduardo Galeano en su libro “Venas Abiertas de América Latina”: “Los
mercados locales fueron invadidos por los productos ingleses.”

El patrón normal “normal” o “clásico” de la expansión imperial británica había sido la anexión
militar de territorios de ultramar en búsqueda de nuevos mercados y fuentes de materias primas
para alimentar a la industria británica. Sin embargo, Gallagher y Robinson, en un gran artículo
titulado “El Imperialismo del Libre Comercio” (Imperialism of Free Trade), identifican dos fases
claras de la expansión imperial de Gran Bretaña en el siglo XIX: la primera, entre 1815 hasta 1870;
y la segunda, entre 1870 y el inicio de la primera guerra mundial (1914).

La primera fase (de 1815 hasta mitad del siglo XIX) fue caracterizada por la implementación
tácticas de influencia, presión e intimidación menos directas, más flexibles e “informales”. Esto es
constatado por Paul Garner en su artículo “El Imperialismo Informal británico en América Latina”.
La tesis de Garner es que el imperialismo “informal” contenía una fuerte carga de realpolitik y fue
siempre pragmático y preferible al imperialismo “formal” (territorial, militar, burocrático), no solo
por ser menos costoso, sino por ser igualmente efectivo al asegurar la “preeminencia”
(paramountancy) británica por medio de alianzas con élites colaboradoras en la “periferia semi-
colonial.”

El Caribe, la Mosquitia y el Canal Interoceánico por Centroamérica

Paralelo a la revolución industrial y la influencia británica en la región, hubo otro evento en la


Europa continental con efectos importantes en Latinoamérica: la constitución de la Santa Alianza.
Organizada por las monarquías rusa, austro-húngara y prusiana en Europa continental, la Santa
Alianza supuso otro peligro geoestratégico para la región. Con la adhesión de Gran Bretaña y la
Francia de la Restauración (de 1818) a la Santa Alianza, y una vez vez restaurada la monarquía
española, hubo recelo de reconocer la independencia de los nuevos Estados de América. Incluso
existía la posibilidad de una invasión para restaurar el poder de la monarquía española en
Centroamérica.

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La amenaza de la Santa Alianza en Latinoamérica supuso una acción más beligerante de Estados
Unidos en el Caribe. La Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto representaron, desde entonces,
el modus operandi de Estados Unidos en respuesta a los intereses británicos en la región. Mi tesis
es que ya desde principios del siglo XIX, Gran Bretaña tenía intensiones de la construcción de un
canal interoceánico por Nicaragua.

La influencia británica en la costa misquita y en el caribe Centroamericano siempre representó un


hito muy importante para los intereses geoestratégicos de las potencias extracontinentales. Ya para
1830, Gran Bretaña había asumido el control del caribe hondureño, de las costas de Nicaragua
hasta el Río San Juan, frontera natural con Costa Rica. En ese entonces la ruta del río San Juan se
consideraban más factible para construir un canal que la ruta por Panamá.

Esto, nuevamente, confirma el hecho de que la posición geográfica de Centroamérica daba el


interés de dos potencias por el control de una ruta interoceánica. El control del Caribe por parte de
Gran Bretaña representaba para Estados Unidos una barrera en contra del cumplimiento de la
Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto. Por otra parte, la firma del Tratado Mallarino-Bildack
suponía ventaja de Estados Unidos para la construcción de un canal por Panamá, cosa que iba en
contra de los intereses británicos en la región.

La solución sería entonces la firma del Tratado Clayton-Bulwer: esto significaría, para Gran
Bretaña, neutralizar la ventaja adquirida por Estados Unidos por la firma del Tratado Mallarino-
Bildack y, por el otro lado, significaría también para Estados Unidos la puesta en práctica de una
política para igualar a Gran Bretaña su influencia en el Caribe, ya que Estados Unidos no estaban
en condiciones navales para expulsar a los británicos de Centroamérica.

Conclusiones

George Canning, Primer Ministro del Reino Unido de 1824 a 1827, escribía: <<El negocio está
hecho: América hispánica es libre, y si nosotros no llevamos demasiado mal nuestros asuntos, ella
será inglesa.>>

Gran Bretaña logró dominio de las economías Latinoamericanas, así como influencia en el
desarrollo industrial y comercial de Centroamérica y el Caribe. Necesitamos seguir
preguntándonos cuál fue la relación entre Centroamérica y el sistema imperial británico en el siglo
XIX. Gallagher y Robinson aventuran una respuesta: continuidad y coherencia del proyecto
imperial británico (protección y promoción de la supremacía comercial) pero, al mismo tiempo,
dominación en los nuevos estados independientes utilizando un poder más flexible en estrategia y
en política.

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Si lo anterior es cierto, una pregunta final clave sería: ¿En qué medida la élite política doméstica
ayudó a llevar a cabo estos proyectos expansionistas ingleses y norteamericanos? En ninguno de
los textos revisados pude constatar claramente la “agencia” (en inglés, agency) de las élites
políticas en sus contactos con el proyecto imperial británico, o que los proyectos de construcción
del estado-nación en Centroamérica hayan tenido un impacto sobre el carácter de dichas
relaciones. El papel de Centroamérica se ve siempre, casi en tono patético, como subordinados o
víctimas.

Sin embargo, el rol geoestratégico de la región está ahora más vigente que nunca. Por ejemplo, el
7 de junio del 2013, la Asamblea Nacional de Nicaragua aprobó una ley llamada “Ley Especial
para el Desarrollo de Infraestructura y Transporte Nicaragüense atingente a El Canal, Zona de
Libre Comercio e Infraestructura Asociadas”. Es una ley de concesión canalera a una empresa
privada de China. Un año después, el 9 de julio del 2014, apareció en medios de comunicación de
Nicaragua que el canal interoceánico era una realidad. Esta vez no sería construido por Estados
Unidos o Gran Bretaña, sino por China.

Centroamérica ha sido, desde sus inicios, un laboratorio ideológico, comercial y político de


potencias extranjeras. Desde la anexión a México para la defensa del imperio mexicano en la
primera mitad del siglo XIX, pasando por la construcción de un canal que conecta los dos océanos,
incluso hasta ser una plataforma de exportación de revoluciones a finales del siglo XX.
Actualmente parecemos ser un punto natural y geográfico entre el mayor productor de drogas del
mundo (Colombia) y el mayor consumidor de drogas del mundo (Estados Unidos). Esto ha hecho
que la política exterior de Estados Unidos en Centroamérica (especialmente en el triángulo norte)
tenga aristas particulares en cuanto a estabilidad política, crecimiento económico, formación de
partidos políticos, e incluso elecciones libres. La región parece ser, en efecto, una víctima de su
propia geografía.

¿Qué futuro le depara la región en un contexto multipolar? Es una pregunta que demanda más
reflexión y análisis.

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