La Zona Centro de Morelia Durante La Seg

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SERIE CANTERA ROSA l TEXTOS ARCHIVÍSTICOS l NÚMERO CATORCE

La zona centro de morelia


durante la segunda mitad del siglo XIX
Destellos de una ciudad
en vías de modernización

Ricardo Aguilera Soria

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE MORELIA


Directorio

Presidente Municipal
Ing. Alfonso Jesús Martínez Alcazar

Síndico Municipal
Dr. Fabio Sistos Rangel

Secretario del H. Ayuntamiento


Mtro. Jesús Ávalos Plata

Regidores
Arq. María Elisa Garrido Pérez
Lic. Jorge Luis Tinoco Ortiz
Dra. Kathia Elena Ortíz Ávila
C. P. Fernando Santiago Rodríguez Herrejón
C. Adela Alejandre Flores
C. Félix Madrigal Pulido
Mtra. Alma Rosa Bahena Villalobos
Mtro. German Alberto Ireta Lino
M. V. Z. Claudia Leticia Lázaro Medina
C. P. Benjamín Farfán Reyes
Lic. Osvaldo Ruiz Ramírez
C. Salvador Arvizu Cisneros

Director de Asuntos Interinstitucionales y de Cabildo


Mtro. Germán Rodrigo Martínez Ramos

Jefa del Departamento de Archivo


del Ayuntamiento e Histórico Municipal
Prof. a. Martha Estela Suárez Cerda
La zona centro de morelia
durante la segunda mitad del siglo XIX

Destellos de una ciudad


en vías de modernización

Ricardo Aguilera Soria

H. Ayuntamiento Archivo del Ayuntamiento e


de Morelia Histórico Municipal
La Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos es una
edición del H. Ayuntamiento de Morelia y la Dirección
de Asuntos Interinstitucionales y de Cabildo.

Imagen de portada: AHMM, caja X, exp. 30


Edición de imagen: Óscar Mendoza López

La zona central de Morelia durante la segunda


mitad del siglo XIX. Destellos de una
ciudad en vías de modernización
de Ricardo Aguilera Soria

© 2017, H. Ayuntamiento de Morelia


© 2017, Dirección de Asuntos Interinstitucionales
y de Cabildo
© 2017, Departamento de Archivo del
Ayuntamiento e Histórico Municipal
Galeana 302 Centro
58000 Morelia, Michoacán

Impreso en Morelia, Michoacán, México


Índice

Presentación 7
Martha Estela Suárez Cerda

La zona central de Morelia durante la segunda


mitad del siglo XIX. Destellos de una
ciudad en vías de modernización 9

Introducción 9

Por una ciudad transitable, aireada y bella 12

Por una vida encaminada hacia


los espacios exteriores 20

La transformación de la ciudad…
por la casa empieza 30
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Presentación

E n el Archivo Histórico Municipal de Morelia contamos


con un interesante y basto acervo documental,
por lo que no es extraño que en la sala de consulta
nos encontremos frecuentemente con la presencia de
diferentes investigadores, sin embargo, reconocemos
que el actual cronista de nuestra ciudad, Ricardo Aguilera
Soria es de los más recurrentes.
Por lo anterior, le pedimos nos obsequiara parte de
su trabajo para brindarnos la oportunidad de conocer el
devenir histórico de la modernización de la zona centro
de Morelia durante la segunda mitad del siglo XIX.
A través de su narrativa conoceremos el arduo trabajo
de la sociedad moreliana para embellecer la ciudad, de

77
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

igual manera, nos brinda la oportunidad de recorrer con


la imaginación la transformación de las calles principales
así como el de las plazuelas de la época.
Aguilera Soria nos presenta a través de su pluma lo
significativa que fue la influencia cívica en la construcción
de monumentos y esculturas alusivas a personajes que
consideraban en el diecinueve como constructores de la
Independencia de nuestra Nación.
No deja de lado la intervención de las autoridades
municipales y nos relata la importancia de las decisiones
que tomaron aquellos gobernantes y cómo influyeron
éstas en el mejoramiento de las fachadas de las casas y
edificios ubicados en la entonces Avenida Nacional (hoy
avenida Francisco I. Madero).

Martha Estela Suárez Cerda


Jefa del Departamento de Archivo
del Ayuntamiento e Histórico Municipal

8
Archivo Histórico Municipal de Morelia

La zona central de Morelia durante la


segunda mitad del siglo XIX
Destellos de una ciudad en
vías de modernización1

Ricardo Aguilera Soria2

Introducción

L a uniformidad constituye uno de los principales


distintivos del Centro Histórico de Morelia. Ésta se

1
En los últimos años, el Archivo Histórico Municipal de Morelia
me ha prodigado abundantes muestras de apoyo y confianza.
Que sea esta reflexión una forma de agradecer la desinteresada
presencia de quienes favorecen su funcionamiento cotidiano,
especialmente al Mtro. Germán Martínez Ramos y a la colega
Martha Estela Suárez Cerda.
2
Consejo de la Crónica del Municipio de Morelia/ Facultad
de Historia-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
[email protected]

9
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

puede apreciar en el predominio de un material —la piedra


de cantera— como alma y rostro de sus construcciones,
en la discreción con que fueron decoradas sus fachadas
y en la difícil tarea que representa identificar el momento
histórico en que cada uno de sus detalles pudo
construirse. Esa sección de la actual capital de Michoacán
rebosa de armonía, fascina la mirada de habitantes o de
los visitantes, además de presentarse como un espacio
repleto de sorpresas para las conciencias curiosas.
Ante un panorama así parece extraño asimilar que
cada uno de sus componentes —plazas, templos, calles,
jardines, casonas, palacios o fuentes— es el resultado
concreto de una época específica; mucho más cuando
diferentes discursos aseguran que la vieja ciudad
procede íntegramente de la llamada época colonial. Es
indudable que durante ese tiempo se logró la fundación
del asentamiento y con el paso de los años se afianzó
su singularidad material. Por tratarse de una realidad
cambiante, reflejo de la vitalidad de quienes residen en
ella, la antigua Valladolid tuvo que enfrentar fuertes y
constantes cambios; sobre todo a lo largo del siglo XIX,
la época de la consolidación de la nacionalidad.
Como parte constitutiva de un país que alcanzó su
libertad en 1821, la Ciudad de las Canteras Rosas quedó
sujeta a las transformaciones que envolvían a todo el
territorio mexicano: en principio se volvió indispensable
la recuperación de la economía y la definición de un
sistema efectivo de gobierno, sólo que la permanente
crisis económica, los constantes levantamientos
armados internos y la permanente amenaza de la
invasión extranjera impidió que estos componentes se
atendieran con la contundencia necesaria. La afirmación

10
Archivo Histórico Municipal de Morelia

efectiva de estos cambios llegó hasta mediados del siglo


decimonónico.
Aunque el progresivo ascenso del grupo liberal al
poder no garantizó que los problemas se resolverían
de inmediato —pues las diferencias ideológicas
condujeron a la llamada Guerra de Reforma o, por
causa de ellas, entre 1862 y 1867 el país experimentó
la Intervención Francesa— otras posibilidades de
cambio empezaron a manifestarse conforme transcurrió
la segunda mitad del siglo XIX: las propiedades
eclesiásticas fueron secularizadas, las construcciones
emblemáticas empezaron a reconstruirse, se trazaron
caminos para garantizar el intercambio comercial y
novedades tecnológicas como el telégrafo y el ferrocarril
contribuyeron a agilizar las comunicaciones.
La capacidad de adaptación y modernización de
la nación —la ciudad de Morelia quedó incluida en el
proceso— se acentuó durante el último tercio de esa
centuria con la llegada de Porfirio Díaz a la presidencia
de la República. Aunque muchas de las decisiones
agudizaron la problemática social, también es cierto que la
estabilización de la economía permitió la implementación
de numerosos cambios en la fisonomía de los pueblos y
las ciudades; en buena medida se aspiraba a que cada
asentamiento mexicano reflejara la ilusoria idea de la paz
y del progreso.
Los nuevos ideales de desarrollo encontraron su
máxima expresión en la transformación de las calles, en
la imposición de elementos de ornato en las antiguas
plazas que fueron transformadas en jardines y en la
oportunidad para que las casas presentaran innovaciones
estilísticas en sus fachadas. Morelia es un claro exponente

11
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

de dichas adaptaciones, mismas que hoy definen buena


parte de la imagen de su Centro Histórico; por su
carácter significativo, los cambios ocurridos en la ciudad
durante la segunda mitad del siglo XIX, sus promotores,
las motivaciones y su impacto serán los componentes
a presentar en las siguientes líneas. Al final, se logrará
ofrecer el panorama general de una urbe que en un
momento específico pudo aprovechar la herencia
material del pasado para insertarla perfectamente en
su presente, en una extraordinaria integración que
sorprende y revela la dinámica de un espacio urbano
hasta el presente.

Por una ciudad transitable, aireada y bella

Hace poco más de 150 años el sistema vial en la zona


central de Morelia era muy diferente al del presente.
Además de ser espacios fundamentalmente peatonales,
las calles carecían de cualquier tipo de recubrimiento y
las banquetas eran inexistentes; además de concentrar
altas cantidades de basura, al centro de muchas de
ellas corrían las zanjas que tenían la función de drenaje.
Durante la temporada de lluvias los problemas de
circulación se agudizaban, pues muchas quedaban
convertidas en verdaderos lodazales.
En diferentes momentos del pasado se quisieron
implementar acciones dirigidas a resolver este tipo de
problemas, sólo que las iniciativas viables para lograrlo
tomaron forma hasta bien entrado el siglo XIX por
diversas causas: las autoridades municipales estuvieron
limitadas por la falta de recursos y la tarea de colocar

12
Archivo Histórico Municipal de Morelia

pavimentos —es decir, calles y banquetas— se delegó


entre los particulares, quienes debían construir aquellas
secciones situadas al frente de sus casas, sin que eso
significara una obligación en beneficio de la convivencia
pública.3
En las primeras décadas de la vida independiente
también se avanzó poco en la definición de otros
elementos que llegaron a revestir significativa
importancia, como la necesaria corrección de las
irregularidades de la loma donde se construyó la ciudad
hasta lograr la nivelación de las calles o la devolución del
carácter rectilíneo de algunas de ellas.4 A pesar de eso
hubo logros concretos, como fomentar entre los vecinos
el barrido regular —cada tres días— en el frente de sus
casas, además de incentivar la limpieza de los caños
conductores del drenaje hasta el centro de la calle.5
Aunque las posibilidades de acción fueron limitadas,
esto no significó que con el paso de los años se
suspendieran los afanes por atender las condiciones de
las calles. Por el contrario, pudieron activarse con gran
fuerza a partir de la década de los cincuenta, pues el
sistema vial se colocó en el centro de la acción de los
liberales que tomaron un lugar dentro del Ayuntamiento
de Morelia; ellos materializaron los principios de
transformación urbana contenidos en dos productos
normativos encaminados a afectar la propiedad

3
Archivo Histórico Municipal de Morelia (en adelante AHMM),
Fondo Independiente I, c. 47, e. 14, 1833
4
AHMM, Fondo Independiente I, c. 13, e. 16, 1838; y c. 61,
e. 36, 1849
5
AHMM, Fondo Independiente I, c. 59, e. 20, 1844; y c. 69,
e. 9, 1852

13
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

corporativa, tanto civil como religiosa: la que puso en


circulación los bienes de escaso uso, en 1856; y aquella
dirigida a convertirlos en propiedad nacional, a partir de
1859.6
Aunque la aplicación de estas disposiciones fue casi
inmediata, sus efectos reales se proyectaron al paso
de los años. Sobre todo en los aspectos directamente
relacionados con el trazo de nuevas calles en las
extensiones urbanas que habían funcionado como
huertas para los conventos de San Agustín, San Francisco,
El Carmen y Las Monjas;7 la definición de esas nuevas
vías se realizó de forma progresiva a partir de 1856,
lo que posibilitó afianzar traza urbana más fluida en la
zona central, dispuesta a recuperar el sistema reticular
renacentista. Producto directo de esta intervención fue
el afianzamiento de vías hoy identificadas como Aldama,
Antonio Alzate, Humboldt, Vicente Santa María, Serapio
Rendón, Benito Juárez, Ignacio Zaragoza o Eduardo Ruiz.
Sin embargo, la afectación al espacio urbano no
podía reducirse al entorno inmediato de los grandes
edificios conventuales y tampoco se podía reducir a la
apertura o prolongación de calles parcialmente cerradas
o interrumpidas con las tapias de esas antiguas huertas.
El proyecto reformista enarbolado por los liberales
permitió (a partir de 1861) el trazo de nuevas vías, como
la de Comonfort, hoy Aldama; y esa que se llamó de La
Cantera, ahora 5 de Febrero, para agilizar la dinámica

6
Lissete Griselda Rivera Reynaldos (1996), Desamortización y
nacionalización de bienes civiles y eclesiásticos en Morelia 1856-
1876, Morelia, UMSNH, pp. 85-150
7
AHMM, Fondo Independiente I, c. 82 B, e. 117, 1858

14
Archivo Histórico Municipal de Morelia

urbana a través de calles en condiciones de competir


—en amplitud y longitud— con la avenida principal.
Estas afectaciones a la traza permitieron el
fraccionamiento de las extensas manzanas situadas
entre el núcleo urbano y la periferia, se iniciara con la
ampliación de algunos callejones —como pasó con los
del Pichel, el Junco y el Serrucho— y que en las calles
situadas en la sección nuclear se continuara con la
búsqueda de rúas ajustadas a una línea y con esquinas
en perfectos ángulos de 90 grados.8
A partir de 1859 se buscó que más calles contaran con
pavimentos —sobre todo en la sección más céntrica—
a través de la participación colectiva: el Ayuntamiento
proporcionaría gratuitamente el material necesario
y los propietarios costearían su colocación frente
a las casas. La magnitud de la obra se convirtió en la
prioridad institucional para 1861: se expidió un Bando
de empedrados y frente al Palacio Municipal se colocó
la muestra a seguir en la disposición de los pavimentos.9
Pese a la buena voluntad de las autoridades de aquel
momento este gran proyecto se minimizó en tiempos
de la Intervención Francesa, pero eso no significó su
interrupción. Por el contrario, la continuidad de esta
posibilidad de mejoramiento material permitió que a

8
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e. 139, 1890.
Ricardo Aguilera Soria (2016), En busca de la ciudad reconstruida.
La arquitectura doméstica y su papel en la nueva definición
material de Valladolid-Morelia (1810-1876), Tesis de licenciatura,
Morelia, UMSNH, pp. 177-185
9
AHMM, Fondo Independiente I, c. 86 B, e. 40, 1859; y c. 99,
e. 31, 1861

15
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

partir de 1867 siguiera la pavimentación de las calles,


pues de este asunto ya no sólo dependería la higiene
pública, sino un asunto de mayor trascendencia: el grado
de limpieza, amplitud y pavimentación de la calle se
convertiría en reflejo de la belleza de la ciudad y en clara
expresión de su grado de modernización.10
Conforme transcurrió la séptima década del siglo
XIX las calles más céntricas —sobre todo aquella
que empezó a designarse como Avenida Nacional,
hoy Avenida Madero— expresarían la modernidad a
través de la presencia del pavimento. Pero el uso de
materiales sólidos no significó su carácter permanente
y apenas iniciado el porfiriato las autoridades
municipales insistieron en el mal estado de las calles.
Conforme transcurrió el nuevo régimen se atendió esa
problemática ante dos problemas latentes: la falta de un
programa permanente para conservarlos y la afectación
directa que tuvieron ante el incremento de actividades
constructivas para la transformación de las casas, pues la
colocación de andamios y la acumulación de materiales
o escombros en la calle insidió en el deterioro acelerado
de los componentes colocados para su recubrimiento.
Ante esas circunstancias, el gran mérito de la acción
constructiva porfiriana en términos viales residió en
la posibilidad de recuperar el ideal de expresar la
modernidad a través del estado de las vías de circulación.
Para conseguirlo fue necesario recurrir a sutilezas
significativas: la progresiva expansión de la mancha
urbana provocó que —por iniciativa institucional o como

10
AHMM, Fondo Independiente I, c. 107, e. 101, 1864; y c.
127, e. 42, 1872

16
Archivo Histórico Municipal de Morelia

reclamo de los residentes— se tomara en consideración


el estado de los pavimentos en la zona central y, al mismo
tiempo, el servicio se extendió hacia la periferia; sobre
todo si la calle en cuestión se encontraba inserta en la
red de comunicación que conectaba la plaza principal,
los mercados o la Estación del ferrocarril.
En este sentido se explica que, para 1898, se
haya considerado la petición ciudadana para mejorar
el callejón del Sapo (ahora calle Juan Álvarez), por
encontrarse en las inmediaciones de las vías férreas;
además de que era necesario armonizar el entorno con el
novedoso edificio, cuya inauguración se había verificado
apenas tres años atrás. Así, las calles conducentes hasta
ella se afirmaron como entornos visualmente atractivos
por la presencia de bancas de piedra a los lados, por
haberse plantado abundante cantidad de árboles y por
la instalación de postes metálicos para el alumbrado
público.11
La imagen ofrecida por las vías urbanas situadas en
esa sección de la ciudad —al Noroeste— no era muy
distinta de la impuesta en las calles de la zona central,
mucho menos cuando habían sido ellas las primeras en
introducir las novedades técnicas y tecnológicas, mismas
que no estarían reñidas con la proliferación del elemento
vegetal como el principal agente para la purificación
del aire.12 En ese sentido, las caminatas por la avenida
principal o por las calzadas de Guadalupe, de México o

11
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e 139, 1890; l. 327,
t. 6. e. 186, 1895; y l. 344, t. 5, e. 6 O, 1898
12
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 333, t. 6, e 213, 1896

17
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

El Carmen suponían un verdadero deleite, sobre todo


durante los fines de semana o en los momentos de tipo
festivo que incrementaban la actividad callejera, a media
tarde o por la noche.13
El inusitado interés a las condiciones de las calles
no sólo respondía a los afanes modernizadores del
momento. También era producto de un proceso de
reestructuración en la administración municipal desde la
década de los ochenta porque, además de favorecerse la
incorporación de los elementos novedosos o de reciclar
los que eran retirados de las secciones más céntricas,
se garantizó el mantenimiento de los pavimentos. La
constante atención a este rubro pudo conseguirse por
una readecuación financiera: el tema del mejoramiento
de calles se pudo atender de forma permanente porque
en el presupuesto de egresos anual se destinó una
partida especial para conseguirlo.14
A los logros institucionales también se sumaron
las acciones que con regularidad podían emprender
los pobladores, contribuyéndose a un mejor cuidado
del estado y la imagen de las vías de circulación. Por
ejemplo, el cuidado de las banquetas se garantizaría
con la colocación de tubos metálicos dispuestos en las
azoteas para lanzar las aguas pluviales hasta la zona de
la calle; diario, a las ocho de la mañana, las calles tenían
que ser barridas y regadas. Los dueños de vehículos o los

13
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 312, t. 2, e. 51, 1892; l. 314,
t. 1. E. 6. 1892; l. 329, t. 2, e. 47, 1895; y l. 330, t. 3, e. 109, 1896
14
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 310, t. 3, e. 115, 1891- 1892;
l. 331, t. 4, e. 122, 1896-1897; y l. 343, t. 4, e. 6 H, 1898-1900

18
Archivo Histórico Municipal de Morelia

introductores de ganado dejaron de circular por las calles


más céntricas para evitar su deterioro. Aunque lenta, la
asimilación colectiva de estas acciones se determinó
por la existencia del Bando de policía, documento
garantizador del funcionamiento urbano durante casi
toda la centuria; sometido a periódicas adiciones y
reformas, la última adecuación significativa ocurrió en
1883.15
Ante estas condiciones la capital michoacana despidió
la segunda mitad del siglo XIX con una excepcional
correlación entre los elementos de la ruptura —tanto los
asociados con la modernidad— y aquellos reveladores
de la tradición. Una contraposición de aspectos
expresada también en términos simbólicos, pues a
pesar de que entre 1868 y 1869 se hizo lo posible por
afianzar una nueva definición nominal para las calles y
los componentes urbanos —nomenclatura, en términos
técnicos— en la conciencia colectiva se afianzó la
identidad vial instaurada entre 1837 y 1840, dirigida
a otorgar una identidad poética a cada fragmento del
sistema vial.
Fuera del cambio de actitud en la designación de la
vía principal como Avenida Nacional, el resto de las calles
conservó su denominación derivada de la presencia
cercana de un edificio monumental o ligada a situaciones
cotidianas; por esa afirmación de alta significación social,
la denominación vial de corte oficial con la que se quiso
rendir permanente homenaje a los héroes nacionales

15
AHMM, Fondo Independiente I, c. 137 A, e. 1, 1870- 1892.
Ricardo Aguilera Soria (2016), En busca de… Op. cit., pp. 112-
124

19
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

sólo pudo erradicarse hasta 1929, momento en que se


impuso la nomenclatura vigente hasta el presente.16

Por una vida encaminada hacia los espacios exteriores

En oposición al sentido religioso que se otorgó a la


ciudad durante el periodo virreinal, conforme avanzó
el siglo XIX se buscó imponer una percepción más
humana sobre la misma. Debido a que la Iglesia dejó
de ser la principal promotora de las obras públicas y las
grandes construcciones, las autoridades civiles (estatales
y municipales) empezaron a proponer el uso y el destino
de los principales espacios urbanos, con el afán de
fortalecer su posición como sus principales encargados.
La capacidad de decisión que éstas tuvieron sobre el
espacio urbano llegó a ser tal que, en 1861, se propuso
establecer una reorganización en la distribución de la
sede de los poderes: expropiado el Seminario Tridentino
y convertido en Palacio de Gobierno, los miembros del
Ayuntamiento de Morelia propusieron que al sur de la
antigua plazuela de San Juan de Dios —ahora plaza
Melchor Ocampo— quedara establecido el Palacio
Municipal.17

16
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e 157, 1889-1890;
y l. 314, t. 1, e. 25, 1892. AHMM, Fondo Independiente I, c.
12 B, e. 30, 1837-1840; c. 97 B, e. 49 H, 1868; c. 112 C. e.
167, 1868; y c. 128, e. 49, 1874. Raúl Arreola Cortés (1978),
Morelia. Monografía municipal, Morelia, Gobierno del estado
de Michoacán, pp. 298 y 339-349
17
AHMM, Fondo Independiente I, c. 92 B, e. 136, 1861

20
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Este tipo de iniciativas pudo concebirse en el


momento que los antiguos bienes eclesiásticos se
convirtieron en propiedad nacional, con la aplicación de
las llamadas Leyes de Reforma, al mediar esa centuria.
Con posibilidades de ponerse en circulación —sobre
todo si se trataba de propiedad raíz— esas antiguas
posesiones podían satisfacer importantes requerimientos
de la población, sobre todo si en los grandes espacios
que resultaron del fraccionamiento de las huertas
conventuales y la supresión de los camposantos podía
emplearse para el ejercicio moderno del comercio y del
intercambio de servicios.
Hasta bien entrado el siglo XIX las plazas y plazuelas
de la ciudad habían afirmado su carácter como espacios
para comercializar diferentes tipos de productos. En los
afanes de modernización urbana se decidió que en cada
una de ellas se debía ofertar algún bien particular, posición
institucional que se reforzó a través de las leyes locales o
Bandos de policía. Bajo esta perspectiva, la plazuela de
Capuchinas quedó destinada como el espacio para la venta
de los materiales para la construcción; la de la Soterraña
hizo posible el expendio permanente de madera y en la
de San Agustín se proyectó la instalación de puestos de
carne y de comida, mismos que se acompañarían con
locales para la venta de maíz, por la relación que éste
lugar tenía con el edificio de la Alhóndiga.18
Las nuevas condiciones obligaron a que también se
reorganizara la actividad mercantil tradicional, esa que

18
AHMM, Fondo Independiente I, c. 27, e. 34, 1862; c. 69, e.
9, 1852; c. 71, e. 23, 1857; c. 73, e. 21, 1836-1856; y c. 137 A,
e. 1, 1870-1892

21
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

convertía a la plaza principal —o de Armas— en el sitio


donde semanalmente se realizaba el tianguis. Para
liberar el máximo espacio abierto de la ciudad, en 1858
se propuso construir un mercado en la referida plazuela
de San Juan de Dios; este uso se mantuvo hasta casi dos
décadas después, cuando se logró su desmantelamiento
y su reubicación en las plazuelas que habían nacido frente
a los templos de San Francisco y San Agustín. Fue en esos
lugares donde se establecieron los mercados como una
muestra inusitada de arquitectura. En términos físicos
esas estructuras requirieron de décadas para alcanzar
su carácter definitivo, pues dejaron de ser tejabanes y
puestos aislados para convertirse en estructuras sólidas;
las instituciones encargaron su diseño y construcción a
los arquitectos de mayor trascendencia en la época: el
ingeniero de origen belga Guillermo Wodon de Sorinne
y el arquitecto francés Adolfo André de Tremontels.19
El interés por regular la actividad comercial condujo
a la generación de otras propuestas, como aquella que
se buscaba establecer otro mercado en la antigua huerta
de Las Monjas, en un lugar que se llamaría plazuela de la

19
Juan de la Torre (1986), Bosquejo histórico de la ciudad de
Morelia, Morelia, Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita-
UMSNH, pp. 117-119; Ricardo Aguilera Soria (2004), “Historia
del comercio en el espacio público del Centro Histórico”, en:
Esperanza Ramírez Romero (coord.), Resurgimiento del Centro
Histórico de Morelia. Un espacio en pugna, Morelia, Patronato
Pro-rescate del Centro Histórico, pp. 56-60; Jaime Alberto Vargas
Chávez (2012), El ingeniero Guillermo Wodon de Sorinne. Su
vida y producción arquitectónico-urbanística en la Morelia de la
segunda mitad del siglo XIX, Morelia, El Colegio de Michoacán,
pp. 37-56

22
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Reforma; la idea no se concretó porque los lotes fueron


vendidos para construir nuevas casas.20 Otras iniciativas
para activar la actividad comercial se emplazaron más allá
de la zona nuclear, como el trazo de la plazuela del Abasto
(junto al rastro municipal) y la proyección de la plazuela
Rafael Carrillo, al Sur, inaugurada el 15 de septiembre
de 1893;21 ésta última fue importante por su relación
con el camino a Pátzcuaro, pues era el acceso para las
mercancías procedentes del centro del estado y que en
Morelia encontraban un punto importante de distribución.
Aunque en el siglo XIX empezaron a aparecer nuevos
espacios urbanos —como la plazuela de la Soterraña
entre 1849 y 1852—22 la mayor parte de ellos eran
un producto de la acción urbana virreinal. Por esa
circunstancia, no sólo se buscó que muchos de ellos
contaran con un mayor tamaño, como paso con la
plazuela de Capuchinas; era importante que en ellos que
evidenciaran las aspiraciones del nuevo momento y de
forma progresiva se transformaran sus condiciones como
simples explanadas, para convertirlos en jardines.23 El
punto de partida fue la adaptación material de la plaza
de Los Mártires: este proyecto, que se desarrolló entre

20
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos,
5ª numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e 155, 1890.
AHMM, Fondo Independiente I, c. 82 B, e. 117, 1858; c. 86, e.
18, 1859; y c. 102, e. 104, 1863
21
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 304, t. 1, e 43, 1889; y l.
313, t. 3, e. 81, 1892-1893
22
AHMM, Fondo Independiente I, c. 24, e. 12, 1849- 1850; y
c. 84, e. 44, 1859
23
Juan de la Torre (1989), Bosquejo… Op. cit., pp. 119-122

23
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

1842 y 1845, involucró a la mayor parte de los sectores


sociales y buscó emular las transformaciones espaciales
ensayadas en la Ciudad de México con la habilitación
del Paseo de las Cadenas en torno a la Catedral
Metropolitana. Aunque esa plaza había afirmado un
nuevo carácter como jardín— paseo, las posibilidades
de cambio no se detuvieron en los años siguientes hasta
que se consiguió parte de su imagen actual.24
A los espacios virreinales existentes también se
sumaron otros que no eran propiamente plazas, pero que
se pudieron convertir en jardines conforme transcurrió el
último tercio del siglo XIX, para materializar los ideales
de cambio que se dictaban desde la Presidencia y que
supieron asumir gobernadores locales como Justo
Mendoza, Pudenciado Dorantes, Mariano Jiménez y
Aristeo Mercado. Así, antes de que iniciara el siglo XX
el recuento institucional en torno a los jardines resultaba
impresionante, pues no sólo incluía los antiguos centros
de barrio —como las plazuelas de San José, del Carmen,
de las Rosas o de San Juan— sino que implicó la
habilitación de otros espacios notables, como el exterior
del antiguo templo de la Compañía (actual Biblioteca
Pública Universitaria) o la definición del jardín chico del
Carmen y el jardín chico de Villalongín.25

24
AHMM, Fondo Independiente I, c. 12 e. 46, 1842; c. 57,
e. 15, 1842; c. 59, e. 20, 1844-1845; y c. 60 B, e. 32, 1844.
Regina Hernández Franyuti (2007), “Un espacio entre la religión
y la diversión: el Paseo de las Cadenas (1840- 1860)”, en: Anales
del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm. 90, UNAM, pp.
101-117
25
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e. 139 y 157, 1890

24
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Además de favorecerse un cambio radical de su


imagen, este grupo de espacios también afianzó
su carácter como entorno recreativo: empezaron a ser
relevantes puntos de reunión para la vida cotidiana, pues
la experiencia diaria sobre la ciudad se había convertido
en prioridad. Pero también eran importantes escenarios
de las actividades festivas que se impulsaron con el
paso de los años y se convirtieron en tradición, como
como el Paseo de las Flores, al iniciar la temporada de
lluvias; o aquella que, de forma efímera, posicionaba a
los espacios abiertos inmediatos a la Catedral como los
principales escenarios para la romería que tenía lugar
durante la celebración de los Fieles Difuntos.
Las mayores posibilidades de apropiación social sobre
estos espacios ocurrían en aquellas celebraciones cívicas
que vinieron a imprimir un carácter más mundano a la
ciudad. Las más importantes eran las que recordaban
inicio de la Guerra de Independencia, entre el 15 y el
17 de septiembre; además de aquella que recordaba
su culminación cada 27 de septiembre. No obstante,
esta última fue sustituida por el recordatorio de otras
efemérides, como aquellas que a partir de la década de
los setenta, afianzaron en la memoria colectiva el triunfo
de las armas nacionales sobre el ejército francés y el
sacrificio de Melchor Ocampo, para los días 5 de Mayo y
3 de Junio, respectivamente.
Debido a que los cambios radicales eran el principal
distintivo de los nuevos jardines, conforme transcurrió
la segunda mitad del siglo XIX también se generó una
oportunidad para dotarles de una nueva nomenclatura.
Así, desde 1861 la antigua plaza de armas dejó de ser
sitio para las escaramuzas y el entrenamiento militar al

25
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

afianzarse su identidad como Jardín de Los Mártires


y, con ello, recordar a los partidarios del federalismo
asesinados allí en 1830. La antigua plazuela de las Ánimas
cambió su nombre por el de jardín Manuel Villalongín
para recordar la memoria de ese insurgente. Importantes
personajes del mundo político de ese momento, como
Ignacio Comonfort, Benito Juárez o el gobernador Rafael
Carrillo, también fueron considerados para que plazuelas
y jardines tomaran identidad a partir de sus apellidos.
Estos espacios también serían reflejo de las aspiraciones
del momento, por lo que la plazuela de San Juan de Dios
empezó a denominarse como plazuela de la Paz; frente
a San Francisco, el sitio donde se estableció el mercado
quedó definido como plaza de la Constitución, como un
refrendo al nuevo estado de derecho establecido con la
Carta Magna promulgada en 1857.26
El culto cívico en estos sitios se incrementó por
medio de otras posibilidades, como la incorporación
de monumentos con esculturas que representaban a
importantes personajes. La idea de su colocación había
nacido antes de que el ejército francés invadiera el
territorio mexicano, pero su instalación fue una realidad
hasta los últimos años de la década de los ochenta. Así, en
la plazuela de la Paz se inauguró el monumento a Melchor
Ocampo y en la antigua explanada Morelos (ahora Plaza
Juárez) se colocó la escultura del Siervo de la Nación;

26
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e. 145, 1890; y l.
313, t. 3, e. 81, 1892. AHMM, Fondo Independiente I, c. 93, e.
15, 1861. Ramón Alonso Pérez Escutia (2013), “Los orígenes del
panteón cívico michoacano, 1823-1834”, en: Tzintzun. Revista
de Estudios Históricos, núm. 57, Morelia, UMSNH, pp. 81-123

26
Archivo Histórico Municipal de Morelia

estas dos construcciones fueron obra del ingeniero


alemán Gustavo Roth. Aquellos héroes que no podían ser
recordados con tal magnitud fueron considerados con la
colocación de placas inscriptas con letras de oro, como
aquella que evocó la muerte del cura Mariano Matamoros
en el portal situado al Poniente de la plaza principal.27
Aunque el ideal institucional era claro, al proponer una
nueva forma de designar a los espacios comunitarios, su
impacto fue parcial. Como ocurrió con la definición de una
nueva nomenclatura para las calles, la fuerza de la tradición
terminó por imponerse y resultó casi imposible privar a
esos espacios abiertos del influjo que imponían los grandes
edificios religiosos ubicados en sus inmediaciones. De esa
manera, en la designación coloquial se les asociaba con
ellos, como aún ocurre en la actualidad.
La modernización de los espacios jardinados
también se encaminó a imponerles una composición
que emulaba a los países extranjeros. A esto responde
que de forma paulatina se les incorporaron kioscos
de influencia inglesa— victoriana, como ocurrió en las
dos plazas situadas a los costados de la Catedral; en la
integración de pasto inglés, la introducción de plantas
pedidas a las casas distribuidoras de flora desde Estados
Unidos o la implementación de elementos de inspiración
francesa. Las posibilidades de vanguardia en la ciudad
se desbordaron tanto —sobre todo a partir de la década
de los setenta— que en estos sitios se tradujo con la

27
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e. 155, 1890.
AHMM, Fondo Independiente I, c. 88, e. 15, 1860; c. 92, e. 69,
1861; y c. 116 B, e. 28, 1869

27
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

presencia de los componentes propios de la tecnología,


como bancas de herrería y arbotantes metálicos para
cuando la energía eléctrica se introdujo, a partir de 1888
y se extendió por toda la ciudad con el paso de los años.28
Tantas eran las transformaciones experimentadas por
el espacio urbano que, incluso, empezaron a generarse
posibilidades de comunicación entre ellos a través del
tranvía, ese que tuvo su estación general en la plazuela
de las Artes o Jardín Azteca, casi al frente del templo de
San Diego y que posibilitó el traslado de personas desde
este lugar hasta la plaza principal. El cambio en estos
lugares también favoreció otro tipo de actividades, esas
que no establecían distinción de edad y que se afirmaron
como novedades aceptadas: las viejas plazas permitieron
la reunión de los jóvenes en las serenatas; en torno a
ellas viajaban las familias si contaban con algún vehículo,
resultado de su encumbrada posición económica
gracias a las condiciones del régimen político porfiriano.
Los niños también tenían participación en ellos, no
sólo en el jugueteo cotidiano, sino con la instalación
de implementos permanentes que garantizaban su
diversión; una posibilidad de disfrute y vivencia que se
incrementaba en ocasiones especiales, cuando en ellos
se instalaban carpas de circo, improvisados teatros para
los títeres, la temporal presencia de puestos de nieve

28
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 305, t. 2, e. 55, 1889; l. 307,
t. 4, e. 139 y 145, 1890; l. 310, t. 3, e. 106 y 148, 1891; l. 313, t.
3, e. 126, 1892; y l. 332, t. 5, e. 188, 1896. Ricardo Aguilera Soria
(2004), “Restauración del Centro Histórico a lo largo del siglo
XX”, en: Esperanza Ramírez Romero (coord.), Resurgimiento…
Op. cit., pp. 169-170

28
Archivo Histórico Municipal de Morelia

durante la temporada más cálida y hasta la posibilidad


de contar con una estructura de madera para la toma
de fotografías a cambio de unos cuantos centavos; una
posibilidad que se planteó en la plaza principal pero que
terminó por situarse en San Francisco.29
Asumidos como remansos, esos espacios jardinados
y abiertos formaban una red de interconexión que no
sólo se centraba en la zona nuclear, sino que tenía
posibilidades de extensión hacia el principal espacio
recreativo de la ciudad —en su límite Oriente— pero
perfectamente conectado con la avenida principal.
Se trataba del Paseo de San Pedro (actual Bosque
Cuauhtémoc), que no sólo se asumió como el principal
proyecto de esparcimiento y habitacional a partir de
la década de los sesenta; en este espacio también se
recrearon las nuevas posibilidades de cambio urbano
presentes en toda la urbe con la instalación de fuentes,
la definición de glorietas, la colocación de esculturas y el
permanente sembradío de árboles y plantas de ornato
para el deleite de los paseantes.30

29
José Alfredo Uribe Salas (1993), Morelia. Los pasos a la
modernidad, Morelia, UMSNH, pp. 26-29; Ricardo Aguilera
Soria, “Recordar es un juego. Prácticas lúdicas y espacios para
la diversión en Morelia, 1828-1900 (2015), en: Yaminel Bernal
Astorga y Jorge Amós Martínez Ayala (coord.), Rosa de los
vientos. De fiestas, danzas y andares en Morelia, Año 5, núm. 6,
Morelia, Ayuntamiento de Morelia, pp. 136-141
30
Catherine R. Ettinger y Carmen Alicia Dávila Munguía
(coord.) (2012), De barrio de indios de San Pedro a Bosque
Cuauhtémoc de Morelia, México, UMSNH-Conaculta-Gobierno
del estado de Michoacán-Ayuntamiento de Morelia-Miguel
Ángel Porrúa editor, pp. 277-307

29
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Ante estas consideraciones queda claro que el


proceso de transformación del espacio urbano fue
gradual, progresivo al paso de los años; y no sólo significó
una corresponsabilidad institucional, derivada de la
intervención directa del gobierno estatal en la definición
material y las posibilidades de trabajo del ayuntamiento
para su conservación y permanente ornato. Ante todo, si
la dinámica urbana estaba regida por un cambio general
que ya se expresaba en las calles, en los espacios
urbanos tenía que afianzarse con la armonía constructiva
que empezaban a adquirir las casonas ubicadas en su
contexto, pues al final el cambio en la ciudad impactó en
la mayor parte de sus componentes materiales.

La transformación de la ciudad… por la casa empieza

Para corresponder a los afanes de cambio impuestos


en la ciudad conforme transcurría el siglo XIX, la casa
habitación también fue objeto de notables cambios.
En un principio se buscó dar mantenimiento a los
hogares abandonados por causa de la Guerra de
Independencia y —frente a un progresivo aumento
en el número de pobladores— necesitaban del
mejoramiento de sus paredes o de la colocación de
techos por causa de la ruina experimentada por varias
fincas.
El panorama cambió a partir de 1845, año en que
ocurrieron dos hechos detonantes de la capacidad de
transformación de la arquitectura doméstica: a pesar
de los problemas generales y el efecto devastador de
las constantes epidemias, la capital del estado volvía a

30
Archivo Histórico Municipal de Morelia

contar con 18 mil habitantes31 y se visualizaba un natural


crecimiento con el paso de los años. Además, los días
siete y 10 de abril toda la ciudad experimentó severos
daños por causa de fuertes sismos,32 cuya magnitud se
ha calculado por arriba de los 8 grados en la escala de
Richter.
En lo material casi 300 casas fueron afectadas de
diversas formas. Los daños se expresaron con la aparición
de grietas, hasta el colapso de una treintena de ellas en
la zona del Noreste; aunque no se expresó abiertamente,
el impacto en la conciencia colectiva fue mayor: a partir
de ese momento la intervención arquitectónica en los
espacios habitaciones sería un elemento indispensable
de la vida urbana, en un proceso que impactaría a poco
más de medio millar de construcciones a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX.33
Así como el Ayuntamiento se convirtió en el
protagonista de la gran transformación en escala
urbana, a los propietarios les correspondería asumir
su carácter como actores indispensables del cambio
material a través de la atención a la casa como célula
articuladora de la totalidad del paisaje construido. Y ese
protagonismo mantendría su vigencia durante más de
media centuria —pues se prolongaría hasta 1911— y se
presentaría como indiscutible a pesar de que, después
de un prolongado letargo, el gobierno del estado y la
Iglesia católica buscaron establecer un contrapunto a ese

31
AHMM, Fondo Independiente I, c. 59, e. 20, 1844-1845
32
AHMM, Fondo Independiente I, c. 69, e. 16, 1845
33
Ricardo Aguilera Soria (2016), En busca de… Op. cit., pp.
109-112 y 166

31
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

efectivo control material ejercido por los ciudadanos; un


contrapeso evidente a partir de la década de los setenta
al transformarse los grandes edificios.
La permanente actuación de los particulares en
el proceso de transformación de la ciudad no fue
circunstancial y tampoco respondió a la imposición de un
capricho estético. En correspondencia a la emancipación
política y económica también se presentó la liberación
de las formas, por lo que las transformaciones en la
arquitectura doméstica —sobre todo en las fachadas—
buscaron eliminar todo vestigio vinculado a los elementos
materiales afianzados en la ciudad durante la etapa de
la dominación española; frente a las nuevas condiciones,
éstos elementos debían suprimirse a pesar de haber
definido la personalidad material de la urbe por más de un
siglo y tuvieron a la Catedral como la fuente de inspiración.
Pero la acción decimonónica no sólo buscaba suplantar
la vieja estética del Barroco por la del Neoclásico. En
un proceso realizado casa por casa —y dejó de ser
imperceptible con el paso de los años— era evidente
que la imposición de un nuevo estilo artístico general
para todas las casas de la ciudad también se alcanzarían
los nuevos ideales de ornato y belleza para la ciudad,
expresados en fachadas carentes de cualquier detalle
ornamental y se convertirían en el principal elemento
distintivo hasta antes del Porfiriato. Después de 1876
esos principios serían suplantados por aquellos que
animaron el total de acciones emprendidas durante el
gobierno de Porfirio Díaz: la modernidad, el orden y la
salud pública como reflejos del progreso; en buena parte
de los casos estos se reflejarían con la imposición de
elementos de inspiración o evocación extranjera en las

32
Archivo Histórico Municipal de Morelia

fachadas. Entonces, en este nuevo momento el objetivo


artístico consistía en recuperar los viejos estilos del
pasado —Románico, Gótico, Renacentista, Manierista—
y plasmarlos al exterior de las casas más grandes, en una
fusión de elementos llamada Eclecticismo.34
La transformación de la imagen general en la ciudad
también ofreció otras implicaciones: la inusitada
atención al espacio habitacional impactó sensiblemente
en la forma de apreciar la ciudad: ya no se trataría de
una expresión de lo divino, refrendado por el dominio
visual que ejercían los componentes verticales de los
templos como muros, torres y cúpulas; ahora el punto
de atracción se trasladaría hacia lo horizontal, en una
concepción de ciudad más terrena y perfectamente
ligada a las necesidades humanas.
Frente a esta situación, poco a poco la casa habitación
recuperó su carácter de elemento distintivo en una
sociedad que —como pasó durante la época virreinal—
se había polarizado ante las desigualdades del régimen.
Las casas en torno a la Catedral afirmarían el carácter
eminentemente citadino, pues de ellas se eliminó
cualquier manifestación vinculada con el mundo rural:
se sustituyeron materiales endebles —como el adobe
y el tejamanil— por la piedra de cantera; también se
suplantaron los techos a dos aguas presentes en la zona
se generalizó el uso del sistema plano de viguería.
Pero el asunto trascendía un simple capricho estético
conforme fenecía el siglo XIX. Para limitar las expectativas

34
Jaime Cuadriello (1986), “El historicismo y la renovación de
las tipologías arquitectónicas, 1857-1920”, en: El Arte Mexicano,
vol. 11, Arte del siglo XIX, III, México, SEP-Salvat, p. 1633

33
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

de los propietarios sobre la forma en cómo transformar


su casa, las autoridades locales asentaron en el Bando
de policía las condiciones a que debía ajustarse la nueva
imagen de las casas de la ciudad y evitaban la presencia
de cualquier elemento sobresaliente más allá del muro de
la fachada. Sin embargo, la dinámica propia del proceso
y los nuevos ideales poco a poco restaron rigidez a esas
disposiciones y, desde los setenta, se permitió que los
muros exteriores se recubrieran y se llenaran de color.
Con la entrada de las nuevas tendencias arquitectónicas
en las fachadas fueron integrados abundantes elementos
ornamentales, contrastantes con la sobriedad general
conseguida por los exteriores de la ciudad a lo largo de
las décadas anteriores.
Las obras realizadas en los espacios de uso
doméstico se animaron por diferentes intereses. En la
periferia el cambio implicó el levantamiento de nuevas
construcciones y, por corresponder a otra época, en
buena medida se ajustaron a las nuevas condiciones
técnicas y de distribución; la porción oriental de la
ciudad, en donde se afirmó el Paseo de San Pedro bien
refleja esa tendencia, pues todavía es posible apreciar
construcciones completamente ajenas a la línea general
del Centro Histórico, tanto por su distribución, como
en los elementos constitutivos.35 Claros ejemplos al
respecto son el Museo de Arte Contemporáneo, el
Museo de Historia Natural o la magnífica casa destinada
hoy a las oficinas del Sistema Desarrollo Integral de la
Familia (DIF), Michoacán.

35
Catherine R. Ettinger y Carmen Alicia Dávila Munguía
(coord.) (2012), De barrio de indios… Op. cit., pp. 131-275

34
Archivo Histórico Municipal de Morelia

La sección nuclear ofreció mayor cantidad de


retos y el más significativo estuvo relacionado con
la incorporación de elementos materiales nuevos en
construcciones levantadas a lo largo del siglo XVIII. Un
producto latente de esta situación fue la permanencia de
patios dieciochescos en fincas que, al exterior, ofrecen
composiciones completamente Neoclásicas o Eclécticas,
como se presenta en algunas de las casonas palaciegas
ubicadas en torno a la Catedral —el Hotel Casa Grande,
las Fabricas Margaillán o el Hotel Cantera Diez—, clara
expresión de esta armonización de elementos del pasado
con los decimonónicos.36
El hecho de superar con originalidad los elementos
formales constituye la posibilidad de atender las
necesidades propias de la arquitectura doméstica. Más
cuando, al paso de los años, los propietarios se dieron
cuenta que debían atender la problemática de sus fincas
y la actualización estética sería una condición más.
Porque mucho antes de pensar en contar con una finca
bella, el proceso de transformación arquitectónica estuvo
animado por el efecto causado por diversos agentes
de deterioro. Entre los naturales no sólo se pueden
considerar la presencia de fauna nociva, el efecto del
paso del tiempo sobre los materiales y, sobre todo, la
acción lenta pero contundente de las lluvias sobre las
techumbres. Las acciones humanas llegaron a ser las
más devastadoras y estaban directamente relacionadas
con el uso inadecuado de los inmuebles, la falta de

36
Esperanza Ramírez Romero (1981), Catálogo de
construcciones artísticas, civiles y religiosas de Morelia, México,
FONAPAS Michoacán-UMSNH, p. XXI

35
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

mantenimiento, el abandono de algunas fincas y, de


forma recurrente, la permanente humedad de los muros
por causa de un deficiente sistema de distribución de
agua.
Si bien, la atención de algunos de estos desperfectos
se plasma en la documentación de la época, también
se vuelve indispensable manifestar que el cambio
de la arquitectura doméstica estuvo en función de la
reorganización derivada de la imposición de nuevos usos
de suelo: la instalación de tiendas o la habilitación de
hoteles favoreció la apertura de puertas y ventanas, la
habilitación de aparadores, la colocación armónica de los
mismos a lo largo del muro de la fachada o la sustitución
de viejos marcos de madera por otros, hechos con piedra
y repletos de molduras.
Con la llegada del porfiriato, numerosos inmuebles
empezaron a ser desocupados por sus moradores y, a
cambio, permitieron la instalación de oficinas, talleres
artesanales, despachos para el ejercicio de nuevas
profesiones y, sobre todo, pequeños establecimientos
fabriles. Así como favorecieron la adaptación de
los componentes materiales de las fincas, también
se convirtieron en una situación de riesgo, pues la
tecnificación de algunas secciones de la zona central
provocó el desarrollo de algunos incendios.
Aunque la fiebre transformadora de la segunda
mitad del siglo XIX se expresó en un buen número de
construcciones de la zona central de la ciudad de Morelia,
se vuelve indispensable referir el carácter diverso de
los resultados. En principio, quienes contaban con
mayores posibilidades de ingreso —entre ellos los ricos
hacendados, los funcionarios públicos, los eclesiásticos

36
Archivo Histórico Municipal de Morelia

o los propietarios de los grandes locales comerciales—


estuvieron en condiciones de contratar al personal más
cualificado —ingenieros o arquitectos, algunos de ellos
de procedencia extranjera— y también contaron con
la fortuna suficiente para adquirir materiales de mayor
calidad, esos que estaban tallados con mayor precisión
y detalle. Los propietarios de ingresos medios se
conformaron con la habilitación menor de sus espacios,
cuyas obras podían prolongarse durante varios meses
y podían emprenderse al conseguir la acumulación
suficiente de los materiales indispensables para iniciar
las obras.
La posición urbana determinó muchas de las
condiciones finales de la finca. Como ocurrió durante la
época virreinal, las construcciones ubicadas en el contexto
de la Catedral y sus plazas adyacentes mantuvieron
su afirmación como réplicas palaciegas; esta misma
tendencia se expresó en la Avenida Nacional —sobre
todo en su porción oriental— pues la definición de un
contexto material maravilloso demostró que la aventura
recreativa hacia el Paseo de San Pedro no empezaba con
la apreciación de la zona arbolada, pues se vivía al avanzar
por esa vía, custodiada a los lados por algunas de las
mejores construcciones domésticas. Un fenómeno similar
se suscitó en el contexto de los jardines secundarios, cuyo
contexto arquitectónico detonó la habilitación del jardín
en algunos de ellos, o la presencia de los componentes
naturales despertaron el interés de los dueños de las casas
alrededor para transformar sus condiciones materiales y
armonizarlas con la acción institucional.
El fenómeno también se reveló distinto las secciones
donde, después de fraccionarse las huertas conventuales,

37
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

quedaron terrenos propicios para la especulación urbana


y para la edificación de nuevas casas; por causa de los
problemas derivados de la ocupación de estos espacios,
en las inmediaciones del templo de San Francisco llegaron
a levantarse exponentes domésticos de inspiración
palaciega —por la amplitud de los terrenos— con una sola
planta. Las casas situadas en las calles conducentes hacía
la plaza principal o a los nuevos mercados de San Francisco
y San Agustín también experimentaron sustanciales
adecuaciones, pues su nueva imagen contribuía a crear
una señalética arquitectónica conducente a los sitios de
intercambio. Al respecto, la antigua calle del Comercio
(correspondiente a un tramo de la actual calle Allende,
entre Abasolo y Galeana) es reflejo claro de cómo, en 20
años, los dueños de varias casas a los lados generaron
acciones —en distinto momento— para generar un
cambio radical en esa vía.37
Aunque los cambios externos parecen ser los más
impactantes —quizá ante el hecho de que el elemento
construido se ha convertido en el meollo del discurso
proteccionista actual sobre el patrimonio cultural o frente
al hecho de que la tecnología decimonónica propia del
espacio habitacional ha llegado a sofisticarse de forma
impresionante en el presente— es importante referir
otro tipo de adaptaciones para el espacio habitacional
moreliano a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.
Se trata de la paulatina inserción de los elementos
propios de la modernidad porfiriana y de la habilitación

37
AHMM, Fondo Independiente I, c. 61, e. 41, 1855; c. 66,
e. 16 y 17, 1853-1854; c. 84, e. 72, 1859; c. 92, e. 37, 1861; y c.
134 B, e. 36, 1877-1880

38
Archivo Histórico Municipal de Morelia

de los componentes determinantes para el desarrollo de


una vida más higiénica y provocaron transformaciones
en el interior de las casas, sobre todo con la adaptación
del segundo patio donde dejó de estar el corral o
donde se sembraban hortalizas y árboles frutales, en
aras de permitir la construcción de letrinas, en principio,
y después la obligada imposición del excusado de tipo
inglés.
Sobre estas novedades no puede dejar de mencionarse
el creciente interés para introducir una merced de agua
en las casas situadas en la sección central, esa que dejó
de introducirse por medio de implementos de barro
y consideró al tubo metálico como una posibilidad
para racionalizar el uso del líquido y, evitar, al mismo
tiempo, las fugas generadoras de humedad en los
muros. Aunque se consideró una prueba irrefutable de
las ventajas del nuevo momento, pocas casas contaron
con el servicio telefónico hasta antes de 1900, pues su
carácter novedoso aún lo situaba como un artículo de lujo
y directamente relacionado con asuntos de negocios. La
energía eléctrica llegó para quedarse y para dotar de una
nueva animación a la vida nocturna de la ciudad a partir
de 1887, no hay constancia documental de que se haya
convertido en un recurso necesario y presente al interior
de los espacios habitacionales por lo menos hasta antes
del iniciar la nueva centuria.
Por lo tanto, la gradual adaptación del espacio
doméstico al interior —por medio de la paulatina
introducción de los elementos distintivos de la modernidad
tecnológica decimonónica— vino a convertirse en el
corolario del conjunto de transformaciones externas
que la arquitectura habitacional experimentó conforme

39
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

transcurrió la segunda mitad de siglo XIX. El proceso


de atención a la estructura más sólida se animó por
directrices perfectamente claras, pues resultaba
necesario evitar el deterioro de los componentes
fundamentales o atender los problemas evidentes.
Un punto de interés reside —sobre todo en las fincas
preexistentes y con posibilidades para insertarse en el
nuevo momento— en el hecho de pretender negar el
pasado material del espacio habitacional, pero ello no
significó destruirlo por completo; ante todo, se buscó
aprovechar lo mejor de otros momentos y se buscó
aprovecharlo en el presente.
A diferencia de lo ocurrido a lo largo del periodo
virreinal, la transformación material de la capital
michoacana durante la mayor parte del siglo XIX
no se presentó como una imposición vertical. Por el
contrario: si la corporación religiosa y el gobierno estatal
temporalmente perdieron su carácter como los principales
promotores del trabajo arquitectónico, los personajes
directamente relacionados con la vida cotidiana de la
urbe (Ayuntamiento y propietarios) marcaron un sentido
horizontal de la misma, pues prestaron atención a todo
el conjunto y no sólo a los grandes monumentos.
Frente a la recurrente manifestación de escasez en el
erario municipal, la actuación de las autoridades locales
dentro del proceso de transformación del espacio
doméstico empezó a ser indirecta. En aras de contener
las manifestaciones de entusiasmo individual —contrarias
a la consecución del ornato y la belleza en la ciudad— la
consideración de elementos puntuales en el Bando de
policía contribuyó a establecer un patrón constructivo
general que presentaba elementos concretos, como el

40
Archivo Histórico Municipal de Morelia

evitar cualquier elemento sobresaliente del muro de la


fachada. Con el paso de los años, las reformas y adiciones
al documento ayudaron a reforzar la tendencia, aunque
las revisiones también ayudaron a validar la asimilación
de elementos plásticos más sofisticados, posibilitadores
de fachadas domésticas abundantemente decoradas,
como pasa con la construcción palaciega promovida por
Juan Bautista Gómez en 185938 —en la esquina formada
por el Portal Matamoros y la calle Allende—, la más
notable de las fincas civiles que el Neoclásico dejó en el
Centro Histórico de la ciudad.
Pero el desborde creativo en los exteriores no se
redujo a la sección privilegiada de la ciudad, para
corresponder al excepcional carácter de la Catedral.
La ornamentación clásica también se extendió a otras
fincas, sin importar el tamaño de las construcciones; en
1853, se elogiaron los componentes de la fachada en la
casa reconstruida a promoción de Manuel Iturbide en la
calle de la Caravana39 (inmueble marcada con el número
160 de la calle 20 de Noviembre) o se hizo presente en
el espacio doméstico de dos niveles que, para 1867,
Antonio García mandó levantar en la esquina formada
por las calles de la Concordia y Santa Catarina,40 inmueble
ocupado actualmente por el Hotel Suites Morelia.
Aunque la tendencia de mantener las fachadas con
el mayor grado posible de limpieza se mantuvo vigente
hasta bien entrado el porfiriato —y el ejemplo más claro
se presenta con la intervención recibida por la finca de

38
AHMM, Fondo Independiente I, c. 89, e. 72, 1859
39
AHMM, Fondo Independiente I, c. 66, e. 24, 1853
40
AHMM, Fondo Independiente I, c. 111, e. 22, 1867

41
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Valeria Michel, en 1895,41 a unos pasos del muro posterior


de la Catedral, en el Portal Aldama—, las posibilidades
de integración de los nuevos componentes estilísticos
empezaron a ganar fuerza por la zona central; además
de revelarse en las fincas que rodeaban algunos nuevos
jardines —como el de Villalongín o Las Rosas—, también
empezaron a apoderarse de algunos de los inmuebles
situados a los lados de la Calle Nacional, como lo expresa
la que, en 1896, mandó reedificar Luis Mac— Gregor,
propietario de la Hacienda de Coapa (Tiripetío), actual
sede del Palacio Legislativo de Michoacán.42
La sección habitacional situada en torno a la Catedral
fue el sitio donde la vanguardia material se expresó
con mayor fuerza. Así, al tiempo de rehabilitarse viejas
estructuras religiosas expropiadas —como el Hospital
de San Juan de Dios o la sede del antiguo Colegio de
Infantes— para convertirlas en espacios de hospedaje
o comercio,43 grandes casonas cambiaron al paso de
la segunda mitad del siglo XIX al integrárseles las más
diversas posibilidades creativas. Así, Antonio Patiño en
1853, cambió el frente de su casa en el Portal Aldama;
en la misma tendencia se ubicó Plácido Guerrero,
en 1892, al mandar reconstruir la finca contigua a la
fachada principal del Palacio de Gobierno; en 1899, en

41
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 329, t. 2, e. 52, 1895
42
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos,
5ª numeración, Libros de Secretaría, l. 334, t. 1, e. 22, 1896.
AHMM, Fondo Independiente I, c. 89, e. 22, 1883; y c. 134 B,
e. 27 B, 1880
43
AHMM, Fondo Independiente I, c. 111, e. 22, 1867; y c. 125
C, e. 72, 1854-1874

42
Archivo Histórico Municipal de Morelia

el Portal Iturbide, la casa Ignacio Oseguera integró un


extraordinaria fachada.44
Resulta sencillo admitir que el grupo liberal en ascenso
fue el responsable directo de la adecuación estética en
el exterior de las fincas domésticas adquiridas. Sin duda,
personajes ligados al poder estatal o municipal estuvieron
directamente involucrados con el proceso: el general
Epitacio Huerta —gobernador de la entidad durante
la Guerra de Reforma— promovió la transformación
externa de una casa situada en las actuales calles de
Galeana y Corregidora, lograda su expropiación al
gobierno eclesiástico en 1861.45 Incluso, otros personajes
no dejaron escapar la oportunidad de transformar sus
fincas antes o después de haber ocupado la presidencia
del Ayuntamiento, como bien lo revelaron Félix Alva,
en 1856; José María Celso Dávalos, en 1861; Herculano
Ibarrola, en 1867; o Ignacio Ojeda (1890) al transformar
sus casas en la zona central.46
La tendencia de renovación urbana desde su célula
arquitectónica fundamental también fue secundada
por grupos conservadores. Entre ellos destacan los
sacerdotes que, como individuos, no se privaron de la
oportunidad para insertar cambios en sus fincas. Así, en

44
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 317, t. 4, e. 140, 1892; y l.
401, t. 6, e. 6 O, 1899. AHMM, Fondo Independiente I, c. 66, e.
10, 1853-1854
45
AHMM, Fondo Independiente I, c. 92, e. 24 B, sin fecha
46
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos,
5ª numeración, Libros de Secretaría, l. 305, t. 2, e. 79, 1890.
AHMM, Fondo Independiente I, c. 74, e. 41, 1856; c. 92, e. 37,
1861; y c. 111, e. 22, 1867

43
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

1853, el bachiller Ignacio Ladrón de Guevara rehabilitó


la casa comprada en la calle del Comercio; unos años
después, el canónigo Ramón Camacho hizo lo propio
con su casa situada por el rumbo del templo del Carmen.
A nombre del primer Obispo de Zamora —José Antonio
de la Peña Navarro—, en 1871 se mandó reconstruir una
casa al frente de San Francisco. En las últimas décadas de
la centuria, eclesiásticos como Nicanor Torres, Bernardo
Macías, Agustín P. Pallares y Luis Pérez llegaron a asumirse
como empresarios y, en su idea de sumarse a los afanes
de progreso, mandaron transformar las fincas que les
pertenecían o donde habían establecido su residencia.47
Si la transformación del espacio doméstico fue
asunto inherente a un elevado número de residentes,
pues la transformación de la ciudad se asumió como
responsabilidad compartida, entonces otros propietarios
no dejaron pasar la oportunidad para sumarse al proceso.
En principio, los grandes hacendados, comerciantes y
prestadores de los más diversos servicios elevaron sus
solicitudes para que las casas empezaran a expresar los
nuevos usos de suelo incorporados, parcial o totalmente;
incluso, algunos extranjeros llegaron a obtener el caudal
suficiente para adquirir fincas transformadas al paso de
los años, como pasó con el prestamista francés Cayetano
Hiribarne. A falta de un esposo, las mujeres también
estuvieron dispuestas a insertarse en la tendencia y,
conscientes de que la propiedad de una casa en buen

47
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 304, t. 1, e. 8, 1889; l. 307, t.
4, e. 142, 1890; 308, t. 1, e. 11, 1890; l. 313, t. 3, e. 88, 1892; y
l. 343, t. 4 e s/n H, 1898. AHMM, Fondo Independiente I, c. 66,
e. 17 y 60, 1853-1855; y c. 121 B, e. 115, 1871

44
Archivo Histórico Municipal de Morelia

estado se convertía en una seguridad para el futuro,


en buena cantidad participaron del proceso. Incluso,
algunos menores representados por sus padres —como
pasó con el joven Miguel Estrada Ramírez, en 1899— se
insertaron en la tendencia.48
Aunque los propietarios se encontraban movidos
por un mismo interés, la materialización de sus ideales
estuvo condicionada —la mayor de las veces— por sus
posibilidades económicas. Esta situación no sólo influyó en
la cantidad de elementos decorativos en la fachada, en la
posibilidad de incorporar una segunda planta a inmuebles
situados en zonas de mediana relevancia o en la definición
del número o tamaño de las puertas y ventanas abiertas
en los muros. Las posibilidades financieras también
determinaron la selección del arquitecto que asumiría la
proyección de la obra o, en su caso, la dirección de los
trabajos, sobre todo si éstos eran de gran envergadura.
Conforme avanzó la segunda mitad del siglo XIX, se
estableció un viraje en los constructores considerados.
A lo largo de la década de los cincuenta y la de los
sesenta, la responsabilidad de la obra constructiva
doméstica recayó en personajes locales: esos que de
forma autodidacta se habían formado en el oficio y,
gracias a la experiencia, se habían ganado una posición
privilegiada en la ciudad. Y así como había personajes
a quienes les encomendaron las casas necesitadas de
esfuerzos mayores —como a Manuel Rabia o a Luis

48
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 303, t. 3, e. 137, 1889; l.
315, t. 2, e. 73, 1892; l. 332, t. 5, e. 175, 1896; y l. 345, t. 1, e.
25 A, 1899. AHMM, Fondo Independiente I, c. 84, e. 71, 1859;
92, e. 28, 1861; c. 121 B, e. 148, 1871; y c. 131 B, e. 44, 1878

45
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

Alfaro—, a otros como Ramón Murillo o Juan Reyes les


tocó involucrarse en la realización de obras menores y
en fincas situadas en las inmediaciones de la periferia.49
Con la reactivación arquitectónica institucional se
observa un fenómeno distinto a partir de los últimos
años de la década de los sesenta: los constructores
procedentes de otras latitudes empezarían a dominar
el panorama constructivo de la ciudad y no sólo en la
definición de las importantes obras civiles emprendidas
en el momento, como la reconstrucción del Teatro
Ocampo y la transformación material del Colegio de San
Nicolás. Progresivamente, estos personajes empezaron
a desplazar a los maestros de obras locales, cuyo
trabajo empezó a despreciarse ante la falta de estudios
escolarizados que pudieran validar sus conocimientos
y su experiencia. A partir de este momento en la
ciudad empezarían a tomar fuerza los nombres de dos
personajes —Guillermo Wodon de Sorinne y Adolfo
André de Tremontels— cuya trayectoria estaría ligada a
la transformación inmobiliaria monumental para el resto
del periodo decimonónico y con actuación bien definida
en las construcciones civiles, en el caso del primero; y de
las eclesiásticas, para el segundo. No obstante, también
tuvieron importante participación el prusiano Víctor
Alfredo Backhausen y el polaco Juan Bochotnicki.50

49
Ricardo Aguilera Soria (2015), “Un desfile contra el olvido.
Los hombres que hicieron de Valladolid-Morelia una ciudad
neoclásica (1810. 1876), en: Yaminel Bernal Astorga (coord.),
Morelia, la construcción de una ciudad, Morelia, Ayuntamiento
de Morelia, pp. 91-114
50
Ricardo Aguilera Soria (2016), En busca de… Op. cit., pp.
149-186

46
Archivo Histórico Municipal de Morelia

Frente a los afanes de europeización impulsados


conforme avanzaba el porfiriato, la capacidad de
intervención en la arquitectura doméstica quedó en
manos de los constructores extranjeros. Más cuando, a
pesar de haberse ajustado a las condiciones de sencillez
material defendidas por el Bando de policía, a partir
de la década de 1880 ellos introdujeron innovaciones,
buscaron alterar la sobriedad del conjunto urbano al
implementar recursos plásticos que dinamizaron el
carácter de las fachadas. Así, además de la presencia de
Wodon de Sorinne y de Tremontels, se sumaría el trabajo
de otros constructores llegados para permanecer, como
pasó con el francés Antonio Bizet o el alemán Gustavo
Roth.51 Esta diversidad de actuaciones se diversificaría, al
iniciar el siglo XX, con el ingreso al panorama constructivo
de la ciudad de un arquitecto procedente de Italia, con
participación en obras mayores y edificios domésticos:
Adrián Giombini.52
No obstante, la capacidad de innovación estética
integrada por estos personajes en las construcciones
encomendadas —incluso en fincas de tipo doméstico
en las que participaron durante la primera década de
la siguiente centuria— los constructores de la ciudad
no estuvieron dispuestos a permanecer al margen del
proceso de cambio. Por lo tanto, provistos del estilo

51
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 305, t. 2, e. 87, 1890; l. 307,
t. 4, e. 155, 1890; l. 312, t. 2, e. 44, 1891; l. 321, t. 4, e. 177,
1893; l. 329, t. 2, e. 52, 1895; y l. 338, t.53, e. 188, 1897
52
Gabriela Servín Orduño (sin fecha), El arquitecto Adrián
Giombini, y su producción arquitectónica en Morelia, 1900-1930,
Tesis de licenciatura, Morelia, Facultad de Historia-UMSNH

47
Serie Cantera Rosa. Textos Archivísticos

artístico afirmado durante la mayor parte del siglo XIX,


ellos preservaron la imagen decimonónica a pesar del
impulso extranjerizante y que, no sólo daría empleo a
constructores como Eutimio Hernández, Juan Huantes,
Lázaro Cárdenas o Felipe N. Orozco;53 a través de ellos,
la experiencia material de una ciudad expresaría un
grado de madurez que no sólo se insertaría en esa fase
de cambios, pues se afirmaría como punto fundamental
para preservar la sencillez de la imagen urbana en
el Centro Histórico de Morelia cuando, a partir de los
treinta del siglo XX, la construcción del proyecto cultural
post revolucionario se apegó a los ideales materiales de
la segunda mitad del siglo XIX y no a otros generados en
cualquier otro momento de su historia.

53
AHMM, Inventario de Libros Impresos y Manuscritos, 5ª
numeración, Libros de Secretaría, l. 307, t. 4, e. 142, 1890; l.
333, t. 6, e. 202, 1896; y l. 339, t. 6, e. 244, 1897. AHMM, Fondo
Independiente I, c. 89, e. 22, 1883; y c. 92, e. 197, 1885

La zona central de Morelia durante la segunda mitad


del siglo XIX. Destellos de una ciudad en vías de
modernización de Ricardo Aguilera Soria, se terminó de
imprimir el mes de marzo de 2017, en Morelia, Michoacán,
México. Diseño de portada y formación: Judith Elizabeth
Vargas García.

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SERIE CANTERA ROSA l TEXTOS ARCHIVÍSTICOS

14
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