Evaluación Clínica D Ela Simulación y El Engaño
Evaluación Clínica D Ela Simulación y El Engaño
Evaluación Clínica D Ela Simulación y El Engaño
de la simulación y el engaño
Primera edición en español traducida
de la cuarta edición en inglés
Evaluación clínica
de la simulación y el engaño
Richard Rogers
Scott D. Bender
Traducción:
Lic. María Luisa Negrete Montoya
Universidad del Claustro de Sor Juana
Universidad Nacional Autónoma de México
Editor responsable:
Lic. Georgina Moreno Zarco
Editorial El Manual Moderno
Nos interesa su opinión, comuníquese con nosotros:
(52-55) 52-65-11-00
Catálogo de producto
Sobre los editores
Richard Rogers
Contenido
Sobre los editores
Colaboradores
Prefacio
Marco conceptual
Capítulo 1
Una introducción a los estilos de
respuesta
Richard Rogers, PhD
L
a apertura completa y precisa de sí mismo es una rareza, incluso en
el contexto de apoyo que caracteriza a una relación
psicoterapéutica. Hasta los clientes más comprometidos pueden
esconder y distorsionar de forma intencional datos importantes acerca de su
persona. Baumann y Hill (2016) descubrieron que los pacientes externos,
en ocasiones, no revelan aspectos relacionados con hábitos sexuales, abuso
de sustancias y experiencias en sus relaciones. A pesar de imaginar los
beneficios que podrían surgir de estas revelaciones, muchos clientes eligen
no ser del todo abiertos respecto a cuestiones muy personales. El engaño en
la terapia no queda relegado sólo al ocultamiento de estas cuestiones.
Blanchard y Farber (2016) encontraron, al entrevistar a 547 clientes que
habían estado o seguían en terapia, que muchos de ellos minimizaban su
malestar (53.9%) y la gravedad de sus síntomas (38.8%). En cuanto a sus
terapeutas, un porcentaje considerable recurría también al engaño con sus
pacientes al pretender que les gustaban sus comentarios o sugerencias
(29.4%), al exagerar la efectividad de la terapia (28.5%) y al pretender
haber realizado tareas asignadas u otras actividades (25.6%). Aún más
preocupante fue la frecuencia de estos engaños en el contexto de la terapia,
pues se presentaron por periodos de tiempo moderado o largo. Para poner
estos descubrimientos en contexto, la cantidad y el tipo de apertura de sí
mismo varía también entre los terapeutas (Levitt et al., 2016).
El engaño sucede de manera sistemática en las relaciones personales,
incluyendo las relaciones íntimas, y relativamente pocos (27%) mantienen
la creencia de que la honestidad absoluta es necesaria para una relación
romántica exitosa (Boon y McLeod, 2001). Estos autores encontraron que
la mayoría de las personas creen que son mucho mejores (Cohen d = 0.71)
Principios fundamentales de los estilos de
respuesta
Conceptos básicos y definiciones
Se siguen haciendo progresos considerables en la estandarización de
términos y la operacionalización de los estilos de respuesta. Dicha
estandarización es esencial en cualquier esfuerzo científico para garantizar
la precisión y la replicabilidad. Esta sección está organizada de manera
conceptual en cuatro categorías: términos inespecíficos, exageración de la
patología, adaptación simulada y otros estilos de respuesta.
Términos inespecíficos
E
ste capítulo presenta estrategias de detección y provee un marco
conceptual para entender su desarrollo y validación. Bajo este
contexto, cinco criterios esenciales de detección son examinados.
La segunda gran sección provee una reseña de las estrategias de detección
y cómo son utilizadas con estilos de respuesta específicos. El propósito de
esta última sección es funcionar como plantilla para entender las
contribuciones específicas provistas en los capítulos subsecuentes. De
manera breve aborda las conjeturas de las probabilidades pos-pruebas.
Dicho enfoque se presenta brevemente en este capítulo y es analizado
ampliamente por Bender y Frederick (capítulo 3 de este volumen).
Temas conceptuales
La edad moderna de la evaluación sistemática de los estilos de respuesta
fue anunciada por el desarrollo empírico del Inventario Multifásico de
Personalidad de Minnesota (MMPI; Hathaway y McKinley, 1940). Los
esfuerzos originarios del MMPI confiaban en discriminar reactivos que no
eran característicos de poblaciones normativas. La construcción más
simple fue la escala F que, sólo, depende de los reactivos MMPI
ratificados como poco frecuentes por las pruebas normativas del
Minnesota. A diferencia de su uso actual para determinar trastornos
mentales fingidos, la intención original de la escala F era medir “descuido
y confusión” (Meehl, 1946, p. 517). Sin tener fundamentos conceptuales,
las interpretaciones de las elevaciones de la escala F cubren el espectro
desde dificultades con la atención, nivel bajo de comprensión lectora hasta
interferencia psicótica, incumplimiento hostil y fingimiento deliberado
(Dalstrom, et al., 1972).
Las primeras versiones del MMPI fueron más allá de los descuidos a
evaluar aspectos principales de adaptación simulada, incluyendo
deseabilidad social y defensividad (Rogers, capítulo 1 de este volumen).
La intención original de la escala L, o escala de mentira, era “identificar
esfuerzos intencionados o premeditados para evitar contestar de manera
franca y honesta la prueba” (Dalstrom et al., 1972, p. 108). Sin embargo,
una inspección más profunda del contenido de los reactivos revela en
especial una medida de deseabilidad social. Basados en Hartshorne y May
(1928), Hathaway y McKinley (1940) diseñaron 15 reactivos que
abarcaban la negación de fallas personales y manías. Como evidencia de
que estas fallas son ampliamente observadas, por lo regular las pruebas
normativas tienen dos terceras partes “verdaderas”. La escala K, en
comparación con la escala L, evalúa respuestas defensivas (p. ej., negar
deterioros psicológicos). Cuando McKinley et al., (1948, p. 20)
observaron “perfiles normales” en diagnósticos de pruebas clínicas,
supusieron que esto era “sugerente de una actitud defensiva en las
respuestas de los pacientes”.
¿Qué lecciones se pueden aprender de las escalas de validez del MMPI?
Primero, la conceptualización inicial de la detección de estrategias es
Estrategias de detección para estilos de respuesta
específicos
Las estrategias de detección forman dos categorías generales que
capitalizan a las presentaciones improbables o a las presentaciones
amplificadas. Para las presentaciones improbables, las estrategias de
detección enfatizan la presencia de características inusuales y atípicas que
no se observan en general en poblaciones genuinas. Para las presentaciones
amplificadas, las estrategias de detección evalúan la frecuencia e
intensidad de las características comúnmente encontradas en poblaciones
genuinas. Esta categorización ha sido probada con los trastornos mentales
fingidos (Rogers, et al., 2005) y es utilizada como un método empírico para
deterioros cognitivos fingidos (Rogers y Bender, 2013). En la actualidad,
las presentaciones improbables y amplificadas nos proporcionan un útil
marco conceptual para evaluar la extensión de las estrategias de detección.
La investigación sobre estrategias de detección se ha enfocado de manera
intensa en dos ámbitos: trastornos mentales fingidos y habilidades
cognitivas fingidas. En cuanto a los trastornos mentales fingidos, el énfasis
se ha dividido entre la simulación y la defensividad. En cuanto a
habilidades cognitivas el enfoque sólo ha sido en la simulación, con
inquietudes en cuanto a que la defensividad se ha descuidado. Dentro del
ámbito de las habilidades cognitivas, los profesionales de la salud mental
han asumido que el desempeño de sus clientes no podría estar mejor que
sus habilidades reales. Aunque en su mayoría es cierto, algunos individuos
son capaces de encubrir su déficit cognitivo mientras llevan a cabo
responsabilidades laborales. Los déficits encubiertos pueden ser crónicos
(p. ej., declive cognitivo) o temporales (p. ej., efectos de resaca en pilotos
de avión; Bates, 2002). Otros podrían no ser capaces de encubrir
problemas cognitivos, como fallas en la memoria; sin embargo podrían
engranarse en explicaciones sobre “control de daños” que atenúen la
“gravedad” de los déficits percibidos (Erber y Prager, 2000). Por lo tanto,
déficits cognitivos encubiertos permanecen siendo un área poco estudiada
en cuanto a los estilos de respuesta. En vista de las investigaciones
actuales, los siguientes tres apartados examinan (1) simulación y trastornos
Resumen
Las estrategias de detección proveen el marco estructural para la
evaluación sistemática de estilos de respuesta. Tres dominios (trastornos
mentales fingidos, deterioro cognitivo fingido y defensividad ante
trastornos mentales) han sido sometidos a investigación intensiva. Como
resultado, el desarrollo de estrategias de detección y sus consiguientes
escalas son conceptualmente sensatos y validados de manera empírica.
Tres dominios adicionales (defensividad y deterioro cognitivo,
alteraciones médicas y defensividad, y alteraciones médicas fingidas) están
fundamentados conceptualmente y están en espera de la intensa
investigación que se observa dentro de los tres primeros dominios.
Notas
1
Nótese que, según el DSM-5, la presencia de estos dos es suficiente para sospechar de simulación
(American Psychiatric Association, 2013).
2
El lector observador notará que sólo se citó la primera edición del manual MCMI-III (Millon, 1994).
De manera inexplicable esta valiosa matriz correlacional se omitió de las siguientes ediciones (p. ej.,
Millon, Davis, y Millon, 1997; Millon, Millon, Davis, y Grossman, 2009).
3
La Cohen d examina la diferencia entre dos grupos criterio (p. ej., simulación y trastornos genuinos)
en unidades de desviaciones estándar combinadas. En la mayoría de las investigaciones de estilos de
respuesta, Cohen d no se debería ver afectada por el rango restringido (Li, 2015).
4
A diferencia de los constructos psicológicos, pruebas comparativamente simples (p. ej., pulso y
presión arterial) evidencian alta precisión en lo que respecta a instrumentación, pero con variabilidad
marcada (errores en medición) a través del tiempo.
5
Como tema relacionado, un pequeño número de individuos puede producir, mediante entrenamiento,
marcadas evidencias de “rendimiento optimizado” en pruebas cognitivas (p. ej., Powers y Rock,
1999).
6
El término trastornos mentales es utilizado para abreviar una amplia categoría de simulaciones
psicológicas y dificultades emocionales que pueden incluir trastornos mentales y síndromes.
7
Específicamente, 15 de 60 reactivos en la escala F se retuvieron en la escala Fp, esto representa
una peculiar estrategia de síntomas.
8
Por ejemplo, las transformaciones de las puntuaciones-T −pero no las puntuaciones naturales−
producen las diferencias significativamente altas en la escala O-S del MMPI-2.
9
Como una precaución importante, algunos grupos de paciente pueden carecer de concentración y
habilidades de atención para lograr completar tareas durante largos periodos. Al enfocarse en
pacientes con esquizofrenia, 15.2% fracasaron en el WMT sin ninguna motivación aparente para
fingir (Strauss, Morra, Sullivan y Gold, 2015).
10
Tombaugh (1996, tabla 3-7, p. 14) descubrió una tasa de falsos positivos del 27.0% en demencias,
aun cuando procedimientos no estandarizados (p. ej., estímulos adicionales) eran utilizados.
11
Como una aclaración importante, Waddell nunca recomendó que su trabajo se extendiera a estilos
de respuesta.
12
Las valoraciones de los médicos sobre síntomas sospechados no representa una estrategia de
detección bien definida.
13
Los simuladores podrían haber razonado que los problemas psicológicos están relacionados a temas
de salud. Sería muy valioso entrenar específicamente a los simuladores a sólo fingir quejas médicas,
como una forma para evaluar de forma rigurosa la diferenciación de la escala Fs.
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Bullard, P. L. (2003). Patients’ intentional deceptions of medical
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Capítulo 3
Modelos neuropsicológicos de
los déficits cognitivos fingidos
Scott D. Bender, PhD
Richard Frederick, PhD
C
onclusiones neuropsicológicas válidas requieren que los síntomas
y el desempeño en las pruebas del examinado sean igualmente
válidos. Ya que la simulación debe descartarse como una posible
explicación para las presentaciones del examinado, se han desarrollado
muchas pruebas y métodos para evaluar la validez del desempeño y de los
síntomas bajo la suposición de que estas medidas pueden detectar la
simulación. El objetivo principal en este capítulo es hacer una revisión y
una crítica respecto al estado actual de la detección neuropsicológica de la
simulación, incluyendo avances recientes en los modelos probabilísticos.
Aunque la mayor parte del capítulo se enfoca en indicadores de deterioro
fingido, se revisan también marcadores sobresalientes de sintomatología
genuina.
La definición específica para la simulación de disfunción
neurocognitiva (SDN; Slick et al., 1999) y el desarrollo de modelos de
detección que involucran la validez del desempeño no sólo han ayudado al
entendimiento del constructo de simulación, sino que han servido de
recordatorio sobre lo mucho que aún se desconoce. Por ejemplo, ¿qué
estrategias de detección funcionan mejor y para qué tipo de síntomas? ¿La
simple presencia de un incentivo sustancial acerca lo suficiente a las
motivaciones verdaderas de un individuo para utilizarla como un
representante de motivación? Mientras que algunas respuestas a la primera
pregunta han surgido con la investigación, la respuesta a la segunda ha
eludido a los investigadores, al menos de forma parcial, pues no ha sido
sujeta a un análisis crítico suficiente. Este capítulo revisa críticamente los
desarrollos recientes dentro del campo neuropsicológico para la detección
DefinicionesSimulación
Como ha sido el caso desde el DSM-III (American Psychiatric
Association, 1980), el DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013)
define simulación como la fabricación intencional o la exageración grave
de síntomas. El concepto de motivación no fue incluido en la definición
más temprana; en cambio, se enfatizaron las “circunstancias” del individuo.
La segunda mitad de la definición afirma que la exageración o la
fabricación deben estar motivadas por incentivos externos. En teoría, los
términos intencional y externo en la definición actual son clave para
diferenciar la simulación de otras condiciones −por ejemplo, la
intencionalidad está presente en la simulación, pero está ausente en los
trastornos con síntomas somáticos. Cualquier ganancia presente debe poder
caracterizarse como externa en la simulación y como interna en el trastorno
facticio. En pocas palabras, la motivación se encuentra en el corazón de la
definición. Por desgracia, la definición de la simulación parece tener más
fuerza en la teoría que en la práctica porque, en la vida real, pocas veces se
presentan demarcaciones tan claras. Es decir, el aspecto más importante de
la definición de la simulación (si la fabricación o la exageración grave son
en verdad motivadas por un incentivo externo), no puede determinarse con
certeza absoluta. La existencia de estas incógnitas no es particular a la
detección de la simulación, pero las consecuencias de estar equivocado
con respecto a ella pueden ser devastadoras y perjudiciales (Drob et al.,
2009; Rogers y Bender, 2013). Diagnosticar erróneamente un trastorno de
ansiedad social como uno de ansiedad generalizada antes de mandar al
paciente a tratamiento puede no ser ideal, pero no pondría en peligro el
bienestar del paciente, en la mayoría de los casos. El paciente aún
cumpliría los requisitos para entrar a tratamiento y este sería similar al que
hubiera recibido de otra forma. Ser etiquetado falsamente como simulador,
en contraste, podría conllevar pérdidas profundas e irreversibles.
La conceptualización de la simulación en el DSM-5 (American
Psychiatric Association, 2013) afirma que evitar el trabajo o el servicio
militar, obtener compensación financiera, evadir un enjuiciamiento criminal
o conseguir fármacos son ejemplos de incentivos externos que pueden
llevar a la simulación. No obstante, también reconoce que la simulación
Pruebas de validez de síntomas
Los términos pruebas de validez de síntomas (SVT) se referían, en un
principio, al paradigma de selección forzosa al cual podía aplicarse el
teorema binomial para identificar desempeño significativamente por debajo
de lo aleatorio (Pankratz, 1979; Bender y Rogers, 2004). Con el tiempo
SVT se volvió sinónimo de pruebas de esfuerzo y de escalas de validez en
general, sin la suposición respecto al desempeño significativamente por
debajo de lo aleatorio. Bajo esta rúbrica, se desarrollaron muchas pruebas
de esfuerzo cognitivo y escalas de validez. Sin embargo, a últimas fechas,
SVT ha sido utilizado para referirse a pruebas que detectan sólo síntomas
psiquiátricos fingidos, en un intento por distinguirlas de las pruebas
desarrolladas para detectar disfunción neurocognitiva. Esta división es
importante en la clínica dado que la exageración de síntomas y el esfuerzo
cognitivo pobre no siempre están correlacionados, y que las pruebas han
mostrado no ser igual de efectivas entre estos dominios (Rogers et al.,
2011). Para una revisión de las SVT empleadas de forma común en
evaluaciones forenses, ver Rogers y Bender (2013), Young (2014) y
Bender (capítulo 7 de este volumen).
Pruebas de validez del desempeño
Se ha otorgado el crédito a Larrabee (2012) por la sugerencia de que los
neuropsicólogos deben distinguir entre las pruebas que identifican
fingimiento cognitivo y las que se emplean para detectar psicopatología
fingida, dando origen a los términos pruebas de validez del desempeño
(PVT). Las llamadas PVT “independientes” fueron diseñadas para detectar
esfuerzo pobre durante la valoración neurocognitiva. Por razones que, ante
todo, involucran la facilidad (tanto para el desarrollo de la prueba como
para su implementación clínica), la mayoría de estas pruebas han utilizado
la estrategia del efecto amortizante. Una de las principales fortalezas de
esta estrategia es que conduce a formatos de selección forzosa que permiten
comparaciones estadísticas para los desempeños al nivel de lo aleatorio,
proporcionando así hallazgos muy específicos. La estrategia del efecto
amortizante capitaliza el uso de pruebas que parecen ser más difíciles de lo
que son en realidad. El desempeño pobre en una de estas pruebas, en las
que incluso individuos con algún deterioro cognitivo obtienen buenos
resultados, sugiere esfuerzo pobre y, quizá, fingimiento (Schutte et al.,
2015). Aunque se han establecido normas para las personas con
traumatismo craneoencefálico (TCE) y otras pocas poblaciones clínicas
con fines comparativos, los estudios que establecen normas para
condiciones comórbidas múltiples carecen, en general, de estas pruebas. El
virtual descuido de la comorbilidad representa un gran problema, pues es
un hecho que pocos examinados presentan un único grupo de síntomas o un
sólo diagnóstico.
Las PVT incrustadas son pruebas que, a pesar de no haber sido
desarrolladas para detectar esfuerzo pobre, han sido utilizadas más tarde
con este fin. La fortaleza de estas pruebas reside en su efectividad de
tiempo y su propósito dual. No obstante, ya que tienden a medir habilidades
reales, por lo menos hasta cierto punto, son menos específicas para los
efectos del esfuerzo pobre aislado. Por ejemplo, emplear la puntuación de
corte tradicional del Reliable Digit Span (RDS) derivado de la Escala
Wechsler de Inteligencia para Adultos –IV (WAIS-IV) clasifica
incorrectamente como fingidores a pacientes con demencia genuina
(Zenisek et al., 2016).
Estrategias de detección para simulación
neurocognitiva
Numerosas estrategias de detección derivadas de instrumentos
psicométricos pueden aplicarse a la identificación del fingimiento
neurocognitivo. Por ejemplo, la estrategia de “indexación de la gravedad”
utiliza información sobre las relaciones proporción-respuesta entre la
gravedad de la lesión y el desempeño en pruebas para detectar
presentaciones inusuales o amplificadas. En breve, la presencia de
desempeños indicativos de una lesión severa simultáneos a una lesión leve,
despierta dudas respecto la validez de esos desempeños, en especial
porque las puntuaciones aparentan ser amplificaciones marcadas del grado
real de disfunción.
Las presentaciones amplificadas parecen especialmente buenas para su
empleo en formatos de pruebas de selección forzosa (FCT). El desempeño
en FCT puede ser comparado con niveles esperados de desempeño,
basados en grupos clínicos, y con niveles de desempeño por debajo de lo
aleatorio. Ambos, pueden ser indicadores convincentes de fingimiento,
pero tienen diferentes fortalezas y limitantes. Por ejemplo, el desempeño
significativamente por debajo de lo aleatorio es casi sinónimo con el
fracaso deliberado; no obstante, carece de sensibilidad, lo que significa
que pocos fingidores serán detectados de este modo. En contraste las
comparaciones de FCT con puntuaciones de corte derivadas clínicamente
tienden a ser más sensibles, pero carecen de especificidad, lo cual implica
que algunos examinados puedan ser clasificados de forma incorrecta como
fingidores. Tanto las FCT independientes como las FCT incrustadas que
emplean la estrategia de presentación amplificada han sido incorporadas al
Advanced Clinical Solutions (ACS, por sus siglas en inglés) scoring
package (paquete de calificación soluciones clínicas avanzadas) para el
WAIS-IV y la Escala de Memoria de Wechsler-IV (WMS-IV; Holdnack et
al., 2013).
El ACS incluye cinco pruebas de esfuerzo (una independiente y cuatro
incrustadas), las cuales se basan en especial en la estrategia de detección
del efecto amortizante, entrando así bajo la categoría de las estrategias de
El estado actual de las pruebas de validez en la
evaluación neuropsicológica
Como se ha mencionado, un gran número de pruebas incrustadas e
independientes son comercializadas por editoriales importantes, las cuales,
por diseño, se emplean para evaluar deterioro cognitivo fingido. Estas
pruebas de fingimiento cognitivo han sido descritas en varios compendios
de la literatura especializada (p. ej., Lezak et al., 2012). Adicionalmente,
Schutte y Axelrod (2013) hicieron un reporte sobre “instrumentos de
medición incrustados que se derivan empíricamente de pruebas
administradas comúnmente por los neuropsicólogos” (p. 160). De acuerdo
con Schutte y Axelrod, las ventajas de los “instrumentos incrustados”
incluyen la eficiencia (al reducir las limitaciones de tiempo cuando se
administran pruebas de simulación independientes), la disminución de la
facilidad de entrenamiento, la valoración de múltiples dominios de
habilidad y la evaluación en diferentes momentos en el tiempo. Schutte y
Axelrod listaron no menos de 50 instrumentos de medición incrustados para
identificar deterioro cognitivo fingido. De igual forma, Martin et al., (2015;
tablas 21 y 22) hicieron un reporte de una amplia gama de pruebas
independientes e incrustadas que se utilizan hoy en día en las valoraciones
neuropsicológicas.
Martin et al. (2015) encuestaron a 316 neuropsicólogos con respecto a su
empleo de instrumentos independientes e incrustados para evaluar la
validez de las pruebas. La media de pruebas de validez administradas en
cada evaluación fue de seis hasta 16 instrumentos independientes e
incrustados para cualquier valoración forense. Schroeder et al. (2016)
realizaron una encuesta de menor escala con 24 neuropsicólogos a los que
identificaron como expertos en la valoración de deterioro cognitivo
fingido. Estos expertos administraban un promedio de ocho instrumentos
independientes e incrustados y utilizaban 12 de estos instrumentos para las
evaluaciones forenses. Los autores proporcionaron a los encuestados un
número de explicaciones posibles respecto a las puntuaciones positivas (es
decir, puntuaciones que sugieren fingimiento) para observar cómo estas
alternativas eran jerarquizadas en evaluaciones forenses y no forenses.
Resumen
La detección de la simulación ha sido un objetivo de la investigación
durante décadas. El desarrollo de pruebas ha florecido y, con él, la
habilidad para detectar la simulación ha mejorado. Sin embargo, el
crecimiento en la comprensión de la simulación como un constructo ha sido
menos satisfactorio y la mayor parte de la investigación sobre simulación
no ha perseguido aproximaciones basadas de modo estratégico. Aún así,
han surgido recién modelos neuropsicológicos y se han propuesto criterios
específicos para el SDN. Por una parte, tanto el énfasis en las BR como la
publicación de los criterios revisados de Slick representan un progreso;
por otra, es vergonzoso observar todo lo que se pasó por alto (o sólo era
desconocido) en el pasado. Si habremos de continuar lo que ha sido un
progreso sustancial, los criterios diagnósticos existentes para la simulación
deben ser validados; la investigación debe incluir diseños de grupos
criterio y comorbilidad múltiple y, tanto las probabilidades diagnósticas
como las BR, deben calcularse con precisión. Más aún, sin intención de
medir la motivación directamente, el DSM (American Psychiatric
Association, 2013) y los criterios de Slick (Slick y Sherman, 2013)
continúan confundiendo el incentivo con la motivación y los clínicos se ven
forzados a basarse en indicaciones indirectas de motivación, como los
incentivos. Todavía quedan preguntas importantes sin resolver respecto a
los incentivos: ¿el incentivo es una fuente de motivación para el examinado
en la misma proporción que el examinador presupone que lo es (Rogers y
Bender, 2013)? ¿El examinador debería intentar establecer que el incentivo
es, de hecho, la fuente de motivación para la simulación? ¿Qué explica la
(más común que no) ausencia de simulación cuando existen incentivos
externos para simular? Mientras tanto, con base en la mejor evidencia
disponible, se recomienda seguir los siguientes pasos a los clínicos
forenses que emplean pruebas de validez de síntomas y de desempeño para
determinar simulación (tabla 3-4).
L
a evaluación psicológica depende mucho de la honestidad y la
apertura de los evaluados. Desde el punto de vista histórico, los
clínicos de la salud mental han desarrollado relaciones
profesionales en su terapia, así se ha construido confianza y confiabilidad,
esto ha permitido a muchos clientes expresar sus síntomas y
preocupaciones. En EUA, la relación profesionista-cliente a veces es
eclipsada por un sistema de salud complejo y por las oportunidades que el
paciente pueda obtener como ganancia secundaria (Rogers, 2008). Algunos
motivos posibles para falsificar síntomas incluyen la compensación
financiera, exención de deberes e indulgencia del sistema judicial; por lo
tanto, a la simulación se le puede encontrar en una variedad de situaciones
clínicas y forenses (Reid, 2000). El aumento en complejidad para proveer
servicios de salud mental en otros países como España puede ejercer un
efecto similar en la demanda de instrumentos de medición para el
fingimiento adecuados (Salvador-Carulla et al., 2006). Además, en el
Reino Unido una “paradoja de discapacidad” ha sido observada, el número
de reclamos por discapacidad se ha elevado a pesar de la evidencia de que
existe una mejora general en la salud de los ciudadanos (Merten et al.,
2013). Se les está pidiendo a los psicólogos que realicen importantes
Una revisión de la valoración psicológica y de las
pruebas traducidas
Traducción directa
La traducción directa utiliza las técnicas más simples de traducción. Un
individuo bilingüe usa diccionarios, material de referencia y su
conocimiento de ambos idiomas para crear una traducción (Marín y Marín,
1991). Este enfoque es atractivo porque es tiempo efectivo y rentable,
porque usa los recursos de una sola persona para lograr una traducción. Sin
embargo, su simplicidad también es la crítica principal. Depender de una
sola persona para traducir deja al trabajo vulnerable al error porque la
labor del traductor no es revisada. Cuando los malentendidos llegan hasta
el producto final la calidad de la prueba traducida se ve perjudicada. Por
ejemplo, Berkanovic (1980) demostró que una encuesta sobre la salud que
Estilos de respuesta culturalmente específicos que
afectan las puntuaciones de las escalasde validez
Los patrones de respuesta culturalmente específicos emergen en varias
medidas diagnosticas para psicopatologías. Los patrones consistentes de
elevaciones de resultados pueden ser la normativa cultural de algunos
individuos examinados y no deberían analizarse como síntomas de
exageración. En cambio, las elevaciones de resultados son menos evidentes
en otros grupos debido a la defensividad cultural normativa, lo cual deja a
las existentes medidas de valoración menos sensibles para detectar
fingimiento en grupos con tendencia para subreportar. Los distintos
patrones a menudo son evidentes en las escalas clínicas y de validez en los
inventarios multiescala utilizados para detectar minimización o exageración
de síntomas (Correa y Rogers, 2010a; Molina y Franco, 1986). Esta
sección explora las características culturales que podrían afectar el perfil
de validez de las respuestas de un examinado en las pruebas de valoración
estandarizadas.
El constructo de machismo se encuentra entre los patrones de respuesta
que puede impactar significativamente las medidas de autorreporte de un
paciente. El machismo es un esquema de género que consiste en
comportamientos, actitudes y creencias, a menudo fomentado por hombres
latinoamericanos (Casas, et al, 1995). Los parámetros del machismo
contienen aspectos positivos relacionados con la caballerosidad y
negativos relacionados con el chauvinismo. A pesar de la poca
investigación en esta área, los estudios disponibles que examinan al
machismo, los roles de género y la salud mental, han descubierto que los
niveles altos de machismo y de emotividad restringida pueden estar
asociados con niveles elevados de depresión y estrés entre hombres
hispanoamericanos (Fragoso y Kashubeck, 2000).
Por lo tanto, el machismo respalda la teoría de que la baja ratificación de
síntomas no indica necesariamente bienestar subjetivo entre
hispanoamericanos. En vez de indicar la ausencia de síntomas, el
subreporte en pruebas de valoración más bien puede ser un reflejo de
Lenguaje
Es de vital importancia tomar en cuenta los efectos del lenguaje para
justificar la precisión del proceso de valoración. Las propiedades
psicométricas de las medidas de valoración estandarizadas quizá
cambiarán cuando se administren a individuos que difieran culturalmente
de la norma de la prueba (Marín y Marín, 1991). Además, los individuos
multilingües a los cuales no se les examine en su idioma predilecto pueden
padecer del efecto de desapego (Bamford, 1991); los individuos fracasan
en conectar de manera adecuada con las preguntas de valoración y son
incapaces de expresar por completo sus problemas emocionales y
psicológicos. El efecto de desapego puede resultar en una comunicación
pobre sobre síntomas y en menos apertura de sí mismo (Dana, 1995); sin
embargo, a menudo esto tiene remedio cuando a los individuos se les
examina en su lengua predilecta. Por ejemplo, Guttfreund (1990) demuestra
que los pacientes hispanoamericanos bilingües que prefieren hablar en
español son más capaces de expresar de manera más efectiva sus
emociones en pruebas en su idioma predilecto que en inglés. Para los
individuos multilingües, los clínicos deben tomar en cuenta las preferencias
de lengua de sus clientes antes de empezar el proceso de valoración.
Cuando un cliente está versado en inglés y en una segunda lengua, pero
expresa una preferencia menor para comunicarse en la segunda lengua, los
clínicos podrían escoger una versión en inglés −ya que es más probable
que haya disponibles más estudios de validación. Cuando se exprese una
fuerte preferencia por otro idioma y las habilidades en inglés también sean
limitadas, usar la versión traducida es más apropiado.
Aculturación
Además de los patrones de respuesta diferentes entre las distintas culturas,
el nivel de aculturación debería evaluarse por cada examinado a través de
una prueba normativa proveniente de otro grupo cultural. La aculturación se
define como los cambios que ocurren en las creencias y comportamientos
de un individuo como resultado de la interacción entre su grupo étnico y
otro grupo cultural. Evaluar la aculturación permite a los clínicos decidir la
pertinencia de normas interpretativas y decidir si las puntuaciones de corte
cultural específicas deberían utilizarse, si es que están disponibles y si
están bien validadas. Los individuos con niveles más altos de aculturación
podrían tener un entendimiento mayor de su nueva cultura y podrían
empezar a aceptar e incorporar estos aspectos en su vida diaria. Los
individuos con niveles bajos de aculturación continúan identificándose con
los valores de sus propios grupos étnicos a pesar de interactuar con los
miembros de otra cultura (Wagner y Gartner, 1997).
En 1989 Berry, et al., propusieron un modelo de aculturación
bidimensional extenso aceptado, en el cual los individuos sienten la
necesidad de identificarse con su propia cultura y con la nueva. El
individuo puede mantener una de las cuatro posibles relaciones con
culturas mayoritarias y minoritarias:
Cuestiones diagnósticas
Capítulo 5
Síndromes asociados con el engaño
Michael J. Vitacco, PhD
E
l engaño es un componente central de la simulación en la quinta
edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales (DSM-5; American Psychiatric Association, 2013). Los
evaluadores forenses deben estar conscientes de la posibilidad de que los
examinados puedan engancharse con el engaño cuando están siendo
sometidos a evaluaciones ordenadas por la corte. La simulación es descrita
por el DSM-5 en términos de presentaciones fingidas y motivaciones
externas. Sin embargo, en el encuadre tradicional psicoterapéutico la
honestidad, con frecuencia, se da por hecho, dado que la mayoría de los
clientes se autorrefieren al tratamiento y expresan un deseo e interés
genuinos en su crecimiento personal. Como tal, la tasa base de conductas
engañosas en el encuadre tradicional de tratamiento permanece siendo
desconocida, a causa de la escasez de investigación programática sobre su
detección. En el encuadre de tratamiento, los estilos de respuesta son
considerados inconsecuentes, ya que el objetivo está diseñado para
mejorar el funcionamiento del cliente. No obstante, en situaciones
adversas, como las evaluaciones ordenadas por la corte, los examinados
frecuentemente adoptan una variedad de estilos de respuesta. En estos
casos, el engaño no puede interpretarse como inconsecuente y debe
evaluarse como un componente estándar del proceso de valoración. Tal
consideración no es sorprendente, puesto que la tasa base de exageración
de síntomas en las evaluaciones forenses oscila entre el 15 y el 30%
(Mittenberg et al., 2002; Vitacco et al., 2007).
Este capítulo se enfoca en diversos diagnósticos, síndromes y situaciones
en las que el engaño es primordial. Como fue discutido por Vitacco y
Rogers (2005), los individuos tienen varios motivos para engañar en
diferentes momentos. Por ejemplo, la misma persona puede fingir psicosis
en una evaluación de competencia para retardar ir a juicio y, tras su
Retos y peligros al evaluar simulación y engaño
Una clasificación de simulación por sí misma es, con frecuencia, la base de
serias consecuencias. Por ejemplo, el Artículo 115 del Código de Justicia
Militar de EUA prevé sanciones criminales para los soldados que simulen
con el propósito de evadir su trabajo o deber. En el prominente caso de
EUA vs. Greer (1998), el Tribunal de Apelaciones del Quinto Circuito hizo
posible un castigo mayor para la simulación, colocándolo bajo el rubro de
obstrucción de la justicia. De manera problemática, depender de los
indicadores de filtrado para la simulación del DSM-5 representa un camino
seguro para obtener un número inaceptable de falsos positivos. Como
señalaron Rogers y Vitacco (2002), la tasa de falsos positivos podría llegar
hasta 80% si sólo se toman en cuenta estos indicadores. Los indicadores
incluyen antecedentes (TPA), contexto (forense), discrepancia (reportes
subjetivos sin confirmación de los datos objetivos) y actitud frente a la
evaluación (poco cooperativo). De manera sistemática, al llevar a cabo
evaluaciones ordenadas por la corte para acusados en espera de juicio, la
mayoría de los examinados que ha valorado el autor presentan muchos, sino
es que todos, los indicadores de filtrado del DSM-5 para la simulación. No
obstante, casi ninguno de estos acusados parece involucrarse en un engaño
intencional como la simulación. A pesar de estos problemas persistentes
(Rogers, 1990a, 1990b), el DSM-5 continúa empleando indicadores de
filtrado anticuados y poco validados.
Al evaluar fingimiento y otros estilos de respuesta relacionados, varios
problemas conceptuales requieren consideración. Primero, los evaluadores
deben ponderar de manera cuidadosa las motivaciones del examinado. La
definición de simulación necesita una revisión cercana, ya que exige que el
fingimiento sea “intencional”. Se entiende, que los trastornos facticios,
como la simulación se presentan en un continuo (Yates et al, capítulo 11 de
este volumen). Los clínicos deben tomar en cuenta las motivaciones cuando
se hace un diagnóstico de simulación. Tanto la Structured Interview of
Reported Symptoms (Entrevista estructurada de síntomas reportados, SIRS;
Rogers et al., 1992) como la Structured Interview of Reported Symptoms
–2 (SIRS-2; Rogers et al., 2010) −los primeros instrumentos para la
detección de trastornos mentales fingidos− piden a los clínicos que evalúen
Diagnósticos del DSM-5 asociados con el engaño
Los clínicos en general, pero en especial los clínicos forenses, deben estar
conscientes de las múltiples formas en que el engaño puede manifestarse
como parte de una psicopatología. Aún más, como se demostrará, los
clínicos deben tener conocimiento de que las motivaciones para el engaño
pueden variar. Los clínicos podrían establecer motivo malevolentes para la
conducta engañosa, cuando, en realidad, el engaño puede ser inconsciente o
simplemente adaptativo. Esta sección comienza con trastornos
diagnosticados de manera típica en niños y adolescentes, después, aborda
trastornos de la edad adulta al considerar una amplia gamade explicaciones
para las conductas engañosas dentro del contexto de los diagnósticos en el
DSM.
Los niños con trastorno de apego reactivo (RAD, por sus siglas en inglés)
son conocidos por engancharse en el engaño, de forma similar a los niños
con TND y TC. El RAD está clasificado dentro del DSM-5 bajo los
“Trastornos relacionados con traumas y factores de estrés”; los niños con
este trastorno han experimentado negligencia o abuso crónicos, lo cual
conduce a una perturbación en la capacidad de vincularse de manera
adecuada con otros individuos. La característica central del RAD involucra
retraimiento emocional y falta de apego adecuado. La investigación ha
vinculado al RAD con la mentira y el engaño. Wilson (2001) caracterizó a
los niños con RAD con la presencia de una “conducta sociopática que
incluye el engaño” (p. 42). Múltiples estudios han identificado
asociaciones entre rasgos psicopáticos y el abandono temprano. Por
ejemplo, Schraft et al. (2013) descubrieron una relación entre la exposición
a la violencia y la presencia de rasgos psicopáticos en una muestra de
adolescentes. Schimmenti et al. (2015) encontraron que el abuso emocional
y la negligencia estaban relacionados con las puntuaciones de psicopatía en
una muestra de presos por crímenes violentos. Gostisha et al. (2014)
reportaron una relación modesta entre el estrés en épocas tempranas de la
vida y los rasgos psicopáticos en una muestra de adolescentes bajo
tratamiento dentro de una instalación de seguridad (Shirtcliff et al., 2009).
Aunque las conductas engañosas del RAD puedan parecer similares a las
del TND y el TC, difieren de manera fundamental en términos de su
motivación subyacente. En el RAD, el engaño tiende a ser utilizado como
un mecanismo adaptativo para proteger al individuo de lo que percibe
como relaciones sociales peligrosas. De forma alternativa, el engaño puede
ser patogénico, secundario a la extrema negligencia de los cuidadores. Se
recomienda a los clínicos explorar si existen historias de abuso o abandono
al evaluar problemas conductuales. Es posible que lo que aparentan ser
intentos de engañar, sean más bien conductas asociadas con el RAD, las
cuales se derivan del abuso y de la negligencia. Como se evidencia en los
nuevos criterios del DSM-5, la etiología y la patogénesis del RAD siguen
siendo imprecisas (Zilberstein, 2006); sin embargo, la investigación apunta
Otros fenómenos clínicos asociados con el engaño
Una extraordinaria variedad de condiciones y situaciones son asociadas
con frecuencia con las conductas engañosas. Es imposible que este capítulo
provea un reporte exhaustivo de todos los trastornos y situaciones
relacionadas con el engaño. En lugar de ello, esta sección se enfoca en los
factores de custodia infantil que conducen al engaño y en cuestiones
relativas a la memoria, incluyendo el síndrome del falso recuerdo. En la
tercera edición de este volumen, incluí el síndrome de fatiga crónica; no
obstante, la investigación no apoya que se le continúe incorporando en esta
sección sobre engaño. El objetivo es que esta sección proporcione
situaciones específicas en las cuales la simulación es común y aplicar los
modelos explicativos para dilucidar por qué se presenta el engaño.
L
a detección de la psicosis simulada requiere de tiempo y esfuerzo
significativo. Es una empresa compleja que requiere que el clínico
adopte un método sistemático especializado y que analice
múltiples fuentes de datos. El grado de dificultad depende de la habilidad y
del conocimiento del simulador. Serán detectados con facilidad los
simuladores con poco conocimiento sobre la fenomenología de los
síntomas psicóticos genuinos. En cambio, los simuladores que poseen
perspicacia y conocimiento detallado pueden engañar hasta al más
experimentado clínico forense. Por ejemplo, Vincent “The Chin” Gigante,
el renombrado líder de la mafia, supuestamente engañó “a las más
respetadas mentes de la psiquiatría forense” al simular, entre otras cosas,
esquizofrenia (Newman, 2003). Por último, Gigante admitió haber
engañado a múltiples psiquiatras durante las evaluaciones, entre 1990 y
1997, que querían medir su competencia para poder ser enjuiciado. Un
psiquiatra, que determinó que Gigante estaba simulando, comentó: “Cuando
se piense que hay fingimiento debemos ser aún más críticos y menos
admisibles de nuestras impresiones mientras llevamos a cabo e
interpretamos una examinación, a comparación de lo que somos en una
situación clínica típica” (Brodie, comunicación personal, mayo 17, 2005).
No obstante, aunque se sospeche, muchos clínicos están renuentes a
etiquetar a un individuo como simulador (Yates, et al., 1996). Las razones
para esta renuencia, por parte de los clínicos, incluyen los miedos a las
Definición del problema
A principios del decenio de 1900, a las personas que simulaban insania se
les consideraba como probables “degenerados” mentales y afligidos con
demencia. En 1905, el dueño de un salón de billar y cantinero de
Massachusetts, conocido como “Joe the Snake”, aparentaba estar
simulando insania después de haber cometido un asesinato. Uno de sus
psiquiatras concluyó que: “Es cuestionable que alguna vez ocurra una
circunstancia para simular insania entre aquellos individuos que están bien
de salud mental” (Drew, 1908, p. 680). Durante el apogeo de la influencia
psicoanalítica, se creía que la simulación era una forma de enfermedad
mental. Eissler (1951, p. 252), por ejemplo, declaró, “Se puede afirmar
acertadamente que la simulación siempre es señal de una enfermedad a
menudo más grave que un trastorno neurótico porque esta atañe a una
interrupción en el desarrollo”. Otros le han encontrado menos mérito a esta
visión. Por ejemplo Wertham (1949, p. 49) afirmó, “Existe una extraña y
completamente infundada superstición, hasta entre los psiquiatras, de que
en primera instancia, si un hombre simula insania debe de haber algo mal
con su mente. Como si cualquier hombre sano no se aferraría a cualquier
cosa si su vida estuviese en peligro por la silla eléctrica”. En la actualidad
el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) en
gran medida ha sustituido el modelo patogénico de simulación (Rogers,
1990).
La simulación es un estado no atribuible a una afección mental. El DSM-
5 (American Psychiatric Association, 2013) describe la simulación como
una presentación falsa (una invención o una exageración grave).
La simulación a menudo requiere ser diferenciada del trastorno facticio,
este último se encuentra en la sección de Trastorno de síntomas somáticos y
trastornos relacionados del DSM-5. Utiliza una descripción similar a la
presentación falsa, sin embargo, la motivación se encuentra presente hasta
en la ausencia de recompensas obvias externas. En los trastornos facticios,
un paciente simula una enfermedad con un motivo, el cual se puede definir
como un incentivo (psicológico) interno (Kanaan y Wessely, 2010).
Diagnosticar los trastornos facticios también puede ser desafiante, y la
educación tradicional clínica a menudo no proporciona el entrenamiento
Las motivaciones para simular
Los motivos para simular psicosis se encuentran bajo dos categorías
generales: (1) evitar situaciones difíciles (evitar el dolor) y (2) obtener una
compensación o medicamentos (buscar placer). La tabla 6-1 contiene una
lista de motivos comunes para la simulación.
D
entro del campo de la evaluación psicológica y neuropsicológica,
la investigación respecto a la simulación continúa superando a la
mayoría de los temas de investigación. Como se señaló en el
capítulo equivalente de la edición previa, la neuropsicología ha visto un
aumento triple en el número de publicaciones sobre simulación entre 1990
y 2000 (Sweet et al., 2002). Datos más recientes (Martin et al., 2015)
indican que casi 25% de los artículos publicados en The Clinical
Neuropsychologist y en Archives of Clinical Neuropsychology entre el
2009 y el 2014 estaban relacionados con el esfuerzo y la simulación. Esto
equivale a alrededor de 1 400 artículos. Además, aunque las cifras
precisas son difíciles de calcular, la gran mayoría de los casos forenses
parecen involucrar traumatismo craneoencefálico leve (TCEL) impugnado,
un punto central en la investigación de la simulación. En la actualidad, se
acepta de manera general que todas las evaluaciones neuropsicológicas
forenses deben incluir métodos para la detección de simulación (American
Academy of Clinical Neuropsicology [AACN] Conferencia de declaración
de consenso; Heilbronner et al., 2009). De hecho, el deber se ha convertido
en justificar por qué no se realizaron pruebas de esfuerzo. A pesar de este
incremento en la conciencia, se le ha prestado muy poca atención a los
significados precisos y a las causas del esfuerzo pobre y la exageración de
síntomas. Como se analiza en este capítulo, este desbalance entre la
atención y la conciencia tiene implicaciones potenciales de largo alcance
(y problemáticas) para la práctica forense.
Los neuropsicólogos forenses tienen un mayor conocimiento de que una
gran variedad de conductas de disimulación puede pasar por disfunción
neurocognitiva. Adicionalmente, la superposición de síntomas se observa
Definición de simulación y sus subtipos
El DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013) conceptualiza la
simulación en términos de presentaciones fingidas y motivaciones externas.
No es un diagnóstico, sino una clasificación de conducta, de ahí su estatus
como un código V (V65.2). De acuerdo con el trabajo seminal de Lipman
(1962), existen cuatro tipos de simulación:
Prevalencia
La verdadera prevalencia de la simulación sigue siendo desconocida
porque los simuladores exitosos no son detectados ni contados. Encuestas
pasadas entre expertos forenses sugieren que se presentó fingimiento en 7 a
17% de las evaluaciones de salud mental, donde el estimado más alto
proviene de casos forenses (Cornell y Hawk, 1989; Rogers et al., 1998;
Rogers et al., 1994). En contraste con estos datos, encuestas más recientes
sugieren que la tasa es mucho más alta, por lo menos en los casos de TCEL,
y que se aproxima al 40% cuando se amplía la categoría para incluir
exageración de síntomas (p. ej., Mittenberg et al., 2002). Aunque son
consistentes con la revisión de Larrabee (2003a) de 11 estudios
Traumatismo craneoencefálico
Con base en los registros de hospitales y unidades de emergencia, los
Centers for Disease Control and Prevention (CDC) reportaron que 2.5
millones de casos de TCE se presentaron en EUA durante 2010 (Faul et al.,
2010). Este estimado no incluye datos de unidades ambulatorias, la milicia
de EUA o de los que no buscaron atención médica. Como resultado,
posiblemente no refleja la verdadera proporción de TCE en EUA. Así,
aunque por lo menos 80% de los casos de TCE son clasificados como
“leves”, esta cifra tal vez representa una subestimación sustancial a causa
de la gran cantidad de casos de TCEL no reportados. El aumento de la
conciencia del público respecto al TCE podría producir mejores estimados
de prevalencia derivados de los hospitales y de la práctica forense
neuropsicológica, donde el TCEL ya representa la mayoría de los casos y
plantea retos diagnósticos significativos.
TCEL y conmoción
Los términos conmoción y TCEL con frecuencia son usados de manera
intercambiable y, de hecho, refieren a la misma neuropatología general. No
obstante, el diagnóstico de TCEL todavía es confuso y problemático. Uno
de los motivos es que la mayoría de las definiciones de conmoción sólo
requieren que esté presente una alteración de conciencia para cumplir el
criterio diagnóstico. Un fenómeno tan subjetivo, con ninguna otra persona
presente para observar los signos clínicos asociados, hace difícil
establecer, incluso, si este indicador fundamental de conmoción tuvo lugar.
De igual modo, las alteraciones de la conciencia o la amnesia pueden ser
más largas de lo que reporta el paciente, lo cual conduce a una impresión
mal informada de que la lesión es más leve. En breve, la credibilidad del
autorreporte en estas situaciones es notoriamente pobre, lo que complica de
forma seria el diagnóstico de TCEL. El acuerdo diagnóstico ha sido
comprometido aún más por una historia de sistemas de calificación
complicados, con al menos 27 sistemas de gradación para la conmoción
(Bender et al., 2004).
Tamaños del efecto del TCEL y del TCEL
simulado
El meta-análisis seminal de Binder et al., (1997) comparó las puntuaciones
en pruebas neuropsicológicas de pacientes con TCEL con las de controles
saludables; el tamaño del efecto promedio de deterioro fue moderado (d =
0.12). En un meta-análisis más reciente de desempeño neuropsicológico a
tres meses de la lesión, Rohling et al. (2011) encontraron un tamaño del
efecto para TCEL tan pequeño que no difirió significativamente de cero (d
= 0.07). Como señalaron Larrabee y Rohling (2013), este tamaño del efecto
es mucho más pequeño que el de abuso de sustancias, el de TEPT, el de
trastorno afectivo mayor y el de simulación probable.
Estudios meta-analíticos han mostrado tamaños del efecto más grandes
para el TCEL en la fase aguda de recuperación (p. ej., d = 0.41 dentro de
los primeros seis días después de la lesión; Schretlen y Shapiro, 2003). En
comparación, el TCE moderado a grave produce tamaños del efecto
grandes a muy grandes en las pruebas neuropsicológicas (p. ej., ds de 0.97
a 2.41; Rohling et al., 2003; Schretlen y Shapiro, 2003). Como se analiza
más adelante, la estrategia de “gravedad de síntomas” emplea este tipo de
información para ayudar a identificar la simulación.
En contraste con los tamaños del efecto negligibles para TCEL genuino,
los fingidores (es decir, supuestos simuladores) han mostrado tamaños del
efecto moderadamente grandes en las pruebas neuropsicológicas. En el
meta-análisis de Vickery et al. (2001), el tamaño del efecto para
desempeño simulado en las pruebas (mean d = 1.13) parece ser más acorde
con TCE grave que con TCEL (Green et al., 2001). Como observó Iverson
(2003), estos descubrimientos meta-analíticos señalan que las pruebas
neuropsicológicas son potencialmente fuertes indicadores para el TCE
grave y simulación probable, pero son pobres para TCEL genuino.
Los tamaños del efecto asociados con las expectativas de los pacientes
también han sido calculados, aunque a la fecha sólo se han realizado unos
pocos estudios. Por ejemplo, en pacientes con TCEL, las creencias
estereotipadas respecto a las consecuencias de la lesión (“amenaza de
diagnóstico”) produjeron un tamaño del efecto moderado promedio (d =
Síndromes que aparentan ser TCEL y su
diagnóstico diferencial
El diagnóstico preciso de TCEL debe tomar en cuenta no sólo la
simulación, sino también otras condiciones clínicas genuinas. Los
neuropsicólogos deben estar advertidos en contra de un diagnóstico
diferencial poco sofisticado que sólo consista en TCEL versus simulación.
Otras consideraciones diagnósticas incluyen depresión, ansiedad, TEPT y
dolor.
Atribuir pobres resultados al TCEL por sí mismo es, con frecuencia,
demasiado simplista y engañoso (Mooney et al., 2005). Por ejemplo, los
trastornos depresivos se presentan en 75% de los casos moderados a
graves de TCE (Alway et al., 2016), pero también se presentan en 14 a
35% de los pacientes con TCEL (Busch y Alpern, 1998; Deb et al., 1999).
Los síntomas depresivos pueden imitar síntomas de TCEL tanto de manera
clínica como en las puntuaciones en pruebas neuropsicológicas. Los
pacientes deprimidos tienen poca motivación, lo cual se considera un
correlato de simulación en el dominio cognitivo. La atención y la
concentración disminuidas, así como la velocidad de procesamiento lenta,
son comunes entre pacientes con depresión y aquellos con lesión cerebral.
Para complicar más el panorama, los individuos con depresión reportan en
muchas ocasiones síntomas de PCS, como dolores de cabeza, mareos y
vista nublada (Silver et al., 2009). Los meta- análisis señalan que la
depresión está relacionada con disfunción cognitiva con tamaños del efecto
moderados (p. ej., d = 0.52; Zakzanis et al., 1998).
Los diagnósticos diferenciales del TCEL y la depresión dependen de
múltiples indicadores. Obviamente, una indicación de traumatismo cerebral
es requerida para el TCEL. Más allá de eso, una historia preexistente de
depresión y déficit cognitivo que fluctúa de forma notable con cambios de
humor es por lo común indicativa de depresión. Los déficit que se
resuelven con el tiempo y con menores fluctuaciones son consistentes con
el TCEL. Los médicos deben ser cuidadosos con su diagnóstico porque el
TCEL puede incluir desregulación conductual y emocional que disminuye
la eficiencia cognitiva, en especial durante periodos de irritabilidad.
Estrategias de identificación para TCE fingido
La historia clínica, el contexto de la lesión y otros antecedentes son partes
cruciales de la determinación de la gravedad de una lesión. Los
neuropsicólogos forenses deben emplear su conocimiento tanto de la
sintomatología como de la evolución natural del TCE para identificar
inconsistencias neuropsicológicas. Muchos autores han recomendado una
valoración sistemática de patrones de inconsistencias durante cada
evaluación (p. ej., Iverson y Binder, 2000; Iverson, 2006; Larrabee y
Rohling, 2013; Sweet et al., 2013). Son patrones en el sentido de que no
son aleatorias; el desempeño que sugiere simulación siempre es más pobre
de lo esperado. Los síntomas reportados deben corresponder a la conducta
observada. Si, por ejemplo, el paciente se reporta “casi ciego” pero toma
una pluma del examinador sin dificultad, hay una inconsistencia entre el
reporte y la observación. Si el paciente reporta amnesia anterógrada grave,
pero recuerda la ruta hacia la oficina del médico, entonces hay una falta de
correspondencia entre el reporte y la observación. La examinación de
patrones de inconsistencias permite muchas comparaciones. Aunque es muy
accesible e intuitivamente atractiva, la aproximación por patrones de
inconsistencias representa un enfoque cualitativo que está sujeto a sesgos
en el juicio clínico (Iverson et al., 2008, para una revisión de los sesgos
cognitivos y las falacias lógicas comunes que afectan al juicio clínico).
El segundo tipo de valoración para fingimiento cognitivo, llamado
análisis de síndrome (Walsh, 1985), utiliza información sobre la
autenticidad de la presentación de los pacientes. Con este método, el
médico compara rasgos de la presentación actual con el síndrome
conocido. Una revisión exhaustiva está fuera del alcance de este capítulo,
pero un ejemplo podría ser el reporte de un declive cognitivo en las fases
posagudas del TCEL en ausencia de una hemorragia u otra causa
neurológica. Tal exacerbación sería inconsistente con la evolución
conocida del TCEL y levanta sospechas de fingimiento o de surgimiento de
una alteración psicológica genuina; esto último ocurre de manera más
habitual en casos forenses que en clínicos. De igual forma, una afasia
recién adquirida en el contexto de TCE sin un daño bien documentado en el
lóbulo temporal es muy inusual y requiere una evaluación profunda de
Pruebas neuropsicológicas selectas empleadas en
casos de TCE
Múltiples estudios han demostrado (hasta un grado variable) que ciertas
pruebas neuropsicológicas pueden usarse de manera simultánea para
evaluar tanto disfunción neurocognitiva genuina como simulación. La
ventaja principal de estos instrumentos incrustados radica en la eficiencia
de tiempo, pero también en que pueden ser menos reconocidas como
pruebas de simulación y, por lo tanto, ser más resistentes al entrenamiento.
Una breve revisión de las pruebas “doble-tarea” que se aplican por lo
común se proporciona a continuación. Revisiones más exhaustivas pueden
encontrarse en Boone (2007) y Larrabee (2007). Van Gorp et al. (1999).
Curtiss y Vanderploeg (2000) proveen puntos de vista contrarios respecto a
la utilidad de las pruebas de esfuerzo incrustadas.
E
l abuso de sustancias está vinculado con el castigo: sanciones
sociales y estigmatización. Esta vinculación se ilustra en las
sanciones que existen por beber y manejar (Ying, et al., 2013), y en
el uso extendido de políticas de pruebas de drogas en el ámbito laboral
(DiThomas, 2012). Estas políticas son el resultado del ausentismo laboral
y del bajo desempeño por parte de los empleados toxicómanos (Stein, et
al, 1993). La investigación indica que, en muchos ámbitos, hasta cuando la
confidencialidad está garantizada, se disimula el consumo de sustancias. Un
ejemplo es que las familias urbanas de nivel socioeconómico bajo,
subinforman sobre su consumo de cocaína; los jóvenes reportan aún menos
que sus padres, tal vez por miedo a las repercusiones (Delaney-Black et
al., 2010). En cambio, las personas mayores subinforman sobre su consumo
debido a dificultades con la memoria (Rockett, et al., 2006). En
comparación, es más probable que los adolescentes en busca de tratamiento
sobrerreporten su consumo de marihuana para así realzar su estatus social
entre sus pares (Williams y Nowatzki, 2005). Además, las encuestas
nacionales han encontrado mayor subreporte en cuanto a drogas más
estigmatizadas como la cocaína y la heroína (Magura, 2010).
A pesar de las sanciones sociales y de la estigmatización, el consumo de
sustancias ilegales es extenso (Substance Abuse and Mental Health
Services Administration; SAMHSA, 2014). Sólo durante el año 2013, la
tasa de prevalencia del trastorno por consumo de sustancias fue de 12.2%
en adultos y 5.2% en persones de entre 12 a 17 años (SAMHSA, 2014). Es
probable que los individuos oculten información sobre su consumo para
Panorama general
Terminología específica
A menudo se utilizan términos específicos para describir los estilos de
respuesta relacionados con el abuso de sustancias:
Inmunoensayo (IA). IA es un filtro que utiliza anticuerpos para detectar ciertas sustancias en la
orina. No mide la cantidad de la sustancia
Instrumentos definitivos
E
l engaño se ha mantenido como una de las características de la
psicopatía prototípica a lo largo de la historia. La descripción de
la psicopatía propuesta por Cleckley (1941, 1976) incluía
“falsedad e insinceridad”, mientras que Hare (1985) ha incorporado la
“mentira patológica” en la Psychopathy Checklist - Revised (Lista de
control de psicopatía-revisada, PCL-R; Hare, 1991, 2003). Las
descripciones de psicopatía también incluyen diversas características
principales que requieren prácticas engañosas, como el encanto superficial,
manipulación y superficialidad. Los psicópatas, además, son descritos
como explotadores naturales de los demás y con habilidades en particular
fuertes para la estafa. Las conceptualizaciones modernas de la psicopatía
con frecuencia involucran conductas antisociales y criminales, las cuales
requieren del engaño durante el crimen y durante la subsecuente evitación
de ser aprehendido. Más allá de las fabricaciones y el engaño general de
los criminales ordinarios, los psicópatas, casi por definición, usan
distorsiones conscientes y manipulaciones en múltiples dominios de sus
vidas, sin dejar ninguna relación inafectada (Cleckley, 1976).
Este capítulo se enfoca tanto en el uso teórico como real del engaño en la
psicopatía. A pesar de la clara conexión conceptual señalada por autores
tan importantes como Kraepelin (1915), Schneider (1923), Cleckley (1941,
1976) y Hare (1991, 2003), muy pocos estudios han examinado la
frecuencia con la que los psicópatas utilizan el engaño o su éxito al
hacerlo. Quizá de forma más sorprendente, los estudios existentes indican
que los psicópatas no son en realidad más exitosos que los no psicópatas,
incluso cuando son engañosos con mayor frecuencia (Clark, 1997; Lykken,
1978; Patrick y Iacono, 1989; Raskin y Hare, 1978). Este capítulo
considera a la psicopatía en relación con la simulación, el manejo de la
impresión positiva y el engaño en general. El efecto de los rasgos
Primeras conceptualizaciones de la psicopatía
Desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el término
psicopatía surgió para representar a un “grupo de personas que mostraban
una anomalía expresada en el carácter y en la intensidad de las reacciones
emocionales” (Partridge, 1930, p. 63). Esta descripción clínica demasiado
inclusiva fue un lugar común durante ese periodo y Partridge señaló que, al
menos, 13 términos separados aparecieron para describir
conceptualizaciones superpuestas de la psicopatía. Tal vez, las más
conocidas de estas definiciones tempranas fueron las de Kraepelin (1915) y
Schneider (1923). Kraepelin (1915) definió la psicopatía en términos
conductuales, de manera similar a la conceptualización moderna del
trastorno antisocial de la personalidad (American Psychiatric Association,
2013). En consecuencia, aquellos con rasgos psicopáticos violaban de
forma continua las reglas sociales y los derechos de otros. Empleaban la
agresión y el engaño con frecuencia, y eran, a menudo, destructivos. En
contraste, Schneider (1923) atribuyó la psicopatía a un déficit emocional y
un trastorno caracterológico; señaló que dichos individuos sufren
personalmente o hacen sufrir a otros a causa de su personalidad anormal.
Él creía que los individuos psicopáticos mostraban un afecto aplanado y
una incapacidad para experimentar emociones inhibitorias.1 En sus escritos
cerca del final de su carrera, afirmó que “carecían de capacidad para
avergonzarse, de decencia, de remordimiento y de conciencia. Son
desvergonzados, fríos, hoscos y brutales cuando cometen crímenes”
(Schneider, 1950/1958, p. 126). Estas definiciones contrastantes plantean
un debate conceptual que, hasta cierto punto, ha continuado hasta el día de
hoy.
El engaño en la definición de psicopatía
Por muchos años, la conclusión de que “todo el mundo miente” fue muy
aceptada a causa de estudios que indicaban que los participantes no-
criminales decían un promedio de dos mentiras por día (DePaulo et al.,
1996; Vrij, 2000). Más recién, surgieron desafíos a esta conclusión dadas
las grandes diferencias individuales respecto a la frecuencia de mentir.
Serota et al. (2010) encontraron que la media, muchas veces replicada, de
“dos mentiras al día” estaba sesgada por un pequeño número de mentirosos
frecuentes. Los estudios de psicología social han analizado situaciones que
aumentan o disminuyen la disposición a engañar, mientras que la
investigación en psicología clínica ha examinado las características de los
mentirosos frecuentes. A pesar de que la discusión de todos los factores
situacionales y caracterológicos está fuera del alcance de este capítulo, ha
sido documentado en estudios (Kashy y DePaulo, 1996; Halevy et al.,
2014) que los rasgos psicopáticos son en particular destacados para el
engaño.
El engaño se presenta de manera común en diferentes ámbitos, en
especial cuando hay fuertes incentivos (Frank y Ekman, 2004). En ningún
otro contexto es más cierta esta observación que en el ámbito forense. De
igual forma, la psicopatía se ha presupuesto como un factor con particular
influencia en la frecuencia y el éxito del engaño. A pesar de la gran
cantidad de literatura independiente sobre psicopatía y engaño, pocos
estudios han investigado la relación entre estos dos conceptos. Las
siguientes secciones revisan la evidencia teórica y empírica existente.
Como se señaló antes, el engaño juega un papel central en la definición
de los rasgos principales de la psicopatía. No sólo los teóricos e
investigadores más importantes (Cleckley, 1976; Hare, 2003) han listado al
engaño como una característica definitoria de la psicopatía, sino que
también puede considerarse un componente de muchos otros rasgos de la
psicopatía. Por ejemplo, Cleckley (1976, p. 338) enlistó “falsedad e
insinceridad” como uno de los 16 componentes centrales de la psicopatía.
También en esta lista están incluidas descripciones de encanto superficial,
falta de fiabilidad y “conducta antisocial inadecuadamente motivada” (p.
338). Cada una de estas características requiere de engaño deliberado.
Frecuencia de la simulación entre los psicópatas
De manera similar al engaño en general, hay un relativo vacío de estudios
que evalúen la psicopatía y la simulación. Los estudios existentes indican
poca o ninguna asociación entre ambas (p. ej., Edens et al., 2000;
Poythress, Edens, y Lilienfeld, 1998; Poythress et al., 2001). Por ejemplo,
Gacono et al. (1995) intentaron examinar la presencia de rasgos
psicopáticos en una pequeña muestra de absoluciones por locura.
Encontraron que aquellos con mayores niveles de rasgos psicopáticos eran
más propensos a admitir simulación previa. Sugirieron que esta relación
podría indicar que los psicópatas tienen una mayor disposición a utilizar el
engaño o una mayor competencia en ello. Sin embargo, este estudio tenía
diversas fallas, incluyendo (1) uso de autorreportes de simulación y datos
retrospectivos y (2) proporcionar el incentivo de facilitar la salida del
hospital si se admitía el fingimiento (Rogers y Cruise, 2000).
Adicionalmente, el estudio sólo usó pacientes con historias muy violentas y
antisociales, incrementando la probabilidad de puntuaciones altas en la
PCL-R.
Kucharski et al. (2006) hallaron evidencia contradictoria respecto a que
los demanda dos criminales con rasgos psicopáticos eran capaces de fingir
y de evitar la detección. Mientras que las puntuaciones en las escalas de
validez del Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota–2
(MMPI-2) fueron, en general, altas a muy altas (la media oscilaba entre
83.73 y 95.41 para la familia de escalas F), las puntuaciones en los índices
PAI exhibían elevaciones menos extremas. Más aún, el grupo con fuerte
psicopatía no difirió significativamente de los grupos con psicopatía leve y
moderada en dos de tres escalas PAI de fingimiento (Función discriminante
de Rogers [FDR] e Índice de simulación [SIM]). En una comparación de
grupos conocidos con la Structured Interview of Reported Symptoms
(Entrevista estructurada de síntomas reportados, SIRS; Rogers et al., 1992)
como criterio externo, se clasificó apenas a dos tercios de aquellos en el
grupo con psicopatía fuerte como fingidores, mientras que cerca dela quinta
parte (21.6%) del grupo moderado fue detectada.
Rogers (1990) ha argumentado que la idea de que la simulación se
presenta con más frecuencia entre individuos psicopáticos y antisociales es
Frecuencia del engaño entre psicópatas
Las descripciones conceptuales indican que los psicópatas mienten a
menudo, pero una pregunta interesante es la probabilidad real (es decir,
desde el punto de vista empírico probada) de que los psicópatas mientan en
comparación con la de los no-psicópatas que se encuentran en
circunstancias similares. Muchos de los “estudios” tempranos del engaño
entre psicópatas estaban basados en estudios de casos clínicos y reportes
anecdóticos (p. ej., Cleckley, 1941; Hare, 1991). El limitado número de
estudios empíricos a la fecha ha producido hallazgos inconsistentes
respecto a la probabilidad de que los psicópatas mientan en una variedad
de contextos.
En cuanto a los autorreportes de engaño, aquellos con rasgos
psicopáticos tienden a reportar mayores tasas de mentira, con por lo menos
tres estudios que apoyan esto. Kashy y DePaulo (1996) utilizaron un
paradigma de diario (es decir, un registro diario de interacciones sociales y
de las mentiras dichas durante ellas) y encontraron que estos rasgos están
correlacionados con la mentira en las poblaciones normales.2 De forma
similar, Halevy et al. (2014) descubrieron que, en una muestra comunitaria,
los rasgos psicopáticos medidos por el Youth Psychopathic Traits
Inventory (Inventario de rasgos psicopáticos para jóvenes, YPI) estaban
correlacionados positivamente con la cantidad de mentiras dichas durante
las 24 h precedentes al estudio (r = .31). Seto et al. (1997) encontraron una
conexión moderada entre las puntuaciones de la PCL-R y tácticas
engañosas sexuales (r = .36), así como no-sexuales (.49). No obstante, la
relevancia de las prácticas engañosas sexuales fue borrada al dar cuenta
del engaño en general, lo que sugiere que la presencia del engaño es
similar entre dominios.
Los observadores han manifestado preocupaciones respecto a qué tan
generalizables son estos estudios de autorreporte. Dada la grandiosidad
que a menudo se observa entre los psicópatas, ¿es posible que pudieran
alardear sobre el engaño en lugar de reportar sus prácticas engañosas
reales? De manera más general, ¿debería asumirse que los psicópatas están
siendo honestos respecto a su deshonestidad o que están incrementando o
disminuyendo el reporte de su frecuencia? Seto et al. (1997) descubrieron
Más allá de la probabilidad: habilidad para el
engaño y rasgos psicopáticos
Las descripciones de los psicópatas sugieren que no sólo tienen mayor
probabilidad de engancharse en prácticas engañosas y manipuladoras, sino
que también tienen más habilidad para hacerlo (Hare, 2003). La primera
parte de esta suposición ha cosechado algo de apoyo fundamentado en los
autorreportes y las tareas de laboratorio. Respecto al éxito real o la
habilidad para engañar de los psicópatas, la literatura, de nuevo, está más
cargada de teoría y evidencia anecdótica que de descubrimientos
empíricos. Hasta hace poco, los escasos estudios disponibles se habían
enfocado en la simulación. Sin embargo, nuevos y emocionantes estudios
sobre el engaño en general han surgido recién. A pesar de los resultados
inconsistentes, se observa una tendencia general de pobre desempeño en el
engaño por parte de los individuos psicopáticos.
E
l estudio académico del engaño médico y psiquiátrico tiene sus
raíces en cientos de casos cuidadosamente documentados. Estos
reportes proporcionan evidencia convincente de que algunos
pacientes de manera intencional exageran, mienten, simulan, agravan o
provocan enfermedad, lesiones o deterioro, ya sea en ellos mismos o en las
personas bajo su cuidado (Yates y Feldman, 2016; Sheridan, 2003). La
existencia de estos casos ha sido muy aceptada por más de un siglo y estos
fenómenos clínicos han sido codificados como un trastorno psicológico
desde el DSM-III (American Psychiatric Association, 1980). De hecho, la
mayoría de los clínicos tienen historias que contar sobre “síndrome de
Münchhausen”, “huidores frecuentes”, “pacientes problema peregrinantes”
y “vagabundos de hospital” que encuentran en su práctica. Dichos casos de
fingimiento intencional están categorizados en trastorno facticio (TF) y
simulación. La simulación no es un trastorno per se, sino una condición que
puede ser causa de preocupación clínica.
Los pacientes con TF falsifican de manera deliberada síntomas asociados
con enfermedad física o psicológica, lesiones o deterioro en sí mismos o en
otros (American Psychiatric Association, 2013). Los términos trastorno
facticio aplicado a uno mismo (TFAU) y trastorno facticio aplicado a
otro (TFAO) distinguen a los dos tipos. Los pacientes con TF pueden
involucrarse en una variedad de conductas engañosas con la finalidad de
exagerar o fingir por completo un problema médico. Las formas comunes
de conducta engañosa de enfermedad pueden incluir exagerar la gravedad
Clasificación diagnóstica del TF
El reconocimiento científico moderno del TF parece haber iniciado con la
introducción, por parte de Asher (1951), del término síndrome de
Münchhausen para describir un patrón crónico de conducta de enfermedad
fingida, aunque las dermatosis autoinfringidas fueron reconocidas desde
1948 en sistemas de diagnóstico internacionales (Organización Mundial de
la Salud, 1948). Asher (1951) acuñó el término para describir lo que ahora
se piensa que es una forma arquetípica, rara e intratable del TF. Los estilos
de vida de estos pacientes giran alrededor de hospitalizaciones, cirugías y
batallas contenciosas con los médicos. Subsecuentemente, Meadow (1977)
acuñó el término síndrome de Münchhausen por poder para describir una
condición paralela en la que padres u otros cuidadores falsifican
información sobre la salud o producen enfermedades facticias en niños, en
especial para obtener satisfacción emocional.
El TF fue incluido por primera vez como una categoría diagnóstica
formal en la tercera edición del Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales (DSMIII; American Psychiatric Association, 1980). En
éste se discutían los síntomas fingidos de manera deliberada (Criterio A) y
la motivación del papel de enfermo (Criterio B) en la ausencia de
incentivos externos (Criterio C). Estos criterios se mantuvieron hasta la
publicación del DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013), al igual
que los subtipos iniciales: síntomas y signos predominantemente
psicológicos; síntomas y signos predominantemente físicos; síntomas y
signos psicológicos y físicos combinados, y TF no especificado. El DSM-5
incluye varios cambios notables para la clasificación del TF. El TF ya no
tiene su propio capítulo, en su lugar está agrupado bajo Trastorno de
síntomas somáticos y trastornos relacionados (American Psychiatric
Association, 2013). La lógica para este cambio es que los síntomas
somáticos son un rasgo predominante del TF y que la preponderancia de
casos se encuentra más en el ámbito médico que en el psiquiátrico. Los
subtipos de TF antes listados fueron reemplazados por dos nuevos
subtipos: “TF aplicado a uno mismo” y “TF aplicado a otro” (American
Psychiatric Association, 2013). Estos cambios procuran responder al uso
general del término síndrome de Münchhausen para describir estos casos.
TFAU
Trastornos médicos facticios
Los pacientes médicos con TFAU pueden aparecer en ámbitos de atención
primaria, departamentos de urgencias o en cualquier número de
especialidades de cuidados secundarios. Incluso, pueden presentarse en el
ámbito de cuidados paliativos (Weis, Gully, y Marks, 2016). La
presentación clínica de los trastornos médicos facticios es muy
variable.Por definición, la falsificación médica puede presentarse de
múltiples formas: (1) síntomas o historia médica exagerados, (2) mentiras
rotundas respecto a los síntomas o la historia médica, (3) simulaciones de
enfermedades médicas mediante la producción de signos o síntomas
convincentes, (4) manipulaciones para prolongar o exacerbar una
enfermedad existente o (5) autoinfringimiento real de enfermedades
(American Psychiatric Association, 2013). Raras veces un paciente
médico facticio emplea un solo método de engaño. Los pacientes típicos
con TFAU utilizan múltiples formas de engaño, como signos simulados de
enfermedad (p. ej., salpullido), síntomas fingidos (p. ej., dolor en las
articulaciones) y una historia falsa (p. ej., mordidas de garrapata) para
crear la imagen médica completa de una enfermedad conocida (p. ej.,
enfermedad de Lyme). Los pacientes médicos con TFAU pueden ser
encontrados, por ejemplo, en (1) dermatología (Fliege et al., 2007), con
salpullido (Levitz y Tan, 1988), quemaduras (Maurice et al., 1987),
infecciones (Farrier y Mansel, 2002) o heridas que no sanan (McEwen,
1998); (2) endocrinología, con desregulación de las hormonas tiroideas
(Ashawesh et al., 2010), del azúcar en la sangre (Alinejad y Oettel, 2011)
o de la insulina (Gordon y Sansone, 2013); y (3) neurología (Bauer y
Boegner, 1996), con convulsiones (Romano et al., 2014), debilidad
(Papadopoulos y Bell, 1999), déficit sensorial (Barnett et al., 1990) o
parálisis (Feldman y Duval, 1997). En la práctica general, problemas de
sangrado, como toser sangre (Kokturk et al., 2006), sangre en la orina
(Lazarus y Kozinn, 1991) y anemia (Hirayama et al., 2003) se encuentran
con frecuencia, al igual que las infecciones, incluyendo la septicemia
(Lazarus y Kozinn, 1991).
TFAO
Panorama general
Los perpetradores de TFAO toman el papel de cuidadores de una persona
enferma mediante fingir o producir de manera intencional signos y síntomas
de enfermedad en esa persona. Términos como falsificación de condición
pediátrica (Ayoub et al., 2002), abuso infantil médico (Roesler y Jenny,
2008) y enfermedad fabricada e inducida (Foreman, 2005) también son
empleados en la literatura profesional. La víctima es un niño muy pequeño,
pero puede ser un adulto discapacitado, un anciano o incluso un feto en el
útero (Feldman y Hamilton, 2006; Jones et al., 2015; Jureidini, 1993).
Para facilitar la exposición, los autores se enfocarán en los casos
prototípicos que involucran a una madre y su hijo. En muchos casos, la
madre afirma falsamente que su hijo está médica o psiquiátricamente
enfermo o, de hecho, hace que el niño enferme. Después, ella lleva al niño
a tratamiento al tiempo que niega conocer el origen del problema. El niño
puede pasar, entonces, por muchas pruebas diagnósticas, ensayos de
medicamentos y cirugías. Por ejemplo, uno de los autores (M. D. F.) está
enterado de un caso en el que un niño de tres años de edad tuvo 11 médicos
identificados, quienes lo vieron más de 130 veces y le realizaron 18
procedimientos quirúrgicos durante 15 hospitalizaciones en cinco estados.
Los diagnósticos incluían infección de las vías respiratorias altas, asma,
sinusitis, fiebre, diarrea, reflujo gastroesofágico, intolerancia a la leche,
alergias a alimentos, seudoobstrucción intestinal crónica y colon irritable.
Los signos o síntomas comunes provocados por los perpetradores de
abuso por TFAO incluyen sangrado (Demircioglu, 2014), apnea inducida
por sofocación (YalndagÖztürk et al., 2015), diarrea (de Ridder y
Hoekstra, 2000), vómitos (Tamay et al., 2007), fiebre (Tamay et al., 2007;
p. ej., inducida por microorganismos: Liston et al, 1983; Mantan et al.,
2015), convulsiones (Willis et al., 2007), niveles anormales de conciencia
(causados por benzodiazepinas; p. ej., Vennemann et al., 2006), salpullido
(causado por agentes cáusticos; p. ej., Peebles et al., 2005), hipernatremia
(a causa de envenenamiento con sal; Su et al., 2010) y anomalías
psiquiátricas y conductuales falsas o exageradas (p. ej., Auxemery, 2014;
Conclusiones
El vacío de investigación empírica sobre el TF es en parte responsable por
sus controversias históricas. Como se ha descrito en este capítulo, los
pacientes con TF responden a la confrontación con negación y desapego.
Por lo general, no están dispuestos a ingresar en los servicios psiquiátricos
y, mucho menos, a participar en investigaciones psiquiátricas. En
consecuencia, es poco probable que se observen pronto grandes estudios o
ensayos controlados involucrando pacientes con TF. Este hecho no debería
ser causa de pesimismo. Varios caminos alternativos para la investigación
futura pueden ser útilmente explorados.
La investigación en torno al TF se beneficiaría de la consolidación de
reportes de caso, incluso anónimos, para detectar patrones, quizá a través
de un sistema de recolección de información nacional o internacional. Una
base de datos de este tipo posibilitaría a los autores someter casos que no
son apropiados para su publicación en revistas y sin las restricciones de
tiempo de la revisión por pares. Los investigadores podrían entonces, por
primera vez, ser capaces de comparar casos entre hospitales en una muestra
no contaminada por el sesgo de publicación. Hasta las presentaciones muy
abreviadas podrían ayudar a los investigadores a formular un perfil
demográfico básico de estos pacientes. Es posible que una base de datos
también tenga aplicaciones clínicas, pues los médicos podrían ser capaces
de comparar pacientes con sospecha de TF con entradas existentes en el
sistema. No obstante, el uso de dicha información revive las viejas
preocupaciones respecto a la ética de contar con una “lista negra” de estos
pacientes.
También podría ser posible la investigación del TF mediante el uso de
métodos indirectos. Por ejemplo, se ha discutido en este capítulo que la
mayoría de los ejemplos de conducta de enfermedad excesiva reflejan la
operación tanto de factores cognitivos como motivacionales. Las
implicaciones de este punto de vista son que (1) el engaño de enfermedad
puede ser un problema de salud pública más significativo de lo que parece
ser hasta ahora y, de forma más importante, (2) que las influencias
motivacionales en la conducta de enfermedad excesiva pueden ser
provechosamente estudiadas en poblaciones que tienen mayor disposición a
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Capítulo 12
Trastorno de conversión y engaño
de enfermedad
Richard A. A. Kanaan, MD, PhD
E
l trastorno de conversión es un inusual. A la presentación de
síntomas neurológicos sin una explicación médica (p. ej.,
convulsiones sin epilepsia, hemiparesia sin apoplejía), se le puede
simplemente considerar como el miembro neurológico de un amplio grupo
de trastornos funcionales (trastornos psiquiátricos que presentan en
especial síntomas físicos, como cardiacos sin patologías cardiacas) y, sin
embargo, es excepcional entre ellos (Kanaan et al., 2010). Su naturaleza
parece ser misteriosa, con una pregunta fundamental: ¿qué facultad o
sistema tiene el trastorno? (o incluso si es un trastorno). La primera
reacción de muchos, al escuchar sobre un trastorno de conversión, es
atribuirle un pretexto premeditado o una simulación. Además, el trastorno
de conversión es único en requerir que antes de que el médico lo
diagnostique pruebe que el paciente no está aparentando (American
Psychiatric Association, 1994; World Health Organization, 1992). Debido
a que probar que alguien no está aparentando es imposible, los criterios de
diagnósticos han sido recién revisados en el DSM-5 (American
Psychiatric Association, 2013); no obstante, que el criterio haya estado
alguna vez incluido nos dice mucho sobre las sospechas de los médicos.
¿Por qué se debería desconfiar tanto del trastorno de conversión? ¿Por qué
se le debería considerar tan rápido como simulación?
Histeria se encuentra con la simulación
Las historias tan dispares sobre la histeria (como se le conocía antes al
trastorno de conversión) y sobre la simulación sugieren que no siempre
fueron cercanas, no estaban tan obviamente relacionadas; sin embargo,
recién se les vinculó. Si a la histeria se le consideraba como un aspecto
ginecológico en la antigüedad y como diabólica durante el oscurantismo
medieval (Veith, 1993), es fácil entender que estas explicaciones son
peyorativas al igual que es difícil imaginar que alguien las querría fingir.
Parece que su asociación con el engaño comenzó cuando a la histeria se le
consideró una afección del cerebro: un trastorno neurológico el cual
frustraba los intentos de los neurólogos en encontrar la patología cerebral
que la explicase (Nicholson, 2012). A finales del siglo XIX, Sigmund
Freud presentó el supuesto entre sus compañeros neurólogos de que todos
los pacientes con histeria eran simuladores (Freud, 1953a). Este supuesto
había sido desafiado por el más grande neurólogo de su propia época:
Jean-Martin Charcot; él propuso que el trastorno de una función cerebral
era la causa subyacente del problema, en vez de una estructura cerebral.
Sin embargo, cualquier opinión positiva de las demostraciones públicas
sobre el modelo “funcional” de la histeria durante la época de Charcot
fueron rápidamente anuladas por sus predecesores a su muerte, en especial
por el hallazgo que algunos de sus pacientes habían estado “actuando” de
manera intencionada durante sus presentaciones (Shorter, 1992). El mismo
Freud estableció el siguiente y permanente desafío, argumentando, claro
está, que los síntomas histéricos eran productos subconscientes que
respondían al trauma emocional reprimido (Breuer y Freud, 1953). Las
creencias de los neurólogos de aquel entonces podrían haber sido mixtas
(Loughran, 2008), pero, hasta cierto punto, esto ya no importaba porque al
trastorno ya no se le consideraba neurológico; debido al trabajo de Freud
ahora se le consideraba psiquiátrico.
Hasta que, de forma repentina, empezó a cobrar mucha importancia con
la Primera Guerra Mundial y el advenimiento de “la neurosis de guerra”.
Inicialmente se pensaba que el shell shock era una lesión traumática del
cerebro acaecida por la proximidad a las explosiones de artillería; sin
embargo, mientras se hacía más claro que en la mayoría de los casos era un
Los neurólogos y el trastorno de conversión
Mientras que todavía se puede detectar tales opiniones entre los neurólogos
de hoy en día, por supuesto que no hay prisa en avalar el fingimiento. Los
neurólogos evitan diagnosticar el fingimiento (Kanaan y Wessely, 2010a)
porque puede causar muchas dificultades (Kanaan, Armstrong, y Wessely,
2009) y cada vez son más felices al aceptar la creencia psiquiátrica de que
el trastorno de conversión es subconsciente (Kanaan, et al., 2011). Sin
embargo, esta aceptación rara vez es completamente sincera y persiste la
sospecha de decepción (Kanaan, et al., 2009). En efecto, la mayoría de los
neurólogos creen que no se puede diferenciar con claridad entre los dos y
que existe cierto grado de fingimiento en todos los casos (Kanaan, et al.,
2009; Kanaan et al., 2011).
¿Por qué casi no ha cambiado la atribución neurológica del fingimiento,
aunque ha sido atenuada y calificada durante los últimos 150 años? Existen
muchas explicaciones, todas especulativas (Kanaan, 2010a, 2010b). En el
nivel más simple, es indiscutible que hay un tipo de engaño o de simulación
(Freud, 1953b): los trastornos de conversión les plantean a los neurólogos
fenocopias de trastornos neurológicos, los cuales los neurólogos deben
filtrar y separar de los trastornos a los cuales se asemejan. No obstante,
existen muchos trastornos que se asemejan a otros y no causan
preocupaciones de que sean fingidos. Hay varias afecciones que se
asemejan a una enfermedad cerebrovascular aguda y que son descritas
como “mímicas de apoplejía, por ejemplo: la migraña hemipléjica, la
paresia de Todd y el trastorno de conversión, por mencionar sólo tres; aun
así, sólo al trastorno de conversión se le contempla como tema de
fingimiento.
Podría ser más relevante el sentido que le dio Freud al término “ganancia
secundaria”; los pacientes con trastorno de conversión se benefician de su
enfermedad; una definición más fuerte es que su enfermedad tiene un
propósito, aunque la ganancia no sea monetaria como en la simulación, sino
psicológica como en el trastorno facticio (Kanaan y Wessely, 2010b). Los
beneficios que una enfermedad incapacitante hayan podido tener durante la
Primera Guerra Mundial son mucho menos evidentes en la vida civil;
algunos han debatido que los beneficios de las enfermedades incapacitantes
¿Pruebas de validez de síntomas neurológicos?
Los síntomas del trastorno de conversión son inconsistentes con el paso del
tiempo y entre ellos; es decir, un paciente con trastorno de conversión que
no pueda mover sus piernas mientras un neurólogo le pide que lo haga, sí
podrá hacerlo en otro contexto, como cuando duerme. Además, aunque sus
piernas parezcan demasiado débiles para caminar, esas mismas piernas
logran realizar otras tareas que parecieran requerir más esfuerzo como
correr. Esta “inconsistencia” es la característica más relevante para los
neurólogos (Kanaan, et al., 2009; Kanaan et al., 2011), aunque no es la
única. Por lo tanto, es muy preciada y buscada; sin embargo, no siempre se
logra encontrar. A veces el neurólogo sólo puede encontrar
“incongruencias” entre todos los diagnósticos neurológicos −un patrón al
cual se le concede un grado más bajo de certidumbre en cuanto al
diagnóstico (Espay y Lang, 2015). Por mucho tiempo han existido intentos
para enmarcar las inconsistencias como signos “positivos” en vez de
“negativos” (Slater, 1965): como marcadores de diagnóstico de trastorno
de conversión en vez de diagnósticos por exclusión. Porque cuando el
diagnóstico sólo se hace con base en las incongruencias de las
enfermedades neurológicas, siempre existe el riesgo hipotético de que el
neurólogo sea incompetente (no ha revisado toda la lista de alternativas
neurológicas raras) o de que sea demasiado confiado (cree que faltan por
descubrir nuevas neuropatologías aclaratorias [Sykes, 2010]). No está tan
claro qué demuestra exactamente un signo “positivo”. Por un lado, estos
signos positivos se pueden encontrar por lo regular en los pacientes con
neuropatologías ya reconocidas (Eames, 1992; Gould, et al., 1986). Esto
haría que los signos fuesen inútiles, excepto porque el doctor podría
diagnosticar comorbilidad (una apoplejía y un trastorno de conversión), o
tal vez podría sostener que el trastorno de conversión es una característica
en vez de un diagnóstico (Slater, 1965). A pesar de esto, los neurólogos han
recopilado una larga lista de tales inconsistencias que han sido validadas
de manera invariable (Daum et al., 2015; Daum, et al, 2014) como
diferenciadoras entre el trastorno de conversión y las enfermedades
neurológicas. Por otro lado, los clínicos podrían preguntarse si estas
inconsistencias, de igual manera, pueden ser características positivas de
¿Toda la culpa la tiene el neurólogo?
El enfoque diagnóstico de los neurólogos podría explicar por qué se
sospecha de engaño especialmente en el trastorno de conversión, incluso
cuando se le compara con otros trastornos somatomorfos. Se sospecha de
todas las presentaciones somatomorfas porque todas muestran una anatomía
normal y ninguna tiene pruebas biológicas que comprueben que son
trastornos médicos en vez de ser “simplemente” trastornos psiquiátricos;
además, los que han sido catalogados como fingidores, de ninguna manera
fingen preferentemente síntomas neurológicos (Dandachi-Fitzgerald y
Merckelbach, 2013; Kanaan y Wessely, 2010a; Lawlor y Kirakowski,
2014). Sin embargo, sólo el trastorno de conversión se diagnostica al
detectar tergiversación y únicamente los neurólogos diagnostican los
trastornos somatomorfos mediante señales de engaño.
Aunque esto pueda explicar las sospechas de los neurólogos, no puede
ser todo el problema, ya que las preocupaciones sobre el fingimiento en el
trastorno de conversión son todavía más generalizadas. Después de todo,
los manuales de diagnóstico que requerían que los psiquiatras excluyeran
que había fingimiento antes de diagnosticar el trastorno de conversión
fueron escritos por los mismos psiquiatras, no por los neurólogos. La
sospecha que los pacientes perciben en sus neurólogos (Nettleton, et al.,
2005) es generalizada en la mayoría de la gente (Arain et al., 2016) y con
buenas razones, porque una parte considerable del público piensa que las
debilidades inexplicables indican que el paciente está fingiendo (Stone et
al., 2002). Esto es más difícil de explicar.
Podría ser que el público en general ha adoptado las sospechas de los
neurólogos; el estudio arriba mencionado de Stone et al. (2002) fue
realizado con pacientes neurológicos ambulatorios; sin embargo, ese
resultado ha sido replicado en una población sin contacto obvio con
neurólogos (Ding y Kanaan, 2016). Podría ser que ahora el público está
sintonizado con la medicina, así que responde de la misma manera ante las
leves sospechas de engaño como lo hacen los neurólogos; no obstante, en
ninguno de estos estudios se utilizó información muy detallada, sólo se
mencionó la idea de que todas las pruebas habían sido negativas. Sólo
podría representar una respuesta misógina más hacia los trastornos
Resumen
Podría decirse que el trastorno de conversión ha sido estigmatizado a lo
largo de su historia; no obstante, la asociación con el engaño de
enfermedad pareciera ser relativamente nuevo. Fue evidente en la actitud
de los neurólogos del siglo XIX, aunque fue atemperada por la teoría de
Freud sobre cómo el comportamiento de la enfermedad en el trastorno de
conversión es subconsciente. Mientras que la influencia de Freud
disminuye, existe el peligro de que, una vez más, el trastorno de conversión
se contemple como una forma de simulación.
No es claro el origen de la sospecha de que el trastorno de conversión es
simplemente aparentar; tampoco es claro por qué debería ser más
mencionado que otros trastornos que tampoco tienen una explicación
biológica clara, como la depresión u otros trastornos somatomorfos. Una
diferencia importante podría ser la manera cómo se diagnostica, ya que los
neurólogos utilizan un enfoque análogo a las SVT. La búsqueda de
características de engaño podría crear la impresión de que existe una
asociación con la simulación, aunque podría darse el caso de que
simplemente refleje una asociación que ya estaba presente.
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Capítulo 13
Alteraciones médicas fingidas
Robert P. Granacher, Jr., MD, MBA
David T. R. Berry, PhD
L
a segunda edición del Oxford English Dictionary (1989) define a
la palabra fingido como el uso de atributos, acciones,
enfermedades, entre otros, de modo “simulado, falsificado,
actuado, impostado”. Los médicos y psicólogos se enfrentan a diario con
varias formas de alteraciones médicas fingidas, especialmente durante las
examinaciones de deterioro o incapacidad. Este capítulo analiza los datos
clínicos sobre el fingimiento durante varias presentaciones médicas, las
categoriza según sus presentaciones más prominentes; también, proporciona
información a los profesionales basada en los datos sobre la frecuencia y la
relevancia del fingimiento y de la simulación entre los examinados que
afirman que tienen un trastorno médico. También proporciona
recomendaciones para detectar el fingimiento, la simulación e incluye
ejemplos de caso.
En general, el término fingimiento es usado de una manera más amplia,
en comparación con su contraparte la simulación; en el contexto médico,
incluye a la exageración de síntomas, a la magnificación de síntomas o al
fingir síntomas. En contraste, la simulación es una elección consciente de
exagerar intencionalmente o de fabricar padecimientos médicos o
psicológicos para obtener una ganancia externa. Ya que las presentaciones
médicas son de una naturaleza compleja y a menudo involucran acciones
administrativas, civiles o criminales; a la simulación, en este capítulo, se le
define como la producción intencionada de sintomatología médica o
psicológica con el único propósito de lograr alguna ganancia externa.
Debido a que el fingimiento puede incluir múltiples temas o
comorbilidades psiquiátricas y psicológicas, por lo general es más
complejo de analizar y de evaluar. Mientras que puede circunscribir
muchas de las características de la simulación, también es más amplio en
Clasificaciones
Como lo describió Roger (capítulo 2 de este volumen), las alteraciones
fingidas se pueden clasificar bajo tres dominios generales: (1) físicas
(somáticas), (2) cognitivas y (3) psicológicas (emocionales). Más allá de
estos ámbitos Resnick (1984) ha identificado tres categorías distintas para
la simulación: simulación pura, simulación parcial e imputación falsa. En
la simulación pura la persona inventa un trastorno psicológico o médico
que no existe y que jamás ha existido. En la simulación parcial, el
individuo exagera los síntomas de un trastorno que sí existe. La imputación
falsa es cuando un individuo atribuye síntomas a una causa que no está
relacionada. Por ejemplo, en un litigio de lesiones personales, un individuo
podría alegar que sufre de dolores como resultado de haber sido golpeado
por un vehículo, cuando en realidad, el dolor se debe a otro accidente no
relacionado con el litigio. La mayoría de los métodos de detección se
enfocan en la simulación pura o parcial, porque existe la suposición en el
caso de la falsa imputación de que los síntomas son genuinos y que sólo su
fuente es cuestionable (McDermott y Feldman 2007).
Un desarrollo importante ha sido que, el 1 de octubre de 2015, los
Centers for Medicare and Medicaid Services (CMS;
www.cms.gov/medicare/coding/icd10) expidieron una resolución respecto
a que las solicitudes de reembolso por tratamientos de diagnósticos físicos
o mentales deberían requerir el uso de la décima edición de la
Clasificación Internacional de Enfermedades, Modificación Clínica (CIE-
10-CM; 2016, por sus siglas en inglés). Todos los códigos utilizados en
este capítulo utilizan la versión americana del CIE-10-CM
(www.cms.gov/medicare/coding/icd10). Otras versiones internacionales
del CIE-10 pueden tener contenidos y criterios diferentes. En la versión
estadounidense del CIE-10-CM, 2016, la simulación (simulación
consciente) tenía el código CIE-10: Z76.5. Esto es una categoría-código
CIE-10-CM para un tratamiento facturable, la cual podía ser utilizada para
indicar un diagnóstico reembolsable. La simulación, con el sistema de
código médico CIE-10-CM aplicado a la persona que finja una enfermedad
(con obvias motivaciones), utiliza sinónimos aproximados como simulador
o persona que finge una enfermedad. Otros dos trastornos para
Diagnósticos diferenciales
Si un médico o un psicólogo plantean que se debería analizar la simulación
durante un examen, deberían tomarse en cuenta cinco condiciones en el
diagnóstico diferencial (McDermott y Feldman, 2007): (1) patología física
no detectada, (2) trastorno de somatización, (3) la hipocondriasis, (4)
trastorno de dolor y (5) trastorno facticio con señales y síntomas
predominantemente físicos.
Trastorno de somatización
En el sistema de clasificación CIE-10-CM, el trastorno de somatización se
encuentra bajo el encabezado general de Trastornos somatomorfos. Bajo el
sistema CIE-10 el trastorno de somatización tiene el código CIE-10: F45.0
(tabla 13-1). El trastorno de somatización es el patrón de quejas
somáticas polisintomáticas recurrentes que tiene como resultado el
tratamiento médico o el funcionamiento deficiente diario. Empieza antes de
los 30 años y se extiende a lo largo de varios años. A veces se utilizan
Epidemiología(tasas base)
Mittenberg et al. (2002) y Larrabee (2003) han reportado tasas base de
simulación en 40% de los litigantes con traumatismo craneoencefálico leve.
Mittenberg et al. (2002) también reportaron una tasa base de 33.5% para
trastornos de dolor o somatomorfos. Estos porcentajes fueron consistentes
con el trabajo previo de Carroll et al. (1995), ellos investigaron el costo
de los reclamos médicos excesivos por lesiones personales
automovilísticas y analizaron reclamos de lesiones de tejido blando en
función del sistema de compensación de cada estado. Descubrieron que de
35 a 42% de todos los costos médicos registrados sobre reclamos
automovilísticos eran excesivos. En general los estudios han
proporcionado apoyo complementario para una tasa base de simulación de
40% o más en ámbitos con incentivos externos. Por ejemplo, Ardolf et al.
(2007) descubrieron que de los examinados referidos para una preprueba,
antes de una evaluación de dictamen neuropsicológico, 22% cumplía con
los criterios de simulación definida de Slick et al. (1999) y 32% cumplía
con los criterios de simulación probable; la combinación total de la tasa
definida y probable era de 54% de simulación. Debería ser observado que
el modelo para clasificar déficit neurocognitivos simulados de Slick et al.
ha sido muy criticado por Rogers et al. 2011. Sin embargo, sigue siendo el
marco más común utilizado en las publicaciones sobre esta área. Van Hout
et al. (2006) descubrieron que 57% de una muestra con supuestas lesiones
neurotóxicas no pasaron una de las tres pruebas de validez de síntomas.
Greve et al. (2006) reportaron una prevalencia de simulación de 40%
(33% probable, 7% definida, al utilizar los criterios de Slick et al., 1999)
para los examinados que informaban sobre la exposición ante sustancias en
su trabajo o en el medio ambiente. De la regularidad de estas tasas base
surgió el “número mágico” de 40% ± 10 como representativo de la tasa
base en las muestras invalidas de neuropsicología en ámbitos con
incentivos externos (Larrabee et al., 2009).
Casi cualquier enfermedad puede ser fingida o simulada. Sin embargo,
algunos tipos de problemas médicos son más propensos a ser fingidos o
simulados (McDermott y Feldman, 2007). A la fecha, el estudio más grande
que aporta tasas base para la simulación y la exageración de síntomas se
Detección de fingimiento o simulación médicos
Granacher (2015) brindó un método sistemático para evaluar las secuelas
de TCE físicas, cognitivas y psicológicas. Cree que todos los casos de
examinaciones médicas que incluyan un incentivo significativo deberían
incluir los servicios de un psicólogo o de un neuropsicólogo para evaluar
fingimiento o simulación por parte del examinado y la consulta con el
médico. Las Guides to the Evaluation of Permanent Impairment (Guías
para la evaluación de la discapacidad permanente, American Medical
Association; 2008), enfatizan la necesidad de tener filtros para la
simulación y su detección en el capítulo “Mental and Behavioral
Disorders” (Trastornos mentales y de comportamiento); no obstante, sólo
proporciona escasa información y guías para lidiar con los trastornos
físicos fingidos o simulados. A pesar de esto, las Guías sí proporcionan
una pauta importante sobre la relevancia de evaluar la motivación, al igual
que de evaluar la simulación en general; enfatiza que los simuladores
podrían presentarse con quejas sugerentes de un trastorno mental o de
comportamiento, o con trastornos físicos o con ambos. En específico, las
Guías (American Medical Association, 2008, p. 353) advierten a los
profesionales:
Los examinadores siempre deberían estar conscientes de que existe esta
posibilidad cuando se esté evaluando los trastornos. La posibilidad de
evitar responsabilidad o de obtener ganancias monetarias aumenta la
probabilidad de exagerar o simular. Los síntomas no específicos, que son
difíciles de verificar, tienden a ser sobre-presentados, incluyendo el dolor
de cabeza, el dolor de espalda baja, la neuralgia periférica y el vértigo. La
simulación se lleva a cabo bajo un rango que va desde ser un adorno o
exageración hasta ser una absoluta fabricación.
Al emplear las Guías, el añadir una prueba de sesgo de respuestas en el
laboratorio médico o en la examinación física podría aumentar la precisión
de la evaluación médica cuando los incentivos podrían conducir a un
esfuerzo pobre.
Los neuropsicólogos han publicado una importante declaración
normativa sobre la evaluación de validez de síntomas (Bush et al., 2005).
Esta declaración por parte del Policy and Planning Committee de la
Estudios de caso de fingimiento o simulación
La señorita D: un caso de déficit cognitivo fingido
secundario a TCE leve
La señorita D, una mujer caucásica casada de 45 años, había estudiado
algunos años de universidad, pero no había terminado. Cerca de 16 meses
antes de su evaluación por discapacidad se había visto involucrada en su
trabajo en una colisión de un carrito de golf, que ella manejaba, contra otro
vehículo. Los equipos de emergencia la habían atendido (EMS, Emergency
Medical Services) de manera pronta después del accidente y registró dos
veces una puntuación de 15 en la Escala de coma de Glasgow. En los
servicios de urgencias mencionó que se había golpeado la cabeza durante
el accidente, pero no había perdido el conocimiento. Había sufrido de
laceraciones menores, incluyendo un hematoma en el parietal izquierdo
bajo la cabellera. La tomografía computarizada (TC) tomada
inmediatamente después del accidente no evidenciaba lesiones cerebrales
secundarias causadas por el accidente. Además, la imagen por resonancia
magnética (IRM) que se llevó a cabo durante las pruebas
neuropsiquiátricas forenses también fue insustancial. Se quejaba de dolores
de cabeza y se le dio incapacidad por una semana. Ella continuó buscando
tratamiento para el dolor de cabeza y finalmente fue referida para
realizarse pruebas neuropsicológicas. Por último, se le realizaron dos
evaluaciones neuropsicológicas completas. En ambas estuvo por debajo de
las puntuaciones límites en una o más de las PVT. Sin embargo, sus déficit
en las pruebas neuropsicológicas fueron interpretados como congruentes
con TCE que afectaba “las áreas anteriores izquierdas del lenguaje”. Se le
refirió a uno de los autores (R. P. G.) para obtener una posible
indemnización.
Después de la entrevista, la señorita D se quejaba de nerviosismo,
pérdida de la memoria y de dolor generalizado. Parecía que estaba
fingiendo déficit del lenguaje expresivo con escasas producciones. Sin
embargo, el examinador se percató de que: “Ella no puede sustentar su
estratagema y estalla en discursos fluidos durante algún tiempo . . . y
después se torna nuevamente poco fluida [y] también intenta demostrar que
Resumen
Las presentaciones médicas fingidas pueden combinarse con el fingimiento
de otros ámbitos, como el fingimiento de trastornos mentales y de déficit
cognitivos simulados. Este capítulo destaca la necesidad, en particular para
las presentaciones médicas complejas y somáticas, de valorar de forma
sistemática múltiples caminos para la evaluación del fingimiento o la
simulación. Los registros cuidadosos, las entrevistas extensas y las pruebas
psicológicas proveen los cimientos de una evaluación sistemática de los
estilos de respuesta.
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Parte III
Métodos psicométricos
Capítulo 14
Evaluación de la simulación
y de la defensividad en el MMPI-2
y el MMPI-2-RF
Dustin B. Wygant, PhD
Brittany D. Walls, MS
Stacey L. Brothers, BA
David T. R. Berry, PhD
E
ste capítulo inicia con una descripción general de las escalas de
validez en el Inventario Multifásico de Personalidad de
Minnesota–2 (MMPI-2) y en el MMPI-2−Reestructurado (MMPI-
2-RF), se enfoca en sus propiedades básicas, su desarrollo y las estrategias
que utilizan para detectar el sesgo de respuesta. Estas estrategias se
explican dentro del marco de referencia proporcionado por Rogers
(capítulo 2 de este volumen). Se cubren las escalas de validez estándar que
se incluyen en la puntuación oficial del MMPI-2 y del MMPI-2-RF, aunque
también se abordan algunas de las escalas de investigación que se
desarrollaron más tarde para las pruebas. Así mismo, cabe señalar que el
MMPI-2-RF fue publicado en el 2008, el mismo año en que se publicó la
edición previa de Clinical Assessment of Malingering and Deception.
Desde ese momento, la investigación de los estilos de respuesta en el
MMPI-2-RF ha superado la del MMPI-2. En consecuencia, el capítulo se
concentra más en el MMPI-2-RF, que no fue cubierto por Greene (2008).
La mayor parte de las evaluaciones clínicas en psicología y psiquiatría
están basadas en el autorreporte, ya sea en el contexto de una entrevista o
en el de las pruebas psicológicas estandarizadas. Como tal, siempre están
sujetas a la distorsión potencial (Wygant y Granacher, 2015). La valoración
clínica adecuada requiere, entonces, tomar en consideración las varias
amenazas a la precisión de los síntomas y del funcionamiento
Escalas de validez del MMPI-2
MMPI
Es útil trazar el desarrollo de las escalas de validez a través de las tres
versiones de la prueba (MMPI, MMPI-2 y MMPI-2-RF). En términos de
falta de respuesta al contenido, la escala Puntuación Interrogante (?) del
MMPI, un conteo natural del número de reactivos ya sea omitidos o
contestados con Cierto y Falso, era el único indicador. La indexación de (?)
era vista como importante puesto que estos reactivos son en principio
removidos del conjunto de reactivos calificables y sirve efectivamente para
moderar el perfil clínico. Los otros dos tipos de falta de respuesta al
contenido, respuesta aleatoria y fija (sólo decir que sí o que no), no se
tomaron en cuenta en las escalas de validez estándar del MMPI. Con
respecto a la respuesta al contenido de tipo fingirse mal, la escala F
(infrecuencia) incluía 64 reactivos que fueron seleccionados porque en raras
ocasiones eran ratificados por el grupo normativo del MMPI. La escala F es
sensible tanto a fingirse mal como a la respuesta aleatoria −y
problemáticamente a la psicopatología grave. La escala L (mentira) incluía
15 reactivos que ofrecen una oportunidad de negar deficiencias comunes y
de indexar respuestas de tipo fingirse bien obvias. Por último, la escala K
(corrección), agregada más tarde al MMPI, incluía 30 reactivos
seleccionados en su mayoría porque identificaban mejor a los individuos
con psicopatología significativa que no producen elevaciones en las escalas
clínicas básicas del MMPI. Las puntuaciones de esta escala eran usadas
para indexar fingirse bien, así como para añadir una “corrección” por la
defensividad en escalas básicas seleccionadas del MMPI. En las décadas
siguientes, una plétora de escalas de validez adicionales fue desarrollada y
revisiones meta-analíticas de los índices de fingirse bien y fingirse mal
fueron publicadas por Baer et al. (1992) y Berry et al. (1991),
respectivamente.
MMPI-2
Los desarrolladores del MMPI-2 (Butcher et al., 1989) reconocieron con
claridad la importancia de las escalas de validez en el éxito del instrumento
Escalas de validez del MMPI-2-RF
La forma reestructurada del MMPI-2 fue desarrollada por Ben-Porath y
Tellegen (2008 a 2011) para capturar la sustancia clínica del conjunto de
reactivos del MMPI-2 alineados con los modelos contemporáneos de
personalidad y psicopatología. Más aún, el MMPI-2-RF pone mayor
énfasis en técnicas de construcción de escalas más complicadas que las que
se emplearon para las escalas del MMPI anterior, con la finalidad de
mejorar las propiedades psicométricas generales de la prueba. El MMPI-2-
RF incluye nueve indicadores de validez estándar. Muchas de sus escalas
de validez son similares a sus contrapartes en el MMPI-2, lo que hace que
la interpretación de estas escalas sea relativamente sencilla a causa de la
familiaridad con las escalas de validez del MMPI-2. Algunas escalas
incluyen revisiones menores y se agregaron dos nuevas escalas.
El primer paso para valorar la validez del protocolo en el MMPI-2-RF
es determinar el número de respuestas que fueron dejadas en blanco por el
examinado o que fueron marcadas con cierto y falso. De forma similar al
MMPI-2, este número de no respuestas se tabula como “Puntuación
Interrogante”. El reporte de puntuaciones del MMPI-2-RF proporciona el
porcentaje de reactivos respondidos para cada escala. El manual de
interpretación indica que las escalas con al menos 90% de reactivos
contestados pueden interpretarse sin problema. Cuando el examinado deja
más de 10% de los reactivos en una escala sin contestar, los psicólogos
corren el riesgo de atribuir una puntuación no elevada a la ausencia de una
psicopatología, cuando simplemente podría ser a causa de la falta de
respuestas a los reactivos. Este problema fue explorado por Dragon et al.
(2012), quienes simularon no respuestas al insertar de manera aleatoria
entre 10 y 90% de no respuestas en dos muestras de archivo que tenían
tanto el MMPI-2-RF como datos de criterio. Descubrieron que las
elevaciones clínicas en las escalas clínicas reestructuradas (RC) fueron
impactadas con sólo 10% de las no respuestas insertadas en los resultados.
No obstante, su validez de criterio continuó siendo robusta con poco más
de 50% de respuestas no calificables. Los autores sugirieron tentativamente
que puntuaciones prorrateadas podrían utilizarse para corregir la no
Resumen
Como se indicó al inicio de este capítulo, una buena parte de nuestra
evaluación clínica depende del autorreporte y, como tal, está sujeta a
distorsión. El MMPI tiene una larga historia de uso y examinación empírica
en el área de la evaluación del sesgo de respuesta. El MMPI-2 y el MMPI-
2-RF reflejan esta tradición y han expandido sus aproximaciones para
detectar presentaciones fingidas y defensivas. La investigación futura
necesita continuar examinando la utilidad de las escalas de validez del
MMPI-2 y del MMPI-2-RF en diversos ámbitos. Un área de estudio que se
requiere en particular es continuar con el desarrollo de puntuaciones de
corte para las escalas en relación con grupos diagnósticos particulares en
diferentes contextos clínicos (p. ej., civil vs. forense criminal,
neuropsicológico, aptitud para el servicio), un punto que argumentaron
Ingram y Ternes (2016) en su meta-análisis de las escalas de validez del
MMPI-2-RF. Se necesita continuar incorporando estos factores
contextuales a la evaluación de la validez del protocolo.
Nota
1
Aunque no se reportó en el estudio original, el tamaño del efecto para RBS (que no formaba parte
del MMPI- 2-RF al momento de su publicación) fue de 2.09 en relación con el grupo de control
médico y el grupo de fingimiento.
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Capítulo 15
Estilos de respuesta en el
Inventario
de Evaluación de la Personalidad
(PAI)
y otros inventarios multiescala
Marcus T. Boccaccini, PhD
Jessica R. Hart, MA
L
os evaluadores dependen de los inventarios multiescala para
valorar los estilos de respuesta y la simulación casi tan a menudo
como dependen de los FRI (instrumentos forenses relevantes; en
inglés: forensically relevant instruments) específicamente diseñados para
evaluar la simulación. Por ejemplo, en un estudio reciente (McLaughlin y
Kan, 2014) los evaluadores forenses informaron haber utilizado
instrumentos para la detección específica del fingimiento como la SIRS
(Structured Interview of Reported Symptoms) y la M-FAST (Miller
Forensic Assessment of Symptoms Test) en cerca de 66% de los casos que
involucraban alguna inquietud en cuanto a los estilos de respuesta; en
comparación con cerca de 52% en que fueron utilizados, en los mismos
tipos de casos, los inventarios multiescala, por ejemplo el MMPI-2
(Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota –2) y el Inventario
de la evaluación de la personalidad (PAI). La preferencia de los
evaluadores por utilizar los instrumentos para la detección específica del
fingimiento es razonable, los meta-análisis apoyan que las puntuaciones de
estos instrumentos son fuertes indicadores de respuestas fingidas (por
ejemplo, d = 2.02 en el puntaje total de la SIRS; Green y Rosenfeld, 2011).
Sin embargo, el uso de los inventarios multiescala también es razonable,
Tamaños del efecto y cálculos de utilidad
Este análisis proporciona información sobre los tamaños del efecto y sobre
los cálculos de utilidad para las puntuaciones de los instrumentos de estilos
de respuesta (Rogers, capítulo 2 de este volumen). Debido a que, por lo
general, los estimados de los tamaños del efecto no proporcionan
información sobre cómo interpretar las puntuaciones específicas de los
instrumentos de validez, nos enfocamos en los estimados de utilidad para
hacer nuestras recomendaciones porque proporcionan más información
específica para la toma de decisiones. Los cuatro más comunes estimados
de utilidad se resumen en el Recuadro 15-1.
P
oco en el campo de la evaluación psicológica ha generado tanta
controversia, debate profesional y actitudes apasionadas como la
utilización de instrumentos proyectivos. Aunque algunas de estas
controversias son mencionadas para crear un contexto, este capítulo se
enfoca específicamente en la disimulación en los instrumentos proyectivos;
tanto en el potencial de incidencia como en la probabilidad de que pueda
detectarse.
Muchos de los usuarios contemporáneos de los instrumentos proyectivos
evitan el contexto psicoanalítico que los había guiado hacia su mismo
desarrollo, al igual que evitan la denominación de “proyectivo”. No
obstante, una breve descripción de ese origen es útil para entender la
estructura y el uso típico de esta categoría de herramienta evaluativa.
Freud y sus seguidores consideraban que la proyección era un
mecanismo de defensa del ego. Desde esta posición estratégica, los
impulsos inaceptables, los pensamientos y los deseos vividos por una
persona en un nivel inconsciente se proyectan hacia alguien más. Por lo
tanto, la proyección permite que el individuo procese aquellos impulsos
inaceptables de una manera consciente (no obstante, incompleta). Al
considerar esta propuesta teórica, parece lógico que los psicoanalistas
tenían un reto difícil para diferenciar entre las asociaciones libres de un
paciente, cuándo y si es que ocurrían, versus un relato más o menos
Simulación
¿Se pueden fingir las pruebas proyectivas para que indiquen
psicopatologías?
¿Pueden los fingidores alterar sus resultados en las pruebas proyectivas para
reflejar patologías? Esta pregunta debe anteceder a la pregunta: ¿se puede
detectar el fingimiento en las psicopatologías? Si es así, ¿cómo? Mientras
que, por un lado, la creencia popular es que el Rorschach u otros
instrumentos proyectivos no pueden fingirse debido a su naturaleza ambigua,
la literatura sugiere que las pruebas proyectivas pueden ser vulnerables a la
disimulación. Los estudios sobre fingimiento de psicopatologías en pruebas
proyectivas muestran metodología diversa y descubrimientos mixtos sobre
cómo detectar el fingimiento.
Varios de los primeros estudios sobre de simulacro (Fosberg, 1938, 1941,
1943) examinaron la alterabilidad de la puntuación en el Rorschach
utilizando el sistema Klopfer en una muestra variada de pacientes y no-
pacientes. Fosberg llegó a la conclusión de que no había diferencias entre
protocolos generados bajo instrucciones estándares o bajo instrucciones para
fingir; por lo tanto, él afirmaba que el Rorschach no era susceptible al
fingimiento. Fosberg utilizó correlaciones test-retest como aproximación
analítica, lo cual ha sido criticado (Cronbach, 1949) como incapaz de
detectar diferencias medias importantes, mientras que los órdenes de rangos
sean comparables. Fosberg también utilizó el análisis de chi al cuadrado para
comparar múltiples protocolos generados por participantes individuales.
Este enfoque también fue criticado por Cronbach que mencionaba que esto
era potencialmente confuso debido a la extrema diferencia de las frecuencias;
varias puntuaciones del Rorschach muestran estas diferencias extremas en sus
frecuencias cuando se analizan de manera directa sus conteos de valores o
proporciones. Específicamente, las pruebas de chi al cuadrado evalúan las
frecuencias y en principio ignoran las unidades de escala, ignoran el peso o
la contribución de cada puntuación al momento de decidir su relevancia
(Cronbach, 1949).
Carp y Shavzin (1950) llevaron a cabo un estudio con una metodología
similar y utilizando el sistema de puntuación de Beck. Detectaron diferencias
en los protocolos que estaban basados en el estatus de fingimiento.
Defensividad
¿Se pueden manipular las pruebas proyectivas para ocultar las
psicopatologías?
La defensividad (Rogers, capítulo 2 de este volumen) es el esfuerzo de un individuo para no
revelar alguna patología en las pruebas, como en los instrumentos proyectivos. Aunque la
defensividad no es tan prominente como la simulación en la literatura empírica, la
defensividad tiene importantes implicaciones (p. ej., la detección de las patologías en casos
de custodia infantil) para las pruebas proyectivas. Como en la simulación, se dirigió la
atención a la siguiente pregunta: ¿la gente es capaz de alterar sus respuestas de una manera
defensiva en los instrumentos proyectivos? ¿Y si es así, se puede detectar?
La tabla 16-2 resume los resultados de los indicadores que se reportaron en por lo menos
cuatro comparaciones entre grupos (p. ej., en simuladores versus grupo control) de
defensividad para el Rorschach, organizados por estudio y metodología o tipo de muestra.
Aunque existe una tendencia general en los simuladores de defensividad para mostrar
valores F+% más altos, la mayoría de los indicadores muestran resultados muy variados en
los diferentes estudios. Aunque la generalización es difícil, este patrón indica que los
intentos para ocultar patologías en el Rorschach a menudo conducen hacia resultados que
difieren de un set de respuestas directas.
Las primeras investigaciones sobre el TAT llegaron a la conclusión de que es susceptible
a respuestas “reservadas”. Sin embargo, la metodología era débil porque a los miembros de
una muestra normal se les dio la instrucción de aparentar ser “reservados”, en vez de
pedirle a personas con alguna patología que la ocultaran (Hamsher y Farina, 1967).
Después, Annalakshmi (2006) les dio instrucciones a los participantes para que se
“fingieran mal” (se describió antes en la sección sobre simulación) y también se les pidió
que se fingieran bien en el TAT. Cuando se les pidió “fingirse bien” o que respondieran de
una manera defensiva, las puntuaciones de varios indicadores positivos (expresión de
logros, afiliación, agresión, autonomía y necesidad de ser humillado) eran
significativamente mayores, lo cual indica que los participantes fueron capaces de producir
con éxito perfiles defensivos.
Además de hacerlo en el TAT, los participantes fueron capaces de producir perfiles más
“ajustados” en otras pruebas proyectivas. Por ejemplo, también se ha demostrado que la
técnica de manchas de Holtzman (Holtzman et al., 1961) es susceptible ante las respuestas
más reservadas, como se logró constatar a través de significativamente menos indicadores
de patologías, menos verbalizaciones patognomónicas, con mejor pertinencia de la forma,
con mejor integración, con más rechazo y más movimiento (Krieger y Levin, 1976). Se
encontraron resultados similares en el estudio antes mencionado sobre las pruebas de
completar oraciones, en específico cuando a los estudiantes se les pedía que simularan una
recuperación total después de un accidente y éstos produjeron sus niveles más bajos de
negatividad enojada y de exageración de discapacidad (Timmons et al., 1993). En general,
la investigación indica que un enfoque defensivo en los instrumentos proyectivos puede
Controversias actuales y nuevos desarrollos
El Rorschach como una prueba en el contexto forense
Como ya se mencionó, un argumento tradicional indica que las pruebas
proyectivas como el Rorschach son inherentemente apropiadas para usarse
en contextos propensos a la disimulación (como en los ámbitos forenses)
porque son invulnerables a las manipulaciones conscientes. A pesar de los
estudios analizados anteriormente los cuales desmienten este concepto y al
igual que las advertencias de otros autores (p. ej., Wood et al., 2001)
respecto al mito de la invulnerabilidad, éste persiste en la literatura
contemporánea. Por ejemplo, Gray y Acklin (2008) dijeron que “hay varias
situaciones en que la prueba del Rorschach es potencialmente valiosa y
pudiera bien ser el único instrumento que puede esclarecer de manera
adecuada la información necesaria sobre la organización de pensamiento y
sobre la simulación de patologías” (p. 149). Así mismo, Goldstein (2016)
afirma que “el Rorschach es más difícil de fingir porque los litigantes no
saben cómo responder” (p. 88).
En años recientes, ha surgido un considerable debate acerca de si los
instrumentos proyectivos tienen cabida en las evaluaciones forenses,
especialmente el Rorschach y, más aún, si es que tienen cabida para
evaluar de manera específica la disimulación en esos ámbitos. Mucha de
esta controversia surge de los argumentos sobre si el Rorschach es una
“prueba” o no; y si sí, qué tipo de prueba es.
La dicotomía común compara a los instrumentos proyectivos con las
pruebas objetivas. Sin embargo, la mayoría de los significados del término
objetivo no son antónimos gramaticales del concepto proyectivo, como fue
descrito anteriormente. A pesar de esto, en el lingo de la evaluación,
objetivo no significa verdadero o preciso; en cambio, sólo indica un alto
grado de claridad en la respuesta. En otras palabras, en una escala de
evaluación de verdadero o falso, opción múltiple; el significado de una
respuesta en específico (cómo será evaluada, cuál es su lugar en el
esquema interpretativo, etc.) está predefinido. Aunque estas pruebas sean
algo convenientes para los investigadores a quienes les interese encontrar
instrumentos objetivos, esto no significa que existe una seguridad en contra
El R-PAS
El R-PAS (Meyer et al., 2011) recién fue presentado como el sucesor
putativo del Exner Comprehensive System (CS, Sistema comprehensivo de
Exner). El R-PAS se desarrolló con varios propósitos, pero con el objetivo
principal de minimizar la variabilidad en el número de respuestas en cada
protocolo (Erard, 2012; Meyer et al., 2011). El potencial para que el
número de respuestas (R) variase dramáticamente entre protocolos es una
característica del CS que a menudo ha sido criticada ya que limita su
utilidad para derivar reglas válidas clínicas y reglas de decisiones forenses
(Meyer, 1992). Además de alterar las reglas de aplicación que limitan la
variabilidad R, los desarrolladores del R-PAS querían maximizar la
independencia del nuevo sistema en las variables Rorschach a través del
apoyo empírico (Meyer et al., 2011; Mihura et al., 2013).
Ya han surgido preocupaciones sobre el uso del R-PAS en los ámbitos
forenses (Gurley et al., 2014; Kivisto et al., 2013). Estas preocupaciones
se enfocan en los datos normativos, en la confiabilidad cuestionable y en la
validez. Una de las limitaciones principales es el bootstrapping de las
características psicométricas del R-PAS a través de reanalizar los datos
adquiridos con el uso del CS. Algunos promotores del R-PAS, cómodos
con que estos análisis demuestran una confiabilidad y validez aceptable,
aseguran que los estándares de admisibilidad para utilizar el R-PAS en el
juzgado sí se cumplen (Erard, 2012; Erard y Viglione, 2014).
Enfocándonos en este capítulo, ningún nuevo estudio empírico evalúa de
manera directa la disimulación en el Rorschach con el R-PAS. Mihura
(2012) argumenta que el fingimiento de psicosis y la psicosis genuina
deberían de diferenciarse en la Escala de contenido dramático; no obstante,
la autora lo hace simplemente a través de sus correlaciones diferenciales
con los indicadores de validez de los datos normativos en vez de hacerlo a
través de otra investigación empírica. Así que, si los clínicos forenses
utilizan o no el R-PAS en sus testimonios expertos, nuestro análisis actual
no puede evaluar específicamente si su vulnerabilidad de disimulación o su
habilidad de detección difiere de la mayoría de los estudios (en su mayoría
basados en el CS) analizados antes.
Conclusiones
Los instrumentos proyectivos siguen siendo utilizados en una variedad de
ámbitos clínicos, incluyendo los contextos forenses. El Rorschach, el más
estudiado de los instrumentos proyectivos, también atrae a los partidarios y
críticos más estridentes. Con base en los estudios y en la literatura más
general analizada, ofrecemos estas cuatro conclusiones. Primero, todos los
instrumentos proyectivos evaluados son susceptibles a la disimulación.
Aunque la ambigüedad en las respuestas podría hacer que la disimulación
sea más difícil en comparación con las pruebas de validez aparente, los
disimuladores resueltos pueden alterar sus respuestas según sus
motivaciones.
Segundo, la disimulación parece ser capaz de conducir a conclusiones de
diagnóstico imprecisas en muchos, pero no en todos los casos. Esta
conclusión es presentada más comúnmente ante la defensividad que ante la
simulación. Sobre la simulación, la evidencia es fuerte en cuanto a que los
protocolos de patologías simuladas a menudo no se pueden distinguir de
los que son producto de los pacientes genuinos. En cuanto al ocultamiento
de patologías, los resultados son más mixtos, pero todavía indican que las
personas defensivas a menudo sí alteran sus presentaciones. Por lo tanto,
las interpretaciones de las pruebas se ven frustradas, incluso cuando los
simuladores no logren su meta de aparentar estar bien equilibrados, y
producen una imagen clínica errónea.
Tercero, ningún indicador o estrategia para la detección de la
disimulación en los instrumentos proyectivos tiene el suficiente poder
predictivo positivo o negativo para tomar decisiones clínicas o forenses.
Los investigadores parecen estar conformes en seguir utilizando los
indicadores clínicos existentes en vez de desarrollar escalas concretas para
detectar estilos de respuestas específicos. Como resultado, no se debería
confiar en los instrumentos proyectivos para que detecten e identifiquen la
simulación o la defensividad de casos individuales, a pesar del contexto
profesional.
Cuarto y último, no se puede recomendar el uso de las pruebas
proyectivas en los contextos forenses o en otros contextos clínicos que
tengan una alta probabilidad de implicación legal. Después del análisis de
Referencias
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Capítulo 17
Amnesia fingida y problemas de
memoria
Richard Frederick, PhD
L
as afecciones de la memoria son un problema común en la
evaluación forense. Los estudios sobre cómo identificar el
fingimiento de alteraciones de la memoria saturan la psicología
forense y la literatura neuropsicológica. Este capítulo se interesa en la
validez y la utilidad de las estrategias de detección específicas para las
diferentes presentaciones clínicas de la amnesia y de la pérdida de
memoria. El entrenamiento neuropsicológico conduce a un conocimiento
avanzado de cómo funciona la memoria, de cómo se desarrollan los
problemas en la memoria y de cómo las afecciones de la memoria se
presentan en el ámbito clínico. Para que sea utilizado por una audiencia
más amplia de profesionales de la salud mental, este capítulo se interesa en
la evidencia basada en pruebas sobre quejas no razonables y sospechosas
de problemas de la memoria.
Evidencia directa de amnesia fingida
En los ámbitos forenses criminales no son inusuales los demandantes que
aseguran que tienen una amnesia grave, que no son capaces de recordar
detalles sobre un cierto periodo (Cochrane et al., 2001; Frederick et al.,
1995). Los neurólogos y los neuropsicólogos son expertos y capaces de
comentar sobre la credibilidad de alguna razón para sufrir de amnesia, por
ejemplo: un traumatismo a la cabeza o una intoxicación. Los psiquiatras y
psicólogos reconocen que ciertos episodios psicóticos o maniacos pueden
producir amnesia del tipo bona fide. En las evaluaciones de competencia
para proceder con un proceso legal, los acusados a veces afirman que no
pueden recordar los crímenes de los cuales se les acusa. Los acusados que
realmente no pueden recordar los eventos del supuesto crimen no son
capaces de proporcionar la ayuda efectiva para su defensa. Las leyes
varían según la jurisdicción; sin embargo, la regla general en cuanto a la
amnesia, a pesar de su aparentemente serio desafío para entablar una
defensa legal, es que tener amnesia no significa automáticamente que el
acusado no es apto para ser enjuiciado (Frederick et al., 2014). Algunos
clínicos deciden creerle al acusado que les dice que no recuerda las
circunstancias del supuesto crimen. Si el acusado dice “no lo recuerdo”
algunos clínicos podrían registrar que “el acusado no recuerda esos
hechos”. Sin embargo, la meta de una buena evaluación forense es decidir
qué es realmente verdadero acerca de la habilidad de la memoria y de su
capacidad, y su meta no es sólo proporcionar un salvo conducto. Una
estrategia para investigar las defensas de pérdida de la memoria es evaluar
de manera directa si las memorias existen o no. Este procedimiento a
menudo es llamado forced-choice testing (FCT, pruebas de selección
forzosa) para amnesia (Denney, 1996; Frederick et al., 1995; Frederick y
Denney, 1998).
E
l interés en la detección del deterioro psicológico fingido ha
crecido marcadamente durante el último decenio. De acuerdo con
un reporte de citas de Web of Science a finales de junio del 2016,
el uso de simulación como palabra clave señaló alrededor de 67
documentos publicados en 2005, pero aparecieron 125 en 2014. Por
supuesto, numerosos tipos de fingimiento son posibles, incluyendo síntomas
psiquiátricos disimulados (Rogers, 1984), quejas somáticas falsas
(Larrabee, 1998), reportes de dolor exagerados (Greve et al., 2009) y
déficit neuropsicológicos fingidos, como deterioros en la memoria
(Hiscock y Hiscock, 1989).
Para déficit neuropsicológicos fingidos, el foco de este capítulo, existen
dos técnicas de detección principales. El primer tipo son los instrumentos
para fingimiento cognitivo “independientes” (FCM, por sus siglas en
inglés), como la Victoria Symptom Validity Test (VSVT; Slick et al., 1997)
y la Test of Memory Malingering (TOMM; Tombaugh, 1996). El segundo
tipo es descrito como “escalas de validez incrustadas” (EVS, por sus siglas
en inglés), como la Reliable Digit Span (Greiffenstein et al., 1994), que se
deriva de la subprueba Retención de dígitos de la Escala Wechsler de
Inteligencia para Adultos. Los FCM han sido incluidos por Frederick
(capítulo 17 de este volumen) ya que se relacionan con los déficit de
memoria fingidos. Nosotros dedicamos este capítulo a las EVS.
Antecedentes y cuestiones conceptuales
Criterios diagnósticos
En la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5; American Psychiatric Association, 2013),
los reportes de síntomas falsos son un rasgo clave de varias condiciones de
interés (pp. 726–727). Como su predecesor, el DSM-IV (American
Psychiatric Association, 2000), el DSM-5 utiliza dos factores para
clasificar a los individuos que se quejan falsamente de síntomas como
simuladores: si los reportes de síntomas fingidos son voluntarios y si los
objetivos parecen ser externos (p. ej., ganancia económica, evitar cargos
criminales, obtener drogas), en contraste con los intrapsíquicos (p. ej.,
asumir el papel de enfermo). Las condiciones relevantes para el
diagnóstico diferencial incluyen el trastorno facticio (es decir, fingimiento
consciente con un objetivo interno, como asumir un papel de enfermo) y el
trastorno conversión (es decir, síntomas incompatibles médicamente que
quizá son de naturaleza inconsciente); otras condiciones dentro de los
trastornos mentales relacionados con síntomas somáticos, nuevas en el
DSM-5, pueden entrar también en esta categoría. En cambio, el código V,
simulación, es definido como la producción consciente de síntomas falsos
o muy exagerados motivada por objetivos externos como incentivos
económicos, acceso a medicamentos o la evasión de una responsabilidad.
Entonces, además a detectar síntomas falsos, las cuestiones de la intención
consciente, así como de los objetivos aparentes deben ser evaluadas para
identificar la simulación.
El marco de referencia diagnóstico del DSM ha sido muy criticado
(Berry y Nelson, 2010; Rogers, 1990) y podría ser de aplicabilidad
limitada para los déficit cognitivos fingidos (Slick et al., 1999). Una de las
mayores preocupaciones respecto al marco de referencia del DSM-5 para
evaluar la simulación es el requerimiento de emitir juicios sobre cuestiones
psicológicas subjetivas como (1) motivaciones externas versus internas y
(2) mecanismos conscientes versus inconscientes.
Con la finalidad de atender las limitaciones para aplicar el marco de
referencia del DSM-IV-TR (aún sin cambios en el DSM-5) sobre la
Aplicación de pruebas neuropsicológicas estándar
para la detección del fingimiento cognitivo a
través de EVS
Para reunir en la literatura más relevante, esta revisión de las EVS sólo
abarca los procedimientos que han sido evaluados de forma exhaustiva. El
foco está en aquellos instrumentos que cubren dos criterios: (1) por lo
menos tres estudios empíricos publicados sobre detección de fingimiento
con un grupo clínico bastante homogéneo (p. ej., los pacientes del grupo
honesto padecían del mismo diagnóstico básico, como TCE, aunque el
rango de gravedad entre ellos era variable) y (2) por lo menos tres estudios
publicados con parámetros de sensibilidad y especificidad (es decir, la
sensibilidad y la especificidad para los instrumentos individuales debe
proporcionarse de manera explícita en el artículo). Los artículos sobre
evaluaciones de niños o los que utilizan pruebas traducidas a lenguajes
distintos al inglés fueron excluidos. Desde la versión de este capítulo para
la edición previa de este volumen, ha habido mucho crecimiento; no
obstante, se observa poca convergencia entre los instrumentos examinados
y las poblaciones clínicas utilizadas. Por este motivo, varios instrumentos
no cubren los criterios necesarios para esta revisión. Su exclusión se debió
principalmente a la falta de al menos tres estudios empíricos publicados
con un grupo clínico suficientemente homogéneo (p. ej., lesión en la cabeza,
TCE).
Las muestras de TCE representan al más común de los grupos de
comparación en la literatura sobre EVS. Sin embargo, es importante
considerar que los pacientes con TCE tienen una tasa alta de enfermedades
psiquiátricas comórbidas (Silver et al., 2001), y es usual que los estudios
de EVS excluyan a los pacientes con TCE y trastornos psiquiátricos
comórbidos. Desafortunadamente, esta práctica limita la generalizabilidad
a la población más amplia con TCE. Así, para los instrumentos incrustados
que cubrieron los dos criterios de inclusión, se consideró pertinente
discutir su utilidad en poblaciones clínicas que también tienen diagnósticos
psiquiátricos y neurológicos. Cada sección de las EVS a continuación
incluye una discusión cualitativa respecto a la investigación contemporánea
Conclusiones y recomendaciones
Este capítulo revisa sistemáticamente los datos publicados sobre el uso de
EVS para detectar fingimiento cognitivo. Como se señaló antes, sus
ventajas potenciales frente a los instrumentos dedicados para fingimiento
incluyen ahorrar tiempo clínico, menor transparencia para el entrenamiento,
mayor generalizabilidad a habilidades cognitivas específicas y ampliar el
rango de los métodos para la detección del fingimiento.
Las publicaciones revisadas proporcionan un apoyo variable para el uso
de EVS con el objetivo de detectar fingimiento cognitivo. La literatura
actual se enfoca mayormente en la detección de fingimiento cognitivo entre
pacientes con TCE. Es importante verificar que otros trastornos
neurológicos no generen falsos positivos excesivos en estos indicadores de
fingimiento, en particular cuando se emplean estadísticas multivariadas
para derivar índices analíticos de patrones. En años recientes, más
investigación ha examinado el impacto de los trastornos psiquiátricos, los
trastornos del desarrollo y de otras condiciones neurológicas en los índices
de fingimiento. Como se señaló anteriormente, esta información es crítica a
la luz de la alta comorbilidad de trastornos psiquiátricos con condiciones
neurológicas, como el TCE (Silver et al., 2001). La presente revisión
indica que algunas EVS se desempeñan bastante bien en ciertas
poblaciones sin TCE, mientras que otras condiciones (p. ej., la
discapacidad intelectual) son vulnerables a una tasa inaceptablemente alta
de falsos positivos en muchas EVS. Por lo tanto, es crucial que los clínicos
consideren las comorbilidades de sus pacientes y su estado intelectual
antes de aplicar EVS para el fingimiento cognitivo. No obstante, es posible
proveer de sugerencias clínicas útiles para identificar déficit cognitivo
mediante las EVS, con base en la literatura disponible.
Métodos especializados
Capítulo 19
Valoración del engaño: técnicas de
polígrafo y pruebas de integridad
William G. Iacono, PhD
Christopher J. Patrick, PhD
F
uera del ámbito clínico, el engaño a menudo se evalúa utilizando
las técnicas del polígrafo y los cuestionarios estandarizados
diseñados para evaluar la integridad. Se aborda cada uno de estos
temas secciones separadas de este capítulo, cada sección cubre la
información esencial que le será útil a los clínicos que se enfrenten a los
resultados de estas evaluaciones en sus prácticas.
Las técnicas del polígrafo
En esta sección, de manera breve se reseña la información que los clínicos
deberían saber para evaluar los resultados de las pruebas de polígrafo. En
otra publicación se ofrece un análisis más completo (Iacono y Patrick,
2014). Se alienta a los lectores a que consulten el libro sobre la evaluación
con polígrafo publicada por el National Research Council (2003) de la
National Academy of Sciences.
Usos
Los polígrafos son principalmente usados por las agencias gubernamentales
y por el sistema judicial criminal. La mayoría de los trabajadores federales
del gobierno que tienen acceso a información clasificada deben pasar
pruebas de polígrafo para poder seguir conservando su autorización y nivel
de seguridad. Aquellos que solicitan un trabajo en las fuerzas policiacas a
menudo tienen que pasar una prueba de polígrafo preliminar la cual revisa
su integridad. Además, los departamentos policiacos utilizan las pruebas de
polígrafo para ayudarlos a resolver crímenes. En la actualidad, es muy
común que se administre la prueba del polígrafo a los agresores sexuales
sentenciados que se encuentran en libertad bajo tratamiento o en libertad
condicional. Los abogados defensores pueden programar que sus clientes
hagan una prueba de polígrafo con la esperanza de que sus clientes la
pasarán y de que ésta proporcionará evidencia exculpatoria. Por último, las
pruebas con polígrafo también se usan para combatir el fraude de seguros y
a veces también se utilizan en casos civiles que cuestionan hechos que no
se pueden solucionar con evidencia física.
L
a controversia en torno a las memorias supuestamente reprimidas y
después recuperadas sobre un trauma, en especial si es de abuso
sexual en la infancia (ASI), está entre las más polémicas en la
historia de la psicología y la psiquiatría (McNally, 2003, 2012a, 2012b).
Correctamente llamadas, las “Guerras de la Memoria” (Crews, 1995), las
discusiones se extendieron más allá de las clínicas y de los laboratorios de
psicología cognitiva, afectando los resultados de demandas civiles y
juicios criminales. A lo largo de las décadas de 1990-99 y de 2000-09, dos
interpretaciones polarizadas dominaron el discurso concerniente a las
memorias recuperadas de ASI.
De acuerdo con la perspectiva de la represión, la mente se protege a sí
misma desterrando los recuerdos del abuso de la consciencia, porque son
muy traumáticos. A pesar de codificar estas memorias, las víctimas se
vuelven incapaces de recordarlas hasta que resulta desde el punto de vista
emocional seguro hacerlo, con frecuencia después de que han pasado
muchos años. Estos teóricos a veces usaron sinónimos para la represión,
como amnesia disociativa, amnesia traumática y amnesia traumática
disociativa, pero la idea es la misma: justo a causa de que la experiencia
fue tan devastadora emocionalmente, la persona es incapaz de recordarla,
a pesar de haberla codificado en la memoria a largo plazo. Como Brown et
al. (1998), lo expresaron, “cuando el material emocional alcanza el punto
de ser traumático por su intensidad −algo que no puede ser replicado en
laboratorios artificiales− en una cierta subpoblación de individuos podría
Confusiones sobre el trauma y la memoria
El punto central de las Guerras de la Memoria era si las personas podían
volverse incapaces de recordar memorias codificadas de un trauma. Un
problema secundario era si las personas podían recordar estas memorias
de otro modo inaccesibles, si las circunstancias eran favorables. En un
artículo de revisión, Brown et al., (1999 p. 125) afirmaron “el peso de
proporcionar pruebas recae en ellos [los escépticos sobre las memorias
reprimidas de trauma] para mostrar que los recuerdos reprimidos no
existen”. Este es un error elemental. Brown et al., demandan que los
escépticos demuestren la hipótesis nula de que la represión nunca ocurre.
En consecuencia, tienen la lógica de la ciencia exactamente al revés: el
peso de proporcionar pruebas recae en aquellos que al principio afirmaron
que las personas reprimen las memorias de trauma. Es más, es imposible
para cualquiera demostrar que algo nunca puede ocurrir. Es por esta razón
que los escépticos dicen que no hay evidencia convincente de que las
personas puedan reprimir memorias de trauma, pero no dicen que nunca
pueda suceder. En las siguientes secciones, se revisan las confusiones
comunes que se presentan en la literatura sobre el trauma y la memoria.
Recuadro 20-1. Factores que incrementan la probabilidad de que el ASI haya ocurrido
1. La persona tenía por lo menos cinco años de edad en el momento del abuso.
2. El abuso sucedió sólo una o pocas veces.
3. El abuso involucró a un único perpetrador.
4. El abuso no involucró violencia ni amenaza de violencia.
5. El abuso provoco confusión, miedo, asco o malestar emocional, pero no terror.
6. La víctima no entendió la experiencia como abusiva cuando sucedió.
7. El recuerdo de las memorias olvidadas ocurrió fuera de un contexto terapéutico.
8. Si el recuerdo se presentó durante la evaluación clínica o en psicoterapia, no fue en respuesta a
procedimientos para recuperar memorias.
Recuadro 20-2. Factores que disminuyen la probabilidad de que el ASI haya ocurrido
1. La persona tenía menos de cuatro años de edad en el momento del supuesto abuso.
2. El abuso supuestamente ocurrió en muchas ocasiones a lo largo de los años, pero la persona reporta
no haber estado consciente de su historia de abuso hasta la reciente recuperación de las memorias.
3. El supuesto abuso involucró a dos o más perpetradores, en especial si se reporta que éstos eran
miembros de un culto.
4. El abuso provocó terror cuando supuestamente ocurrió.
5. La supuesta víctima “reprimió” cada episodio de abuso poco después de que sucediera, dejando así a
la persona inconscientemente vulnerable a ataques posteriores.
6. El supuesto abuso involucró violencia.
7. El abuso apareció en la mente de forma gradual durante terapia de recuperación de recuerdos.
Conclusiones
La perspectiva de las falsas memorias y la perspectiva de las memorias
reprimidas dominaron los debates en torno a la autenticidad de los reportes
de memorias recuperadas de ASI durante las Guerras de la Memoria en los
decenios de 1990-99 y de 2000-09. Existe un fuerte apoyo para la primera
perspectiva, pero no hay apoyo convincente para la segunda. No obstante,
una tercera perspectiva podría explicar muchos casos interpretados de
forma errónea como recuperación de memorias reprimidas de ASI. La
tercera interpretación muestra que las personas pueden olvidar y recordar
episodios de ASI, sin que las memorias de estas experiencias hayan sido
reprimidas o disociadas durante el periodo en que no aparecían en la
mente, siempre y cuando las experiencias no fueran codificadas como
traumáticas cuando ocurrieron.
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Capítulo 21
Detección del engaño
en delincuentes sexuales
Philip H. Witt, PhD
Daniel J. Neller, PsyD
L
os delincuentes sexuales constituyen un grupo en particular notorio
en lo que se refiere a sus respuestas de tipo socialmente deseables
(Goldman y Padayachi, 2000). Esto, en realidad, no es tan
sorprendente debido al miedo, al asco y a la condenación que a los demás
les evocan los agresores sexuales. No está en su máximo beneficio el ser
honestos y el ser sinceros sobre sus actos sexuales ilícitos o sobre sus
preferencias sexuales anormales. En efecto, a menudo se enfrentan con un
aprieto irresoluble en las evaluaciones forenses: la revelación honesta del
alcance de su desviación sexual puede resultar en sanciones criminales y en
más castigos. La negación y la defensividad, sin embargo, también pueden
dar como resultado a sanciones negativas debido a la supuesta ausencia de
conformidad hacia el tratamiento y la supervisión (Rogers y Dickey, 1991).
En este capítulo, se analiza una variedad de contextos legales y clínicos
en los cuales los delincuentes sexuales son entrevistados. Después, se
analizan los métodos que los entrevistadores podrían utilizar para evaluar
con exactitud la credibilidad de la información proporcionada por los
agresores sexuales en los diferentes contextos. Por último, se ofrecen
enfoques que los entrevistadores podrían adoptar para aumentar las
probabilidades para que los agresores sexuales sean más comunicativos,
incluso en los ámbitos adversos.
Una breve historia sobre las leyes de crímenes
sexuales
Los agresores sexuales, temidos y denigrados, han recibido un trato legal
especial por más de un siglo. Al inicio del siglo XX, los delincuentes
sexuales eran principalmente el foco de culpa, repulsión y castigo (Conroy,
2003). Al principio del decenio de 1930-39, el foco cambió y la sociedad
comenzó a darles un enfoque médico a los agresores sexuales, con
frecuencia se tenía la perspectiva de que padecían un trastorno mental. En
aquella época, muchos estados (de EUA) legislaron lo que en aquel
entonces se conocían como las leyes para los psicópatas sexuales o las
leyes para los agresores sexuales con enfermedades mentales (sexual
psychopath laws or mentally disordered sex offender laws), las cuales
designaban condiciones especiales para los agresores sexuales, lo cual
significaba recibir un tratamiento obligatorio o una sentencia de duración
indefinida.
Como se resume en el recuadro 21-1, estas leyes estaban basadas en dos
ideas: en los supuestos comúnmente admitidos de que existe una alta
reincidencia y tratabilidad (Melton et al., 2007; Witt y Conroy, 2009).
Desde entonces las leyes especializadas para los agresores sexuales han
crecido y decrecido. En el decenio de 1970-79, hubo un movimiento para
derogar muchas de esas leyes y el número de jurisdicciones con estatutos
especializados para los delincuentes sexuales se redujeron. Sin embargo,
en el decenio de 1990-99, después de varios atroces asesinatos
relacionados con delitos sexuales, una variedad de leyes especializadas
para los agresores sexuales fueron promulgadas. En la actualidad todos los
estados y el gobierno federal (de EU) tienen alguna u otra forma de registro
de los delincuentes sexuales al igual que tienen leyes de notificación (en
inglés, notification law), basadas en la idea intuitiva de que el notificar al
público sobre los agresores sexuales liberados limitará el número de
agresiones sexuales o, en especial, el acto de volver a infraccionar (Zgoba
et al., 2008). También, muchos estados tienen restricciones de residencia,
lo cual previene que los agresores sexuales vivan cerca de las escuelas
(Levenson et al., 2007). En la actualidad 17 estados tienen decretos de
El contexto de las entrevistas con los agresores
sexuales
Los agresores sexuales son entrevistados en diversos contextos, a lo largo
de toda la rama de la justicia penal y a veces hasta en los procedimientos
de derecho familiar (Witt y Conroy, 2009). En la mayoría de estos
contextos, al entrevistador le interesa obtener información precisa sobre el
interés sexual y el comportamiento, por lo tanto, el tema del engaño es
importante. Sin embargo, los entrevistadores deberían enfocar estos
esfuerzos con humildad, tomando en cuenta que ellos no son los
investigadores de los hechos y no son investigadores judiciales
profesionales. En realidad, las normas de práctica de la Association for the
Treatment of Sexual Abusers (Asociación para el tratamiento de los
abusadores sexuales, 2014), la organización profesional que lidia con estas
cuestiones declara que:
L
as evaluaciones basadas en entrevistas estandarizadas están
desempeñando un papel importante para el diagnóstico y otros
propósitos clínicos (Rogers, 2001). Para diagnosticar trastornos
del DSM-5, los clínicos cuentan con tres opciones básicas: diagnósticos
extrapolados, no estandarizados y estandarizados. Aunque las pruebas
psicológicas aportan información clínica valiosa, sus resultados sólo
pueden producir diagnósticos extrapolados que carecen de suficiente
precisión (Rogers y Shuman, 2005). Por ejemplo, las puntuaciones
elevadas en pruebas para la depresión (p. ej., La Escala 2 del Inventario
Multifásico de Personalidad de Minnesota–2 [MMPI-2] y el Índice de
Depresión de Rorschach [DEPI]) no son específicas a la depresión per se,
sino que se observan en una gama de trastornos del DSM-5. Los
diagnósticos no estandarizados fundamentados en entrevistas tradicionales
también tienen una precisión limitada; tienen serios problemas tanto con los
diagnósticos incorrectos como con diagnósticos no detectados (Rogers,
2003). Si se utiliza a la depresión mayor otra vez como ejemplo, los
diagnósticos no detectados tal vez exceden a 50% en ámbitos médicos y de
la salud mental (Rogers y Shuman, 2005). Más aún, los trastornos de
personalidad pueden contribuir a estos diagnósticos incorrectos; los
clínicos que dependen sólo de entrevistas no estandarizadas, con frecuencia
diagnostican de forma errónea trastorno bipolar en pacientes con trastorno
de la personalidad límite (Ruggero et al., 2010). Debido a las limitaciones
inherentes de los diagnósticos extrapolados y no estandarizados, las
entrevistas estructuradas han adquirido prominencia durante la última
década, con más de 1 000 artículos publicados revisados por pares tan sólo
sobre las diferentes versiones de la Structured Clinical Interview for DSM
Inconsistencias y discrepancias con las fuentes de
datos
El punto central de este capítulo, de forma consistente con su título, es la
evaluación de los estilos de respuesta mediante el uso de entrevistas
estructuradas. Sin embargo, las conclusiones de las entrevistas
estructuradas a menudo están informadas por los datos clínicos de otras dos
fuentes: las entrevistas no estandarizadas y las fuentes colaterales. Por
tanto, el capítulo inicia con una consideración respecto a las
inconsistencias y discrepancias de estas fuentes.
Fuentes de inconsistencias
Descripción
La SIRS (Rogers, 1992) se desarrolló por primera vez en 1985 y ha
atravesado por varias revisiones importantes. Es una entrevista
estructurada de 172 reactivos que abarcan (1) Indagaciones detalladas, que
Conclusiones
Las entrevistas estructuradas desempeñan un importante y creciente papel
diagnóstico para establecer trastornos del DSM-5 y abordar otras
cuestiones clínicas y forenses. Como se describe en este capítulo, la SADS
continúa siendo la pieza central para los diagnósticos de TMS que
requieren de consideración por fingimiento y defensividad. Se requiere
urgentemente de investigación sobre otras entrevistas para TMS y TP con
la finalidad de desarrollar escalas basadas en la detección de estilos de
respuesta. Los recientes desarrollos de instrumentos forenses como la
ECST-R, representan avances importantes en la evaluación especializada.
Por último, la SIRS-2 demuestra la efectividad de estrategias de detección
establecidas que combinan una sólida conceptualización con una validación
empírica exhaustiva.
Notas
1
Los criterios revisados para SDN especifican “informante confiable”, pero omiten cualquier
indicador de precisión; muchas personas están “confiablemente” (es decir, consistentemente)
equivocadas.
2
La entrevista SCAN puede ser descargada del sitio de la Organización Mundial de la Salud
(http://whoscan.org/introduction); hacer clic en “entrevista.”
3
No obstante, la dependencia total en los registros provoca puntuaciones menores que las entrevistas
típicas de la PCL-R aumentadas por los registros (Hare, 2003, p. 19); entonces, la utilidad de cualquier
otra documentación para contrarrestar los efectos de la deseabilidad social continúa siendo una
hipótesis no examinada, pero que puede ponerse a prueba.
4
A manera de aclaración, esta clasificación categoriza las muestras clínicas sólo a partir de los
trastornos genuinos. Se reconoce que muchos fingidores también presentan trastornos genuinos, pero
su inclusión difuminaría esta discriminación crítica.
5
Liu et al., (2013) analizaron la validez convergente de la versión en chino de la SIRS-2 usando sólo
la versión en chino del MMPI-2; produjo una modesta correlación de .33.
6. Rogers (2008) propuso con claridad esta distinción, aunque el diseño de criterio parcial fue antes
nombrado “comparación de remuestreo”.
7
Esta descripción de la muestra también ha sido incluida en alrededor de una docena de talleres sobre
simulación dictados por Rogers desde el 2010.
8
Mostrando una aparente ambivalencia en cuanto al uso de la M-FAST como criterio, los mismos
autores (Glassmire et al., 2016) invirtieron las medidas de criterio. En esta ocasión, emplearon la
SIRS-2 como la medida de criterio y la MFAST como el instrumento a prueba.
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Capítulo 23
Evaluaciones breves para la
detección
del fingimiento y el manejo
de la impresión
Glenn Smith, PhD
C
omo lo define la quinta edición del DSM-5 (Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales; American Psychiatric
Association, 2013), la simulación es una presentación fingida
(exagerada o fabricada) y requiere de una motivación externa. Aunque es
fácil de definir, ha sido más difícil de detectar, existen pocas guías
concretas para identificar el fingimiento de alteraciones de la salud mental
(p. ej., Merten et al., 2009). La ausencia de un “estándar de oro” para
detectar las respuestas fingidas explica mucho de la tendencia de los
clínicos para involucrarse en un “exceso de confianza en el juicio clínico”
(p. ej., Vitacco et al., 2007, p. 250). En vez de realizar sólo un juicio
clínico, los especialistas han confiado más en el uso de las estrategias de
filtrado (Vrij, 2000). Más allá del tema de la ausencia de un “estándar de
oro”, la detección de las respuestas fingidas se complica todavía más por
la interacción de tres factores separados, pero interrelacionados: (1) el tipo
de sintomatología fingida, (2) las diferencias entre las poblaciones y los
ámbitos, y (3) la heterogeneidad de los filtros y las estrategias de
detección.
Las primeras investigaciones sobre la detección de la simulación (p. ej.,
Fay, Middleton, 1941) se enfocaban en los estilos de respuesta, como el
engaño “simple”. Recién, la literatura clínica sobre la detección de los
trastornos mentales ha enfatizado el tipo de alteración que se está
fingiendo. Este capítulo se enfoca en el fingimiento dentro de un dominio en
Los instrumentos de filtrado consolidados
El M Test
El M Test (Beaber et al., 1985) es un inventario de autorreporte que contiene 33 reactivos verdadero o falso
diseñado para detectar la esquizofrenia simulada. Sus reactivos de escala incluyen una amalgama de estrategias
de detección, incluyendo síntomas improbables y síntomas inusuales. Beaber et al., plantearon la hipótesis de
que los individuos que fingían esquizofrenia no serían capaces de diferenciar las características reales de la
esquizofrenia en la escala S (Esquizofrenia) de los síntomas espurios en la escala M (Simulación).
El M Test está organizado en tres escalas. La escala C (Confusión) incluye ocho reactivos que reflejan
“actitudes” o “creencias” que no se vinculan con las enfermedades mentales. Se encuentra al principio y está
diseñada para evaluar la comprensión general, con independencia del estilo de respuesta. El cuerpo de la prueba
consiste en los 10 reactivos de la escala S (los síntomas genuinos vinculados con la esquizofrenia) y contiene 15
reactivos de la escala M (síntomas espurios).
En la calificación original (Beaber et al., 1985) la identificación de la simulación utilizaba una escala C ≥ 3 o
una puntuación M ≥ 4. El uso de la escala S, sin embargo, no se recomendaba, a menos que el sujeto seleccionara
“casi todos los reactivos”, porque su utilización de la escala en combinación con las otras escalas en el estudio
de validación original reducía la precisión de la clasificación.
La segunda estrategia para calificar, desarrollada por Rogers et al. (1992), utilizaba escalas
Descartar/Identificar (Rule-Out/Rule-In). La escala Descartar es idéntica a la escala S. Consta de 10 reactivos
con los valores más altos para el NPP; incluye los síntomas que a veces se observan en los pacientes psicóticos
en un esfuerzo para “descartar” o eliminar a los individuos que padezcan síntomas genuinos y conservar a los
respondientes que podrían estar seleccionando síntomas de manera indiscriminada. La escala Identificar también
consiste en 10 reactivos (nueve reactivos son de la escala M y un reactivo es de la escala C); la intención de
seleccionar estos síntomas espurios es “identificar” a los simuladores. La escala Descartar se utiliza primero, le
sigue la escala Identificar con un procedimiento de dos pasos. Rogers et al. presentaron dos alternativas: Opción
A, para una especificidad aumentada y Opción B, para una sensibilidad aumentada. La diferencia esencial entre
las dos involucra la puntuación de corte de la escala Identificar en los pacientes genuinos (Opción A < 2 y
Opción B = 0).
En el estudio original de validación (Beaber et al., 1985), se les administró el M Test a estudiantes de
licenciatura, unos con instrucciones de ser honestos y otros con instrucciones de simular (“disimulen que están en
una situación en la cual les sería ventajoso parecer locos”; Beaber et al., 1985, p. 1479). Como un componente
de entrenamiento para fingir la alteración, los participantes leyeron la descripción de los criterios del DSM-III
para la esquizofrenia con la finalidad de ayudarlos a distinguir entre los reactivos genuinos y los reactivos de
simulación. Sus resultados se compararon con los de pacientes hospitalizados de la VA con un diagnóstico de
esquizofrenia que habían contestado el M Test bajo instrucciones estándar.
Los simuladores (los estudiantes que fingían esquizofrenia) tuvieron una puntuación considerablemente más
alta que los pacientes hospitalizados en todas las tres escalas del M Test. Este descubrimiento sugiere que los
simuladores o no diferenciaron de manera efectiva entre los reactivos de la escala o utilizaron un patrón de
selección indiscriminado. Como se menciona en la tabla 23-1, las escalas M y C produjeron la mejor tasa de
aciertos, aunque los autores no proporcionaron la especificidad y la sensibilidad para estas escalas específicas.
Sin embargo, la alta especificidad general del M Test que utilizaba la combinación de las escalas sugiere que
puede ser usada para filtrar a los individuos con trastornos genuinos.
Tabla 23-1. Características del diseño y resultados de los estudios con el M Test
Estudio Población Condición Criterio Escala/Puntuaciones PPP NPP Sensibilidad Sensibilidad Cohen
experimental experimental de corte d
Beaber et Estudiantes 104 simuladores 65 pacientes hospitalizados con M ≥4 0.91 0.71 78.2 87.3 M=
al., (1985) universitarios de esquizofrenia diagnóstico de esquizofrenia C ≥3 2.12
C=
1.94
Gillis et Comunidad, 124 simuladores 72 pacientes psiquiátricos M ≥4 0.91 0.71 79.8 86.1 M=
al., (1991) correccional y de enfermedades ambulatorios y pacientes C ≥3 3.08
estudiantes mentales hospitalizados psiquiátricos C=
universitarios forenses 2.89
Otros instrumentos de filtrado
Se desarrollaron tres filtros de fingimiento para presentaciones específicas:
(1) el Assessment of Depression Inventory (ADI, Inventario de evaluación
de la depresión; Mogge y LePage, 2004); (2) la Malingering Detection
Scale (MDS, Escala de detección de la simulación; Barkemeyer y Callon,
1989) y (3) la Mild Brain Injury Atypical Scale (mBIAS, Escala atípica
para lesiones cerebrales leves; Cooper et al., 2011). También mencionó
otros dos instrumentos debido a que son muy completos: el Psychological
Inventory of Criminal Thinking Styles (PICTS, Inventario psicológico de
formas de pensamiento en los criminales; Walters, 1995) y la African State
Presidents’ Detainee Scale (ASPDS, Escala para detenidos de los
presidentes del Estado Africano; Bunnting et al., 1996).
ADI
El ADI (Mogge y LePage, 2004) es un instrumento de 39 reactivos en la
cual los respondientes indican la naturaleza de sus síntomas en un marco de
dos semanas utilizando una escala de cuatro puntos de Likert (nunca, a
veces, a menudo, o siempre). El ADI se desarrolló a través de tres
investigaciones independientes.
La investigación de validación original (Mogge y LePage, 2004) se
dividía en tres estudios diferentes. El Estudio uno era un grupo de reactivos
iniciales para las tres escalas: Depresión (Dep, Depression), Fingimiento
(Fg, Feigning) y Aleatorio (Rd, Random). La Escala Dep (con 27
reactivos) utilizaba los criterios del DSM-IV para los episodios de
depresión mayor, contiene tres reactivos para cada uno de los nueve
criterios de inclusión. Los 65 reactivos de la Fg se desarrollaron a partir
de (1) “la literatura de investigación sobre los estilos de simulación”
(citando a Rogers, 1997) y (2) “los estudios de caso, las experiencias
personales clínicas con los simuladores y los pacientes hospitalizados con
depresión al igual y que con las sugerencias de sus colegas” (Mogge y
LePage, 2004, p. 108). Sin embargo, no se identifica ninguna estrategia de
detección establecida. El contenido de Rd incluye preguntas simples que
tienen respuestas “obvias”. Después, se desarrolló una cuarta escala
Recomendaciones clínicas para el uso de los
instrumentos de filtrado
Ya sea que el evaluador clínico escoja uno de estos instrumentos de filtrado
que se analizan aquí, o algún otro instrumento, existen algunos factores
clave que deberían ser parte de su proceso de selección:
• ¿El filtro contiene buenas características de escala? Las propiedades
psicométricas deberían indicar el buen desarrollo de la escala.
• ¿Tiene el filtro una buena confiabilidad? Sin una buena confiabilidad, se
puede sospechar de la estabilidad y de la precisión de cualquier
interpretación.
• ¿Existe una evidencia sólida de la validez convergente y discriminante?
• ¿Los tamaños del efecto y los estimados de utilidad apoyan el uso para el
que fue destinado el instrumento mediante pruebas con poblaciones
clínicas relevantes?
• ¿Ya ha sido validada la escala en los contextos y para los trastornos para
los cuales se diseñó?
• ¿Tiene el instrumento de filtrado una investigación que lo apoye en el
dominio o en la alteración la cual tal vez se esté fingiendo?
• ¿Se está utilizando de manera correcta el instrumento de filtrado para que
propicie evaluaciones más completas o está siendo utilizado para realizar
diagnósticos?
En cuanto a los dos últimos puntos, el ámbito en el cual se esté
administrando el instrumento debería ser analizado con cuidado, porque los
contextos pueden variar de manera significativa (p. ej., usos forenses
versus usos generales). Los clínicos pueden tener más confianza en los
resultados del instrumento si su validez fue rigurosamente comprobada en
el mismo ámbito. La mayoría de los filtros de fingimiento se prueban bajo
condiciones clínicas generales, las cuales apoyan su uso general. En
algunos casos, los filtros han sido probados con trastornos específicos o
con padecimientos clínicos. Los datos pueden ayudar en la clasificación
precisa del filtro para la alteración específica. Los grupos clínicos
relevantes de comparación les permiten a los clínicos evaluar esta
precisión del instrumento con un diagnóstico específico o con
Las direcciones de las futuras investigaciones
El propósito de esta sección es resaltar las necesidades de las
investigaciones que están relacionadas en particular con los instrumentos
de filtrado para la simulación. Las principales inquietudes son las
siguientes.
1. Filtros especializados. Al inicio, el M Test se construyó para analizar
el fingimiento de una alteración, la esquizofrenia. Sin embargo, los
individuos podrían no querer limitar su fingimiento bajo una sola entidad
diagnóstica (p. ej., Wisdom et al., 2010). Los instrumentos diseñados para
analizar una gama más amplia (p. ej., el SIMS) han demostrado éxito en
este aspecto. Por lo tanto, los instrumentos de filtrado deberían intentar
abarcar una gama de trastornos fingidos, en el desarrollo de los reactivos y
en la validación subsecuente.
2. Las respuestas al azar o las respuestas irrelevantes. Las respuestas
al azar o las respuestas irrelevantes a menudo dan como resultado un patrón
de respuestas atípicas que se traslapan con la simulación (Rogers, capítulo
2 de este volumen). Los instrumentos de filtrado mejorarían si
diferenciasen las respuestas irrelevantes del fingimiento, ya fuera por su
diseño (p. ej., incluir una subescala) o a través de las normas y patrones de
respuesta. Entre los instrumentos analizados, sólo la ADI ofrece este tipo
de escala. Esto es importante, ya que la PDS no es sensible ante las
respuestas al azar.
3. Las múltiples estrategias de detección. Los instrumentos de filtrado
han adoptado un número de estrategias para detectar el fingimiento
(Rogers, capítulo 2 de este volumen). El uso de estrategias múltiples se
justifica por el peso de la evidencia en la efectividad de los instrumentos
analizados (p. ej., la M-FAST) en cuanto a la detección. El próximo paso
lógico es evaluar la utilidad comparativa de las estrategias específicas en
todos los instrumentos. Las metas involucran la investigación sobre cuáles
estrategias son fuertes y qué combinaciones de estrategias son las más
efectivas. Los esfuerzos iniciales al utilizar el SIMS (Rogers et al., 2014)
para desarrollar escalas derivadas empíricamente (SC; Combinación de
síntomas) han producido resultados positivos (p. ej., d = 2.01).
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August). Validity of a scale to detect malingering. Presented at the 98th
Annual Convention of the American Psychological Association, Boston,
MA.
Cicerone, K. D., & Kalmar, K. (1995). Persistent postconcussion
syndrome: The structure of subjective complaints after mild traumatic
brain injury. Journal of Head Trauma Rehabilitation, 10(3), 1–17.
Parte V
Aplicaciones especializadas
Capítulo 24
Engaño en Niños y Adolescentes
Randall T. Salekin, PhD
Franz A. Kubak, PhD
Zina Lee, PhD
Natalie Harrison, MA
Abby P. Clark, MA
L
os niños y los adolescentes constituyen una porción significativa de
los casos que se atienden hoy en día en las clínicas de salud
mental. La expansión de los casos clínicos con niños surge de un
mejor conocimiento de los problemas de salud mental infantil y de un
mayor entendimiento de la importancia de las intervenciones tempranas.
Los sistemas escolares también contribuyen al creciente número de casos y
a las solicitudes frecuentes de evaluación intelectual, de logros, vocacional
y diagnóstica. Además, los sistemas de justicia juvenil y las cortes
familiares han hecho demandas urgentes para realizar valoraciones e
intervenciones relacionadas con la disposición y la dependencia (es decir,
casos de custodia o de abuso y abandono). Con la expansión de los casos
juveniles, a menudo se solicita a los clínicos su aportación psicológica
sobre la personalidad y la motivación del niño con la finalidad de (1)
determinar el problema específico que está experimentando, (2) generar
una explicación etiológica del problema y (3) proporcionar directrices
para el cambio. Más aún, estos problemas clínicos también pueden verse
complicados por la disimulación y el engaño por parte de un niño o
adolescente.
De manera histórica, se ha percibido a los niños y a los adolescentes
como relatores ingenuos de su conducta. No obstante, casi todos los
clínicos han evaluado niños que niegan conductas destructivas o que
afirman una enfermedad en la ausencia de síntomas fisiológicos genuinos.
A pesar de que la mayoría de los jóvenes reportan de manera honesta, la
conducta engañosa puede presentarse en el proceso de evaluación. Durante
Cuestiones conceptuales
Prevalencia del engaño entre niños y adolescentes
Los datos son limitados respecto a la prevalencia de la conducta engañosa
en contextos juveniles. La mejor información surge de poblaciones no
clínicas en dos estudios realizados a mediados del decenio de 1980-89.
Achenbach (1985) notó que un gran porcentaje de niños con desarrollo
normal de entre 4 y 5 años se enganchaban en alguna forma de mentira. De
igual modo, Stouthamer-Loeber (1986) estimaron la prevalencia de la
mentira en 19.4% de los niños con desarrollo típico, con un declive gradual
de 15% para los adolescentes.
Los datos sobre simulación y estilos de respuesta específicos también se
limitan a dos estudios. Primero, Rogers et al. (1996), estudiaron a 53
delincuentes adolescentes dualmente diagnosticados y descubrieron una
prevalencia de simulación de 15%, una tasa similar a la que encontraron
entre adultos (Rogers, 1997; Yates et al., 1996). Segundo, Zahner (1991)
investigó a 138 preadolescentes, 95 de los cuales tenían puntuaciones
elevadas en las escalas de la Child Behavior Checklist (CBCL, Listado de
conductas del niño; Achenbach, 1991). Zahner examinó sus respuestas en la
Diagnostic Interview Schedule for Children−Revised (DISC-R, Entrevista
diagnóstica estructurada para niños-Revisada) y descubrió que 8% se
enganchaban en la aquiescencia (sólo responder que sí), mientras que otro
10% negaba cualquier problema (sólo responder que no). Otros niños
intentaron complacer al entrevistador (8%) o proporcionaron respuestas
reservadas (14%). Un pequeño número de niños más jóvenes (entre 6 y 8
años) tendió a presentarse de un modo demasiado positivo.
La falta de datos de la prevalencia del engaño puede estar influenciada
por la visión histórica de que los niños son respondedores ingenuos. Como
una complicación adicional, los clínicos y los científicos tienen dificultad
para conceptuar el engaño en la infancia en relación con las etapas del
desarrollo. En cuanto a este punto, los estudios de Stouthamer-Loeber
(1986) y Achenbach (1985) tienden una vasta red con respecto a los tipos de
engaño notados. En estos estudios, las conductas engañosas oscilan desde la
negación y las “mentiras blancas” hasta el reporte exagerado. En las
prácticas clínica y forense, sin embargo, las formas más leves de la mentira
Procedimientos de evaluación
Entrevistas clínicas
Las entrevistas clínicas pueden proporcionar información exhaustiva con
respecto al funcionamiento de los niños y adolescentes, incluyendo los
tipos y la gravedad de los síntomas, así como información clave sobre la
disimulación y el engaño. La información puede comparase entre
entrevistas y fuentes. Las entrevistas sólo con los niños pueden producir
información inconsistente. Las entrevistas con los padres, con los maestros
y otras fuentes colaterales (p. ej., registros escolares) pueden mostrar más
inconsistencias. Algunas de estas inconsistencias son de esperarse a causa
de las diferencias reales que cada individuo percibe. Por ejemplo, la
conducta de algunos jóvenes individuos puede variar notablemente
dependiendo del ámbito (p. ej., escuela vs. hogar).
Las entrevistas clínicas son un medio efectivo para establecer rapport y
hacer que el joven individuo reporte sus síntomas sin ninguna estructura
formal. También pueden ayudar a la detección de disimulación, porque los
posibles fingidores deben crear una compilación de síntomas significativa.
Con las entrevistas clínicas, se puede evaluar la precisión del contenido
general provisto en el formato de entrevista. Los clínicos pueden
determinar si el niño o adolescente fue capaz de producir un reporte
significativo no estructurado. Las entrevistas también permiten al clínico
examinar la calidad de los detalles proporcionados por los jóvenes
individuos. Como evidencia potencial de respuestas honestas, los clínicos
podrían prestar atención a las correcciones espontáneas de información
imprecisa, así como a su habilidad para admitir la falta de memoria de
algunos eventos (Vrij, 2005; Vrij et al., 2002, 2004; Yuille, 1988). Las
entrevistas estructuradas se consideran mejores como un segundo paso en
el proceso de evaluación, ya que ofrecen una metodología muy confiable y
válida para valorar psicopatologías y otros constructos clínicos (Salekin,
2015; Rogers, capítulo 22 de este volumen).
Entrevistas estructuradas
Modelos de umbral y de decisión clínica
Cerca de 20 años de práctica clínica e investigación han transcurrido desde
los trabajos de McCann (1998) y Oldershaw y Bagby (1997) sobre el
engaño entre niños y adolescentes. Sin embargo, la investigación
sistemática en torno a los estilos de respuesta juveniles sólo ha tenido
avances modestos. La defensividad, por ejemplo, puede ser prevalente en
muchas poblaciones clínicas de niños y adolescentes.
No obstante, la investigación actual es insuficiente para proponer
umbrales o modelos de decisión clínica validados empíricamente. Es más,
a pesar de la disponibilidad de escalas en el MMPI-A, el BASC y el MACI
para evaluar defensividad, la investigación aún no ha establecido
puntuaciones de corte con validación cruzada. En consecuencia, al igual
que Oldershaw y Bagby (1997), no se puede hacer ninguna recomendación
específica con respecto a puntuaciones de corte definidas.
Hay más investigación disponible sobre la simulación en los
adolescentes, pero esta investigación todavía es muy limitada. Oldershaw y
Bagby (1997) propusieron un modelo de umbral para determinar cuándo
debería evaluarse a profundidad la simulación. A pesar de que las tasas de
clasificación fueron, en general, altas para la SIRS y el MMPI-A, la falta
de validación cruzada sistemática no permitió el desarrollo de un modelo
clínico para la toma de decisiones en ese momento. Con esta advertencia en
mente, se sugieren varios modelos tentativos de umbral en la tabla 24-6
para ayudar a ponderar cuándo debe evaluarse a profundidad el fingimiento
y la defensividad.
L
a utilización de pruebas psicológicas en las evaluaciones de
custodia infantil sigue siendo polémica. Algunos académicos
argumentan que las pruebas psicológicas proporcionan poca, o casi
nada de información útil que ayude al evaluador. Al expresar sus
preocupaciones sobre la utilidad de las evaluaciones de custodia infantil,
en general, y en específico de las pruebas psicológicas, Emery et al. (2005,
p. 7) escribieron:
Sin embargo, otros aspectos de las prácticas evaluativas son más difíciles de explicar y más
problemáticos, incluyendo: el uso general de instrumentos bien establecidos que no tienen relevancia
con el contexto de la custodia (p. ej., los instrumentos de inteligencia), los intentos por medir los
constructos creados para ser utilizados en las decisiones de custodia infantil (p. ej., “el síndrome de
alienación parental”), los esfuerzos para identificar al “progenitor predilecto” (p. ej., las Bricklin
Perceptual Scales [Escalas perceptuales de Bricklin]) y el uso de instrumentos a los cuales un
Pruebas psicológicas específicaspara las
evaluaciones de custodia infantil
Las pruebas psicológicas para la valoración de la custodia infantil han
examinado el ajuste emocional de los progenitores (Posthuma, 2016, p.
68): “el campo de batalla tradicional de la custodia se caracteriza por los
alegatos de las deficiencias emocionales, las deficiencias de
comportamiento o por otras deficiencias de un progenitor frente al otro,
favoreciendo al superior, al cual se le debería otorgar el cuidado primario
o completo del niño/niña o niños/niñas”. Surgen preocupaciones sobre el
uso de ciertas pruebas psicológicas por parte de los evaluadores, pruebas
como el MMPI-2, el PAI, el MCMI-III y el Inventario de personalidad NEO
(NEO-PI) porque, aunque son utilizados a menudo en la valoración de la
custodia infantil (Ackerman y Pritzl, 2011; Bow y Quinnell, 2002), estos
inventarios multiescala han sido desarrollados científicamente para evaluar
el funcionamiento psicológico “normal”. Sólo el MCMI-III fue normado
con una población psiquiátrica.
Los datos normativos específicos al contexto han sido desarrollados para
varias pruebas psicológicas utilizadas a menudo en las evaluaciones de
custodia infantil. Han estado disponibles para el MMPI-2 desde 1997
(Bathurst et al., 1997). También están disponibles para los hombres y las
mujeres litigantes de custodia en el MCMI III (McCann et al., 2001), el PAI
(p. ej., Hynan, 2013), el MMPI-2 -RF (Archer et al., 2012) y en el NEO-PI
(p. ej., Langer, 2011). Rappaport (Sol Rappaport en
[email protected]) ha desarrollado datos normativos
específicos al contexto para litigantes de custodia hombres y mujeres que
han respondido el Cuestionario Factorial de Personalidad (16 PF). Datos
similares se han desarrollado para el PSI (Abidin et al., 2006; Abidin et
al., 2013).
Los datos normativos específicos al contexto le son útiles a los
evaluadores porque le proporcionan la habilidad de comparar el patrón de
puntuación de uno de los dos progenitores en específico con otro litigante
de custodia hombre o mujer, en vez de tener que compararlo con los datos
normativos generales que se encuentran descritos en los manuales de las
Problemas con los estilos de respuesta
Las discusiones sobre las pruebas psicológicas en la valoración de la
custodia infantil a menudo se enfocan en cómo es mejor interpretar las
escalas clínicas. Se le ha prestado poca atención a la importancia de
entender las escalas de validez y cómo ellas afectan la precisión de la
interpretación de las escalas clínicas. En esta sección, se analiza la
importancia de entender los datos de las escalas de validez en las pruebas
psicológicas y cómo los datos de validez de las escalas influencian la
habilidad del evaluador para poder proporcionar una explicación precisa
del significado de los datos clínicos de la prueba.
En los casos de custodia infantil, los riesgos son grandes para los
progenitores que buscan obtener la custodia completa del niño o los
mejores tiempos de custodia. La motivación de los progenitores para
mostrar su presentación más positiva es común; sin embargo, esto interfiere
con la habilidad de los evaluadores para obtener un claro entendimiento de
los datos de la prueba. Las pruebas utilizadas en la valoración de la
custodia infantil necesitan incluir instrumentos de sesgo de respuesta que
valoren si el progenitor (hombre o mujer) está intentando colocarse en una
luz favorable, si así es, entonces hasta qué grado está ese padre o madre
intentando representar una imagen favorable. En el nivel más amplio, el
sesgo de respuesta se puede categorizar como fingirse bien, fingirse mal o
genuino (abierto y receptivo al contexto evaluativo). En la arena de la
custodia infantil; no obstante, la mayoría de los progenitores abordan las
pruebas con la intención de fingirse bien. Desean convencer al evaluador y
a la corte de que él o ella están psicológicamente sanos y que son desde el
punto de vista emocional capaces de criar al niño/a la niña o a los niños/a
las niñas. Es muy poco común en las evaluaciones de custodia encontrar a
padres que se finjan mal.
Los evaluadores necesitan investigar las escalas de validez que sugieren
un estilo de respuesta abierto y no defensivo; esto es inesperado en los
casos en que se disputan la custodia infantil. Esto puede indicar que el
progenitor ha sido entrenado para evitar los reactivos que contienen varias
de las escalas de validez. Debido a la naturaleza de alto conflicto del
litigio en la custodia infantil, las presentaciones entrenadas deberían seguir
Las puntuaciones de corte en las evaluaciones de
custodia
Los manuales de las pruebas a menudo proporcionan puntuaciones de corte
para una puntuación que se considera elevada o significativamente alta. Por
ejemplo, el MMPI-2 utiliza 65T como una puntuación de corte entre las
puntuaciones moderadas y altas (Butcher et al., 2001).
Muchas otras pruebas utilizan enfoques similares. Existen dos problemas
mayores con el enfoque de la puntuación de corte. Primero, el enfoque de la
puntuación de corte no toma en consideración el error de medición. Las
pruebas no son 100% confiables. Como resultado, la puntuación que
obtiene el examinado podría ser el sobreestimado o el subestimado de su
puntuación verdadera. Si el evaluador utiliza el enfoque de la puntuación
de corte; inevitablemente encontrará que alguno de los examinados que han
cumplido con la puntuación de corte tendrá una puntuación verdadera por
debajo del umbral. Lo contrario también sucede.
Los evaluadores necesitan estar conscientes del error estándar de
medición. Si un examinado obtiene una puntuación de cuatro puntos o más
por encima o por debajo de la puntuación de corte, podría estar dentro del
error estándar de medición. En este caso, el evaluador no puede depender
de la puntuación de corte. Por ejemplo, una puntuación de 62 en la escala
Depresión del MMPI-2 también podría reflejar una elevación clínica
debido al error estándar de medición (que es 4.59 para los hombres y 4.45
para las mujeres). En las disputas por custodia, los evaluadores podrían
llegar a la conclusión errónea respecto a la ausencia de depresión.
Consultar a Rogers (capítulo 2 de este volumen) sobre las puntuaciones que
están muy cerca del margen para una clasificación.
Las puntuaciones de corte y las muestras
relevantes en las evaluaciones de custodia
La utilización de las puntuaciones de corte se ha convertido en un tema de
discusión entre los evaluadores de custodia. Algunos evaluadores asumen,
bien o mal, que los litigantes de custodia no son distintos a la población
general; por lo tanto, a las elevaciones en la escala IMP del PAI o la escala
MI del 16 PF se les debería considerar como indican las recomendaciones
en los manuales de las pruebas. En el caso del PAI, una puntuación corte de
57 daría como resultado que más de la mitad de los litigantes de custodia
clasificarían como defensivos. Un segundo enfoque es sugerir que los
medios utilizados para los litigantes de custodia deberían ser usados con
propósitos comparativos y que la puntuación de corte de un individuo
necesitaría ser más alta que el promedio para los litigantes de custodia. Por
supuesto, esto produciría que menos progenitores calificaran como
defensivos. Si un evaluador está más preocupado por afirmar
equivocadamente que una persona tiene problemas mentales cuando no los
tiene, el evaluador podría escoger una puntuación de corte más alta en la
IMP o en la 16 PF de lo que se recomienda en el manual. A la inversa, si un
evaluador está más preocupado porque se minimicen los problemas, podría
escoger puntuación de corte más baja, indicando que los progenitores que
la excedan están minimizando los problemas y, por lo tanto, podrían tener
más
dificultades de las que indican las pruebas. Un tercer enfoque es usar las
estadísticas de clasificación para desarrollar unas puntuaciones de corte
óptimas. En esencia, esto es lo que Morey (1996) hizo al desarrollar el
PAI. Varios estudios han encontrado utilizar una puntuación de 57 es más
efectivo para clasificar la defensividad (Baity et al., 2007; Fals-Stewart,
1996; Peebles y Moore, 1998). Otros han encontrado que una puntuación de
61 es la mejor puntuación de corte para clasificar la defensividad (Morey y
Lanier, 1998), pero sólo ha sido marginalmente más efectiva. Emplear una
curva ROC (Característica Operativa del Receptor) podría ser la mejor
manera estadística para desarrollar una puntuación de corte. Morey y
Los instrumentos para las habilidades de crianza
de los hijos
Un desarrollo que evoluciona en las valoraciones de custodia infantil es la
administración de instrumentos sobre la crianza de los hijos. Un problema
grande en torno a las pruebas de crianza de los hijos es la transparencia de
sus reactivos (Martindale y Flens, 2011), la cual incrementa su
vulnerabilidad ante el manejo de la impresión. Por consiguiente, la
consistencia entre los resultados de estas pruebas podría simplemente
reflejar el manejo de la impresión sin una referencia clínica (Posthuma,
2016).
E
n este capítulo se aborda, de un modo abierto y práctico, algunas
consideraciones para los profesionales de la salud mental que
tienen la tarea de escribir reportes y testificar en la corte sobre la
presencia o la ausencia de simulación y conductas disimuladoras
relacionadas. Primero, analizan las mínimas bases que suelen tener los
abogados -los destinatarios usuales de dichos reportes y testimonios- con
relación a estos conceptos, de acuerdo con la literatura relevante a su
profesión. Después, se revisan los códigos y lineamientos exigibles y
aspiracionales a la luz de los estilos de respuesta intencionalmente
distorsionados. Se concluye con un panorama general de los puntos a
desarrollar para presentar una comunicación apropiada y efectiva sobre los
resultados de simulación en una evaluación.
¿Qué es lo que tal vez ya sepan los abogados con
respecto a la simulación?
Definiciones
Los abogados que luchen -como harán los abogados- para obtener una
definición “oficial” de la simulación inevitablemente irán a buscar la
versión más reciente del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales de la American Psychiatric Association (2013; en la
actualidad la quinta edición, DSM-5), una vez que determinen que no
aparece en el Black’s Law Dictionary (Garner, 2014). Puede perdonárseles
que lleguen a la conclusión de que esta noción -al igual que el “trastorno de
personalidad múltiple” o el “retraso mental”- simplemente ya no existe,
pues no encontrarán “simulación” ni en los contenidos ni en el índice del
DSM-5. Esta noción se esconde, sin fanfarria alguna, bajo el encabezado
de “Problemas adicionales que pueden ser objeto de atención médica”
dentro de la sección dedicada a “Otros problemas que pueden ser objeto de
atención clínica” (pp. 726–727).
Si pueden encontrar el pasaje en cuestión en el DSM-5, los abogados
leerán sobre presentaciones fingidas motivadas por un objetivo externo.
También aprenderán que existen otras condiciones como el trastorno
facticio y el trastorno de conversión, que podrían encajar mejor cuando un
litigante está afirmando tener problemas que no son tan malos como dice o
que quizá no existen en absoluto.
La literatura legal
Cuando se trata de obtener un mejor entendimiento de la simulación, más
allá de la simple definición de términos, los abogados tienen pocos
recursos a los que acudir dentro de su propia disciplina profesional. Una
búsqueda reciente en WESTLAW respecto a “Revisiones y Revistas
académicas de leyes” produjo sólo siete ejemplos de artículos publicados
en los últimos 20 años, la mayoría escritos por psicólogos, para los cuales
la simulación era un interés central. Este resultado fue tan contraintuitivo
que se repitió la búsqueda varias veces para asegurar que se hubiera
realizado adecuadamente. La escasez de literatura y la naturaleza
Reporte y testimonio éticamente orientados sobre
la simulación
Ya armados con un mayor entendimiento de lo que es probable que los
abogados “sepan” sobre la simulación, ¿cómo deberían los profesionales
de la salud mental profesional intentar trasmitir los resultados de las
evaluaciones forenses en las que esta noción es un factor? Una buena
manera de comenzar es con una revisión de las obligaciones y aspiraciones
éticas relevantes y el camino por el que dirigen a las técnicas apropiadas
de reporte y testimonio.
Integridad
M
uchos profesionales, incluyendo a los psicólogos, hablan con
los empleadores sobre los problemas de los estilos de
respuesta como una parte inicial de la evaluación de los
presuntos candidatos. El engaño en el manejo de la impresión es un tema
clave. El principio de esta discusión comenzó en el decenio de 1920-29,
cuando los investigadores se percataron que no era probable que los
evaluados proporcionasen respuestas sinceras en las pruebas de
personalidad escritas (Hartshorne y May, 1928). “Las respuestas del sujeto,
sin duda están prescritas, en parte, no sólo por su noción sobre qué mide el
examen (estas nociones pueden o no ser aproximadamente correctas), sino
también por sus relaciones con la gente que verá las respuestas … y pocas
veces se pueden verificar de alguna manera sus tentativas de sinceridad”
(Vernon, 1934, p. 166). Más tarde, se debatió que la gente controlaba de
manera intencional (p. ej., crear, modificar, distorsionar) las imágenes que
deseaba transmitir hacia otros sobre su comportamiento, motivación y otros
Definir el manejo engañoso de la impresión en la
selección de personal
Durante la búsqueda de empleo, se les recomienda por lo común a los
solicitantes que se vendan a ellos mismos y a sus habilidades. Se les
sugiere que muestren entusiasmo y ambición, incluso si no son entusiastas o
ambiciosos; que expresen simpatía y confianza, inclusive cuando no son
simpáticos o seguros de sí mismos; que preparen historias memorables
para así “lograr mostrar lo mejor”, aunque éste no sea el caso, y que
proporcionen respuestas que indiquen características positivas (p. ej.,
asertividad y que tengan una orientación hacia el logro) y que eviten las
respuestas que indiquen características negativas (p. ej., rigidez de
carácter, falta de autoestima. Ver las siguientes páginas web:
www.wikihow.com/impress-an-interviewer;
http://theundercoverrecruiter.com/how-to-impressyour-interviewer;
www.dummies.com/how-to/content/how-to-perform-well-during-a-
personality-test0.html; www.thesocial.ca/real-life/money/how-to-
putyour-best-foot-forward-at-a-job-intervi). Por lo tanto, es posible
anticipar que los solicitantes emplearán diferentes formas del manejo de la
impresión deshonestas o engañosas con la intención de controlar y definir
las imágenes que crean de ellos mismos (p. ej., su motivación, sus
habilidades, sus comportamientos, sus experiencias y su personalidad) al
mismo tiempo que realizan diferentes pruebas de empleo durante el
proceso de selección.
Se han utilizado diferentes términos para describir la tendencia de los
solicitantes a distorsionar de manera intencional sus respuestas en los
instrumentos psicológicos (no cognitivos) para aumentar sus posibilidades
de ser contratados. Estos términos incluyen la distorsión de las respuestas,
la respuesta socialmente deseable (SDR), el manejo de la impresión
(IM) y el fingimiento (Ones et al., 1996).
Para lograr definir el IM engañoso en la selección laboral, el autor
utiliza el conocimiento acumulado sobre este concepto proveniente de la
literatura sobre los instrumentos de personalidad, al igual que el de los
comportamientos sociales en las organizaciones (Levashina y Campion,
La tasa base del IM engañoso en la selección
La evidencia empírica indica que los solicitantes de trabajo son capaces y
se involucran en el IM engañoso cuando contestan una variedad de
instrumentos (recuadro 27-2). La habilidad para fingir, fundamentalmente
se ha medido en ámbitos experimentales a través de la utilización del
paradigma de engaño inducido (a los participantes se les pide que finjan
una prueba). Esta investigación demuestra que los participantes son
capaces de distorsionar sus respuestas cuando se les pide que lo hagan.
Además, la evidencia metaanalítica sugiere que cuando a los participantes
se les da las instrucciones de “fingirse bien” en los instrumentos de
personalidad, ellos pueden inflar sus respuestas cerca de 0.65 SD
(Viswesvaran y Ones, 1999).
Recuadro 27-2. Tasa base del IM engañoso entre los solicitantes de trabajo
• Entre 49 y 72% de los solicitantes distorsionan la información que proporcionan en sus currículos o en
sus solicitudes laborales.
• Entre 21 y 45% de los solicitantes aseguran que tienen experiencia o que han realizado labores que no
existen.
• Entre 25 y 90% de los solicitantes admiten haber fingido durante el proceso de selección.
• Entre 24 y 50% de los solicitantes inflan sus puntuaciones en las pruebas en un contexto con
motivación (p. ej., en selecciones laborales importantes) en comparación con los contextos sin
motivación (p. ej., en un entrenamiento).
U
na gran cantidad de literatura apoya la noción de que los
solicitantes de empleo tienden a presentarse a sí mismos de la
mejor manera posible cuando cursan por el proceso de selección
(Levashina, capítulo 27 de este volumen). Por ejemplo, Griffith et al.
(2007), reportaron que entre 30 y 50% de los solicitantes producen
puntuaciones (es decir, más socialmente deseables) en las pruebas de
selección basadas en la personalidad. Rosse et al. (1998), descubrieron
que las puntuaciones de distorsión entre los solicitantes de trabajo eran
significativamente más altas que las de los titulares de éste. Es más,
demostraron que las puntuaciones en distorsión de respuestas estaban
fuertemente correlacionadas con las características que se piensan más
relevantes para el trabajo. En muchos ámbitos laborales, los individuos que
generan perfiles positivos son contratados y se convierten en empleados
con buen desempeño. Sin embargo, los riesgos asociados con la selección
de oficiales de la ley son mucho más grandes. El daño potencial que podría
acarrear el que un candidato inadecuado sea seleccionado con base en
resultados distorsionados de evaluación es incalculable.
La selección de candidatos apropiados para servir en las policías
municipales y estatales es crítica para el funcionamiento de las fuerzas del
orden y la seguridad de las comunidades. La selección de individuos
adecuados para servir a nuestras comunidades es, una tarea multifacética,
ya que los oficiales exitosos deben poseer una diversidad de rasgos y
habilidades. Por ejemplo, los oficiales de policía deben tener buena salud
Evaluación de la personalidad
La California Commission on Peace Officer Standards and Training
(POST; Spilberg y Corey, 2014) condujo un análisis estatal de los
requerimientos de personalidad e interpersonales de los oficiales de
policía exitosos. Las 10 competencias identificadas, basadas en la
personalidad, se delinean en la tabla 28-1.
Muchos de estos rasgos pueden ser evaluados a través del uso de pruebas
de personalidad durante la etapa previa a la oferta. Por ejemplo, la
escrupulosidad se ha reconocido desde hace bastante tiempo como un
predictor de conducta positiva en el trabajo en varias ocupaciones y
ámbitos, así como un predictor de conductas problemáticas como pobre
desempeño en el entrenamiento y conducta inadecuada en el trabajo (p. ej.,
Barrick et al., 2001).
De igual modo, se ha descubierto que las puntuaciones en pruebas de
integridad están correlacionadas positivamente con el desempeño en el
trabajo. Este hallazgo no es sorprendente dadas las altas correlaciones que
se encuentran entre la escrupulosidad y la integridad. Al mismo tiempo, los
rasgos presentados en la tabla 28-1 tienen bastante validez aparente en
relación con los empleados deseables y productivos, provocando que las
respuestas “correctas” en las pruebas sobre estos constructos sean
evidentes. Además, la POST reportó que los candidatos a oficial de policía
tendían a obtener puntuaciones más altas que los candidatos para otras
profesiones en ésta y otras dimensiones relacionadas, incluyendo
Evaluación psicológica posterior a la oferta
MMPI y MMPI-2: Perfiles de respuesta del personal y de
los solicitantes de las fuerzas del orden
El MMPI y su revisión, el MMPI-2 (Butcher et al., 1989), son las pruebas
psicológicas más antiguas y utilizadas en la selección de personal
policiaco (71.6% de los departamentos de policía ratificaron su uso; ver
Cochrane et al., 2003). El MMPI-2 consiste en tres escalas de validez
“tradicionales” y 10 escalas clínicas principales. Además, se han
desarrollado escalas suplementarias, escalas de contenido y docenas de
índices especializados. El más reciente MMPI-2-RF está siendo adoptado
con rapidez para su uso en la selección de las fuerzas del orden y aborda
algunos de los retos inherentes a la utilización del MMPI-2. A continuación
se presenta una revisión de la investigación que emplea el MMPI-2,
seguida de una discusión del MMPI-2-RF.
Existe una cantidad sustancial de investigación sobre la selección de las
fuerzas de la ley mediante el uso del MMPI. No obstante, la investigación
publicada con respecto a un perfil “normal” del MMPI entre los
solicitantes de las fuerzas del orden muy tal vez sea irrelevante para las
evaluaciones que se realizan en la actualidad. Cambios significativos
durante las últimas dos décadas obligan a revisitar la noción de un perfil
“normal” para este tipo de solicitantes. Por lo menos hay dos
consideraciones importantes. Primera, la ADA (1990) provocó cambios en
las evaluaciones psicológicas previas al empleo. La Ley declaró ilegal
llevar a cabo evaluaciones psicológicas que condujeran a la identificación
de un trastorno o deterioro mental o emocional antes de que se le hubiera
extendido al solicitante una oferta condicional de empleo. La importancia
práctica de este cambio en la legislación es que las pruebas de
psicopatología, como el MMPI-2 y el IPI, sólo pueden aplicarse tras una
oferta condicional de empleo. Segunda, más mujeres y minorías se están
uniendo a las profesiones del cumplimiento de la ley que hace 40 años. Se
desconoce qué tan bien un perfil “normal” de las fuerzas del orden se ajusta
para los solicitantes no blancos o femeninos.
Evaluaciones de aptitud para el servicio
Aunque es razonable presuponer que los solicitantes en las fuerzas de la ley
están motivados a minimizar psicopatologías (defensividad), no puede
hacerse la misma presuposición para los examinados a quienes les son
requeridas evaluaciones de aptitud para el servicio. De acuerdo con los
Psychological Fitness-for-Duty Evaluation Guidelines (Lineamientos
para las evaluaciones psicológicas de aptitud para el servicio, 2013) de
la International Association of Chiefs of Police, una evaluación de aptitud
para el servicio es “una examinación formal, especializada, de un
empleado que surge de (1) evidencia objetiva de que el empleado podría
estar incapacitado para desempeñar con seguridad o eficiencia un trabajo
definido y (2) una base razonable para creer que la causa puede ser
atribuida a una condición o deterioro psicológicos” (p. 2). Los oficiales
referidos para evaluación pueden o no estar motivados para recibir “un
certificado de salud”; algunos pueden estar motivados a incrementar la
probabilidad de que se les ponga en un estatus de inactividad o
discapacidad. Una reflexión profunda sobre las evaluaciones de aptitud
para el servicio está más allá del alcance de este capítulo, pero el
problema es lo suficientemente importante como para dedicarle una breve
discusión.
Como indicaron Corey y Ben-Porath (2015), las evaluaciones
psicológicas de aptitud para el servicio de oficiales armados son
doblemente complejas a causa del bajo umbral para la referencia, en
combinación con un estándar de aptitud más alto que en otras evaluaciones
psicológicas. En otras palabras, la conducta problemática que detona la
referencia de un oficial de la ley es tal vez menos grave que la conducta
que detona una referencia en ocupaciones de menor riesgo. Debido a su
potencial impacto en la seguridad pública, cualquier conducta errática o
inusual puede tener como resultado una referencia y las expectativas de
estabilidad psicológica en las fuerzas del orden son altas. Las Cortes
también reconocen la naturaleza crítica de la aptitud para el servicio
psicológica mediante normas que apoyan tanto el bajo umbral de referencia
como el alto estándar. Por ejemplo, en el caso Bonsignore v. New York
(1982), que involucró a un oficial que le disparó a su esposa y después a sí
Resumen
Las evaluaciones psicológicas son una piedra angular de la selección y la
valoración de la aptitud para el servicio en las fuerzas del orden. Este
capítulo ha proporcionado a los profesionales un panorama general de los
efectos específicos que los estilos de respuesta alterados pueden tener en
los instrumentos utilizados comúnmente. En la mayoría de los casos, las
evaluaciones que se realizan bajo condiciones previas al empleo tendrán
como resultado autopresentaciones muy positivas. La investigación
revisada sugiere que un perfil típico previo al empleo tendrá ligeras
elevaciones en las escalas de validez diseñadas para detectar el IM
positivo y, aun así, se encontrará dentro de los límites normales.
Las aproximaciones tradicionales a la interpretación de pruebas sugieren
que las puntuaciones dentro del rango normal no son significativas y no son
interpretables (Greene, 1991). La revisión de la investigación aquí
presentada demuestra que las elevaciones subclínicas pueden ser
importantes cuando se evalúa a individuos muy funcionales que están
motivados para presentarse de un modo en particular positivo. Parece
razonable sugerir que los candidatos deseables para un trabajo intentarán
presentarse positivamente. Sus esfuerzos sugieren que están motivados a
presentarse bien y esto indica un deseo de conseguir el puesto. En
contraste, los candidatos que no intentan presentarse bien pueden no estar
muy interesados en el cargo.
Un reto más difícil es diferenciar a los individuos motivados que se
involucran en la defensividad (minimización de psicopatología) de la
deseabilidad social extrema, dado que todas las respuestas están saturadas
con deseabilidad social. Se han presentado varias aproximaciones para
discriminar la deseabilidad extrema en esta revisión (p. ej., Borum y Stock,
1993; Devan, 2004; Haaland y Christiansen, 1998). Tal vez, la
investigación futura se enfocará en distinguir entre la SDE y el IM mediante
el MMPI-2 y otros instrumentos (Devan, 2004). De forma notable, el
hallazgo de Haaland y Christiansen (1998) respecto a que los efectos de la
respuesta socialmente deseable en el desempeño no son lineales merece
más atención por parte de los investigadores.
Referencias
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scoring (rev. ed.). Minneapolis: University of Minnesota Press.
Parte VI
Resumen
Capítulo 29
Estado actual de la valoración
clínica de los estilos de respuesta
Richard Rogers, PhD
H
an surgido importantes avances en la evaluación clínica de los
estilos de respuesta entre las ediciones pasadas (1988, 1997 y
2008) y la presente de este libro. A partir de 2008, una de las
mayores contribuciones fue el paso de los correlatos clínicos y las
diferencias en las escalas de validez aisladas hacia el análisis sistemático
de estrategias de detección. Como señaló el autor en el capítulo 2 de este
volumen, las estrategias de detección representan métodos
conceptualmente fundamentados y validados empíricamente para
evaluar un estilo de respuesta específico en contraste con los grupos de
comparación más relevantes. Para ser considerada una estrategia de
detección, la validación debe incluir múltiples instrumentos con múltiples
estudios entre poblaciones clínicas relevantes. Las diferencias estadísticas
sólo tienen relevancia marginal. En su lugar, el enfoque es en la magnitud
de las diferencias, de manera más común la d de Cohen, y su efectividad
para clasificar grupos relevantes de estilos de respuesta. Esta aplicación
sistemática de estrategias de detección representa la mayor aportación de
esta edición tanto para la investigación aplicada como para la práctica
clínica. La siguiente sección comienza con un análisis del fingimiento a
través de los dominios de los trastornos mentales y el deterioro cognitivo.
Estrategias de detección para el fingimiento
Detección de trastornos mentales fingidos
Se han dado pasos importantes en el desarrollo de estrategias de detección
para las personas que fingen trastornos mentales. La tabla 29-1 resume las
estrategias de detección establecidas para los trastornos mentales fingidos,
con información relevante sobre los diseños de validación y los métodos
de evaluación. De forma importante, estas estrategias establecidas han
cumplido estándares rigurosos de validación que combinan las respectivas
fortalezas de la validez interna (es decir, diseños de simulacro) y la validez
externa (es decir, comparaciones de grupos conocidos [KGC]). En los
casos en que las KGC son poco prácticas, un diseño de criterio parcial
(PCD) puede proporcionar evidencia moderada (pero no fuerte) de la
validez externa (Rogers, capítulo 2 de este volumen). En la mayoría de los
casos, las estrategias de detección en estudios simulacro y KGC han
producido tamaños del efecto grandes a muy grandes entre múltiples
escalas.
1. “A pesar de que me dices que todo está bien, cuando escucho sobre…
[descripción de los problemas actuales], tengo dificultad para
entenderlo”.
2. “La vida no es siempre blanco o negro. Cuando alguien me cuenta sólo
lo bueno, comienza a interesarme lo que ha dejado fuera…”
Síntesis de los datos clínicos
Los clínicos deben integrar un conjunto de hallazgos clínicos sobre los
estilos de respuesta y discutir estos descubrimientos en términos tanto del
motivo para la referencia como de la relevancia clínica. Dicha síntesis del
material relacionado con la disimulación requiere de un análisis de las
siguientes dimensiones: (1) la fortaleza y consistencia de los resultados
entre los instrumentos psicológicos, (2) la ausencia de explicaciones
alternativas, (3) la posibilidad de estilos híbridos de disimulación y (4) los
métodos para reportar la disimulación. Cada una de estas dimensiones se
discute de forma individual.
L
a metodología para la evaluación de los estilos de respuesta no ha
parado de evolucionar desde la publicación de la tercera edición
de este libro, hace casi una década, 2008. Sin embargo, el
progreso ha sido bastante disparejo. Los avances rápidos y dignos de
mención se equilibran con las áreas de estancamiento virtual. Con
demasiada frecuencia la investigación sobre los estilos de respuesta
desestima sus bases teóricas. Sin estrategias de detección explícitamente
operacionales, la investigación de la evaluación de los instrumentos de
estilos de respuesta sigue siendo una iniciativa ateórica la cual no
contribuye de manera sustancial a la base de conocimiento. Como un
ejemplo concreto, algunos capítulos previos tuvieron un éxito variable para
definir las estrategias de detección. Abordaban desde las extrapolaciones a
posteriori hasta las estrategias de validez empíricas bien definidas.
Un componente principal de este capítulo comprende la examinación
sistemática de cinco diseños básicos de investigación que a menudo se
utilizan en el estudio de los estilos de respuesta. En aras de la simplicidad,
el término disimulador es utilizado para designar a los individuos que
adoptan algún estilo de respuesta específico (p. ej., la simulación o la
defensividad). En contraste, el término impostor se reserva al engaño no
específico (p. ej., la mentira y el engaño en general). Antes de comenzar
con este análisis, hay que remarcar los importantes vínculos entre la teoría
y la práctica. El paradigma fundamental consiste en tres fases. Primera
fase, los modelos rivales del engaño se pueden probar de manera explícita.
Segunda, estos resultados darán información a los investigadores de los
estilos de respuesta sobre los principios básicos y las posibles estrategias.
Tercera, la validez discriminante de estas potenciales estrategias se puede
Los vínculos entre la teoría y la práctica
Los investigadores de los estilos de respuesta pueden ampliar su
conocimiento sobre la teoría y la práctica al leer la literatura que no sea de
su área. Por ejemplo, Sporer y Schwandt (2007) proporcionaron un análisis
elaborado sobre el engaño en general con hipótesis comprobables sobre
los diferentes enfoques teóricos. Aunque tiene un valor intrínseco, su
enfoque analítico se podría utilizar como un modelo en el estudio de la
simulación, la defensividad y en otros estilos de respuesta específicos.
Sporer y Schwandt (2006, 2007) identificaron cuatro modelos alternativos
para entender el engaño. Éstos están descritos en un formato de esquema
que incluye sus subsecuentes predicciones.
La investigación de simulacro
La gran mayoría de la investigación de los estilos de respuesta depende de
los diseños de simulacro. Por lo tanto, en este capítulo el autor se enfoca en
estos estudios, empezando con los problemas básicos de su diseño.