Género Narrativo
Género Narrativo
Género Narrativo
Lengua y Literatura
Curso: 3ro 6ta / 7ma
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente,
y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo
de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló.
Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie.
Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió
dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la
mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida
de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta
desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto
de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta
reseca. La sed lo devoraba.
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto
alguno.
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada. —¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te
digo! La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos,
pero no sintió nada en la garganta.
—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso.
Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz
sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió
incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de
palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa
y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del
Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus
manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—
dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa.
El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado,
con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar
él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo
que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente
atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido
de pecho.
—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo.
En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su
canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan
fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque,
negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río
arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina
en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una
majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento
escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna
le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para
mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres
horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna
ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en TacurúPucú? Acaso viera también a su ex patrón
mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado
también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura
crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó
muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el
borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto
en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto.
¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza
un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves . . .
—Un jueves...
Y cesó de respirar.
2- Responder:
a- El protagonista
b- Un testigo que no participa de los hechos
c- Un narrador que no participa de la historia pero lo sabe todo.
Actividad 2
PRELECTURA
LECTURA
Las zapatillas de Sarita (la parte honda del río I) Juan Solá
La tarjetita decía que a las cinco, pero Sarita llegó a las cuatro porque su mamá la dejó de pasada
cuando se fue a tomar el colectivo, así que nos sentamos abajo del gomero para ver lo que hacía mi
mamá, que iba y venía por el patio, con el vestido de flores hecho una campana, inflado de tanto
viento norte. La tarjetita decía que a las cinco, pero mi mamá había salido en la bicicleta bien
temprano, a las ocho, para ir a lo del Gringo a comprar las cosas para la tarde, para que esté todo
listo antes de que mis amigos y mis primos llegaran. Con Sarita mirábamos a mamá poner la mesa,
que en realidad no era una mesa, sino una tabla larga que mi papá pintó de blanco para salir del
paso. Mirábamos a mamá y mirábamos la mesa blanca, que se fue llenando de platitos de plástico
rojo y chizitos y gaseosa de pomelo y, cada tanto, también se llenaba de las flores que se caían de
los lapachos porque se habían quedado dormidas. Sarita me hizo reír porque trajo la tarjetita que
decía que la invitaba a mi cumpleaños de cinco a ocho por si en la puerta no la dejaban pasar, pero
¡cómo no la iban a dejar pasar, si era mi mejor amiga! Yo sé que Sarita es mi mejor amiga porque
cuando se dio cuenta de que la tarjetita en realidad era una fotocopia, no se rió como se habían
reido... ¡Los primos! avisó mi papá cuando escuchó el auto de la tía Nora. El auto o sus gritos, no sé.
La tía Nora habla más fuerte que los motores y enseguida se puso a gritar que ¡cuidado con la zanja,
Lucrecia! ¡cuidado que hay barro, Augusto! ¡se van a ensuciar las zapatillas nuevas! Augusto y
Lucrecia aparecieron en el frente de casa, saltando con cara de asco los charquitos, que eran como
espejos para yuyos, acostados sobre la tierra húmeda. No te podías ir a vivir un poquito más lejos?,
le dijo la tía Nora a mi mamá cuando ella salió a recibirla, secándose las manos con un repasador.
La tía tenía cara de enojada y mi mamá le dijo hola, Nora, pasá, pasá, te sirvo un poco de gaseosa
con hielo. Cuando vienen los primos, mamá se pone nerviosa porque nuestra casa es chiquita y ellos
miran para todos lados y preguntan por qué las paredes están mojadas y por qué el techo es de
chapas y por qué la puerta de mi cuarto es una sábana del Hombre Araña, pero nunca se fijan en
cómo crecen los tomates de la huerta, ni les importan ni un poco las flores, como globos brillantes,
que cuelgan de los árboles. Jamás preguntan qué significan las canciones de los pajaritos ni saludan
al Tom y a la Negrita cuando les mueven la cola para darles la bienvenida. Al rato, se ponen
chinchudos porque en mi casa no hay cable, ni videojuegos, ni computadora, y dicen que leer y
dibujar es aburrido y enseguida empiezan a preguntar cuánto falta para volver. Pero mi mamá dijo
que igual tenía que invitarlos. Para las cinco y media ya habían llegado todos y nos paramos
alrededor de la tabla para tomar una gaseosa de pomelo y comer lo que había en los platitos.
Lucrecia le dijo a mi mamá que quería una chocolatada y Augusto se metía los chizitos en la boca y
los escupía y como no había chocolate para la chocolatada, Lucrecia agarró su vaso de pomelo y lo
vació en el pasto. Este cumpleaños es una mierda, dijo. A mí me dieron muchas ganas de empujarla
y tirarla al barro, pero escuché la voz de Sarita y se me fueron las ganas de pelear, porque me mostró
cómo hacer un caballo con palitos y chizitos y al final hicimos muchos porque los otros chicos se
pusieron a jugar con nosotros y después Sarita nos contó que cuando los búhos se juntan en grupo,
eso se llama "parlamento". ¿Cuánto falta para irnos, mami? dijo Augusto a los gritos, pero la tía
Nora ni le respondió. No le hagas caso, me dijo Sarita. Te está buscando roña. En eso llegó la Negrita.
Venía de la calle, de jugar con los perros de la cuadra. Cuando me vio, movió la cola y paró las orejas,
como diciéndome feliz cumpleaños, y enseguida se me vino encima, con tanta mala suerte que en
el camino le pisó las zapatillas a Lucrecia. Nunca la había escuchado gritar con tanta rabia. Lloró y
pataleó y dijo malas palabras y después corrió hasta donde estaba la tía y le dijo que la perra le había
embarrado las zapatillas nuevas. Yo corrí atrás de ella. ¡Fue sin querer, prima!, le dije, asustado.
Tenía miedo de que mi papá la castigara a la Negrita. Lucrecia me miró con los ojos llenos de odio.
Creo que del otro lado de sus pupilas había un monstruo que quería comerme. Vos porque no tenés
ni zapatillas, me dijo, y la tía le gritó que si no se callaba la boca le iba a dar una cachetada. Yo sé
que a la tía le daba vergüenza que a los primos se les escapara en voz alta lo que ella pensaba en
silencio. Mi papá, que no sabía pedir disculpas, no supo hacer otra cosa que agarrarla a manguerazos
a la Negrita. Pobre Negra. Aulló finito, finito, como suplicando que la perdonen. ¡Pegale más fuerte,
tío!, le pidió Lucrecia y mi papá le hizo caso porque no quería que nadie supiera que a él le daba
mucha vergüenza no haber podido comprar las zapatillas que le había pedido. Después de eso, la
Negrita no vino a casa por varios días. Mi mamá apareció con la torta en una bandeja y la canción
del feliz cumpleaños en la boca y papá y la tía y todos los demás (menos los primos) cantaron con
ella. Me hicieron pararme en la punta de la tabla con todos los chicos y pedir tres deseos y soplar
las velas y papá nos sacó fotos (después las mandaron a revelar y quedaron re lindas porque eran
más o menos las seis y media y a esa hora los árboles del fondo de casa se veían mitad verdes y
mitad anaranjados.)3 La tía Nora vino con un paquete y mi mamá le dijo que muchas gracias, que
no se hubiera molestado, y ella dijo que feliz cumpleaños, sobrino, que no era nada. Que era ropa
que Augusto no quería usar, pero que estaba nuevita. Mi papá me sacó una foto con la tía Nora,
pero esa no salió tan linda. Mi mamá agarró el cuchillo para cortar la torta y Sarita dijo ¡paren, que
falta mi regalo! y sacó de abajo de la mesa una bolsita de plástico negro. ¡Sorpresa!, me dijo, cuando
saqué las zapatillas. Estaban buenísimas. Eran rojas, con cordones blancos y unas tiritas de cuero
marrón oscuro cosidas a los costados. Probátelas, me dijo mi mamá, que estaba re contenta. Cuando
me las puse, me di cuenta de que me quedaban un poquito chicas, pero eran tan cómodas que no
me importó. Me paré y era como estar parado arriba de la cama de mis papás. La tía aprovechó que
mi papá me sacaba una foto con las zapatillas nuevas para decir que gracias por todo, que muy ricos
los chizitos, que se les hacía tarde para la misa. Nos tuvieron que obligar a darnos un beso con mis
primos, que después se fueron saltando atrás de la tía Nora, que gritaba ¡cuidado con el barro!
¡cuidado con la zanja! No se dieron cuenta, me dijo Sarita, muerta de risa, mostrándome los pies
descalzos, escondidos debajo de la tabla. Hoy nos vimos en la escuela y le conté que apareció la
Negrita y ella me contó que le dijo a la mamá que se había olvidado las zapatillas en la puerta de su
casa porque volvió caminando y había pisado barro y me dijo que su mamá le creyó y yo le conté
que mi mamá dijo que ella era como mi ángel de la guarda y ella me contó que el domingo había
visto un documental sobre animales y yo le conté que me quería comprar un cuaderno para hacer
historietas y ella me contó que si le sostenés la cola a los canguros, no pueden saltar y yo le conté
que hay una mariposa en África que es tan venenosa que puede matar seis gatos y ella me contó
que los pingüinos se quedan con un solo compañero por el resto de su vida y yo pensé que ojalá
Sarita y yo fuéramos pingüinos.
Literario No Literario
b- El narrador es:
Protagonista Omnisciente
3- Completar:
4- Responder:
a- ¿Cuáles son las dos realidades que se muestran en el texto? (Teniendo en cuenta el protagonista
y su amiga, y los primos del protagonista)
c- ¿Cuáles son las acciones que realiza Sarita, en la que demuestra la solidaridad y complicidad con
su amigo?
POSLECTURA
5- Elabora un mapa mental del cuento a partir de la siguiente imagen: