Autolesiones Adolescentes

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AUTOLESIONES ADOLESCENTES

Departamento psicopatología NUCEP


10 febrero 2022
Beatriz García Martínez

Aviso: este texto es únicamente para uso interno de los participantes del
departamento de psicopatología. No puede ser difundido, y muy
especialmente en lo concerniente a las viñetas clínicas que contiene

Una epidemia contemporánea


Entre los fenómenos que llamamos nuevos síntomas el tema de las
autolesiones y concretamente el cutting, es uno de los que ha
experimentado una extensión que lo hace aparecer como una verdadera
epidemia. Entre los adolescentes se extiende la información de que hay
una forma fácil de aliviar la angustia y lo ponen en práctica con tanta
asiduidad que no hay más remedio que admitir que es un fenómeno que
dice algo sobre las formas en que la subjetividad contemporánea afronta
el malestar.

En general hay que precisar que estos cortes no implican necesariamente


un intento de hacerse daño (generalmente no conllevan una violencia
brutal) ni mucho menos de suicidarse. Aunque en alguna ocasión puedan
ir unidos, no hay una relación directa entre autolesiones y suicidio. En el
cutting se trata más bien de lo contrario: un intento de recuperación y
restitución de un estado anterior a la invasión de una angustia masiva. En
general el adolescente, no solo no lo ve como problema, sino que lo siente
como una solución, de tal modo que se resiste a ser despojado de este
recurso que lo alivia de forma muy rápida, aunque poco duradera.

Si bien se trata de una práctica en general solitaria que no se hace para ser
mostrada y a menudo produce vergüenza y se oculta llevando ropa que
cubra las lesiones incluso en verano, por ejemplo, es cierto que en las
redes sociales se comparten a veces produciendo un efecto de contagio.

Qué dice el psicoanálisis


Desde el psicoanálisis podemos leer que no se trata de un síntoma en el
sentido psicoanalítico: no es una formación de compromiso donde se
busca una satisfacción sustitutiva a una pulsión reprimida, no tiene un
significado que puede leerse, no es una formación del inconsciente. Más

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bien es el signo de una dificultad para servirse del inconsciente, de la
incapacidad de producir sentido con los cambios que inevitablemente
llegan a una vida adolescente: el goce de la vida y el encuentro con la no
relación sexual, que en la infancia no estaban a su cargo.

Si bien podemos encontrar algún caso donde los cortes son una llamada al
otro, es decir, un acting en el marco de una neurosis, o donde tienen
algún significado metafórico que puede ser leído, lo cierto es que la
mayoría son sujetos que no cuentan con recursos simbólicos para
enmarcar y dar una salida al malestar. ¿Significa esto que todos los
adolescentes que se cortan son psicóticos? No necesariamente. El cutting
es un fenómeno transestructural y no homogéneo, ya que en cada caso
cumple una función diferente. Pero es cierto también que es un fenómeno
que da cuenta de la caída de la función paterna y la presencia de un goce
que se presenta como exceso, una inquietud extrema que es imperativo
calmar.

Diversas corrientes de psicología y psicoanálisis reconocen la función de


autoregulación y alivio de la angustia que cumplen los cortes. Muchas de
estas corrientes hacen estudios descriptivos donde a veces se remite a
trastornos del vínculo y el apego, dificultades con la separación, falta de
autoestima o de estrategias de afrontamiento de la ansiedad. Estos
estudios, sin embargo, no dan cuenta de la aparición epidémica de este
síntoma hace ahora unos 20 años. Me parece que solo con la perspectiva
lacaniana, que incluye las mutaciones del Otro en la subjetividad de la
época, podemos entender algo de la aparición de este síntoma nuevo en
la civilización contemporánea. La refundación que Lacan hace de los
conceptos psicoanalíticos en los años 60 nos permite leer estos síntomas
contemporáneos, más allá de explicaciones simplistas, como impasses
civilizatorios en el manejo del goce. Para eso tenemos que hablar de La
función del corte.

La mutilación o el marcaje del cuerpo son fenómenos exclusivos del ser


humano, son fenómenos de cultura y no son nuevos ni mucho menos. Los
rituales de entrada en el cuerpo social de las civilizaciones arcaicas
incluían tradicionalmente intervenciones rituales sobre el cuerpo. Esos
rituales implicaban el sacrificio de una parte del cuerpo para ser
aceptados en la comunidad de los adultos, en la comunidad de los
hombres o de las mujeres. Solían incluir escarificaciones y tatuajes
ritualizados que dejaban marcas en el cuerpo de por vida. La circuncisión

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del prepucio en la comunidad judía era el símbolo de la alianza con Dios.
En la comunidad cristiana, monjes y monjas se azotaban y mortificaban su
carne para alcanzar la pureza y expiar sus pecados. El vendaje de los pies
de las mujeres chinas o la ablación del clítoris en algunas comunidades
africanas son también intervenciones que representan una norma contra
el desarrollo “natural” del cuerpo, una amputación de una parte de lo
vivo, extirpación requerida para entrar en un pacto social. Estas prácticas
tienen una función estructural: extraer del cuerpo un goce que se supone
no limitado y, por tanto, contrario al vínculo social. Lo que hace
comunidad es lo fálico, lo que hace serie, lo contabilizable y limitado, que
siguiendo a Lacan llamamos lo masculino. Lo femenino, en tanto que
ilimitado, sería lo que va en contra de la comunidad. Con Lacan sabemos
que las mujeres participan de la lógica masculina y que lo femenino no
pertenece en exclusiva a las mujeres. Pero es un error común atribuir a las
mujeres esta modalidad de goce ilimitado y de ahí el énfasis en estas
prácticas que pretenden anestesiar el cuerpo de la mujer para que deje de
“gozar como una loca”. El fantasma de que la mujer está habitada por un
goce intratable materializa en estas prácticas inhumanas que conocemos
en algunas partes de África, y, en el resto del mundo, justifica todos los
malos tratos y feminicidios que lamentablemente son, cada vez más,
moneda corriente.

Entonces, estamos en la tesis freudiana clásica de que hay una pérdida


que debe inscribirse en el cuerpo para fundar una comunidad humana. Es
el mito de tótem y tabú y el mito de Edipo: en ambos se trata de la
renuncia al goce bajo la amenaza de castración. Hay un goce “de más” que
debe ser evacuado: esta pérdida, Freud la llama castración, y el producto
es el objeto perdido.

Lacan dirá que esta pérdida se da por la entrada en el lenguaje: tener que
pedir al otro introduce una falta en ser. Cuando pedimos algo lo que
obtenemos nunca es lo que pedíamos. Soportar esto es el precio que
tenemos que pagar para salir del autoerotismo, que aparece como un
exceso en el cuerpo. A esta operación de pérdida Lacan la llamará
extracción del objeto. Es una operación de naturaleza simbólica, pero
produce una pérdida real. Si esta operación no se da, si hay un rechazo o
una increencia en el discurso simbólico que organiza el cuerpo y la
sexualidad, estamos en la estructura psicótica, con un cuerpo
desorganizado habitado por un goce no localizado. Como pensamos con el
cuerpo, cuando esta operación de extracción y ordenamiento no se ha

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dado también el pensamiento se ve afectado y, como no, las relaciones
con los otros, que a falta de una regulación simbólica con frecuencia se
ven invadidas por un goce insoportable y fuera de control.

Esta operación de extracción que organiza el cuerpo, el pensamiento y las


relaciones con los otros, el psicótico está convocado a realizarla en lo real,
con la mutilación, como se ve a veces en los casos de autismo severo o
algunas esquizofrenias. La mutilación o el corte en la neurosis son de
carácter simbólico. El rechazo psicótico reenvía al sujeto a escribir la
marca significante sobre el cuerpo como organismo real.

En la época contemporánea lo que podemos constatar es una extensión


de la intervención sobre el cuerpo, pero a la inversa de las intervenciones
rituales elaboradas que implicaban una entrada en lo social. Hoy el cuerpo
es objeto de intervenciones solitarias que no suponen ninguna marca
simbólica: cortes, golpes, quemaduras y escarificaciones que conciernen
particularmente a los adolescentes son, podríamos decir, marcas
degradadas, no elaboradas en el marco del Otro, que solo buscan la
inmediatez de la extracción de un goce que destruye al sujeto, porque no
ha sido convenientemente negativizado por el significante.

Las autolesiones son manifestación de una pobreza simbólica que, al igual


que el tóxico o los problemas alimentarios permiten evitar el encuentro
con la dificultad de hablar, de pedir al otro y quejarse, por ejemplo. En la
autolesión se sustituye la palabra por la acción en la búsqueda de restituir
el equilibrio del aparato psíquico.

En la época freudiana la represión de los deseos incompatibles con la


moral daba como resultado síntomas de conversión histérica: metáforas
de ese deseo no satisfecho, que dieron lugar a la invención del
psicoanálisis. Hoy, la tradición ha caído y los síntomas contemporáneos
como el cutting dan cuenta de la metonimia: es una escritura que no
significa nada, no tiene valor de metáfora. No remiten a un deseo
reprimido, sino que indican la presencia de un goce excesivo en el cuerpo.
Este goce excesivo solo se entiende a partir de la definición lacaniana de la
angustia: la falta de la falta. Es la aparición de algo que no debería estar
ahí, que tendría que haber sido extraído. El corte produce un drenaje, una
extracción que produce un alivio.

Las adolescencias contemporáneas

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La clínica del psicoanálisis nos enseña que ser humano necesita siempre
apropiarse simbólicamente de los procesos que ocurren en su organismo
para poder manejarse con su cuerpo, sus pensamientos y sus relaciones
con los otros. Alexander Stevens llama a la adolescencia síntoma de la
pubertad. Es decir, que la pubertad ha de ser sintomatizada en el ser
hablante. Se trata de anudar el goce al cuerpo y al lenguaje, y cada
civilización provee mejor o peor los medios adecuados para ello. Si bien la
pubertad es un proceso biológico, la adolescencia tiene que ver con la
asunción subjetiva de ese hecho biológico que es la pubertad. Metaforizar
la pubertad, darle un sentido era el propósito de los ritos de pasaje de las
sociedades arcaicas.

El desfallecimiento del Otro: no hay ritos ni pasaje

El ritual es planteado por Lacan como un modo de anudar el cuerpo al


Otro social, un modo de incluirse con el goce propio en lo social.

En “El malestar en la civilización” Freud describe los ritos de iniciación


como modos de limitar el exceso pulsional, como tabúes que se añaden a
la prohibición del incesto. Mircea Eliade en Iniciaciones Místicas [5]
plantea que en las sociedades arcaicas, el púber no se hacía hombre por sí
solo, había todo un artificio cultural y religioso y una transmisión de
tradiciones por maestros elegidos de la tribu.

A grandes rasgos las ceremonias de iniciación de la pubertad constaban de


tres pasos 1) Separación de los niños de sus madres 2) Aislamiento en un
campo para ser adoctrinados 3) Se somete al joven a operaciones en el
cuerpo, las más frecuentes son: la circuncisión, la extracción de un diente
o mechones de pelo, las incisiones o escarificaciones. Luego de atravesar
las pruebas, el joven se reintegra a la comunidad como adulto, con un
nombre nuevo y algún tipo de marca para ser reconocido como tal por la
tribu. El ritual tenía un carácter de metáfora que implicaba pérdida,
muerte y renacimiento, y no era vivido con temor a pesar de implicar
cierta dosis de violencia.

En las sociedades modernas ya no es la tribu sino la familia nuclear la


designada como agente de la castración. En la época de la moral civilizada
primaba la ética del sacrificio y la renuncia a la pulsión del individuo en
favor de la comunidad. El padre encarnaba entonces los emblemas de la
tradición que ordenaba los goces y el lazo social.

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En nuestras sociedades posmodernas han desaparecido los ritos o
facilitadores sociales que marquen este pasaje y los adolescentes se ven
empujados a inventar sus propios ritos y marcas de transición. El uso de
alcohol y drogas y las conductas de riesgo llevan varias décadas haciendo
la función de rito de paso. También los llamados nuevos síntomas, como
los trastornos alimentarios, violencias sin sentido contra los otros, y la
práctica del cutting y otras autolesiones han venido a añadirse al catálogo
de prácticas que tienen por objetivo la búsqueda de un límite, la solución
a una angustia existencial o la integración social y la búsqueda de una
identidad o una nominación

Por otra parte, como señala D. Cosenza, la adolescencia como momento


de crisis, de ruptura con la infancia, de rebeldía y contestación contra la
tradición ya no está tan presente como hace unas décadas. Ya no
encontramos tanto el adolescente que intenta separarse de un vínculo
muy estrecho fraguado en la niñez. No es lo traumático de la ruptura con
algo sólido que resiste el envite para dar lugar a algo nuevo. Más que
rebeldía lo que el adolescente que sufre hoy muestra más bien es un
“analfabetismo introspectivo” que nos aboca a pensar la adolescencia en
la época del Otro que no existe.

¿Qué quiere decir que el Otro no existe? En Lacan este sintagma significa
que, en el conjunto de los significantes, falta el que daría cuenta de mi
como sujeto. Sin embargo, aunque el Otro por estructura no exista si que
funciona como lugar que aloja todo lo que el sujeto desconoce de si
mismo. Un lugar que sostiene eso con lo que el sujeto puede leer su
pasado y dar un significado a su experiencia y por tanto enfrentar el
presente.

Lacan anticipó la declinación de la función del padre en tanto instancia


represora del goce. Escribió también sobre el discurso capitalista, donde
no hay sujeto dividido y atravesado por la castración, no hay la inscripción
de la pérdida, sino promoción del goce. Las consecuencias clínicas son
estos adolescentes con cuerpos invadidos por un goce insoportable que
no se preguntan por eso, sino que intervienen directamente sobre su
cuerpo anestesiándolo con cortes, golpes, tóxicos etc.

El Otro de la tradición, al reprimir el goce, otorgaba un sentido al


sufrimiento y ofrecía un ideal orientador. El Otro que la civilización
contemporánea propone es la ciencia, donde todo puede contarse y

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evaluarse sin resto. El sujeto queda entonces reducido a una cifra y el
Otro, no es que desaparezca, al contrario, es un otro demasiado sólido y
sin falta, que no trasmite un deseo. No es un interlocutor que da una
posible explicación, una lectura del goce, sino que deja al sujeto solo con
su angustia, sin poder darse una explicación a su sufrimiento.
Cómo llevar adelante el movimiento de separación propio de esta época
de la vida cuando el Otro social ordena disfrutar sin límite, es decir, no
separarse del goce. Esta es el nudo ético y clínico al que nos confrontan las
adolescencias contemporáneas.

Si la violencia represiva de la tradición producía los síntomas freudianos la


época de la satisfacción, la homogenización y la medición produce los
síntomas contemporáneos. Con Damasia Amadeo de Freda propongo la
HIPÓTESIS de que, al lugar de la crisis de la adolescencia del adolescente
de la época freudiana, viene hoy la crisis del sentido de la vida, la
ausencia de una posición deseante.

Dimensiones del cutting

Recapitulemos: este fenómeno es por un lado una respuesta a la


inundación de goce y la angustia, un aumento de la tensión en el cuerpo
que es imperioso calmar. No es la angustia señal de deseo del Otro,
angustia ante la castración del Otro, sino angustia masiva. En la Tercera y
el seminario 22 Lacan habla de avance de lo real sobre lo Imaginario. Lo
Real insoportable ataca al narcisismo primario, pone en peligro el Yo, lo
que se evidencia en fenómenos de despersonalización y dispersión,
sensación de que el cuerpo explota. El corte como operación real que
alivia esa angustia ante la falta de un corte simbólico que hubiera
localizado el goce.

También el aburrimiento o tedio vital es un afecto que marca


especialmente a los adolescentes: pero no es el aburrimiento en su
dimensión “deseo de otra cosa”, sino una sensación de vacuidad de la
existencia, de ausencia de auténticas sensaciones, de anestesia mortal. En
este sentido el cutting puede equiparase a las conductas de riesgo:
prácticas extremas que buscan un más de sensación, sentirse vivo aún a
costa de poner en riesgo la integridad del cuerpo. Incluso a veces de lo
que se trata es de construirse un cuerpo con los cortes.

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Otra dimensión del cortarse es la degradación del cuerpo que a veces se
encuentra en algunas personas para las que su cuerpo carece por
completo de valor fálico. Las heridas y el maltrato dan cuenta de este
estatuto de desecho que tiene el cuerpo en algunos sujetos.
La identificación entre pares es otra dimensión que encontramos en el
cutting. Si bien es un acto realizado en solitario no es ajeno a la dimensión
del contagio por identificación con otros jóvenes. La solución no viene de
los mayores sino de los iguales, como resultado de la crisis de autoridad
de la cultura.

Podemos quizá resumir en dos las funciones del cutting:

Por una parte, es un modo de acercar lo simbólico al real amenazante, de


instaurar una secuencia: uno, uno, uno… Los cortes son un poco como los
palotes que los niños hacen en el colegio, que son el modo más primario
de simbólico. Pero es un simbólico que no conlleva articulación
significante s1-s2. Es una secuencia de Unos solos que no habla ni permite
hacer una lectura del goce. Hay un rechazo del inconsciente, que no
trabaja para recubrir ese real, para interpretarlo con un fantasma o un
síntoma. Esto es lo que encontramos en la clínica: adolescentes con un
malestar que no les remite a nada, que no tienen ninguna hipótesis sobre
lo que los lleva a esos estados de desesperación y no quieren que nadie
les quite ese recurso tan eficaz. Pero los cortes solo detienen
momentáneamente la angustia, no evitan el próximo ataque porque no la
tratan, no desangustian.

La otra dimensión del corte es el acercamiento de lo imaginario a lo


simbólico: la localización de un dolor, de un goce deslocalizado y sin
palabras. En una situación aparentemente anodina el sujeto siente que no
cuenta para el otro, experimentando el vacío existencial de forma brutal
frente a esa indiferencia percibida. Frente a la ausencia de un sentimiento
de existencia y de vida, el corte aparece como un cierto recurso. Siento
algo, el dolor está localizado, algo de lo vivo reaparece.

Viñetas clínicas

El intento de sentir algo en un sujeto sumido en una anestesia emocional


lo ilustraré con una joven a la que su madre manda al cp-ADO porque
descubre que se hace cortes. Ella dice que pelea mucho con su madre, en

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determinado momento empezó a llorar mucho sin saber por qué y luego
empezaron los cortes sin razón aparente. Le digo que hay un dolor que es
importante localizar. Tiene una vida muy difícil, emigrada junto a una
madre sola, ya que su padre, al que no conoce, abandonó a su madre al
saberla embarazada. Dice que cree que debería sentir rabia, pero no
siente nada. Apenas tiene amigos. Está muy sola, pero “todo le da igual”.
Un día refiere una discusión muy fuerte con la madre y dice que sabe que
ella es la fuente de todos los problemas de su madre, quien tuvo que
emigrar al quedarse embarazada. Le digo que su madre es alguien que
tenía muchos problemas ya desde antes de nacer ella. Recuerda que una
vez le dijo que no abortó porque en su país era ilegal. Suavemente le digo
que su madre está mal, que jamás se puede decir eso a un hijo. Por
primera vez se quiebra su semblante impasible y le caen lágrimas por las
mejillas. A partir de esa sesión enuncia, “lo de mi padre me da igual, lo de
mi madre, no”. Empieza entonces, sesión tras sesión, a poner palabras a
todas las locuras y ataques de la madre y a defenderse de ello con la
palabra. Siente que puede estudiar verdaderamente por primera vez, se
apropia de las palabras y ya no tiene tantos problemas para hacer amigos.
Está contenta. “¿Los cortes?, ah, si, ya no lo hago hace tiempo…”

A menudo encontramos sujetos que en lugar de enfadarse o pelearse con


el Otro que los maltrata, los abandona o se muestra indiferente, se cortan.
Cuando el otro no responde, ignora o agrede, una angustia que amenaza
con destruir la unidad del yo se hace presente y el sujeto, a falta de
fantasma, síntoma, acto o inhibición para recubrir la angustia, lucha por
desembarazarse de esta amenaza de aniquilación subjetiva con las
autolesiones. A falta de recursos simbólicos para solucionar el conflicto se
da una exacerbación de la dialéctica imaginaria y la acción que parte del
yo se dirige al propio cuerpo. Los conflictos familiares y el acoso escolar
son desencadenantes típicos de los cortes.

Otra viñeta muestra la búsqueda de un límite a un estado disociativo en el


marco de una esquizofrenia:
Una joven diagnosticada de trastorno de angustia y consumidora habitual
de cannabis y alcohol, dice, “cuando estoy sola en casa mucho tiempo me
empiezo a ir, no entiendo mis pensamientos, se vuelven un garabato sin
sentido. Entonces me corto y vuelvo a la realidad”.
“Las emociones van a su bola, no siento acorde con la situación. Todo es
genial, pero yo no siento nada”. “Mi cuerpo me parece horrible pero no

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siento ansiedad, entonces me corto. No siento enfado ni rabia ni miedo, ni
asco, ni celos ni cariño. Entonces, me corto”.
“Sola en casa un día, entré en pánico: las paredes de mi habitación se
acercaban y los libros se caían. Cogí el último libro y me puse a leer.
Entonces todo volvió a su sitio”
“No sentía nada, estaba muerta en vida, era más vacío que tristeza. Todos
los días antes de dormir me cortaba. Me dijeron que me haría sentir mejor
y era verdad”.

Vemos aquí la dimensión de lo imaginario del cuerpo desconectado de lo


simbólico y lo real, como es propio de la esquizofrenia. Esta joven trataba
tanto la falta de sensaciones como la interpenetración de lo real y lo
simbólico que produce sus alucinaciones, con una mezcla de consumo de
tóxicos y autolesiones. Los cortes aparecen como una alternativa al
consumo: “Cuando dejo los porros y el alcohol vuelvo a cortarme”, dice.

Una última viñeta extraída de un caso que presenté recientemente en el


ICF de Alicante:
Los padres de A acuden angustiados por su hija que presenta un cuadro
depresivo con crisis de ansiedad, insomnio, y autolesiones. Lo padres,
inmigrantes muy cualificados, y relatan que a su llegada A no se integró
bien en España, pasó años preguntando cuando volvían.
Una relación afectiva de mucha dependencia se rompió un año antes de
comenzar los síntomas, dejándola muy mal. A eso se añadió que su nota
de selectividad no fue suficiente para estudiar lo que quería y se
desencadenó la angustia. Frecuenta un grupo de amigos de estética EMO,
que comparten el estar deprimidos y con ganas de morir.
“Cuando no puedo cumplir lo que se espera de mi, me siento una escoria
humana. No soy suficiente. Soy estúpida. Soy lenta, torpe”.
Continuamente molesta al otro con sus torpezas y sufre mucho cuando se
enfadan. “Pienso en morir.”
“Tengo límites un poco bajos con las bromas. Me siento ridícula y me
bloqueo. Las discusiones y los gritos me dan ansiedad. Soy muy
comprensiva con todos y muy exigente conmigo misma.”

Cuenta que era una niña alegre y tuvo una infancia feliz. “A los 7 años
llegué a España y me vino muy mal: era la rara, se reían de mi, de mi
acento…. Me convertí en “la tonta”. Me hacían bullying, me decían
mentiras absurdas y me las creía todas, era muy ingenua. No tenía amigos:
“me dejaba tratar como un trapo para que me hicieran caso, y sigo

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haciéndolo.” “Tengo la sensación de que todos me van a dejar. Tengo
dudas con todo el mundo: ¿soy algo para ti? Estoy muy solita”. Echa
mucho de menos su país. Cuando la trajeron ella no entendió que era para
siempre, le dijeron que venía a ver la nieve.

No sabe dónde está el límite a lo que tiene que dar a los demás. Siempre
está estresada y confusa. El “cacao mental” es permanente. El objetivo
de la cura es ordenar el caos: sus intentos de ayudar a sus amigos
angustiados, cómo responder a los reproches de los padres, de su novio ...

Desde pequeña sufre de mareos y es tremendamente despistada. Como


un pollo sin cabeza, siempre se olvida las cosas, la rompe o las pierde,
llega tarde, y se siente culpable.

Su padre, dice, es muy dramático, ella cree que no es feliz. Se pone muy
nervioso y grita mucho, la llama estúpida y luego se siente culpable.

La madre es una mujer “fría”, siempre estresada y ausente por su trabajo,


que la quiere, pero no la entiende (“eso son tonterías, es la edad, son las
hormonas, es una moda…”)

“Todo lo que me dicen se mezcla en mi cabeza: tienes que estudiar, tienes


que descansar…, las palabras se me clavan como puñales en la espalda,
qué vergüenza”, “no soporto que se enfaden conmigo, que me juzguen, es
como si me metieran en una cajita con una etiqueta”. “No entiendo las
relaciones, todos están de acuerdo en que soy tonta”. Las discusiones y los
gritos le son insoportables. Las autolesiones (cortes, golpes, quemaduras y
mordeduras) la aliviaban: el dolor físico aliviaba el dolor psíquico, que
tenía que ver con su profunda soledad, sentirse rechazada y no sentirse
suficiente. Luego quedaba agotada. Otras veces los utilizaba para “aclarar
la cabeza” del “bollo” de pensamientos que la invadía antes de ponerse a
estudiar.

Decía continuamente cosas como “perdona por robarte tu tiempo, por


subir el tono de voz, por llegar tarde… “no quiero ser una carga”, “si tienes
otro paciente antes yo puedo esperar”. A menudo llega tarde y olvida
sesiones que abona sin protestar. Pienso que algo fracasó en la
configuración de la imagen narcisista de ella para el Otro antes de los 7
años, y el viaje a España sin unas coordenadas simbólicas la terminó de
desorientar. Hay como una inexistencia en ella, siente que no es nada para

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el Otro, y encuentra una consistencia en estos incidentes donde aparece
como tonta, se equivoca y pierde o rompe cosas. En su torpeza ella se
hace visible para el otro y captura algo de su propia imagen.

Ocupar el lugar de analista en este caso consistió en acompañarla a


soportar su angustia de defraudar al otro, a intentar barrarlo y mostrarle
que también se equivoca, a no ser tan severa con ella misma, aflojar el
superyó.

En cierto momento le indico que su venida a España la desorientó. Ella


toma esto y se construye una especie de “trauma artificial” que la orienta
y le permite recuperar recuerdos de infancia y construirse una cierta
historia.

Después de mucho reflexionar decide hacerse un tatuaje en el antebrazo


sobre las marcas de los cortes, que la avergonzaban. Primero diseña un
dibujo donde de cada corte sale un hilo de sangre y todos confluyen en la
figura de una mujer: la mujer que ella es ahora. Finalmente se decanta por
otro dibujo compuesto por los personajes de anime que veía de niña con
su padre y su hermano, cuando su madre ya había venido a España, de los
que me había hablado mucho. Dice “Puedo dar esto (los cortes) por
terminado. Con estas marcas me he construido a mi misma. No quiero
borrarlas sino hacer algo bonito con ellas. Estoy viva y estoy contenta”.
Dice “haberme reconectado con mis raíces ha sido muy bueno…Ya no me
siento tan sola”.

¿Cuál es el lugar del analista en una época donde se cortocircuita la


palabra?

Hacer hablar a un sujeto que se corta, preguntarle por qué te has hecho
eso, qué quiere decir, puede suponer confrontarlo con un vacío de
significación, es un riesgo. Sin embargo, sí es fundamental que pueda
hablar de su angustia, de su sufrimiento, de su aburrimiento, de su
desorientación… Se trata de sostener la apuesta por la palabra y el tiempo
necesario para que esta pueda desplegarse y señalar lo innombrable que
lo inunda. Es esto lo que puede hacer que la práctica de cortarse sea
menos necesaria. Y es así como suele ocurrir: sin hablar de los cortes,
hablando del malestar e inventando nuevos diques a la angustia,
gradualmente los cortes desaparecen.

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Finalmente, de lo que se trata es de apostar a que el adolescente prefiera
una relación con el Otro de la palabra al autoerotismo de la autolesión.
Que prefiera hablar con otro de su sufrimiento, hacerlo reconocer,
acogerlo y expresarlo antes de continuar encerrado en la soledad
destructiva del goce sin Otro.

BIBLOGRAFÍA

“Adolescencias por venir”. Fernando Martín Aduriz (compilador). Editorial


Gredos, 2012

“Bullying, ni-ni y cutting en los adolescentes. Trayectos del padre a la


nominación”. Damasia Amadeo de Freda. Unsam edita, 2019

Fabian Naparsteck. Nuevos cuerpos, nuevos goces. Revista Virtualia :


http://www.revistavirtualia.com/storage/articulos/pdf/Q9sPt2eI6JkjDAvu
aN6Yc4Be2aHipGQlqR7sTfPq.pdf

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