Humaitá, La Fortaleza
Humaitá, La Fortaleza
Humaitá, La Fortaleza
Así se estableció en el Protocolo del tratado secreto (1), registrándose una de las
prioridades militares de los aliados, quienes tenían en Humaitá al principal obstáculo a
sortear para llegar hasta Asunción, por la vía obligada del río Paraguay.
La construcción del sistema defensivo de Humaitá se inició en el año 1845, en
tiempos de Carlos A. López, bajo el asesoramiento del ingeniero austrohúngaro Franz
Wisner von Morgenstern, primero, y del inglés George Thompson, después, aprovechando
una pronunciada curva del río Paraguay, en forma de herradura, ubicada en la margen
izquierda, al sur de Pilar y al norte de Paso de Patria. (2)
En la concavidad de la orilla llegaron a establecerse 200 piezas de artillería, de
distintos calibres, muchas de ellas organizadas en baterías a lo largo de la costa y
distribuidas en un perímetro de 8 kilómetros, protegidos por 3.000 hombres. Cifra que se
incrementó con el avance de la conflagración y a medida que los combates se centraron
sobre Humaitá. Llegando el campamento a una población que superaba los 40.000
habitantes que, además de soldados, incluía a médicos, ingenieros, profesionales de todo
tipo, seguidoras de distintas clases, observadores extranjeros y prisioneros. (3)
Estas defensas, que llegaron a adquirir en la región una fama de inexpugnables (que
no se exagera al llamarlas mito), cubrían dos frentes: el fluvial y el terrestre. Las más
importantes baterías estaban instaladas en el frente de las defensas, que daba al río y lo
constituían: la batería “Londres” (16 piezas de artillería) y la batería “Cadena” (18 piezas).
A los lados se extendían las baterías principales estaban asentadas la “Tacuarí” (6 piezas),
la “Maestranza” (11 piezas), la “Octava” (11 piezas), la “Comandancia” (5 piezas),
“Humaitá” (2 piezas), la “Coimbra” (3 piezas), la “Conchas” (14 piezas) y la “Carbón” (12
piezas). En el frente terrestre, dividido en cuatro sectores, funcionaban: la batería
“Amboró” (10 piezas), la “División del Sud” (36 piezas), la “Del Este” (44 piezas) y la
“Umbú” (11 piezas). El número de los cañones de estas baterías no siempre fue estable,
pues, según las necesidades que imponía la estrategia militar, algunas piezas fueron
trasladas hasta las baterías de Curupayty (bastión paraguayo de avanzada ubicado a unos
kilómetros aguas abajo) y viceversa. También se sumaron a estas defensas, una vez que
fueron superadas las de Curupayty, los cañones de grueso calibre fabricados en la fundición
de Ybycuí: el “Aca-berá” (sic), el “General Díaz” y el “Cristiano”. (4)
Para el prusiano Max von Versen, la importancia de Humaitá no provenía de los
trabajos de arte sino de la excepcional posición en la que estaba situada, donde el río
Paraguay (cuyo ancho es generalmente de 1.500 a 2.000 pasos) se estrechaba hasta 400
pasos de una a otra orilla, razón por la cual las baterías allí emplazadas podían dominar
completamente la navegación. (5)
Tres grandes cadenas, que atravesaban el río, obstaculizaban la navegación. Estas,
además de las baterías, impedían a los buques de la escuadra brasileña atravesar Humaitá y
de esa forma adueñarse del principal acceso a la capital. Estas cadenas, estaban sostenidas
por pontones y canoas. Los “encorazados” tuvieron que hacer fuego durante tres meses
sobre estos soportes, hasta hundirlos totalmente. Sumergidas las cadenas, se hundieron en
el barro y ya no pudieron ser reestablecidas, allanándose así uno de los obstáculos para el
paso de Humaitá, que detenía a los aliados desde que estos cruzaron el Paraná a principios
del año ‘66. (6)
Completaban el sistema defensivo, el terraplenado construido hacia el frente sur y
una serie de esteros y carrizales, que desalentaban cualquier intento de ataque por tierra; los
aliados tenían bien aprendida la lección de Curupayty. Por esa razón, Caxias prefirió sitiar
Humaitá y aislarlo de sus fuentes de provisionamiento. Así, su caída sería sólo cuestión de
tiempo. A partir de entonces, la vida de los defensores de Humaitá, que siempre se
manejaron dentro de un marco de austeridad (a diferencia de la pomposidad desplegada en
los campamentos aliados), se volvió tan penosa como miserable. El soldado paraguayo, a lo
largo de la contienda, ha demostrado siempre coraje, entrega y superioridad física ante el
adversario, por encima de cansancio y las carencias que lo agobiaban. Estas cualidades, sin
embargo, no serían suficientes para ganar la guerra.
El cerco sobre Humaitá fue completándose cuando el 29 de octubre del ’67, los
aliados tomaron el estrecho paso sobre el río Paraguay denominado Tayi, ubicada al norte
de la fortaleza, e instalaron en el sitio una considerable fuerza de artillería, cortando con esa
acción las vías de comunicación con Pilar y Asunción. (7)
El asecho aliado incluyó, sobre todo, el intenso bombardeo a la iglesia (que era el
único punto visible desde la posición de los acorazados. El templo de San Carlos de
Borromeo, que fue construido en el año 1861 también bajo el gobierno de Carlos Antonio
López, estaba integrado a la fortaleza. Por su ubicación y la altura de sus torres cumplía la
función de observatorio, quizás fue construida ahí con ese fin, siguiendo el criterio de
“guerra total”, preconizado por von Clausewitz, donde todos los fines particulares deben
converger en una acción única y todos los recursos disponibles ser empleados para la
obtención del objetivo común.
Los bombardeos a la iglesia y a las baterías de la fortaleza, se iniciaron el 16 de
agosto del’67 (un día después del pasaje de Curupayty, forzado por 10 acorazados que
sortearon el intenso fuego de la artillería paraguaya), y se extendieron hasta febrero del año
siguiente, cuando se produjo también el paso de las defensas de Humaitá.
Sobre el sostenido bombardeo que la escuadra brasileña descargaba sobre la iglesia,
El Semanario replicaba:
El paso de Humaitá, que se dio el 19 de febrero del ’68, y los ataques ordenados por
Caxias para seguir sitiando a Humaitá, hicieron que López se retire del reducto, a través el
Chaco (por el lugar llamado Timbo), con la mayor parte de su ejército y toda la artillería
que pudo transportar. A finales de marzo, todos los reductos cercanos a Humaitá habían
caído en poder de los aliados; primero fue Tayi, después, Cierva, Sauce, Espinillo, Paso
Pucú y por último Curupayty, que había sido abandonado. Con estas acciones, la fortaleza
quedó totalmente aislada de las demás posiciones paraguayas y su fuerza defensiva
reducida a 3.000 hombres. Las provisiones empezaron a escasear sus jefes comprendieron
que pronto tendría que también ser evacuada. El coronel Paulino Alen, comandante de la
plaza, que acuciado por la situación intentó suicidarse sin éxito, fue reemplazado por el
coronel Francisco Martínez. (8)
La agonizante ciudadela fue atacada en varias oportunidades. El 16 de julio, el
general Manuel Osorio encabezó una ofensiva de 12.000 hombres que fueron repelidos, con
una baja de 3.000 hombres contra apenas 47, en el lado paraguayo. Pero sin abastecimiento
era ya imposible resistir por más tiempo y la noche del 23 de julio, toda la guarnición, con
un sigiloso cruce del río, en precarias canoas, abandonó el reducto; esta operación no fue
advertida por la escuadra. El 5 de agosto, después de nuevos ataques y reiteradas
intimaciones, el coronel Martínez finalmente capituló, exhausto al igual que sus escasos
hombres, que no habían probado alimento alguno en varios días. La lealtad y el patriotismo
tuvieron que ceder ante la impotencia y el abatimiento, que habría acompañado al abandono
y a la carencia absoluta de recursos.
La caída de Humaitá comenzó con la progresiva debilitación del ejército paraguayo,
que fue perdiendo hombres en las derrotas de los años ’66 y ’67, en los que el ejército
aliado a pesar de sus numerosas bajas seguía recibiendo refuerzos. Esa superioridad
numérica, en cuanto a tropa y armamento, tornó irreversible la derrota paraguaya.
Humaitá cayó, no por el fuego enemigo sino por el abandono. Cuando los aliados la
sitiaron totalmente, por tierra y agua, cortando así las vías de abastecimiento, los pocos
custodios que aun permanecían en la ciudadela fueron derrotados por el hambre y tuvieron
que rendirse.
De aquella fortaleza que constituyó el mayor orgullo militar paraguayo no quedan
ya vestigios materiales. Sólo las ruinas de la iglesia testimonian esas trágicas jornadas, que
sin embargo permanecen indelebles en la memoria del pueblo.
REFERENCIAS: