Liuzzi, Victoria
Liuzzi, Victoria
Liuzzi, Victoria
Facultad de Psicología
Resumen.
Marco teórico.
Paradigma sistémico.
• Definición de autismo
• Etiología.
• Antecedentes.
• Tratamientos.
Médico-Psiquiátrico.
Psicológico.
Terapia Familiar Sistémica.
Discusión.
Reflexiones finales.
Marco teórico
…cuyo genio sintetizador mostró como pueden ser útiles ideas de fuentes tan
diversas para el entendimiento de los procesos de comunicación, incluso
aquellos asociados con la psicopatología. Bateson fue el primero en introducir
la idea de que una familia podía ser análoga a un sistema homeostático o
cibernético (Hoffman, 2010, p.16).
Vidal (1991) señala que los límites como reglas prescriben roles. Cuando
hablamos de límites claros, hablamos de proteger la diferenciación entre los miembros
y de proteger la estructura jerárquica de la familia. Los límites claros disminuyen la
probabilidad de que se produzcan patologías en el seno familiar.
Son importantes para la teoría familiar sistémica los aportes desde las nociones
evolutivas ya que en el pasar de los años, las familias vivencian un proceso de cambio
que podemos conceptualizar como etapas del desarrollo familiar, se piensa la familia
“como una unidad que se constituye y desarrolla recorriendo un ciclo evolutivo” (Vidal,
1991, p. 33). Su importancia reside no solo en las distintas fases por las que la familia
atraviesa sino también por las crisis que se generan entre una fase y otra. El proceso
al que se debiera apuntar la superación de la crisis, es a la modificación de la
estructura del sistema, manteniendo la organización.
Las distintas fases por las que atraviesa la familia se caracterizan por unos
conflictos propios de cada etapa. Los distintos momentos evolutivos a los que nos
referimos son: constitución de la pareja, nacimiento de los hijos, niñez y adolescencia
de los hijos, desprendimiento de los hijos, “nido vacío” o pareja nuevamente sola
(Vidal, 1991). Señalaremos a continuación un recorte teórico de los distintos
momentos evolutivos que nos faciliten el entendimiento de las variables en los casos
de las familias con TEA.
Vidal (1991) sostiene que “los conflictos más importantes suelen estar con la
madre de la mujer (…) cuanto mayor sea el vínculo de la mujer con su familia de
origen, más débil es el vínculo de alianza” con su pareja (p.43).
Los hijos empiezan a aprender a vincularse con la autoridad a partir del vínculo
con los padres. Los hijos sin guía, sin dirección y sin mundo más o menos
ordenado, suelen tener angustia, porque se les pone a decidir sobre aspectos
de la vida, para los que aún no tienen capacidad. Tienen que hacer de adultos
cuando todavía no han terminado de crecer (Vidal, 1991, p. 48).
Otro aspecto importante a visualizar son los hijos tomados como objetos
narcisistas, esto es una “modalidad de vínculo narcisista que se opone a la
discriminación y autonomía de los mismos como sujetos” (Vidal, 1991, p. 50), se
espera de ellos que cumplan con la vida que sus padres hubiesen deseado tener, o
bien, son llamados a desempeñar otras funciones. En este último punto nos referimos
por ejemplo en el caso que existan problemas en la relación conyugal, o que para
alguno de los progenitores no hayan quedado resueltos aspectos de la historia con sus
propios padres, se solicite un hijo como compañía. En esta situación el hijo será
propenso a desarrollar síntomas que le permitirán permanecer en casa y al progenitor
hacerse cargo del problema del hijo desviando así los propios.
Cuanto menos edad tenga, más vulnerable al funcionamiento del sistema que
forma parte, por lo tanto más relevante es la necesidad de intervenir sobre todo
el sistema. De no hacerlo y optar por una intervención individual, se puede
generar iatrogenia, ya que al considerar al niño como “enfermo” se lo refuerza
en ese lugar y no se modifican las condiciones que producen y mantienen en
ese estado (p.77).
Ante una demanda sistémica como una crisis conyugal por ejemplo, existen
múltiples maneras de hacer frente al conflicto, sin embargo, en esta situación el
sistema está obligado a responder. Cualquier cosa que haga, o no haga, va a estar
comunicando algo acerca de las relaciones pues es imposible no comunicar. El
conflicto puede o bien ser resuelto en el subsistema conyugal, que pueden o no
hacerse cargo. En caso negativo pueden necesitar de un hijo equilibrador, esto es, un
hijo sintomático que haga las veces de soldador matrimonial. En tal caso, se desplaza
el problema conyugal al hijo. Puede ocurrir paradójicamente que el hijo une a ambos
progenitores en la preocupación por lo sintomático. Pude simultáneamente el síntoma
traer al sistema a consulta.
…el síntoma trae a la familia a consulta, genera una situación de “así no
podemos estar”, que obliga a buscar cómo poder estar, empuja hacia el
cambio. El síntoma resulta así una transacción entre las fuerzas de no cambio
y las fuerzas de cambio. Conceptualizar el síntoma del individuo como
resultante de transacciones del sistema familiar en que se incluye, desplaza el
objeto terapéutico desde el individuo hacia el sistema familiar. Si el síntoma es
resultante de transacciones intersubjetivas, entonces el objetivo terapéutico
pasa a ser la modificación de esas transacciones (Vidal, 1991, p.52).
La terapia familiar tiene como objetivo modificar estas transacciones para lograr
dejar de hacer foco en lo sintomático. La temática del síntoma remite a cuestiones
familiares extremamente complejas, algunas veces puede rastrearse o perderse en la
historia del mito familiar.
Por último señalar que el tipo de organización estructural de cada familia se liga
a determinado tipo de patología. Esto se encuentra en relación a cómo son manejados
los límites y las reglas, porque nos dicen quienes no participan y quienes lo hacen,
también nos informa sobre cómo participan y de qué. Las reglas, puede haberlas
explícitas, pero lo más importante es que son factuales, operan a un nivel no verbal y
regulan el conjunto de la vida familiar. Operan sobre los valores, las transacciones y
las emociones.
Esto quiere decir que es particular de cada familia la forma en que se organizan
las transacciones. Existe una legalidad familiar, cargada valorativamente que opera
sobre la sexualidad y los afectos. Las reglas contribuyen a los mitos familiares. Actúan
en el sistema pero también fuera del mismo, ya que se necesitan reglas para el
intercambio con el mundo externo, esto es, las reglas familiares que operan sobre las
reglas extra familiares.
La idea es que el adolescente debe tener menos intercambio con los padres
que cuando era niño. Esto no significa menos diálogo con los padres. Pero es
necesario que el desprendimiento empiece dentro de la casa, antes que se
haga de casa hacia el mundo (Vidal, 1991, p. 60).
Hay que saber desprenderse del hijo, hay que permitirle salir sin sentirse inepto
para cambiar su mundo y sin sentir culpa de abandonar a los padres. De
alguna manera el momento del desprendimiento es un momento también
dependiente de cómo las etapas anteriores fueron recorridas (Vidal, 1991, p.
60).
Cabe aclarar en este punto, que definir a la familia por sus síntomas es una
tipología ya en desuso por la teoría familiar sistémica, ya que esto “ata al tipo de
familia al tipo de problema” (Hoffman, 2010, p.71), sin embargo a la luz de la
generalidad de lo que se está planteando, no cabe definir, como actualmente se
considera, las familias por sus estructuras y secuencias ya que este documento no
presenta ningún caso particular de familia con TEA.
En la década del cuarenta del siglo pasado, el médico Leo Kanner, estudia en
Estados Unidos un grupo de niños con características determinadas que diagnostica
como autismo infantil precoz. Esta investigación significa el primer acercamiento con
base científica al autismo.
En la cuarta edición del DSM existían distintas acepciones para los diferentes
grados de autismo, por ejemplo, Síndrome de Asperger para autismo de alto
rendimiento intelectual. Esto se ve modificado en la quinta edición donde se clasifican
los niveles de autismo por los distintos grados de severidad.
Antecedentes
María Ángeles Martinez y María Cruz Bilbao (2008) un artículo sobre la realidad
familiar de personas con TEA, en el mismo exponen que existe un primer momento
que es el de toma de conciencia sobre que algo sucede y que se ve dificultado por
tratarse de una discapacidad que no presenta rasgos visibles sumado a tratarse, como
su nombre lo indica, de un espectro amplio de manifestaciones donde la sospecha
familiar de algún diagnóstico, gravita en la acumulación de observaciones
aparentemente insignificantes. Un segundo momento, es el recibir el diagnóstico, esto
despierta un sentimiento ambiguo mediado por el alivio de haber culminado la
búsqueda y lo que significa el comienzo de un proceso doloroso. Si bien todas las
etapas que se describen tienen un tinte particular en cada familia, pudiendo en
algunos casos ser por completo distinto, el “diagnóstico se vive algo muy parecido a
las etapas de elaboración de duelo” (Kübler-Ross, 1989, citado en Martinez y Bilbao,
2008). Esto moviliza sentimientos de pérdida, hipersensibilidad, incertidumbre,
labilidad emocional, sentimientos de culpabilidad, enojo, entre otros, es el comienzo de
la aceptación de un diagnóstico que durará toda la vida y puede conducir a la
desesperanza y depresión. Pero pasar por estos distintos momentos es lo que hace
posible la aceptación de la realidad, un punto al que algunos nunca llegan, que sucede
cuando el estado de depresión es superado por la toma de medidas racionales que
compensen el problema.
Las familias conviven de múltiples maneras con el autismo, pero sin duda un factor
clave es que la familia pueda pensarse como totalidad y no en función del autismo,
aunque sabemos que el diagnóstico y posterior trabajo sintomático trastoca todos los
niveles familiares por el hecho que una modificación en un miembro del sistema afecta
a todos sus integrantes. Diferentes estudios presentados por Martinez y Bilbao (2008)
demuestran “que la convivencia con un hijo con TEA provoca en los padres niveles de
estrés muy superiores [en comparación] con otras discapacidades” (p. 222). El impacto
que genera el enfrentarse al TEA va de la mano con las potencialidades de
adaptabilidad que tenga la familia y la percepción que se tenga de la situación.
Favorecer la convivencia con el autismo, implica a demás de los recursos señalados,
aceptar las características específicas del niño con TEA y cómo se manifiestan en él.
Asumir el diagnóstico modifica inevitablemente las relaciones existentes y a las
personas del grupo familiar, el clima familiar, el contexto. Para sobrellevar el estrés que
implica asumir el cambio, ayuda tener expectativas realistas en relación al hijo y
priorizar la calidad del clima familiar, esto “previene posibles complicaciones a nivel
personal, familiar y social” (Martinez y Bilbao, 2008, p. 224). Otro punto importante a
no descuidar es la comunicación “cuando una persona con autismo llega a un sistema
familiar la comunicación está amenazada y vulnerable por la necesidad de ocultar el
dolor, la incertidumbre, la rabia y las preocupaciones con el fin de mantener la
homeostasis familiar” (Martinez y Bilbao, 2008, p. 225).
Blanca Núñez (2003) realiza una investigación con más de 600 familias que
llegan a consulta con un hijo con discapacidad de diversa índole: motriz, mental,
auditiva, entre otras, las edades oscilan entre 0 a 20 años. El documento es un
testimonio basado en tres décadas de trabajo consecutivo en clínica con familias con
un hijo con discapacidad.
Este tipo de familias representa para Núñez (2003) una población de riesgo,
dado que el especialista deberá implementar una “estrategia de intervención en crisis”
(p.1). Se requerirá del especialista que aborde la familia, conocimiento sobre la
discapacidad en cuestión de modo de contribuir a la elaboración familiar del problema
y simultáneamente poder acompañar y sostener las distintas intervenciones
profesionales en el proceso con la familia.
En el registro que la autora hace de las situaciones de familias con un hijo con
discapacidad, distingue las disfuncionalidades que aparecen con mayor frecuencia,
estas son: división rígida de roles, disminución de la vincularidad conyugal sobre el
predominio de la parental, alto nivel de reproches y recriminaciones entre los
miembros de la pareja, intensos sentimientos de sobreexigencia y agobio en relación a
las demandas del hijo, incomunicación y distancia en el sistema conyugal, retraimiento
del mundo social.
Suele ocurrir también un retraimiento del mundo social, en parte porque resulta
más difícil sostener vínculos externos al sistema en función al tiempo que demanda la
crianza de un hijo con discapacidad.
En relación al subsistema parental suelen presentarse otro tipo de dificultades
que se relacionan simultáneamente con las primeras. Desde el momento en que se
descubre la discapacidad, el vínculo entre el hijo y los padres queda inundado de
sentimientos encontrados, muy intensos y contradictorios como: inseguridad,
desconcierto, culpa, dolor, entre otros. Los sentimientos negativos suelen entran en
ambivalencia con otros positivos como sentimientos de amor y ternura, orgullo, deseos
de reparación, sentirse enfrentando permanentemente un desafío, sentir como se van
superando las dificultades, el crecimiento y desarrollo personal entre otros.
Existe otro tipo de situación donde la discapacidad se vive como una sentencia
sin salida, no se espera nada de ese hijo, nada se le pide, predomina la desilusión,
desesperanza e impotencia, hay un vínculo paterno-filial sin demandas
Puede que en una situación de discapacidad a los padres les cueste asumir la
puesta de límites y disciplina, el vínculo se transforma en una oscilación entre el
descontrol violento y la permisividad. En tal caso el niño reacciona despóticamente,
busca la satisfacción inmediata y permanente de los deseos. Ocasionalmente los
padres en esta situación muestran reacciones violentas que son generadoras de
culpa.
Por otro lado, Chung y Solomon (2012) nos plantean cómo los terapeutas
familiares pueden dar apoyo a padres de niños con TEA, focalizan el abordaje
sistémico en el subsistema parental y en que será necesario para un mejor
posicionamiento del terapeuta estar actualizado con la información sobre autismo,
factor clave para poder entender cómo la terapia familiar puede ayudar a padres de
niños con TEA y poder crear un plan de tratamiento que sea comprensivo. Esto es, el
terapeuta familiar forma parte de un equipo de ayuda, orienta a los padres de niños
con autismo, lo que implica sumarse de manera activa no solo para con los padres y el
resto de la familia, sino que también deberá balancear su trabajo con el equipo de
educación y el equipo médico, lo que implica de algún modo aunarse para trabajar en
“minimizar el impacto del autismo en el niño y trabajar para maximizar su potencial”
(Chung y Solomon, 2012, p. 255). Plantean el modelo “herramienta de tres patas” que
se basa la división del abordaje en tres grandes áreas, la primera representa “terapias
tradicionales” donde se trabaja de manera directa los síntomas del niño con autismo,
la segunda “intervenciones biomédicas” son la complementariedades médicas al
tratamiento y la tercera “apoyo emocional a la familia” en la cual trabajará el terapeuta
familiar para brindar soporte emocional al sistema parental, pero él mismo deberá
tener entendimiento “de las otras dos patas” (Chung y Solomon, 2012, p.256).
Trabajar en terapia familiar implica trabajar con la acción, significado y emoción
que provoca el autismo en los padres. Para las autoras, esto implica trabajar en
mantener el subsistema parental fuerte e intacto. Trabajar con el dominio la acción
implica que los padres puedan encontrar un camino de hacer las cosas tanto para sus
vidas como para la realidad del niño con autismo. Las rutinas y la mantención de las
mismas, son una clave para optimizar el funcionamiento del niño con TEA, esto
significa poder co-construir con los padres una rutina de funcionamiento que conjugue
las demandas del niño con autismo, de sus hermanos y de la pareja, a las que las
veces se suman las demandas de los equipos de tratamiento. En función de las
necesidades de cada familia, el terapeuta puede apoyar el esfuerzo de los padres con
visitas al domicilio, fortaleciendo la creación de un ambiente familiar que contemple las
necesidades de todos los miembros, también deberá animar a los padres a hablar con
el resto de los hermanos sobre autismo. Un elemento fundamental a fortalecer son los
encuentros maritales como una manera de reducir los riesgos de desconexión y culpa
entre los padres y evitarles el sentimiento de pensarse como simples cuidadores, en
función de poder tomar la oportunidad como algo favorecedor para ellos mismos y
toda la familia.
Es fácil para los padres sentir que nunca hacen suficiente, resulta
indispensable que el terapeuta familiar pueda brindarles apoyo también para
recordarles que deben hacerse cargo de sí mismos y realizar actividades donde
puedan despreocuparse, esto incidirá en el impacto diario del funcionamiento de los
padres de manera positiva permitiéndoles un mayor control sobre sus emociones.
Sobre el significado del autismo, es preciso construir una narrativa familiar que dé
cuenta del TEA, esto ayudará a la conciliación entre la concepción los miembros de la
pareja y será clave en la aceptación del diagnóstico y la situación toda, contribuye a la
conexión y empatía compartida entre los mismos. Un punto importante es poder
pensar la tención que implica la aceptación del autismo y la lucha constante por
recuperar lo perdido, pues esto supone una batalla interna real en ambos padres:
pelear y aceptar. “La exploración de las emociones ayuda a que los padres construyan
un relato sobre lo que significa el evento social para cada cual. Desde este lugar de
colaboración, los padres con suerte pueden crear un plan de acción que se sienta “lo
suficientemente bueno”” (Chung y Solomon, 2012, p.261).
Discusión
En una segunda etapa del sistema familiar, las expectativas sobre un nuevo
miembro cuando nace o se adopta un hijo resultan inevitables y determinan un lugar
en la estructura familiar. Hay una identidad familiar asignada para ese hijo. Cuanto
más rígida sea, existen menos posibilidades de hacerse cargo, lo que genera un
conflicto proporcional a la rigidez que se imponga desde la visión de los padres.
En el caso de los niños con trastorno del espectro autista, cuando comienza a
mostrar rasgos de dificultad, sumado a la imposibilidad de “establecer relaciones de
afecto y amor” (Argenta et al., 2014, p.280) comienza la etapa de duelo del niño
idealizado y lo desconcertante. Núñez (2003) nos plantea que la crisis accidental, de lo
inesperado, caracteriza este momento y comienza transitarse sobre los signos de
dificultad que muestra el hijo, previo al diagnóstico. Gloffka (2010) hace hincapié en
brindar orientación a los padres durante el proceso de aceptación del diagnóstico,
pudiendo “trabajar con el niño ideal v/s real” (p.106). Este proceso comprende
características muy similares a transitar un duelo (Kübler-Ross, 1989, citado en
Martinez y Bilbao, 2008). Resulta imprescindible superar este momento. Implica la
aceptación de una realidad diferente a la que se suponía que “lleva a instaurar una
nueva posición subjetiva” (Singer, 2014, p.117), y que habilita a elaborar sobre la base
de la realidad que se impone.
El principio de realidad se impone más allá que la situación haya sido asumida
o no por lo padres.
Llegar a la adolescencia del hijo con TEA, sin haber transitado por el proceso
de duelo, no significa que en este momento todo está perdido, pero si considerar que
se han relegado momentos evolutivos de suma importancia, al decir de Cohen (2009):
Cuanto menos edad tenga, más vulnerable al funcionamiento del sistema que
forma parte, por lo tanto más relevante es la necesidad de intervenir sobre todo
el sistema. De no hacerlo y optar por una intervención individual, se puede
generar iatrogenia, ya que al considerar al niño como “enfermo” se lo refuerza
en ese lugar y no se modifican las condiciones que producen y mantienen en
ese estado (p.77).
En la edad adulta de los hijos, los padres deben poder desprenderse de los
mismos, dejarlo salir sin hacerlo sentir un inepto, de alguna forma esto requiere una
preparación previa que sólo será posible en la conjunción de: los estímulos y
entrenamientos de los tratamientos recibidos, del potencial que se haya estimulado en
las etapas anteriores, de la forma en que se haya pensado ese potencial, también de
su capacidad biológica y sobre todo de la aceptación temprana del diagnóstico por
parte de los padres.
Las familias conviven de múltiples maneras con el autismo, pero sin duda un
factor clave es que la familia pueda pensarse como totalidad y no en función del
autismo. Sabemos que los tratamientos de entrenamiento específicos trastocan todos
los niveles familiares por el hecho que una modificación en un miembro del sistema
afecta a todos sus integrantes. Asumir el diagnóstico modifica inevitablemente las
relaciones existentes y a las personas del grupo familiar, el clima familiar, el contexto.
Para sobrellevar el estrés que implica asumir el cambio, ayuda tener expectativas
realistas en relación al hijo y priorizar la calidad del clima familiar. Sobre este punto
conviene no descuidad ninguno de los tres subsistemas familiares (conyuga, parental,
fraterno) en su globalidad. Un elemento fundamental a fortalecer son los encuentros
maritales como una manera de reducir los riesgos de desconexión y culpa entre los
padres y evitarles el sentimiento de pensarse como simples cuidadores, en función de
poder tomar la oportunidad como algo favorecedor para ellos mismos y toda la familia.
Argenta et al. (2014), Ávila y Soliz (2006), Campbell-Araujo y Figueroa (2001), entre
otros, consideran de gran importancia no descuidar los lazos sociales externos a la
familia que ofician de redes de apoyo.
Gloffka (2010) destaca que factores claves para el desarrollo del niño refieren a
una organización familiar sobre la base de complementariedad, flexible y estable, así
como la co-participación de los padres en el proceso terapéutico para lograr
repercusiones positivas en los planos individual y familiar. Sobre los agentes
facilitadores, se trata de “conocer los potenciales y destrezas cognitivas que presenta
el niño con autismo, así plantear objetivos terapéuticos realistas y adecuados” (p.106).
Trabajar con el dominio la acción implica que los padres puedan encontrar un
camino de hacer las cosas tanto para sus vidas como para la realidad del niño con
autismo. Poder co-construir con los padres una rutina de funcionamiento que conjugue
las demandas del niño con autismo, de sus hermanos y de la pareja, a las que las
veces se suman las demandas de los equipos de tratamiento. También deberá animar
a los padres a hablar con el resto de los hermanos sobre autismo, para co-construír
una narrativa familiar al respecto (Chung y Solomon, 2012).
La optimización de las habilidades del niño con TEA, implica para el sistema de
algún modo aunarse para trabajar en “minimizar el impacto del autismo en el niño y
trabajar para maximizar su potencial” (Chung y Solomon, 2012, p. 255) así como en el
de todos los miembros del sistema. Para lograr este estado de optimización de los
recursos familiares, resulta imprescindible trabajar sobre las posibilidades reales de la
persona con TEA y de las posibilidades de la familia. Valdés (2005) hace gran hincapié
en que las diferentes posturas sobre cómo se piensa el problema comunican unas
posibilidades que son potenciadas y otras que son negadas y que esto actúa en
función a cómo se piensa la discapacidad.
Reflexiones finales
Los tratamientos en nuestro país suelen estar dirigidos de forma exclusiva a las
personas con autismo. Resulta una deuda social el abordaje familiar como forma de
optimizar los recursos del sistema y perpetuar los logros en el tiempo.
Bibliografía consultada