El Papa Francisco Incluye en Las Letanías
El Papa Francisco Incluye en Las Letanías
El Papa Francisco Incluye en Las Letanías
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Esta noticia ha sido comunicada por parte del cardenal Robert Sarah y monseñor
Arthur Roche, prefecto y secretario de la congregación para el culto divino y la
disciplina de los sacramentos. Se trata de una inclusión que por ejemplo en su día
hizo el Santo Padre San Juan Pablo II, agregando la invocación «Madre de la
familia».
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Esta noticia ha sido comunicada por parte del cardenal Robert Sarah y monseñor
Arthur Roche, prefecto y secretario de la congregación para el culto divino y la
disciplina de los sacramentos. Se trata de una inclusión que por ejemplo en su día
hizo el Santo Padre San Juan Pablo II, agregando la invocación «Madre de la
familia».
En primer lugar, cabe preguntarse qué son las Letanías Lauretanas que,
normalmente, rezamos tras el Rosario. En el Directorio sobre la piedad popular y
la liturgia. Principios y orientaciones, elaborado por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el año 2002, se las
define así:
Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio, están las
letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones dirigidas a la Virgen,
que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean un flujo de oración
caracterizado por una insistente alabanza-súplica. (…)
La esperanza cristiana no tiene nada que ver con las “falsas esperanzas” que
ofrecen las sociedades consumistas y las utopías que venden la salvación
intramundana. Tampoco tiene nada que ver con la pseudo-filosofía de Mr.
Wonderful, que viene a decir que todo saldrá bien siempre y que la vida es un
festival de luz y de color. No, en la vida se mezclan en una urdimbre esencial la
alegría y la tristeza; el éxtasis gozoso y el paroxismo del dolor; el bien y el mal. Así
pues, en un mundo contingente y finito, que camina evolucionando hacia su
perfección última y en el que se deja espacio a la libertad de la criatura, la
presencia ominosa del mal se impone como una realidad. El Verbo, al encarnarse,
asumió nuestra naturaleza para restañar la herida del pecado y para glorificarla en
el seno mismo de la Trinidad.
Se me vienen unas palabras del Rabino Harold Kushner: “el papel de Dios no es
protegernos del dolor y de la pérdida, sino protegernos del hecho de permitir que
el dolor y las pérdidas definan nuestras vidas”. En efecto, Dios, en Jesús, no vino
a explicar teóricamente el sufrimiento, sino a iluminarlo con su presencia. La
esperanza cristiana, cuyo fundamento es la Resurrección y Ascensión de Cristo,
consiste en la promesa, más firme que los sillares de Roma, de que ni el mal ni el
pecado ni la muerte tendrán la última palabra, ya que en la totalidad de lo creado
han sido vencidos para siempre.
En nuestra Madre se encuentra colmada la promesa divina, pues Ella participa de
manera eminentísima de la victoria de su Hijo; lo que es más, en su gloriosa
Asunción en cuerpo y alma queda confirmada nuestra esperanza: una de nuestro
linaje vive gloriosa para siempre. Así pues, María se nos presenta como imagen
de la humanidad entera que aguarda la luz del día sin ocaso en el que, por pura
gracia, gozaremos de los cielos nuevos y la tierra nueva ante la soberana
presencia del Dios Amor. Esta es la esperanza cierta que no defrauda.