Poemario de José Santos Chocano y Josémaría Eguren

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1

POEMARIO DE

JOSÉ SANTOS CHOCANO


Y
JOSÉ MARÍA EGUREN
2

JOSÉ SANTOS CHOCANO


3

NOSTALGIA

Hace ya diez años

que recorro el mundo.


¡He vivido poco!

¡Me he cansado mucho!

Quien vive de prisa no vive de veras,


quien no echa raíces no puede dar frutos.

Ser río que recorre, ser nube que pasa,

sin dejar recuerdo ni rastro ninguno,


es triste y más triste para quien se siente

nube en lo elevado, río en lo profundo.

Quisiera ser árbol mejor que ser ave,

quisiera ser leño mejor que ser humo;


y al viaje que cansa

prefiero terruño;

la ciudad nativa con sus campanarios,

arcaicos balcones, portales vetustos

y calles estrechas, como si las casas


tampoco quisieran separarse mucho...

Estoy en la orilla

de un sendero abrupto.

Miro la serpiente de la carretera

que en cada montaña da vueltas a un nudo;

y entonces comprendo que el camino es largo,


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que el terreno es brusco,


que la cuesta es ardua,

que el paisaje es mustio...

¡Señor! ¡Ya me canso de viajar! ¡Ya siento

nostalgia, ya ansío descansar muy junto


de los míos!... Todos rodearán mi asiento

para que les diga mis penas y mis triunfos;

y yo, a la manera del que recorriera

un álbum de cromos, contaré con gusto


las mil y una noches de mis aventuras

y acabaré en esta frase de infortunio:

—¡He vivido poco!

JOSÉ SANTOS CHOCANO


5

BLASÓN

Soy el cantor de América

autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto

un ideal.

Mi verso no se mece colgado de un ramaje

con vaivén pausado de hamaca tropical…

Cuando me siento inca, le rindo vasallaje

al Sol, que me da el cetro de su poder real;

cuando me siento hispano y evoco el coloniaje


parecen mis estrofas trompetas de cristal.

Mi fantasía viene de un abolengo moro:

los Andes son de plata, pero el león, de oro,


y las dos castas fundo con épico fragor.

La sangre es española e incaico es el latido;

y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido

un blanco aventurero o un indio emperador.

JOSÉ SANTOS CHOCANO


6

LA TRISTEZA DEL INCA

Este era un Inca triste, de soñadora frente,

de ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel,


que recorrió su imperio, buscando inútilmente

a una doncella hermosa y enamorada de él.

Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero;


puso a su tropa en marcha y el broquel requirió;

fue sembrando despojos sobre cada sendero

y las nieves más altas con su sangre manchó.

Tal, sus flechas cruzaron inviolables regiones,

en que apenas los ríos se atrevían a entrar;

y tal fue, derramando sus heroicas legiones:

de la selva a los andes de los andes al mar.


Fue gastando las flechas que tenía en su aljaba,

una vez y otra y otra, de región en región,

porque cuando salía victorioso, lograba

levantar la cabeza, pero no el corazón.

Y cansado de tanto levantar la cabeza,

celebró bailes magnos y banquetes sin fin,

pero no logra nada disipar su tristeza,

ni la sangre del choque, ni el licor del festín.

Nada entraba en el fondo de su espíritu oculto:

ni las cándidas ñustas de dinástico rol,


7

ni los cirios de Quito, consagradas al culto,


ni del Cuzco, tampoco, los vestales del sol.

Fue llamado el más viejo sacerdote; Adivina

este mal que me aqueja y el remedio del mal;


dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina,

aquel joven monarca, displicente y sensual.

- ¡Ay, señor! - dijo el viejo sacerdote -


Tus penas remediarse no pueden; tu pasión es mortal.

La mujer que has ideado tiene añil en las venas

un trigal en los bucles y en la boca un coral.

- ¡Ay, señor! - ciertos días vendrán hombres muy blancos,

Ha de oírse en los bosques el marcial caracol:

cataratas de sangre colmaran los barrancos,

y entrarán otros dioses en el Templo del Sol.

La mujer que has ideado pertenece a tal raza,

vanamente la buscas en tu innúmera grey,

y servirte no pueden oración ni amenaza,

porque tiene otra sangre, otro dios y otro rey

Cuando el rito sagrado le mando optar esposa,

hizo astillas el cetro con vibrante dolor,

y aquel joven monarca se enterró en una fosa


y pensando en la rubia fue muriendo de amor.

JOSÉ SANTOS CHOCANO


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¡QUIÉN SABE!

Indio que asomas a la puerta

de esa tu rústica mansión,


¿para mi sed no tienes agua?,

¿para mi frío, cobertor?,

¿parco maíz para mi hambre?,

¿para mi sueño, mal rincón?


¿breve quietud para mi andanza?...

—¡Quién sabe, señor!

Indio que labras con fatiga


tierras que de otro dueño son:

¿ignoras tú que deben tuyas

ser, por tu sangre y tu sudor?

¿Ignoras tú que audaz codicia,


siglos atrás, te las quitó?

¿Ignoras tú que eres el amo?

—¡Quién sabe, señor!

Indio de frente taciturna


y de pupilas sin fulgor,

¿qué pensamiento es el que escondes

en tu enigmática expresión?

¿Qué es lo que buscas en tu vida?,


¿qué es lo que imploras a tu Dios?,

¿qué es lo que sueña tu silencio?

—¡Quién sabe, señor!


9

¡Oh raza antigua y misteriosa

de impenetrable corazón,

y que sin gozar ves la alegría

y sin sufrir ves el dolor;


eres augusta como el Ande,

el Grande Océano y el Sol!

Ese tu gesto, que parece

como de vil resignación,


es de una sabia indiferencia

y de un orgullo sin rencor...

Corre en mis venas sangre tuya,


y, por tal sangre, si mi Dios

me interrogase qué prefiero,

—cruz o laurel, espina o flor,

beso que apague mis suspiros


o hiel que colme mi canción—

responderíale dudando:

—¡Quién sabe, Señor!

JOSÉ SANTOS CHOCANO


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LA MAGNOLIA

En el bosque, de aromas y de músicas lleno,

la magnolia florece delicada y ligera,

cual vellón que en las zarpas enredado estuviera,


o cual copo de espuma sobre lago sereno.

Es un ánfora digna de un artífice heleno,

un marmóreo prodigio de la Clásica Era:


y destaca su fina redondez a manera

de una dama que luce descotado su seno.

No se sabe si es perla, ni se sabe si es llanto.


Hay entre ella y la luna cierta historia de encanto,

en la que una paloma pierde acaso la vida:

porque es pura y es blanca y es graciosa y es leve,

como un rayo de luna que se cuaja en la nieve,


o como una paloma que se queda dormida.

JOSÉ SANTOS CHOCANO

DE VIAJE
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Ave de paso,

fugaz viajera desconocida:

fue sólo un sueño, sólo un capricho, sólo un acaso;

duró un instante, de los que llenan toda una vida.

No era la gloria del paganismo,

no era el encanto de la hermosura plástica y recia:

era algo vago, nube de incienso, luz de idealismo.


No era la Grecia:

¡era la Roma del cristianismo!

Alrededor era de sus dos ojos ¡oh, qué ojos, ésos!

que las fracciones de su semblante desvanecidas


fingían trazos de un pincel tenue, mojado en besos,

rediviviendo sueños pasados y glorias idas...

Ida es la gloria de sus encantos,


pasado el sueño de su sonrisa.

Yo lentamente sigo la ruta de mis quebrantos;

¡ella ha fugado como un perfume sobre la brisa!

Quizás ya nunca nos encontremos;


quizás ya nunca veré a mi errante desconocida;

quizás la misma barca de amores empujaremos,

ella de un lado, yo de otro lado, como dos remos,

¡toda la vida bogando juntos y separados toda la vida!

JOSÉ SANTOS CHOCANO


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LA ESPIGA

El golpe de la hoz sobre la espiga

repercute en el cielo‫ ؛‬porque el cielo


hace del trigo el pan que calma el duelo

y hace la hostia que el pesar mitiga.

El codiciado pan de blanda miga


y la hostia ritual son, sobre e! suelo,

trasuntos de ese Dios que da Consuelo

al mismo que lo insulta y que lo hostiga.

En el campo la espiga que se mece

a compás de las músicas del viento,

siempre hacia el cielo sin doblarse crece.

Heraldo el trigo de ventura y calma

cuando no es hostia, es pan: es alimento,

¡cuando no para el cuerpo para el alma!

JOSÉ SANTOS CHOCANO

LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES


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¡Los caballos eran fuertes!


¡Los caballos eran ágiles!

Sus pescuezos eran finos y sus ancas

relucientes y sus cascos musicales...

¡Los caballos eran fuertes!

¡Los caballos eran ágiles!

¡No! No han sido los guerreros solamente,


de corazas y penachos y tizonas y estandartes,

los que hicieron la conquista

de las selvas y los Andes:

Los caballos andaluces, cuyos nervios

tienen chispas de la raza voladora de los árabes,

estamparon sus gloriosas herraduras

en los secos pedregales,


en los húmedos pantanos,

en los ríos resonantes,

en las nieves silenciosas,

en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles.

¡Los caballos eran fuertes!

¡Los caballos eran ágiles!

Un caballo fue el primero,


en los tórridos manglares,

cuando el grupo de Balboa caminaba

despertando las dormidas soledades,


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que de pronto dio el aviso


del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire

al olfato le trajeron

las salinas humedades;

y el caballo de Quesada, que en la cumbre

se detuvo viendo, en lo hondo de los valles,

el fuetazo de un torrente

como el gesto de una cólera salvaje,


saludo con un relincho

la sabana interminable...

y bajó con fácil trote,

los peldaños de los Andes,


cual por unas milenarias escaleras

que crujían bajo el golpe de los cascos musicales...

¡Los caballos eran fuertes!


¡Los caballos eran ágiles!

Y aquel otro, de ancho tórax,

que la testa pone en alto

cual queriendo ser más grande,


en que Hernán Cortés un día

caballero sobre estribos rutilantes,

desde México hasta Honduras

mide leguas y semanas entre rocas y boscajes,


es más digno de los lauros

que los potros que galopan

en los cánticos triunfales


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con que Píndaro celebra


las olímpicas disputas

entre el vuelo de los carros y la fuga de los aires

Y es más digno todavía


de las odas inmortales

el caballo con que Soto, diestramente,

y tejiendo las cabriolas como él sabe,

causa asombro, pone espanto, roba fuerzas,


y entre el coro de los indios,

sin que nadie haga un gesto de reproche,

llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas

las insignias imperiales.

¡Los caballos eran fuertes!

¡Los caballos eran ágiles!

El caballo del beduino

que se traga soledades.

El caballo milagroso de San Jorge,

que tritura con sus cascos los dragones infernales.

El de César en las Galias.


El de Aníbal en los Alpes.

El Centauro de las clásicas leyendas,

mitad potro, mitad hombre,

que galopa sin cansarse,


y que sueña sin dormirse,

y que flecha los luceros,

y que corre como el aire,


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todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre,


que los épicos caballos andaluces

en las tierras de la Atlántida salvaje,

soportando las fatigas,

las espuelas y las hambres,


bajo el peso de las férreas armaduras,

cual desfile de heroísmos,

coronados entre el fleco de los anchos estandartes

con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante.

En mitad de los fragores del combate,

los caballos con sus pechos arrollaban

a los indios, y seguían adelante.


Y, así, a veces, a los gritos de "¡Santiago!",

entre el humo y e fulgor de los metales,

se veía que pasaba, como un sueño,

el caballo del apóstol a galope por los aires

¡Los caballos eran fuertes!

¡Los caballos eran ágiles!

Se diría una epopeya


de caballos singulares

que a manera de hipogrifos desolados

o cual río que se cuelga de los Andes,

llegan todos sudorosos, empolvados, jadeantes,


de unas tierras nunca vistas,

a otras tierras conquistables.

Y de súbito, espantados por un cuerno


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que se hincha con soplido de huracanes,


dan nerviosos un soplido tan profundo,

que parece que quisiera perpetuarse.

Y en las pampas y confines

ven las tristes lejanías


y remontan las edades

y se sienten atraídos

por los nuevos horizontes:

Se aglomeran, piafan, soplan, y se pierden al escape.

Detrás de ellos, una nube,

que es la nube de la gloria,

se levanta por los aires.

¡Los caballos eran fuertes!

¡Los caballos eran ágiles!

JOSÉ SANTOS CHOCANO


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LA CANCIÓN DEL CAMINO

Era un camino negro.

La noche estaba loca de relámpagos. Yo iba

en mi potro salvaje
por la montañosa andina.

Los chasquidos alegres de los cascos,

como masticaciones de monstruosas mandíbulas

destrozaban los vidrios invisibles


de las charcas dormidas.

Tres millones de insectos

formaban una como rabiosa inarmonía.

Súbito, allá, a lo lejos,

por entre aquella mole doliente y pensativa

de la selva,

vi un puñado de luces, como un tropel de avispas.

¡La posada! El nervioso

látigo persignó la carne viva

de mi caballo, que rasgó los aires

con un largo relincho de alegría.

Y como si la selva

comprendiese todo, se quedó muda y fría.

Y hasta mí llegó, entonces,

una voz clara y fina

de mujer que cantaba. Cantaba. Era su canto


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una lenta... muy lenta... melodía:


algo como un suspiro que se alarga

y se alarga y se alarga... y no termina.

Entre el hondo silencio de la noche,


y a través del reposo de la montaña,

oíanse los acordes

de aquel canto sencillo de una música íntima,

como si fuesen voces que llegaran


desde la otra vida..

Sofrené ml caballo;

y me puse a escuchar lo que decía:

- Todos llegan de noche,

todos se van de día...

Y, formándole dúo,

otra voz femenina

completó así la endecha

con ternura infinita:

- El amor es tan sólo una posada

en mitad del camino de la vida.

Y las dos voces, luego,


a la vez repitieron con amargura rítmica:

- Todos llegan de noche,


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y todos se van de día ...


Entonces, yo bajé de mi caballo

y me acosté en la orilla

de una charca.

Y fijo en ese canto que venía

a través del misterio de la selva,

fui cerrando los ojos al sueño y la fatiga.

Y me dormí, arrullado; y, desde entonces,

cuando cruzo las selvas por rutas no sabidas,

jamás busco reposo en las posadas;

y duermo al aire libre mi sueño y mi fatiga,


porque recuerdo siempre

aquel canto sencillo de una música íntima:

- Todos llegan de noche,


todos se van de día!

El amor es tan sólo una posada

en mitad del camino de la vida...

JOSÉ SANTOS CHOCANO

JOSE MARÍA EGUREN


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22

Los muertos

Los nevados muertos,

bajo triste cielo,

van por la avenida


doliente que nunca termina.

Van con mustias formas

entre las auras silenciosas,

y de la muerte dan el frío


a sauces y lirios.

Lentos brillan blancos

por el camino desolado.


y añoran las fiestas del día

y los amores de la vida.


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Al caminar los muertos una


esperanza buscan:

y miran sólo la guadaña,

la triste sombra ensimismada.

En yerma noche de las brumas

y en el penar y la pavura,

van los lejanos caminantes

por la avenida interminable.

Las bodas vienesas

En la casa de las bagatelas,

Vi un mágico verde de rostro cenceño,

Y las cincidelas
Vistosas le cubren la barba de sueño.

Dos infantes oblongos deliran

Y al cielo levantan sus rápidas manos,

Y dos rubias gigantes suspiran,


Y el coro preludian cretinos ancianos.

Que es la hora de la maravilla;

La música rompe de canes y leones


Y bajo chinesca pantalla amarilla

Se tuercen guineos con sus acordeones.


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Y al compás de los címbalos suaves,


Del hijo del Rino comienzan las bodas;

Con sus basquiñas enormes y graves

Preséntase mustias las primeras beodas.

Y margraves de añeja Germania,

Y el rútilo extraño de blonda melena,

Y llega con flores azules de insania

La bárbara y dulce princesa de Viena.

Y al dulzor de las virgíneas camelias

Van pos del cortejo la banda macrobia,

Y rígidas, fuertes, las tías Amelias;


Y luego cojeando, cojeando la novia,

La luz de Varsovia

Y en la racha que sube a los techos

Se pierden, al punto, las mudas señales,

Y al compás alegre de enanos deshechos


Se elevan divinos los cantos nupciales.

Y en la bruma de la pesadilla

Se ahogan luceros azules y raros,


Y, al punto, se extiende como nubecilla

El mago misterio de los ojos claros.


25

Marcha fúnebre de una Marionnette

Suena trompa del infante con aguda melodía...


La farándula ha llegado a la reina Fantasía;

Y en las luces otoñales se levanta plañidera

La carroza plañidera.

Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos

Y con sus caparazones los acéfalos caballos;

Van azul melancolía

La muñeca. ¡No hagáis ruido!;


Se diría, se diría

Que la pobre se ha dormido.

Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones


Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.

Ya monótona en litera

Va la reina de madera;

Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,

Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;


Suena el pífano campestre con los aires de la danza.

¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!

Con silente poesía


Va un grotesco Rey de Hungría

Y los siguen los alanos;

Así toda la jauría


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Con los viejos cortesanos.


Y en tristor a la distancia

Vuelan goces de la infancia,

Los amores incipientes, los que nunca han de durar.

¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!

Melancólico el zorcico se prolonga en la mañana,

La penumbra se difunde por el monte y la llanura,

Marionnette deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.

En la trocha aúlla el lobo

Cuando gime el melodioso paro bobo.

Tembló el cuerno de la infancia con aguda melodía


Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora

Con funesta poesía

Y Paquita danza y llora.

Los reyes rojos

Desde la aurora
Combaten los reyes rojos,

Con lanza de oro.

Por verde bosque


Y en los purpurinos cerros

Vibra su ceño.
27

Falcones reyes
Batallan en lejanías

De oro azulinas.

Por la luz cadmio,


Airadas se ven pequeñas

Sus formas negras.

Viene la noche
Y firmes combaten foscos

Los reyes rojos.

El dominó

Alumbraron en la mesa los candiles,


Moviéronse solos los aguamaniles,

Y un dominó vacío, pero animado,

Mientras ríe por la calle la verbena,

Se sienta iluminado,

Y principia la cena.

Su claro antifaz de un amarillo frío

Da los espantos en derredor sombrío

Esta noche de insondables maravillas,


Y tiende vagas, lucifugas señales

A los vasos, las sillas

Los ausentes comensales.


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Y luego en horror que nacarado flota,

Por la alta noche de voluntad ignota,

En la luz olvida manjares dorados,

Ronronea una oración culpable, llena


De acentos desolados,

Y abandona la cena.

La dama i

La dama i, vagorosa

En la niebla del lago,

Canto las finas trovas,

Va en su góndola encantada

De papel a la misa

Verde de la mañana.

Y en su ruta va cogiendo

Las dormidas umbelas

Y los papiros muertos.

Los sueños rubios de aroma

Despiertan blandamente

Su sardana en las hojas.


29

Y parte dulce, adormida,

A la borrasca iglesia

De la luz amarilla.

Lied I

Era el alba,

cuando las gotas de sangre en el olmo

exhalaban tristísima luz.

Los amores

de la chinesca tarde fenecieron

nublados en la música azul.

Vagas rosas

ocultan en ensueño blanquecino

señales de muriente dolor.

Y tus ojos

el fantasma de la noche olvidaron,

abiertos a la joven canción.


30

Es el alba;

hay una sangre bermeja en el olmo

y un rencor doliente en el jardín.

Gime el bosque,

y en la bruma hay rostros desconocidos

que contemplan el árbol morir.

Lied III

En la costa brava

Suena la campana,

Llamando a los antiguos


Bajales sumergidos.

Y como tamiz celeste

Y el luminar de hielo,

Pasan tristemente
Los bajales muertos.

Carcomidos, flavos,

Se acercan bajando...
Y por las luces dejan

Oscuras estelas.
31

Con su lenguaje incierto,


Parece que sollozan,

A la voz de invierno,

Preterida historia.

En la costa brava

Suena la campana

Y se vuelven las naves

Al panteón de los mares.

Lied V

La canción del adormido cielo

Dejó dulces pesares;

Yo quisiera dar vida a esa canción


Que tiene tanto de ti.

Ha caído la tarde sobre el musgo

Del cerco inglés,

Con aire de otro tiempo musical.

El murmurio de la última fiesta

Ha dejado colores tristes y suaves

Cual de primaveras oscuras


Y listones perlinos.

Y las dolidas notas


32

Han traído la melancolía


De las sombras galantes

Al dar sus adioses sobre la playa.

La celestía de tus ojos dulces


Tiene un pesar de canto,

Que el alma nunca olvidará.

El ángel de los sueños te ha besado


Para dejarte amor sentido y musical

Y cuyos sones de tristeza

Llegan al alma mía,

Como celestes miradas


En esta niebla de profunda soledad.

¡Es la canción simbólica

como un jazmín de sueño,


que tuviera tus ojos y tu corazón!

¡Yo quisiera dar vida a esta canción!

La niña de la lámpara azul

En el pasadizo nebuloso

Calcula mágico sueño de Estambul,


Su perfil presenta destelloso

La niña de la lámpara azul.


33

Ágil y risueña se insinúa,


Y su llama seductora brilla,

Tiembla en su cabello la garúa

De la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa

el fresco aroma de abedul,

habla de una vida milagrosa

la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura

Y besos de amor matutino,

Me ofrece la bella criatura


Un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,

Hiende leda, vaporoso tul;


Y me guía a través de la noche

La niña de la lámpara azul.

Nocturno

De Occidente la luz matizada

Se borra, se borra;
En el fondo del valle se inclina

La pálido sombra.
34

Los insectos que pasan la bruma


se mecen y flotan,

y en su largo mareo golpean

las húmedas hojas.

Por el tronco ya sube, ya sube

La nítida tropa

De las larvas que, en ramas desnudas,

Se acuestan medrosas.

En las ramas de fusca alameda

Que ciñen las rocas,

Bengalíes se mecen dormidos,


Soñando sus trovas.

Ya descansan los rubios silvanos

Que en punas y costas,


Con sus besos las blancas mejillas

Abrazan y doran.

En el lecho mullido la inquieta

Fanciulla reposa,
y muy grave su dulce, risueño

semblante se torna.

Que así viene la noche trayendo


Sus causas ignotas;

Así envuelve con mística niebla

Las ánimas todas.


35

Y las cosas, los hombres domina

La parda señora,

De brumosos cabellos flotantes

y negra corona

Peregrín cazador de figuras

En el mirador de la fantasía,

Al brillar del perfume

tembloroso de armonía;

en la noche que llamas consume;

cuando duerme el ánade implume,

Los órficos insectos se abruman


y luciérnagas fuman;

cuando lucen los silfos galones, entorcho

y vuelan mariposas de corcho

o los rubios vampiros cecean,


o las firmes jorobas campean;

por la noche de los matices,

de ojos muertos y largas narices;


36

en el mirador distante,
por las llanuras;

Peregrín cazador de figuras

Con ojos de diamante


Mira desde las ciegas alturas.

La Pensativa

En los jardines otoñales,

bajo palmeras virginales,


miré pasar muda y esquiva

la Pensativa.

La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;

Que en el misterio se perdía

De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;

Y su faz bella vespertina

Era un pesar en la neblina...

Luego marchaba silenciosa

A la penumbra candorosa;

Y un triste orgullo la encendía,


37

¿Qué pensaría?

¡Oh su semblante nacarado

Con la inocencia y el pecado!

¡oh, sus miradas peregrinas


de las llanuras mortecinas!

Era beldad hechizadora;

Era el dolor que nunca llora;


¿Sin la virtud y la ironía

Qué sentiría?

En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,

Rumbo al poniente, muda, esquiva

¡La Pensativa!

El caballo

Viene por las calles,


a la luna parva,

un caballo muerto

en antigua batalla.

Sus cascos sombríos...

trepida, resbala;

da un hosco relincho,
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con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina

de la barricada,

con ojos vacíos


y con horror, se para.

Más tarde se escuchan

sus lentas pisadas,


por vías desiertas

y por ruinosas plazas.

El bote viejo

Bajo brillante niebla,


de saladas actinias cubierto,

Amaneció en la playa,

Un bote viejo.

Con arena, se mira


La banda de sus bateleros,

Y en la quilla verdosos

Calafateos.

Bote triste, yacente,

Por los moluscos horadado;

Ha venido de ignotos
39

Muelles amargos.

Apareció en la bruma

Y en la armonía de la aurora;

Trajo de los rompientes


Doradas conchas.

A sus bancos remeros,

A sus amarillentas sogas,


Viene los cormoranes

Y las gaviotas.

Los pintorescos niños,


Cuando dormita la marea

Lo llenan de cordajes

Y de banderas.

Los novios, e la tarde,

En su alta quilla se recuestan;

Y a los vientos marinos,

De amor se besan.

Mas el bote ruinoso

De las arenas del estuario,

Ansía los distantes

Muelles dorados.

Y en la profunda noche,

En fino tumbo abrillantado,


40

Partió el bote muriente


A los botes lejanos.

El andarín de la noche

El oscuro andarín de la noche

Detiene el pasa junto a la torre,


Y al centinela

Le anuncia roja, cercana la guerra.

Le dice al viejo de la cabaña


Que hay batidores en la sabana;

Sordas linternas

En los juncales y oscuras sendas.

A las ciudades capitolinas

Va el pregonero de la desdicha;

Y en la tiniebla

Del extramuro, tardo se aleja.

En la batalla cayó la torre;

Siguieron ruinas, desolaciones;

Canes sombríos

Buscan los muertos en los caminos.

Suenan los bombos y las trompetas

Y las picotas y las cadenas;


41

Y nadie ha visto, por el confín;


Nadie recuerda

Al andarín.

Favila

En la arena
Se ha bañado la sombra

Una, dos

Libélulas fantasmas...

Aves de humo

Van a la penumbra

Del bosque.

Medio siglo

Y en el límite blanco

Esperamos la noche.

El pórtico
Con perfume de algas,

El último mar.

En la sombra
Ríen los triángulos.
42

Canción cubista

Alameda de rectángulos azules.

La torre alegre

Del dandy.

Vuelan
Mariposas fotos.

En el rascacielo

Un gallo negro de papel


Saluda la noche.

Más allá de Hollywood,

En tiniebla distante
La ciudad luminosa,

De los obeliscos

De nácar.

En la niebla
La garzona

Estrangula un fantasma.

La canción del regreso


43

Mañana violeta.

Voy por la pista alegre

Con el suave perfume

Del retamal distante.

En el cielo hay una

Guirnalda triste.

Lejana duerme

La ciudad encantada

Con amarillo sol.

Todavía cantan los grillos

Trovadores del campo

Tristes y dulces

Señales de la noche pasada;

Mariposas oscuras

Muertas junto a los faroles;

En la reja amable
Una cinta celeste;

Tal vez caída

En el flirteo de la noche.

Las tórtolas despiertan,

Tienden sus alas;

Las que entonaron en la tarde


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La canción del regreso.

Pasó la velada alegre

Con sus danzas

Y el campo se despierta

Con el candor; un nuevo día.

Los aviones errantes,


Las libélulas locas

La esperanza destellan.

Por la quinta amanece


Dulce rondó de anhelos.

Voy por la senda blanca

Y como el ave entono,

Por mi tarde que viene

La canción del regreso.

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