Hallar Paz Personal

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Hallar paz personal

Por el presidente Henry B. Eyring


Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Ruego que ustedes hallen paz, que ayuden a muchos otros a hallarla, y que
ellos la transmitan.

Mis queridos hermanos y hermanas, hemos sido bendecidos con las inspiradas
enseñanzas y la hermosa música que nos han conmovido en esta sesión de
apertura de la conferencia general. Agradecemos su participación y su fe.
Hoy voy a hablar sobre lo que he aprendido acerca del milagro de hallar paz
personal, cualesquiera que sean nuestras circunstancias. El Salvador sabe que
todos los hijos del Padre Celestial anhelan la paz y dijo que Él nos la podía
conceder. Recordarán las palabras de Jesucristo registradas en el libro de Juan:
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se
turbe vuestro corazón ni tenga miedo”1.
Lo que Él entiende por paz y cómo puede concederla lo revelan las
circunstancias de quienes lo oyeron pronunciar esas palabras. Escuchen el
relato de Juan acerca de la culminación del ministerio de Cristo. Las feroces
fuerzas del mal se cernían sobre Él y pronto se abatirían sobre Sus discípulos.
Estas son las palabras del Salvador:
“Si me amáis, guardad mis mandamientos.
“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros
para siempre:
“El Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le
conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en
vosotros.
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
“Todavía un poquito, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis;
porque yo vivo, vosotros también viviréis.
“En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí,
y yo en vosotros.
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que
me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él.
“Le dijo Judas, no el Iscariote: Señor, ¿cómo es que te vas a manifestar a
nosotros y no al mundo?
“Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le
amará, y vendremos a él y haremos morada con él.
“El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es
mía, sino del Padre que me envió.
“Estas cosas os he hablado estando con vosotros.
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre,
él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho.
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se
turbe vuestro corazón ni tenga miedo”2.
He aprendido al menos cinco verdades de esta enseñanza del Salvador.

Primero, el don de la paz se otorga después de que tengamos fe para guardar


Sus mandamientos. Para quienes somos miembros de la Iglesia del Señor por
convenio, la obediencia es lo que ya hemos prometido hacer.
Segundo, el Espíritu Santo vendrá y se quedará con nosotros. El Señor dice
que, mientras sigamos siendo fieles, el Espíritu Santo morará en nosotros. Esa
es la promesa de la oración de la Santa Cena: que el Espíritu será nuestro
compañero y que sentiremos, en el corazón y en la mente, Su consuelo.
Tercero, el Salvador promete que, al guardar nuestros convenios, podremos
sentir el amor que el Padre y el Hijo sienten el Uno por el Otro y por nosotros.
Podremos sentir Su cercanía en nuestra vida terrenal, tal como lo haremos
cuando tengamos la bendición de estar con Ellos para siempre.
Cuarto, guardar los mandamientos del Señor requiere algo más que
obediencia. Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y
fuerza3.
Quienes no lo aman no guardan Sus mandamientos. Por lo tanto, no tendrán el
don de la paz en esta vida ni en el mundo venidero.
Quinto, es evidente que el Señor nos amó lo suficiente como para pagar el
precio de nuestros pecados a fin de que pudiéramos —mediante nuestra fe en
Él y nuestro arrepentimiento y a través de los efectos de Su Expiación— tener
el don de la paz que “sobrepasa todo entendimiento”4, en esta vida y con Él
eternamente.
Algunos de ustedes, quizás muchos, no sienten la paz que el Señor prometió.
Puede que hayan orado pidiendo paz personal y consuelo espiritual. Sin
embargo, tal vez sientan que los cielos guardan silencio ante sus súplicas de
paz.
Existe un enemigo de su alma que no quiere que ustedes ni sus seres queridos
hallen paz. Él no puede disfrutarla y se esfuerza por evitar que ustedes
siquiera deseen hallar la paz que el Salvador y nuestro Padre Celestial desean
que tengan.
Los esfuerzos de Satanás por sembrar el odio y la contención a nuestro
alrededor parecen ir en aumento. Vemos evidencias de ello entre las naciones
y las ciudades, en los vecindarios, en los medios de comunicación electrónicos
y en todo el mundo.
Pese a ello, hay motivos para el optimismo: la luz de Cristo se concede a cada
recién nacido. Con ese don universal se recibe el sentido de lo que es correcto,
el deseo de amar y de ser amado. Dentro de cada hijo de Dios que llega a la
vida terrenal hay un sentido innato de la justicia y la verdad.
Nuestro optimismo por la paz personal de esos hijos reside en las personas
que cuidan de ellos. Si quienes los crían y les prestan servicio se han
esforzado por recibir el don de la paz del Salvador, con su ejemplo y esfuerzo
personales fomentarán la fe del niño para que pueda hacerse merecedor del
don supremo de la paz.
Eso es lo que promete este pasaje de las Escrituras: “Instruye al niño en su
camino; y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él”5. Será necesario que el
responsable del cuidado y de la crianza del niño sea digno del don de la paz.
Lamentablemente, todos hemos sentido dolor cuando hijos criados por padres
inspirados —a veces solamente por uno de ellos— deciden, después de toda
una vida de fe y paz, tomar la senda de la aflicción.
Incluso cuando se presenta esa tristeza, mi optimismo se apoya en otro don del
Señor, el cual es este: que Él levanta a muchos pacificadores entre Sus
discípulos de confianza. Ellos han sentido la paz y el amor de Dios, tienen el
Espíritu Santo en el corazón y el Señor puede guiarlos para que lleguen hasta
las ovejas que andan errantes.
Lo he visto a lo largo de mi vida y en todo el mundo; ustedes también lo han
visto. A veces, cuando uno es guiado al rescate, podría parecer algo
accidental.
En una ocasión, le pregunté simplemente a alguien que conocí en un viaje:
“¿Podría hablarme un poco de su familia?”. La conversación me llevó a
pedirle que me enseñara una fotografía de su hija adulta, de quien ella dijo que
estaba pasando por dificultades. Me impresionó la bondad del rostro de
aquella muchacha en la fotografía. Tuve la impresión de preguntarle si podía
darme su dirección de correo electrónico. En aquel momento, la hija estaba
perdida y preguntándose si Dios tenía algún mensaje para ella. Sí lo tenía y
era este: “El Señor te ama, siempre te ha amado. El Señor quiere que regreses.
Tus bendiciones prometidas siguen vigentes”.
Miembros de toda la Iglesia han sentido el don de la paz personal que otorga
el Señor. Él nos está alentando a todos a ayudar a los demás a que tengan
oportunidades de venir a Él y hacerse merecedores de esa misma paz. Ellos, a
su vez, elegirán buscar inspiración para saber cómo pueden transmitir ese don
a los demás.
La nueva generación se convertirá en la cuidadora de la generación siguiente.
El efecto multiplicador producirá un milagro que se extenderá y crecerá con el
tiempo, y el reino del Señor sobre la tierra estará preparado y listo para
recibirlo con aclamaciones de hosanna. Habrá paz en la tierra.
Doy mi firme testimonio de que el Salvador vive y que Él dirige esta Iglesia.
He sentido Su amor en mi vida y Su amor y preocupación por todos los hijos
del Padre Celestial. La invitación del Salvador a venir a Él es un ofrecimiento
de paz.
El presidente Russell M. Nelson es el profeta viviente de Dios para toda la
tierra. Él ha dicho: “Les aseguro que, independientemente de la condición del
mundo y de sus circunstancias personales, pueden enfrentar el futuro con
optimismo y gozo”6.
Les expreso mi amor por ustedes. Su gran fe y su gran amor están llegando a
las personas y permitiendo que el Señor cambie los corazones, para que, de
este modo, obtengan el deseo de ofrecer a los demás el don de la paz que
sobrepasa todo entendimiento.
Ruego que hallen paz, que ayuden a muchos otros a hallarla y que ellos la
transmitan. Cuando el Señor venga de nuevo habrá mil maravillosos años de
paz. Testifico de ello con gozo y en el nombre de Jesucristo. Amén.

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