Reporte de Lecturas Sobre Filosofia de La Educación
Reporte de Lecturas Sobre Filosofia de La Educación
Reporte de Lecturas Sobre Filosofia de La Educación
DE LECTURAS:
La autonomía se manifestó, a los ojos de los pensadores del siglo XVIII, como un
valor cuyo logro implicaba rebasar el contorno de la individualidad. la autonomía
era el núcleo del contrato social que representaba el fin del “Antiguo régimen”.
Rousseau, en el Contrato social. La autonomía fue un valor que adquirió especial
relevancia en los primeros años de la vida independiente de México. Además del
significado teórico, en concepto de autonomía se revistió de diversos significados
ideológicos que se correspondían con la práctica política de las diversas fuerzas
sociales en conflicto, y que fueron modificándose al ritmo de los acontecimientos.
Para identificar las fuerzas sociales en conflicto, es preciso considerar una de las
contradicciones cuya solución será planteada por la revolución de independencia:
la que existía entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el sistema estamental
colonial.
Muchas son las razones para suponer que las actitudes y creencias populares
fueron interpretadas a la luz de las teorías de los ilustrados, especialmente las de
Montesquieu y Rosseau.
Con el Siglo de las Luces, la teoría y la práctica educativas, como muchas otras
cosas, se transformaron y contribuyeron a conformar un nuevo modelo educativo.
Su influjo llegó con cierto retraso a América: en la Nueva España, el periodo con el
que se impuso el proyecto ilustrado abarcó los últimos quince años del siglo XVIII
y se extendió hasta 1833, fecha en la que una reforma educativa marcaría la
adopción de un nuevo proyecto educativo.
Del análisis de estos planes, tanto de los documentos normativos, como de los
contenidos curriculares, se desprende que la educación se concebía como un
proceso destinado a trasmitir conocimientos y desarrollar habilidades –lo que se
resumía en el concepto de instrucción-, y a promover una moral social. Ambos
aspectos constituían las bases de la ilustración.
De este modo, la autonomía, entendida ya sea como concepto ético –que significó
“ejercicio de la libertad fundada en la razón” o “gobierno de sí mismo”-, ya sea
como concepto político –que connotaba “soberanía de la nación”, “independencia
política”, “libertad civil” e “igualdad legal”-, se manifestó como el criterio axiológico
del proyecto educativo del periodo comprendido entre 1810 y 1833. En torno a ese
valor se establecieron los fines y los principios educativos que orientaron la toma
de decisiones y la práctica educativas.
Una vez definidos los elementos que, en el proyecto educativo ilustrado, dan
respuesta a los problemas de la filosofía de la educación, corresponde
preguntarnos si constituyen o no elementos praxeológicos, es decir, si son
elementos teóricos que orientan una praxis educativa.
Un último elemento que aleja al proyecto liberal del proyecto popular Un último
elemento que aleja al proyecto liberal del proyecto popular revolucionario, es el
que se refiere a la relación pueblo-constitución. Aplicando nuevamente la rigurosa
crítica marxiana, diremos que mientras que en el proyecto liberal la nación es el
“pueblo de la constitución”, en el proyecto popular revolucionario, los términos
dejan de estar falsamente invertidos: el sujeto es “el pueblo” y el predicado es “la
constitución”; revolucionario, es el que se refiere a la relación pueblo-constitución.
Aplicando nuevamente la rigurosa crítica marxiana, diremos que mientras que en
el proyecto liberal la nación es el “pueblo de la constitución”, en el proyecto
popular revolucionario, los términos dejan de estar falsamente invertidos: el sujeto
es “el pueblo” y el predicado es “la constitución”.
Con todo, los niños y adultos que tenían acceso a las escuelas eran una pequeña
minoría. La intención de “propagar las luces” formaba parte del discurso político,
pero no de la práctica: un altísimo porcentaje de la población urbana no sabía leer
ni escribir, y para la campesina la educación era un horizonte inalcanzable. Con
esto se daba lugar a la división social del saber, en la que las ventajas estaban del
lado de las clases dominantes. La ignorancia de las masas trabajadoras favoreció
la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, en beneficio de los terratenientes y de
la burguesía, y además reforzó, en los hechos, los patrones estamentales, pues
mientras que los criollos tuvieron fácil acceso a la instrucción, los indígenas
permanecieron presas de la ignorancia; eran objeto del adoctrinamiento religioso,
pero el saber científico les estaba vedado.
Una vez analizada la validez social, científica, lógica y práctica del proyecto
ilustrado, cabe preguntarse si éste contiene elementos que pudiesen responder a
preferencias universalizables. En otras palabras, preguntarse por la
correspondencia que pudiera existir entre los valores implicados en los principios y
fines educativos y las necesidades radicales, lo cual aporta los elementos
necesarios para determinar la racionalidad práctica del proyecto ilustrado.
Acceder a la “civilización” implicaba explotar las riquezas con las que contaban los
pueblos latinoamericanos, en beneficio de quienes apreciaban su valor o –en
término de Zea-, incorporar a un pueblo a la civilización equivalía a incorporarlo al
sistema de explotación capitalista. En esto se resumía, dicho crudamente, el
proyecto civilizatorio fue la teoría liberal. Por eso, cuando dichas fracciones se
opusieron entre sí, en la práctica política, ya con la bandera liberal ya con la
conservadora, ello se tradujo –como dice Villegas- en un enfrentamiento de
“liberalismo contra liberalismo”, en el ámbito teórico.
Ahora bien, puesto que el modelo de civilización eran los países europeos y los
Estados Unidos de América, el modelo educativo también provendría de ahí: los
contenidos por enseñar, los principios por inculcar, los métodos pedagógicos por
aplicar y los valores por adoptar serían aquellos que dictaban los países
civilizados. Baranda expresaba esta actitud, indisolublemente ligada al proyecto
liberal, cuando afirmaba que los mexicanos debían ser “discípulos de otras
naciones”, “recoger sus luces” y procurar una “decente emulación” de ellos.
En otras palabras, el proyecto civilizatorio, por más que fuera impulsado por los
liberales, fue un proyecto conservador, y cuando –por la identificación de
“civilización” y “democracia”- se pretendió darle un sentido emancipador, resultó
contradictorio y perdió validez lógica. En efecto, conferir al valor civilización un
carácter emancipatorio sólo era posible si se le desvinculaba del contexto del
capitalismo dependiente que se iba gestando y, por consiguiente, del proyecto
nacional impulsado por los liberales.
A partir del análisis que hemos hecho podemos concluir que, en el orden legal, no
se observa un avance puesto que los principios ya habían sido enunciados con
anterioridad; antes bien, hay un retroceso por cuanto esos principios, en su
conjunto, dejan de tener un sentido crítico y revolucionario, para adquirir un
significado ideológico contrarrevolucionario, salvo por lo que hace a la
consolidación del carácter secular de la educación.
Así, la educación se entendió como desarrollo del individuo, pero esta significación
quedó mediatizada por el criterio axiológico que orientó el proyecto y por el sentido
conservador que adquirieron los principios educacionales. De este modo, fue
desarrollo en y para un orden social inequitativo, y desarrollo para un progreso
material que hizo cada vez mayor la brecha entre explotados y explotadores.
Por último, cabe preguntarnos por la validez dialéctica del proyecto. Determinar
ésta implica la identificación de los elementos que pudieran integrarse en una
moral universal, lo cual depende, en buena medida, del significado teórico e
ideológico de los principios y los valores contenidos en el proyecto.