Neyver
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incansable en la batalla, los troyanos se apercibían también para el combate en una eminencia
de la llanura. 4 Zeus ordenó a Temis que, partiendo de las cumbres del Olimpo, en valles
abundante, convocase al ágora a los dioses, y ella fue de un lado para otro y a todos les mandó
que acudieran al palacio de Zeus. No faltó ninguno de los ríos, a excepción del Océano; y de
cuantas ninfas habitan los bellos bosques, las fuentes de los nos y los herbosos prados,
ninguna dejó de presentarse. Tan luego como llegaban al palacio de Zeus, que amontona las
nubes, sentábanse en bruñidos pórticos, que para el padre Zeus había construido Hefesto con
sabia inteligencia. 13 Allí, pues, se reunieron. Tampoco el que bate la tierra desobedeció a la
diosa, sino que, dirigiéndose desde el mar a los dioses, se sentó en medio de todos y exploró la
voluntad de Zeus: 16 -¿Por qué, oh tú que lanzas encendidos rayos, llamas de nuevo a los
dioses al ágora? ¿Acaso tienes algún propósito acerca de los troyanos y de los aqueos? El
combate y la pelea vuelven a encenderse entre ambos pueblos. 19 Respondióle Zeus, que
amontona las nubes: 20 -Entendiste, tú que bates la tierra, el designio que encierra mi pecho y
por el cual os he reunido. Me cuido de ellos, aunque van a perecer. Yo me quedaré sentado en
la cumbre del Olimpo y recrearé mi espíritu contemplando la batalla; y los demás ¡dos hacia
los troyanos y los aqueos y cada uno auxilie a los que quiera. Pues, si Aquiles combatiese sólo
con los troyanos, éstos no resistirían ni un instante la acometida del Pelión, el de los pies
ligeros. Ya antes huían espantados al verlo; y temo que ahora, que tan enfurecido tiene el
ánimo por la muerte de su compañero, destruya el muro de Troya contra la decisión del hado.
31 Así habló el Cronida y promovió una gran batalla. Los dioses fueron al combate divididos en
dos bandos: encamináronse a las naves Hera, Palas Atenea, Posidón, que ciñe la tierra, el
benéfico Hermes de prudente espíritu, y con ellos Hefesto, que, orgulloso de su fuerza,
cojeaba arrastrando sus gráciles piernas; y enderezaron sus pasos a los troyanos Ares, el de
tremolante casco, el intonso Febo, Ártemis, que se complace en tirar flechas, Leto, el Janto y la
risueña Afrodita. 41 Mientras los dioses se mantuvieron alejados de los hombres, mostráronse
los aqueos muy ufanos porque Aquiles volvía a la batalla después del largo tiempo en que se
había abstenido de tener parte en la triste guerra, y los troyanos se espantaron y un fuerte
temblor les ocupó los miembros, tan pronto como vieron al Pelión, ligero de pies, que con su
reluciente armadura semejaba al dios Ares, funesto a los mortales. Mas, luego que las
olímpicas deidades penetraron por entre la muchedumbre de los guerreros, levantóse la
terrible Discordia, que enardece a los varones; Atenea daba fuertes gritos, unas veces a orillas
del foso cavado al pie del muro, y otras en los altos y sonoros promontorios; y Ares, que
parecía un negro torbellino, vociferaba también y animaba vivamente a los troyanos, ya desde
el punto más alto de la ciudad, ya corriendo por la Bella Colina, a orillas del Simoente. 54 De
este modo los felices dioses, instigando a unos y a otros, los hicieron venir a las manos y
promovieron una reñida contienda. El padre de los hombres y de los dioses tronó
horriblemente en las alturas; Posidón, por debajo, sacudió la inmensa tierra y las excelsas
cumbres de los montes; y retemblaron así las laderas y las cimas del Ida, abundante en
manantiales, como la ciudad troyana y las naves aqueas. Asustóse Aidoneo, rey de los
infiernos, y saltó del trono gritando; no fuera que Posidón, que sacude la tierra, la desgarrase y
se hicieran visibles las mansiones horrendas y tenebrosas que las mismas deidades aborrecen.
¡Tanto estrépito se produjo cuando los dioses entraron en combate! A1 soberano Posidón le
hizo frente Febo Apolo con sus aladas flechas; a Enialio, Atenea, la diosa de ojos de lechuza; a
Hera, Ártemis, que lleva arco de oro, ama el bullicio de la caza, se complace en tirar saetas y es
hermana del que hiere de lejos; a Leto, el poderoso y benéfico Hermes; y a Hefesto, el gran río
de profundos vórtices, llamado por los dioses Janto y por los hombres Escamandro. 75 Así los
dioses salieron al encuentro los unos de los otros. Aquiles deseaba romper por el gentío en
derechura a Héctor Priámida, pues el ánimo le impulsaba a saciar con la sangre del héroe a
Ares, infatigable luchador. Mas Apolo, que enardece a los guerreros, movió a Eneas a oponerse
al Pelión, infundiéndole gran valor y hablándole así, después de tomar la voz y la figura de
Licaón, hijo de Príamo: 83 -¡Eneas, consejero de los troyanos! ¿Qué es de aquellas amenazas
hechas por ti en los banquetes de los reyes troyanos, de que saldrías a combatir con el Pelida
Aquiles? 86 Y a su vez Eneas le respondió diciendo: 87 -¡Priámida! ¿Por qué me ordenas que
luche, sin desearlo mi voluntad, con el animoso Pelión? No fuera la primera vez que me viese
frente a Aquiles, el de los pies ligeros: en otro tiempo, cuando vino adonde pacían nuestras
vacas y tomó a Lirneso y a Pédaso, persiguióme por el Ida con su lanza; y Zeus me salvó,
dándome fuerzas y agilizando mis rodillas. Sin su ayuda hubiese sucumbido a manos de Aquiles
y de Atenea, que le precedía, le daba la victoria y le animaba a matar léleges y troyanos con la
broncínea lanza. Por eso ningún hombre puede combatir con Aquiles, porque a su lado asiste
siempre alguna deidad que le libra de la muerte. En cambio, su lanza vuela recta y no se
detiene hasta que ha atravesado el cuerpo de un enemigo. Si un dios igualara las condiciones
del combate, Aquiles no me vencería fácilmente; aunque se gloriase de ser todo de bronce.
103 Replicóle el soberano Apolo, hijo de Zeus: 104 -¡Héroe! Ruega tú también a los
sempiternos dioses, pues dicen que naciste de Afrodita, hija de Zeus, y aquél es hijo de una
divinidad inferior. La primera desciende de Zeus, ésta tuvo por padre al anciano del mar.
Levanta el indomable bronce y no to arredres por oír palabras duras o amenazas. 110 Apenas
acabó de hablar, infundió grandes bríos al pastor de hombres; y éste, que llevaba una
reluciente armadura de bronce, se abrió paso por los combatientes delanteros. Hera, la de los
níveos brazos, no dejó de advertir que el hijo de Anquises atravesaba la muchedumbre para
salir al encuentro del Pelión; y, llamando a otros dioses, les dijo: 115 -Considerad en vuestra
mente, Posidón y Atenea, cómo esto acabará; pues Eneas, armado de reluciente bronce, se
encamina en derechura al Pelión por excitación de Febo Apolo. Ea, hagámosle retroceder, o
alguno de nosotros se ponga junto a Aquiles, le infunda gran valor y no deje que su ánimo
desfallezca; para que conozca que le quieren los inmortales más poderosos, y que son débiles
los dioses que en el combate y la pelea protegen a los troyanos. Todos hemos bajado del
Olimpo a intervenir en esta batalla, para que Aquiles no padezca hoy ningún daño de parte de
los troyanos; y luego sufrirá to que la Parca dispuso, hilando el lino, cuando su madre te dio a
luz. Si Aquiles no se entera por la voz de los dioses, sentirá temor cuando en el combate le
salga al encuentro alguna deidad; pues los dioses, en dejándose ver, son terribles. 132
Respondióle Posidón, que sacude la tierra: 133 -¡Hera! No te irrites más de to razonable, pues
no te es preciso. Ni yo quisiera que nosotros, que somos los más fuertes, promoviéramos la
contienda entre los dioses. Vayámonos de este camino y sentémonos en aquella altura, y de la
batalla cuidarán los hombres. Y si Ares o Febo Apolo dieren principio a la pelea o detuvieren a
Aquiles y no le dejaren combatir, iremos en seguida a luchar con ellos, y me figuro que pronto
tendrán que retirarse y volver al Olimpo, a la reunión de los demás dioses, vencidos por la
fuerza de nuestros brazos. 144 Dichas estas palabras, el dios de los cerúleos cabellos llevólos al
alto terraplén que los troyanos y Palas Atenea habían levantado en otro tiempo para que el
divino Heracles se librara de la ballena cuando, perseguido por ésta, pasó de la playa a la
llanura. Allí Posidón y los otros dioses se sentaron, extendiendo en derredor de sus hombros
una impenetrable nube; y al otro lado, en la cima de la Bella Colina, en torno de ti, oh Febo,
que hieres de lejos, y de Ares, que destruye las ciudades, acomodáronse las deidades
protectoras de los troyanos. 153 Así unos y otros, sentados en dos grupos, deliberaban y no se
decidían a empezar el funesto combate. Y Zeus desde lo alto les incitaba a comenzarlo. 156
Todo el campo, lleno de hombres y caballos, resplandecía con el lucir del bronce; y la tierra
retumbaba debajo de los pies de los guerreros que a luchar salían. Dos varones, señalados
entre los más valientes, deseosos de combatir, se adelantaron a los suyos para encontrarse
entre ambos ejércitos: Eneas, hijo de Anquises, y el divino Aquiles. Presentóse primero Eneas,
amenazador, tremolando el sólido casco: protegía el pecho con el fuerte escudo y vibraba
broncínea lanza. Y el Pelida desde el otro lado fue a oponérsele como un voraz león, para
matar al cual se reúnen los hombres de todo un pueblo; y el león al principio sigue su camino
despreciándolos; mas, así que uno de los belicosos jóvenes le hiere con un venablo, se vuelve
hacia él con la boca abierta, muestra los dientes cubiertos de espuma, siente gemir en su
pecho el corazón valeroso, se azota con la cola muslos y caderas para animarse a pelear, y con
los ojos centelleantes arremete fiero hasta que mata a alguien o él mismo perece en la primera
fila; así le instigaban a Aquiles su valor y ánimo esforzado a salir al encuentro del magnánimo
Eneas. Y tan pronto como se hallaron frente a frente, el divino Aquiles, el de los pies ligeros,
habló diciendo: 178 -¡Eneas! ¿Por qué te adelantas tanto a la turba y me aguardas? ¿Acaso el
ánimo te incita a combatir conmigo por la esperanza de reinar sobre los troyanos, domadores
de caballos, con la dignidad de Príamo? Si me matases, no pondría Príamo en tu mano tal
recompensa; porque tiene hijos, conserva entero el juicio y no es insensato. ¿O quizás te han
prometido los troyanos acotarte un hermoso campo de frutales y sembradío que a los demás
aventaje, para que puedas cultivarlo, si me quitas la vida? Me figuro que te será difícil
conseguirlo. Ya otra vez te puse en fuga con mi lanza. ¿No recuerdas que, hallándote solo, te
aparté de tus bueyes y te perseguí por el monte Ida corriendo con ligera planta? Entonces
huías sin volver la cabeza. Luego te refugiaste en Lirneso y yo tomé la ciudad con la ayuda de
Atenea y del padre Zeus, y me llevé las mujeres haciéndolas esclavas; mas a ti te salvaron Zeus
y los demás dioses. No creo que ahora te guarden, como espera tu corazón; y te aconsejo que
vuelvas a tu ejército y no te quedes frente a mí, antes que padezcas algún daño; que el necio
sólo conoce el mal cuando ha llegado. 199 Y a su vez Eneas le respondió diciendo: 200 -¡Pelida!
No creas que con esas palabras me asustarás como a un niño, pues también sé proferir injurias
y baldones. Conocemos el linaje de cada uno de nosotros y cuáles fueron nuestros respectivos
padres, por haberlo oído contar a los mortales hombres; que ni tú viste a los míos, ni yo a los
tuyos. Dicen que eres prole del eximio Peleo y tienes por madre a Tetis, ninfa marina de
hermosas trenzas; mas yo me glorío de ser hijo del magnánimo Anquises y mi madre es
Afrodita: aquéllos o éstos tendrán que llorar hoy la muerte de su hijo, pues no pienso que nos
separemos sin combatir, después de dirigirnos pueriles insultos. Si deseas saberlo, to diré cuál
es mi linaje, de muchos conocido. Primero Zeus, que amontona las nubes, engendró a
Dárdano, y éste fundó la Dardania al pie del Ida, en manantiales abundoso; pues aún la sacra
Ilio, ciudad de hombres de voz articulada, no había sido edificada en la llanura. Dárdano tuvo
por hijo al rey Erictonio, que fue el más opulento de los mortales hombres: poseía tres mil
yeguas que, ufanas de sus tiernos potros, pacían junto a un pantano.- El Bóreas enamoróse de
algunas de las que vio pacer, y, transfigurado en caballo de negras crines, hubo de ellas doce
potros que en la fértil tierra saltaban por encima de las mieses sin romper las espigas y en el
ancho dorso del espumoso mar corrían sobre las mismas olas.- Erictonio fue padre de Tros,
que reinó sobre los troyanos; y éste dio el ser a tres hijos irreprensibles: Ilo, Asáraco y el
deiforme Ganimedes, el más hermoso de los hombres, a quien arrebataron los dioses a causa
de su belleza para que escanciara el néctar a Zeus y viviera con los inmortales. Ilo engendró al
eximio Laomedonte, que tuvo por hijos a Titono, Príamo, Lampo, Clitio a Hicetaón, vástago de
Ares. Asáraco engendró a Capis, cuyo hijo fue Anquises. Anquises me engendró a mí, y Príamo
al divino Héctor. Tal alcurnia y tal sangre me glorío de tener. Pero Zeus aumenta o disminuye el
valor de los guerreros como le place, porque es el más poderoso. Ea, no nos digamos más
palabras como si fuésemos niños, parados así en medio del campo de batalla. Fácil nos sería
inferimos tantas injurias, que una nave de cien bancos de remeros no podría Ilevarlas. Es
voluble la lengua de los hombres, y de ella salen razones de todas clases; hállanse muchas
palabras acá y a11á, y cual hablares tal oirás la respuesta. Mas ¿qué necesidad tenemos de
altercar, disputando a injuriándonos, como mujeres irritadas, las cuales, movidas por roedor
encono, salen a la calle y se zahieren diciendo muchas cosas, verdaderas unas y falsas otras,
que la cólera les dicta? No lograrás con tus palabras que yo, estando deseoso de combatir,
pierda el valor antes de que con el bronce y frente a frente peleemos. Ea, acometámonos en
seguida con las broncíneas lanzas. 259 Dijo; y, arrojando la fornida lanza, clavóla en el terrible
y horrendo escudo de Aquiles, que resonó grandemente en torno de ella. El Pelida, temeroso,
apartó el escudo con la robusta mano, creyendo que la luenga lanza del magnánimo Eneas lo
atravesaría fácilmente. ¡Insensato! No pensó en su mente ni en su espíritu que los eximios
presentes de los dioses no pueden ser destruidos con facilidad por los mortales hombres, ni
ceder a sus fuerzas. Y así la pesada lanza de Eneas no perforó entonces la rodela por haberlo
impedido la lámina de oro que el dios puso en medio, sino que atravesó dos capas y dejó tres
intactas, porque eran cinco las que el dios cojo había reunido: las dos de bronce, dos interiores
de estaño, y una de oro, que fue donde se detuvo la lanza de fresno. 273 Aquiles despidió
luego la ingente lanza, y acertó a dar en el borde del liso escudo de Eneas, sitio en que el
bronce era más delgado y el boyuno cuero más tenue: el fresno del Pelión atravesólo, y todo el
escudo resonó. Eneas, amedrentado, se encogió y levantó el escudo; la lanza, deseosa de
proseguir su curso, pasóle por cima del hombro, después de romper los dos círculos de la
rodela, y se clavó en el suelo; y el héroe, evitado ya el golpe, quedóse inmóvil y con los ojos
muy espantados de ver que aquélla había caído tan cerca. Aquiles desnudó la aguda espada; y,
profiriendo horribles voces, arremetió contra Eneas; y éste, a su vez, cogió una gran piedra que
dos de los hombres actuales no podrían llevar y que él manejaba fácilmente. Y Eneas tirara la
piedra a Aquiles y le acertara en el casco o en el escudo que habría apartado del héroe la triste
muerte, y el Pelida privara de la vida a Eneas, hiriéndole de cerca con la espada, si al punto no
lo hubiese advertido Posidón, que sacude la tierra, el cual dijo entre los dioses inmortales: 293
-¡Oh dioses! Me causa pesar el magnánimo Eneas, que pronto, sucumbiendo a manos del
Pelión, descenderá al Hades por haber obedecido las palabras de Apolo, que hiere de lejos.
¡Insensato! El dios no le librará de la triste muerte. Mas ¿por qué ha de padecer, sin ser
culpable, las penas que otros merecen, habiendo ofrecido siempre gratos presentes a los
dioses que habitan el anchuroso cielo? Ea, librémosle de la muerte, no sea que el Cronida se
enoje si Aquiles lo mata, pues el destino quiere que se salve a fin de que no perezca sin
descendencia ni se extinga del todo el linaje de Dárdano, que fue amado por el Cronida con
preferencia a los demás hijos que tuvo de mujeres mortales. Ya el Cronión aborrece a los
descendientes de Príamo; pero el fuerte Eneas reinará sobre los troyanos, y luego los hijos de
sus hijos que sucesivamente nazcan. 309 Respondióle Hera veneranda, la de ojos de novilla:
310 -¡Oh tú que sacudes la tierra! Resuelve tú mismo si has de salvar a Eneas o permitir que,
no obstante su valor, sea muerto por el Pelida Aquiles. Pues así Palas Atenea como yo hemos
jurado repetidas veces a vista de los inmortales todos, que jamás libraríamos a los troyanos del
día funesto, aunque Troya entera fuese pasto de las voraces llamas por haberla incendiado los
belicosos aqueos. 318 Cuando Posidón, que sacude la tierra, oyó estas palabras, fuese; y
andando por la liza, entre el estruendo de las lanzas, llegó adonde estaban Eneas y el ilustre
Aquiles. Al momento cubrió de niebla los ojos del Pelida Aquiles, arrancó del escudo del
magnánimo Eneas la lanza de fresno con punta de bronce que depositó a los pies de aquél, y
arrebató al troyano alzándolo de la tierra. Eneas, sostenido por la mano del dios, pasó por cima
de muchas filas de héroes y caballos hasta llegar al otro extremo del impetuoso combate,
donde los caucones se armaban para pelear. Y entonces Posidón, que sacude la tierra, se le
presentó, y le dijo estas aladas palabras: 332 -¡Eneas! ¿Cuál de los dioses te ha ordenado que
cometieras la locura de luchar cuerpo a cuerpo con el animoso Pelión, que es más fuerte que
tú y más caro a los inmortales? Retírate cuantas veces le encuentres, no sea que lo haga
descender a la morada de Hades antes de lo dispuesto por el hado. Mas, cuando Aquiles haya
muerto, por haberse cumplido su destino, pelea confiadamente entre los combatientes
delanteros, que no te matará ningún otro aqueo. 340 Así diciendo, dejó a Eneas allí, después
que le hubo amonestado y apartó la obscura niebla de los ojos de Aquiles. Éste volvió a ver con
claridad, y, gimiendo, a su magnánimo espíritu le decía: 344 -¡Oh dioses! Grande es el prodigio
que a mi vista se ofrece: esta lanza yace en el suelo y no veo al varón contra quien la arrojé,
con intención de matarle. Ciertamente a Eneas le aman los inmortales dioses; ¡y yo creía que
se jactaba de ello vanamente! Váyase, pues; que no tendrá ánimo para medir de nuevo sus
fuerzas conmigo, quien ahora huyó gustoso de la muerte. Exhortaré a los belicosos dánaos y
probaré el valor de los demás enemigos, saliéndoles al encuentro. 333 Dijo; y, saltando por
entre las filas, animaba a los guerreros: 334 -¡No permanezcáis alejados de los troyanos,
divínos aqueos! Ea, cada hombre embista a otro y sienta anhelo por pelear. Difícil es que yo
solo, aunque sea valiente, persiga a tantos guerreros y con todos luche; y ni a Ares, que es un
dios inmortal, ni a Atenea, les sería posible recorrer un campo de batalla tan vasto y combatir
en todas panes. En to que puedo hacer con mis manos, mis pies o mi fuerza, no me muestro
remiso. Entraré por todos lados en las hileras de las falariges enemigas, y me figuro que no se
alegrarán los troyanos que a mi lanza se acerquen. 364 Con estas palabras los animaba.
También el esclarecido Héctor exhortaba a los troyanos, dando gritos, y aseguraba que saldría
al encuentro de Aquiles: 366 -¡Animosos troyanos! ¡No temáis al Pelión! Yo de palabra
combatiría hasta con los inmortales; pero es difícil hacerlo con la lanza, siendo, como son,
mucho más fuertes. Aquiles no llevará al cabo todo cuanto dice, sino que en parte lo cumplirá
y en parte lo dejará a medio hacer. Iré a encontrarlo, aunque por sus manos se parezca a la
llama; sí, aunque por sus manos se parezca a la llama, y por su fortaleza al reluciente hierro
373 Con tales voces los excitaba. Los troyanos calaron las lanzas; trabóse el combate y se
produjo gritería, y entonces Febo Apolo se acercó a Héctor y le dijo: 376 -¡Héctor! No te
adelantes para luchar con Aquiles; espera su acometida mezclado con la muchedumbre,
confundido con la turba. No sea que consiga herirte desde lejos con arma arrojadiza, o de
cerca con la espada. 379 Así habló. Héctor se fue, amedrentado, por entre la multitud de
guerreros apenas acabó de oír las palabras del dios. Aquiles, con el corazón revestido de valor
y dando horribles gritos, arremetió a los troyanos, y empezó por matar al valeroso Ifitión
Otrintida, caudillo de muchos hombres, a quien una ninfa náyade había tenido de Otrinteo,
asolador de ciudades, en el opulento pueblo de Hida, al pie del nevado Tmolo: el divino Aquiles
acertó a darle con la lanza en medio de la cabeza, cuando arremetía contra él, y se la dividió en
dos partes. El troyano cayó con estrépito, y el divino Aquiles se glorió diciendo: 389 -¡Yaces en
el suelo, Otrintida, el más portentoso de todos los hombres! En este lugar te sorprendió la
muerte; a ti, que habías nacido a orillas del lago Gigeo, donde tienes la heredad paterna, junto
al Hilo, abundante en peces, y el Hermo voraginoso. 393 Así dijo jactándose. Las tinieblas
cubrieron los ojos de Ifitión, y los carros de los aqueos lo despedazaron con las llantas de sus
ruedas en el primer reencuentro. Aquiles hirió, después, en la sien, atravesándole el casco de
broncíneas carrilleras, a Demoleonte, valiente adalid en el combate, hijo de Anténor; y el casco
de bronce no detuvo la lanza, pues la punta entró y rompió el hueso, conmovióse
interiormente el cerebro, y el troyano sucumbió cuando peleaba con ardor. Luego, como
Hipodamante saltara del carro y se diese a la fuga, le envasó la pica en la espalda: aquél
exhalaba el aliento y bramaba como el toro que los jóvenes arrastran a los altares del
soberano Heliconio y el dios que sacude la tierra se goza al verlo; así bramaba Hipodamante
cuando el alma valerosa dejó sus huesos. Seguidamente acometió con la lanza al deiforme
Polidoro Priámida, a quien su padre no permitía que fuera a las batallas porque era el menor y
el predilecto de sus hijos. Nadie vencía a Polidoro en la carrera; y entonces, por pueril
petulancia, haciendo gala de la ligereza de sus pies, agitábase el troyano entre los
combatientes delanteros, hasta que perdió la vida: al verlo pasar, el divino Aquiles, ligero de
pies, hundióle la lanza en medio de la espalda, donde los anillos de oro sujetaban el cinturón y
era doble la coraza, y la punta salió al otro lado cerca del ombligo; el joven cayó de rodillas
dando lastimeros gritos; obscura nube le envolvió; e, inclinándose, procuraba sujetar con sus
manos los intestinos, que le salían por la herida. 419 Tan pronto como Héctor vio a su hermano
Polidoro cogiéndose las entrañas y encorvado hacia el suelo, se le puso una nube ante los ojos
y ya no pudo combatir a distancia; sino que, blandiendo la aguda lanza a impetuoso como una
llama, se dirigió al encuentro de Aquiles. Y éste, al advertirlo, saltó hacia él, y dijo muy ufano
estas palabras: 425 -Cerca está el hombre que ha inferido a mi corazón la más grave herida, el
que mató a mi compañero amado. Ya no huiremos asustados, el uno del otro, por los senderos
del combate. 428 Dijo; y mirando con torva faz al divino Héctor, le gritó: 429 -iAcércate para
que más pronto llegues de tu perdición al término! 430 Sin turbarse, le respondió Héctor, el de
tremolante casco: 431 -¡Pelida! No esperes amedrentarme con palabras como a un niño;
también yo sé proferir injurias y baldones. Reconozco que eres valiente y que te soy muy
inferior. Pero en la mano de los dioses está si yo, siendo inferior, te quitaré la vida con mi
lanza; pues también tiene afilada punta. 438 En diciendo esto, blandió y arrojó su lanza; pero
Atenea con un tenue soplo apartóla del glorioso Aquiles, y el arma volvió hacia el divino Héctor
y cayó a sus pies. Aquiles acometió, dando horribles gritos, a Héctor, con intención de matarlo;
pero Apolo arrebató al troyano, haciéndolo con gran facilidad por ser dios, y to cubrió con
densa niebla. Tres veces el divino Aquiles, ligero de pies, atacó con la broncínea lanza, tres
veces dio el golpe en el aire. Y cuando, semejante a un dios, arremetía por cuarta vez, increpó
el héroe a Héctor con voz terrible, dirigiéndole estas aladas palabras: 449 -¡Otra vez te has
librado de la muerte, perro! Muy cerca tuviste la perdición, pero te salvó Febo Apolo, a quien
debes de rogar cuando sales al campo antes de oír el estruendo de los dardos. Yo acabaré
contigo si más tarde te encuentro y un dios me ayuda. Y ahora perseguiré a los demás que se
me pongan al alcance. 453 Así dijo; y con la lanza hirió en medio del cuello a Dríope, que cayó
a sus pies. Dejóle, y al momento detuvo a Demuco Filetórida, valeroso y alto, a quien pinchó
con la lanza en una rodilla, y luego quitóle la vida con la gran espada. Después acometió a
Laógono y a Dárdano, hijos de Biante: habiéndolos derribado del carro en que iban, a aquél le
hizo perecer arrojándole la lanza, y a éste hiriéndole de cerca con la espada. También mató a
Tros Alastórida, que vino a abrazarle las rodillas por si compadeciéndose de él, que era de la
misma edad del héroe, en vez de matarlo le hacía prisionero y to dejaba vivo. ¡Insensato! No
conoció que no podría persuadirle, pues Aquiles no era hombre de condición benigna y mansa,
sino muy violento. Ya aquél le tocaba las rodillas con intención de suplicarle, cuando le hundió
la espada en el hígado: derramóse éste, llenando de negra sangre el pecho, y las tinieblas
cubrieron los ojos del troyano, que quedó exánime. Inmediatamente Aquiles se acercó a
Mulio; y, metiéndole la lanza en una oreja, la broncínea punta salió por la otra. Más tarde hirió
en medio de la cabeza a Equeclo, hijo de Agenor, con la espada provista de empuñadura: la
hoja entera se calentó con la sangre, y la purpúrea muerte y la parca cruel velaron los ojos del
guerrero. Posteriormente atravesó con la broncínea lanza el brazo de Deucalión, en el sitio
donde se juntan los tendones del codo; y el troyano esperóle, con la mano entorpecida y
viendo que la muerte se le acercaba: Aquiles le cercenó de un tajo la cabeza, que con el casco
arrojó a to lejos, la medula salió de las vértebras y el guerrero quedó tendido en el suelo.
Dirigióse acto seguido contra Rigmo, ilustre hijo de Píroo, què había llegado de la fértil Tracia, y
le hirió en medio del cuerpo: clavóle la broncínea lanza en el pulmón, y le derribó del carro. Y,
como viera que su escudero Areítoo torcía la rienda a los caballos, envasóle la aguda lanza en
la espalda, y también le derribó en tierra, mientras los corceles huían espantados. 490 De la
suerte que, al estallar abrasador incendio en los hondos valles de árida montaña, arde la
poblada selva, y el viento mueve las llamas que giran a todos lados; de la misma manera,
Aquiles se revolvía furioso con la lanza, persiguiendo, cual una deidad, a los que estaban
destinados a morir; y la negra tierra manaba sangre. Como, uncidos al yugo dos bueyes de
ancha frente para que trillen la blanca cebada en una era bien dispuesta, se desmenuzan
presto las espigas debajo de los pies de los mugientes bueyes; así los solípedos corceles,
guiados por el magnánimo Aquiles, hollaban a un mismo tiempo cadáveres y escudos; el eje
del carro tenía la parte inferior cubierta de sangre y los barandales estaban salpicados de
sanguinolentas gotas que los casos de los corceles y las llantas de las ruedas despedían. Y el
Pelida deseaba alcanzar gloria y tenía las invictas manos manchadas de sangre y polvo. 1.-
Identificar los peligros y vulnerabilidades en una comunidad es de vital importancia para
prevenir y reducir los riesgos a los que está expuesta dicha comunidad. En primer lugar, al
identificar los peligros y vulnerabilidades, se pueden tomar medidas preventivas para evitar
situaciones de riesgo y, en caso de que ocurran, minimizar sus impactos. Por ejemplo, si se
identifica que una zona es propensa a inundaciones, se pueden tomar medidas para construir
infraestructuras resistentes al agua o para establecer planes de evacuación en caso de
emergencia. Además, al identificar los peligros y vulnerabilidades, se pueden diseñar planes de
acción específicos para reducir los riesgos. Estos planes pueden incluir medidas como la
educación y concientización de la población sobre los riesgos, la implementación de sistemas
de alerta temprana, la creación de planes de evacuación, entre otras. En el ámbito
comunitario, es importante involucrar a los miembros de la comunidad en la identificación de
los peligros y vulnerabilidades, ya que ellos conocen mejor su entorno y pueden proporcionar
información valiosa. Además, al involucrar a la comunidad, se fomenta una cultura de
prevención y se fortalece la capacidad de la comunidad para responder a situaciones de
emergencia. En resumen, identificar los peligros y vulnerabilidades en una comunidad es
fundamental para prevenir y reducir los riesgos a los que está expuesta dicha comunidad. Esto
permite tomar medidas preventivas, diseñar planes de acción específicos y fortalecer la
capacidad de la comunidad para responder a situaciones de emergencia [
2.- Para reducir el impacto de los desastres provocados por fenómenos naturales, es necesario
tomar medidas preventivas y de mitigación. Una de las principales acciones es aprovechar las
nuevas tecnologías para la evaluación de riesgos, lo que permite contar con información más
precisa y actualizada sobre las zonas de mayor vulnerabilidad ante los desastres naturales [1].
Además, el fortalecimiento de las redes de comunicación y la coordinación entre los diferentes
organismos encargados de la gestión de emergencias son fundamentales para asegurar una
respuesta rápida y efectiva ante los desastres naturales. Otra medida importante es la
innovación y el uso de nuevas aplicaciones como el Sistema de Alerta Temprana (SAT) que
ayuda considerablemente a disminuir la cantidad de víctimas y los daños materiales
provocados por los desastres naturales [2]. Asimismo, la educación y la sensibilización de la
población sobre los peligros y riesgos que implican los fenómenos naturales, así como la
importancia de la preparación ante estas situaciones, son de gran ayuda para reducir el
impacto de los desastres naturales. Por último, la prohibición impuesta por las compañías de
seguros del establecimiento permanente en zonas de inundación ha demostrado ser una
medida efectiva para reducir significativamente los daños causados por los desastres naturales
[3]. En resumen, la prevención, la innovación, la educación y la sensibilización son claves para
reducir el impacto de los desastres naturales.
3.-
Los desastres naturales pueden tener un impacto devastador en nuestras comunidades y en el
medio ambiente. Entre los fenómenos naturales más comunes que pueden causar desastres,
encontramos el calor extremo, huracanes, inundaciones, incendios forestales, sequías,
terremotos, tormentas de nieve y hielo, y tornados
4.- La reducción del riesgo de desastres se trata de las decisiones que tomemos.
La reducción del riesgo de desastres es el concepto y la práctica de reducirlos a través de esfuerzos
sistemáticos para analizar y disminuir los factores que causan los desastres. Entre los ejemplos de tareas
para reducir el riesgo de desastres se pueden mencionar la reducción del grado de exposición a las
amenazas, la disminución de la vulnerabilidad, tanto de las personas como de sus propiedades, una
gestión sensata de los suelos y del medio ambiente, y una mejor preparación y sistemas de alerta
temprana para enfrentar eventos adversos.
5.- Dirigir la implementación de la gestión del riesgo de desastres atendiendo las políticas de
desarrollo sostenible.
Adelantar medidas para modificar o disminuir las condiciones de riesgo existentes y futuras en
Colombia, a fin de reducir la amenaza, la exposición y la vulnerabilidad de las personas, los
medios de subsistencia, los bienes, la infraestructura y los recursos ambientales expuestos a
daños y pérdidas en caso de producirse eventos físicos peligrosos.
6.- No participan en simulagros por que no lo ven impórtate ya que no suele acontecerse
tantos sismos en los últimos años pero esta mal ya que si ocurre algún desastre natural no
sabrán como actuar arriesgando su vida por ello
7.- Alcanzar dicho objetivo es posible, siempre y cuando el destinatario/a haya tomado esta
decisión de modo consciente y bajo un verdadero compromiso. Si bien puede parecer de gusto
esta aclaración, la realidad es que, si no existe este compromiso legítimo desde las
organizaciones interesadas en promoverla, difícilmente puedan alcanzarse verdaderos
resultados. Que todas las partes involucradas en el proceso compartan esta convicción será
entonces la primera condición necesaria.
Según cifras Indeci, hay un total de 12 200 damnificados, también 49 111 afectados, 59
fallecidos, 57 heridos y 8 personas desaparecidas.