La Venus Profana. Mujer y Transgresión en Los Primeros Encuentros Del Pacífico Sur
La Venus Profana. Mujer y Transgresión en Los Primeros Encuentros Del Pacífico Sur
La Venus Profana. Mujer y Transgresión en Los Primeros Encuentros Del Pacífico Sur
https://dx.doi.org/10.5209/rcha.87987
Resumen. Algunos de los debates centrales de la antropología, así como algunos de los malentendidos
culturales más notorios de la historia, han girado en torno a la mujer en el Pacífico Sur. Este artículo
propone una aproximación etnográfica al papel de las mujeres en los ‘primeros encuentros’ entre
europeos y polinesios, basado en la mayor comprensión que hoy tenemos acerca del pensamiento y la
costumbre de los pueblos del Pacífico. Este ha sido un tema de discusión que se ha solido basar casi
exclusivamente en las experiencias británicas y francesas del siglo XVIII. Proponemos añadir a él las
descripciones, relaciones y crónicas que también realizaran peruanos, novohispanos y españoles,
ampliando así su rango cronológico y geográfico, tratando de arrojar nueva luz sobre el papel crucial de
la mujer indígena del Pacífico.
Palabras clave: Mujer; Tabú; Etnohistoria; exploraciones americanas; Pacífico; Tahití; siglo XVIII.
[en] The Profane Venus. Women and Transgression in the First Encounters of
the South Pacific
Abstract. Some of the central debates in anthropology, as well as some of the most notorious cultural
misunderstandings in history have revolved around women in the South Pacific. This article proposes
an ethnographic approach to the role of women in the “first encounters” between Europeans and
Polynesians, based on the greater comprehension that we now have regarding the thought and customs
of the peoples of the Pacific. This has been a topic of discussion that has normally been based almost
exclusively on the British and French experiences of the 18th century. We propose to add to this, the
descriptions, reports and chronicles also written by authors from Peru, New Spain and Spain, thus
widening the chronological and geographical framework in order to shed new light on the crucial role
of indigenous women of the Pacific.
Keywords: Women; Taboo; Etnohistory; Spanish Exploration; South Pacific; Tahiti;18th Century.
Cómo citar: Burón Díaz, M., (2023), La Venus profana. Mujer y transgresión en las expediciones
españolas al Pacífico Sur, en Revista Complutense de Historia de América 49, 191-214.
1
Universidad Autónoma de Madrid (España).
E-mail: manuel.buron@uam.es
Código ORCID: 0000-0002-1750-0517
1. Introducción
El 6 de abril de 1768 se producía en las costas de Tahití uno de los más conocidos y
relevantes episodios de contacto cultural de la historia. Lo protagonizaba Louis An-
toine de Bougainville, a bordo de la Boudeuse y el Étoile,
A medida que nos habíamos acercado a tierra los nativos habían ido rodeando las
naves. […] Las piraguas venían llenas de mujeres que por la belleza de su rostro
en nada desmerecerían junto a muchas europeas y por la belleza de su cuerpo po-
drían competir con todas con ventaja. La mayor parte de estas ninfas iban desnu-
das, ya que los hombres y las viejas que las acompañaban les habían quitado el
lienzo con el que de ordinario se arropan. Al principio, desde sus piraguas ellas nos
hacían monerías en las que, a pesar de su ingenuidad, se descubría una cierta tur-
bación; ya sea porque la naturaleza haya dotado al sexo de una timidez ingenua, ya
sea porque, incluso en un país en el que impera todavía la franqueza de la época
dorada, las mujeres aparenten no querer aquello que más desean (…) A pesar de
todas las precauciones que pudimos tomar, una jovencita subió a bordo y fue por
encima del alcázar a colocarse junto a una escotilla de las que están por debajo del
cabrestante; esta escotilla estaba abierta para proporcionar aire a los que viraban.
La doncella dejó caer negligentemente el lienzo con que se cubría y apareció a los
ojos de todos como la Venus se dejó ver a los ojos del pastor frígido: tenía su
misma forma celestial. Marineros y soldados se atropellaban por llegar junto a la
escotilla y nunca un cabrestante fue virado con tal actividad. Nuestros cuidados
consiguieron, sin embargo, contener a aquellos hombres hechizados; la tarea me-
nos difícil no había sido contenerse uno mismo2.
Pocos extractos son más conocidos de entre todos los diarios de exploración. Y
pocos han tenido una repercusión mayor tanto en la formación de un imaginario, que
rebasaba en mucho el interés por las costumbres de la Polinesia, como en la consti-
tución de lazos políticos entre territorios tan distantes como Europa y Oceanía. Las
memorias de Bougainville constituyeron un fenómeno editorial, en donde la atrac-
2
Bougainville, 1999: 25 y s. La cita continúa con un episodio igual de famoso que de esclarecedor: “Un solo
francés, mi cocinero, el cual, a pesar de las prohibiciones, había encontrado la forma de escaparse, regresó más
muerto que vivo. Apenas había pisado tierra con la belleza que había escogido cuando se vio rodeado por una
muchedumbre de indios que los desvistieron en un instante y lo dejaron desnudo de la cabeza a los pies. Se
creyó mil veces perdido, sin saber adónde irían a parar las exclamaciones de aquel pueblo que examinaba tu-
multuosamente todas las partes de su cuerpo. Después de haberlo considerado bien le devolvieron sus vestidos,
metieron en sus bolsillos todo lo que habían sacado e hicieron acercar a la muchacha instándole a que contenta-
ra el deseo que le había impelido a bajar a tierra con ella. Fue inútil. Fue preciso que los isleños acompañaran a
bordo al pobre cocinero, el cual me dijo que, por mucho que le regañara, nunca le causaría el mismo pánico que
acababa de pasar en tierra”. Posteriormente, Bougainville cita un incidente parecido, pero con mucha menos
literatura: “une jeune et Jolie fille presque nue, qui montrait son sexe pur petits couds”. Citado en Taillemite,
1977: 317.
Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214 193
ción por el ingenuo libertinaje de las indígenas jugaría un papel central. La fascina-
ción que despertó la descripción de aquel paraíso oceánico –continuada por Cook o
Bligh– se vio acompañada por una labor de exégesis que ha sido ampliamente estu-
diada: Hawkesworth compendió las exploraciones (1773) Diderot glosó el diario del
explorador francés (1796) y, solamente unos pocos años después, Tahití –la Otahite
de entonces– ya formaba parte del imaginario y la literatura occidental; por ejemplo,
en las memorias de Chateaubriand (1849), en los delirios de Sade (1797)3 e incluso
en la guillotina, en donde su nombre llegó a sonar entre los postreros anhelos de los
ajusticiados por el Terror4. La isla fue denominada por el propio Bougainville como
la Nueva Citerea, la isla de Afrodita, constituyéndose así el que acaso fuera el pilar
más sólido del persistente mito paradisiaco del Pacífico Sur; “sirviendo variadamen-
te –en palabras de Douglas Oliver– de modelo para filósofos, como imagen para
poetas y como Meca para románticos” 5.
Pero, si bien es probable que nadie lo describiera con tanta vehemencia, ni lo di-
fundiera con tanta fortuna, lo cierto es que Bougainville no describía nada nuevo.
Rituales y comportamientos como el recogido en Matavai son habituales en las cró-
nicas y diarios de exploración, desde el siglo XVI al XVIII, y desde las Marquesas a
la Polinesia oriental. Aparecen ya, nítidamente representados, en los más tempranos
episodios de contacto en el Pacífico sur. Es el caso de la relación de Vicente de Ná-
poles, en la expedición de Álvaro de Saavedra, año de 1528,
De allí corrimos al nordeste y anduvimos ochenta leguas, y hallamos otras islas bajas;
y en una de ellas surgimos y, estando surtos, alzamos una bandera y vimos gente. Y,
llamándolos con la bandera, vinieron a nuestro navío siete u ocho paroles y surgieron
por proa de nuestro navío. Y el capitán se puso a la proa y les echó una manta y un
peine. Y ellos lo tomaron y, tomándola, se allegaron a bordo y entraron todos dentro
que serían hasta veinte hombres y, entre ellos, una mujer, que se creyó ser hechicera;
la cual ellos traían para que les dijese qué gente éramos, según lo que la india con cada
uno de los que en el navío estaban, hacía de tentarnos con las manos6.
También en la crónica inacabada de Álvaro de Mendaña del año 1595 cuando reca-
lando en las Marquesas se advierte el momento en que “[s]alieron las Yndias, de quien
afirmaron los marineros que eran hermosísimas y que habían sido fáciles en irse junto
a ellos en buena conversación”7. Y por supuesto se hallan episodios análogos en las
fuentes británicas, que en el siglo XVIII continuaron con igual o más éxito la visión
romántica de Bougainville. En el mismo Tahití, poco antes de la llegada del Étoile y la
Boudeuse, George Robertson ya describía a “chicas jóvenes realizando desenfrenados
3
Hawkesworth, 1773; Diderot, 1796; Sade, 1797; Chateaubriand, 1849.
4
En las cartas de despedidas a su esposa de Camille Desmoulins se leía lo siguiente: “O ma chère Lucile! J’étois
né pur faire des vers, pour défendre les malheureux, pour te rendre heureuse, pur composer, avec ta mère et mon
père, et quelques personnes selon notre cœur, un Otaïti”. Desmoulins, 1836 : 225.
5
Oliver, 1974: 2. Ya Platón en El Banquete, dividía entre Afrodita Urania, más antigua, diosa del amor espiritual,
y Venus Citerea, adorada por el pueblo común, diosa del amor sensible.
6
Relación de Vicente de Nápoles con Álvaro de Saavedra. Circa 1528. Archivo General de Indias [España] (en
adelante AGI), México, Patronato, 43, n. 2, r. 11, ff. 10r – 12v. La descripción continúa “Esta gente es blanca, y
pintados los brazos y cuerpo y las mujeres son hermosas, y los cabellos negros y largos; andan cubiertas todo el
cuerpo con unas esteras muy delgadas y primas”.
7
Relación y derrotero del primer viaje del Adelantado Álvaro de Mendaña, Biblioteca Nacional de España (en
adelante BNE), MSS/10267, f. 35.
194 Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214
Cada uno de los nuestros se miraba rodeado de una multitud de naturales que im-
pedían hasta la vista unos de otros, compuesta de unas mujeres insinuantes que no
perdonaban medio alguno por donde hacerse agradables, y de unos hombres inte-
resados que, si el orgullo o la modestia del sexo disfrazaba de algún modo sus
ofertas, recordaban con demostraciones nada equívocas el obsequio que debía
exigirse de ellas, cuyas circunstancias eran otros tantos incentivos que hacían ne-
cesaria la vigilancia por nuestra parte, para contener a unas gentes enardecidas,
pero a pesar de este martirio tan superior al de Tántalo, tuvieron efecto nuestros
esfuerzos, aunque era lo más difícil el contenerse a sí mismo10.
8
Warner, 1955: 32.
9
Citado en Salmond, 2009: 54.
10
Pineda, Arcadio, Viaje en limpio de las corbetas “Descubierta” y “Atrevida” desde su salida de Cádiz en 1789
hasta su regreso a Montevideo en 1794 por Arcadio Pineda. Archivo del Museo Naval [España] (en adelante,
AMN), 0142 Ms. 0181/000, f. 462. Así también dirá Mourelle de la Rúa: “En las canoas venían muchas mujeres,
cuyo rostro no fue desagradable a nuestra vista […] El hijo de Tubou me conducía de parte de su padre una
mujer de 22 a 25 años; y cuando con su regalo me la ofreció, procuré con un aire de desprecio e indignación
desagradecerle un presente que ninguno de mi buque podía recibir, haciendo el punto que la devolviese a tierra”.
Mourelle de la Rúa, 1978: 210.
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Figura 1. Dibujo en tinta que muestra, aunque de manera estilizada, la presencia de mujeres en
embarcaciones indígenas en la bahía de Matavai, Otaheite [Tahití] a la llegada del Endeavour,
durante el primer viaje de Cook 1768-1770, dibujado por Sydney Parkinson [detalle]. Nótese la
rápida transustanciación de las indígenas en venus, todo parecía coadyuvar a ello: la
denominación de nueva Citerea por Bougainville, los romances de Banks con la reina Oberea,
incluso el motivo oficial del viaje de Cook: la observación del tránsito de Venus12.
11
Muchas veces nos referiremos al Pacífico Sur, dentro de esta denominación geográfica no incluiremos a Austra-
lia, pues la lógica cultural, la procedencia étnica de los aborígenes y el imaginario creado no pueden diferir más
respecto al de sus vecinos. Para el caso de Australia véase: Pimentel, 1992; Burón Díaz, 2018.
12
Fuente: Add ms 15508 f.3r. British Library [Inglaterra].
196 Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214
Pocas cosas existen más características en la historia que las escenas de descubri-
miento o de contacto cultural. A partir de las crónicas y testimonios, con los ingre-
dientes comunes del paisaje y los tipos humanos, se compondrían frescos históricos,
llamados a representarse una y mil veces, formando estereotipos que en adelante
serían reconocidos, cuestionados y escrutados. Lo cierto es que escenas como la de
Bougainville en Tahití o la de Cook en Botany Bay suponen una suerte de mecanis-
mo historiográfico, tan cargado de sentido como para resultar en importantes conse-
cuencias políticas o culturales. Todo descubrimiento tiene algo de fundacional y
simbólico, pues tiende a legitimar relaciones, inaugurar imaginarios, sociedades o
tradiciones. Pero todo descubrimiento tiene también algo de laboratorio, pues las
primeras crónicas y los sucesos que en ellas se recogen, vendrían a conformar una
irrepetible fuente de información en el afán de comprender a unas sociedades indí-
genas todavía no afectadas por el súbito impacto de la colonización. Este último
rasgo –común a todo espacio de colonización– acaso sea más pertinente en lo que
respecta al Pacífico Sur. La escasez de fuentes pre-europeas, las limitaciones que
imponía el medio físico y, por tanto, la rapidez en el proceso de conquista o acultu-
ración, han provocado que los historiadores y antropólogos del Pacífico acudan a los
diarios de Cook, Bougainville o Wallis como aquellos exégetas que escrutaban los
textos sagrados en busca de una verdad intocada.
Al acercarse a aquellos episodios de contacto el investigador debe salvar, sin
embargo, un importante obstáculo: el pesado sesgo de los testimonios europeos. Un
sesgo especialmente evidente (y atractivo) para el caso del Pacífico Sur; al constituir-
se en torno al siglo XVIII sobre las inflamadas visiones de los ilustrados europeos:
naturalezas pródigas, paisajes edénicos, sociedades adánicas y lúbricas mujeres.
Bien por complacencia, bien por refutación, dicho sesgo ha supuesto algo así como
la piedra de toque de la historiografía del Pacífico. Las historias nacionales de buena
parte de los territorios del Pacífico (Australia, Nueva Zelanda, Tahití…) fueron cons-
truidas a partir de aquellas visiones de los grandes exploradores del XVIII. Quizás
por ello, reacciones posteriores contemplarían aquel sesgo no como un obstáculo
sino como un objeto de estudio en sí mismo. Incluyendo toda una generación de
antropólogos e historiadores más interesados en el texto que en la historia; esto es,
en denunciar o deconstruir la crónica europea que en comprender a las culturas de
Oceanía13.
Frente a ello, en las últimas décadas, se impondría una nueva propuesta historio-
gráfica de marcado carácter etnográfico; que, a través principalmente de ejercicios de
antropología comparada y al uso de fuentes etnográficas en el presente, ampliaría
considerablemente nuestro conocimiento de las culturas de Oceanía. Este “volver a
poner la cultura otra vez en la historia” como lo definiría Marshall Sahlins –el gran
inspirador de esta corriente– o esta “historia del otro lado de la playa” –como la de-
nominaría Greg Dening, uno de sus más conocidos autores– intentaba una recons-
trucción de las culturas del Pacífico a través principalmente de los testimonios de los
primeros episodios de contacto (early contacts) y, muy en particular, del desvela-
miento de lo que denominaría como “malentendidos transculturales” (crosscultural
13
Véase: Obeyesekere, 1992.
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14
Sahlins, 1985; Dening, 1988; Borofsky, 2000; Salmond, 2003; Tcherkézoff, 2004.
15
Para un más extenso análisis de la construcción de un relato nacional (bicultural o binacional) en Nueva Zelan-
da, véase: Burón Díaz, 2019: 183 – 258.
16
No siempre han obviado las fuentes hispanas, pero cuando lo han hecho el resultado ha sido, como poco, para-
dójico; en ocasiones pareciera que se acercaran más a la comprensión cultural de los pueblos oceánicos de hace
trescientos años que a los propios españoles, auténticos otros en estas antropologías cruzadas. Es el caso del
estudio de Salmond sobre Tahití, en donde atribuye a la poderosa influencia de la Virgen María la estricta casti-
dad (?) de los españoles en sus expediciones. Salmond, 2011. O los maliciosos comentarios de Franz Steiner
sugiriendo que los españoles no se apercibieron del tabú por su condición de católicos y, acaso, de su similar
naturaleza supersticiosa: “[N]ingún español había dado previamente noticia de aquellos actos curiosos –o al
menos ninguno lo mencionó. Aunque quizás no habría sido tan extraño a un español como a un protestante del
norte”. Steiner, 2003: 23. El relativo olvido en que han estado las crónicas españolas y americanas en el Pacífi-
co, y especialmente las referidas a Tahití, se han debido en primer lugar al olvido de las mismas por parte de la
historiografía en español. Como prueba, que aquel que primero las reuniera fuera, Bolton Glanvill Corney.
Corney, 1913, 1915 y 1919. Una gran excepción a todo ello sería la obra de Baert. Baert, 1999.
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Este día fue el primero que se abrió el portalón a las mujeres, y para solemnizar la
nueva amistad, quiso Buná agasajarnos con un presente como el que inventó Obe-
rea en Otaheti para apaciguar a Wallis. Ofreció con mucha instancia algunas de las
17
Beaglehole, 1961: 236.
18
Relación, 1947: 45.
19
Moorehead, 1966: 7.
20
Baré, 2002 [1985]; Sahlins, 1985.
21
Ellis, 1831, vol. I: 301.
Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214 199
Desde este punto de vista, por tanto, “el comportamiento promiscuo de las muje-
res tahitianas hacia los marineros franceses en 1768 […] sería más defensivo que
amistoso (como los franceses mismos preferían verlo)”23. Debido al brutal encuentro
que sufrieron con Wallis, ocho meses antes de la llegada de Bougainville, los tahitia-
nos habrían pronto descubierto que podían aplacar a los ingleses con el ofrecimiento
de mujeres jóvenes. Así, “los primeros ofrecimientos de mujeres tahitianas habrían
sido hechos para obtener ventaja estratégica”24. De tal manera que, cuando llegaron
los franceses, lo primero que harían sería repetir tal práctica, en prevención de que
algo malo les sucediera: “el sexo era el modo más seguro de asegurar el comercio y
la paz con los europeos”25. Tcherkézoff asume el carácter ritual de dichos encuentros,
pero en otro sentido. Según él las muchachas tahitianas seguirían órdenes de los sa-
cerdotes de las islas en busca de ser encintas por los marinos extranjeros capturando
así su esencia. Sin embargo, aplacamiento, seducción o sumisión parecen estrategias
que responderían más a la lógica, al deseo, y también a la supuesta superioridad oc-
cidental, que al complejo sistema de pensamiento polinésico26. Numerosos investi-
gadores han incidido en este punto de vista, confundiendo rituales de recibimiento o
intercambio, danzas y saludos ceremoniales con las posteriores relaciones sexuales
–que sin duda existieron en este y en otros territorios– pero, además, obviando que
este comportamiento aparecerá recogido en otras muchas fuentes y situaciones, sin
necesidad de enfrentamiento previo.
Un tercer grupo de explicaciones se abriría camino ya desde los primeros tiem-
pos, uno que no provendría sólo de la mentalidad mercantilista, temerosa o clasista
que los europeos creyeron ver en sus gentes, sino de la propia costumbre indígena:
formaba parte de un ritual de ininteligible significado. Algunos contemporáneos
llegaron a percibir que era precisamente el peso de su tradición –y no la ausencia de
civilización– lo que explicaba, por ejemplo, desnudos rituales como el recogido por
Bougainville. Es el caso de Juan Pantoja en su crónica de la expedición del Virrey
Amat: “Todos los Yndios a larga distancia se bajaban los ponchos y mantas de los
hombros ciñéndoselo a la cintura, ceremonia que gastan hombres y mujeres al ver al
Eri Otu y Viejiatua, caciques principales de la Ysla”27. Coincidente en todo punto
con la explicación de Máximo Rodríguez, testimonio imprescindible de aquel que
fue intérprete en las expediciones peruanas a Tahití: “Los referidos Ysleños quando
pasa el Eri por delante de ellos, se bajan la manta de los hombros a la cintura, hom-
bres y mujeres, y se ponen de pie si están sentados hasta que pasen”28.
22
Viaje en limpio de las corbetas “Descubierta” y “Atrevida” desde su salida de Cádiz en 1789 hasta su regreso a
Montevideo en 1794 por Arcadio Pineda. AMN, 0142 Ms. 0181/000, 392.
23
Bolyanatz, 1984: x.
24
Sturma, 2002: 21.
25
Bolyanatz, 1984: xi.
26
Tcherkézoff, 2004.
27
Estracto del diario de viaje q[ue] acaba de hacer Juan Pantoja y Arriaga… circa 1775. Biblioteca Universitaria
de Sevilla [España], A330/107, f. 68v.
28
Relación diaria que hizo el intérprete Máximo Rodríguez de la Ysla de Amat. 1774. AGI, Lima, MP-ESCRITU-
RA_CIFRA, 53, f. 15r.
200 Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214
Día doce, presentaron los Eríes algunas mujeres vestidas de muchas mantas para
que estas se desnudasen y diesen a los dichos las referidas mantas quedando sola-
mente con una mala para cubrir sus carnes llamando a esta fiesta Taurua y después
de ella se armó el Paraparau, que es como una tertulia o conversación de buen
gobierno, a la que se fundaba en las guerras que mantienen estos naturales con los
de Morea30.
Desde este punto de vista, aquel desnudo –pero no otro tipo de exhibiciones,
como veremos en adelante– vendría en cierta manera a inaugurar las relaciones entre
tahitianos y europeos. Pero lejos de reducirse a un gesto de sumisión –ni, mucho
menos, de disponibilidad sexual– nos pone frente a un complejo conjunto de rituales
y modos de pensamiento que es necesario desmenuzar. En las páginas que restan, y
con la cautela que procede en este tipo de aproximaciones, propondremos un nuevo
tipo de explicaciones para cada uno de los rituales que más aparecen en las fuentes.
Pero todos ellos, incluido el de la famosa Venus de Bougainville, habrían de respon-
der al complejo sistema de relaciones y proscripciones comúnmente reducido al
concepto de tabú. Argüiremos que la constante presencia de mujeres en los contactos
oceánicos ha de entenderse, efectivamente, como un método ritual de defensa o aca-
29
Relación diaria que hizo el intérprete Máximo Rodríguez de la Ysla de Amat. 1774. AGI, Lima, MP-ESCRITU-
RA_CIFRA, 53, f. 14v.
30
Rodríguez, 1992: 78.
31
Citado en Salmond, 2009: 27.
Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214 201
so de ataque, con un claro efecto apotropaico: que bien restituía bien inclinaba a su
favor el terrible juego de contrarios que el encuentro representaba.
32
Mead, 1934: 502.
33
Salmond, 1978: 15.
34
Davies, 1851: 62.
202 Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214
mos el amor, llevaremos ropa no consagrada [ahu noa], comeremos cerdo, caballa,
tiburón, bananas; y beberemos ava; y no nos mires con ira por ello, ¡oh Dios!
Permanece entonces aquí, en este santo lugar [vahi mo’a], gira tu cabeza a Pô. No
observes, Dios, las andanzas de los hombres35.
35
Recogido en: Henry, 1928: 172.
36
Belich, 1996: 74.
37
Durkheim, 1912; Douglas, 1966. Para un análisis de las diferencias entre los archipiélagos de la Polinesia véase,
Hanson, 1982.
Burón Díaz, M. Rev. Complut. Hist. Am. 49 2023: 191-214 203
aquello que más temor y curiosidad causó a los habitantes del Pacífico Sur: las armas
de fuego. “Preguntóme la forma que teníamos en nuestros combates y el estrago que
hacía el cañón, a lo que le satisfice de un todo, quedando muy aficionado a que se le
trajese unas armas”. La conversación debió derivar a una comparación sobre el po-
der de las armas de ambos pueblos. Otú se interesaba y comprendía el poder de las
armas occidentales pero, afirmaba, el poder de los tahitianos también podía ser gran-
de, no a través meramente de las armas terrenales, sino del tapu, aunque no le diera
tal denominación: “Ofreciéndome hablar de religión y de sus Tajuas o sacerdotes me
dijo, era tanto su poder que se enfadara un Tajua conmigo me podía matar en dos
días y cuando no, agarraría mi saliva y poniéndola en un pedazo de coco la enterraría
y en dos días me quedaría con los testículos, de suerte que llegasen al suelo o tullir-
me”. Otú hace aquí explícito el poder de la magia simpática, común en todo el Pací-
fico, y la posible transgresión del tapu que provocaría la utilización espuria de estos
restos por parte de cualquiera. De ahí el cuidado con el que, en Nueva Zelanda, en
Hawai o en Tahití, tenían en el deshecho de tales sustancias. En definitiva, el impac-
to de las armas podía ser terrible –como los propios tahitianos habían podido com-
probar desde la visita del Wallis– pero el poder de dichas transgresiones podía ser
aun más poderoso. Máximo Rodríguez reaccionó como era común entre los españo-
les, combatiendo la creencia indígena, ya fuera “sacando del error” a los indios o,
directamente, desafiándoles. “A lo que le pedí con toda instancia quería lo ejecutase:
mandó a uno se hiciera tajua pues no había ninguno en la ocasión presente y que
comenzase a hacer sus oraciones y conjuros para ver si yo cobraba miedo y más
viendo que yo me reía de todo se quedó absorto”38.
Sin embargo, el primer aspecto sobre el que se comenzó a entrever la importancia
de un sistema de restricciones en el Pacífico fue sobre la alimentación. Las ofrendas
de comida son omnipresentes en muchas ceremonias del Pacífico, y el propio acto de
comer supone uno de esos trances que han de ser cuidadosamente observados. Pocas
cosas podían transgredir tanto el tabú –es decir, pocas cosas eran tan profanas– como
la comida. De hecho, tabú y comida están incluso lingüísticamente relacionados en la
mayor parte de los pueblos del Pacífico. La propia palabra maorí whaangai significa
tanto alimentar como “propiciarse una atua [divinidad] al ofrecer comida ceremo-
nial”. De la misma manera, la palabra rahu, en el maohi de Tahití, significa al mismo
tiempo “tabú” y “comida” o “alimentar”39. Fue con la separación de las mujeres a la
hora de comer, o con la intolerancia de los jefes indígenas al contacto con la comida,
cuando a los europeos se les hizo evidente la acción de una norma cultural al mismo
tiempo poderosa y subterránea. El mismo Máximo Rodríguez intentó arrojar luz acer-
ca de tales restricciones, pues aparece en una de las preguntas de su famoso cuestio-
nario, de vocación ya plenamente antropológica: “[averiguar] [s]i es cierto que repu-
dian a la mujer siempre que quisieren, o si necesitan para ello el permiso del eri”40.
38
Rodríguez, 1992: 68.
39
La palabra tahitiana faaaa, que quizás se deriva o está relacionada con el wha maorí, significa “cocinar hasta
conseguir que la carne deje de estar cruda”, faaani “el acto de dar”, y faaatu “el acto de separar aquello sagrado
de aquello profano”. El concepto tahitiano de sagrado (ra’a, ra’ara’a y sobre todo rahu) es al mismo tiempo un
sufijo (quizás proveniente de ra el sol o el día) que verbaliza un nombre y del que deriva el mismo verbo comer
(ra’anu). Andrews, 1944.
40
Se conservan en el Archivo de Indias las noventa y nueve preguntas del Interrogatorio llevado a cabo en el se-
gundo viaje de las expediciones de Amat: Carta n. 1068 de Manuel Amat y Junyent, Virrey del Perú, a Julián de
Arriaga, Secretario de Marina e Indias. Lima, 9-I-1775. AGI [España], 653, n. 82. Anne Salmond define tal
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cuestionario como “de lejos el más detallado conjunto de instrucciones antropológicas para ser desarrolladas
durante dicho periodo de la exploración del Pacífico”. Véase Salmond, 2011: 101.
41
“Contaminar el tapu de un hombre con comida cocinada significaba privarle del mana y situarle en una relación de
víctima respecto del vencedor”. Smith, 1974: 32. Como afirma Salmond para el caso de Nueva Zelanda, “la
ofrenda de comida es un cambio ritual de Dios a hombre, de huésped a visitante, de vencedor a cautivo (en el ca-
nibalismo). Comer es un acto de apropiación”. Y “a la inversa comer es una forma de ataque”. Salmond, 2011: 22.
42
Citado en Descripción, 1921: 197.
43
Henry, 1928: 412.
44
Best, 1925: 1014.
45
Williams, 1957: 385.
46
Henry, 1928: 314.
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Las mujeres (con la excepción de mujeres de alto rango) y los esclavos eran noa,
esto es, libres de tapu, en ningún lugar, ordinario. Sin embargo, a través de lo im-
47
Fuente: Elaboración propia a partir de Elaboración propia a partir de Salmond, 1978; Shirres, 1982.
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Que sólo la mujer de alto rango fuera considerada tapu podría explicar las opinio-
nes de Cook o Andía de Varela: sólo las mujeres del común se entregaban, pero no
porque fueran de clase inferior, sino porque por naturaleza eran noa o profanas (y no
tanto impuras como afirma Smith, concepto tomado de otras esferas culturales y que
puede llevar a confusión). Es cierto que la mujer en algunas ocasiones podía trans-
gredir el orden o estado de cosas; y, por ello, podía ser considerada como peligrosa
o contaminante. Pero también lo es, como prueban algunos testimonios conservados,
que la mujer, tanto con su acción como con su exhibición, tenía una función positiva
en ciertos rituales, generalmente involucrados en la eliminación de lo sagrado o en
la vuelta a una situación profana. En Nueva Zelanda, era costumbre que la mujer
entrara primero en fortalezas o casas que acababan de ser fabricadas para así desa-
cralizar el espacio; esto es, para –literal y positivamente– profanarlo49. En Tahití se
sabe que la mujer era importante en aquellos rituales que atañían a ‘Oro, el terrible
dios de la guerra, pues la guerra acaso fuera el evento más sagrado de todos. En la
crónica de Moerenhout aparece el siguiente pasaje,
Tan pronto como un indio [i. e. Maohi] se veía en tal estado (imbuido por ‘Oro,
dios de la guerra), habitualmente se envolvía el brazo con una tela, de una manera
inusual y por tanto reconocible, signo de que poseía el favor de las mujeres. Podía
así disponer de hasta doce mujeres, mismo número que los sacerdotes […] Y aque-
llas mujeres permanecerían con él tanto tiempo como durara su frenético estado,
entregándose con ardor a todas sus demandas, aceptándolas como si fueran inspi-
radas por el mismo dios […] pero todas ellas le dejarían tan pronto como recobra-
ra su ser, al suponerse que con ello el espíritu del dios le había abandonado50.
Este testimonio es esclarecedor porque muestra cómo el acto sexual, tan mentado
en las crónicas europeas del XVIII, poseía también una función ritual muy clara,
tendente a mitigar, a ayudar a retornar a una normalidad, tras las siempre dramáticas
consecuencias de un estado sagrado de guerra. También en las islas Fiji, donde se ha
recogido cómo los guerreros se debían abstener de tener relaciones sexuales al me-
nos cuatro noches antes de poder empuñar las sagradas armas51. O en las Tuamotu,
donde regía una abstención sexual la noche antes de un sacrificio en la marae52. O en
las Marquesas, donde las mujeres no podían mantener relaciones sexuales, encender
fuego, o incluso abandonar sus casas, mientras sus maridos se encontraban en la
batalla53. Wallis, volviendo a Tahití, se sorprendió de la aparición de una canoa con
una plataforma superior desde donde las mujeres realizaban impactantes actos de
48
Smith, 1974: 27.
49
Johansen, 1964: 62
50
Moerenhout, 1837, vol. II: 48.
51
Thompson, 1940: 113.
52
Williamson, 1924, vol. 2: 286.
53
Handy, 1923: 135.
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Y como ellos hiciesen asco y escupiesen de ellas, para darles entender que no las
habían de tomar, se admiraban, y más que no las trujésemos. Y como algunos de
nosotros se apartasen a orinar; ellas se iban tras ellos para ver con qué, y hubo una
que se llegó a tomar de la falda del sayo a un soldado para verlo. Como los nues-
tros se excusasen, se subió un indio escondidamente encima de un árbol, donde
algunos se apartaban a orinar, para verlos sus vergüenzas, porque no sabían qué
juzgar de nosotros54.
Vinieron a vernos sus hijos y mujeres y convidándonos con ellas y nosotros hicí-
moslos señas que no las queríamos y escupíamos del convite que ellos quedaron
muy admirados y mirábanse unos a otros como quien imaginaba que no debíamos
ser hombres y esto entendimos porque vimos algunos dellos que andaban muy
solícitos para ver si teníamos sexo de hombres55.
54
Información que por orden del Virrey y Capitán general del Perú D. Francisco de Toledo, y a fin de cumplir la
orden de S. M. hizo el Dr. Barros, Oidor de esta Real Audiencia… Lima, 4-VI-1573. Real Academia de la His-
toria, Colección Muñoz, t. X, a. 37, f. 197.
55
Relación de Pedro Sarmiento de Gamboa en Islas Salomón. s. l., circa 1569. AGI, Patronato, leg. 18, n.10, ramo
8, f. 15.
56
Relación y derrotero del primer viaje del Adelantado Álvaro de Mendaña. s. l., 1701-1800. BNE, MSS/10267,
f. 5.
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“muecas burlonas, las piernas a horcajadas, levantando sus vestidos y mostrando [las
niñas] sus desnudeces”57. Arcadio Pineda, a su vez, captando la imbricación de un
ritual al mismo tiempo sexual y castrense, los describe como “bailes lúbricos y mili-
tares”, canciones de “versos medidos con consonantes y según una u otra palabra
que se entendía son por la mayor parte obscenos, las figuras y movimientos son
análogos”58; Joseph Banks, finalmente, se referirá a “niñas (…) cantando las palabras
más indecentes, utilizando las más soeces posturas y torciendo la boca de la manera
más extraordinaria”59. Era éste un típico ritual del Pacífico que podríamos definir
como de burla que, como la famosa haka neozelandesa, buscaba minar el prestigio o
poder de aquellos a los que iba dirigido; pero no porque los soliviantara o buscara
disminuir o enardecer el ánimo del enemigo o rival, sino precisamente porque el
carácter profano de las mujeres (noa) era por naturaleza hostil al poder sagrado del
hombre y la guerra (tapu o ra’a). Canalizando esta energía, subvirtiendo el poder
ancestral de los dioses, las mujeres jugaban un papel fundamental, comenzando así
en cierta manera a ganar las batallas.
En particular, dentro de estas danzas y aún de otros rituales, la exhibición de los
genitales femeninos, lejos de suponer un gesto de sumisión o promiscuidad, consti-
tuía un ritual de magia simpática, que eliminaba el tabú a través de una vía somática
o ara. Literalmente abría un canal de comunicación de lo sagrado a lo profano; o, si
se quiere, del dominio de Po o de los dioses, al Ao, humano y mundano60. En las
Marquesas, por ejemplo, es conocido que la mujer, a través de su sexo, infringía una
influencia curativa sobre aquellas enfermedades producidas por un ente maligno que
convenía expulsar: “[s]e pensaba que la vagina de la mujer era abominable a tales
demonios. Una manera en que la mujer podría curar a su marido si este estaba afec-
tado de alguna enfermedad era por medio de sentarse desnuda en la parte afligida”61.
Elsdon Best, el conocido etnógrafo neozelandés, fue más allá puntualizando que la
“mujer representaba el infortunio, el pecado, la suciedad, y la muerte, el órgano fe-
menino representa la muerte y ostenta el poder de esclavizar al hombre”62. La vulva,
para bien o para mal, era considerada como uno de los más poderosos talismanes a
la hora de eliminar o atenuar las cualidades sagradas de las diferentes situaciones,
personas u objetos.
El poder mágico del sexo femenino en el Pacífico Sur aparece nítidamente refle-
jado en algunos de los más característicos objetos rituales del arte maorí neozelandés,
como los hei tiki o los pare. Los pare son una serie de dinteles finamente esculpidos
en madera, situados en las zonas de entrada y salida –de nuevo momentos liminares–
de las whare o casas tradicionales. Otra vez encontramos una figura femenina que
domina la acción ritual, con una muy marcada representación de los órganos sexua-
les, y que generalmente –tal como se daba con la llegada de las canoas– aparece es-
coltada por otros personajes masculinos que parecen protegerla o acompañarla. La
57
Parkinson, 1784 [1773]: 33.
58
Pineda, Arcadio, Viaje en limpio de las corbetas “Descubierta” y “Atrevida” desde su salida de Cádiz en 1789
hasta su regreso a Montevideo en 1794 por Arcadio Pineda. AMN, 0142 Ms. 0181/000, f. 459.
59
Banks, Joseph, Manners and customs of South Sea Islands, 1769. Posterior al 14-VII-1769. State Library, New
South Wales [Australia], SAFE/Banks Papers/Series 03.01 (Safe 1/12), f. 364.
60
Driessen, 1991: 51 y s.
61
Handy, 1927: 245.
62
Best, 1924: 477.
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información que nos puede otorgar este tipo de piezas es sumamente valiosa, ya que
algunas de ellas proceden de épocas anteriores al contacto europeo, habiéndose con-
servado en algunos casos en contextos ambientales no tan habituales en otras islas
del Pacífico. Es el caso por ejemplo de una de las piezas centrales del Museo regional
de Whanganui, el Hauraki Pare, que posee más de dos siglos de antigüedad y que
fue recuperado del fondo de un lago, donde quizás fuera arrojado o enterrado a pro-
pósito63.
Figura 2. Dintel tallado maorí de Patetonga, Hauraki, en un estilo moderno típico del norte
de las islas. La figura central representa a una mujer, lo que puede ser un recuerdo de la
función ritual de la mujer en Polinesia64
¿Cuál era la función o la simbología que se escondía tras este tipo de representa-
ciones? Los historiadores parecen estar de acuerdo en que la función de estos dinteles
era mágica o religiosa. La mujer poseía una tan importante función de equilibradora,
eliminadora o transgresora del tapu que acabó constituyéndose como un elemento
decorativo y religioso claramente apotropaico. De esta manera, cualquier visitante o
extraño que entrara en la casa, al pasar por debajo de la representación sexual feme-
nina, quedaba bajo el influjo del mana o fuerza mágica de la figura ancestral o sim-
bólica: “la figura femenina por tanto equilibraba las alteraciones de tapu que pudieran
ser generadas fuera de la whare (casa), con la esperanza de que aquello que pasara
en el interior de la whare fuera pacífico”65. Como afirma uno de los más importantes
expertos en arte maorí,
63
Harwood - Wilson, 2008: 62. Véase también el estudio sobre simbolismo sexual en el arte maorí de Jackson, son
las piezas más antiguas precisamente aquellas que presentan unos rasgos sexuales más marcados. Jackson, 1972.
64
Fuente: Colección del Auckland Museum de Nueva Zelanda, fotografía Trustees of British Museum. Además de
la pieza mencionada del Whanganui Regional Museum, el Museum of New Zealand Te Papa Tongarewa de la
ciudad de Wellington, también conserva alguna pieza de la misma tipología (WE001204)
65
Harwood - Wilson, 2008: 62.
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Se puede ver por tanto en los rituales y los objetos característicos del Pacífico sur,
la función y el papel que pudo jugar la mujer en las sociedades del Pacífico sur antes
de la llegada de los europeos: en la guerra, en la enfermedad, en la construcción o en
los encuentros con visitantes.
5. Conclusiones
Denis Diderot, uno de los padres de la ilustración, puede ser también considerado
–merced a su conocida glosa filosófica a los viajes de Bougainville– uno de los
principales artífices del mito paradisíaco y femenino del Pacífico Sur. Mucho antes
de todo ello, en 1748, escribió una breve novela libertina llamada Les Bijoux Indis-
crets. En ella y gracias a una mágica situación, el sexo de cada mujer –las joyas in-
discretas de la novela– cobraba voz. Se rebelaban así los secretos, los deseos y nece-
sidades femeninas, causando con ello gran escándalo y desconcierto. Una vagina
parlante suponía un hallazgo y un enorme peligro, capaz de transgredir todo el orden
social aceptado. Ello nos descubre, en realidad, un anhelo, destapar el hermético
secreto del mundo femenino, pero también nos expone una situación: el tabú social
de una mujer europea, que habría de permanecer en el campo de lo privado, lo silen-
cioso y lo pasivo. Es por ello que cuando los marinos entraron en contacto con las
mujeres del Pacífico no alcanzaran a entender el importante papel social y litúrgico
que poseía la mujer, asociándola a la única función pública que en ella conocían: la
prostitución o lubricidad. La constante presencia de la mujer oceánica, y todo ritual
que protagonizara –el desprendimiento de las mantas hasta los hombros, la exposi-
ción del sexo femenino y la tentación amorosa– fue así amalgamado y subsumido
bajo un acto de ofrecimiento sexual, luego de descubrir la misteriosa proscripción
del tabú, bajo la negativa condición de peligrosidad y de impureza. Sin embargo, tal
como se ha intentado demostrar, la importancia social y ritual de la mujer en el Pací-
fico era capital y no se reducía a la parte complementaria, pasiva o negativa del orden
religioso oceánico. La mujer actuaba socialmente a través de aquello que hemos
denominado como transgresiones rituales, relacionadas con su naturaleza profana.
A la luz de las diferentes crónicas, ceremonias, indagaciones lingüísticas, infor-
maciones etnográficas y objetos arqueológicos, podemos apenas acercarnos a la ex-
tensión o complejidad del pensamiento y los rituales de los pueblos de Oceanía. Si
66
Barrow, 1978: 53.
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las acciones de los pueblos indígenas no podían responder sino a sus propios modos
sociales y rituales –y así hemos podido apreciar algunas constantes tanto a lo largo
de los siglos como entre islas muy distantes– estos no eran ni estáticos ni esenciales.
Muy al contrario, fueron habitualmente adaptados a las diferentes necesidades y
circunstancias históricas. Muy pronto, los habitantes de las islas del Pacífico sur ne-
cesitaron tanto como se resistieron a los viajeros europeos. En esta doble pulsión tan
característica del colonialismo, los actores indígenas, dentro de un amplio abanico
de posibilidades, desplegaron estrategias que fueron desde el odio y la eficaz resis-
tencia, a la adaptación y a la pasión por lo foráneo. Hubo intereses en el trueque, en
la guerra y, también, en el amor.
Así, las mujeres de Oceanía capturaron con sus rituales la atención de los marinos
europeos. Como en las joyas de Diderot, el sexo de la mujer del Pacífico poseía una
función transgresora. Pero no era la indiscreción social aquello que la causaba, tam-
poco la ausencia de tradición. Su representación simbolizaba –como afirma Eldson
Best– la energía destructiva, se le relacionaba con Hine-nui-te-po o Gran Mujer de la
Noche, aquella que trae la muerte al mundo. Pero también, sin contradicción, con el
mundo de la luz, con Ao Maarama, la energía generadora que alumbraba el mundo.
Era el gran símbolo liminar, recóndito umbral del mundo, del que todo hombre sur-
gía, por el que todo hombre bregaba (“el poder de esclavizar al hombre” 67) y por el
que todo hombre era destruido (es el caso de la muerte de Maui, el más importante
de los héroes del Pacífico). Por ello –por la misma lógica simpática que también rige
en el tabú– la visibilidad e intervención de la mujer era esencial en aquellos momen-
tos en que se traspasaba el límite entre lo sagrado y lo profano. La mujer del Pacífico
era aquella Mujer Heráldica de Fraser que con su sexo sellaba el mundo terrenal,
conjurando y profanando el peligro de la guerra, de los dioses y de los hombres68.
Existen pocos momentos liminares en la historia más profundos que aquellos de
descubrimiento y contacto cultural, verdaderas cesuras entre periodos y civilizacio-
nes. La colonización imponía también su doble lógica destructiva y genitiva, y la
mujer del Pacífico sur ostenta en ellos su tradicional función. El mismo Douglas
Fraser advirtió, hace ya casi un siglo, cómo las cualidades sagradas y mágicas de la
imagen de una mujer expuesta, y aun de la mujer que se exhibe, que nos mira y que
frontalmente se nos muestra, provenía del agresivo poder de capturar nuestra mirada
como ninguna otra; manifestaciones formales del extraordinario poder apotropaico
que ostentaba la mujer oceánica. Capturar la mirada era conjurar el mal, poner el
mundo entre paréntesis, atenuar sus nefastas consecuencias. Así, la mujer del Pacífi-
co, exhibida ritualmente a la llegada de los europeos, capturaba la mirada de Occi-
dente, de exploradores, viajeros y románticos, de historiadores y antropólogos69.
67
Best, 1924: 477.
68
Fraser, 1966.
69
Conclusiones que no habrán de sorprender a al atento lector del “otro” Frazer, James Frazer (1854-1941) quien
ya intuyó que: “[D]e todas las fuentes de peligro ninguna es más temida por el salvaje que la magia y la brujería,
sospechando que todos los extranjeros practican estas artes negras […] He aquí por qué antes de permitirles
mezclarse libremente con los habitantes, frecuentemente se cumplen algunas ceremonias por los nativos del país
con el propósito de desposeer a esos extraños de sus poderes mágicos, de contrarrestar la influencia perniciosa
que se cree mana de ellos o de desinfectar, por decirlo así, la atmósfera inficionada de la que suponen están ro-
deados […] es probable que el mismo temor al extranjero, mas que el deseo de honrarle, sea el motivo de ciertas
ceremonias que se observan algunas veces en su recepción, pero cuya intención no está claramente enunciada”.
Frazer, 1997 [1890]: 236.
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