Convivencia Ipala

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Mi vida don de Dios

Iniciemos nuestro tema preguntándonos: (Interactuar con los jóvenes)

¿Reconozco la identidad que me da el nombre que mis padres me han puesto?

¿Valoro, amo y acojo la persona que voy construyendo?

¿Qué concepto tengo sobre la vida?

Todo el mundo trata de realizar algo grande, sin darse cuenta de que la vida se compone de
cosas pequeñas.

La vida es el principal valor del ser humano. Y podemos decir que la vida, bajo este aspecto, es el conjunto de
capacidades, talentos que componen nuestro ser físico, psicológico -intelectivo, volitivo, afectivo- y espiritual. Es un
tesoro que tenemos que guardar, defender y hacerlo rendir.

1. ¿Cómo te sientes en el proceso de crecimiento y madurez en el que te encuentras?


2. ¿Tiene sentido para ti la vida? ¿Qué actitudes lo demuestra?

Espacio para responder en la figura

¿Dónde está el valor de la vida humana?

En que eres imagen y semejanza de Dios. Al ser creado, recibiste una chispa divina, que nadie puede darnos sino Dios. Y,
por tanto, nadie puede quitarnos la vida, sino sólo Dios, que es el Dueño de nuestra vida.

«La vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y permanece siempre en una
especial relación con el creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término.

Dios en su magnífica misericordia nos ha dotado de talentos, los cuales Él ha tenido a bien ponerlos en nuestra vida para
que con ellos honremos su Nombre. 

La vida va más allá del hecho biológico de nacer y de existir.

“La vida humana es un don de Dios”. Esta afirmación puede resultar a primera vista evidente, porque dentro de
cualquier formación cristiana se nos ha enseñado a dar gracias por la vida. Pero quizás no siempre hemos sabido hacer
de esta verdad un principio de reflexión. Tenemos dificultades en la comprensión de lo que la misma vida es y qué
significa dar gracias por la vida como un don.

Este principio de reflexión es especialmente necesario en una cultura como la nuestra que constantemente nos
bombardea oscureciendo su significado. Que la vida sea un don no es simplemente un dato que yo recibo y acepto,
sino que es un modo de comprender la vida para llevarla a plenitud. He de reflexionar en la vida como un don para
entender de qué manera yo conduzco mi vida. Precisamente así sabré descubrir las formidables dificultades que una
determinada cultura presenta frente al don de la vida.

A manera de conclusión podemos reconocer que muchas personas pueden vivir la vida sin ser conscientes de
ella, desvalorando lo que son porque quieren llegar a cumplir ciertos requisitos, desde nuestra juventud
podemos aparentar vivir una buena vida cuando no es cierto, otros simplemente viven porque piensan que no
tienen opción, por fuera se puede decir que están vivos, pero por dentro llevan un vacío muy grande y no le
dan color a lo que realizan y son.
Cuidado con andar compartiendo nuestra vida con quien no se lo merece, somos seres amados infinitamente
por Dios y no necesitamos que nos compre una sociedad que nos lleva es a la cultura de la muerte, el descarte
y la soledad, donde pareciera que el egoísmo es el valor primordial y se nos olvida que somos hechos para
amar y relacionarnos con nuestro prójimo, aquel que al igual que yo necesita de un abrazo, mirada
misericordiosa, comprensión, acogida…
Desde ya debemos abrir nuestros ojos a lo que es contrario del bien, a lo que nos perjudica y mancha nuestro
corazón, es importante descubrir lo que nos paraliza y no permite que veamos la vida como un don dado por
Dios, de alegrarnos aún en medio de las dificultades que podemos vivir, porque tenemos la certeza de que el
Señor nos acompaña y nunca abandona.
Espacio de compartir… recoger resonancias.

Reflexión grupal:
El verdadero valor del anillo:
Érase una vez un joven que acudió a un sabio en busca de ayuda.

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo ganas de
hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y
bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me
valoren más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo: «Cuánto lo siento, muchacho. No puedo


ayudarte, ya que debo resolver primero mi propio problema. Quizá
después…». Y, haciendo una pausa, agregó: «Si quisieras ayudarme tú a mí,
yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda
ayudar».

-E… encantado, maestro -titubeó el joven, sintiendo que de nuevo era desvalorizado y sus necesidades postergados.

-Bien -continuó el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y, dándoselo al
muchacho, añadió-: Toma el caballo que está ahí fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque
tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, y no aceptes menos de una
moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes, que lo miraban
con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por él.

Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la cara y tan sólo un anciano fue lo
bastante amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para
entregarla a cambio de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente de cobre,
pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que fueron más de cien, y abatido
por su fracaso, montó en su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y liberarlo de su preocupación,
para poder recibir al fin su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

 Maestro -dijo-, lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera podido conseguir dos o tres monedas
de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
– Eso que has dicho es muy importante, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos conocer primero el
verdadero valor del anillo. Vuelve a montar tu caballo y ve a ver al joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que
desearías vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve
aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo al chico:

– Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de cincuenta y ocho monedas de
oro por su anillo.

– ¿Cincuenta y ocho monedas? -exclamó el joven.

– Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de setenta monedas, pero si la venta es
urgente…

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

– Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como ese anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo
puede evaluarte un verdadero experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero
valor?

Y, diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.

Para reflexionar y compartir:

1. ¿Qué conclusión y aprendizaje se puede extraer de la historia propuesta?

2. ¿Ustedes en algún momento al igual que el joven han buscado que otros sean los que le den valor a sus vidas
y no se han dado cuenta del tesoro que cada uno es a los ojos de Dios?

3. ¿Compartan con mucha sinceridad que valor les dan a sus vidas, tal vez me han comparado con alguien, como
me he sentido?

4. Realizar creativamente un dibujo, dramatización o poema, que exprese lo reflexionado (Esta parte se
compartirá con todo el grupo).

II Parte
¿Qué es la felicidad? (Preguntar a los jóvenes)
La felicidad es un concepto resbaladizo, no hay una definición clara de ella, actualmente el concepto de felicidad es más
una teoría que un recetario sobre como alcanzarla.

Es frecuente confundir la felicidad con tener unas condiciones de vida favorables y abundantes recursos materiales, algo
que, indudablemente, ayuda a tener más oportunidades de satisfacción, pero que no determina la felicidad. En efecto,
podemos encontrarnos con personas que lo tienen “todo” pero que están profundamente insatisfechas, muchas veces
porque se comparan con otros y se encuentran en desventaja.

La felicidad no depende de lo que los demás dicen, sino de lo que vivimos en nuestro mundo interior, y por eso hay
personas que, aun teniendo muchas cualidades y recursos personales, son infelices, porque ni tan siquiera pueden
reconocerlos y ponerlos en práctica en su vida. La imagen que tienen de sí mismas les impide ser quienes son de verdad
y esto les provoca una profunda insatisfacción.

La felicidad tampoco significa ausencia de problemas o dificultades en la vida. Ésta es compatible con los problemas
inherentes a la existencia, e incluso con condiciones extremadamente difíciles. Lo esencial es la actitud que toma la
persona ante la vida y las circunstancias que se le presentan, cómo se percibe y valora a sí misma, cómo interpreta y
valora su realidad y su vida, cuáles son sus creencias en torno a cómo vivir y relacionarse, y, también, qué capacidad
tiene para disfrutar de la vida y de sí misma. Así, podemos mirar el mundo con gafas oscuras o mal graduadas, y
entonces la realidad aparecerá negra, desenfocada, empequeñecida o agrandada, o contemplarlo con unas gafas claras
y bien ajustadas que nos permitan ver la realidad tal cual es.

La felicidad depende también de las aspiraciones y deseos de la persona, que le van a conducir por diferentes caminos en
la vida. La felicidad tiene mucho que ver con el sentido de la propia vida, con encontrar valor y disfrutar cada momento
como algo único y valioso a vivir, aceptando lo que es, disfrutando y viviéndolo desde quien uno es, sin más. La persona
se siente feliz cuando vive fiel a sí misma en cada momento, sin esperar el reconocimiento de los otros o el ajuste a los
criterios sociales o familiares, viviendo en una actitud de escucha a quien es, y decidiendo de forma libre y responsable.

La felicidad se relaciona con la sensación de libertad interior, de hacer y vivir desde uno mismo, sin dependencias ni
imposiciones, reconociendo los valores y límites en uno mismo y en los demás.

la felicidad es algo interior que tiene mucho que ver con la emoción que ponemos en nuestra vida, en lo que hacemos,
con aquello que nos motiva y que está relacionado con poner en juego nuestras cualidades y valores,
comprometiéndonos en ello, lo que nos conduce a una satisfacción profunda con nosotros mismos porque nos hace ser
y crecer en quienes somos de verdad.

La felicidad se consigue cuando la persona se valora y puede ser, actuar y mostrarse conforme a quien es en cada
momento de su vida, sin dejarse llevar por los otros.

Pasos importantes para considerar en la construcción de la felicidad.


Autoconocimiento: Crecer a nivel personal requiere conocernos para saber quiénes somos de verdad, retirando
progresivamente las máscaras que nos hemos ido colocando a lo largo de la vida y que nos alejan de nosotros mismos.

Aceptación: En segundo lugar, crecer implica aceptación, es decir, asumir que “esto es así”, pero no para quedarme
ahí, sino para ver qué hacer para continuar con mi vida. Es también admitirnos tal como somos, con nuestras
capacidades y límites, con los condicionamientos del momento vital en que estamos, con todo lo que sentimos, con
nuestras debilidades emocionales, e incluso con nuestras dificultades para aprobarnos y avanzar.

Aprender a gestionar los problemas: A medida que la persona va tomando conciencia de sí misma, va percibiendo
con más claridad cómo puede afrontar las situaciones difíciles que se le presentan… Crecer supone, en definitiva, que la
persona aprenda a gestionar lo que le causa problema sin echar la culpa a los otros ni rebelarse o hundirse ante las
dificultades.
Sentimientos: Crecer implica también aprender a distinguir los sentimientos y las emociones y a convivir con ellos, así
como encauzarlos sin dejarse desbordar o arrastrar por las turbulencias. Aunque las emociones y los sentimientos se
experimentan más allá de la voluntad, es fundamental que seamos capaces de reconocerlos, expresarlos, aceptarlos
como propios, y asumir de forma progresiva la responsabilidad de lo que hacemos con ellos.

Apertura: El crecimiento supone ir abriéndonos a todo lo que trae la vida. Puesto que nunca podemos saber lo que ésta
nos deparará y lo que podemos perdernos si nos encerramos en una idea o proyecto preconcebido, es importante estar
en actitud de apertura, decidiendo en cada momento desde nuestra libertad interior, sin intentar controlarlo todo ni
anticiparnos al discurrir de nuestra existencia.

Responsabilidad: Crecer es también ir haciéndonos responsables de nuestros actos y de nuestra vida. Asumir las
consecuencias de nuestras decisiones, aunque no nos gusten, nos permitirá crecer en autonomía para vivir conforme a
quien yo soy, a la vez que convivo con los otros. Crecer implica ir saliendo del egocentrismo, para tener en cuenta a los
otros sin renunciar a quien uno es. Implica ir descentrándonos progresivamente de lo que nos apetece o nos gusta, o de
lo que deseamos, como si no existiera nada ni nadie más en el mundo.

Espacio de reflexión personal: Responder en el folleto

1. ¿Tienes claro cuáles son tus cualidades y


limitaciones, escribe mínimo 5 de ambas?
2. ¿Te aceptas tal cual eres o te cuesta acoger tú
humanidad?
3. ¿Eres consciente de la responsabilidad de ir
asumiendo tus decisiones y una libertad
responsable?

Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás,
fue el hombre más feliz de todos porque su voluntad humana estaba en perfecta armonía con el plan divino.

Cristo vino para hacer la voluntad del Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra."(Jn 4,34)) No vino para sí mismo sino para el Padre y por nosotros y toda su vida la gasta en esta misión sin mirarse
a sí mismo.

La felicidad consiste en el Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Como dice la carta a los Gálatas,
la alegría, es decir la felicidad, es fruto del Espíritu (Gal. 5,22) , y como tal debe ser conquistado con el amor a Dios sobre
toda las cosas. Si miramos siempre a Dios en todo y en Él ponemos nuestro corazón, la luz de su rostro no se apartará de
nosotros y su felicidad invadirá todo nuestro corazón.

Un alma triste es un alma que algo le esta negando a Dios, como el joven rico del evangelio, que tras al haber sido
invitado a seguir a Cristo dejándolo todo no quiso porque tenia muchas riquezas y dice el evangelio que al oír esto, "se
puso muy triste, porque era muy rico". (Lc. 18,23)

Ser feliz es un camino que se va construyendo a diario con cada pensamiento, con cada palabra que se expresa y con
las acciones que se realizan.

Salmo al Dios de la vida:


Tú eres, Señor, un Dios de Vida, un Dios de misericordia y bondad. Reconocemos tu impulso creador en el
origen de todo lo que existe y en el origen de nuestras vidas. Y a lo largo de la historia y de nuestra historia,
sigues impulsando todo aquello que hace a las personas vivir de forma más humana, más fraterna y gozosa.
Por eso te damos gracias y te bendecimos.

Tú nos has creado a tu imagen. Nos sorprendemos al descubrirnos obra de tus manos, al descubrir en nosotros
las semillas de tu ser de Padre-Madre: nos has hecho capaces de crear, transmitir y potenciar la vida; de
acompañar su crecimiento con paciencia y ternura, nos das un corazón misericordioso y compasivo y nos
llamas a vivir un amor gratuito y comprometido como el tuyo.

Has puesto en nosotros algo de Ti que, a través de nuestras vidas, quieres hacer llegar a los demás: en medio
de nuestro mundo, en la vida de nuestros hermanos y hermanas, Tú nos envías a hacer presente tu amor
entrañable, cercano y liberador.

Nos llamas a ser hombres y mujeres libres, compasivos, solidarios, testigos de esperanza; personas de Dios,
personas de Espíritu, que quieren seguir, muy de cerca, a Jesús. Que viven la intimidad contigo, que se nutren
de tu amor, que transparentan la vivencia gozosa de tu presencia que nos anima.

Nos pides que nuestra vida entera hable de Ti, en cada edad, tarea o situación que vivamos; que digamos a la
gente, con nuestra vida y actitudes que Tú les amas. Tú nos has hecho colaboradores tuyos en esta tarea de
hacer crecer la Vida, de construir tu Reino.

Que, como María, la mujer que se dejó llenar por Ti para entregarte al mundo, permanezcamos siempre
abiertos a tu amor y sepamos hacer de nuestra vida don para los demás.

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