Adopcion Escenas y Terapia Rompiendo Los
Adopcion Escenas y Terapia Rompiendo Los
Adopcion Escenas y Terapia Rompiendo Los
Victor Frankl
Introducción
Esta presentación tiene como objetivo hacer un análisis del tema del secreto y los
silencios asociados a la temática de la adopción, así como del efecto reparador y sanador
de enfrentar lo no enfrentado -sea esto en un contexto terapéutico o no terapéutico-, al
permitir poner en palabras, tematizar y develar temas que han sido silenciados por
quienes participan de ella.
Para abordar este tema, hemos realizado un análisis de la película "Secretos y Mentiras"
escrita y dirigida por Mike Leigh (Inglaterra, 1997). En la obra, que aborda de manera
directa y vívida la temática de la adopción, el director utiliza un lenguaje metafórico,
jugando, por ejemplo, con el blanco y negro, los que, en forma alternada, simbolizan lo
oculto y lo visible, lo que se habla y lo que se ha callado. En la cinta, el color negro se
podría interpretar como el duelo que se vive y espera ser elaborado, la introspección que
busca contactarse con los sentimientos de pérdida. El color blanco, en algunas
ocasiones podría simbolizar aquello que tras una apariencia de claro y nítido, esconde
un profundo vacío y escasa elaboración de los sentimientos; en otras, representaría el
deseo de limpiar los dolores y manejarse con la verdad. El director toma a personajes de
raza negra y raza blanca, separados por niveles socioculturales, pero unidos en
consanguinidad y vivencias de soledad y anhelo de sentido.
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Ps. Ximena Azócar P., Psicóloga, Terapeuta Familiar, Coordinadora de la Unidad de Adopción del
Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Ps. Alejandra Aspillaga V., Psicóloga, Terapeuta Familiar, Integrante de la Unidad de Adopción del
Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Ps. Alejandra Martínez R., Doctora en Psicología, Terapeuta Familiar, Integrante de la Unidad de
Adopción del Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Ps. Jimena Rodríguez R., Psicóloga, Terapeuta Familiar, Integrante de la Unidad de Adopción del
Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Ps. Astrid Villouta S., Psicóloga, Terapeuta Familiar, Integrante de la Unidad de Adopción del
Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Romina Manili, Egresada de Psicología de la Universidad Diego Portales, Alumna en práctica del
Instituto Chileno de Terapia Familiar.
bautizado cada una de estas escenas con una frase verbalizada por alguno de los
protagonistas o con un título que sintetiza lo esencial de la misma.
Tras esta muerte, Hortense decide averiguar acerca de sus orígenes. Quiere buscar a su
progenitora, para lo cual acude a las oficinas del Servicio Social. Allí es atendida por una
asistente social que la previene: ésta puede ser una experiencia dura y difícil; puede que
sus progenitores estén muertos, vivan lejos o bien no quieran saber nada de ella. Pero
Hortense insiste: ella necesita averiguar, conocer la verdad, develar el secreto. Al salir
emocionada de la oficina, descubre con gran sorpresa que los papeles señalan a su
progenitora como una mujer de raza blanca. “¿Cómo puede ser esto?” Ante sus
preguntas, la Asistente Social le responde que esa "es la verdad", está toda contenida en
esos certificados.
En forma paralela, se muestra la vida de Cynthia, una mujer de 42 años de clase social
baja. Ella bebe alcohol y fuma en exceso, vive en una casa sucia y desordenada, cuyo
arriendo apenas alcanza a pagar con el sueldo que obtiene trabajando como obrera en
una fábrica de cartones. Tiene una personalidad infantil y dependiente, es impulsiva y
emocionalmente inmadura. Vive junto a su hija Roxanne, quien está siempre
malhumorada y se comunica con monosílabos y gruñidos con su madre. Está por
cumplir los veintiún años. También fuma y toma alcohol en exceso, trabaja como
barrendera en una municipalidad y tiene un novio que instala andamios. La relación entre
ambas es mala y da cuenta de una vínculación débil y precaria. Cynthia guarda un
secreto frente a su hija Roxanne y tiene claro que nunca se lo va a decir: tuvo una hija a
los quince años, razón por la que su propio padre la echó de la casa. Nunca la conoció,
no quiso "ni pudo" verla, y la entregó inmediatamente en adopción.
Por otra parte, se relata la historia del hermano menor de Cynthia, Maurice, de unos
treinta y ocho años, quien pudo surgir económicamente gracias a su esfuerzo y su trabajo
como fotógrafo profesional. Está casado hace varios años con Mónica y no tienen hijos,
pues ella es estéril. Viven en una casa grande y bonita, repleta de piezas y de camas, las
que están vacías. Mantienen una relación fría y distante, conversan poco y cuando lo
hacen, es para hablar "de los otros". Puede advertirse que la infertilidad traspasa el
plano biológico, para instalarse en su relación y en la expresión de los afectos. La vida
de ellos también tiene secretos: nunca le han contado a nadie que Mónica es estéril. Ella
se aterra ante la sola idea que los demás conozcan su condición, lo que los aisla aún
más. Mónica no quiere a Cynthia, su cuñada: siente rabia hacia ella por su
irresponsabilidad frente a la vida y cree que Roxanne tiene derecho a saber que tiene una
hermana. Maurice le previene que "nunca se ha hablado" acerca de esto y que se cuide
de guardar silencio.
Por esos días, Hortense decide ponerse en contacto con su progenitora. Le hace un
llamado telefónico y la encuentra en su casa, tomando y fumando como siempre. Al darle
sus datos y hablar acerca de sí misma, Cynthia cae en shock. Esta vez otra persona "ha
puesto en palabras" lo que ella ha callado por años. Está hablando con Elizabeth, la hija
a quien puso el mismo nombre que su propia madre y a quien entregó en adopción. Ella
le habla de fechas, lugares, hechos. Pone nombre y devela toda la información que ella
tomó años en guardar y "olvidar". Cynthia está atribulada, llora y le ruega que no se
aparezca nunca por ahí, ya que nadie sabe de su existencia. Finalmente le cuelga. Pero
Hortense necesita saber, le urge encontrarse algún día con ella, e insiste. Esta vez,
Cynthia accede y deciden encontrarse a la salida de una estación de Metro.
Al enfrentar a Hortense, Cynthia se apena mucho. Incluso le dice: "lo siento, alguien nos
debe haber hecho una broma; tú no puedes ser la hija que yo tuve, pues nunca estuve
con un hombre negro...". Permanece un instante en silencio y en forma fulminante
recuerda algo: esta vez vienen de golpe a la memoria recuerdos muy, muy dolorosos y
nuevamente experimenta un estado de shock. Ahí está Hortense -o Elizabeth- esta vez
denunciando la verdad no sólo con los certificados que trae consigo, sino también con su
color, su cara y sus rasgos. Cynthia llora, le pide perdón a esta hija a quien nunca se
atrevió a mirar, ni siquiera ahora, y le ruega que no haga preguntas acerca de su origen.
Conversan brevemente acerca de la vida de la joven, de su trabajo, quienes fueron sus
padres y se despiden. Pese a todo, Hortense está muy satisfecha de haberla conocido.
Ese mismo día ocurre una segunda llamada telefónica. Esta vez es Cynthia quien llama
a Hortense y la hija le pide que se junten nuevamente. Así comienzan a reunirse, "en
secreto", en distintos lugares. Conversan, se ríen con ternura y se advierte en Cynthia un
sentimiento de cariño y admiración por esta mujer serena y entera que es su hija, incluso
le hace un regalo por su cumpleaños. Finalmente decide invitarla a la celebración del
cumpleaños de Roxanne, su otra hija. Acuerdan un plan para decir que ella es una
compañera de trabajo y la invita a casa de su hermano Maurice, donde se celebrará el
evento. A pesar del temor que esto le causa, Hortense accede a ir.
Ese día, Hortense va a la celebración, ansiosa y con sentimientos encontrados. Pero ella
es dócil y dulce, por lo que fácilmente se integra al grupo. Están Cynthia, Roxanne, su
novio, Maurice, Mónica y la asistente de él en el trabajo. Todo va bien hasta después de
apagar las velas. Esta vez, Hortense cede al control de sus sentimientos y se encierra en
el baño de la casa, llorando por todo lo que ha experimentado. Se siente huérfana y sola.
En ese momento, en uno de tantos actos impulsivos, Cynthia aprovecha la ausencia
temporal de Hortense para hablar con la verdad. Desmiente la primera mentira: Hortense
no es una compañera de trabajo, es su hija. Ante la confusión, Roxanne sale a la calle y
Maurice va a buscarla. Al regresar con ella, comienzan lentamente a ser revelados los
secretos y las mentiras que todos guardan, se pone en palabras lo que nunca se había
dicho. Maurice habla acerca de su infertilidad con Mónica, Cynthia le habla a su hija
Roxanne acerca de su padre y de las circunstancias que rodearon el nacimiento de
Hortense. Es un momento intenso en el que todos parecen sentir angustia, dolor y
finalmente, alivio. Cada uno habla acerca de sus secretos y de cómo el haberlos
mantenido por tantos años en silencio los ha distanciado y aislado en su propio
sufrimiento.
Sólo entonces puede surgir la comunicación profunda y verdadera. Sólo así descubren
que la verdad es la única manera en que pueden protegerse unos a otros y en que nadie
puede salir herido...
Escena 1: “ME HUBIERA GUSTADO SABER MÁS"
Hortense conversa con una amiga
En este caso, pareciera que el dolor no tiene relación con la vida que ella tuvo con su
familia adoptiva, la cual, por las claves que entrega la película, fue buena. No obstante,
está presente la pérdida de lo que naturalmente se espera: ser criado por los
progenitores. Es una tarea inicial del hijo adoptivo el vivir la pena, la rabia y la angustia
por haber sido desarraigado de su nido originario. Luego, el niño o niña debe
conformarse y aceptar su realidad como hijo adoptivo e integrante de otro tipo de familia,
no mejor ni peor. Forma parte de una familia adoptiva.
El que los hijos adoptivos tengan información y respuestas sobre su pasado los ayuda a
aceptar la realidad que les corresponde vivir. Esto, a su vez, contribuye a armar y
consolidar la identidad del adoptado, quien, según Giberti (1999), trae su “prehistoria”: el
niño no nace cuando llega a la pareja de padres adoptivos. Los padres adoptivos
debieran ser capaces de tener en cuenta esto y no negar que el niño o niña viene de una
experiencia de abandono, de ruptura, con una o más figuras de apego, con las cuales
tuvo contacto en la vida intrauterina y después de su nacimiento.
Muchas veces, lo único que trae este niño o niña es el nombre que le puso su
progenitora, el cual es el primer elemento para la formación de su identidad. Por lo
anterior, especialistas en el tema sugieren mantener el nombre originario o, por lo menos,
agregarlo a el o los nombres que le den sus padres adoptivos (Dolto, 1998; Giberti,
1999; Hermosilla, 2001).
Creemos que los lazos biológicos no aseguran que se establezca una buena relación con
las figuras parentales. La biología puede contribuir a construir un vínculo de apego, pero
no es suficiente por sí sola. Cuántas madres biológicas no pueden contactarse
adecuadamente con sus hijos y se muestran ambivalentes o rechazantes ante el vínculo.
En esta escena, en la cual las amigas conversan sobre sus familias, encontramos una
serie de símbolos interesantes de analizar. Hortense y su amiga están vestidas de negro,
lo que se puede interpretar en términos de que ambas están en igualdad de condiciones,
procesando duelos en relación a la situación familiar que les correspondió vivir.
Hortense está recostada en un sillón blanco, mientras su amiga está sentada en el suelo.
A raíz del contenido que aparece, se podría interpretar que estas ubicaciones
representan el grado de placidez que cada una de ellas tuvo en su respectiva familia.
Hortense se observa tranquila, mientras su amiga se muestra incómoda y enrabiada con
su realidad. A su vez, el blanco - en este contexto - se podría interpretar como la
necesidad de Hortense de conocer sus orígenes, lo que constituye una tendencia natural
del ser humano. El blanco como expresión de pureza, verdad y transparencia.
En la segunda escena de la película, nos enfrentamos al tema del duelo por la infertilidad.
Se define infertilidad como la incapacidad de llevar adelante una gestación hasta el
nacimiento de un hijo(a) sano(a) luego de al menos un año de relaciones sexuales sin
uso de anticonceptivos. (Domínguez. et al., 2001). Por otro lado, la infertilidad podría ser
conceptualizada como una crisis del desarrollo para quienes buscan la parentalidad, la
cual afecta al individuo y a la relación marital, por lo que debe ser abordada en ambos
niveles (Egenau, Hermosilla y Morgado, 1991). A diferencia de otros duelos, en el caso
de la imposibilidad de tener hijos biológicos, lo que se pierde no es algo que alguna vez
se haya tenido.
La amargura de Maurice y Mónica tiene que ver, entre otras variables, con los múltiples
tratamientos realizados con el fin de tener un hijo biológico, todos intentos frustrados que
no fueron informados a sus parientes cercanos. Un secreto que ellos han mantenido por
años, el cual a su vez los ha acercado y, paradójicamente, alejado. La imposibilidad en la
concreción de un hijo significa, la mayoría de las veces, un fracaso fisiológico y emocional
(Melamedoff, 2002).
La infertilidad representa un estigma secreto, tanto para la mujeres como para los
hombres. Éste se diferencia de otras formas de estigmatización sólo porque es invisible:
es el propio conocimiento de esta condición lo que los hace sufrir. Para la mujer, el
trauma está relacionado con el cuestionamiento de su feminidad y, según Melamedoff
(2002), se relaciona fundamentalmente con el fallar a la tarea específica de ser madre,
donde su adecuación como mujer puede verse cuestionada, afectando profundamente su
autoimagen. En la mujer aparecen sentimientos de vacío en un cuerpo vivido como tal.
Por otro lado, en el hombre, se ve fuertemente asociada la relación entre fertilidad y
virilidad: la infertilidad de un hombre sería indicador de su falta de virilidad. Según la
autora, la diferencia entre las vivencias de los hombres y las mujeres tiene una fuerte
influencia socio cultural.
En relación con lo anterior, vemos que Maurice se “sacrificó” ante Mónica dado el grado
de congelamiento y amargura que ella presenta por su infertilidad. Da la sensación que
Maurice hubiera querido otro tipo de relación. No obstante, al parecer, no supo cómo
ayudar a Mónica a salir de la parálisis.
1
Entre otros autores, E. Kübler Ross (1969), describe las etapas del duelo, o los procesos psicológicos que
siguen a una pérdida afectiva. Estas son: Shock, Negación, Negociación, Ira, Depresión y Aceptación (En
Egenau, Hermosilla y Morgado, 1991)
detenidos en lo que no tuvieron, difícilmente van a poder catectizar el vínculo con el hijo
adoptivo” (p.98). Así, sólo las parejas que han resuelto satisfactoriamente el duelo por la
infertilidad cuentan con la posibilidad de la adopción como un camino viable.
Las pérdidas no sólo son una fuente de sufrimiento, sino que muchas veces los cambios
vuelven a la persona más fuerte, tolerante y la ayudan a poder enfrentar de mejor
manera futuras pérdidas.
Dado que toma la decisión de ubicar a quien la parió después de que ambos padres
adoptivos han muerto, debemos suponer la presencia de una fuerte lealtad con sus
padres adoptivos. Posiblemente, esta búsqueda no ocurrió antes por temor a herir a
quienes la criaron.
Hortense parece ser una mujer segura de sí misma, serena y reflexiva, y posiblemente
esa seguridad proviene del establecimiento de vínculos sanos y seguros desde su
primera infancia.
Considerando distintas claves y momentos de la película, tales como el caos que rodea a
Cynthia y que manifiesta ella en su actuar, se puede interpretar que esta mujer no ha
podido realizar un adecuado duelo por haber dado a Hortense en adopción y que
además, es una mujer con serias dificultades para sumergirse en su mundo interno.
En la escena del encuentro entre la progenitora y su hija, puede verse el contraste entre
Hortense - quien ha buscado y preparado este momento - y Cynthia, aún en estado de
shock y estupor frente a la verdad revelada por su hija, la misma que había pretendido
olvidar. Ella no está preparada en el plano psicológico para ver y oír aquello que es parte
de su pasado. Esto explica lo que va sucediendo durante la escena y los símbolos que
se utilizan.
Es Hortense, en su afán por averiguar y conocer, quien propone como lugar de reunión la
salida del Metro (subterráneo), donde se sale a la luz desde la oscuridad. Opta por un
lugar que simboliza aquello que emerge desde lo oculto, lo que podría entenderse como
el útero materno. Hortense toma la iniciativa y se acerca a quien cree que puede ser su
madre. Esto último sólo es posible por ser ella quien sabe que su madre pertenece a una
raza diferente a la suya. Hortense tiene más información y la ha ido "haciendo suya"
durante los últimos días.
Como señala Calcagni (2000), muchas de las mujeres que entregan a sus hijos en
adopción presentan una estructura de personalidad limítrofe, donde los mec anismos de
escisión y negación son protagónicos en su aparato psíquico. La autora señala que tras
la decisión de entregar a un hijo en adopción, muchas mujeres experimentan
"sentimientos de alivio, pero también surgen culpa, vergüenza, rabia y/o negación masiva
del estado emocional en que se encuentran (...) en otros (casos) se observan conductas
hacia el polo de la manía como por ejemplo consumo de alcohol, drogas, promiscuidad,
volcarse al trabajo o reparación a través de otros hijos, entre otras" (pág. 75).
Por otra parte, algunos refieren que, en la mayoría de los casos, las mujeres que ceden a
su hijo en adopción cuentan con escasas o inexistentes redes sociales, entorpeciéndose
la posibilidad de hablar sobre el hecho de haber entregado a su hijo en adopción, en
desmedro de un buen desarrollo del duelo. Así, el funcionamiento psíquico será precario
y la evolución de la persona en el ciclo vital se encontrará interferida (en Azócar y
Calcagni, 2000)
En esta escena, el director parece significar los contrastes entre el negro y el blanco.
Hortense, de negro en su raza y su vestimenta, representaría el luto que se vive y no se
soslaya. Luto por el abandono y el rechazo materno, por enfrentar a su progenitora que
probablemente no es como la de sus fantasías, sin olvidar que está en duelo por la
muerte de su madre adoptiva. El blanco en Cynthia (sus ropas y el color de su raza),
pareciera representar aquello que, si bien en apariencia está libre del lado oscuro y
doloroso de la memoria, sólo llega a serlo por efecto de la represión y el olvido. Se
advierte en ella un vacío de procesos internos que permitan asumir e integrar sus
experiencias. Otra simbología puede verse en que ambas no están sentadas frente a
frente, sino una al lado de la otra, como si el "no mirarse" en forma directa pudiera hacer
desaparecer lo que es evidente. Cynthia casi no mira a su hija a los ojos, pues al
hacerlo, necesariamente tendría que enfrentar lo que no quiere -o no puede- admitir.
A partir de esta escena, podemos hacer una analogía entre el proceso de Hortense y lo
que sucede en el trabajo psicoterapéutico con pacientes que enfrentan el tema de la
adopción y sus silencios. Ella es una mujer emocionalmente madura, con experiencias
afectivas satisfactorias, capaz de integrar distintas vivencias como parte de su propia
historia y ha comenzado un trabajo de elaboración de experiencias dolorosas. Se ha
atrevido a vivir en profundidad el proceso de duelo de su propia realidad y necesita
información que pueda ayudarla a "armar el rompecabezas" de su propia vida. Aún
quedan piezas sin ensamblar y sólo puede sentir alivio al proseguir con el proceso
comenzado. Representa un genuino trabajo de auto conocimiento y búsqueda personal,
como el que favorece una psicoterapia.
Cynthia, por su parte, representa aspectos más primitivos del psiquismo humano,
reflejando una personalidad infantil en la película. Muchos de los pacientes al llegar a
terapia traen consigo una larga historia de dolor, temor y ansiedad asociada a "verdades"
que experimentan como necesarias de callar u olvidar. Algunos de ellos presentan un
funcionamiento psicológico primario o rígido, que les demanda un gran gasto de energía
psíquica para escindir de la experiencia consciente aspectos rechazados de su propia
identidad.
Esto nos hace reflexionar acerca de cómo trabajar con estos pacientes. Es necesario
crear un ambiente cálido y de contención afectiva, en el que no sientan amenazada su
integridad psicológica al momento de ir poniendo en palabras aquello que han silenciado
durante tanto tiempo. La palabra enunciada favorecerá el contacto con los propios
sentimientos, los que al ser expresados en un espacio resguardado y libre de juicios,
permitirán el alivio, la reparación y la sanación. Así, se encontrará libre el terreno para
que afloren a la conciencia nuevos contenidos o vivencias que les permitan mantener un
funcionamiento más sano y satisfactorio.
Escena 5: “ELLA ES MI HIJA” y Escena 6: “¿POR QUÉ NO
PODEMOS COMPARTIR EL DOLOR?”
Cynthia, por su parte, expone la información de un modo no adecuado. En gran parte por
sus características de personalidad y por lo dramático de la situación en sí, se ve
inundada por la verdad y no puede contenerla. Así como antes optó por no ver y callar,
ahora le urge compartir.
Suponemos que en esta escena y en las que le siguen, el director desea mostrar que la
verdad siempre se impone y que ésta libera a las personas del estancamiento, la soledad
y el dolor. De hecho, como lo planteamos en el desarrollo de la escena anterior, en
nuestro trabajo terapéutico, consideramos imprescindible que quienes nos consultan
logren abrir sus secretos, así como compartir los sentimientos y emociones no
expresados. Si bien usualmente las informaciones y sentimientos se ocultan para
proteger a otros o a uno mismo, finalmente causan un profundo peso tanto para el que
calla, como para el que no sabe pero muchas veces intuye. Al respecto, Graciela Lipski
señala: "en algunas oportunidades los niños y los padres pueden tratar de impedir el
sufrimiento y no preocupar al ser querido, intentando sofocar emociones e ideas que al
no expresarse provocan sufrimiento y, en ocasiones, tam bién síntomas (…) La idea sería
"no hablemos de lo que duele". Si no se habla, si no se nombra, no existe" (Lipski, en
Giberti y cols., 1994, pp 67).
Sin bien consideramos imprescindible que en las familias afectadas por la infertilidad y la
adopción se asuma y comparta la verdad, creemos que hay formas más o menos
adecuadas de enfrentala. Por ello, para nosotros es crucial que tanto en la terapia como
en la vida familiar, la verdad y los sentimientos que la acompañan sean expresados en
forma cuidadosa, lo que no sucede en la película.
Vemos cómo el hecho de que Cynthia revele ser la progenitora de Hortense, produce un
"efecto dominó", que rompe otros secretos y mentiras familiares. A su vez observamos
cómo el revelar los secretos posibilita entre las personas un clima de encuentro e
intimidad. En esos momentos aparece una mayor concordancia ideoafectiva en los
individuos en contraste con el pasado en el que estuvieron atrapados en la mentira y en
el silencio.
Se aprecia el alivio que conlleva el romper con los secretos, lo que está muy bien
reflejado en el rostro de Maurice y en algunas de sus frases. El dice: "Secretos y
Mentiras. Todos sufrimos. ¿Por qué no podemos compartir el dolor?". Además, una vez
dicha la verdad, él comprueba que ésta no era tan terrible, señalando: "Y no se acabó el
mundo". Se ve así cómo los problemas pierden peso al ser compartidos y las verdades
dejan de ser temibles. Al tematizar, al ponerle nombre a lo no dicho, los secretos se
deshacen, la verdad pierde su carga trágica y los problemas adquieren su real dimensión.
Vemos así la relación entre secreto y duelo. Generalmente se calla lo que duele, pero en
este callar, se impide que tanto el que genera el secreto como el afectado por éste, se
contacten con sus pérdidas y puedan hacer el duelo respectivo. Se produce entonces un
estancamiento del duelo. Por el contrario, “abrir” permite que las personas dejen de estar
detenidas en el pasado y puedan seguir viviendo y avanzando en su desarrollo. Maurice,
de hecho, reconoce que el no haber compartido el dolor causado por la infertilidad, tanto
al interior de su relación de pareja como con el resto de la familia, le ha hecho mucho
daño a su matrimonio.
Al mirar esta escena y la anterior, nos hacemos la pregunta de qué habría pasado si los
personajes no hubieran estado atrapados en “secretos y mentiras”, sino que desde un
comienzo se hubieran manejado con la verdad y compartido sus vivencias. Suponemos
que se habrían sentido menos solos y habrían desarrollado una identidad sin áreas
oscuras o vacíos. En este sentido, creemos que toda revelación con respecto a la historia
personal y familiar es necesaria para alcanzar una identidad integrada. Ligado a ello,
consideramos que lo señalado por los autores con respecto a la revelación a un hijo
sobre su condición de adoptivo (la importancia de informar a tiempo y adecuadamente),
en general también es válido para otras revelaciones. En la película, por ejemplo, saber
que se tiene una hermana, conocer algunos datos sobre el progenitor, etc.
En esta escena aparecen juntas las dos hijas de Cynthia, la que ha vivido con ella desde
la infancia y la que fue dada en adopción. Ambas están vestidas de negro, aparentando
estar igualadas. Ellas están mirando los juguetes de infancia de Roxanne mientras
comparten recuerdos.
Las consanguíneas parecen aceptar su condición de tales, luego de haber pasado por
momentos de mucha tensión, pena, rabia y desilusión por haber desconocido fragmentos
importantes de la verdad familiar. Ambas se ponen de acuerdo para salir y presentarse
como hermanas ante la gente, esto en un clima de complicidad y risa porque
posiblemente van a impresionar a quienes le cuenten su verdad. Ellas aparecen relajadas
y contentas por tenerse la una a la otra. Se podría predecir que con el transcurso del
tiempo llegarán a relacionarse como hermanas.
Hortense se muestra feliz de no tener que continuar averiguando aquello que le fue
ocultado durante tanto tiempo, de haber podido develar y entender más de su historia.
De acuerdo a Eva Giberti (en Adoptare.com., 2002), si bien muchos hijos adoptivos
muestran la necesidad de conocer a su progenitora, últimamente en la clínica se aprecia
también, la necesidad de conocer a los consanguíneos. Por otra parte, se observa que el
gran temor que genera enfrentarse a la progenitora, muchas veces opaca y encubre la
necesidad que tienen los hijos adoptivos de conocer a sus consanguíneos.
Es importante que los adoptantes respeten lo que el hijo quiere conocer respecto a su
familia biológica, acompañándolo en cualquier decisión que tome. Si bien para esta
determinación es importante considerar la madurez emocional y la capacidad cognitiva
del hijo, es ampliamente aceptado que no es recomendable que estos encuentros
ocurran durante los primeros años de su vida, por el fuerte impacto psíquico que esto
pudiera tener en él.
Tal como se puede desprender de la película, el impacto que puede generar el conocer a
los padres biológicos en relación a conocer a los consanguíneos es cualitativamente
diferente. De hecho, ellos no son responsables del abandono y tanto el hijo cedido en
adopción como el o los que se quedaron con la madre biológica, padecieron la privación
de el o los otros (Giberti, 2002)
Reflexiones finales
Luego del análisis de la película, en el que revisamos los diversos duelos presentes en el
proceso de adopción y el riesgo de que a raíz de lo doloroso y difícil de estas vivencias
se construyan negaciones y secretos, estimamos necesario enfatizar acerca de la
importancia de enfrentar las realidades existentes, aun cuando éstas causen una gran.
Concretamente, resaltamos la importancia de que los distintos actores de la tríada
adoptiva: progenitora, hijo y padres adoptivos, logren verbalizar y poner en palabras sus
sentimientos y experiencias. Si esto no ocurre, postulamos la necesidad de que éstos
sean expresados y compartidos en un ambiente de contención y facilitación, como puede
ser el espacio terapéutico.
Cabe señalar que éstos no son sólo hitos ubicados en orden temporal y concreto, sino
que también constituyen aspectos del imaginario de todos los sistemas donde hay
miembros adoptivos.
En nuestro país el duelo de la madre adoptiva recién está comenzando a ser estudiado.
Si bien algunas de las instituciones encargadas de desarrollar programas de adopción en
Chile brindan apoyo a las progenitoras, muchas de éstas quedan a la deriva con un difícil
duelo a cuestas. Suponemos que a la mayoría les lleva mucho tiempo y dolor el elaborar
e integrar en su experiencia el haber dado un hijo en adopción. Requiere tiempo el poder
perdonarse y mirar en el transcurso de los años -con una mayor perspectiva- las
múltiples variables que llevaron a decidir entregar a ese hijo y a renunciar a la propia
maternidad.
El peligro es que las progenitoras, ante la dificultad de poder aceptar los sentimientos
ambivalentes que les genera el haber entregado a un hijo (alivio/culpa), escindan esta
experiencia, “olvidándola” y por lo tanto no integrándola en sus vidas. Esta negación de
la experiencia dificultará y en ocasiones impedirá la elaboración del duelo, quedando una
parte de su energía psíquica detenida en la pérdida, con la consecuente dificultad de vivir
adecuadamente el presente.
Aludiendo ahora a otra parte del proceso, nuestra experiencia clínica nos muestra que,
tanto las parejas postulantes a la adopción que comienzan a asumir su infertilidad como
los padres adoptivos que se plantean el revelar a su hijo su condición de adoptado, se
ven tentados por la posibilidad de no tocar el tema. Como si al no hablar sobre la verdad
se pudiese cuidar al otro, al cónyuge, al hijo y a sí mismo del dolor.
Muchas veces nos encontramos en nuestras consultas con díadas en que uno de sus
miembros, usualmente el que está - en apariencia - menos afectado emocionalmente por
la infertilidad, ha optado por proteger a su pareja, no hablándole del tema, con lo que
tampoco se permite recordar ni compartir los propios sentimientos al respecto. Así cada
uno vive su duelo en soledad, sin visualizar que si bien el hablar del sufrimiento implica
abrir una herida, también posibilita curarla con mayor rapidez bajo la compañía y
contención de la pareja.
Vemos que tanto los miembros de las parejas infértiles que evitan conversar sobre su
condición, como los padres que no se deciden a revelar a sus hijos su condición de
adoptados, tienen fantasías catastróficas con respecto a lo que el enfrentamiento de la
realidad podría causar a quienes “protegen”. Por su parte los “protegidos” suelen intuir
que el otro les calla algo importante, dadas las sensaciones de confusión, percepciones
de un ambiente enrarecido y de mandatos sutiles de no referirse a ciertos temas.
Quienes ocultan temen a la verdad, lo que los lleva a invertir gran energía y a usar
numerosas estrategias para disfrazarla. Quienes ignoran, pero al mismo tiempo intuyen,
pueden imaginar que son víctimas de un secreto más doloroso que el real, ya que por
algo se les oculta la verdad.
En la práctica clínica hemos observado que cuando las familias han ocultado por años la
condición de adoptado de un hijo, viven en un clima "enloquecedor", en que las
incongruencias y vacíos en la historia producen un estancamiento en el desarrollo de las
personas. En aquellos casos en que se llega a abrir el secreto, suele venir un posterior
relajo y tranquilidad, que “despsicotiza” el funcionamiento familiar. Así, los miembros de
la familia adoptiva pueden invertir mayores energías en el presente y en el cultivo de las
relaciones intrafamiliares. Todo esto viene después de un período de reacciones
intensas: sorpresa, dolor, rabia, confusión, donde el niño o niña tiene que asimilar su
realidad. Esto ayuda, claramente, a que los miembros de la familia redefinan su
identidad y específicamente el hijo desarrolle una personalidad sana y una identidad
sólida que hará que a futuro establezca relaciones sanas y confiadas. Incluso un
argumento a favor de lo anterior se desprende de la Convención sobre los Derechos del
Niño, en la que se señala que todo niño o niña tiene derecho a conocer la verdad
respecto a sus orígenes (UNICEF, 2000).
Los hijos, en algún nivel, siempre saben que algo de su historia no está claro. En su
inconsciente están las huellas de su historia pasada (Verni y Kelly, 1988), lo que de
alguna manera influye en su sentir y actuar. Aún más, estos autores plantean que ya en
la vida intrauterina un niño puede sentir y reaccionar ante emociones de la madre, como
el amor y el odio y ante complejos estados afectivos como la ambivalencia y la
ambigüedad: "se especula con que, en las primeras semanas - tal vez incluso horas-
posteriores a la concepción, el óvulo fertilizado posee suficiente conciencia de sí mismo
para sentir el rechazo y para obrar en consecuencia" (pág. 15).
Hemos visto casos en que los niños, si bien concientemente creen ser hijos biológicos de
sus padres adoptivos, perciben ambigüedades y vacíos en la historia familiar, teniendo la
sensación de que en su hogar hay un importante secreto, a través del cual sus familiares
se alían y al cual ellos no tienen acceso. Esto se aprecia en el caso de una madre que
llega a la consulta con su hija de catorce años, expediente en mano (con información
acerca de su historia), señalando a espaldas de ella que: "es adoptada, pero no lo sabe".
Y en otra sesión, frente a ella, llora y se pregunta: "¿por qué no me tiene confianza?,
¿por qué me oculta cosas o miente?". Y luego, dirigiéndose a la terapeuta: "¡Imagínate
que se mete entre mis cajones y busca algo en medio de mi ropa interior! ¿qué puede
ser?" Finalmente, apenada le pregunta a su hija: "¿qué es lo que buscas?".
En cuanto a las adopciones "de hecho” (adopciones no formales, muchas veces entre
conocidos o miembros de una misma familia), los niños saben y comprenden más de lo
que los padres creen, aún en aquellos casos donde se les ha ocultado información. Esto
sucede ya que de una u otra manera se les ha traspasado fragmentos de información,
aunque sin mayores explicaciones. Como lo manifestó una niña de seis años, durante
una sesión de terapia: “yo sé que nací de la guatita de la Jenny, pero le digo hermana y a
mi abuelita le digo mamá”.
En el caso de la no revelación, los secretos suelen ser usados para evitar el dolor de
todos los implicados. Los padres temen que el niño sufra, que no pueda recuperarse al
saber que fue abandonado, que se confunda, que los rechace, que desee conocer a sus
progenitores y que finalmente se vaya. A la vez, se pueden abrir viejas heridas, como el
no haber sido capaz de procrear en aquellos casos donde no se ha desarrollado
satisfactoriamente el duelo por la infertilidad.
Una de las principales funciones del proceso terapéutico dice relación con ayudar a la
pareja que postula a la adopción o bien a los miembros de una familia adoptiva a
tematizar sobre la realidad que viven y respecto a los sentimientos que surgen de dicha
realidad. Es especialmente importante el rol del terapeuta como facilitador de que los
temas se hablen, las dudas se aclaren y se abran aquellos secretos que les impiden vivir
sanamente. En este sentido, muchas veces el terapeuta puede ponerle un nombre a
aquello que no se nombra o bien puede ayudarlos a describir con palabras los
sentimientos que los miembros de la familia vivencian. Cobra así especial relevancia la
visión del construccionismo social, en relación a que el lenguaje "construye realidades"
(Echeverría, 1994).
Como terapeutas, ante los secretos planteamos la necesidad de que la verdad sea
develada, no obstante, es necesario aliarse con la “buena intención” del secreto. Éstos
cumplen con una función, ya que se crean para protegerse o proteger a otros: del dolor,
la culpa, el horror, la vergüenza o el abandono. Es importante hacer ver a los pacientes
que estas mismas buenas intenciones se pueden llevar a cabo a través de otras
estrategias. Mostrar, por ejemplo, a una pareja de padres adoptivos, que es justamente
porque desean proteger a su hija de la pena, que es necesario que le den información
sobre su historia.
Nuestro rol no es imponer la verdad - como podría ser contarle nosotras al niño o niña
que es adoptada- sino perturbar al sistema para que éste se contacte con el costo
emocional y el peso que el secreto ha tenido, tiene y tendrá. Como terapeutas, debemos
promover que la familia active sus recursos y comprenda las ventajas de vivir sin la
mordaza de los secretos.
Todo secreto genera desconfianza, esta es una de las razones más potentes para
postular el uso de la transparencia. Si un niño o niña descubre o conoce tardíamente de
su adopción puede llegar a sufrir un cataclismo difícil de elaborar. Toda su estructura
tambalea, su mundo se viene abajo y las personas en quienes confió pasan a ser
cuestionadas. Los efectos pueden ser nefastos para el desarrollo de la personalidad del
niño o joven, a la vez que obstaculiza la capacidad de volver a confiar en quienes le
rodean. Si las personas más significativas de su vida le mintieron respecto a sus
orígenes ¿por qué no pueden tener otras verdades ocultas? o bien ¿qué les impide volver
a mentir?.
Abrir el secreto implica aceptar al hijo con todo su pasado y amarlo con todas sus
singularidades. Respecto a este punto, muchas veces en terapia hemos visto cómo a
algunas familias les cuesta aceptar que muchas veces el niño proviene de un origen
social más bajo, lo que se puede manifestar en la diferencia de rasgos físicos con el
grupo sociocultural de los adoptantes. El que el secreto se abra ante el niño y la
sociedad, puede interpretarse como la aceptación plena de los padres a su hijo adoptivo.
No se tiende a ocultar lo que es vivido como bueno en nuestra sociedad.
Cabe señalar que en estas terapias es necesaria la psicoeducación, con el fin de que los
padres adoptivos comprendan a cabalidad la necesidad de la revelación. Ellos suelen
preguntar cuándo revelar, cómo, en qué momento o situaciones y qué decir. Al respecto
de gran utilidad resulta el que los pacientes revisen literatura sobre el tema, compartan
experiencias con personas que han vivido lo mismo que ellas, u otras alternativas que los
ayuden a enfrentar de la mejor manera posible el proceso de revelación.
Bibliografía
11. Giberti, E y cols. Adoptar hoy. Editorial Paidós. Buenos Aires (1994).
12. Giberti, E. (comp.). Política y Niñez. Editorial Losada. Buenos Aires (1997).
16. Giberti, E y cols. Adopción para padres. Grupo Editorial Lumen Humanitas.
Buenos Aires (2001).
18. Giberti, E. “II Congreso Argentino de Psicoanálisis de Familia y Pareja. Mayo 2001
27. UNICEF: "Convención sobre los Derechos del Niño". Aprobada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas el 20 de diciembre de 1989. Santiago. (2000)
28. Verni, T. y Kelly, J. La vida secreta del niño antes de nacer. Ediciones Urano.
España (1988)