En Oposición Al Consentimiento Hipotético Informado-1-1
En Oposición Al Consentimiento Hipotético Informado-1-1
En Oposición Al Consentimiento Hipotético Informado-1-1
Introducción
El deber de informar a cargo de los médicos tiene un reconocimiento legal, cuyo contenido
si bien aparece delineado en la Ley 20.584 no especifica qué riesgos corresponde informar
al paciente. Este derecho a ser informado aparece cuestionado o excluido si se acepta la
teoría del consentimiento hipotético, en términos que si logra admitirse que el paciente
habría igualmente aceptado la intervención asumiendo el riesgo no procede indemnización
alguna a su favor. En este trabajo se cuestiona esta teoría abogando por su rechazo, al
estimar que reduce a migajas el derecho a ser informado, lesionando el derecho a decidir
del paciente, banalizando sus particularidades y presumiendo un consentimiento por una vía
de razonamiento ficticia.
Luego de identificar el deber de informar, denunciando el vacío en torno a los precisos
riesgos que corresponde informar, proponiendo cuáles debieran ser, se expone la teoría
objeto de crítica denominada consentimiento hipotético o conducta alternativa lícita, lo que
da paso a las críticas y razones por las cuales debiera desecharse asumiendo que existe un
daño indemnizable.
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∗
Este trabajo forma parte del Proyecto Regular Fondecyt nº 1130171.
ζ
!Profesor'Investigador'Facultad'de'Derecho'de'la'Universidad'Diego'Portales,'Santiago,'Chile.'Doctor'en'
derecho'Universidad'Paris'II'(Panthéon=Assas),'Correspondencia'a:'República'105,'Santiago,'Correo'
electrónico'[email protected]'teléfono'56=99789757.!
1
DE LA MAZA (2010 a)); p. 89 y ss.; DE LA MAZA (2010 b)), p. 127 y ss; BRANTT (2008), p. 512;
TAPIA (2003), p. 95 y 96; LARRAÍN (2004), p. 207 y ss.; HERNÁNDEZ (2010), p. 167 y ss.; BARROS
(2006), p. 682 y ss.
explícita el derecho a la información de los pacientes a cargo de los prestadores públicos,
privados, institucionales y personas naturales. 2 También, es posible constatar en los
tribunales algunas sentencias que han reconocido y aplicado el derecho del paciente a ser
informado.3
La citada Ley 25.584 vino a reconocer un deber que si bien no aparecía en términos
formales reconocido por el legislador, nadie dudaba de su existencia en toda relación entre
un médico y su paciente, bastando recurrir a la buena fe en su función integradora.4
En lo que atinge a este trabajo resulta relevante considerar el artículo 10 inciso 1º de la Ley
20.585, el que dispone:
“Toda persona tiene derecho a ser informada, en forma oportuna y comprensible, por parte
del médico u otro profesional tratante, acerca del estado de su salud, del posible diagnóstico
de su enfermedad, de las alternativas de tratamiento disponibles para su recuperación y de
los riesgos que ello pueda representar, así como del pronóstico esperado, y del proceso
previsible del postoperatorio cuando procediere, de acuerdo con su edad y condición
personal y emocional”.
El legislador reconoció el deber de informar y fijó su contenido, el que aparece bastante
amplio, al considerar el diagnóstico, estado de salud, posibles tratamientos, los riesgos
asociados a esas posibles soluciones, las posibilidades de éxito y lo atingente al
postoperatorio. Agrega un aspecto relevante para determinar de manera más precisa qué se
debe informar, al introducir un criterio subjetivo que considera el paciente en particular.
Lo que se pretende, o al menos así lo entendemos, es que médico entregue al paciente una
información fidedigna de acuerdo a los avances de la medicina y que este deber se
prolongue durante todo el tratamiento. Como es obvio no sólo se persigue que el médico
entregue información, sino que aquella pueda ser entendida por el paciente, considerando
sus características individuales, ya sea la edad, el estado de salud, su nivel de comprensión
y otras que refieran a la individualidad del paciente. Incluso el paciente podría negarse a
conocer la información, lo que debería respetarse por el médico, a menos que exista riesgo
de contagio a terceros.
En lo que importa a este trabajo, queda claro que el médico debe informar los riesgos
asociados al tratamiento que le sugiere como apropiado en atención a su diagnóstico y la
condición del paciente. La Ley no se pronuncia sobre qué riesgos debe informar. Otras
legislaciones lo establecen en forma expresa. Así la Ley nº 2002-303 del 4 de marzo de
2002, señaló que los médicos deben informar los riesgos frecuentes o graves que sean
previsibles para las alternativas de tratamiento idóneo para el paciente.5
El reconocimiento y contenido del deber de informar, al menos en lo que atinge a este
trabajo, nos permite aseverar su acogida legal y su contenido.
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2
Ley nº 20.585, de 2013.
3
15º juzgado civil de Santiago, Rol 5291-2009, de 8 de septiembre de 2011; Corte de apelaciones de
Santiago, Rol 7995-2011, de 27 de mayo de 2013; Juzgado de letras de Los andes, Rol 131-2010, de 24 de
diciembre de 2012; Corte de apelaciones de Valparaíso, Rol 449-2013, de 12 de julio de 2013; Corte
Suprema, Rol 9006, de 30 de enero de 2014; 3º juzgado civil de Concepción, 1473-2012, de 21 de agosto de
2012; Corte Suprema, Rol 4325-2013, de 2 de octubre de 2013; 5º juzgado civil de Santiago, Rol 6651-2009,
de 2 de junio de 2014; Corte Suprema, Rol 2332-2012, de 27 de junio de 2013; por último, aunque relativo a
falta de consentimiento de los padres en relación a la intervención de un menor, Corte Suprema, Rol 3779-
2010, de 15 de noviembre de 2010.
4
Sobre esta función integradora, DOMÍNGUEZ (2011), p. 251 y ss.
5
Ley nº 2002-303, de 4 de marzo de 2002.
Con anterioridad en el ámbito público, el Reglamento de los Servicios Públicos de Salud,
Decreto nº 140 de 21 de abril de 2005, en su artículo 34, estipulaba el deber de informar en
los siguientes términos: “Los profesionales tratantes deberán informar, en lo posible y
cuando proceda, a los pacientes, a sus representantes legales o a los familiares de aquéllos,
sobre el diagnóstico y pronóstico probable de su enfermedad, las medidas terapéuticas o
médico quirúrgicas que se les aplicarán y los riesgos que éstas o su omisión conllevan, para
permitir su decisión informada, así como las acciones preventivas que correspondan al
paciente o su grupo familiar. En caso de negativa o rechazo a procedimientos diagnósticos
o terapéuticos por parte del paciente o sus representantes, deberá dejarse debida constancia
escrita en un documento oficial del Servicio”. 6
Ambas normativas, en consecuencia, reconocen en forma indubitada tanto en el ámbito
público como privado el derecho del paciente a la información.
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6
Reglamento Orgánico de los Servicios de Salud, Decreto nº 140 del Ministerio de Salud, de 21 de abril de
2005. En el mismo sentido puede consultarse el artículo 20 del Decreto Supremo nº 570 del Ministerio de
Salud que recoge el Reglamento para la internación de personas con enfermedades mentales, de 28 de agosto
de 1998.
7
15º juzgado civil de Santiago, Rol 5291-2009, de 8 de septiembre de 2011.
recibido toda la información necesaria, el médico está asumiendo junto al paciente un
riesgo calculado al iniciar una terapia o una intervención quirúrgica y ese riesgo previsto,
sólo gracias a su capacidad profesional, podrá ser superado con aproximación científica que
únicamente habrán de variar circunstancias externas ajenas a su control o internas del
organismo enfermo. Una evaluación cuidadosa del paciente, en sus aspectos físico y
emocional, de las condiciones del medio, del efecto estadístico probado de los
medicamentos que piensan emplearse, sin olvidar jamás el auto examen sobre las
condiciones personales y profesionales propias, son exigencias para el cálculo del riesgo
terapéutico o quirúrgico. Incluso es más, el consentimiento del paciente por sí solo no
exime al médico de responsabilidad por daños ocasionados al organismo del enfermo en su
salud. La firma del consentimiento, por lo tanto, no equivale a una exoneración de culpa del
médico, pues ante la ley se estaría renunciando a algo a lo que no se puede renunciar, como
lo es el derecho a la salud y la integridad del organismo”.8
Si bien la Corte reconoce el deber de informar, que lo vincula con la autodeterminación y
dignidad del paciente, es mezquina al momento de otorgar luces sobre el contenido de ese
deber. Pareciera que se inquieta más por el riesgo asociado al acto médico que en cambio el
facultativo le informe dichos riesgos al paciente.
La Corte de Concepción, por su parte, ha señalado que “la información del paciente es el
antecedente necesario e imprescindible que permite discurrir sobre la base del denominado
“consentimiento informado”, siendo el objeto esencial de éste la protección de la
autodeterminación o autonomía del paciente y, por ende, constituye per se un requisito del
acto médico”. 9 En otra sentencia del 3º juzgado civil de Concepción se dijo: “…el
consentimiento informado se ha transformado, con el tiempo, en un derecho de los
pacientes y es un presupuesto y elemento integrante de la lex artis médica, que constituye
una exigencia de ella para llevar a efecto la actividad médico-quirúrgica, cuyo
incumplimiento puede generar responsabilidad para el interviniente que haya omitido tal
obligación si de ello se derivan perjuicios al paciente”.10
Los fallos que hemos mencionado acogen una noción bastante compartida acerca del
fundamento del deber de informar. Se ancla dicho deber en el derecho a la
autodeterminación del paciente, lo que redunda en que sea él quien decida in concreto si
asume o no los riesgos de una intervención. En el caso que el paciente haya sido privado de
información asociada a los riesgos de la intervención procede indemnizarlo, lo que se ha
hecho a título de daño moral, aunque parece más exacto circunscribir la indemnización a la
pérdida de la posibilidad.
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8
Corte Suprema, Rol 5849-2009, de 28 de enero de 2011. Se trata, sin duda, de una sentencia relevante, no
sólo distingue entre cirugía plástica y aquella reconstructiva, al menos lo menciona, también discurre en torno
a la célebre distinción entre obligaciones de medio y resultado que tanta tinta han hecho derramar, aunque aún
no logran precisarse, ni su criterio fundante, ni tampoco los efectos, y menos su recepción en la doctrina, la
cual es bastante disputada, en contraste con la jurisprudencia, que recurre a ella de manera explicativa, sin que
se extraigan todas las consecuencias de dicha clasificación. Con todo, y más precisamente, la sentencia de
reemplazo, se explaya en diversos aspectos del derecho de las obligaciones que podrían haberse evitado.
Sobre todo porque refieren a cuestiones generales, siendo deseable que el fallo se hubiere concentrado en el
debate de la responsabilidad por negligencia en la cirugía plástica.
9
Corte de apelaciones de Concepción, Rol 1473-2012, de 30 de mayo de 2013.
10
3º juzgado civil de Concepción, Rol 7408-2009, de 21 de agosto de 2012.
Lo que evidencian estas sentencias, también, es la relevancia del objeto de la información,
dado que la queja ha sido siempre en estas sentencias que no se les informó un riesgo que
era propio a la intervención quirúrgica.
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13
DE LA MAZA (2010), p. 99.
14
En el texto del que toma el ejemplo el profesor DE LA MAZA se habla que el paciente, el sr. Smith se
aproximaba a la total ceguera mientras que su ojo derecho estaba con perfecta visión. Incluso una semana
después de la operación estaba totalmente ciego de ambos ojos. STAPLES y MOULTON (2006), p. 481.
15
STAPLES y MOULTON (2006), p. 481
16
STAPLES y MOULTON (2006), p. 482.
17
En este sentido se pronuncian STAPLES y MOULTON (2006), p. 483 y 484.
Hoy la citada Ley 20.585 establece dicho mínimo de información que resulta necesaria,
aunque sin la precisión en relación a los riesgos que pueda generar la intervención, lo que
deja pendiente la misma interrogante sobre qué riesgos deben informarse. Discrepamos que
la prestación de la información reconduzca a un asunto de diligencia o estándar de
conducta. El profesor de la Maza señala que: “Lo que muestran estos casos, entonces, es
que no basta con determinar qué información debe suministrarse en términos generales,
sino que, además, prestar atención, al estándar con el que se mide la conducta del
profesional sanitario”. Pero más que tratarse de una cuestión de diligencia o estándar con
que se valora la conducta del médico en la ejecución del deber de informar, el asunto sigue
siendo precisar el objeto de la prestación, lo que no exige un test de diligencia, sino que
otro distinto que sólo puede alcanzarse mediante la determinación precisa de qué riesgos
corresponde informar según el tratamiento o intervención de que se trate. No debemos
interrogarnos acerca de qué esfuerzos conductuales o diligencia llevó a cabo el médico para
informar tales o cuales riesgos, sino si informó aquellos que le correspondía informar
conforme la literatura médica pertinente. Tampoco, como afirmé, creo que deba recurrirse a
qué riesgos informan los médicos en la práctica, lo que determinaría la lex artis en ese
aspecto.
Si el médico no informó los riesgos asociados al tratamiento aconsejado, infringe su deber,
sin que sea relevante considerar si para alcanzarlo hizo más o menos esfuerzos. En caso que
las particularidades del paciente ameriten omitir la información, el médico debe estar en
condiciones de justificarlo, ya sea porque el paciente lo solicitó en forma expresa o sus
cualidades o individualidad explican que en ese preciso caso el médico guarde reserva. En
otros términos la obligación es de resultado una vez que se haya precisado su contenido, el
que queda fijado por la literatura médica atingente a la intervención a que se sometió el
paciente. No es que haya un modelo de conducta deseado, sino un protocolo de información
al que debe someterse si o si el médico so pena de incumplir su deber de informar.
Hasta aquí hemos intentado delinear el fundamento y el contenido del deber de informar.
Ahora pasamos a exponer el problema que refiere al consentimiento hipotético informado.
4. El problema
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18
Este ha sido el usual fundamento o “caracterización” del consentimiento informado, aunque DE LA MAZA
propone “pensarlo como un dispositivo de ponderación de los diversos intereses en juego, es decir un
dispositivo a través del cual el legislador ordena al legislador asignar un peso específico a los diversos
intereses que entran en conflicto en un caso concreto decidiendo, razonadamente, cuál debe prevalecer”. DE
LA MAZA (2010 a)), p. 116. En la frase hay un error pues mal podría el legislador ordenar al propio
legislador algo, y debe entenderse que el legislador ordena al juez llevar a cabo el balance de los intereses. Sin
embargo esta forma de plantear el asunto no resuelve el problema, siendo muy abstracta y, por ende, difícil de
practicar. Es cierto que siempre debe haber una ponderación del juez y, más bien, un razonamiento judicial
nadie duda del reconocimiento del deber de informar a cargo de los médicos, la cuestión
dista de ser uniforme cuando el médico que faltó a ese deber interviene conforme a su lex
artis y se verifica el riesgo no informado.19 Esta es la hipótesis más compleja o, al menos,
en palabras de Domínguez Luelmo “la mayor dificultad aparece en el caso en que la fuente
de la eventual responsabilidad consiste exclusivamente en no haber informado. Pero aquí,
que quien no informó sea o no el creador del riesgo es irrelevante”.20 Se trata, según se
verá, de un genuino problema de causalidad o de imputabilidad objetiva. La intervención
del médico fue realizada en forma diligente, pero el paciente padece un riesgo de dicha
intervención que no le había sido informado. Pierde así la opción de escoger entre asumir o
no el riesgo. Sin duda que dicho riesgo no puede imputarse al médico dado que aquel sólo
constituye una consecuencia azarosa y desgraciada de la intervención, al menos desde un
punto de vista normativo. Un verdadero accidente médico. Asumido que el médico
infringió al deber de informar sin faltar a la diligencia exigida uno podría inclinarse a
pensar que procede por esa circunstancia la indemnización de perjuicios por pérdida de la
posibilidad a favor del paciente. Al no haber tenido la oportunidad de aceptar o rechazar la
intervención con toda la información acerca de los riesgos perdió la oportunidad de escoger
si asumía el riesgo o, en cambio, no lo asumía quedándose con la evolución normal o
previsible de la enfermedad. Así lo entendió la sentencia ya citada del 5º juzgado civil de
Santiago. Otorgó una indemnización de 20 millones de pesos a título de daño moral “por
cuanto se afectó la libre determinación de la actora al no haber tenido ésta la posibilidad de
haber rechazado el riesgo en caso de haberlo conocido, resultando finalmente con una
lesión neurológica irreversible, con compromiso esfinteriano y de sensibilidad genital
permanente”. 21 Sin embargo, cierta Doctrina, partiendo de desarrollos propios a la
responsabilidad penal, ha abogado por negar la procedencia de la indemnización en el caso
que pueda aseverarse que el paciente aún conociendo el riesgo habría en forma total y
segura aceptado la intervención.22 La teoría en perspectiva penal ha sido planteada en los
siguientes términos: “Cuando no pueda excluirse que el paciente hubiera prestado su
consentimiento en caso de haber sido informado suficientemente, se debe en conformidad
al principio in dubio pro reo afirmar en favor del médico la presunción de que la víctima
hubiera consentido en la intervención”.23
En otros términos, sería plausible excluir el deber de informar en la hipótesis que el
paciente aún conociendo en forma oportuna la información no hubiere cambiado su
decisión de someterse al tratamiento en que se verificó el riesgo no informado.24Es lo que
se conoce como teoría del consentimiento hipotético informado o conducta alternativa
conforme a derecho o aún en el lenguaje de causalidad “el criterio de incremento del riesgo
o de la conducta alternativa correcta”. 25 Es justamente esta teoría la que queremos
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que señale en la sentencia cuáles son los fundamentos para haber dado por probados determinados hechos y
calificar los mismos desde un punto de vista jurídico.
19
Un tratamiento general de esta hipótesis en DE LA MAZA (2010), p. 112 y ss.
20
DOMÍNGUEZ (2007), p. 323 y 324.
21
5º juzgado civil de Santiago, Rol 6651-2009, de 2 de junio de 2014.
22
SCHLACK (2012), p. 279 y ss, en que se explaya acerca de la comprensión del consentimiento hipotético
en la Doctrina alemana.
23
SCHLACK (2012), P. 276.
24
En este sentido, BARROS (2006), p. 407; DE LA MAZA (2010), p. 115; CÁRDENAS (2005), aunque a
propósito de causalidad en términos más amplios, p. 533.
25
DÍEZ-PICAZO (2000), p. 348 y ss.
controvertir en este trabajo, argumentando en contra de la misma y, concluyendo, que aún
si pudiere, lo que estimamos improbable, pretenderse que el paciente hubiere de igual
manera asumido el riesgo, sometiéndose a la intervención, la lesión al derecho a informarse
se verifica, lo que admite de todas maneras una indemnización.
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26
Sobre esto el texto clásico de PANTALÉON (1991), p. 1561; en Chile, por todos BARROS (2006), p. 384
y ss.; CÁRDENAS (2005), p. 533 y ss:, sobre esta distinción en la jurisprudencia, véase Corte Suprema,
2004, de 24 de enero de 2004; PIZARRO (2004), p. 175 y ss. ; CÁRDENAS (2007), p. 167.
27
PANTALÉON (1991), p. 1591 y ss. Aunque en Alemania se asevera que habría sido a la inversa, dado que
la jurisprudencia penal habría recogido la tesis del consentimiento hipotético de la jurisprudencia civil. Así lo
asevera SCHLACK (2012), p. 277.
28
DÍEZ-PICAZO (2000), p. 348.
29
DE LA MAZA (2010), p. 136.
30
DOMÍNGUEZ (2007), p. 325.
31
BARROS (2006), p. 407.
halo, en cuanto condensan juicios de valor, a veces contradictorios, y siempre difíciles de
aprehender”.32 A propósito del criterio denominado “incremento del riesgo” se construye la
tesis del consentimiento hipotético. Se parte de la base que la vida en sociedad significa un
umbral de tolerancia de riesgos que estamos dispuestos a soportar. De ahí que sólo cuando
un sujeto sobrepase dicho umbral existe una razón para imputarle la causación del daño.
Pantaléon sostiene que “es razonable sostener que un evento dañoso no puede ser imputado
objetivamente a la conducta negligente que lo ha causado, cuando, respecto de dicho
evento, esa conducta no ha sobrepasado los límites del riesgo permitido (aunque los haya
sobrepasado con relación a otros posibles eventos dañosos y, por eso, pueda calificarse de
negligente)”. 33 El mismo autor nos ilustra señalando que “para negar la imputación
objetiva…bastaría constatar que existía una probabilidad no despreciable de que el
resultado, en su concreta forma de acaecimiento, se habría producido también, de haber
obrado el procesado diligentemente. Dicho de otra forma, que sólo cabrá imputar
objetivamente el resultado, cuando pueda establecerse con seguridad o con una
probabilidad rayana en la certeza que, de haberse obrado diligentemente, el resultado se
habría evitado”.34
Como ya se ha dicho en otros lugares, el incremento del riesgo permite diferenciar aquellas
actividades que si bien causan daños no pueden generar indemnización en razón que
precisamente el riesgo que se introduce es tolerado o permitido. Así ocurre con
innumerables actividades entre las cuales debemos contar la praxis médica.35 En el ámbito
de la medicina es palmaria esta realidad. No podemos enrostrar responsabilidad al médico
por el hecho de llevar a cabo el acto respectivo que de por sí involucra riesgos para el
paciente. Sólo concurrirá imputabilidad objetiva en el evento que sobrepase la frontera del
riesgo permitido o tolerado. El ejercicio teórico por el cual se aboga consiste en tratar de
igual manera aquel sujeto que aún actuando en forma negligente no se diferencia del
modelo de conducta conforme a la lex artis, en términos que no hubo un incremento del
riesgo o incluso pudo ser menor, lo que lo hace tolerable. En otros términos, aún si el sujeto
actuó en forma negligente pero no incrementó el riesgo de la víctima más allá de lo que
habría ocurrido si hubiere informado conforme a su lex artis no cabe imputabilidad
objetiva. Pantaléon propone como método para diferenciar ambas situaciones aplicar un
criterio de certeza o cercano a ésta que nos haga concluir que el mismo resultado hubiere
acaecido si hubiere actuado el imputado en forma diligente o negligente.36
El problema, en consecuencia, consiste en que “Un médico realiza una intervención
quirúrgica sin contar con el previo consentimiento eficaz del paciente, bien porque no se lo
pidió, pudiendo y debiendo hacerlo, bien porque (supuesto más frecuente) no le informó
adecuadamente de los riesgos y probabilidad de éxito de la operación, y de las posibles
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32
PANTALÉON (1991), p. 1591.
33
PANTALÉON (1991), p. 1577.
34
PANTALÉON (1991), p. 1579. El mismo párrafo es reproducido por DE LA MAZA (2010), p. 137, pero
no alude en su trabajo al análisis de la conducta alternativa que PANTALÉON sólo trata en las páginas 1587
y siguientes de su trabajo, véase PANTALÉON (1991), p. 1587 y 1588.
35
Sobre esto, Corte Suprema, Rol 5849-2009, de 28 de enero de 2011.
36
Recurre a la misma idea ya dichas por Diez-Picazo, a propósito del criterio del incremento del riesgo:
“Conforme al mismo criterio, no podrá imputarse un concreto evento dañoso a una determinada conducta
negligente, si la misma, en comparación con su alternativa diligente, no ha incrementado el riesgo de que se
produzca el evento dañoso en cuestión: cuando, de haber obrado el dañante diligentemente, el evento dañoso,
en su configuración totalmente concreta, se hubiera producido también con seguridad, o con una probabilidad
rayana en la certeza”. CÁRDENAS (2005), p. 554.
alternativas de tratamiento. Pese a realizarse en lo demás conforme a la lex artis, la
intervención quirúrgica resulta mal, y el paciente reclama al médico la indemnización de
los daños y perjuicios producidos por aquélla. ¿Podrá el médico exonerarse demostrando
que, si hubiese pedido al paciente el consentimiento previa una adecuada información de
los riesgos y probabilidades de éxito de la operación y las posibles alternativas, aquél lo
hubiera prestado con toda seguridad o con una probabilidad rallana (sic) en la certeza?”.37
En la doctrina española destaca el tratamiento que realiza Domínguez Luelmo. Luego de
descartar la hipótesis en que la falta de información no apareja problema para admitir la
indemnización, dado que quien faltó al deber de información creó la situación de riesgo
para la víctima, la que podría haber sido excluida si la víctima hubiere recibido la
información oportuna e íntegra. En cambio es irrelevante si el médico dio origen a la
situación de riesgo o no, cuando el daño sólo deriva de la mera falta de información. El
médico se comportó conforme a la lex artis en relación al acto médico, pero omitió
informar el riesgo que acaeció. Un ejemplo de los tribunales puede ilustrar la idea. En un
caso reciente, una paciente concurrió al médico por dolores pelvianos recurrentes y luego
de un examen de ecotomografía se decidió practicar una cirugía de resección de los miomas
o miomectomía. Sin embargo, durante la intervención se decidió realizar una histerectomía.
La paciente denunció la falta de información acerca del riesgo de histerectomía, lo que
constituía un riesgo conocido y previsto de la miomectomía. Sobre este punto la sentencia
de 1ª instancia, de una particular riqueza en la argumentación, determinó que hubo
infracción al deber de informar, por cuanto el médico no logró acreditar que le había
señalado a la paciente el riesgo de histerectomía. El fundamento, apropiado a mi entender,
justificó la carga de la prueba en el médico, por cuanto éste es el deudor, lo que coincide
con la regla del artículo 1547 inciso 3º del código civil.38
Respecto al acto mismo, la histerectomía, ésta fue ejecutada conforme a la lex artis,
entendiendo el tribunal que “ante una significativa pérdida de la pared del útero,
comprometiéndose la circulación de las arterias uterinas existiendo peligro de necrosis y
hemorragia, era pertinente llevarla a cabo, ante el riesgo relevante para la paciente. De ahí
que concluya que “Aquello –la histerectomía- aparece como un cambio de conducta o
decisión posible y razonable en una miomectomía y conforme a la lex artis médica”.39La
jueza de instancia estableció la improcedencia de la indemnización en atención a que era
razonable conforme la historia clínica de la paciente esperar que hubiere aceptado la
miomectomía si se le hubiere informado la posible histerectomía.
Esta conclusión aparece en el siguiente párrafo de la sentencia:
“corresponde determinar si procede la indemnización de perjuicios en un caso como el que
nos convoca, esto es, incumplimiento del deber de informar y por ende obtención del
consentimiento informado de la demandante y la práctica médica según las exigencias de la
lex artis. Parece claro que la infracción al deber de información genera responsabilidad
cuando de ella deriva un perjuicio, por el contrario no hay responsabilidad cuando la
omisión no es causalmente determinante del daño. En la especie, dado los antecedentes
médicos de la demandante, es razonable concluir que de haberse obtenido el
consentimiento informado de la paciente, respecto de los riesgos de una histerectomía,
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37
PANTALÉON (1991), p. 1587.
38
PIZARRO (2008), p. 255; contra BARROS (2006), p. 660; CÁRDENAS (2010), p. 45 y ss:,
DOMÍNGUEZ HIDALGO (2010), p. 21 y ss.; TAPIA (2003), p. 75 y ss.
39
15º juzgado civil de Santiago, Rol 5291-2009, de 8 de septiembre de 2011.
atendido el diagnóstico, la paciente igualmente se habría sometido a dicha intervención
quirúrgica. Luego, al no existir la relación de causalidad necesaria para que se configure la
responsabilidad demandada, procede el rechazo de la demanda.”40
En clara aplicación de la tesis de la conducta alternativa lícita o consentimiento hipotético
se absuelve al médico. ¿es correcta esta tesis?.
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44
AGUILO REGLA (2006), p. 11 y ss.
45
AGUILÓ REGLA (2006), p. 12.
46
AGUILÓ REGLA (2006), p. 15.
47
PEÑA y AUSÍN (2001), p. 95 y ss.
a un estándar abstracto de paciente. Para estar en presencia de la voluntad tácita deben
concurrir actos del paciente que en forma indubitada generen la prueba de la aceptación.
Federico de Castro señala que “la conducta tenida en cuenta no es por sí misma
significativa de una declaración de voluntad, sino que de tal conducta se infiere que debió
haber tal voluntad (“indicio voluntatis”).”. 48 Son los hechos los que reflejan la
manifestación de voluntad. En el mismo sentido la doctrina nacional. Alessandri, se refiere
a la voluntad tácita exigiendo que los hechos “la revelen de un modo inequívoco”.49 Reitera
la misma idea al indicar que “La voluntad es tácita cuando se induce de hechos o actos que
la manifiesten o permitan suponerla de un modo inequívoco”. Y se requiere, según el
mismo autor que “estos hechos sean tales que denoten en su autor la voluntad inequívoca
de celebrar el contrato, que no admita otra interpretación que el propósito de contratar”.50
Por eso el autor afirma que “el consentimiento no puede ser presunto o supuesto” y en caso
de duda debe desestimarse el consentimiento. Se trata de un “determinado acto” o “un
determinado comportamiento” que “permite inducir o inferir que tal voluntad existe y la
presupone necesariamente”. Y agrega el autor Díez-Picazo que “La declaración tácita de
voluntad contractual, que es aquella que se realiza por medio de actos concluyentes e
inequívocos, está sometida siempre a una interpretación y valoración de los tribunales, que
debe realizarse de forma objetiva, no buscando tanto la inducción de una voluntad oculta
bajo ellos, cuando el sentido que el comportamiento tiene y la confianza que suscita en los
demás”. 51 En términos precisos, la voluntad tácita exige actos o hechos inequívocos que
sólo puedan interpretarse en términos de aceptación del riesgo.
Si el médico puede acreditar la voluntad tácita, por cierto, que cabrá eximirlo de
responsabilidad, pues por esa vía el paciente aceptó el riesgo, siendo improcedente la
indemnización de perjuicios.
El otro argumento que ha sido expuesto a propósito del consentimiento hipotético refiere a
la existencia del daño. No compartimos la aseveración que si el paciente no fue informado,
pero hubiere aceptado igual el tratamiento, esté exento de ilicitud y daño. Por cierto acá nos
colocamos en una hipótesis que ya hemos descartado, por imposibilidad de probar a través
de presunciones el consentimiento del paciente y la prueba de la aceptación tácita lo dejaría
exento de responsabilidad. La libertad de decisión se vio afectada aún cuando pudiere
entenderse que el paciente igualmente hubiere aceptado dado que él en los hechos no
escogió con la información que se le debía. Cierto que la situación es diversa si existen
antecedentes para concluir que sí habría influido en su decisión. En este caso efectivamente
perdió una opción, la abstención del tratamiento. Luego si bien no cabe tratar ambas
situaciones de la misma manera, lo cierto es que en ambas concurre una hipótesis de
responsabilidad civil. El paciente aún asumiendo que hubiere aceptado no rtuvo ocasión de
discutir con el médico acerca de los alcances del riesgo, ni lo que sería su vida si se
verificare. También careció de la alternativa aún aceptando la intervención de buscar un
mejor especialista o planificar en otra forma la intervención o, todavía, consultar otros
médicos incluso en el extranjero.
!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
48
DE CASTRO Y BRAVO (1985), p. 67.
49
ALESSANDRI (2004), p. 72.
50
ALESSANDRI (2004), p. 74.
51
DÍEZ-PICAZO (2007), p. 176.
Comparte esta idea Domínguez Luelmo achacando a Pantaléon que así lo habría
entendido.52 Sin embargo, este último, lejos de compartir la crítica a la conducta alternativa,
la cuestiona, luego de exponer cierta doctrina alemana –Zeuner- por el rechazo del
consentimiento hipotético, termina adhieriendo a las reflexiones de Mertens, con quien
concluye que dadas las dificultades probatorias impuestas por la teoría de la conducta
alternativa al médico, puesto que debe considerar el paciente en particular en toda su
individualidad para acreditar que hubiere igual consentido en el tratamiento, se encuentra
protegido de manera suficiente el bien protegido con el deber de informar. El argumento
para adherir a la viabilidad de la teoría es frágil en nuestra opinión. Por lo ya dicho en
cuanto a inferir el consentimiento hipotético a través de presunciones. Si leemos con
atención a Pantaléon, que más bien se limita a seguir a Mertens, la exigencia probatorias
alta para el médico sería el fundamento de excluir la indemnización.
Con todo, el mismo Pantaléon, termina dubitativo y más pedagógico que dogmático, al
señalar que “Más importante que cuáles son las soluciones correctas, sin embargo, es para
mi en este momento –insisto- mostrar la forma adecuada de afrontar los problemas que los
casos estudiados plantean, que nada tiene que ver con el tratamiento propio de las
cuestiones causales”.53 La lectura atenta de los escritos fundamentales que han decantado
esta teoría recepcionada por nuestra doctrina local, en mi opinión, sin demasiado atención,
muestra que no hay razones tan certeras a la hora de inclinarse por el comportamiento lícito
alternativo.
El consentimiento hipotético desprecia la autodeterminación del paciente, al cual recurren
en tanto fundamento, y en forma bastante compartida, la doctrina local y también los
tribunales.54 Al entender que hubiese aceptado y asumir que aceptó, se borran sus trazos
particulares, tratándolo como un sujeto estándar, en modo especial, carente de
sensibilidades, o más aun, éstas se estiman irrelevantes. El consentimiento hipotética
redunda en forma inexorable en un patrón de conducta abstracto que permite por estadística
determinar la voluntad ante la información del riesgo informado. La información sólo
tendría interés en el evento que pueda cambiar la opinión del paciente. Esto resulta
pasablemente abstracto aún exigiendo la prueba de la aquiescencia hipotética del paciente.
En este sentido se ha pronunciado la Corte de casación italiana en un fallo comentado a
propósito de una intervención quirúrgica efectuada por un oftalmólogo quien no informó un
riesgo previsto al paciente el que se verificó.55
Todavía creemos que entender que el paciente hubiese aceptado o asumir que aceptó,
reduce de manera considerable el deber de informar. Sólo quedarían unas migajas de deber
de informar. Si todos los riesgos cuya ausencia de información asumimos que un paciente
más o menos similar al verídico aceptaría asumirlo, el médico podría prescindir de
comunicarlo al paciente. Si no se informa, se asume que el paciente igual acepta la
intervención, se concluye que no existe deber de información respecto de los mismos.
En suma, las precedentes razones u opiniones creo son consistentes para erradicar el
consentimiento hipotético como causal de exoneración del médico. Éste debe informar los
riesgos frecuente y aquellos graves aunque sean excepcionales o estadísticamente remotos,
con prescindencia si supone que el paciente los asumiría. Otro problema, aquí no tratado, es
!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
52
DOMÍNGUEZ LUELMO (2007), p. 325; PANTALÉON (1991), p. 1588.
53
PANTALÉON (1991), p. 1589.
54
Doctrina citada en nota (1) y (3).
55
MÍGUEZ, (2011), p. 314.
si eso debe indemnizarse a título de daño moral o, en cambio necesariamente como pérdida
de la posibilidad. Nos parece que siempre habrá indemnización a título de pérdida de la
posibilidad, como rubro independiente de daños, debiendo su cuantía estar asociada a las
consecuencias dañinas que significó que el riesgo haya ocurrido.
*
* *
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