Ecosistemas Terrestres
Ecosistemas Terrestres
Ecosistemas Terrestres
Desde el punto de vista antropocéntrico, los ecosistemas terrestres son sistemas que cumplen
tres tipos generales de funciones: productivas, ambientales y sociales (Rodá et al. 2003). En su
función productiva, suministran bienes naturales renovables, como los alimentos, los
productos de interés farmacológico, los productos madereros y los no madereros (pastos,
corcho, piñas, caza, setas, etc.). Entre las funciones ambientales y ecológicas destacan los
servicios ecosistémicos prestados gratuitamente, como el mantenimiento de la biodiversidad,
la regulación de la composición atmosférica y del clima, la regulación de los ciclos
biogeoquímicos, la conservación del suelo (e.g. prevención de la erosión), la regulación del
ciclo del agua y el almacenaje de carbono. Entre las funciones sociales, las más relevantes son
los usos recreativos, educativos y de ocio, las oportunidades para la investigación, sus valores
tradicionales culturales y emocionales, funciones que dan pie a actividades económicas
importantes como el turismo y el excursionismo. Está claro que las alteraciones que producen
los cambios climático y atmosférico tendrán un impacto sobre muchos de estos bienes y
servicios y, por lo tanto, impactos sobre los sistemas socioeconómicos (Winnet 1998). Entre las
funciones y servicios ecosistémicos destaca el secuestro y almacenaje del carbono atmosférico
por ser la base de la producción vegetal que sustenta los ecosistemas y por tener implicaciones
directas en el balance de CO2 atmosférico, uno de los principales agentes del cambio climático.
Otros servicios ecosistémicos incluyen la provisión de polinizadores y el control de plagas.
Los ecosistemas terrestres se consideran importantes reguladores del clima tanto global como
local, influyendo decisivamente en los ciclos biogeoquímicos y en las características de la
atmósfera. Ciertos ecosistemas terrestres como los bosques afectan a la humedad relativa e
incluso al régimen de precipitaciones local, pudiendo dar lugar a un ciclo de retroalimentación
en el que el bosque favorece las condiciones hídricas para que se mantenga el propio bosque.
Si bien es un hecho constatado en numerosas ocasiones que cuando la cobertura vegetal es
alta (cuando aumenta el índice de área foliar o LAI) hay menos agua disponible en el
ecosistema al aumentar la transpiración (Rambal y Debussche 1995), el bosque puede actuar
como captador de agua en ciertas condiciones mediterráneas. Datos experimentales y
simulaciones numéricas indican que la presencia de masas arboladas en las laderas de las
montañas costeras favorece significativamente la formación de tormentas de verano y la
captura del agua que en forma de nieblas mas o menos densas se eleva desde el mar (Millán
2002). Si bien estos efectos locales del bosque sobre el microclima y la precipitación son
notables y están bien probados, la influencia en el clima regional (macroclima) es menos clara.
En simulaciones del efecto de una deforestación extensa en España y Francia se ha obtenido
que el bosque sólo favorece las lluvias cuando éstas se dan en verano mediante nubes de
desarrollo vertical, en cuya formación puede intervenir activamente la transpiración del bosque
(Gaertner et al. 2001).
Influencia humana en los ecosistemas terrestres: los efectos múltiples de una especie en
expansión
El ser humano está modificando a velocidad creciente la distribución espacial y el
funcionamiento de los ecosistemas. Dicha modificación tiene lugar a escala local, regional y
global de forma que hoy en día la gran mayoría de ecosistemas terrestres presentan un cierto
grado de degradación o alteración atribuible a las actividades humanas (Vitousek et al. 1997).
Además, estas actividades están cambiando las propiedades biofísicas de la atmósfera y el
clima, y hay evidencia irrefutable de que los ecosistemas están respondiendo a todos estos
cambios (Hulme et al. 1999, Hughes 2000). Aunque muchas de estas evidencias se apoyan en
respuestas de especies particularmente sensibles, hay cada vez más resultados que muestran
efectos a nivel de todo el ecosistema. Si bien dichos efectos no son apreciables fácilmente,
tienen en general un plazo temporal de varias décadas y se ven con frecuencia influidos por las
condiciones locales (Vitousek et al. 1997, Parmesan y Yohe 2003).
Causas
El consumo masivo promueve procesos industriales en cadena que pasan por alto la protección
del medio ambiente. Los desechos que se generan tras estos procesos son una de las
principales causas de la contaminación.
- La deforestación
Los árboles ayudan a purificar el aire. Sin embargo, en las últimas décadas hemos asistido a la
desaparición de cientos de bosques en el mundo. Se calcula que cada año desaparece una
extensión similar al territorio de Panamá o Portugal. Ante este panorama, los efectos de los
gases que se encuentran en el aire son más notorios y pueden causar graves enfermedades
para las especies terrestres.
- Selva húmeda
Los principales impactos directos son la transformación del ecosistema para dedicarlo a
agricultura o ganadería. El cambio climático originado por los gases de invernadero ocasionará
condiciones más cálidas y secas afectando a los ecosistemas húmedos.
- Ganadería
Los potreros para la cría de vacas y otros animales que consumimos han reemplazado a las
selvas en muchos lugares.
- Carreteras
Las carreteras fragmentan las selvas y algunas especies como los monos araña y los saraguatos,
quedan aisladas.
Efectos
La actividad de todos los organismos vivos está fuertemente influida por la temperatura. Por
tanto, no podemos esperar otra cosa que alteraciones de esta actividad. Y el primer tipo de
cambio que el calentamiento trae consigo es en los ciclos vitales de plantas y animales
(Peñuelas y Filella 2001). Estos cambios fenológicos se han convertido en el síntoma más claro
de que el cambio climático ya afecta a la vida (Fig. 2.1). A nivel individual, el efecto fisiológico
más directo del incremento de la temperatura es el rápido aumento de la tasa de respiración.
La respiración de todo el ecosistema, de la cual el componente principal es la respiración de las
plantas, es el proceso determinante del balance de carbono, al menos en ecosistemas
forestales europeos donde ha sido estudiado con suficiente precisión (Valentini et al. 2000). Las
altas temperaturas afectan a la fotosíntesis de las plantas, pero estas son capaces de
aclimatarse y crecer incluso a temperaturas extremas siempre que el agua no sea limitante. Las
temperaturas altas aumentan el déficit de presión de vapor aumentando la transpiración de las
plantas. Pero el cierre de estomas, con frecuencia exacerbado por la combinación de altas
temperaturas con sequía y altos niveles de CO2, hace que la transpiración llegue incluso a
disminuir (Kirschbaum 2004). La capacidad de las plantas para aclimatarse a distintas
temperaturas, particularmente durante su desarrollo, hace que la respiración no se vea
incrementada tan rápidamente con la temperatura como cabría esperarse, pero a pesar del
gran impacto de la respiración vegetal en la productividad de los ecosistemas, aún existen
numerosas incertidumbres fisiológicas (Atkin y Tjoelker 2003).
Pero no sólo los organismos sino también los procesos ecosistémicos se ven afectados por el
calentamiento. Dado que los procesos biogeoquímicos dependen de la temperatura, la
eutrofización o enriquecimiento en nutrientes, sobre todo nitratos, un proceso tan
preocupante a nivel internacional, es sensible al calentamiento. Aunque en general la
eutrofización está asociada al aporte puntual o difuso de nutrientes (e.g. exceso de purines,
fertilizantes), el aumento de temperatura y las sequías ejercen una gran influencia en la
dinámica de nutrientes ya que el calentamiento aumenta la mineralización, y la sequía impide
el uso de nutrientes por parte de las plantas y facilita las pérdidas del sistema cuando llegan las
lluvias. Otra alteración biogeoquímica similar la tenemos en la estimulación de la
descomposición de la materia orgánica por el calentamiento. La falta de agua, por el contrario,
la retarda. Se trata pues de una situación en la que dos factores implicados en el cambio
climático ejercen efectos diferentes (incluso antagónicos) sobre el ciclo de la materia y el
funcionamiento de nuestros ecosistemas (Emmet et al. 2004). En pastos del Pirineo catalán no
limitados hídricamente se ha visto que el calentamiento aumenta la productividad y acelera la
descomposición de la materia orgánica (Sebastiá et al. 2004).
El ciclo biológico de numerosas plantas comunes, aves migradoras y especies de mariposas está
cambiando de forma significativa y el cambio climático parece ser la causa más importante de
tal alteración. En Cataluña las hojas de los árboles salen ahora por término medio unos 20 días
antes que hace unos cincuenta años. El manzano, el olmo o la higuera parece que anticipan el
brote de las hojas en un mes, y el almendro y el chopo, unos quince días, aunque hay otros
árboles, como el castaño, que parecen inmutables al cambio de temperatura por ser más
dependientes de otros factores como el fotoperiodo o la disponibilidad hídrica (Peñuelas et al.
2002). Por otro lado, las plantas también están floreciendo y fructificando por término medio
10 días antes que hace 30 años. Y los ciclos vitales de los animales también están alterados. Por
ejemplo, la aparición de insectos que pasan por los diferentes estadios larvarios más
rápidamente en respuesta al calentamiento, se ha adelantado en promedio 11 días (Stefanescu
et al. 2004). Toda esta actividad prematura de plantas y animales puede ponerlos en peligro
por las heladas tardías.