Las Últimas Palabras. Juan José Millás

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JUAN JOSÉ MILLÁS

El País, 25 ENE 2002


Leí en el periódico que las últimas palabras de Cela fueron 'viva Iria Flavia'.
Tuvo suerte: Iria Flavia suena muy bien. Cuesta
imaginar a un genio dando vivas a Bollullos del Condado en semejante trance.
Y es que nos vuelve locos buscar en las
últimas palabras de las celebridades un mensaje trascendental, aunque la
experiencia demuestra que, a la hora de rendir el
alma, las preocupaciones de los seres humanos son las de un miércoles
cualquiera: que no se queme lo que hay en el fuego,
o que alguien apague la luz del pasillo. Es costumbre que los condenados a
muerte pidan perdón por sus crímenes y que las
víctimas de los tiranos griten 'libertad'. El repertorio, pues, es más bien
escaso. Se atribuye a Goethe, sin embargo, una frase
enigmática, 'veo luz negra', que el progreso se ha encargado de desmitificar,
ya que es el nombre que recibe hoy la
luminiscencia de las discotecas horteras.
De todos modos, hay algún caso curioso. Balzac, por ejemplo, se murió
gritando: '¡Llamen a Brianchon! ¡Brianchon me
salvará!'. Contra lo que pudiera parecer, no era un cardiólogo famoso, sino un
médico de una de sus comedias. Lo de Balzac
es de lo mejor que hay en últimas palabras por lo que tiene de mezcla entre
realidad y ficción y por la idea de que un doctor
de fábula puede hacerte más bien que uno de verdad. No está mal lo que dijo
George Washington: 'Me voy contento'. A lo
mejor le habían dicho que se iba a otro sitio, aunque tal vez estaba orgulloso
de lo realizado en vida y moría el hombre con
la satisfacción del deber cumplido. También pudo querer decir que qué
descanso, pues hay días en los que la seguridad de
que uno tarde o temprano se tiene que morir produce más paz interior que un
valium.
Lo mejor, con todo, es que no haya testigos de tus últimas palabras, o que
sean lo suficientemente discretos como para no
airear lo que se te vino a la cabeza, ya que lo normal es que no te venga nada
de interés o que preguntes cuántos recibos de
la hipoteca quedan por pagar. Somos como somos, en fin. A mí me gustaría
despedirme con las palabras de Fernando VII,
'tengo sueño', para que en lugar de la extremaunción me dieran las buenas
noches.

IDEAS PRINCIPALES

- El interés por poner en boca de personas ilustres una frase transcendental


en sus últimos momentos de vida.
- Lo normal, para la mayoría, es el preocuparse en nombrar algún quehacer
cotidiano de resolución pendiente.
- Algunas de esas frases llegan a ser hasta de difícil comprensión.
- Llegando a la conclusión –tesis– de que es mejor morir sin nadie cerca para
que no tenga la tentación de reproducir tus últimas palabras o que si los hay
que, al menos, sean discretos.
RESUMEN
Juan José Millás hace un repaso de algunas frases que algunos
personajes ilustres dijeron en sus últimos momentos de vida: unas
trascendentales; otras, la mayoría, centradas en algún detalle de la vida más
cotidiana y vulgar; finalmente, otras de difícil comprensión. Juan José Millás
llega a la conclusión de que es preferible afrontar esos momentos en soledad
y así evitar a los testigos la tentación de hacer público ese último acto
comunicativo y que si no puede ser y alguien presente al menos esperar que
sea discreto.

OPINIÖN CRÍTICA
Es propio de las sociedades occidentales –desconozco el caso de las
orientales– querer agrandar la imagen de personalidades importantes de
cualquier ámbito en el momento en que se produce su muerte. Juan José
Millás pone el ejemplo de la frase grandilocuente en boca del ahora difunto.
Otra variante es la de llenar los espacios televisivos con especiales
informativos y los periódicos con suplementos ensalzando la figura del escritor
o el cantante de turno que, para su desgracia o no, lejos de las luces de otra
época más esplendorosa muere en la oscuridad sin que ninguno de esos
medios haya mostrado algún tipo de interés por él en los últimos años de su
vida.
También está el caso de las autoridades que mostrado la mayor de las
indiferencias por el protagonista del deceso y sus últimos años de vida, pero
que, con el cadáver aún caliente, se afana a otorgarle todo tipo de medallas,
alabando sus méritos; trayendo alguna de ellas una dotación económica que
en algunos casos bien hubieran hecho un servicio en vida.

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