Más Allá Del Bipartidismo:: El Sistema Argentino de Partidos

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Rev9-02 26/2/03 16:33 Página 65

Juan Abal Medina (h.) y Julieta Suárez Cao*

➲ Más allá del bipartidismo:


El sistema argentino de partidos1

Resumen: El presente artículo representa un intento de describir la existencia de un patrón


de sistema partidario estable en un sistema político de alta inestabilidad. En el caso argenti-
no, fue la propia interrupción institucional de las poliarquías (alimentada por el carácter
movimientista y polarizado del sistema de partidos) la que actuó como un factor favorable
al congelamiento del sistema. Así, un patrón de competencia estable constituyó un obstácu-
lo para que el régimen pudiera avanzar hacia formas más democráticas. Al suspender toda
actividad partidaria, los interregnos autoritarios no sólo impidieron que los actores fueran
variando sus comportamientos, sino que evitaron que los votantes juzgaran el desempeño de
su partido preferido en el largo plazo. En la medida en que la consolidación de la democra-
cia inauguró en la Argentina un juego político abierto e impredecible, ningún actor puede
sentirse seguro de antemano del lugar que ocupará en la estructura de la competencia.

1. Introducción

Es frecuente encontrar en la literatura sobre los sistemas de partidos, cierta confusión


conceptual entre las características correspondientes al sistema mismo y aquellas que se
refieren a sus partes componentes, es decir, a los partidos políticos. Las dificultades de
exponer los límites entre ambas conceptualizaciones son especialmente notorias en los
estudios sobre los sistemas partidarios latinoamericanos. Si bien son campos que se
encuentran íntimamente relacionados, el foco de análisis puede residir en uno de los
campos o en ambos.
En esta ocasión, el foco estará situado en el sistema partidario. De esta manera,
entendemos por sistema de partidos a las pautas de relación entre los partidos políticos,

* Juan Abal Medina (h.) es doctor en Ciencia Política, profesor de las universidades de Buenos Aires y
Iberoamericana, III, 9 (2003), 65-87

San Martín, e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET). Autor, junto con Ernesto Calvo, de El Federalismo Electoral Argentino (2001), y junto con Mar-
celo Cavarozzi de El asedio a la política: los partidos latinoamericanos en la era neoliberal (2002).
Correo electrónico: [email protected].
Julieta Suárez Cao es politóloga, docente de Política Comparada en la Universidad de Buenos Aires y
becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Autora de dife-
rentes artículos sobre instituciones políticas argentinas. Se ha desempeñado como consultora del
PNUD y asesora gubernamental en temas relacionados con la reforma política en la Argentina. Correo
electrónico: [email protected].
1 Una versión anterior de este trabajo fue presentada en el Tercer Congreso Europeo de Latinoamericanis-
tas, Amsterdam, 3-6 de julio de 2002.
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es decir, los patrones de competencia y cooperación entre las unidades que conforman un
sistema pero que implican más que una sumatoria de las mismas. La noción de sistema
entraña así un nivel diferenciado de los partidos que lo componen. Por ello, cuando
hablamos de configuraciones o formatos de un sistema partidario específico, asumimos
que éstos pueden variar sin que lo hagan sus componentes y lo mismo vale en sentido
inverso.2 En el mismo sentido, los problemas que presentan los partidos no se reflejan
necesariamente en la dimensión del sistema y a su vez la ausencia de pautas de relación
entre los partidos, no les niega a estos últimos su condición de tales. Así, para tipificar un
sistema partidario recurrimos a cuatro propiedades que consideramos especialmente sig-
nificativas: (a) el número de partidos3, (b) el número de dimensiones temáticas o clivajes
políticamente relevantes4, (c) la distancia ideológica entre los partidos principales5, y (d)
la estructura de la competencia.6
Sin embargo, ni los partidos políticos ni los sistemas de partidos actúan en un vacío
institucional. Distanciándonos de perspectivas más sociológicas cercanas al clásico tra-
bajo de Lipset y Rokkan (1967), sostenemos que es imprescindible entender el accionar
de estos actores políticos en el contexto institucional en el que se encuentran inmersos.
Las instituciones conforman el tablero de juego con reglas ordenadoras de la vida políti-
ca y social que incentivan o desalientan determinados procesos y comportamientos en

2 Como producto de la confusión arriba mencionada, suele identificarse todo cambio en los partidos con
transformaciones del sistema cuando esto no es necesariamente así. Los partidos pueden ser los mis-
mos, pero haber cambiado la estructura de la competencia o puede haber nuevos partidos que ocupen
exactamente el mismo “lugar” que sus predecesores.
3 El número de partidos ha sido el factor predilecto de los analistas para clasificar los sistemas. En gene-
ral estas propuestas son de dos tipos: las que no consideran el tamaño relativo de los partidos y las que
sí lo hacen. El esquema inicialmente propuesto por Sartori (1987) es ilustrativo del primer tipo, mien-
tras que el de Blondel (1968) constituye un buen ejemplo del segundo. Si bien las propuestas clasifica-
torias que se basan en el número nos proporcionan categorías simples y completas, cada una de ellas
contiene sistemas muy diferentes. Por ello, más allá de sus ventajas heurísticas, en términos analíticos
“considerar meramente el número de partidos en el sistema, incluso considerando sus tamaños relati-
vos, es una manera inadecuada de clasificar a los sistemas partidarios” (Ware 1996: 168).
4 Frente a los análisis más sociológicos de las estructuras de clivajes (Lipset 1960; Lipset/Rokkan 1967;
Luebbert 1991), que para nosotros tienden a sobre-determinar el papel de la estructura social, asumimos
enfoques que incorporan el comportamiento de los partidos mismos frente a las restricciones que les
plantea el entorno social e institucional. Schattschneider (1960) señala cómo los líderes partidarios, si
bien no pueden crear los conflictos, buscan explotar los clivajes existentes para lograr acceder al gobier-
no utilizando a su favor la multiplicidad de intereses que existen en una sociedad.
5 Hablar de distancia ideológica supone aceptar, al menos parcialmente, la idea de un modelo de compe-
tencia espacial que permita ubicar a los partidos en algún lugar dentro de un espectro político-ideológi-
co. Este modelo desarrollado por Downs (1957) y Budge/Robertson/Hearl (1987), si bien ha recibido
muchas críticas, ha resultado muy útil para el análisis de los sistemas partidarios concretos (Sartori
1987; Lipjhart 1984, Kitschelt 1994 y Hubbert/Inglehart 1995, especialmente).
6 Mair (1997) señala la importancia de la estructura de la competencia dado que la misma noción de sis-
tema partidario supone la existencia de una estructura estable de la competencia interpartidaria. Los tres
factores relevantes que explican la estructura de la competencia para este autor son: (a) la alternancia en
el gobierno; (b) la innovación o familiaridad de las fórmulas de gobierno que se ponen en práctica; y (c)
la accesibilidad al gobierno restringida a algunos partidos o no. La combinación de estos tres criterios
permite distinguir dos patrones contrastantes de estructuras de competencia partidaria: cerradas y prede-
cibles o abiertas e impredecibles. Ideas similares a ésta ya habían sido desarrolladas parcialmente por
Dahl (1966); Epstein (1967) y Sartori (1987).
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desmedro de otros. En este sentido, conforman un conjunto de incentivos (políticos, eco-


nómicos y sociales) que establecen las reglas formales e informales para limitar las
opciones de la acción humana (North 1993).
Así, las instituciones modelan las metas que los actores políticos persiguen y estruc-
turan las relaciones de poder distinguiendo posiciones relativas de ventaja y desventaja
entre ellos. “Lo que está implícito en la mayor parte de las concepciones histórico-insti-
tucionalistas es que las instituciones constriñen y refractan la política pero nunca son la
única ‘causa’ de sus resultados” (Thelen/Longstreth/Steinmo 1992: 3). Asimismo, su
existencia y el conocimiento compartido que los actores poseen de ellas contribuyen a
reducir la incertidumbre propia de un ámbito de información asimétrica e incompleta,
como es la esfera política, al aumentar la previsibilidad de los comportamientos. No obs-
tante, no constituyen un escenario neutral ya que al actuar selectivamente implican efec-
tos de distribución diferentes que buscan restringir el comportamiento de otros grupos
(Knight 1992). En parte, esto sucede debido a su funcionamiento como maquinarias de
recompensas y castigos ante las acciones de los actores (Sartori 1994).
Entonces, ¿cómo actúan estas otras instituciones que son los partidos y los sistemas
de partidos en un diseño institucional dado?; al mismo tiempo, ¿es posible encontrar
algún patrón de conducta en un contexto altamente inestable como fue históricamente el
argentino?

2. Régimen político inestable y sistema partidario estable

2.1. La estructura cerrada y predecible de la competencia partidaria

La Argentina tuvo durante el siglo XX apenas tres períodos previos a 1983 en los que
se pueden evidenciar algunas condiciones mínimas de una poliarquía en los términos de
Dahl. En tal sentido, hubo elecciones libres y con sufragio universal (sólo masculino hasta
las elecciones presidenciales de 1952) durante los años 1916-1930, 1946-1955 y 1973-
1976. En cuanto al último período citado, creemos importante considerar que el régimen
poliárquico se mantuvo sólo hasta 1974, ya que en los dieciocho meses posteriores a la
muerte del presidente Juan Perón, hasta el golpe de Estado de 1976, la violencia generali-
zada había arrastrado consigo los derechos civiles y políticos elementales. Es decir, hubo
regímenes medianamente libres durante menos de la mitad del siglo, existiendo en los
años restantes distintos regímenes no democráticos que fueron desde la oligarquía compe-
titiva del inicio del siglo hasta los autoritarismos de 1966-1973 y especialmente, por sus
características terroristas, el de 1976-1983, pasando por diversas formas de democracias
restringidas (1932-1943, 1958-1962 y 1963-1966) y otros breves episodios golpistas.
El caso argentino parecería presentar así una situación paradójica de instituciones
que no se caracterizarían por su inercia y su regularidad.7 Teniendo en cuenta este con-

7 Una de las principales características de las instituciones es su regularidad. Los actores conocen y actú-
an bajo este patrón o diseño con la perspectiva de que se mantenga en el tiempo. Otra característica cen-
tral de las instituciones es la inercia, las instituciones propenden a mantenerse en el tiempo. Muchas de
ellas se llegan a formalizar normativamente gracias a su perdurabilidad (O’Donnell 1997).
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texto institucional, más de un autor señalaría como impropio hablar de un sistema parti-
dario. Sin embargo, el hecho de que los partidos políticos existieran, jugaran un rol
importante y se relacionaran entre sí de diversas maneras, justifica, al menos parcialmen-
te, que consideremos relevante entender la forma que asumieron las relaciones interparti-
darias en el período. Es más, sostendremos que estas relaciones tanto como el esquema
de competencia sí mantuvieron patrones de regularidad comparables a aquellos de los
sistemas poliárquicos más consolidados y estables.
A partir de una primera aproximación al caso en estudio se desprende que, incluso en
los breves momentos de institucionalidad democrática, los partidos argentinos actuaban
negando la idea misma de sistema, al no reconocerse a sí mismos como partes de un
todo, sino entendiendo su posición como la única legítima. Esta visión, que podemos lla-
mar movimientista (Alberti/Castiglioni 1985), se expresó con claridad en el pensamiento
y la práctica de los líderes máximos de los dos grandes partidos de la Argentina moderna,
Hipólito Yrigoyen8 y Juan Domingo Perón9.
Esta importante característica que manifestaron los partidos argentinos, la negación
permanente del adversario, ha llevado a importantes autores (Cavarozzi 1989 y De Riz,
1986) a sostener la inexistencia de un sistema de partidos propiamente dicho. Por el con-
trario, esa misma característica y los elementos que se asocian a ella son, para nosotros,
la demostración no sólo de la existencia de un sistema partidario, sino de la permanencia
de los elementos centrales de su configuración en los tres períodos previos al inicio de la
democratización en 1983. Esta subsistencia nos permitiría contar al sistema de partidos
como la institución más consolidada (en términos de estabilidad y previsibilidad) del sis-
tema político argentino.
Si un sistema partidario es, como definimos anteriormente, un patrón de relaciones
entre los partidos, en el caso argentino los partidos han mantenido con un nivel sorpren-
dentemente alto de exactitud sus “patrones de competencia y cooperación” (Ware 1996:
146). Que las pautas de conducta entre los partidos no hayan sido las deseables, o que
incluso hayan conspirado contra la estabilidad del sistema político, no significa en nin-
gún sentido que el sistema no haya existido, sino simplemente que funcionaba con una
lógica que tendía a incentivar la inestabilidad de un régimen político pluralista.
El aspecto más importante de un sistema y el que permite distinguir claramente entre
diferentes sistemas es “la estructura de la competencia interpartidaria, especialmente la
competencia por el gobierno” (Mair 1997: 206), y es precisamente esta estructura la que
se mantiene estable a lo largo de casi todo el siglo XX. En el caso argentino, esto resulta
particularmente acertado por la propiedad misma de los principales partidos que se
encuentran orientados a obtener el premio indivisible de la presidencia y el gobierno en
condiciones de limpia competencia.10

8 “La UCR no es propiamente un partido [...] es la conjunción de fuerzas emergentes de la opinión


nacional, nacidas y solidarizadas al calor de reinvindicaciones públicas” (Yrigoyen, citado en Rock
1975: 62). “La UCR es la Nación misma” (Manifiesto de la UCR, 30 de marzo de 1916, citado en Rock
1975: 64).Véase además De Riz (1986: 673); Mustapic (1984: 87); Rock (1975).
9 “El movimiento peronista no es un partido político; no representa un grupo político [...] es un movimien-
to nacional, que representa sólo los intereses nacionales” (Perón, citado en McGuire 1997: 64). Al res-
pecto véase también Cavarozzi (1989: 305); De Riz (1986:674); McGuire (1995: 210) y (1997: 59-66).
10 Los partidos analizados, la UCR y el PJ, son ejemplos de actores que, cuando las reglas del juego lo per-
miten, se mantienen en el mercado político con vistas a obtener votos y ganar el gobierno. La forma de
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La estructura de la competencia en un sistema de partidos puede ser explicada a tra-


vés de tres factores relevantes: (a) la alternancia en el gobierno, que puede ser completa,
parcial o inexistente; (b) la innovación o familiaridad de las fórmulas de gobierno que se
ponen en práctica; y (c) la accesibilidad al gobierno restringida a algunos partidos o no
(Mair 1997). La combinación de estos tres criterios permite distinguir dos patrones con-
trastantes de estructuras de competencia partidaria: cerradas y predecibles, o abiertas e
impredecibles. Si la competencia es cerrada, es factible predecir las alternativas de
gobierno que se enfrentarán sucesivamente. Así se generarán grandes dificultades para la
emergencia de nuevos partidos, ceteris paribus, que estén en condiciones de competir
por el gobierno, mientras que en una competencia abierta, la alternancia es esperable
aunque impredecible, especialmente con nuevos partidos que surgen con probabilidades
de llegar a formar gobierno. Resulta interesante remarcar que, si bien existe una especie
de afinidad electiva entre la competencia cerrada y los sistemas de partidos con menor
cantidad de partidos relevantes (bipartidismo) y entre la competencia abierta y los multi-
partidismos, esto no necesariamente debe verificarse así. En particular en diseños institu-
cionales de tipo parlamentario o semipresidencial donde la competencia por el gobierno
puede involucrar a menos partidos de los relevantes en la arena parlamentaria.
En el caso argentino (Tabla 1), podemos observar que los tres períodos poliárquicos
muestran exactamente la misma estructura de competencia: cerrada con inexistencia de
alternancia y familiaridad absoluta de las formas de gobierno (los partidos gobiernan
siempre solos).
Más allá de la estructura de la competencia, las otras tres dimensiones que señalamos
como centrales para la forma del sistema de partidos (número de dimensiones y de parti-
dos y distancia ideológica) también resultan constantes en estos tres períodos. Así, siem-
pre existe una sola dimensión política relevante que sobre-determina las demás: “yrigo-
yenismo/antiyrigoyenismo” primero, y “peronismo/antiperonismo” después. A su vez, la
distancia político-cultural entre los principales partidos siempre es grande y en los tres
casos se incrementa a lo largo de cada período, hasta llevar al sistema a niveles de pola-
rización que crearán las condiciones de su ruptura.
Finalmente, el número de partidos, como puede verse en la tabla 2, también muestra
una importante continuidad, aunque en este caso con la importante salvedad de la elec-

gobierno presidencial genera un entramado institucional que incentiva determinados tipos de organiza-
ción partidaria y de comportamiento diferentes a los de un sistema parlamentario. Si podemos distinguir
el comportamiento de los partidos en relación a tres variables: (a) los partidos que persiguen votos
(Downs 1957), (b) los que persiguen cargos –como indica la respuesta de Riker (1962) a Downs–, y (c)
los que procuran formular políticas (Axelrod 1970), el presidencialismo incentiva la persecución de
votos en la arena electoral. Debido a su condición de premio único e indivisible, la presidencia repre-
senta el espacio al cual se puede acceder por medio de los votos para controlar cargos e implementar
políticas. “Por su naturaleza, las elecciones presidenciales son altamente impredecibles: los sistemas de
mayoría simple y los de doble vuelta suponen distorsiones potencialmente importantes entre el porcen-
taje de votos y el de bancas. Por lo tanto, aparentemente, podría decirse que las elecciones presidencia-
les desalentarían la búsqueda de votos. Y sin embargo, Strfm también advierte que cuanto mayor es la
probabilidad de que un solo partido obtenga la mayoría, más valor dan los partidos a los votos. En los
sistemas presidencialistas, sólo existe probabilidad de que un solo partido ocupe “todas las bancas” en
el poder ejecutivo.” (Samuels 2000: 7). No obstante, los partidos presidencializados argentinos se
estructuraron históricamente en un sistema que era extremadamente predecible, más cercano a un siste-
ma de partidos parlamentarios que a los incentivos que entrañaría un sistema de gobierno presidencial.
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Tabla 1
Estructura de la competencia en los tres períodos poliárquicos

Período Elección Ganador Resultado del Gobierno


ganadord
1916-1930 1916 UCR 48% UCR (sola)
1922 UCR 55% UCR (sola)
1928 UCR 67% UCR (sola)
1946-1955 1946 Peronismoa 52% Peronismo (solo)
1951 Peronismob 62% Peronismo (solo)
1954
(vicepresidente) Peronismob 63% Peronismo (solo)
1973-1974 Mar. 1973 Peronismoc 50% Peronismo (solo)
Sept. 1973 Peronismoc 62% Peronismo (solo)

Fuentes: Cantón (1973); Fraga (1990); Jackish (1990).


Notas:
a Partido Laborista y Unión Cívica Radical Junta Renovadora.
b Partido Peronista.
c Frente Justicialista de Liberación (FREJULI): Partido Justicialista y aliados menores.
d En porcentaje de votos.

Tabla 2
Número efectivo de partidos parlamentarios y porcentaje de escaños del partido
en el gobierno en los tres primeros períodos poliárquicos
Año Peronismo UCRd Izquierdae Centrof Derechag Otros/ 1er. PP + Total de Núm. de
Provinc.h 2do. PPi la Cámaraj partidosk

1916 48 9 8 45 6 80% 116 2,98


(41%)
1918 64 6 14 30 1 82% 115 2,53
(56%)
1920 94 10 19 21 6 77% 152 2,30
(63%)
1922 101 10 14 19 6 80% 150 2,07
(67%)
1924 89 18 14 23 8 79% 153 2,56
(59%)
1926 87 19 9 27 9 75% 151 2,58
(58%)
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Tabla 2 (Cont.)

Año Peronismo UCRd Izquierdae Centrof Derechag Otros/ 1er. PP + Total de Núm. de
Provinc.h 2do. PPi la Cámaraj partidosk

1928 111 4 6 37 0 98% 156 1,82


(70%)
1930 109 1 18 26 0 88% 154 1,84
(71%)
Promedioa 60,53% 81% 2,34
1946 106 49 0 0 0 0 100% 155 1,76
(68%)
1948 109 45 2 0 0 0 99% 158 1,79
(70%)
1950b 100 30 2 0 0 0 98% 155 1,60
(76%)
1952 135 14 0 0 0 0 100% 149 1,20
(91%)
1954 141 14 0 0 0 0 100% 155 1,19
(91%)
Promedioa 79% 0 99,4% 1,63
1973c 123 51 13 22 20 18 72% 243 3,09
(51%)

Fuentes: Elaboración propia a partir de los datos de la Dirección de Información Parlamentaria, H. Cámara de Diputados
de la Nación y Cantón (1973).
Notas:
a Promedio de las todas las composiciones de la Cámara durante el período.
b 23 escaños vacíos por no haber sido ocupados por sus propietarios.
c Distribución realizada por sistema de representación proporcional con fórmula D’Hont.
d Dentro de la UCR se cuentan en todo el primer período diputados radicales llamados disidentes que llegaron a ser 27

en el año 1926 por los enfrentamientos internos del partido gobernante.


e Izquierda: hasta 1973 Partido Socialista únicamente.
f Centro: hasta 1973 Partido Demócrata Progresista. En 1928, 1930 y 1932, también Partido Socialista Independiente.
g Derecha: Partido Conservador y partidos conservadores provinciales como los dos de Corrientes, la Unión Provincial

salteña y el Partido Demócrata mendocino.


h Otros/Provinciales: hasta 1926 Unión Comercio y Producción, Concentración Popular, Oficialista, Concentración

Cívica, Unión Democrática, Liga Sur e independientes. En 1973, partidos provinciales de derechas y partidos provin-
ciales formados por desprendimientos de la UCR y el PJ.
i Índice de bipartidismo parlamentario, es decir, porcentaje de diputados que corresponden los dos partidos principales.
j Los totales son variables por no incluir los diputados no incorporados y los lugares vacantes.
k Número efectivo de partidos parlamentarios según el índice de Laakso y Taagepera. La exactitud del cálculo es relati-

va, ya que se consideran como “partidos” lo que realmente son grupos de partidos locales, pero no se puede proceder
de otra manera ya que estos partidos locales, especialmente los agrupados bajo el rótulo de “Derecha”, no son real-
mente partidos autónomos, sino más bien parte de una laxa confederación conservadora nacional, similar a la que
actuaba en los años anteriores a 1916 bajo el nombre de Partido Autonomista Nacional.
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ción de 1973 en la que la aplicación de una fórmula electoral proporcional permitió que
aumentara el número de partidos representados en el Congreso. En todas las legislaturas,
el partido gobernante contó con la mayoría absoluta de los escaños y frente a él había un
solo partido opositor relevante.
Del análisis de las cuatro dimensiones que señalamos como centrales, se deduce que
la configuración que asumió el sistema de partidos argentino en su origen y mantuvo
durante los dos siguientes períodos democráticos, fue la de un sistema bipartidista predo-
minante y polarizado. Es decir, se conformó un sistema en el que la lógica política era el
patrón movimientista de desconocer al adversario, en especial, cuando éste estaba en la
oposición. La distancia político-cultural que separaba a los partidos y la polarización que
trajo aparejada inundaba toda la escena política.

2.2. Evolución histórica del sistema partidario argentino hasta 1983

El sistema de partidos se constituyó a fines del siglo XIX como consecuencia de la


lenta apertura del sistema político creado por los sectores que habían vencido en las lar-
gas guerras civiles que sufrió el país desde su independencia y que respondían a conflic-
tos interregionales. En términos de Dahl (1971), la ruta seguida fue la que va desde la
situación caracterizada como de “hegemonía cerrada” hacia la de “oligarquías competiti-
vas” mediante el incremento gradual de la liberalización del sistema.
Como ha sido descrito por Botana (1977), la configuración que asumió el sistema
partidario argentino en su momento previo a la democracia de masas se caracterizaba por
la existencia de distintos partidos locales, de tipo conservador y elitista, que estructura-
ban sus disputas políticas al interior del llamado Partido Autonomista Nacional (PAN),
en realidad una especie de confederación de grupos políticos regionales, laxos y proviso-
rios que controlaban sus respectivos estados provinciales. En términos socioeconómicos,
los grupos conservadores representaban a los sectores rurales vinculados directa o indi-
rectamente a la exportación de productos agrícolas.
En forma temporal o permanente, otros grupos podían actuar fuera del PAN dispu-
tando con él pero sin poner en cuestión la base del armado del orden político conserva-
dor: una ciudadanía política restringida por mecanismos extra legales, “el fraude y la
cooptación” (De Riz 1986: 672). La estructura político-institucional de aquel entonces,
básicamente la elección del presidente a través de un Colegio Electoral electo por las
provincias, facilitaba los acuerdos intra-elite y otorgaba a la disputa política argentina
ciertos parecidos de familia con los parlamentarismos europeos de la primera mitad del
siglo XIX. Un credo ideológico “liberal conservador” (Botana 1977) ampliamente com-
partido y una fuerte estabilidad institucional caracterizaban la configuración partidaria
que iba a enfrentar el desafío de la ampliación efectiva de la ciudadanía política.
La Unión Cívica Radical (UCR), fundada en 1892, agrupaba a distintos sectores
políticos que pugnaban por terminar con la exclusión política del sistema. Expresando la
protesta de los nacientes sectores medios de la sociedad, este partido, mediante acciones
de diverso tipo, forzó la apertura del sistema mediante una reforma electoral que, apro-
bada en 1912, dificultó el fraude electoral (Sabsay/Casablanca 1974: 330-336).
La nueva legislación permitió la victoria del candidato radical, Hipólito Yrigoyen, en
1916 y la llegada de la democracia de masas al país. A efectos de organización, la UCR
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era un partido de masas que había desarrollado en los años de oposición antisistema una
fuerte estructura política territorialmente implantada.11 Sin embargo, la vaguedad de su
programa político, que se definía simplemente en oposición al régimen conservador pre-
vio en términos casi morales como “la causa contra el régimen” y cierta pretensión
“movimientista” y anti-institucional (De Riz 1986: 673; Rock 1975), sumadas a la difi-
cultad experimentada por los grupos conservadores para constituir una opción partidaria
sólida (Botana 1977; Di Tella 1998: 43) condujeron a que el conflicto político no pudie-
se moderarse y terminara trasladándose al interior del partido gobernante.
La primera experiencia democrática se cerró con un golpe militar en 1930 que, con el
apoyo de los conservadores y de varios radicales opuestos a Yrigoyen, desalojó a la UCR
del gobierno e inauguró el importante y nefasto papel que tendrían los militares en la his-
toria argentina moderna. Los distintos gobiernos que se sucedieron intentaron volver a la
situación previa a la reforma electoral de 1912, pero obviamente las circunstancias ya no
eran las mismas y el fraude resultaba intolerable para sectores cada vez más amplios de
la población.12 Paralelamente, la crisis mundial de 1929 y el clima de ideas de la época
empujaron al país hacia nuevas pautas de comportamiento socioeconómico –denomina-
das “matriz estado-céntrica” (Cavarozzi 1996)–, que impulsaron el crecimiento de la
industria y, con ella, de la clase obrera.
Un nuevo golpe militar en 1943 llevó al gobierno a un grupo de jóvenes militares
nacionalistas que, encabezados por el coronel Juan Domingo Perón, buscaron construir
un nuevo sistema político que, con eje en las corporaciones (Fuerzas Armadas, empresa-
riado, sindicatos, Iglesia), permitiera disciplinar a los tradicionales sectores agro-expor-
tadores e industrializar el país en base al crecimiento del mercado interno.
La rápida reacción de los conservadores, disgustados por las políticas sociales imple-
mentadas por el gobierno, condujo a una apertura democrática en 1946 en la que todos
los partidos políticos existentes apoyaron la fórmula presidencial del radicalismo13, en
contraposición a la candidatura de Perón. La victoria de Perón abrió un nuevo interregno
democrático en el que el partido oficial –Partido Único de la Revolución Nacional, des-
pués Partido Peronista o Partido Justicialista (PJ)– ocupó el centro de la escena política
extremando las características movimientistas de la UCR del período 1916-1930. La for-
taleza organizacional del peronismo, sumada al creciente apoyo que recibía de las clases
obreras y populares, que experimentaban las mejoras económicas resultantes de las polí-
ticas redistributivas del ingreso aplicadas por el gobierno, fue llevando a la conforma-
ción de un sistema de partido predominante que empujaba a la oposición (radicales, con-
servadores e izquierda tradicional, básicamente) a asumir posiciones cada vez más
extremas.
La dimensión “peronismo/antiperonismo” sobre-determinaba el conflicto político
constituyendo un eje de debate que era comprendido por algunos como “pueblo/antipue-
blo” y por otros como “fascismo/democracia”. Desde cada una de las dos posiciones pola-
res, la otra parte no era vista como un rival a vencer sino como un enemigo a aniquilar,
reproduciendo en forma ampliada los rasgos del último período del gobierno de Yrigoyen.

11 Ver al respecto Giacobone y Gallo (1999).


12 Véase al respecto Ciria (1986).
13 Acuerdo electoral denominado Unión Democrática.
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74 Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao

Los grandes problemas económicos que experimentó el gobierno a partir de 1952,


sumados a cierta pérdida de reflejos políticos, condujeron a una situación de crisis que
fue aprovechada por la oposición para impulsar un nuevo golpe militar en 1955. A dife-
rencia de las experiencias previas, el grupo militar que finalmente se quedó con el con-
trol del gobierno en 1955 se dedicó explícitamente a exterminar el peronismo y sus apo-
yos sociales, llevando a éstos a asumir como conducta defensiva una resistencia que no
dudó en asumir acciones violentas.
La espiral de violencia que se desencadenó en el país entre 1955 y 1973 se caracteri-
zó por la frustración de los diversos intentos por consolidar una fórmula política que
excluyera al peronismo, constituyendo lo que O’Donnell denominó “el juego imposible”
(O’Donnell 1972). Perón, desde su exilio, logró mantener la conducción de su movi-
miento y forzar en 1973 una nueva apertura democrática, en la que el peronismo volvió a
demostrar que contaba con apoyo mayoritario. Por medio de la candidatura de Héctor
Cámpora superó primero la proscripción de Perón y después éste fue electo presidente
por tercera vez.
Si bien el aprendizaje político llevó a la búsqueda de comportamientos más proclives
al consenso y a la firma de diversos acuerdos entre los partidos (Halperín Donghi 1994:
62), la fuerte radicalización de la escena política y el alto grado de movilización existen-
te, junto con la muerte del mismo Perón en 1974, condujeron a un nuevo pináculo de
violencia que, esta vez, se dio en el mismo seno del peronismo (De Riz 2000: 159-181).
La polarización política existente entre 1969 y 1973 se trasladó al interior del partido
gobernante y, por lo tanto, al Estado. A diferencia de la experiencia de 1955, el golpe
militar de 1976 se encontró con un peronismo dividido, con algunos sectores que apoya-
ban manifiestamente al nuevo gobierno y otros que lo veían como una simple continui-
dad de la alicaída gestión de la presidenta Isabel Martínez de Perón, quien, habiendo sido
electa vicepresidenta en 1973, asumió el gobierno luego de la muerte de su marido.

3. Régimen político estable y sistema partidario inestable

3.1. La estructura abierta e impredecible de la competencia partidaria

De las diversas características comunes asumidas por el juego político en los perío-
dos hasta ahora analizados, la que más debe llamarnos la atención es la sorprendente
regularidad que tuvo en sus componentes centrales: un partido gana la elección con una
votación cercana al cincuenta por ciento de los votos, obtiene la mayoría en la Cámara
de Diputados y la conserva, e incluso la incrementa, durante todo el período; en las nue-
vas elecciones el partido gobernante va aumentando su votación mientras la oposición
radicaliza sus protestas. El sistema se polariza aún más y un golpe militar, apoyado por
los partidos opositores, desaloja del gobierno al partido gobernante. En este sentido,
podemos retomar la conceptualización de Huntington (1992) de sociedad pretoriana.
Una sociedad pretoriana es aquella donde los niveles de institucionalización son bajos,
mientras que los de participación son elevados y superan a los primeros. Las institucio-
nes entonces no pueden dar cuenta de las demandas de la sociedad y, por ello, las fuerzas
sociales actúan desnudas, sin una mediación institucionalizada. La debilidad de las orga-
nizaciones políticas, sumada a la politización de los militares, que constituyen uno de los
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Más allá del bipartidismo 75

grupos que se ven inicialmente afectados por los cambios introducidos por la moderniza-
ción, termina por decidir la intervención de las Fuerzas Armadas en la esfera política.14
Por lo que respecta al sistema de partidos, la estructura de la competencia fue clara-
mente cerrada y predecible, no había sorpresas en las elecciones, los resultados podían
ser fácilmente previstos de antemano, lo mismo que la lógica de la competencia poste-
rior. Como señala Botana no hubo, en rigor, “alternancia entre partidos de gobierno y
oposición que rotan pacíficamente ejerciendo el poder presidencial. Esa alternancia nace
como imposición del golpe de estado, abierto o encubierto” (1985: 19). Tres actos de un
mismo drama que parecen copiarse unos a otros: una sorprendente estabilidad de las
pautas de relación entre los partidos que lleva a la inestabilidad crónica del régimen
democrático.
El sistema partidario del período democrático que se inicia en 1983, y que aún conti-
núa, muestra una diferencia radical en sus aspectos centrales con respecto a los períodos
previos. En primer lugar, la distancia ideológica se redujo notablemente y el sistema ha
perdido su condición de polarizado para comportarse de acuerdo a las características
usuales de los sistemas moderados: competencia centrípeta, ausencia de partidos antisis-
tema, etcétera. En segundo lugar, el sistema se ha vuelto más complejo: ya no hay una
sola dimensión de conflicto que sobreimprima una lógica a todas las demás. Asimismo,
el número efectivo de partidos cambió cualitativamente al surgir terceros partidos impor-
tantes, e incluso uno de ellos, el Frente Grande/FREPASO, llegó a desplazar a un inusita-
do tercer lugar a uno de los dos partidos históricos en 1995.
Finalmente, como muestra la tabla 4, la misma estructura de la competencia muestra
cambios radicales. La UCR gana las dos primeras elecciones (1983 y 1985) y pierde la
tercera frente al PJ que se impone en las cinco siguientes (1987, 1989, 1991, 1993 y 1995),
para perder, a su vez, frente a una alianza electoral entre la UCR y un nuevo partido, el
FREPASO, las dos siguientes (1997 y 1999), volviéndose a imponer en la última (2001).
La mayoría absoluta de la que habían gozado en la cámara baja los partidos gober-
nantes en los tres períodos anteriores15 se convirtió en la excepción más que en la regla.
La alternancia pasó de ser inexistente a ser completa (UCR/PJ/PJ/UCR-FREPASO).
Desde 1999 hasta fines de 2001 el país experimentó la inusitada situación de ser gober-
nado por una coalición de partidos. Finalmente, la renuncia del presidente electo en 1999
desembocó en un nuevo gobierno que fue designado por el Congreso como resultado de
una insólita coalición de votos del PJ, la UCR y el FREPASO.

3.2. Evolución histórica del sistema partidario argentino de 1983 a la actualidad

La dictadura militar que asumió el control del gobierno en 1976 lo hizo en represen-
tación de las Fuerzas Armadas como institución y no ya, como era la experiencia previa,
de algunos militares apoyados por ellas. Desde el Estado se puso en marcha una política
represiva de un nivel tan alto de crueldad y extensión que fue caracterizada como “terro-
rismo de Estado” y que buscaba “una vez más, aniquilar la Argentina peronista” (De Riz

14 Véase al respecto Rouquié (1983).


15 Menos en la primera Legislatura del período poliárquico (1916-1918). Ver Tabla 2.
76
Tabla 3
Número efectivo de partidos parlamentarios y porcentaje de escaños del partido en el gobierno a partir de la democratización

Total Número
Año Peronismo UCR FG/ ARIa Izquierdab Centroc Derechad Provincialese PJ + de la de
FREPASO UCR Cámara partidosf
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1983 111 129 (51%) 0 0 3 1 2 8 94% 254 2,22


1985 101 129 (51%) 0 0 6 4 3 11 91% 254 2,39
1987 104 115 (41%) 0 0 6 6 7 16 86% 254 2,64
1989 120 (47%) 90 0 0 6 7 12 18 83% 254 2,79
1991 120 (47%) 84 0 0 11 6 14 22 79% 257 2,96
1993 126 (49%) 85 3 0 4 3 12 23 82% 257 2,75
1995 129 (50%) 68 23 0 2 7 8 20 76% 257 2,96
1997 119 (46%) 66 38 0 0 5 6 23 73% 257 3,21
1999 101 84 38 0 0 3 17 14 72% 254g 3,39
122 (48%)
2001 119 66 18 16 8 4 14 12 72% 257 3,40
84 (33%)

Promedio del partido en el gobierno 46% Promedio del NEP 2,90

Fuentes: Elaboración propia a partir de los datos de la Dirección Nacional Electoral (DINE), Ministerio del Interior y Dirección de Información Parlamentaria, H. Congreso
de la Nación.
Notas:
a ARI: Alternativa por una República de Iguales, partido constituido a partir de desprendimientos de la Alianza, especialmente del FREPASO.
b Partidos de Izquierda: Partido Socialista Popular y Partido Socialista Democrático sólo hasta 1995, después se integran al FREPASO. Partido Intransigente, Partido

Comunista, Movimiento al Socialismo, Corriente Grande, Grupo de los Ocho. En la elección de 2001, Izquierda Unida, Autodeterminación y Libertad, Polo Social y
Frente para el Cambio.
c Partidos de Centro: Partido Demócrata Progresista, Partido Demócrata Cristiano, PAIS.
d Partidos de Derecha: UceDé, Fuerza Republicana, Acción Por la República, Modin, Partido Demócrata, Partido Unidad Federalista.
e Partidos Provinciales: varios partidos que se presentan a las elecciones en un solo distrito provincial.
f Número efectivo de partidos parlamentarios según el índice de Laakso y Taagepera. La exactitud del cálculo es relativa ya que se consideran como partidos lo que efecti-

vamente son grupos de partidos que durante ciertos períodos forman bloques parlamentarios unificados. El cálculo exacto es prácticamente imposible de realizar por las
complejidades que presentaban algunos de los partidos en el primer período democrático (1916-1930), ver notas h y k de la tabla 2. El NEP tomando los partidos electo-
rales, de poder completarse, sería lógicamente más alto.
Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao

g Faltan los tres legisladores nacionales de la provincia de Jujuy.


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Más allá del bipartidismo 77

Tabla 4
Estructura de la competencia en el último período democrático

Período Elección Ganador Resultado Gobierno


del ganador

1983-hoy 1983 UCR 51,75% UCR (sola)

1989 PJ 47,89% PJ (solo)

1995 PJ 49,89% PJ (solo)

1999 UCR-FREPASO 48,37% Coalición


UCR-FREPASO

PJa Designación PJ con apoyo


(2002) parlamentaria parlamentario y ministerial
de UCR y sectores
del FREPASO

Fuentes: Dirección Nacional Electoral (DINE), Ministerio del Interior, República Argentina.
Notas:
a El candidato del PJ, Eduardo Duhalde, obtuvo la mayoría de los votos en la Asamblea Legislativa por lo que fue desig-

nado presidente de acuerdo con lo previsto por la Constitución (art. 75) y la Ley 20.972 para los casos de acefalía.

2000: 188). Asimismo, en lo que fue una experiencia inédita en la historia argentina, la
represión se realizó totalmente por fuera de la misma normativa de la dictadura, median-
te procedimientos clandestinos y operaciones secretas, lo que dio como resultado dece-
nas de miles de “desaparecidos” y secuestrados junto con otros miles de personas que
tuvieron que escapar al exilio en otros países o esconderse en el propio.
Tal fue la magnitud de la represión que la caída de la dictadura en 1983, como conse-
cuencia de las crecientes movilizaciones populares y de sus gigantescos errores econó-
micos y militares16, dejó a las Fuerzas Armadas tan desprestigiadas como institución que
no pudieron siquiera impedir que los responsables máximos del terrorismo de Estado
fueran juzgados y condenados en 1986.
Los resultados de las elecciones de 1983 constituyeron una sorpresa para los analis-
tas ya que entonces obtuvo la victoria el candidato de la UCR, Raúl Alfonsín, quien con
un discurso de centro-izquierda y una posición muy dura con respecto a los militares
derrotó, por primera vez en la historia, al justicialismo en elecciones libres.17 La derrota
condujo al peronismo a una profunda crisis interna, pues el movimiento creado por Perón
perdió su creencia de que representaba de forma inmediata y evidente a la mayoría de los

16 Es importante destacar el profundo impacto negativo que tuvo para la dictadura su derrota en la guerra
de Malvinas.
17 Desde la segunda elección de Yrigoyen en 1928, un radical no llegaba a la presidencia de forma demo-
crática.
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78 Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao

argentinos. Así, la invencibilidad del peronismo, que uno de los elementos clave del sis-
tema anterior como lo había sido antes la invencibilidad del radicalismo yrigoyenista,
entraba en crisis. Del mismo modo, la durísima experiencia de la dictadura llevó a los
actores a reconocer el valor de cuestiones como la tolerancia y la diversidad que habían
estado ausentes en todos los episodios democráticos anteriores.
Como producto de su derrota electoral, se inició en el peronismo un proceso de dis-
puta interna y transformación política, conocido como la Renovación Peronista, que en
medio de fuertes debates produjo una serie de cambios que condujeron a su instituciona-
lización como partido político. La disputa no fue estrictamente un proceso de lucha ideo-
lógica, sino como su mismo nombre indica, un intento por transformar las formas orga-
nizativas del peronismo convirtiéndolo en un partido político y alejándolo de la
influencia de las cúpulas sindicales. Sin embargo, la misma transformación formal signi-
ficaba implícitamente un reconocimiento de las instituciones formales de la democracia
como elementos valiosos e importantes de la disputa política: “con la desaparición del
líder, la doble función que ejerció, como fuente de legitimidad e intérprete de las reglas,
quedó vacante. Para llenarla, quienes dirigieron la reorganización del partido terminaron
colocándola, por un lado, en la única fuente de legitimidad no sujeta a disputas, la masa
de afiliados, y, por otro, en la regla de la mayoría, que no necesita ser interpretada. En
otros términos, la innovación de fondo operada en el justicialismo fue su democratiza-
ción” (Mustapic 2002: 152-153).
La UCR en el gobierno pareció retomar algunos de los elementos de las configura-
ciones partidarias previas. Alfonsín señaló la conformación de lo que él llamaba “el ter-
cer movimiento histórico”, heredero del yrigoyenismo y el peronismo. Determinadas
prácticas institucionales que habían sido adoptadas por el partido a partir de 1945 fueron
transformadas, como las restricciones a las reelecciones, la imposibilidad de ser presi-
dente de la Nación y del partido a la vez, entre otras. El peso de la historia pareció volver
aún con más fuerza cuando desde la presidencia empezó a hablarse de la necesidad de
reformar la Constitución Nacional para posibilitar la reelección del primer mandatario.
Frente a un peronismo sumergido en una profunda crisis interna, con los sectores no
alfonsinistas de la UCR relegados a los márgenes del partido, la victoria radical en las
elecciones de renovación parlamentaria de 1985 parecía reforzar las opiniones de aque-
llos que pensaban que los “diez años de democracia”, de los que hablaba Alfonsín, serían
diez años de alfonsinismo.
En opinión de Mair, “el sistema de partidos es creación de los partidos, pero éstos se
vuelven sus prisioneros” (1997: 15). Parecía así que los partidos argentinos eran presas
del histórico bipartidismo predominante polarizado más allá de las intenciones de los
actores. Pero un hecho de la coyuntura política frustró definitivamente los sueños de
grandeza del naciente alfonsinismo: sorpresivamente el peronismo ganó las elecciones
de renovación parlamentaria y de gobernadores de 1987 y, al mismo tiempo, obtuvo la
gobernación de la provincia de Buenos Aires, el Estado más importante del país.
Este hecho dejó claro que la nueva configuración partidaria, un bipartidismo tradi-
cional, con dos opciones más o menos próximas disputando entre sí el centro del electo-
rado y con posibilidad real de alternancia, había llegado para quedarse y no era un sim-
ple interregno entre dos movimientos históricos. Paradójicamente, podemos decir que el
justicialismo ganó las elecciones de 1987 imitando a la UCR y ésta las perdió copiando
al peronismo.
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Más allá del bipartidismo 79

La culminación del proceso de renovación formal del peronismo llegó en 1988 cuan-
do el partido eligió su candidato presidencial por la votación directa de sus afiliados. Los
resultados fueron una nueva sorpresa en el escenario político argentino: el líder de la fac-
ción renovadora fue derrotado por Carlos Menem, gobernador de la pequeña provincia
de La Rioja, que contaba con el apoyo de los sectores ortodoxos.
Los distintos sectores del justicialismo se reacomodaron a la nueva situación y sin
demasiados sobresaltos acompañaron la campaña presidencial de Menem, que en mayo
de 1989 resultó electo. La gravísima situación económica por la que atravesaba el país,
sumergido en una profunda crisis hiperinflacionaria no exenta de episodios de ingober-
nabilidad, llevó a que se adelantara la asunción del nuevo presidente, que, apenas electo,
había dado muestras de que pensaba iniciar el ajuste estructural de la economía y el Esta-
do que la derecha reclamaba desde hacía varios años. El gabinete designado por Menem
terminó de enterrar los temores de que el gobierno volviera a implementar las políticas
económicas clásicas del peronismo.18 Por el contrario, en un plazo relativamente breve,
la nueva gestión logró la estabilización de la economía mediante un conjunto de políticas
basadas en la apertura económica, la convertibilidad de la moneda frente al dólar, la pri-
vatización de las empresas públicas y la reducción del gasto público.
Los cambios en términos de política económica impuestos por Menem a la tradición
peronista estuvieron acompañados por giros igualmente radicales en la política exte-
rior19, en el tema de los derechos humanos20 y en la relación con diversos referentes del
antiperonismo histórico. Las transformaciones identitarias y discursivas que vivió el jus-
ticialismo (Martuccelli/Svampa 1997) debilitaron el clivaje peronismo/antiperonismo
abriendo al sistema a nuevas dimensiones del conflicto. Si bien en su momento estos
cambios parecieron no afectar al partido, años después se notaría como la continua fuga
de militantes partidarios le ocasionaría un elevado costo político.21
Impulsado por los éxitos obtenidos en la estabilización de la economía, que llevaron a
un fuerte crecimiento del producto (Torre 1998: 45-49), el justicialismo no tuvo dificulta-
des para ganar las dos elecciones de renovación parlamentaria siguientes en 1991 y 1993.
Mientras tanto, el radicalismo parecía no haberse recuperado del caótico final de su paso

18 En sus dos períodos anteriores en el gobierno, el peronismo había implementado políticas económicas
vinculadas con el crecimiento del mercado interno, la redistribución del ingreso, el rol activo del Estado
y un fuerte perfil industrialista.
19 El peronismo había impulsado siempre la llamada “tercera posición”, que consistía en un no-alineamien-
to del país con los bloques mundiales de poder y una fuerte presencia en los distintos foros políticos de
los países latinoamericanos. Menem inició una fuerte política de acercamiento a los Estados Unidos, que
llegó a ser definida como “de relaciones carnales” por su canciller, Guido Di Tella. Asimismo, su gestión
llevó a la normalización de las relaciones con Gran Bretaña, rotas desde la guerra de Malvinas.
20 El justicialismo había sido el primer partido importante en condenar expresamente las violaciones de
los derechos humanos realizadas por la última dictadura militar. Asimismo, los referentes de la Renova-
ción habían condenado las leyes de Punto Final y Obediencia Debida aprobadas por el gobierno de
Alfonsín en la segunda mitad de los años ochenta. Menem desarrolló una política llamada “de reconci-
liación nacional” que incluyó el indulto a los comandantes de la dictadura y diversos gestos simbólicos
encaminados en esa dirección.
21 En las elecciones presidenciales de 1995, el principal rival de la fórmula justicialista fue un peronista
disidente. La fórmula que derrotó al justicialismo en 1999 estaba integrada por otro peronista disidente,
esta vez como candidato a vicepresidente.
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80 Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao

por el gobierno, y mientras algunos sectores llevaban adelante una fuerte oposición, otros,
básicamente los que gobernaban estados provinciales, jugaban a mantener relaciones pri-
vilegiadas con el oficialismo. En este contexto, la fuerte ofensiva reeleccionista que desa-
rrolló el presidente Menem encontró una UCR dividida y debilitada que terminó acce-
diendo a la presión oficial a cambio de determinadas reformas institucionales.22
El acuerdo bipartidista que llevó a la reforma constitucional de 1994, conocido como
el Pacto de Olivos, tuvo una consecuencia a largo plazo en el sistema partidario: dejar un
espacio vacante que fue ocupado por un nuevo partido, el Frente Grande (FG). Formado
en 1993 por sectores provenientes del peronismo y de la izquierda tradicional, este partido
canalizó la oposición al pacto y obtuvo una importante votación en la elección de los con-
vencionales constituyentes de 1994. En las elecciones presidenciales de 1995, el Frente
Grande formó una coalición electoral con nuevos desprendimientos del peronismo y con
los partidos socialistas tradicionales, el Frente País Solidario (FREPASO), que logró el
segundo lugar y desplazó por primera vez en la historia a la UCR al tercer puesto.
La configuración bipartidista que había asumido el sistema en los primeros diez años
de restablecimiento democrático se transformó, demostrando el carácter abierto e impre-
decible de la estructura de la competencia partidaria. Durante un tiempo, el sistema pare-
ció comportarse como un pluripartidismo predominante, en el que el juego de suma cero
por los votos opositores del que participaban radicales y frepasistas aseguraba la victoria
al Partido Justicialista. Sin embargo, en 1997 un nuevo acuerdo, esta vez entre la UCR y
el FREPASO, produjo la conformación de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Edu-
cación, que se impuso en las elecciones legislativas de ese año, provocándole al peronis-
mo su primera derrota estando en el gobierno.
El 10 de diciembre de 1999 un presidente peronista le entregó, por primera vez en la
historia, la banda presidencial a uno de otro partido, iniciándose una nueva etapa política
en la que el gobierno no era de un partido sino de una coalición. De la Rúa fue electo
acompañado por Carlos Álvarez, líder del FG y del FREPASO, como vicepresidente. La
última dimensión que continuaba estable en el sistema varió al introducirse la innova-
ción en las fórmulas de gobierno.
La experiencia del primer gobierno de coalición de la Argentina fue mucho peor de
lo podían suponer incluso sus detractores. A poco de comenzar la gestión, las diferencias
internas fueron acrecentándose entre el flamante presidente y sus colaboradores más cer-
canos, de un fuerte sesgo conservador y pro-mercado, por un lado, y el vicepresidente, su
partido y amplios sectores de la estructura de la UCR, por el otro. Un cambio de gabine-
te que promovió a figuras consideradas responsables del último episodio de corrupción
en el Senado y que culminó con la renuncia de Álvarez a la vicepresidencia de la Repú-
blica a fines de 2000 dejó herida de muerte a la coalición triunfadora doce meses atrás.
De ahí en más, De La Rúa reforzó un estilo de gestión que contrastaba su falta de deci-
sión política con la búsqueda discursiva de reforzar su autoridad imponiéndola sólo
sobre su propia coalición.
La debilidad política, sumada a la acentuación de la recesión económica, llevó a que
en las elecciones de renovación parlamentaria de 2001, el oficialismo sufriera una amplia
derrota electoral que se potenció por la gran cantidad de ciudadanos que expresaron su

22 Para un análisis del juego político de aquel entonces véase Acuña 1997.
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Más allá del bipartidismo 81

malestar con la política impugnando sus votos en lo que fue popularmente conocido
como “el voto bronca” (ver tabla 5). El permanente desconocimiento de la derrota sufri-
da por el presidente y su grupo más cercano los condujo a un mayor aislamiento que,
asociado con los constantes errores de la conducción económica, ocasionaron una serie
de revueltas, saqueos y gigantescas movilizaciones que llevaron a De La Rúa a renunciar
a fines de ese mismo año.
La Asamblea Legislativa, compuesta por los miembros de las dos cámaras, eligió
entonces como presidente interino a un gobernador peronista de una pequeña provincia.
Adolfo Rodríguez Saá ocupó el cargo apenas una semana, viéndose forzado a renunciar
al perder el apoyo del resto de los gobernadores del PJ. Una nueva Asamblea Legislativa
eligió a principios de 2002 al senador Eduardo Duhalde nuevo presidente para completar
el mandato hasta el año 2003. Lo más llamativo de esta elección fue que contó con el
respaldo del PJ, la UCR y sectores del FREPASO, con lo que se conformó una amplia
coalición parlamentaria que se reflejó, incluso, en el gabinete nacional.
Si bien la alternancia en el gobierno de partidos y coaliciones que disputan el centro
del espectro ideológico con programas políticos similares es la característica típica de
una configuración pluripartidista moderada, la incertidumbre que se ha instalado en la
estructura de la competencia interpartidaria desde el regreso de la democracia invita a
mirar el futuro con los ojos atentos, especialmente por la fragilidad que la coalición
gobernante ha demostrado y por el creciente descontento social con toda la clase política
argentina.23

4. Conclusiones: democracia e incertidumbre

Puede resultar extraño para más de un lector que sostengamos que puede existir un
patrón de sistema partidario estable en un sistema político de alta inestabilidad. Sin
embargo, creemos que el análisis que ofrecemos refuerza esta hipótesis y no debería sor-
prender a los especialistas acostumbrados a ver la impresionante continuidad que mues-
tran, en contextos distintos al argentino, los patrones de competencia y cooperación entre
los partidos.
Como sostiene Mair (1997: 15) la stasis, es la norma de las estructuras instituciona-
les. Algunos analistas olvidan, como ha señalado Sartori (1969), la capacidad de los par-
tidos para constreñir las opciones de los votantes: debido a su naturaleza no sólo son

23 Si bien es muy difícil en un contexto como este poder prever la evolución futura del sistema, es intere-
sante notar que algunos de los elementos más recientes anuncian una posible “normalización” del siste-
ma partidario en el sentido de que se asemeje a la pauta tradicional de los sistemas democráticos conso-
lidados, con un eje articulador de tipo “izquierda /derecha”. Es decir, un sistema que ofrezca una opción
de centro, en la que posiblemente se agrupen los sectores de los partidos históricos que forman hoy
parte de la coalición gobernante, una alternativa de derecha definida y una opción de centroizquierda
con matices socialdemócratas. Esta hipótesis fue defendida por uno de los autores de este trabajo en
otros artículos (Abal Medina 1994 y 1995) y por Torcuato Di Tella en repetidas oportunidades (ver, por
ejemplo, Di Tella 1998: 193-197). Posiblemente sea el nivel de descontento social con los políticos
actuales lo que defina las características del sistema en el futuro próximo. Así, es de esperar que de
mantenerse muy alto el descontento, nuevas opciones políticas se constituyan con nuevas personalida-
des, asemejándose la situación a lo ocurrido en Italia o incluso en Venezuela.
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82 Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao

Tabla 5
Comparación entre las elecciones de diputados nacionales de 1999 y de 2001
(en porcentajes de votos)

Partidos Elección 1999 Elección 2001 Diferencia

PJ 33,01 37,4 +4,39

Alianza
(UCR-FREPASO) 40,54 23,1 –17,44

ARI – 7,2 +7,2

Izquierda a 2,4 12,2 +9,8

Derecha b 10,17 7 –3,17

Votos no válidos
(blanco + nulo) 7,5 21,1 +13,6

Abstencionismo 7,59 27,2 +19,61

Fuentes: Elaboración propia a partir de datos suministrados por la Dirección Nacional Electoral (DINE), Ministerio del
Interior, República Argentina, y Base de Datos Políticos de las Américas, Argentina: Elecciones Legislativas de 1999 y
2001 (Georgetown University y Organización de Estados Americanos). En: <http://www.georgetown.edu/pdba/Elecda-
ta/Arg>.
Notas:
a Partidos de Izquierda: Polo Social, Izquierda Unida, Autodeterminación y Libertad, Partido Humanista, Partido Obre-

ro, Partido de los Trabajadores y el Socialismo, Movimiento al Socialismo.


b Partidos de Derecha: UceDé, Fuerza Republicana, Acción Por la República, Partido de Unidad Federalista.

objeto, sino también sujeto de la vida política. Entonces, si bien los partidos políticos
tienden a adaptarse a las modificaciones institucionales tanto como lo hacen los actores
políticos individuales, no debemos olvidar que también son sujetos de la estructura insti-
tucional.
Una vez que los partidos están ahí, establecen un rudo equilibrio, las leyes de la iner-
cia asumen su lugar y el sistema se congela a sí mismo. Los partidos fijan la agenda de la
competencia y determinan “los términos de referencia a través de los cuales nosotros,
tanto como votantes y como ciudadanos, entendemos e interpretamos el mundo político”
(Mair 1997: 9).
Paradójicamente, en el caso argentino quizá fue la propia interrupción institucional
de las poliarquías (alimentada a su vez por el mismo carácter movimientista y polariza-
do) la que actuó como un potente factor favorable al congelamiento del sistema y un obs-
táculo para que el régimen en su conjunto pudiera avanzar hacia formas más democráti-
cas. Al suspender toda actividad partidaria, los interregnos autoritarios no sólo
impidieron que los actores, mediante procedimientos de ensayo y error, fueran variando
sus comportamientos, sino que evitaron que los votantes juzgaran el desempeño de su
partido preferido en el largo plazo. Al fin y al cabo estamos analizando períodos de pre-
dominancia electoral de menos de catorce años, un plazo inferior a los períodos de
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gobierno de un partido en muchos países europeos. Por este motivo, el congelamiento en


el caso argentino resulta tan evidente, mientras que la experiencia de las democracias
consolidadas nos enseña que, en desmedro de lo apuntado por la hipótesis del congela-
miento de Lipset y Rokkan, en muchas ocasiones se necesita “cierta flexibilidad y plasti-
cidad para que el mismo sistema perdure igual” (Mair 1997: 16).
Esta observación resulta aún más relevante si tenemos en cuenta que estos patrones
se mantienen independientemente de los cambios de sistemas electorales acontecidos. La
teoría está plagada de estudios de la influencia de los sistemas electorales sobre los parti-
dos y los sistemas de partidos, tanto en lo relativo al formato como a la competencia
resultante.24 Las elecciones para diputados nacionales en Argentina estuvieron reguladas
por un sistema de lista incompleta25 en los comicios de 1916 a 1950, adoptándose luego
un sistema de pluralidad en circunscripciones uninominales en 1952 y 1954; y finalmen-
te una fórmula D’Hondt de representación proporcional en distritos de magnitudes varia-
bles en 1973, y de 1983 hasta la fecha.26
Asimismo, el sistema electoral presidencial también sufrió alteraciones significati-
vas. En los comicios presidenciales de 1916, 1922, 1928 y 1946, la elección se realizó de
manera indirecta a través de un Colegio Electoral formado por representantes elegidos
de acuerdo al sistema de lista incompleta, mientras que la elección de 1952 se decidió de
manera directa y a simple pluralidad de sufragios. Posteriormente, se adoptó un sistema
de mayoría absoluta con doble vuelta para los comicios de 1973. Con el retorno de la
democracia en 1983, se volvió a la elección indirecta pero con representación proporcio-
nal para conformar el Colegio Electoral, y después de la Reforma Constitucional de
1994 se diseñó un sistema de ballotage atenuado (Castiglioni 1994) que exige que el
vencedor obtenga en la primera vuelta un porcentaje de votos mayor al 45 o al 40 por
ciento y 10 puntos porcentuales por sobre su competidor más próximo.
Así, en el caso argentino, la influencia de los sistemas electorales sobre la competen-
cia partidaria parecería ser menor a la estipulada por los teóricos de las instituciones
políticas. Al menos hasta la reforma de 1994, cuando el sistema partidario cambió com-
pletamente su patrón de competencia.
En la tabla 6 podemos apreciar el conjunto de períodos democráticos de la historia
argentina y sus correspondientes configuraciones partidarias. Los períodos 1, 2 y 3 mues-
tran básicamente los mismos rasgos que hemos denominado bipartidismo predominante
y polarizado. La única variación importante entre los tres está dada por el número de par-
tidos, ya que en los períodos 1 y 3 la fragmentación de la oposición frente al partido pre-
dominante es mucho mayor que en el período 2.
El cuarto período muestra una situación totalmente distinta en las principales dimen-
siones, pudiendo apreciarse, al menos, dos configuraciones partidarias distintas: una
entre 1983 y 1995 de claro bipartidismo tradicional y otra de pluripartidismo moderado.

24 Duverger (1992); Sartori (1994); Cox (1997).


25 La ley 8871, más conocida como la Ley Sáenz Peña, estipulaba entre otras regulaciones el sistema de
lista incompleta de la siguiente manera: se presentarían boletas partidarias con los 2/3 de los cargos en
juego en el distrito y la asignación de bancas se haría adjudicando los 2/3 a la lista que hubiese recibido
más votos, y el tercio restante a la lista que le sigue en cantidad de adhesiones.
26 La magnitud efectiva promedio varía en la actualidad de 4,9 a 5,7.
Tabla 6
Configuraciones partidarias en los cuatro períodos analizados 84

Estructura de la competencia Polarización


del sistema
Cantidad
Innovación Accesibilidad (distancia Configuraciones
Número de dimensiones
Período Alternancia o familiaridad al gobierno ideológica del sistema
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de partidos de conflicto
en el en las restringida entre los partidario
político
gobierno fórmulas algunos partidos principales
de gobierno o no partidos

1.º 1916-1930 Cerrada y previsible Bipartidismo débil Una Sí Bipartidismo


y predominante predominante
Inexistente Familiaridad Sí y polarizado

2.º 1946– 1955 Cerrada y previsible Bipartidismo fuerte Una Sí Bipartidismo


y predominante predominante
Inexistente Familiaridad Sí y polarizado

3.º 1973-1974 Cerrada y previsible Bipartidismo débil Una Sí Bipartidismo


y predominante predominante
Inexistente Familiaridad Sí y polarizado

4.º 1983-hoy Abierta e impredecible Bipartidismo fuerte Más de una No Bipartidismo


primero moderado
Completa Innovación No y pluripartidismo
después Pluripartidismo
moderado
Fuentes: Dirección Nacional Electoral (DINE), Ministerio del Interior, República Argentina.
Juan Abal Medina y Julieta Suárez Cao
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Actualmente, pareciera consolidarse esta tendencia a partir de las elecciones intermedias


de octubre de 2001. El sistema partidario argentino presenta señales de mayor disper-
sión, abandonando a pasos agigantados la elevada concentración de antaño. Los niveles
de abstencionismo y de sufragios negativos (en blanco o anulados) alcanzó niveles nunca
antes conocidos en la historia democrática argentina. La aparición de nuevos espacios
políticos que obtuvieron representación parlamentaria y el aumento del caudal de votos
recibido por parte de las fuerzas de izquierda tradicionales, que históricamente no habían
resultado relevantes, entre otros factores, parecieran querer configurar un sistema cada
vez más plural y posiblemente orientado hacia los extremos. Aunque el aumento del
número de partidos no necesariamente implica una polarización de la competencia –“la
fragmentación del sistema de partidos puede reflejar una situación de segmentación o
una situación de polarización, esto es, de distancia ideológica” (Sartori 1987: 159)–, la
interacción entre un mayor número de partidos va asumir características diferenciales a
las que conocemos actualmente.
La consolidación de la democracia trajo a la Argentina un juego político abierto e
impredecible en el que ningún actor puede sentirse seguro de antemano del lugar que
ocupará en la estructura de la competencia. Como muchas veces se ha señalado en nues-
tra disciplina, en este caso podemos decir que la democracia y la incertidumbre van de la
mano. Sin embargo, en un sistema político históricamente inestable no deberíamos dejar
de preocuparnos por los efectos que una incertidumbre en aumento, cual espada de
Damocles, pudiera ocasionar sobre una democracia vulnerable como la argentina.

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