1 de Febrero
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Leyenda de la Siguamonta
Por: Rosco Sievers
A finales del Siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, la capital guatemalteca se expande y crece más allá de los barrancos
que la rodeaban y habían mantenido hasta cierto punto contenida en lo que hoy son las zonas céntricas de la ciudad. Este crecimiento
trae consigo horripilantes sucesos y surge así la leyenda de la Siguamonta…
Muchos confunden a la Siguamonta con la Siguanaba, primero por el obvio parecido en los nombres, y también porque ambos
nefastos personajes suelen atraer a sus víctimas a sus muertes, aunque se valen para ello de estrategias muy distintas, dirigidas
contra una presa en especial: mientras la Siguanaba atrae a los hombres mujeriegos, la Siguamonta hace lo propio con los niños
curiosos y desobedientes.
Y es que a principios del siglo pasado, la ciudad no era para nada ruidosa –al menos no comparada con el ensordecedor bullicio de
estos días- y la rodeaban verdes barrancos repletos de vegetación y animales. A falta de suficientes puentes y caminos, los habitantes
solían atravesar los barrancos para acortar las distancias entre una y otra zona. Es durante estos cortos trayectos entre los matorrales
que empezaron a suceder cosas horribles, pues varias personas ya no volvían a casa, solo para ser
encontrados muertas algunas horas o incluso días después. Muchas de las víctimas eran niños que presentaban múltiples heridas,
pero no era claro si esos golpes habrían sido propiciados por algún adulto o por el contrario los habrían sufrido al caer por el barranco.
La teoría más aceptada era que en los barrancos de la ciudad se escondían peligrosos y desalmados bandoleros que aprovechaban
para asaltar y despojar de sus pertenencias a quienes se aventuraban a ingresar en sus profundidades con la esperanza de ganar
algunas horas en su recorrido.
La mayoría de padres de familia prohibiría a los niños acercarse a los barrancos, pero su naturaleza rebelde y curiosa los obligaba en
muchos casos a desobedecer, formando pequeños grupos para sentirse más seguros al momento de ingresar al barranco a investigar.
En una ocasión, uno de estos grupos formado por 5 niños entre los 8 y 13 años de edad, bajó por el barranco del barrio Gerona que
separa las zonas 1 y 5 de la capital para realizar su habitual recorrido de 2 horas. Eran aproximadamente las 4 de la tarde y los niños
ya casi terminaban su recorrido, cuando escucharon el peculiar silbido de un pajarito:
La Leyenda del Jilguerillo
Cuenta la leyenda que hace cientos de años una tribu indígena se estableció en la zona Atlántica de nuestras tierras. Entre ellos había
un guerrero muy cruel llamado Batsu.
Un buen día Batsu decidió buscar esposa y escogió a Jilgue, una hermosa joven que acostumbraba
pasear por el bosque cantando como un pajarillo.
Batsu estalló en cólera cuando supo que la joven había desaparecido y mandó a sus guerreros a buscarla. Al poco andar escucharon
el canto de Jilgue. Pero cada vez que se acercaban al sitio de dónde venía el canto, Jilgue había desapareció. Entonces Batsu mandó
a quemar el bosque. Cuando las llamas comenzaban a levantarse le gritó a Jilgue que si salía podía salvarse.
Ella le respondió que prefería la muerte. El fuego se hacía cada vez más fuerte. De pronto vieron como Jilgue cayó al cuelo u agonizó.
Pero un pajarillo color ceniza, con el pico y las patas rojas, comenzó a cantar sobre sus cabezas. No era el canto de un pájaro, era la
voz de Jilgue, que desde entonces se sigue escuchando en el canto de los jilgueros que hoy pueblan los bosques de nuestras tierras.
La Leyenda de la Segua
Hay varias leyendas de la Segua. Una de ellas cuenta que es una joven muy linda, que persigue a los hombres mujeriegos
para castigarlos.
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La Leyenda de la Segua
Hay varias leyendas de la Segua. Una de ellas cuenta que es una joven muy linda, que persigue a los hombres mujeriegos
para castigarlos.
Se aparece de pronto en el camino pidiendo que el jinete la lleve en su caballo, pues va para
el pueblo más cercano. Y dicen que ningún hombre se resiste a su ruego. Hay quienes le
ofrecen la delantera de la montura y otros la llevan a la polca.
Para ella es lo mismo. Pero a medio camino, si va adelante vuelve la cabeza y si va atrás hace que el jinete la vuelva.
Entonces aquella hermosa mujer ya no es ella.
Su cara es como la calavera de un caballo, sus ojos echan fuego y enseña unos dientes muy grandes, al mismo tiempo que
se sujeta como un fierro al jinete. Y el caballo, como si se diera cuenta de lo que lleva encima, arranca a correr como loco, sin
que nada lo pueda detener.
Otras leyendas cuentan que las Seguas son varias. Y no faltan ancianos que aseguren que cuando ellos eran jóvenes
atraparon a una Segua. Pero que una vez atrapada y echa prisionera se les murió de vergüenza. Y que al día siguiente no
encontraron el cadáver, sino solamente un montón de hojas de guarumo, mechas de cabuya y cáscaras de plátano.
Una anécdota1 es un cuento corto que narra un incidente interesante o entretenido, una narración breve de un
suceso curioso, algo que se supone que le haya pasado a alguien.
Siempre está escrita como si se trataran de hechos reales, por ejemplo un accidente con personas reales como
personajes, en lugares reales. No obstante y con el correr del tiempo, las pequeñas modificaciones realizadas por
cada persona que la cuenta pueden derivar en algo con mucho de ficción, que sigue siendo contada pero en
general que tiende a ser más exagerada.
Aunque a veces sean humorísticas, las anécdotas no son chistes, pues su principal propósito no es simplemente
provocar excitación, sino expresar una realidad más general que el cuento corto por sí mismo, o dar forma a un
rasgo en particular de un personaje o del funcionamiento de una institución, de tal manera que así se atiene o se
vincula a su esencia misma.
Un monólogo breve que empiece con "Una vez un profesor preguntó a Carl Friedrich Gauss..." casi seguramente
será una anécdota. Así, la anécdota está más cerca de la parábola que de la fábula, con personajes animales y
figuras humanas muchas veces genéricas pero que se conectan con la realidad, aunque sin duda parábola y
anécdota se diferencian en su especificidad histórica. Una anécdota tampoco es una metáfora ni tiene
una moraleja, una necesidad tanto en la parábola como en la fábula.
Juan sin miedo
Érase una vez un matrimonio de leñadores que tenía dos hijos. Pedro, el
mayor, era un chico muy miedoso. Cualquier ruido le sobresaltaba y las
noches eran para él terroríficas. Juan, el pequeño, era todo lo contrario. No
tenía miedo de nada. Por esa razón, la gente lo llamaba Juan sin miedo.
Un día, Juan decidió salir de su casa en busca de aventuras. De nada
sirvió que sus padres intentaron convencerlo de que no lo hiciera. El quería
conocer el miedo. Saber que se sentía.
Estuvo andando sin parar varios días sin que nada especial le sucediese.
Llegó un bosque y decidió cruzarlo. Bastante aburrido, se sentó a
descansar un rato. De repente, una bruja de terrible aspecto, rodeada de
humo maloliente y haciendo grandes aspavientos, apareció junto a él.
¿Que ahí abuela? -saludo Juan con toda tranquilidad.
¡Desvergonzado! ¡Soy una bruja!
Pero Juan nos impresionó. La bruja intentó todo lo que sabía para asustar
a aquel muchacho. Nada dio resultado. Así que se dio media vuelta y se
fue de allí cabizbaja, pensando que era su primer fracaso como bruja.
Tras su descanso, Juan echó a andar de nuevo. En un claro del bosque
encontró una casa. Llamo a la puerta y le abrió un espantoso ogro que, al
ver al muchacho, comenzó a lanzar unas terribles carcajadas. Juan no
soportó que se riera de él. Se quitó el cinturón y empezó a darle unos
terribles golpes hasta que el ogro le rogó que parase.
El muchacho pasó la noche en la casa del ogro. Por la mañana siguió su
camino y llegó a una ciudad. En la plaza un pregonero leía un mensaje del
rey. Y a quien se atreva a pasar tres noches seguidas en este castillo, el
rey le concederá a la mano de la princesa.
Juan sin miedo se dirigió al palacio real, donde fue recibido por el
soberano.
Majestad, estoy dispuesto a ir a ese castillo dijo el muchacho.
Sin duda has de ser muy valiente contestó el monarca. Pero creo que
deberías pensarlo mejor.
Está decidido respondió Juan con gran seguridad.
Juan, muy enfadado por qué lo hubieran despertado, cogió un palo ardiendo y s
lo tiró al fantasma.
Este, con su sábana en llamas, huyó de allí y el muchacho siguió durmiendo tan
tranquilo.
Por la mañana, siguió recorriendo el castillo. Encontró una habitación con una
cama y decidió pasar allí su segunda noche. Al poco rato de haberse acostado,
yo lo que parecían maullidos de gatos. Y ante él aparecieron tres grandes tigres
que lo miraban con ojos amenazadores. Juan cogió la barra de hierro y empezó
repartir golpes. Con cada golpe, los tigres se iban haciendo más pequeños. Tant
redujeron su tamaño que, al final, quedaron convertidos en unos juguetones que
gatitos a los que Juan estuvo acariciando.
Llegó la tercera noche y Juan se echó a dormir. Al cabo de unos minutos escuch
unos impresionantes rugidos. Un enorme león estaba a punto de atacarlo. El
muchacho cogió la barra de hierro y empezó a golpear al pobre animal, quien
empezó a decir con voz suplicante: ¡Basta! ¡basta! ¡no me es más! ¡eres un bruto
¿no te das cuenta de que me vas a matar?
A la mañana siguiente, Juan sin miedo apareció el palacio real. El rey, que no da
crédito a sus ojos, le concedió la mano de su hija y, a los pocos días se celebraro
las bodas. Juan estaba encantado con su esposa y se sentía muy feliz. La
princesa también lo estaba. Pero decidió que haría conocer el miedo a su marido
Una noche, mientras Juan dormía, ella cogió una jarra de agua fría y se la derram
encima. El pobre Juan creyó morir del susto. Temblaba de terror. Sus pelos
estaban rizados y ¡conoció el miedo, por fin! Juan una vez recuperado, agradeci
su esposa haberle hecho sentir miedo, algo que todo el mundo conoce.