Fundamentos de La Moralidad

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1. Fundamentos de la moralidad.

Si nos ponemos a analizar nuestro entorno social, nos encontramos con

que el ser humano realiza diferentes comportamientos: ir a trabajar, pagar los

impuestos, ayudar a una persona mayor a cruzar la calle. Unos

comportamientos son cívicos, otros legales, etc.

Para poder distinguir de entre todos ellos, las acciones morales,

conviene tener en cuenta sus dos rasgos básicos: son acciones sociales,

surgen en nuestra relación con los demás (por ejemplo, no robar nada a

nadie). Si viviéramos solos en una isla desierta, no tendría demasiado sentido

la moral.

Están orientadas por un conjunto de normas, que son conocidas

generalmente como normas morales (en el ejemplo anterior, robar está

moralmente reprobado por todos los códigos morales -tengan o no

fundamentación religiosa- y, además, por las leyes.

Las normas, para que sean morales, deben poseer una reflexión crítica

previa sobre el alcance y las consecuencias de la acción. Antes de actuar,

conviene saber si dicho comportamiento va a llevar al fin que se persigue y qué

consecuencias se pueden derivar de él.

1.1. La fundamentación de la moralidad se puede argumentar a través de:

- La fundamentación externa, donde el origen de las normas reside en

algo exterior al sujeto: las leyes naturales, la fuerza de la tradición o las


leyes otorgadas al ser humano por gracia de cualquier divinidad. Las

normas habitualmente se aceptan sin más, dado que encierran

verdades incuestionables. Este es el caso de las éticas teleológicas o

de fines, los mandamientos religiosos o las prohibiciones reguladas por

el tabú en las sociedades primitivas.

- La fundamentación interna, el fundamento de las normas es el propio

individuo, a este se le reconoce como un ser libre, dotado de razón y

voluntad que le permiten elegir sus acciones de forma autónoma y

responsable. Inspirada en la filosofía de Kant, este tipo de

fundamentación es propia de las éticas deontológicas o del deber.

- La fundamentación intersubjetiva. Se apoya en el discurso y el uso

público de la razón. Las normas se constituyen a través de unas reglas

concretas de diálogo y del acuerdo o consenso entre los diferentes

sujetos. Su finalidad es lograr una sociedad justa. Este tipo de

fundamentación ha sido impulsado por las éticas dialógicas.

2. La libertad como condición de la acción moral.

El término libre deriva del vocablo latino liber, que significa «libre»,

aunque también alude a la persona con capacidad de procrear, algo similar a lo

que hoy día nombraríamos como adulto.

Pero para la sociedad de la época, el hombre libre era, en primer lugar, el que

no poseía la condición de esclavo, era dueño de sus actos y responsable de

los mismos ante la comunidad y

las leyes. La libertad se entendía, en este caso, como la posibilidad de poder

tomar decisiones y llevar a cabo acciones sin imposiciones externas.


Existen, dos sentidos básicos del término libertad:

- Una alude a la libertad negativa, entendida como limitación. Se produce

cuando un individuo no encuentra oposición para realizar algo. Es el sentido

que se deriva de frases como: «Puedes irte, nadie te lo impide, eres libre».

Las limitaciones físicas no influyen. Nadie suele sentir como falta de libertad

la imposibilidad de pasear tranquilamente durante horas por el fondo del

mar o de volar para no coger el metro. Es más, se suele decir que somos

libres para intentarlo y sufrir las consecuencias.

- Libertad positiva, entendida como un poder hacer. Se refiere a la capacidad

que tiene un sujeto de poder llevar a cabo una acción, de elegir esto o lo

otro. Define en qué sentido somos dueños de nuestras acciones o no lo

somos. Una persona puede decidir ir a una fiesta en lugar de estudiar. Es

libre de hacerlo. Desde el punto de vista ético, la libertad positiva es el tipo

de libertad que está en la base de cualquier acción moral. Una persona,

actuando de forma libre, sin impedimentos, dueño de sus decisiones.

3. ¿Debe ser libre el acto moral?

Todo acto moral lleva implícitas una serie de normas, leyes o principios,

a los que hemos llamado códigos morales. Su función última consiste en

regular los actos humanos para que estos puedan ser orientados hacia un fin

ético.

No obstante, los códigos morales no son un método infalible para

ayudarnos a distinguir las acciones moralmente buenas de las malas. Tampoco

nos permiten conocer con certeza cómo debemos comportarnos exactamente

en cada momento. Esto es así porque no existe una norma que no comporte
excepciones, por ejemplo, mentir es malo, pero en determinadas

circunstancias (en dictámenes médicos, por ejemplo), una pequeña mentira

puede evitar sufrimiento a ciertas personas.

Además, en todo código normativo hay siempre normas que entran en

conflicto entre sí. Esclaro que es un deber moral denunciar a un asesino a la

justicia, así como no traicionar la amistad. Pero si el asesino es amigo mío y

me confía el secreto, ¿debo traicionar su amistad?

Por otro lado, todo código moral anula la libertad positiva de los

individuos. Si existe una norma que obliga a actuar de cierta manera, la libertad

del sujeto se reducirá a una libertad negativa, limitada por el propio código.

Para poder solucionar estos puntos se han realizado diversas propuestas

a lo largo de la

historia del pensamiento. Todas ellas, en general, se pueden dividir en dos

grandes bloques: las que defienden la necesidad de la libertad (éticas

indeterministas) y las que no (éticas deterministas). Donde la ética

indeterminista postula la libertad humana y afirma que dicha libertad es

condición necesaria para que pueda llevarse a cabo el acto moral y la ética

determinista, niega la posibilidad de la libertad del ser humano y defienden que

todos los sucesos (incluidos los actos humanos) están unidos por una relación

inexorable de causas y efectos.

4. El indeterminismo ético
El indeterminismo es el sistema que sostiene que somos libres a la hora

de elegir y actuar. Es decir, afirma que la voluntad actúa con independencia a

la hora de llevar a cabo una elección entre varias opciones.

Según Kant, una acción es moral solo cuando se basa en imperativos

categóricos. Es decir, cuando la persona decide llevarla a cabo, únicamente,

porque ha elegido dicha acción como la debida, sin esperar nada a cambio. De

lo contrario, una acción podría ser legal, pero nunca moral. Por ejemplo, yo

puedo no aceptar un soborno por miedo a que la policía me detenga, y puedo

no aceptarlo porque pienso que no es correcto hacerlo, con independencia de

que me detenga la policía o no.

- En el primer caso, mi comportamiento se ajusta a la forma de la ley

moral (no estoy aceptando el soborno) pero los motivos corresponden a

un imperativo hipotético (si no acepto el soborno es por miedo al

castigo, no por convencimiento); por ello, este comportamiento es legal.

- Solamente en el segundo caso se tiene una actuación moral correcta,

pues se está cumpliendo con el deber. Así pues, estaremos ante una

voluntad buena cuando el motivo de una acción éticamente orientada

sea solo el respeto al deber.

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