Antonio Ibarra

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Historia Mexicana, lxxiii: 3 (291), ene.-mar.

2024, ISSN 2448-6531


DOI: https://doi.org/10.24201/hm.v73i3.4595

CRÍTICA DE LIBRO

Antonio García de León, Misericordia. El destino trágico de


una collera de apaches en la Nueva España, México, Fondo
de Cultura Económica, 2017.

Como otros tantos saberes de la modernidad europea, la histo-


riografía occidental se ha construido en torno a una oposición
fundante: lo falso –o verdadero. De esta dicotomía se derivó una
taxonomía del saber científico que, además de conducir hacia la
especialización de las distintas disciplinas, paulatinamente fue
distanciando a la literatura de la historia. La primera orientada
al campo de la ficción; la segunda, encargada de dar cuenta de lo
“realmente acontecido” –tal como lo tematizó un positivismo
decimonónico vigente hasta nuestros días.
De hecho, como bien lo argumentó Michel de Certeau hace
algunos años, más que mostrar “lo verdadero”, el saber histo-
riográfico ha denunciado “lo falso”, para de allí deducir que,
aquello que no es “falso”, entonces es “verdadero”.1 Inicio con
estas ideas para establecer mi disenso con aquellos que preten-
den ubicar Misericordia. El destino trágico de una collera de
apaches en la Nueva España, de Antonio García de León, como
un trabajo que oscila entre la novela y la historia. Algunos, más
temerarios, la han llegado a catalogar como una novela histórica.

1 Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis, México, Universidad

Iberoamericana, 2007.
A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

Ambas posibilidades, además de resultarme limitadas me pare-


cen erróneas. Me explico.
La obra que aquí presentamos, al igual que Resistencia y Uto-
pía, Tierra adentro mar en fuera, El mar de los deseos, Ejército de
ciegos o “La isla de los tres mundos” (que al calce diré que siem-
pre me ha gustado mucho más que “El Caribe Afroandaluz”),
constituyen la puesta en escena de un proyecto historiográfico
de gran envergadura que reflexiona en torno a las maneras en
que la memoria social –con sus voces, ritmos, silencios, fraseos,
imágenes, augurios e invenciones– encuentran su lugar en el
discurso histórico, como contrapeso de las narrativas del poder
que tanto han marcado y orientado el quehacer historiográfico.
Si tuviese entonces que aventurar algunas claves desde las
cuales recepcionar y decodificar el esfuerzo historiográfico de
nuestro autor, diría que se trata de un ejercicio intelectual que
se plantea: a) recuperar en el análisis histórico la polifonía de la
vida social, b) reconstruir en sus respiraciones y mudanzas las
dinámicas de la vida material y c), dar cuenta de los artilugios
y figuraciones del lenguaje, desde las cuales, unas y otros dan
cuenta de su estar en el mundo.
El fascinante relato que García de León nos cuenta de unos
apaches que a fines del siglo xviii se fugaron de una collera
de prisioneros que los conducía camino a Veracruz y de sus
esfuerzos y hazañas por regresar a su tierra (Sonora), consti-
tuye una obra histórica de enorme originalidad que hace de la
comprensión precisa de los procesos históricos que marcan el
fin de la sociedad de antiguo régimen y del examen incisivo de
las paradojas sociopolíticas del sistema colonial español tardío,
el acicate de la imaginación histórica. Por ello, en mi opinión,
Misericordia no es un trabajo que “deja de ser” histórico para
“volverse” literatura; menos aún, de un ejercicio literario que “se
apoya” en documentación de archivo. Se trata a mi entender de
un logrado ensayo historiográfico que parece asumir al reto que,
como Ricardo Piglia nos ha recordado, Macedonio Fernández
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

dejó sembrada en su discípulo Jorge Luis Borges: el asunto no


reside en responder en qué medida la realidad se cuela en la
ficción. Sino en dar cuenta cómo la ficción actúa en la realidad,
sobre la realidad.
Se presenta así al historiador el reto de dar cuenta de una me-
moria social que escapa a los documentos escritos y encuentra
su expresión y se renueva en piedras parlantes, en las consejas
populares, en los sueños de los niños, en las paredes de los ce-
menterios o en los bailes con sus glosas y tonadas. Tomando dis-
tancia del canon historiador, Misericordia muestra cómo García
de León hace de la memoria social, un horizonte de posibilidad
para el análisis historiográfico.
Indicios de este compromiso por incorporar los distintos re-
gistros de la memoria al análisis histórico pueden reconocerse a lo
largo de un texto en el que la voz del narrador expande o contrae
los tiempos de lo acontecido; se sumerge en la rememoración
de lo vivido (representaciones del mundo) o multiplica y pone
en juego causalidades, efectos y posibilidades históricas. Si en un
primer momento se anuncia que el relato de los hechos cubre
un espectro temporal que abarca de diciembre de 1796 a febrero
de 1797 (cuando se extinguen las últimas noticias de los apaches
huidos en su intento por volver a su tierra), el lector se perca-
tará que surgen otras historias que se entretejen y cruzan con
aquella que se viene reconstruyendo de los apaches fugados. La
narración agarra entonces nuevos caminos y se mueve de lugar.
Como si se tratara de senderos que se bifurcan, los últimos
rastros de los reos fugados se entreveran con la marcha de solda-
dos que van en camino a poner en calma al pueblo de Acambay,
luego de los episodios disidentes ocurridos allí, entre febrero
y marzo de 1797. Y cuando pareciera que el relato termina y
que no hay nada más que decir, el destino de los otros apaches,
de aquellos que sí fueron remitidos a Veracruz, desplaza el re-
cuento de los hechos a Cuba que fue el destino final de varios
de ellos. Aparece entonces, casi como viento fugaz, el mundo
A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

caribeño y las no poco frecuentes experiencias de convivencia


social inter-étnica entre los excluidos y marginales del orden
colonial: negros cimarrones, criminales, indios mecos, artesanos
y ex-militares mulatos o incluso piratas. Las hazañas del Indio
Grande y el Indio Chico y sus acciones transgresoras en la ma-
nigua cubana, ya en pleno arranque del siglo xix hacen que los
episodios iniciados en el Real de Bacoachi, Sonora encuentren
uno de sus desenlaces en Pinar del Río, Cuba.
Misericordia. El destino trágico de una collera de apaches en
la Nueva España es un sugerente e interesante libro de historia
que pone en juego esa tensión inestable entre las pruebas y
posibilidades, entre los registros escritos de lo acontecido y los
artificios expresivos de la memoria social. En buena medida
porque como nos ha recordado Carlo Ginzburg, lo “verdadero”
además de ser una fabricación, es tan sólo el punto de partida,
no el punto de llegada.2
Quienes se pregunten por qué el libro se llama Misericor-
dia…, la respuesta sencilla podrán encontrarla en la página 154.
Si en cambio pretenden construir una solución más compleja a
esta interrogante sugiero vincular la persecución de dieciocho
apaches fugados y sus casi 3 000 perseguidores –en un momento
preciso de la historia–, con los sueños extáticos, los bailes y el
irrefrenable deseo de libertad de aquellos que, resulte creíble o
no, han logrado convertirse en pájaros. En la solidaridad de los
subalternos y oprimidos –no como regla, sí como posibilidad
histórica– y en las expectativas de un mundo menos desigual
e injusto, puede encontrar el lector claves para comprender el
libro que ahora nos ocupa.
Si existen panteones como el de Zapaluta, en donde sólo se
entierra “a los que siguen viviendo” en el pueblo del mismo
2 Carlo Ginzburg, “Pruebas y posibilidades” (Posfacio a Natalie Zemon
Davies, Il ritorno di Martin Guerre. Un caso di doppia identità nella Francia
del Cinquecento), en El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio,
México, 2010, pp. 433-465.
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

nombre;3 o si persiste el recuerdo de una elefanta que tras un


largo trajinar desde la India y Filipinas arribó a Veracruz para
desde allí ser embarcada con rumbo a Cádiz, en donde se pa-
seaba triunfal a orillas del Guadalquivir acompañada de una
banda de gitanos,4 no tendría por qué extrañarnos que en los
estertores del mundo colonial, unos apaches, indios chichime-
cos fugados de una collera y luchando a muerte por regresar a su
tierra, a punto de ser recapturados, se convirtiesen en aves para
escapar así del asedio de sus enemigos.5
A fin de cuentas, la memoria de la gente dispone de sus pro-
pios artilugios: asegurarse que en los relatos que se cuentan de
boca en boca, de generación en generación –esos que constatan
que las cosas así sucedieron nomás porque así se cuentan– sea
otra muy distinta la suerte de los débiles y los oprimidos. Y toca
a la historiografía saber qué hacer con una memoria social que
sorprendentemente permanece viva.

Alvaro Alcántara López


Instituto Nacional de Antropología e Historia, Veracruz

de persecuciones, premoniciones y revelaciones:


la historia a través del espejo de las fuentes6

“Una cosa es afirmar que toda la historia es narración, sostie-


ne Iván Jablonka, otra es dar vida a un razonamiento en un
3 Antonio García de León, Resistencia y utopía. Memorial de agravios y

crónica de revueltas y profecías acaecidas en la provincia de Chiapas durante


los últimos quinientos años de su historia, México, ERA, 2002.
4 Antonio García de León, Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de

Veracruz y su litoral al Sotavento, 1519- 1821, México, Fondo de Cultura


Económica, Gobierno del estado de Veracruz, Universidad Veracruzana, 2011.
5 García de León, Misericordia…, p. 157.
6 Sobre Antonio García de León, Misericordia. El destino trágico de una colle-

ra de apaches en la Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica, 2017.


A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

texto”.7 El texto de Antonio García de León, Misericordia, nos


da testimonio de la narración como instrumento para arribar
a la historia como razonamiento estilizado, puesto en clave de
crónica, a partir de una fuga que se transforma en averiguación
sobre los distintos tiempos y actores que vivían desde la Nueva
España en el ocaso del dominio colonial.
El seguimiento es una apasionada narración de los incidentes
que una collera de mezcaleros, genéricamente nombrados me-
cos, produjo en el centro-norte del reino, y a la vez una disección
en cortes longitudinales sobre el espacio –desde praderas, desier-
tos, cañadas y lomos de montaña–, sobre la textura étnica de los
distintos grupos sociales indígenas, “gente de razón”, negros,
mulatos–, sobre los actores políticos del régimen colonial –del
Consejo de Indias a virreyes, burócratas y militares– hasta los
propios perseguidos como náufragos de un racimo de etnias
en proceso de extinción.
La fuga de dieciocho guerreros apaches, de una cuerda de 57
forzados, se produjo en Plan del Río, entre Jalapa y el puerto de
Veracruz a la “hora de la oración” del 7 de noviembre de 1796,
desatando una furiosa persecución de casi 90 días y 300 leguas.
De los prófugos uno fue capturado en el intento, tres murieron
en refriegas, y catorce quedaron al final de la “peregrinación de
sombras” en que devino la fuga, de los cuales otros tres habrían
de perder la vida en la batalla final, desatada en el cerro de El
Capulín, el 2 de febrero de 1797. Allí, cinco fueron capturados
y destinados a Cuba, mientras otros seis desparecieron heridos y
silenciosos en Acambay, burlando el cerco tendido por más de
seiscientos perseguidores.
Aquellos prófugos dejaron una cauda de historias en secuen-
cia: de sangrientos encuentros y prodigiosos acontecimientos

7 Iván Jablonka, La historia es una literatura contemporánea. Manifiesto por


las ciencias sociales, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2016, p. 227.
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

que se coagularon en la memoria colectiva durante la perse-


cución. Estos “dos senderos de una misma tragedia”, entre
la Nueva España y La Habana, irán tirando la línea roja de la
insumisión, que tendría otro desenlace de rebelión en Cuba con-
juntando a los apaches con negros y mestizos guachinangos. Un
sendero ardiente que alumbraba las debilidades de un dominio
colonial agónico, encaminado al absurdo de guerras atlánticas
perdidas y encarnizadas batallas internas. ¿Cómo observar en un
microanálisis esta debacle de un imperio que gravitaba alrededor
de un desfiladero de insumisión y resistencias pasivas?
Para deshojar este texto, que de suyo es una unidad compleja,
es preciso observar tres temas desde la perspectiva de un lector
atrapado por la narración y aficionado a buscar los subtextos
que la tragedia de la collera nos revela sobre su época. Primero,
la crónica desde sus capas sucesivas de tiempos locales, virrei-
nales e imperiales; segundo, sobre la subjetividad de los actores;
tercero, sobre la realidad de los prodigios ocurridos y su vívida
narración.
Lo que el grueso volumen 77 del ramo Indiferente de Guerra
del Archivo General de la Nación de México despertó en el
autor como un “turbador sentimiento”, es ocasión para abrir
la rendija a un desplegado paisaje sobre los usos y términos
de la gobernanza del Orbe católico frente al ignoto salvajismo de
los indios bravos, insumisos por naturaleza y apóstatas por
convicción. Son los que tienen en sus montes, ríos y bestiario
(el búho, el venado y los bisontes) su propia cosmovisión del
sitial que ocupan en aquel mundo de violencias, y al mismo
tiempo al Sol como referencia del camino a la reposada eterni-
dad, en una época que los condenó al exterminio.
Los testimonios revelan la bitácora de la persecución de dos
obstinados hombres de armas del ejercito borbónico, Juan de
Ugalde y Nicolás de Cosío, en donde la competencia por cons-
truir una narrativa de méritos y desvelos movía a una lealtad
inverosímil. Los perseguidores quisieron tender un manto de
A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

opacidad que pusiera a la sombra la corrupción y violencias


ejecutadas al cobijo de la leyenda del salvajismo de los apaches:
la lucha civilizatoria, en favor de la fe y la religión, fue una suma
de crueldades a las que se añadió el terror y la obediencia de los
“indios de comunidad” que, obligados a cooperar, ejercieran de
delatores, perseguidores y verdugos.
Contra esa narrativa de los perseguidores, estampada en los
expedientes, García de León discrimina y reinterpreta los ar-
gumentos que formalizaban una historia construida para ganar
favores y ocultar aversiones, a la vez que reconstruir desde los
testimonios una ruta de escape que sembraba insolencias, temo-
res y rebeliones pasivas que hicieron de la fuga de los apaches
un corte en los tensores de la fidelidad de nahuas y otomíes a
sus principales, pero también frente a los personeros del virrey
Branciforte.
Es aquí donde la narración adquiere un valor excepcional, ya
que supone el reto asumido por el historiador de penetrar la sub-
jetividad de los actores como explicación de su conducta desde
las profundidades de sus cavilaciones, sus dilemas, hasta llegar a
responder sobre los azares de sus decisiones. Por ello no es trivial
que la escritura sea más que una narración del pasado, y se asuma
el desafío de penetrar el escarpado camino de los pensamientos
de sujetos políticos, actores y colectivos étnicos que se enfrentan
a un decurso inesperado en una historia contada coralmente:
actúan, escriben y cavilan. Atrapados en sus meta/narrativas de
creencias religiosas y milagrería ponen a fuerzas sobrenaturales
en el territorio de la acción colectiva, y de la mano del azar se
conduce la aventura en los terribles episodios de una historia
que no fluye en una sola continuidad sino en una multiplicidad
de escenarios, tiempos y espacios de subjetividad cultural. Allí
radica, a nuestro parecer, su profundidad explicativa.
Y en ello hay una poética de la historia que plantea que, si
nos ponemos en la tesitura de historiadores de hechos, ignora-
mos que la narrativa de lo prodigioso forme parte de la historia,
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

que hay testigos y que sus imágenes y rememoraciones son,


también, fragmentos de la historia que debemos inscribir en una
narrativa realista.
Esta estrategia narrativa, más audaz y virtuosa, nos coloca
a los lectores en los marcos de la subjetividad de los actores,
pautados por su posición en esta trama de violencias y temores.
Puede verse esto en el relato sobre el niño mestizo cautivo, Juan
Alonso Avilés (a) Gavilán, que como otros tantos raptados
por los apaches en sus correrías habría de ser “apachizado”,
adiestrado “para su sobrevivencia y la de los suyos en el arte
de la caza y de la doma de caballos”, quien más tarde sería re-
capturado y puesto al servicio del brigadier Juan de Ugalde, el
genízaro de los “ojos zarcos”, como rastreador e intermediario
cultural. Este intérprete de la época, convocado como testigo de
las subjetividades de dos mundos culturales, de sus creencias y
premoniciones, iría “llevando consigo toda la carga emocional
que implicaba ser parte de los opresores de su propia gente”.8
Más tarde, habiendo sufrido de las sospechas y desconfianzas
de sus captores “de razón” correría la suerte de los sujetos a la
collera, y sería entonces que Gavilán tomaría el partido de los
fugados que a un “grito de muerte” tomaron las armas de su
captores, hiriendo a sus vigías y escapado entre la maleza, para
iniciar un largo periplo en donde este “intermediario cultural”
sería intérprete de dos cegueras de violencia, en la obstinada
lucha de los fugados por volver al nicho de su gentilidad.
En una interpretación de esas cavilaciones, García de León
nos glosa el pensamiento íntimo que, quizá, haya escapado de
las angustias y aspiraciones de actores de la trama. En el caso
de Avilés:

Ah, si pudiéramos escapar por la luz de este espejo –se dice a sí


mismo, mientras dibuja un mapa de arena, calculando la posible

8 García de León, p. 62.


A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

llegada al gran camino que los conduzca a la Sierra Blanca, al seno


de la tierra que los espera en el retorno de los guerreros triunfantes,
hijos pródigos de una ilusión que se mantiene en la memoria como
tenue llama encendida.9

Su perseguidor más tenaz, don Nicolás de Cosío, tan imbrica-


do en la guerra apache y en cuya conciencia cargaba la memoria
de crueldades, traiciones y masacres contra aquellos indios, que
le produjeron fuertes dolores de pecho y melancolía, confiesa en
sus debilidades en la interpretación del historiador:

Me duelen los huesos, el pecho apretujado me corta el resuello y


al atardecer estoy tan cansado que pierdo todo rastro de hambre
–decía para sus adentros–. Hay ratos en que a duras penas subo a la
montura, me acomodo en la silla y hago que uno de los guías se ade-
lante para que asuma la tarea de llevarnos por donde ventee la presa
[…] Los insomnios me restan lucidez, aunque sé que cuando uno no
puede dormir es que está despierto en los sueños de otra persona.10

Los discursos de subjetividad, en la escala de cada actor y en


su sitio de fragilidad, dan cuenta de su momento de angustia y
de una incomprensible persecución que desnuda la rapacidad de
un régimen de esclavización, violenta aculturación y extermi-
nio, que los puso en los cabos de una cuerda tensa, lentamente
deshilvanada, sin posibilidad de escapar a su desenlace y que los
atrapaba en un juego cruel de cacería y evasión que es, en mu-
chos sentidos, una escala diminuta de la ruptura que aguarda la
caída del imperio español en América.
Esta última búsqueda, en la rasgadura social que produjo la
persecución de los apaches, le permitió a nuestro autor escudri-
ñar en las rebeliones que precedieron a la fuga y que remiten a

9 García de León, p. 99.


10 García de León, p. 101.
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

un memorial de la desobediencia, represión y crueldades que le


sucedieron. Como ocurrió con el episodio en el cual la cuadrilla
de perseguidores les arrebató la caballada a los indios otomíes, a
la sazón colaborantes en la búsqueda, y que habría de conducir
a estos últimos a una rebelión pasiva, gracias a la cual los apaches
sobrevivientes de la batalla de El Capulín lograron escabullirse
como sombras, cubiertas por el manto de la complicidad.
Pero la fuga no es solo en el terreno de la guerra entre caña-
das, llanuras lomos de cerros, sino también en una muerte que
como dice nuestro autor tiene otro sentido de trascendencia:
“es un paso de transformación para fundirse en el Universo,
escapando de los fuegos y los infiernos prometidos por los pre-
dicadores, convirtiéndose en estrellas y acompañando al sol en
su destino[…]”.11
García de León, sin resistirse a considerar realista lo que la
imaginería de los testigos refiere, nos narra con virtuosismo el
vuelo de chamanes y guerreros que, apelando a ese tránsito a
la mortalidad estelar, cobra tinta en los documentos del expe-
diente. Dos ejemplos:
En “el vuelo” se glosa el testimonio del parte de guerra del
cabo Luis Bernardi, sobre la escapatoria de un chamán apache,
quien a petición de uno de sus guardas para que “imitara el canto
del tecolote”, después hacerse de unas plumas y ramas:

Levantó los brazos y lentamente empezó a agitarlos, y con sus


piernas arrancó a correr con ritmo lento y a ulular a modo de búho
nocturno. Abrió los ojos con desmesura y ante la sorpresa de los
guardianes, su cuerpo se llenó de plumas. Levantó el vuelo de im-
proviso dando unos ruidosos aleteos que causaron una oscuridad
repentina, pues casi apagaron las llamas de la fogata. Tomando velo-
cidad y como un relámpago rodeado de las chispas de aquel fuego,
atravesó el campo de la media luna, cruzando la barranca como una

11 García de León, p. 107.


A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

fugaz sombra; volando cada vez más alto, despareció en la penum-


bra y dejó a los soldados burlados en la oscuridad de la noche.12

La historia de la fuga es un fresco de la desobediencia y los


temores de una Nueva España que vivía al borde de un colapso,
como nos los repite el autor; sin embargo, las premoniciones de
dicha hipótesis no conducen a una teleología de la revuelta en
revolución, sino a un examen del tejido blando de la gobernabi-
lidad colonial, de la fractura del mando y de lo prodigioso que
resultó de una docena de fugados que logró dislocar por noventa
días la autoridad virreinal. Pero el ciclo de capturas, deportacio-
nes y exterminio de apaches forzados no terminaría allí, sino que
sería repetido por las imágenes de otra collera, que habiéndose
cruzado con los fantasmales evadidos, pasaría desapercibida ya
que “nadie de los militares que la conduce parece percatarse de
su presencia: solo un niño apache, un poco rezagado del convoy,
se ha detenido y los sigue con la mirada medida que se alejan”.13
Y estos escapes, ya sean por la muerte en lances de armas,
por haber volado al sol o por haber podido atravesar las llanu-
ras para alcanzar el Camino de Tierra Adentro, nos transmiten
un humor de época y una historia de sensibilidades ocultas en un
mundo de violencia y desigualdad.
Una historia que hace presente, y que nos trae al presente, con
ese episodio de un pasado largamente reposado en el volumen
77 de Indiferente de guerra, porque su autor ha confesado su
oficio como un recuperador de “memorias perdidas” desde
“los intervalos que se despliegan en el enorme acervo de los
archivos, recorriendo por dentro las muchas puertas de los pa-
sadizos interminables del relato, tratando de reconstruir los si-
lencios o de intuir el sonido de los intervalos, ése que apenas se
escucha en el coro de los acontecimientos y que toma su lugar

12 García de León, p. 115.


13 García de León, p. 185.
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

espontáneamente en la medida en que se despliega como una


lírica del tiempo; esa es la historia a la que intento llegar”.14
Debemos a García de León el prodigio de una desafiante obra
de narrativa histórica, que lo pone en la línea interpretativa de
Jablonka: una historia-literatura que logra probar, complacer y
conmover con una interpretación razonada del pasado.

Antonio Ibarra
Universidad Nacional Autónoma de México

r e s pu e s ta

misericordia, a través del espejo

Los territorios desiertos del norte habitados por las tribus in-
dómitas que se defendían de las expediciones colonizadoras no
habían estado nunca en mi horizonte; así que al encontrar a los
apaches y a otros indios de la Norteamérica española hacina-
dos y forzados en las cárceles de San Juan de Ulúa, en espera de
ser deportados como esclavos hacia las plantaciones de Cuba y
otras islas del Caribe, me vi comprometido a buscar los oríge-
nes de ese cautiverio y las circunstancias de una guerra terrible
y lejana. Así fue como me enganché a esta historia siguiendo una
collera de cautivos desde el Real de Bacoachi en el norte de So-
nora, caminando junto con ella hasta los palenques de esclavos
fugitivos de Pinar del Río, recorriendo ese camino accidentado
y hostil que viene desde las Provincias Internas del norte y que
penetra en las aguas del Caribe.

14 Antonio García de León, “Alma en boca, huesos en un costal. Negros en


la Nueva España”. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia,
México, 7 de agosto de 2018.
A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

Las evidencias de esos hechos estaban asentadas en el volu-


men 77 del ramo Indiferente de Guerra del Archivo General
de la Nación y sus resonancias conducían por muchos caminos
tortuosos y plagados de las angustias más atroces. El relato que
se desprendía del expediente, y de varios otros documentos
que empezaron a confluir en él, era la bitácora de la fuga de 18
cautivos de una collera desde el precario puerto interior de la
Venta de Plan del Río en los días finales del otoño de 1796. Con-
tenía un informe de operaciones militares que se adentraba en la
persecución y en la posible captura de los evadidos: acompañado
de epistolarios, informes detallados, reportes de enfrentamien-
tos y un diario de campaña que en un principio se erigía como
el hilo conductor en la reconstrucción de los hechos.
Sin embargo, sin pretender hacer una historia de la conquista
del norte y la guerra apache, este relato me condujo al interior de
una memoria llena de complejidades, teñida por la presencia
simultánea de varios pisos de frontera que se empalmaban en
el despliegue de aquellos episodios. En principio, la precaria
línea del imperio español en su avance hacia el Gran Norte, el
margen que dividía la vida sedentaria y el orden cristiano de la
Nueva España de las regiones indomables cada vez más alejadas
del centro de la vida colonial; y de manera paralela, un límite
incierto que en esta situación de guerra albergaba dos concep-
ciones opuestas de la vida y la muerte: pues si bien los persegui-
dores seguían los principios del arte de la guerra de salvaguardar
la vida a toda costa, los apaches la guarecían ritualmente con la
esperanza de llegar más allá del umbral, pretendiendo una victo-
ria sobre el tránsito final al escapar del flujo lineal de la historia.
Lo que teníamos entonces, alrededor de un expediente denso
y de lo que pudimos completar en varios archivos, era la saga de
una collera de un centenar de cautivos, hombres, mujeres y ni-
ños, custodiada desde el norte hasta el puerto de Veracruz, cuyo
punto de fuga de una parte de ellos se realiza de manera violenta,
casi al llegar a su destino, en aquella noche de noviembre de 1796
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

en Plan del Río. La huida dramática de unos cuantos guerreros,


de la que se derivan lances, combates y varios partes de guerra,
encarnaba en su descripción documental la visión y el poder
represivo del Estado colonial. Como parte del dossier estaba
el diario de campaña del capitán Nicolás de Cosío, curtido en
la “guerra apache” y comisionado para la captura de los evadi-
dos –que vino desde Texas con sus rastreadores tahuacanes–, y
que daba al virrey información precisa tanto de las escaramuzas
como del amplio contexto del suceso mismo y de los tiempos
de descontento, de crisis agraria y social en que se desarrollaba
la persecución, así como de los demás sucesos atropellados que
el entorno avivaba y anunciaba, ya que en el horizonte se erguía
como un ruido de fondo la guerra civil de independencia que
estalló 12 años después. Había entonces un trayecto accidentado
descrito por una única mirada, la de los dragones y milicianos
empeñados en reducir a los bárbaros. Porque si bien es cierto
que Nicolás de Cosío lleva su diario de campaña y en él vierte
con detalle sus avances y frustraciones, yo intentaba alcanzarlo
para armar el camino en paralelo, la bitácora de los fugitivos.
Entonces, mi empeño fue narrar esta historia desde el interior
de la fuga, de las acciones de los perseguidos, de los que aparecían
furtivos y que totalizaban en silencio todo el registro. Para esto
hubo que emprender un camino alterno, recopilando todas las
evidencias posibles para documentar la misma secuencia trágica,
acompañándolos uno por uno mientras surgían o se desvanecían
en las escabrosas quebraduras del terreno y los desiertos. Por
medio de los despojos y los objetos abandonados por los prófu-
gos había que irrumpir dentro de esa collera silenciada: en sus es-
trategias, sus angustias, pesares e invocaciones. Era introducirse
en sus tiempos y en sus horas, en sus maneras de cazar y acechar
a sus presas y a sus enemigos, en sus desplazamientos sobre el
terreno, en su serena relación con los animales: por ejemplo,
mientras para los militares los caballos eran transporte y piezas
de guerra, insertos en el mercado de los bienes materiales; para
A. ALCÁNTARA L., A. IBARRA Y A. GARCÍA DE LEÓN

los apaches eran presa, arma imprescindible, alimento, instru-


mento de viaje y vagabundeo, materia prima de ropa y calzado,
símbolo funerario y cabalgadura celestial.
Entonces, era remar a través de sus huellas y vestigios, reco-
giendo fragmentos para llenar el vacío que no ocupan en la
historia. Su recorrido constituía una bitácora desde el momento
en que se develaba implacable, mirando hacia afuera tanto como
hacia adentro, reflejando mil imágenes registradas por los expe-
dientes, pues no tenían ni voz ni nombre, sólo lo que pueden
englobar las palabras de sus enemigos, con lo que contiene el
carácter destructivo del lenguaje en esas circunstancias.
Así fue como pude asistir al cerco de aniquilamiento en el
cerro del Capulín y a la furtiva huida que los hizo desaparecer
para siempre: sombras, habitantes del otro lado del espejo, del
anverso que no se cuenta, respirando el polvo de discordias y
motines que levantaban a su paso. Nunca los perseguidores
supieron el final de muchos de ellos; si habían alcanzado los
desiertos y su morada de Sierra Blanca o si se habían unido a
los Gemelos Divinos en el infinito nocturno, en un acto de de-
safío que fue su mayor venganza.
Corriendo a trancos por las escabrosas veredas que conducen
de la niebla a la costa, alcancé en San Juan de Ulúa a los que no
lograron escapar de aquella Venta del camino de Jalapa. Abordé
con ellos el Ángel de la Guarda hasta ser en La Habana entrega-
dos a cautiverio. Tuve que seguirlos después en la nueva fuga que
los llevó hasta los palenques de negros cimarrones en Pinar del
Río; en donde después de un feroz combate, tuve que aferrarme
a la mano arrancada de la Virgen de la Pura y Limpia y subir al
cielo junto con el Indio Chico, el último de los guerreros de esta
historia…
Una oración final…

Porque estas alas ya no son alas para volar


Sino sólo abanicos que baten el aire
SOBRE ANTONIO GARCÍA DE LEÓN. MISERICORDIA

El aire que ahora es terriblemente angosto y seco


Más angosto y más seco que la voluntad
Enséñanos a preocuparnos y no preocuparnos
Enséñanos a quedarnos sentados quietos

Ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra


muerte
Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

T. S. Eliot, Miércoles de ceniza, I, 1930.

Antonio García de León


Instituto Nacional de Antropología e Historia

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