Árboles. La Brevedad Se Muestra Tanto en La Extensión Como en La Economía Que El Texto
Árboles. La Brevedad Se Muestra Tanto en La Extensión Como en La Economía Que El Texto
Árboles. La Brevedad Se Muestra Tanto en La Extensión Como en La Economía Que El Texto
Las novelas de Zambra son breves, especialmente Bonsái y La vida privada de los
árboles. La brevedad se muestra tanto en la extensión como en la economía que el texto
presenta en los distintos niveles de su composición; brevedad que se patentiza en la
exigua información, además de escasos detalles. Las historias se desarrollan en espacios
cotidianos, apenas mencionados y definidos. La ausencia de minuciosidad en la
descripción (de hechos, espacios, personajes, emociones) pone en relieve el predominio
de un texto en estilo llano e imágenes más cercanas de la realidad que del realismo.
Además de breves, las novelas de Zambra son también fragmentadas. Sus
estructuras fraccionadas, circulares y abismales presentan relatos no lineales; cada una
de ellas exhibe una característica particular en su armado vinculado al final de las
historias narradas. En un caso, la historia comienza por el final, in extremis (Bonsái). En
otro, el final aparece in medias res y queda abierto (La vida privada de los árboles). Por
último, el relato se cierra con un final análogo a la situación presentada en el inicio, pero
con variaciones (Formas de volver a casa). El lector se enfrenta a historias recortadas.
La recomposición que propone el narrador para la reconstrucción de los hechos no
logra, sin embargo, recrear una totalidad de la historia, al modo de los relatos clásicos.
La estética de la fragmentación otorga un papel activo al lector en el restablecimiento de
la historia, pues este deberá llenar los espacios vacíos y ordenar las informaciones
múltiples y dispersas que aparecen en las novelas para reinstaurar la totalidad deseada,
aunque nunca alcanzada, de la historia que se narra. La ausencia de desarrollo de los
hechos crea un efecto de trama carente de dinamismo.
Bonsái es una novela corta -apenas si llega a las 94 páginas-, consta de cinco
capítulos desarrollados en un relato simple, casi sin trama: una historia de amor de dos
jóvenes (Julio y Emilia) estudiantes de literatura en el Chile de los años ‘90. Ellos
comparten su relación entre libros y lecturas de clásicos: Flaubert, Proust y, sobre todo,
el cuento “Tantalia” de Macedonio Fernández. Julio, un hombre de treinta años, sereno
e impostado, vende libros para sobrevivir. Luego de muchos fracasos, se convence que
es mejor quedarse en casa a cuidar un bonsái que transitar los caminos de la existencia
humana, de la literatura y del oficio de escritor. Emilia es una joven estudiante más
experimentada que Julio, al que conoció en la universidad. Ella se casa y emigra a
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España y, finalmente, se suicida. Es esta, como dice el narrador, “una historia liviana
que se pone pesada” (Zambra, 2006, p. 26).
La novela se inicia con el anuncio de la muerte de Emilia:
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(...) ¿Cachái?
Yo me sabía otra historia.
¿cuál historia?
Me la sabía, pero se me olvidó (p. 52).
Otro ejemplo de este caso es el diálogo entre Julio y Gazmurri, quien lo contrata
para transcribir su novela y, ante las preguntas obvias del que transcribe el texto de otro,
el autor responde:
(...) Así empieza todo.
¿Todo qué?
Todo, absolutamente todo. Te llamo, entonces, tan pronto como tome una
decisión.
¿Y qué más pasa?
Nada, lo de siempre. Que todo se va a la mierda, Te llamo, entonces en
cuanto tome una decisión (p. 67).
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año les pareció breve, aunque fue larguísimo, fue un año especialmente largo” (p. 29).
El tiempo y el espacio se relativizan en esta novela resumida, efecto que, en ocasiones,
responde a la intervención irónica del narrador: “Fue a Madrid pero no fue a Madrid.
Fue a buscar a Emilia, de quién había perdido completamente el rastro” (p. 56).
Mientras Bonsái se inicia con un anuncio, La vida privada de los árboles
comienza con un relato enmarcado pues el protagonista cuenta a su hijastra `La vida
privada de los árboles`, historias que ha creado para hacerla dormir. Los protagonistas
de este relato enmarcado (que reitera el título de la novela misma) son seres fantásticos:
un álamo y un baobab que charlan sobre las ventajas de ser árboles y no personas ni
animales; y otros personajes más.
Así se inicia la historia de Julián, Daniela y Verónica, quien se demora en llegar
a su casa, donde están su esposo y su hija (Daniela, es hija de Verónica y de su primer
marido, Fernando). Julián y Daniela están esperando que Verónica regrese de su clase
de dibujo. Una espera interminable, absurda, inevitable e insuperable que pone en
marcha al relato. La demora del retorno de la ausente provoca laberínticos pensamientos
del protagonista que complican la trama de esta historia.
La novela consta de dos capítulos: “Invernadero” (Zambra, 2007, p. 11-106) e
“Invierno” (Zambra, 2007, p. 107-117). Lo breve se manifiesta no sólo en la extensión
del relato, sino también en el despojo de las descripciones presentes en el texto, en la
síntesis y las reiteraciones a las que recurre el narrador: “Verónica estudiaba segundo
año de licenciatura en Arte cuando llegó Daniela a desordenarlo todo” (p. 22). En este
punto de la novela, el narrador abre un espacio donde parece que introducirá al lector en
aspectos de la biografía de Verónica, pero todo se reduce a datos mínimos en torno al
contexto de la noticia del embarazo. También esta economía se da en el modo resumido
e irónico en que se presenta la vida de Julián:
Si es que hay períodos en la vida de Julián, habría que expresarlos de
acuerdo con un índice de exageración. Hasta los diez años exageró muy
poco, casi nada. Pero desde los diez hasta los diecisiete años acentuó
consistentemente la impostura. Y desde los dieciocho en adelante se
convirtió en un experto (p. 26).
Nada más se dice sobre el contenido de esas exageraciones. Los diálogos y
respuestas apresuradas también evidencian esta tendencia al escamoteo de información:
“Y Julián asiente con pesar, pues le duelen los ojos, los oídos, no sabe bien” (p. 60). Ese
no saber lo vuelve impreciso. El relato prosigue así: “Quisiera dormirse, de repente,
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irresponsablemente, y despertar mañana, o ayer, como nuevo” (p. 60). No hay
desarrollo del nivel de angustia del personaje que espera y trata de no desesperar.
Otro ejemplo es la explicación del narrador cuando responde a la pregunta:
Y Verónica, quién es:
Por lo pronto Verónica es alguien que no llega, que no regresa de su clase de
dibujo. Verónica es alguien que ligeramente falta en la pieza azul (p. 15).
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relación entre sí pero cuya información, aunque aislada, aporta datos para la
reconstrucción de los hechos.
Es el caso, por dar un ejemplo, del modo en que el lector conoce detalles de la
historia de la pareja protagonista: se trata del recuerdo de Daniela quien se asombra ante
la imagen de los videos de los casamientos de su madre. Del último, recuerda la fiesta:
Fue de hecho, la primera fiesta de su vida: comió….bailó...con su flamante
padrastro, que en aquel tiempo era, para ella, sólo algo más que un invitado
a la hora de almuerzo, y que ahora, tres años más tarde, acaba de hacerla
dormir con una historia de los árboles (p. 60).
Los diálogos y las descripciones son tan reducidos que en ocasiones, en dos
líneas de una conversación se alude a una trama de la que solo queda la mera mención.
Por ejemplo, cuando Daniela cuenta a Julián que va a teñirse el pelo, él le responde:
“Tienes apenas ocho años, para qué vas a estropearte el pelo tan chica, le dice, e
improvisa una evasiva historia familiar que de un modo u otro demuestra que teñirse el
pelo es una locura” (p. 21). Pero el lector nunca conocerá la “historia familiar” que le
sirve de argumento ante la niña.
Hacia el final, la novela da un giro en la focalización, y se presenta a Daniela
adulta quien reflexiona sobre su pasado: sobre sus padres y su padrastro. El salto a la voz
de Daniela adulta se produce sin solución de continuidad en la narración. Se añade una
nueva versión o parte del relato, continuando el procedimiento visto ya en
Bonsái. Verónica sigue sin llegar, nunca se menciona su retorno. La posibilidad de que no
haya regresado sigue vigente hasta el fin.
Cabe mencionar que también aquí, como en Bonsái, hay indicios intertextuales.
Nos referimos al momento en que se nos informa que Julián escribe un libro breve, el
que, por las características que nos entrega la cita a continuación, intuimos que se trata
de Bonsái: “Si alguien le pidiera resumir su libro, probablemente respondería que se
trata de un hombre joven que se dedica a cuidar un bonsái” (p. 28-29).
No obstante la acción en La vida privada de los árboles dura solo una noche y la
información de los hechos, como se dijo, es escueta, el texto presenta cierta amplitud.
Ello se debe al relato enmarcado cuyas diferentes voces permiten recobrar algo de los
sucesos que explican el origen del acontecimiento que pone en marcha el relato: la
ausencia de Verónica y la espera de Julián. Esta reconstrucción siempre será parcial.
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Se nota el carácter posmoderno de la novela en el humor de índole irónico en
referencia a ciertos hábitos y elecciones propios de una clase social, en este caso
vinculados al protagonista con respecto a la literatura:
Lo normal, en todo caso, en temporada baja, es que postergue sus
ambiciones literarias para los domingos, así como otros hombres destinan
los domingos a la jardinería o a la carpintería o al alcoholismo (p. 27);
Y por eso arrendaste este lugar, dijo Bernardita, con amable ironía. Por
amor a las coincidencias. (...) Sí, Julián, admítelo, dijo Sergio. Lo arrendaste
porque has estado leyendo demasiadas novelas de Paul Auster (p. 37).
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metaliterarios, se observan aspectos que expresan innovación y ruptura respecto de
dicho canon, a saber: un cambio -a nivel de la información otorgada al lector- en el
mayor desarrollo de la historia de los personajes así como de los acontecimientos de la
historia de Chile acaecidos durante la dictadura. La innovación se evidencia, además, en
un relato que demuestra tanto un compromiso social y conciencia de clase como el
planteo que le otorga a la literatura la capacidad de develar o poner en crisis aspectos de
la realidad.
El escenario de la narración es Chile, a fines del siglo pasado y en la primera
década de este siglo y la historia corresponde a la niñez y madurez del protagonista. La
novela está estructurada como un relato enmarcado que en primera instancia parece
desdoblado, lo que provoca la sensación de un relato compuesto por dos historias
paralelas. Pero ello es solo un efecto puesto que, más adelante, el lector descubre la
vinculación entre ambas en la contigüidad del espacio y los personajes: la novela
desarrolla una sola historia (la del narrador-protagonista), en dos tiempos diferentes. El
inicio de la novela sucede en plena dictadura de Pinochet, la noche del terremoto de
1985. En esa triste ocasión, el protagonista-narrador conoce a Claudia, entonces una
niña mayor que él. Ya desde el principio se contraponen los mundos sociales de los
protagonistas. Las menciones de sus lugares de residencias y las características de cada
uno de estos barrios nos ubican en el mapa social-simbólico de uno y otro. El niño-
protagonista, sin nombre, vive en un barrio cuyas calles tienen nombres de personajes
de ficción. En cambio, Claudia vive en un barrio más elegante con calles cuyos nombres
son serios: “vivo en la villa de los nombres reales, dijo Claudia” (p. 29); nombre reales
de personajes conocidos por su pseudónimos (Lucila Godoy Alvayaga y Neftalí Reyes
Basoalto: Gabriela Mistral y Pablo Neruda). Otro de los pares dicotómicos que pueden
inferirse, a partir de ciertas menciones, es el color de la piel, uno moreno, otro blanca,
referidos a los personajes principales y secundarios. También se evidencia la
configuración de un mundo que es percibido de dos modos por las visiones de un niño y
por las de un adulto; así también la presencia del mundo íntimo (la casa) y mundo
público (el exterior, la sociedad).
Claudia le pide al protagonista que espíe a su vecino Raúl. Claudia miente a su
amigo que Raúl es su tío; Raúl -quien porta una identidad falsa y su nombre verdadero
es Roberto- es el padre de Claudia. El protagonista-niño acepta la tarea solicitada por lo
que observa y anota todo lo que hace su vecino. Como vemos, la trama se complejiza al
inicio de la narración introduciendo la figura del detective en el personaje del niño,
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quien en cierta ocasión se sube a un micro para perseguir a una mujer que había entrado
a la casa de Raúl. Ese viaje lo aleja mucho de su casa, de su barrio y lo hace descubrir la
ciudad: “un espacio sin forma, abierto pero también clausurado, con plazas imprecisas”
(p. 46).
Es notable la ausencia del nombre propio en el protagonista niño-adulto y la
“confusión” o “distracción” del narrador para dar información concreta de los sucesos y
de quienes lo llevan a cabo. No obstante, en el siguiente momento hay un atisbo de
explicación de la omisión, a la vez que preanuncia la autorreflexividad del texto.
La voz de un narrador-protagonista, entrecruza los recuerdos de un mundo
infantil con los relatos de su presente. Se construye, así, un relato íntimo, tejido de
evocaciones cotidianas en la voz de un adulto, actualizando en un ejercicio de memoria,
las vivencias de un niño chileno que vive dos acontecimientos significativos: el
terremoto de 1985 y la dictadura. La novela rememora los días que vivieron la
generación chilena de quienes miraban hacia otra parte ignorando lo que sucedía (p. 56).
Captamos en el relato de los hechos una intencionalidad narrativa orientada a la
representación de la toma de consciencia de lo sucedido en el país vecino a nivel
político en esos años. La inmediatez, la proximidad con el lector manifestada en el
lenguaje coloquial que usa el narrador para relatar los hechos, hace permeable el límite
entre ficción (hechos narrados) y realidad (hechos históricos), punto en el que Zambra
se mantendrá fiel al canon posmoderno. Otros rasgos que lo acercan al relato
posmoderno son: la inserción de aspectos de la historia chilena, los diversos enfoques
que tienen los personajes sobre los hechos acaecidos, la reescritura del pasado que lleva
a cabo la literatura (ficcionalización de la historia) y la puesta en abismo que instaura,
una vez más en la narrativa de Zambra, lo metatextual.
La ruptura con lo posmoderno se manifiesta en la descripción de un clima
controversial, provocado por la convivencia de cómplices y víctimas de la dictadura de
Augusto Pinochet, unida a los recuerdos del miembro de una familia de clase media. El
narrador-adulto reconstruye una historia de los padres para comprender la propia, para
completar la versión de los hechos, desde el mundo del niño. Esta novela es la que
expone con mayor intensidad las marcas del autor en la ficción, lo que en palabras de
Franken Osorio, evidencian la continuidad afectiva de un conflicto entre un tiempo
presente, de la memoria, y un tiempo pasado, de aprendizaje (2017, párr. 1).
La reconstrucción minuciosa del mundo infantil y familiar que recuerda el
personaje narrador niño/adulto se construye mediante fragmentos, pedazos de memoria
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que se actualiza en anécdotas. Esta reconstrucción no es lineal ni absoluta pero logra el
efecto a través del realismo que encontramos en las descripciones de alcanzar un relato
total. Formas de volver a casa se distingue de las novelas anteriores por describir con
más detalle y desarrollar de un modo intenso el mundo íntimo y social de los
protagonistas. La escena final se inicia con otro terremoto, el ocurrido en Chile en el
año 2011. En una primera lectura podríamos pensar que estamos ante un texto circular
por las condiciones de la escena pero desestimamos dicha captación; se trata de una
situación simétrica pero desplazada en el tiempo en el que, coherentemente, ya todos los
personajes son adultos. Así mismo, esta escena presenta al protagonista mirando pasar
los autos con niños en su interior a los que imagina recordando, en un futuro, el presente
vivido. El final pone en escena el problema de la representación del pasado y la
posibilidad de reconstruir otras versiones. Aunque la novela no explicita un sentido
concluyente o totalizador, la construcción y el desarrollo de la historia permiten
percibirla con un final próximo al de la novela tradicional.
Lo especular y la metatextualidad
Las tres novelas tienen una estructura de relato enmarcado cuyo procedimiento
constructivo es la puesta en abismo, la que Zambra utiliza evidenciando el proceso de
escritura, para reforzar en el lector la conciencia de que está leyendo ficción. Al
presentarse como relatos dentro del relato y relatos reflexivos -autoficcionales y
literatura en la literatura- las novelas presentan dificultad para determinar su género. En
las novelas de Zambra puede observarse el cruce no sólo de las acciones y versiones de
las historias relatadas, sino también de las textualidades con la presencia de discursos
metatextuales y las relaciones intra e intertextuales explícitas en los textos. Nos
referimos no sólo al hecho literario en sí, sino a la producción escrituraria relacionada al
concepto mismo de ficción desde la ficción: la metatextualidad permite cuestionar
aspectos literarios tales como autor y lectura. Además, el universo literario que ellas
despliegan instaura una multiplicidad de puntos de vista que justifican la construcción
de una memoria personal y colectiva para poner de manifiesto que no existe un único
modo de conocer, de decir y ni de contar la historia y sus versiones. Las características
hasta aquí mencionadas adscriben el conjunto de estas novelas a la narrativa
metaliteraria y metatextual.
Lo especular se manifiesta en Bonsái con la mención intertextual del cuento
“Tantalia” de Macedonio Fernández (1874-1952) el que produce un efecto de
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resonancia entre la historia narrada y los personajes de ambos textos. Personajes
semejantes cuyas historias de amor son similares pero con finales diferentes. La historia
de “Tantalia” y la de Bonsái se vinculan en las múltiples referencias al cuento de
Macedonio que, además de ser una historia de amor, revela la escritura de una novela
con una trama análoga en cierta medida, a la primera novela de Zambra, estableciéndose
entre ambas, además, una relación paródica. Mientras en “Tantalia” el proceso que sufre
el árbol (el trébol) parte del cuidado, formación y acaba en la perversión y aniquilación
de la planta (símbolo del amor) en la novela de Zambra son parodiados como binomios
de cuidado/formación y perversión/aniquilación de los personajes por parte de la
literatura. Gracias a la parodia, Julio y Emilia se construyen a sí mismos como
invención literaria y aniquilan el amor que los une. En el cuento de Fernández se da el
proceso inverso. Esto inscribe a la novela dentro de la tradición literaria posmoderna
caracterizada entre otras cosas, por connotaciones paródicas, la repetición o copia de
una producción literaria a través de similitudes que marcan la diferencia entre un relato
y otro.
La incorporación del intertexto es una marca de la puesta en abismo, en cuanto
desordena la imago mundi de Bonsái, a la vez que, por ser un clásico de la literatura
argentina, por momentos obtiene un lugar relevante en la trama debilitando la fuerza de
la historia y el mundo configurado de Julio y Emilia.
Lo especular se muestra, entre otros, en el hecho que al final de la novela
descubrimos que el libro que leemos (la novela de Zambra) es el mismo que el escrito
por el protagonista (el personaje de la novela de Zambra):
Se avergüenza, entonces, de Bonsái, su novela improvisada, su novela
innecesaria, cuyo protagonista no sabe, ni siquiera que la elección de una
maceta es una forma de arte, por sí misma, que un bonsái no es un árbol
bonsái porque la palabra ya contiene el elemento vivo (Zambra, 2006 , p.
86).
¿Escribes a mano? Nadie escribe a mano hoy en día, observa Gazmuri, que
no espera la respuesta de Julio. Pero Julio responde, responde que no, que
casi siempre usa el computador. Gazmuri: Entonces no sabes de qué hablo,
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no conoces la pulsión. Hay una pulsión cuando escribes en papel, un ruido
del lápiz. Un equilibrio raro entre el codo, la mano y el lápiz (p. 64).
La puesta en abismo del enunciado (un relato dentro del relato), además de
encontrarse en la mención del cuento de Macedonio, se presenta con el episodio referido
a Gazmuri, otro personaje escritor, cuya novela recientemente finalizada Julio habría de
transcribir. Observamos cierta relación de analogía entre los acontecimientos en torno a
la relación de Julio y Emilia y la síntesis que de su novela hace Gazmuri:
Hacia el final de la novela, justo en esta esquina ocurre algo importante, ésta
es una esquina importante (p. 66);
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No siempre les resultaba sencillo encontrar en los textos algún motivo, por
mínimo que sea, para follar, pero finalmente siempre consiguen aislar un
párrafo o un verso que caprichosamente estirado o pervertido les funciona,
los calienta (Les gustaba esa expresión, calentarse, por eso la consigno.
Les gustaba casi tanto como calentarse.)”(Destacado mío, p. 33)
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Ahora lee, está leyendo: se esfuerza en fingir que no conoce la historia, y
por momentos alcanza aquella ilusión –se deja llevar con inocencia y con
timidez, convenciéndose de que tiene ante los ojos el texto de otro. Una
coma mal puesta o un sonido rasposo, sin embargo, consigue devolverlo a la
realidad; es, entonces, de nuevo un autor, el autor de algo, una especie de
policía de sí mismo que sanciona sus propias faltas, sus excesos y sus
pudores. Lee de pie caminando por la habitación: (…) (p. 28).
Hay una imagen dibujada por Daniela a los seis años, donde aparece junto a
su padre en la nieve, esquiando (p. 95).
Acaba de terminar un libro muy breve, que sin embargo le tomó varios años
escribir. En un principio se dedicó a acumular materiales: llegó a juntar casi
trescientas páginas, pero luego fue descartando pasajes, como si en lugar de
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sumar historias quisiera restarlas o borrarlas. El resultado es pobre: una
escuálida resma de cuarenta y siete hojas que él se empeña en considerar una
novela (p. 28)2.
Habría que redactar muchos párrafos o acaso un libro entero para explicar
por qué Julián no pasó aquel tiempo en casa de sus padres (p. 34).
Pero ésa es otra historia, una historia menor, que no viene al caso –aunque
tal vez sería mejor seguir aquellas pistas falsas, Julián disfrutaría
enormemente de un libro diletante repleto de pistas falsas. (...) Por ahora, la
historia avanza (p. 37).
2 En este punto queremos recordar lo que Zambra mismo dijo del proceso de escritura de su primera
novela Bonsái: “Al principio la mayoría de las cosas que escribí eran poemas. Incluso por primera vez
escribí con parámetros métricos, porque el metro era un alambre que contenía una forma. Pensaba en un
libro que se llamaba Bonsái, pero que no tenía nada que ver con lo que es ahora. Una de las secciones era
un cuaderno de citas sobre bonsáis, por lo que algunas noches me dedicaba a buscar con más voluntad
que método las citas alusivas. Paralelamente hubo dos o tres cuentos o unas especies de novelas que
finalmente resultaban textos de cinco páginas…En su casa de La Reina, en un estudio sencillo en el que
destacan todos los libros de Coetzee, el autor intenta explicar cómo fue alambrando esta historia, cortando
de raíz a ciertos personajes, podando cada frase con rigor y hasta dolor” (Matus Alvaro, 2006, párr. 9).
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Cabe destacar que, no obstante las adhesiones al canon posmoderno, en esta
novela observamos la inscripción de un discurso que tematiza lo social aludiendo a la
resistencia al autoritarismo (en la mención al profesor de gimnasia nazi (p. 111)) o a un
posicionamiento crítico con respecto a la educación chilena y a los convencionalismos
sociales. Aunque apenas desplegado, este discurso constituye un verdadero gesto que
rompe con el procedimiento metatextual (que dominaba en Bonsái) y se aproxima al de
Formas de Volver a casa, novela en la que prevalece una crítica sociopolítica referida a
Chile en los ´80 (p. 75-81).
En La vida privada de los árboles el lugar y el tiempo de la enunciación del
discurso crítico es una construcción precisa: Chile bajo la dictadura pinochetista y el
contexto de una familia de clase media no militante. Dicha referencia emerge a modo de
reflexión de Julián cuando piensa que “en vez de hacer literatura debería haberse
hundido en los espejos familiares” (p. 70) y así recuerda, en otras cosas, que en su
familia se esperaba el toque de queda jugando al Metrópolis (p. 70). Los hechos
narrados trascienden el círculo mínimo de los personajes y alcanzan lo social referido a
esos años evocados de la dictadura como problemas sin resolución de un pasado
cercano que persiste en el presente del personaje.
De hecho, hay un momento notable en este texto que nos reenvía
intratextualmente a Formas de volver a casa. Como veremos a continuación
(anticipándonos al análisis de esta última), se establece entre ambas una relación
especular en la que, además, se sugiere, de modo más marcado, el aspecto o tono
autoficcional de la escritura de Zambra:
De todos los presentes Julián era el único que provenía de una familia sin
muertos, y esta constatación lo llenó de una extraña amargura (La vida
privada de los árboles, 2007, p. 67).
En mi familia no hay muertos, le digo. Nadie ha muerto, ni mis abuelos, ni
mis padres, ni mis primos, nadie (Formas de volver a casa, 2011, p. 104).
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En Formas de volver a casa lo especular se evidencia, más allá de las estructuras
abismales mencionadas en las anteriores obras y presentes también en esta, en un
intenso efecto de duplicación. Nos referimos no sólo a que lo especular aparece en las
estructuras que identificamos como puestas en abismo (del código, de la enunciación y
del enunciado), sino también en la equivalencia de los relatos enmarcados e intercalados
que componen la trama. La conexión entre ambos está marcada por la presencia del
mismo narrador, quien es protagonista de los dos relatos en diversos momentos de su
cronología. Además, la duplicación establecida entre la historia del pasado y la del
presente se patentiza con la presencia del resto de los personajes en las dos historias,
con el despliegue de los hechos en torno a los mismos acontecimientos (la dictadura de
Pinochet) y, naturalmente, sucedidos en el mismo territorio, Chile.
En esta novela la intensidad narrativa es causada por la superposición de las
estructuras abismales y por los límites difusos entre los distintos niveles de
ficcionalidad. Esto nos ha provocado dudas al momento de identificar cada una de las
puestas en abismo, como vinimos haciendo hasta el momento; la siguiente instancia es
una muestra de ello:
¿Salgo yo en tu libro?, dice al fin.
No.
¿Por qué?
Lo he pensado. Claro que lo he pensado. Lo he pensado mucho. Mi
respuesta es honesta:
Para protegerte, le digo.
Ella me mira escéptica, dolida. Me mira con cara de niña.
Es mejor no ser personaje de nadie, digo. Es mejor no salir en ningún libro.
¿Y tú sales en el libro?
Sí. Más o menos. Pero el libro es mío. No podría no salir. Aunque me
atribuyera otros rasgos y una vida muy distinta de la mía, igual estaría yo en
el libro. Yo ya tomé la decisión de no protegerme.
¿Y salen nuestros padres?
Sí. Hay personajes parecidos a nuestros padres.
¿Y por qué no proteges, también, a nuestros padres? (p. 82).
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aspectos vinculados a la enunciación pues gira en torno a la producción del libro. La
superposición de las estructuras abismales potencia la especularidad. Además, la
duplicación desconcierta al lector respecto de la voz narradora que por momentos se
confunde, como veremos en el próximo apartado de este trabajo, no sólo con la del
protagonista, sino con la del mismo autor Zambra. Surge, entonces, la pregunta sobre la
índole autorreflexiva o autoficcional de la novela.
El procedimiento de lo especular es uno de los rasgos utilizados, sin timidez, por
Zambra, por lo que nos interesa reconocerlo en su escritura perteneciente, en este punto,
al canon posmoderno; siendo Formas de volver a casa la más especular de todas sus
novelas.
No obstante, intentaremos, a continuación, distinguir algunos momentos de la
novela donde el procedimiento especular puede diferenciarse. En primer lugar, la
puesta en abismo del código se muestra en la emergencia del narrador como personaje
en el relato intercalado y, además, en la manera en que el productor del relato es puesto
en escena haciendo visible el acto de narrar (o escribir, en este caso, pues el
protagonista es un escritor):
Nos habíamos conocido hacía poco, la noche del terremoto, el 3 de marzo
de 1985, pero entonces no habíamos hablado. Claudia tenía doce años y yo
nueve, por lo que nuestra amistad era imposible. Pero fuimos amigos o algo
así. Conversábamos mucho. A veces pienso que escribo este libro
solamente para recordar esas conversaciones (El subrayado es mío, p.
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Como era de esperar, pasé todo el día pensando en Eme. Gracias a ella
encontré la historia para esta novela (p. 55).
Vino Eme, por fin. Me dio, como regalo de Navidad, un frasco de magneto
con cientos de palabras en inglés. Armamos juntos la primera frase, que
resultó, de alguna manera, oportuna:
only love & noise
Me mostró sus dibujos recientes y sin embargo no aceptó que le leyera las
primeras páginas de mi libro (p. 61).
3 Nótese la resonancia histórica presente en las dos historias que componen esta novela, vivida de modo
diverso por los personajes de cada una de ellas. En el ejemplo citado, la palabra “desaparecer” establece
una conexión que ejemplifica el efecto “especular” entre el mundo infantil (el juego de las escondidas) y
el mundo adulto (de la militancia política y sus consecuencias). La palabra remite, en su ambivalencia,
simultáneamente al tiempo pasado y presente del relato.
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biografía del protagonista (la del narrador que coincide con la del autor) 4, pero sobre
todo aspectos de su historia como lector, y su vinculación con la novela de Flaubert. Es
la segunda vez - la primera fue en Bonsái- que Zambra introduce el intertexto de este
clásico francés en sus novelas.
Por último, identificamos a la estructura abismal de la enunciación en los
siguientes pasajes:
Lo que pasa, Eme, pienso ahora, un poquito borracho, es que espero una
voz. Una voz que no es la mía. Una voz antigua, novelesca, firme (p. 55).
Más allá de las dificultades a la hora de distinguir las diversas puestas en abismo
también queremos detenernos en lo complejo que resulta en esta novela discernir y
discriminar si estamos ante una estructura abismal de cualquier tipo o ante una trama
textual con efecto especular, no sólo en el contenido sino en la forma de un párrafo, e
incluso como un párrafo metatextual. Por ejemplo, en el siguiente pasaje de la novela
nos encontramos con una puesta en abismo, la circularidad y los efectos de duplicación:
Llevo dos años viviendo solo y el vecino no se entera, pensé. Pensé también
que ahora era yo el vecino solo, ahora era Raúl, yo era Roberto. Recordé,
entonces, la novela (p. 162).
Este ejemplo, del último capítulo, se relaciona con un párrafo del primer relato
desarrollado en el primer capítulo de la novela y se evidencia el efecto de duplicación
4 En la nota de Alejandro Ortega Neri (2018, párr. 1) sobre el libro No leer de Alejandro Zambra, escribe:
“El escritor chileno Alejandro Zambra se convirtió en lector cuando Madame Bovary de Flaubert llegó a
sus manos en la niñez. Sin embargo, le hizo caso a su padre, que como método de lectura rápida le dijo
que leyera sólo las dos primeras líneas y las dos últimas de cada capítulo, y al quedarse con ganas de más,
decidió ver una de las adaptaciones cinematográficas”.
Nótese la coincidencia casi exacta entre las palabras que utiliza Ortega Negri para describir a Zambra
lector y el siguiente momento en la novela: “Madame Bovary era una de las pocas novelas que había en
casa, así que empecé a leerla esa misma noche, pero no tuve paciencia con las descripciones. La prosa de
Flaubert me hacía cabecear. Tuve que aplicar el método de urgencia que me había enseñado mi padre:
leer las dos primeras páginas y enseguida las dos últimas, y sólo entonces, sólo después de saber el
comienzo y el final de la novela, seguir leyendo de corrido. Si no alcanzas a terminar, al menos ya sabes
quién era el asesino, decía mi padre, que al parecer sólo había leído libros en que había un asesino” (p.
58-59) y “Estudié un poco con los resúmenes que había hecho mi compañero de banco y el día anterior a
la prueba encontré una copia de la película en el videoclub de Maipú” (p. 59).
20
pero hay un cambio no sólo en la escena sino en el sentido. Ahora “soy yo” y no “el
otro” quién está “solo”:
Raúl era el único en la villa que vivía solo. A mí me costaba entender que
alguien viviera solo. Pensaba que estar solo era una especie de castigo o de
enfermedad (p. 17).
21
de presentar límites difusos de partes del tejido textual y de las tramas narrativas,
también a la hora de clasificar sus novelas nos encontramos ante complicaciones: lo
metatextual, lo autoficcional, la ficcionalización de la historia, en un aparente
minimalismo literario (los escenarios, imágenes de Bonsái, por ejemplo) se produce una
escritura abigarrada o casi barroca, no tanto por las imágenes sino por los efectos que la
escritura provoca de relatos enmarcados y abismados. De pronto, en esta novela,
Zambra se nos revela como un autor paradojal.
Narradores y personajes
22
medular, el eje, el centro que activa el relato (el amor y la muerte) se impone al inicio
para luego enfocarse en aspectos “periféricos”: nos referimos a los “personajes
secundarios”, de desigual importancia tanto en la intervención como en el aporte de
información de los hechos. Comprobamos esto a medida que avanzamos en la lectura y
el personaje de Emilia, por ejemplo, se construye de acuerdo a las distintas versiones
que los personajes secundarios aportan sobre ella y sobre su pasado, su presente y su
futuro en la historia. La vacilación en la representación del universo de la novela se
observa en las alternancias de las voces narradoras que culmina con el retorno al
fragmento inaugural.
La configuración del espacio como un elemento fundamental de la imago mundi
se presenta transitoria y efímera. Un espacio en fuga mencionado pero no definido,
reproduciendo el mismo mecanismo de construcción que el de los personajes: evasión y
brevedad. En realidad, la nominación del espacio no es relevante para la acción como
sucede en algunos relatos clásicos donde el lugar (reino, palacio, casa) es esencial no
sólo para el desarrollo de la acción sino para su comprensión.
No sucede lo mismo con el tratamiento del tiempo, otra coordenada importante
en la diagramación del mundo representado en la novela. El tiempo sí tiene una carga
significativa e importante en la evolución del relato. La estructura del relato, de
apariencia circular, posiciona de modo fundante la percepción del tiempo y el ejercicio
de memoria de los personajes, pues el pasado determina las acciones y reacciones de los
mismos. El tiempo se configura no tanto como una convención sino como una
percepción individual de los personajes. Esto se evidencia en la continua vacilación
presente en la voz narradora y en los personajes, cuando al final de la novela, Anita y
Andrés dan la noticia de la muerte a Julio: “Un año o año y medio después se entera del
suicidio de Emilia” (Zambra, 2006, p. 94) dice el narrador, incierto, quitando
importancia al dato temporal. Pero antes también el narrador observa que “un año” les
parece breve a los protagonistas “aunque fue larguísimo” (p. 29). Hay un pasaje en la
novela donde el tiempo es ostensiblemente impreciso, inaprehensible, huidizo:
Va a terminar unos años más tarde, con la muerte de Emilia; Julio, que no
muere, que no morirá, que no ha muerto, continúa pero decide no seguir. Lo
mismo Emilia: por ahora decide no seguir pero continúa. Dentro de algunos
años ya no continuará y ya no seguirá (p. 40).
23
El pasado y el destino de los protagonistas confluyen en esta cita mediante la
anulación o suspensión del natural devenir del tiempo, síntesis condensatoria que
acentúa la irrelevancia de la cronología o el desarrollo de los acontecimientos en el
relato, destacándose, por el contrario, el mero instante.
“Los personajes no interesan, lo importante es el principio y el fin de la acción”
(p. 13), dice el narrador al inicio de la novela. Aunque lo declare como verdad absoluta,
de algún modo el relato demuestra lo contrario. Los personajes secundarios son
relevantes puesto que sus intervenciones, como dijimos, posibilitan la reconstrucción de
la historia narrada según las distintas miradas que tienen sobre los acontecimientos y los
protagonistas. ¿Cuál es la acción importante a la que se refiere la cita? Esta pregunta
tiene sentido puesto que la lectura revela acciones escasamente desarrolladas. La única
acción sustantiva para el narrador es la muerte de Emilia, que es también un poco la
muerte de Julio.
El narrador cuestiona categorías literarias en relación a la historia de amor que
mantienen los protagonistas. Por ejemplo, luego de habernos adelantado el final, el
narrador los presenta (a la pareja Julio-Emilia) del siguiente modo: “en teoría, estaban
dispuestos a todo…” (p. 13). En esta presentación simple, como al pasar, el narrador
destituye el amor y la disponibilidad auténtica de los amantes, en lo simbólico de estas
figuras en el campo literario con la expresión “en teoría”, instalando la duda acerca de la
autenticidad de la disponibilidad absoluta entre los amantes. Más tarde, declarará sobre
estos mismos personajes: “Descubrieron afinidades emotivas que con algo de voluntad
cualquier pareja es capaz de descubrir” (p. 14). En este ejemplo, el narrador, solemniza
la situación amorosa para luego empobrecer irónicamente: “con algo de voluntad
cualquier pareja…”. No son personajes especiales, son más bien ridículos, bajo la
mirada y el juicio del narrador, en su apreciación y, por tanto, materia de sarcasmo para
definirlos por “sus breves y exageradas vidas” (p. 25).
Esa misma noche Emilia le mintió por primera vez a Julio, y la mentira fue,
también, que había leído a Marcel Proust. En un comienzo se limitó a
asentir: Yo también leí a Proust. Pero hubo una pausa larga de silencio, que
no era un silencio incómodo sino expectante, de manera que Emilia tuvo
que completar el relato: Fue el año pasado, recién, me demoré unos cinco
24
meses, andaba atareada, como sabes, con los ramos de la universidad. Pero
me propuse leer los siete tomos y la verdad es que esos fueron los meses
más importantes de mi vida como lectora.
Usó esa expresión: mi vida como lectora, dijo que aquéllos habían sido, sin
duda, los meses más importantes de su vida como lectora (p. 24).
Había dicho (Emilia) que Miguel era gordo, moreno y simpático, y Andrés
era muy moreno y muy gordo. Simpático no era, desde la primera vez que lo
vio, hacía ya varios años. Anita también era gorda y bellísima, o al menos
tan bella como puede llegar a ser una mujer tan gorda, pensaba Emilia, algo
envidiosa. Emilia era más bien tosca y muy flaca, Anita era gorda y linda
(p. 50).
25
de Emilia y la recuperación de los recuerdos que lleva a cabo cada uno de ellos
descubrimos, como en negativo, al protagonista Julio y esta historia de amor trunca.
En oposición a la consistencia como personaje -lograda por la configuración
acabada- de Julio (única excepción en toda la novela), Emilia -en su carácter de sombra,
de ficción, con locuciones y acciones mínimas- está presente, a lo largo de todo el
relato, de un modo paradojal: de soslayo pero en el centro.
Ellos representan modelos pertenecientes al mismo círculo social de la clase
media chilena de fines del siglo XX y primera década del siglo actual. Sin embargo,
difieren en su comportamiento cuando, por ejemplo, el narrador refiere la iniciación
sexual tanto de Emilia como la de Julio. También observamos en Emilia más
determinación que en Julio en su arrojo existencial. El punto en común de ambos en
cuanto a sus comportamientos, es el deseo de diferenciarse de los otros, del “resto”,
como se explicita en el texto, lo que se traduce en poses, utilizando frases clichés, donde
la mentira se apodera de ellos por momentos, haciéndoles ser y pensar y decir lo que no
son ni quieren decir.
Julio y Emilia eluden el sufrimiento. Ello se infiere de la desmotivación que
ostentan; sus acciones nacen del aburrimiento y de lo ambiguo: al menos sus razones,
las pocas que llegamos a conocer. Por ejemplo, sobre los novios de Emilia dice el
narrador: “Entre el tercero y el cuarto hubo varios amores de una noche más bien
estimulados por el aburrimiento”; al decir de Schopenhauer, “La vida humana oscila
como un péndulo del sufrimiento al aburrimiento” (1985, p. 130). Dicha oscilación se
expresa en el siguiente momento, cuando se presenta el inicio de la relación:
26
modo permanente en que dichos estados habitan a los personajes, en concordancia con
el modelo de las subjetividades posmodernas El amor les pesa.
El mundo literario presente en la novela y explícito en citas y nombres de
autores, es decir, la ficción dentro de la ficción, es el elemento clave para comprender
las figuras de Julio y Emilia con quienes dicho mundo establece una relación de
especularidad. La literatura es el modo de vivir de ambos. Entre ellos se establece un
juego, no sólo literario-erótico, sino que juegan a ser personajes de la ficción que leen,
se comparan y califican a sus amigos de acuerdo a ellos, los de “Madame Bovary” (p.
35), por dar un ejemplo.
En general, son personajes descentrados, quebrados, que no logran reflexionar en
profundidad sobre los hechos sucedidos. Por ejemplo, ninguno considera de manera
consciente ni emotiva el suicidio de Emilia. Narrador y personajes quitan peso a la
muerte, uno de los tópicos paradigmáticos en la historia de la literatura universal. Así,
mediante un modo impreciso e intrascendente, Andrés, marido de Anita y amigo de
Emilia “le resume malamente una historia larga que nadie conoce bien, una historia
común cuya única particularidad es que nadie sabe contarla bien” (p. 94). A su vez,
Julio no reacciona, no pregunta nada. Andrés le reitera, con fingida precisión, “Emilia
está muerta. Se tiró al metro o algo así, la verdad es que no lo sé. Estaba metida en
drogas, parece, aunque en realidad no, no creo. Murió, la enterraron en Madrid, eso sí es
seguro” (p. 94).
Tras el conocimiento de la muerte de Emilia, Julio se conmueve, adquiere
consistencia y recupera el sentido existencial desde el sufrimiento. En esta instancia del
final, cesa el juego de la literatura en la literatura y se instaura un registro narrativo que
exhibe cabalmente la densidad atribuida a la experiencia de la muerte. Ello sugiere que,
hasta entonces, el mundo desplegado en la novela solo fue “literatura” (p. 13).
En La vida privada de los árboles se repite la dinámica del cambio intermitente
intercalado de la narración, ya utilizada en Bonsái; esta vez, para el desarrollo de la
historia de Julián, Verónica y Daniela. Los cambios de perspectiva evidencian los
recursos narrativos puestos en juego por Zambra, en continuidad con el canon
posmoderno. Sin embargo, como vimos en el apartado anterior (“Lo especular y lo
metatextual”), aquí se produce una discontinuidad con dicho canon mediante la
inclusión de una escueta mención de acontecimientos referidos a la dictadura chilena (el
toque de queda y los muertos políticos). Aunque en esta novela el narrador también
evalúa a los personajes y emite su opinión acerca de los hechos acontecidos de la trama,
27
sin embargo sostiene una posición neutral respecto de los discursos que evocan una
crítica social.
La presencia ostensible del narrador se juega en la presentación en cadena de los
recuerdos incompletos y enmarcados de Julián, durante su larga noche de espera. En un
gesto paradójico y lúdico de decir/no decir, el narrador reconoce que para comprender a
Julián habría que entregar mayor información, a la vez que la omite. Dicho gesto se
observa, también, en su modo de intervención cuando habilita a los personajes como
voz narradora y, sin solución de continuidad, retoma la palabra para recordar al lector
que está leyendo una ficción: “Cuando alguien no llega, en las novelas, piensa Julián, es
porque le ha sucedido algo malo. Pero esta no es por fortuna una novela” (el
destacado es mío, p. 51).
La naturaleza metatextual de la novela se expresa, además, en dichos irónicos del
narrador cuando, por ejemplo, emite su estimación de los personajes pero mostrando su
carácter de doble lo que crea un efecto especular: “A veces Fernando es esa mancha en
la vida de Daniela, pero quién no es esa mancha de vez en cuando en la vida de alguien.
Julián es Fernando menos la mancha pero a veces Fernando es Julián menos la mancha”
(p. 15).
Julián, quien parece solo leer, escribir y esperar que su mujer, Verónica, llegue de
su clase de pintura, es descrito como un hombre mediocre, conformista, fantasioso, poco
serio, profesor y escritor (p. 27). Con la insatisfacción que le es propia responderá a la
hija de su mujer que “en la vida es habitual que uno no sea lo que quiere ser. Es que
siempre quieres ser otra cosa, Daniela, responde” (p. 112). La cita muestra que, a
diferencia de Bonsái, en La vida privada de los árboles recibimos mayor información
de algunos personajes, lo que nos permite conocer de un modo más amplio su mundo
interior.
Con respecto al personaje Verónica, el lector accede a datos de su pasado o de su
situación contemporánea, según lo que los otros personajes y el narrador pueden o
desean contar. El mismo mecanismo, en este caso, es advertido en la novela anterior.
Así conocemos a Julián, Daniela y Verónica, en un primer momento. Luego a Fernando
(el ex esposo de Verónica), a Karla (ex novia de Julián), a Sergio y a Bernardita (los
amigos de Julián).
La acción se centra en un espacio y un tiempo acotados; dentro de ese escenario
espacio temporal se suceden, intercalados, múltiples relatos sin orden cronológico (la
28
casa, Santiago de Chile, la niña en sucesivos futuros, hasta adulta y profesional). El
clima urbano de la novela se manifiesta en el espacio donde tiene lugar la espera, el
departamento que antes había sido de Verónica, donde luego convive con Julián y que
después alquila Julián, donde finalmente habita solo.
Del escenario reducido en el que se alojan concentradamente los episodios de las
historias narradas (reales e imaginarias), sabemos que el amor entre Julián y Verónica
deviene, con el tiempo, costumbre y ausencia de deseo por el otro. Desconocemos si al
final de esa larga noche Verónica regresa o no. En cuanto a Daniela, se va construyendo
“imaginada” desde la voz de Julián:
No importa que Verónica llegue o no llegue, que muera o sobreviva, que
salga o que se quede; pase lo que pase Daniela tendrá treinta años y un
novio llamado Ernesto. A los treinta años pase lo que pase Daniela leerá mi
libro, dice Julián: su voz es como un trago de aire seco; su rostro ingresa sin
temor a la penumbra.
Y Julián imagina y escribe esa historia, ese día del futuro: el escenario es el
mismo, Daniela sigue viviendo en el departamento de ahora, de entonces (p.
85).
29
Karla que evidencian la ruptura de la pareja, Julián no acusa recibo y no abandona el
domicilio “motu proprio”, entonces ella le deja un mensaje en la pared: “Andate de mi
casa conchatumadre” (p. 32). El recurso de defensa de Julián ante ese hecho doloroso
serán la bebida y el olvido. Inmediatamente, el narrador describe la huida del
protagonista y dice: “Con la maleta en una mano y el bonsái en la otra, Julián abandonó
esa misma noche el departamento y pasó las semanas siguientes en pleno limbo
alcohólico” (33). Se pone en evidencia, así, el carácter “indolente y egoísta” de Julián.
Ante el sufrimiento se evade por medio del alcohol ante el fracaso de su relación.
Con respecto al carácter intratextual del personaje, lo descubrimos en varios
momentos de la novela: su descripción como profesor-escritor (recordemos que el
protagonista de Bonsái, Julio, también era profesor y escritor), que escribió un libro
corto que le llevó mucho tiempo concluir y que se empeña en “considerar una novela”
(p. 26-27). La referencia a la brevedad del texto logrado permite asociar a Julián no
sólo con el protagonista de Bonsái sino, autoficcionalmente, con el propio autor.
La cita siguiente confirma nuestra observación, pues ya mencionamos que el tema
de su novela es un hombre que cuida un bonsái:
Una noche de hace ya varios años comentó la imagen con sus amigos Sergio
y Bernardita: un hombre encerrado con su bonsái, cuidándolo conmovido
con la posibilidad de una obra de arte verdadera. Días después ellos le
obsequiaron, a manera de broma cómplice, un pequeño olmo. Para que
escribas tu libro, le dijeron (p. 29).
30
situación que se intensifica por el carácter desdibujado de lo que acontece
verdaderamente en la ficción, porque recordemos que la línea imaginación/realidad está
borrada en esta novela. Nos referimos al pasaje en el cual se expresa el deseo de
Verónica: “Si yo me muero no quiero que la niña viva con Fernando. Prefiero que se
quede contigo o con mi mamá (p. 65).” Y si bien Daniela queda a cargo de su padrastro
sin embargo, Julián que “quiere entrever un futuro que prescinda del presente, acomoda
los hechos con voluntad, con amor, de manera que el futuro permanezca a salvo del
presente” (p. 85) imagina el porvenir de Daniela.
Es interesante cómo Julián imagina a Daniela adulta, semejante a su madre:
5 Nos referimos a la presencia de Fernando, padre biológico de Daniela, en la vida de su hija, a quien
Julián -en lo que captamos un acto amoroso hacia Daniela-, imagina junto a ella: “es la primera vez que
Fernando siente lo que ahora siente al recibir a Daniela: una alegría que bordea la plenitud, una felicidad
casi absoluta, que sin embargo deja a la vista su forma incompleta, tenue gesto que estropea la imagen. Le
hubiera gustado haber presentido su visita haber sabido que ella vendría sin anunciarse, motivada por una
secreta urgencia, o simplemente para hablar -para construir la escena de padre y la hija que comen fideos
con salsa y toman café, mientras conversan sobre el clima o sobre una nueva carretera que han construido
en el norte. (...) ¿cómo representar lo que pasa mientras hablan, lo que no llegan a decirse, ese fondo de
tímidos reproches, de menudencias, que palpitan mientras hablan? ¿Cómo alumbrar las zonas que ambos
han decidido dejar a oscuras? (...) Les sienta bien la superficie. Les gusta jugar al deporte de pasar el
tiempo juntos” (p. 97).
31
Recién titulado como ingeniero comercial, Fernando fue gerente de
happybirthday.cl, una empresa especializada de organizar todo tipo de
fiestas de cumpleaños, que duró solo seis meses -mucho menos de lo que
yo esperaba y muchísimo más que mi matrimonio, bromeaba Fernando, que
era especialista en reírse de sí mismo, o como él diría, bromeando, de
nuevo: soy experto en autodirigirme bromas. Definirlo como un humorista
sería incorrecto, en todo caso, pues Fernando no era lo que se dice gracioso,
más bien era serio; reservaba, eso sí, como defensa, un cierto humor
distintivo (p. 96).
32
protagonista. Otra diferencia reside en el desarrollo acabado de los acontecimientos: el
narrador-protagonista completa la historia de los hechos intercalando el relato del
protagonista-niño con el del protagonista-adulto y el de los “personajes secundarios”. Es
decir, se narra la historia focalizando el pasado y el presente de Chile, tiempos
convencionales que se adecúan a la subjetividad de los personajes.
De esta manera, estamos ante una narración compleja en la que se advierte, no
obstante, cierta cercanía a la estética moderna de un narrador tradicional, a la vez que
sostiene el carácter especular y metatextual con intervenciones que dejan al descubierto
la continuidad de la narrativa posmoderna. Nos referimos a los momentos que instalan,
desde la voz narrativa, la reflexión autorreferencial y la reflexión sobre los vínculos
familiares y el modo en que generaciones contiguas conocen, escriben y reescriben los
hechos del pasado en común (individual y social): las historias familiares y la historia
socio-política. El siguiente ejemplo ilustra el modo en que actúa la memoria y
reescritura de la historia personal, en este caso también ligada de algún modo a la
política:
Años más tarde supe que no había sido un buen padre. (...) mi papá creció
con la obligación de ir a buscarlo a los tugurios (p. 38).
33
del episodio familiar, se suscita con su profesor un diálogo en torno al ser “comunista”,
quien ni siquiera se atreve a llamar las cosas por su nombre:
No es bueno que hables sobre estas cosas (venía de preguntarle al profesor
si era comunista), me dijo después de mirarme un rato largo. Lo único que
puedo decirte es que vivimos en un momento en que no es bueno hablar
sobre estas cosas. Pero algún día podremos hablar de esto y de todo.
Cuando termine la dictadura, le dije (p. 40).
7 Esto nos llama la atención y tendemos a pensar que responde a uno de los procedimientos
autoficcionales claves de la obra de Zambra, puesto que hay una coincidencia entre datos personales del
personaje y el autor de la obra. Hay momentos en la novela en los que el autor se expone en la ficción sin
tapujos: menciones de amigos escritores, nombres de barrios santiaguinos, autores contemporáneos y
clásicos. Pareciera que la ausencia del nombre podría permitir la empatía de experiencias generacionales
por parte de lectores del mismo rango etario.
34
descritos en sus rasgos externos sino y, sobre todo, por su función en el relato: se
presentan participando en torno al mundo del protagonista. No están, como los
personajes de las novelas anteriores, meramente mencionados. En Formas de volver a
casa constituyen dos grupos diferenciados y perfectamente identificables en su
pertenencia a una generación, encarnados en la expresión “literatura de los padres” y
“literatura de los hijos”. El protagonista y su grupo familiar son el centro generador del
relato. Desde allí se diseñarán los hechos, las versiones y las reescrituras de la
“cartografía” para el regreso a casa.
En este núcleo familiar no hay muertos por la dictadura ni tampoco recuerdos de
ellos como otra marca de la relación intratextual de esta novela, ya el protagonista de La
vida privada de los árboles decía de sí mismo que era hijo de una familia sin muertos y
sin libros (Zambra, 2007, p. 67). La política les es indiferente y actúan según el discurso
que la doxa impone: “no te metas”; tratan de pasar inadvertidos. Este grupo evoca, en la
ficción, a aquellos chilenos que negaban los sucesos que acontecían por esos tiempos:
desapariciones, arrestos arbitrarios de opositores políticos, exilios forzados, etc. Ese
entorno social e ideológico -el de su familia- es el punto de partida del protagonista para
llegar a la casa habitada, esta vez por las verdades, no por una verdad única.
El protagonista escribe una “literatura de los padres”, contrapuesta a una
“literatura de los hijos”. Esta es otra innovación de la novela: la incorporación de una
versión de la historia relatada por voces antes ignoradas, la versión de los niños de la
época pinochetista. La incorporación de ese registro es otro elemento de ruptura con el
canon posmoderno, no sólo por el registro infantil que la sostiene sino, sobre todo, por
la crítica social que ella conlleva.
En conjunto, apreciamos que los primeros personajes zambrianos son simples y
solo relevantes de un modo anecdótico, mientras que los últimos son complejos y
funcionales al relato, marcando así, su rol más definido y próximo al modelo
tradicional. En Formas de volver a casa vemos la concreción del paso que tanto deseaba
Camus: de la soledad a la solidaridad. Y he aquí el gran salto y alejamiento que ejecuta
Zambra en la configuración de sus personajes con respecto al canon posmoderno.
35
Por momentos, la narración se altera, no respeta el trazado cronológico de
los hechos, la reconstrucción de los mismos.
36
1972): “Pasaban los años, y la única persona que no cambiaba era la joven de su libro”.
La cita nos introduce a dos temas en los que se sustentan las novelas: la literatura (desde
la autorreflexión) y el recuerdo (memoria/olvido; recuerdo/reescritura). Ambos son
propios de la estética posmoderna, como vimos en la definición de nuestro marco
teórico. La mención en este epígrafe de un personaje de otra ficción preanuncia el tono
narrativo de Bonsái: nos referimos a su clima minimalista expresado también en el
título. La joven mencionada en el epígrafe se relaciona con Emilia, cuya muerte es el
punto en el que confluyen todos los personajes y objeto de la memoria y la escritura de
Julio. Emilia, la muerta, la ausente pero gravitante para el desarrollo de esta historia, es
la que no envejece8.
Asociamos el segundo epígrafe de Gonzalo Millán (1947-2006): “El dolor se
talla y se detalla”, al tópico del sufrimiento, representado en la novela en el arte del
cuidado del bonsái por la poda metódica y constante del árbol que la técnica requiere.
Esta figura aparece a lo largo del relato como alegoría no sólo de la existencia sino
también de la escritura. “Cuidar un bonsái es como escribir, piensa Julio. Escribir es
como cuidar un bonsái, piensa Julio” (Zambra, 2006, p. 87).
¿Qué es lo que se talla y se detalla en Bonsái? El universo habitado por
personajes escindidos en su interior y en su relación con el mundo exterior; son sujetos
dominados por el mero disfrute del momento y el fracaso de proyectos individuales y
colectivos. Es decir, la novela plasma un ambiente que no da lugar a la empatía con lo
comunitario ni al compromiso ni a la utopía. A nuestro parecer, Julio encarna la imagen
del epígrafe puesto que es el personaje que la novela nos muestra con más detalles en su
padecer existencial, padecer que se descubre en la angustia que lo embarga la
imposibilidad de escribir y el dolor de hombre herido cuando se entera del suicidio de
Emilia.
El tópico de la muerte aparece de modo esquivo; de escaso desarrollo. Los
personajes apenas demuestran compunción frente a la muerte; el tono neutro con el que
se alude a ella se capta incluso en el plano de la enunciación, con la muerte de Emilia
comunicada sin ningún apesadumbramiento. Su suicidio no parece inquietar o despertar
el interés por conocer los motivos entre los amigos. Queremos destacar que en esta
8A los pocos días de cumplir treinta años, Emilia se suicidó: “no siguió cumpliendo años después de los
treinta, y no porque a partir de entonces decidiera empezar a restarse edad, sino debido a que pocos día
después de cumplir treinta años Emilia murió, y entonces ya no volvió a cumplir años porque comenzó a
estar muerta” (Bonsái, p. 17).
37
novela, la muerte-ausencia de la protagonista no adquiere un sentido con fuerza política
aparente, pero sí la angustia existencial propia de la condición humana en Julio.
Leemos a Bonsái en clave alegórica: el derrotero del pequeño árbol (el árbol
diminuto artificial, como la novela misma que leemos) es la historia de amor y desamor
entre los protagonistas pero también la forma misma de la existencia. La breve novela
condensa con simpleza y economía, en las microhistorias de estos personajes, los
tópicos clásicos de la literatura universal.
Vemos al bonsái como símbolo no sólo de la existencia humana sino de los
lazos entre hombres y mujeres: para obtener un desarrollo exitoso del árbol hay que
conocer su ámbito natural, así como para que se produzca el encuentro entre seres
humanos es necesario conocer las condiciones que lo posibilitan. Por ejemplo, el inicio
mismo de la relación entre Julio y Emilia es azarosa. Sin intención manifiesta de
vincularse auténticamente los protagonistas inician una relación amorosa accidental,
“desarraigada”: “Aunque Julio hubiera preferido pasar la noche con alguna de las
hermanas Vergara, se resignó con rapidez a compartir la pieza de servicio con Emilia”
(p. 14).
¿Cómo vive el amor Julio? Julio “escabullía las relaciones serias, se escondía no
de las mujeres sino de su seriedad (...) Julio sabía que estaba condenado a la seriedad, e
intentaba, tercamente, torcer su destino serio” (p. 16). El desconocimiento de su propia
naturaleza también le impedirá reconocer la naturaleza del otro, de lo que resulta un
antihéroe, una figura alienada, un ser alejado de la plenitud. Sin embargo, el encuentro
con Emilia cambiará esta situación. La relación duró un año y medio y durante ese
tiempo “que no fue mucho pero fue bastante” (p. 24) se sinceraron con sus “menos
públicos deseos y aspiraciones” (p. 25). Ambos rompen límites corporales y
espirituales, disimulan las diferencias, se transfieren experiencias 9 y se encerraron en la
“violenta complacencia” (p. 25) de quiénes se creen superiores al resto del mundo.
El vínculo amistoso entre los personajes se percibe precario y débil. Sus
emociones y razonamientos se expresan en conductas individualistas y pragmáticas. Un
ejemplo de dicho proceder se observa en el episodio del “préstamo” de la pareja de
Anita (denominado Andrés o Miguel) a Emilia, para asistir a una reunión de colegas;
recordemos que Emilia hace pasar por su propio marido a Andrés, a quien presenta con
el nombre ficticio de Miguel.
9 Es el único momento en el que conocemos algo de la historia familiar de Emilia: “cuando decidió que
odiaba a su madre, a los catorce años: Julio la escuchó atentamente y opinó que sí, que Emilia, a los
catorce años había decidido bien” (p. 25).
38
Este simulacro de pareja plantea una crítica tácita a la institución matrimonial
porque revela el juego de la dominación aceptada convencionalmente por todos. El
episodio muestra no solo la valoración del estado civil en beneficio de los casados
(Emilia miente que lo está para conseguir el puesto de profesora de castellano), sino que
da cuenta, según observa y reflexiona Emilia durante la fiesta, cómo debe comportarse
tanto un hombre casado como una mujer casada ante la mirada y expectativa exterior (p.
53). De la aparente cercanía entre Anita y Emilia, el vínculo se vuelve distante a partir
del intento de Andrés de besar a Emilia. Vemos así lo inestable de estas relaciones
amistosas que devienen confusas y egoístas.
Otro tópico de la novela es el universo literario (literatura, escritura, lectura) que
une a Julio y a Emilia en un erotismo mecánico y en un entramado mentiroso, tejido por
ambos en torno a la “biblioteca imaginaria”, mentira necesaria para aceptar al otro como
su par, lo que evidencia el narcisismo de estos personajes. La enumeración de lecturas,
de autores tales como Darío, Schowb, Perec, Onetti, Tranströmer, Nietzsche, Ciotran,
Macedonio, Kerouac, Böll, Nabokov, Capote, Lihn, Proust, Borges, Bioy, Ocampo
ponen en conocimiento la biblioteca personal de Zambra, rasgo autorreferencial (y
metaliterario) recurrente en las tres novelas.
Los libros y las lecturas, entonces, aparecen en la novela como elementos de
seducción y fuente de placer. También con su vecina María, Julio se relaciona a través
del mundo literario y sus elucubraciones imaginarias10. En este caso, Julio no le miente
a María sobre sus lecturas, como lo hacía con Emilia, sino sobre la escritura o
transcripción de la novela de Gazmuri (p. 71). Por último, destacamos que la literatura
aparece, además, como una farsa en cuanto el protagonista sostiene ante los otros una
imagen de escritor que evoca el prestigio correspondiente al imaginario social. La
literatura será también el punto final de la historia de amor entre los protagonistas
cuando dejan de leer juntos porque les aburre.
En La vida privada de los árboles nos encontramos en el frontis con dos
epígrafes. El primero es de Georges Perec (1936-1982): “No tengo recuerdos de
infancia”. No tener recuerdos es no tener pasado. Es no tener raíces.
Vinculamos esta inscripción con Julián, quien tiene pocos recuerdos de su
infancia, no “tiene muertos” ni libros heredados. El epígrafe introduce el tema de la
10 En un episodio del primer capítulo cuando se relata el encuentro de Julio con María, aquél piensa que
ella es lesbiana por el hecho de leer a Sarduy: “Tiene cuarenta y cinco años y vive sola, lee a Severo
Sarduy: por eso, porque dos más dos son cuatro, Julio piensa que María es lesbiana” (p. 69). La literatura
une otra vez a Julio con una mujer pero la diferencia con Emilia es que María no es especialmente lectora.
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memoria, que en esta novela adquiere su forma en el recuerdo de los personajes de
hechos olvidados del pasado que emergen, asociados a alguna situación coyuntural de
la historia. Julián llena, con la reconstrucción de un recuerdo de su pasado vincular
(familiar y amoroso), el vacío dejado por la ausencia de su mujer. Conocemos de este
modo el mundo familiar y social del que proviene.
El segundo epígrafe: “…como la vida privada de los árboles / o de los
náufragos” del poeta chileno Andrés Anwandter (1974), pertenece al siguiente poema:
Nostalgia de cosas que no he vivido
Como la vida privada de los árboles
(o de los náufragos): aferrado a estas palabras
En el océano como una mesa
Cubierta de partituras, y un barco
Navegando en los ojos, escribo:
Una imagen absurda que se confunde
Con la nostalgia de cosas que no he vivido
Como la vida privada de los árboles
O de los náufragos
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Con respecto al tema de la ausencia, en el primer capítulo de La vida privada de
los árboles se presenta la acción principal (y paradójica): la ausencia de Verónica. La
espera es la “acción” absurda e interminable de Julián ante dicha ausencia. Asociamos
la presencia de este tópico no sólo al clima nostálgico sino también al tono
existencialista de la novela. Nos recuerda a la espera de Godot. Mientras tanto, la
ausencia (la angustia) es colmada de literatura, de recuerdos pasados y futuros que se
escriben o imaginan ser escritos.
A partir de esta ausencia, conocemos el mundo de las relaciones afectivas de los
protagonistas y cómo se desarrolla el tema del amor-odio en esta novela. Vemos esta
doble cara de los vínculos afectivos de Julián y sus relaciones con Karla y con Verónica.
Cómo del amor, de la construcción real e imaginaria que hace el protagonista de sus
relaciones, se pasa a un odio explícito, en el caso de Karla, silenciado y ausente, en el
caso de Verónica. El amor de Julián por Verónica muta: del inicio de una relación
comercial deviene una relación erótica y luego fría. El amor erótico por Verónica se
convierte en amor filiar por su hijastra, de quien Julián se hace cargo.
Las relaciones familiares o pseudofamiliares se describen como un mundo
vincular que pasa por varios estadios: el encuentro personal e íntimo entre dos seres
humanos que se enamoran o creen hacerlo (ya dijimos que no se profundiza mucho en
las motivaciones de las acciones de los personajes) se transforma, por proximidad más
que por afectividad, en un entramado familiar complejo. Ejemplo de ello, es la
ubicación de Daniela en su mapa familiar: vive con el segundo esposo de su madre y no
con su padre, como ya vimos. El “invernadero” que construirá Julián (mientras espera)
es un mundo de fantasía para proteger a la niña y también protegerse a sí mismo del
abandono de la mujer y de relaciones banales.
Lo novedoso en esta novela, que observamos distanciándose de la estética
posmoderna, es la incorporación de la temática de la identidad. La mención del origen
social y no militante (sin muertos y sin libros heredados, como ya dijimos) de la familia
de Julián. También la notamos en su configuración como un sujeto que “se despega” de
la conformación familiar, en la elección de su profesión (es escritor y profesor (p. 25)).
Pero el tema identitario se muestra significativamente en el problema del nombre del
protagonista. En La vida privada de los árboles se presenta el caso de “Un niño de
ocho o nueve años que se llama Julián y debió haberse llamado Julio, ese fue el nombre
que pronunciaron ante el oficial del registro civil pero él escuchó Julián y escribió
Julián…”(p. 71). Hemos hablado de la aleatoriedad de los nombres en Bonsái y
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recordemos que “Julio” es el nombre del protagonista de Bonsái. Ambos personajes
comparten, además del nombre, la profesión.
Esta segunda novela marca una ruptura respecto de la primera en cuanto
incorpora discursos que plantean un cuestionamiento de la versión oficial de la historia
e insinúa su crítica a la educación chilena; además, expone soslayadamente un escenario
de diferencias sociales. Esto último, cuando hace referencia al color de la piel, la
mediocridad y la frustración de aquellos que nunca pertenecerán a un determinado
grupo social o el hastío mismo de un grupo de la clase media condenada a ser la fuerza
laboral y disfrutar poco de la vida, refugiándose en ficciones11.
En los dos epígrafes de Formas de volver a casa volvemos a encontrarnos con
los tópicos de la memoria, la literatura y la nostalgia, además de otros que aparecen en
las obras anteriores.
“Ahora sé caminar; no podré aprender nunca más” es el primer epígrafe.
Pertenece a Walter Benjamin (1892-1940) y está tomado de su libro Una infancia en
Berlín hacia 1900. Es el texto de las memorias de un adulto sobre la ciudad que conoció
de niño pero que ya no le pertenece. Entendemos que el aprender a caminar produce
alegría, un sentido de independencia, de diferenciación de sus padres y por ende, del
mundo de los adultos, aunque inevitable e irremediablemente luego este aprendizaje se
automatice. El direccionamiento que da a sus pasos es lo más significativo de su
historia. Asociamos esta idea de independencia y diferenciación de los adultos en esta
tercera obra de Zambra, al sentido que adquiere la “literatura de los hijos” pues ha
llegado el momento de escribir, en palabras del protagonista, la propia novela.
El segundo epígrafe: “En lugar de gritar, escribo libros”, de Romain Gary
(1914-1980), está tomado de su relato autobiográfico Promesa del alba. Leemos en este
epígrafe uno de los sentidos que gravita en la novela: la generación de los Hijos en
Chile es la que puede dejar de gritar y ponerse a escribir, con la distancia necesaria, los
horrores de la dictadura y las destrucciones que padecieron sus padres. Esa “literatura de
los padres” (muda, no escrita en algunos casos) es salvada por el accionar reparador de
los hijos.
11 Cuando Julián recuerda su infancia menciona la tarde en que su padre volvió del trabajo con cuatro
cajas: una con cassettes de la colección “Los grandes compositores” y las otras con libros que constituyen
una biblioteca de literatura universal y chilena (suponemos la Colección Ercilla). “Hasta entonces en casa
solo había una enciclopedia para arreglar automóviles y un curso de inglés de la BBC. Los nuevos libros
instauran una mínima abundancia, a la medida de la prosperidad de la familia (p. 69)”.
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Desde el punto de vista del contenido, Formas de volver a casa se aleja de modo
contundente del canon posmoderno. La obra se inscribe en la narrativa chilena
contemporánea vinculada, directa e indirectamente, con la dictadura. Más allá de la
incorporación de discursos revisionistas en la historia relatada, consideramos relevante
la inclusión de discursos relativos a la construcción de la memoria personal y colectiva.
Lo que el protagonista escribe a partir del recuerdo de situaciones íntimas familiares, de
percepciones e interpretaciones de los sucesos significativos de su historia individual,
permiten también releer y reescribir lo acontecido a nivel colectivo. Se instalan, de este
modo, contenidos de carácter histórico y filosófico que promueven en los personajes
reflexiones particulares y de alcance social.
Esto aparece principalmente en el registro de la escritura del diario íntimo del
protagonista, plasmado en el segundo capítulo de la novela. Además de referencias a
temas metaliterarios, en él se lee los cuestionamientos a sistemas de creencias aceptados
con pasividad en el pasado, pero relativizados con indulgencia en el presente de la
enunciación narrativa, esto es, el protagonista en su adultez.
Sin el conocimiento de las historias “mínimas” (anécdotas del adulto cuando
niño) no podemos conocer la historia “máxima” (el conflicto político marcado por la
violencia del régimen). Se advierte la configuración de dos mundos en la novela cuya
perspectiva cambia según los actuantes en los hechos: el mundo de los adultos y el
mundo de los niños12. En torno a los hechos y las acciones del pasado que rodean a la
familia del protagonista y a la de su amiga Claudia no se emiten juicios categóricos. Sin
embargo, en ocasiones, el narrador-protagonista parece ponerse del lado de los
“comunistas” o “terroristas” cuando, por ejemplo, explica a su madre: “Bueno mamá,
pero las dictaduras no caen así como así. Esa lucha era necesaria” (Zambra, 2011, p.
133). La ambigüedad, por momentos, se pone en evidencia pues la narración no ofrece
respuestas absolutas ni a las cuestiones del pasado, ni a las del presente de la
enunciación, en una típica actitud posmoderna.
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recuperar y reconstruir su memoria personal y colectiva. Los tópicos de la memoria y de
la reescritura de la historia se visualizan en el relato que se cuenta sobre Claudia, que
pareciera ser también la historia de Eme14:
Muchas veces pasó eso, me dijo Eme esa vez, hace cinco años. Los niños
entendíamos, súbitamente que no éramos importantes. Que había cosas
insondables y serias que no podíamos saber ni comprender. La novela es la
novela de los padres, pensé entonces, pienso ahora. Crecimos creyendo eso,
que la novela era de los padres (p. 56).
escritores ya no usaban seudónimo. Me miró con escepticismo y a partir de entonces su interés fue
decayendo” (p. 69).
14 Cabe destacar cómo Zambra insiste en la irrelevancia de los nombres de los personajes. Si bien en
este caso podemos intuir que Claudia y Eme son la misma persona, el narrador parece desdoblarla: “me
paso el tiempo pensando en Claudia como si existiera, como si hubiera existido. Al comienzo dudaba
incluso de su nombre”. Recordemos que la ex pareja del protagonista en quien se basa su novela es
denominada Eme, que bien puede ser una inicial o el hipocorístico de Emilia o Emilse.
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primeras novias, a compañeros de curso que no nos simpatizaban, saludamos con los
brazos abiertos a gente que repudiábamos” (p. 62). La nostalgia está en el deseo de
volver a ser niños, sin necesidad de rendir cuentas de los actos y de las omisiones: “Me
asombra la facilidad con que olvidamos lo que sentíamos, lo que queríamos (…)
Queremos, creemos ser de nuevo los niños bendecidos por la penumbra” (p. 62). La
bendición de la oscuridad es la situación de “privilegio” de los niños frente a las
responsabilidades que debe ejercer el adulto.
Al preguntarse el protagonista si realmente reconocemos a alguien veinte años
después (p. 62), instala el tema de conocimiento y del reconocimiento, pregunta retórica
que involucra implícitamente el problema del auto-reconocimiento. Desde el
escepticismo de poder lograr un conocimiento absoluto del pasado, nace el deseo de
escribir porque “escribir te hace bien, te protege” (p. 63). La escritura como resultado de
la búsqueda de la verdad, a través de la nostalgia, los recuerdos íntimos y el mundo
literario. La verdad15 escrita, más que proteger nos hace libres. Todo acto de libertad es
un acto de movimiento, de desplazamiento. La nostalgia, la memoria y la verdad
aparecen aquí como caminos para la comprensión16, como caminos de regreso a casa.
El tópico de los vínculos está presente también en Formas de volver a casa. En
primer lugar, el vínculo familiar. El protagonista regresa a la casa de sus padres después
del terremoto de 2011 con una actitud comprensiva, aceptándolos tal cual fueron y son;
un modo de reconciliación y reafirmación del amor filial. Conmueve la escena en la que
el protagonista mira dormir a sus padres abrazados y piensa: “La imagen me parece
fuerte. Siento pudor, alegría y desasosiego. Pienso que son los hermosos sobrevivientes
de un mundo perdido, de un mundo imposible” (p. 137).
Estos vínculos familiares se muestran en dos mundos socio-simbólicos
antagónicos: el del narrador-protagonista y el de Claudia-Eme. El mundo familiar del
protagonista se ubica en la clase proletaria, sostiene una postura patriarcal, con un
padre presente pero ausente, que sólo vive para trabajar y mantener a su familia, una
madre que solo ha realizado tareas del hogar, entorno en el que nadie está vinculado a
alguna militancia política. El mundo familiar de Claudia se diferencia del anterior por
la ausencia del padre, el rol activo de una madre que sostiene el hogar en circunstancias
15 Concepto cuestionado en todas las épocas, incluido el posmodernismo y en el pos-pos. Para Jaime
Osorio, la verdad es “un no-problema” (2009, párr. 27). Comprendemos que este concepto en la
actualidad está muy lejano al dogmatismo y absolutismo de otros tiempos.
16 Para entender no sólo lo sucedido sino revivir el mundo perdido que recuperamos en el presente con
una mirada nueva, nos recuerda lo que escribió Bernanos (1944) en momentos de la ocupación alemana
durante la segunda guerra: “comprender para amar y amar para comprender”.
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adversas; una familia de militantes, universitarios y comprometidos socialmente. Por
un lado, una familia sin conciencia social, al margen e indiferente de los hechos
acaecidos durante la dictadura y, por otro, una familia comprometida con la lucha
ideológica que compromete no sólo su propia existencia sino que sostiene la de aquellos
compatriotas que viven y sueñan con el mismo ideal sin atreverse a asumirlo. En la
primera familia, “no hay muertos” mientras que en la segunda sí los hay, hay ausentes.17
Los vínculos amistosos también tienen un espacio en la novela. Desde la mirada
del adulto conocemos al niño y su relación con vecinos y compañeros luego del
terremoto de 1985. La amistad es valorada incluso en el desencuentro pues, en esta
novela, los personajes logran expresarse y empatizar con realidades como no sucede en
las novelas anteriores. El protagonista confiesa: “me siento demasiado cerca de lo que
cuento” (p. 64).
El vínculo amoroso se manifiesta en la relación del protagonista con Claudia-
Eme. Y con humor definen esta relación como “el amor al recuerdo”. El personaje niño
se vincula con Claudia, quien le atrae, pero también acepta el “juego” de detective que
ella le propone. Cabe agregar que, a diferencia de las novelas anteriores, el tema del
vínculo amoroso es aquí de índole auténtica e íntima; un lazo de amor fresco y
afectuoso en todos sus niveles.
Este vínculo también está contextualizado en el mundo literario (lectores,
escritores, biblioteca). Es inevitable establecer el paralelismo entre los protagonistas de
la historia de amor de Bonsái y de Formas de volver a casa. Julio y Emilia, recordemos,
se unen en el mundo literario desde la mentira de haber leído clásicos; desde situaciones
en pose, comparativas con personajes ficticios que leen mientras que en esta novela, si
bien el mundo literario como dijimos es el contexto y el ámbito de esa relación, la
construyen desde sentimientos más auténticos.
Por la tarde hablé, por segunda vez después de mucho tiempo, con Eme.
Preguntamos por los amigos en común, y luego a más de un año de la
separación, hablamos de los libros que se llevó o que olvidó sin querer. Me
pareció doloroso repasar, de manera tan civilizada, el listado de pérdidas,
17 EL mismo personaje percibe esta diferencia que marcamos cuando en la novela expone sus intuiciones
con mente de adulto de lo que el niño vivía con respecto a estas realidades: “Empezaba tardíamente a
conocer a mis compañeros: hijos de gente asesinada, torturada y desaparecida. Hijos de victimarios
también. Niños ricos, pobres, buenos y malos... Recuerdo haber pensado sin orgullo y sin autocompasión
que yo no era ni rico ni pobre, ni bueno ni malo. Pero era difícil ser eso…” (p. 68).
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pero al final incluso me animé a pedirle de vuelta los libros de Hebe Uhart 18
y de Josefina Vicens19 que tanto echo de menos. Los leí, me dijo. Por un
segundo pensé que mentía, a pesar de que nunca mintió sobre esas cosas,
nunca mintió sobre nada, en realidad. Fracasamos por el deseo de ser
honestos siempre (p. 54)20.
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historia, del Chile de Pinochet” (p. 67). Dicha crítica aparece en varios momentos de la
novela, en diálogos de niños, de adultos, mezclada con los recuerdos. Lo vemos, por
ejemplo, en la respuesta del protagonista a su profesor:
Consideraciones finales
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Zambra escribe sobre la corteza de la época que le toca vivir, entre las
continuidades del posmodernismo y los albores de un tiempo nuevo que ya es viejo.
Escribe sobre el amor al recuerdo como marca generacional y como acto político. Para
rejuvenecer ideales y estructuras que el posmodernismo intentó sepultar, Zambra toma
de su memoria personal y por los intersticios de la literatura que recorre, en los cuales
asoma la mirada del niño, siembra la esperanza que posibilita el reencuentro con uno
mismo y con los otros como un camino de regreso a la “casa” después de varios
terremotos naturales y políticos-sociales.
Como un intento de cápsula de salvaguarda, los textos de Zambra se construyen
como un microcosmos especular que reflexiona sobre la literatura desde la escritura de
ficción y sobre la condición humana que oscila entre el horizonte posmoderno y su
superación: la literatura como refugio pero, a la vez, como umbral para la comprensión
del mundo.
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