Clase 1 Final

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Introducción a la clínica de las psicosis

Edit Beatriz Tendlarz

Introducción general

“Nuestras mentes rechazan la idea del nacimiento de una cosa que puede nacer de su contraria,
por ejemplo: la verdad del error; la voluntad de lo verdadero, de la voluntad del error; el acto
desinteresado del egoísmo o la contemplación pura del sabio, de la codicia. Tal origen parece
imposible: pensar en ello parecería propio de locos.”

F. Nietzsche, Más allá del Bien y del Mal

Mucho se ha dicho acerca de la escritura y de la enseñanza de Jacques Lacan.


Que el “descubridor” de la enunciación del discurso parezca a veces tan críptico y hasta
enigmático en sus escritos hace pensar en una contradicción. Creemos que estas
dificultades no se deben solamente a una cuestión de estilo, sino a la riqueza y variedad
de interlocutores y saberes de diferentes campos a los que Lacan apela en su forma de
hacer teoría. Podríamos pensar que Lacan hace precisamente esto: juntar lo disyunto,
enhebrar lo enfrentado y sostenerlo con un poder de síntesis casi inédito. Lacan se
remite a contrastar conceptos de una forma de hacer ciencia, desde la oposición
episteme-doxa, hasta llegar a su formulación: “Dar cuenta de la clínica”. Es en este
sentido que desde Lacan el psicoanálisis debe ser entendido como una ética.

Podríamos decir que Lacan reconduce la cuestión subjetiva del tener al ser, del
conocimiento al saber. Lo que se reconduce desde lo universal no es ya hacia su
contraposición como particular, sino hacia la apertura de una terceridad, retomando la
categoría de lo singular para fundarla desde un estatuto que, hasta este punto, había
permanecido en su inmanencia: la locura.

Proponemos entonces realizar un recorrido conjunto acerca de las primeras


conceptualizaciones y formas de posicionarse frente a esta locura humana, para poder
ceñir así el modo lacaniano de abarcar los fenómenos psicóticos, su lógica y la
subjetividad singular que se expresa en ellos.

1
La pregunta “¿qué es la psicosis?” será la interrogación que nos orientará en el
recorrido de estas cinco clases. Podríamos pensar que Lacan ofrece un punto de partida
en el texto “Acerca de la causalidad psíquica” cuando dice que “No se vuelve loco el
que quiere.”1 Podríamos pensar que no se trata entonces del ser loco, sino del ser. En
palabras de Lacan: “Y al ser del hombre no solo no se lo puede comprender sin la
locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite
de su libertad.”2 Con esto, Lacan estaría cuestionando no solo el estatuto de lo caído por
debajo, de lo considerado como lo inmediatamente diferente, sino que además de ello le
está dando un estatuto fundante propio de la subjetividad humana. De esta manera se
trata de concebir que la locura representa la única condición del ser de la especie
humana. Y sin embargo, no se vuelve loco el que quiere. ¿Y quién tendrá la virtud de
volverse loco, entonces?

La enseñanza de Lacan nos muestra un espíritu de búsqueda de una verdad,


aquella que significaría un más allá de Descartes. Si entendemos al psicoanálisis como
una verdad singular que responde a la subjetividad más radical del ser singular, este ser
no tendrá otra forma de ser que la de estar siempre a punto, ahí, en la brecha, en la
disyunción de lo que es y lo que no es, listo a producirse y a advenir como una
revelación que sorprende. En este sentido, no se trata de un conocimiento, sino de un
des-conocimiento.

Así la clínica, por definición, es la parte de la medicina que consiste en la


aplicación de conocimientos médicos al enfermo. Pero en la clínica lacaniana no se trata
de un conocimiento, sino de saber acerca del desconocimiento base del ser humano. En
otras palabras, la única forma de ser llega a través de la alienación, tanto en el lenguaje
como en la imagen.

Sería interesante preguntarnos qué lugar queda para la palabra verdadera, fruto
de una subjetividad radicalmente singular, como nos la entrega el testimonio psicótico.
Esta sería la apuesta que hacemos los psicoanalistas: ahí, en el caso de la psicosis,
somos confrontados con lo que es otro nivel diferente de nuestro ser virtual, y se trataría

1
J. Lacan: Escritos 1: Acerca de la causalidad psíquica; La causalidad esencial de la locura; Siglo XXI;
Buenos Aires; 1988; p. 166
2
Ibídem.

2
de reconducir el ser en el goce al ser de la palabra con su ritmo y sus pausas. De esta
manera se trata de dar lugar a algo diferente en un más allá de Descartes, pero no sin él.

Si el sujeto se informa, es porque la estructura comporta este lugar vacío: hay


algo que falta. Será ese lugar vacío, ese silencio, esa falta a nivel del ser del significante
y la respuesta subjetiva singular a ello. Es así que, el presidente Schreber logra su
respuesta: para él, resulta irrelevante que no haya solución al ser. Se trata con Lacan de
lo indialectizable, lo que se presenta por fuera del comercio asociativo de los
significantes que copulan en el inconciente. No se trata del inconsciente como una
negatividad de la conciencia, sino de un concepto innovador que se diferencia por una
legalidad propia y con efectos que lo presentifican como fenómenos diferentes a la
conciencia y que centralmente se acompañan de una sensación de misterio o enigma.
Parafraseando a Lacan, el inconsciente es, partir de Freud, una cadena significante, que
en el caso de la psicosis aparece como un discurso efectivo y por fuera de toda
mediación simbólica.

Este inconsciente estructurado como un lenguaje permitirá a Lacan pensar la


clínica de la psicosis con lo que Freud aún no tenía y que además se escucha en las
neurosis y en las psicosis: “En esta fórmula que solo es nuestra por conformarse tanto al
texto freudiano como la experiencia que él abrió, el término decisivo es el significante,
reanimado de la retórica antigua por la lingüística moderna, en una doctrina cuyas
etapas no podemos señalar aquí, pero en la que los nombres de Ferdinand de Saussure y
de Roman Jakobson indicarán su aurora y su actual culminación, recordando que la
ciencia piloto del estructuralismo en Occidente tiene sus raíces en Rusia donde floreció
el formalismo.”3

El psicoanálisis de la orientación lacaniana gana no solo una formalización


sólida, sino que se presenta en todo su valor heurístico. Lo provee Lacan, cuando
retoma principios del estructuralismo como base para la lectura de Freud. En términos
generales, la actividad estructuralista consiste en re-construir un objeto o fenómeno de
manera tal que salgan a la luz sus leyes de funcionamiento; se trata de identificar, bajo

3
J. Lacan: Escritos 2: La subversión del sujeto y la dialéctica del deseo; Siglo XXI; Buenos Aires; 2002;
p. 779

3
la diversidad de las formas aparentes, aquel pequeño número de principios o esquemas
fundamentales que permitan unas leyes generales, y de establecer unas correlaciones
estructurales, dado que “la estructura da cuenta de un conjunto organizado, no
solamente en su singularidad específica, sino también en su comparabilidad con otras
estructuras.

Como el mismo Lacan desarrolla en El Seminario 3: Las psicosis, no se trata de


dispersar los tipos clínicos que tan laboriosamente la psiquiatría, y centralmente la
escuela francesa, habían construido a lo largo de más de doscientos de años. Se trata,
más bien, de percibir cuáles son los atolladeros, los callejones sin salida en los que se
estanca la concepción de la locura. A estos fines no solo hay que estar en contacto con
el conocimiento psiquiátrico, sino que hay que saber cuáles son los parámetros y la
legalidad por los que se rigen justamente sus sucesivas conceptualizaciones de la locura.
Con estos fines, el mismo Lacan se sorprende cuando en “Breve discurso a los
psiquiatras” dice que ningún psiquiatra se ha ocupado del texto Historia de la locura en
la época clásica escrito por Michel Foucault, aunque sea absolutamente capital su
lectura.4 Lo que más se encuentra en él es lo que el mismo Lacan define como
“comprensión de la posición del psiquiatra”5.

A lo largo de este curso, nos propondremos un recorrido de los conocimientos


psiquiátricos acerca de la locura, y estudiaremos qué nos dice su configuración acerca
de la psiquiatría y acerca de cómo este saber diferente al conocimiento se vuelve asible.
De este modo, “la verdad no es otra cosa sino aquello de lo cual el saber no puede
enterarse de que lo sabe sino haciendo actuar su ignorancia.” 6 El conocimiento cierra, al
saber solo puede accederse desde la ignorancia y solo así dará lugar a una verdad
posible. Se trata de un saber novedoso ya que no comporta el menor conocimiento sino
que sorprende al sujeto.

El loco, en el psicoanálisis lacaniano, gana así un estatuto subjetivo. Ahí adonde


se lo aísla, se lo confina para dejarlo a disposición de una mirada que lo conoce desde

4
Lacan, J.: Petits écrits et conférences; “Breve discurso a los psiquiatras - El 10 de noviembre de 1967”;
Inédito; p. 20
5
Ibídem, p.13
6
J. Lacan: Escritos 2: La subversión del sujeto y la dialéctica del deseo; Op. Cit.; p. 777

4
afuera y lo toma como objeto. En cambio, existe con Freud un trabajo subjetivo
particular, y con Lacan, una verdad subjetiva singular. Es la clínica del caso por caso.

Antes de Freud

Vamos a empezar esta primera clase interrogándonos acerca del lugar para la
sin-razón en una época en la cual la razón había logrado su más amplio dominio. Nos
preguntaremos por la explicación, y sobre todo, acerca de qué hacer con la locura.

1- Qué hacer con la locura? La sin-razón en la época de la razón

René Descartes,7 a través de su “Cogito ergo sum”, nos lega al humano


consciente de sí mismo; y es Voltaire8 -padre del Iluminismo francés- quien subrayará
su capacidad de razonar, de la cual nos servimos para conocer y establecer verdades, las
verdades del mundo. Por ello, la locura tiene una doble razón de ser: la razón,
conocedora, ubica su mirada tanto sobre la locura como en un lugar “otro” de aquello
que aparece como “no razonable”. La locura quedará ubicada “del otro lado” en tanto
“es diferencia inmediata, negatividad pura, aquello que se enuncia como no-ser, en una
evidencia irrecusable; es ausencia total de razón que se percibe inmediatamente como
tal, sobre el fondo de las estructuras de lo razonable.”9 Se constituye, entonces, bajo
esta mirada, como lo radicalmente diferente. Paralelamente, convoca a un discurso de
esta razón sobre la locura definiéndola como: “(...) individualidad singular cuyos
caracteres propios, cuya conducta, cuyo lenguaje, cuyos gestos se distinguen uno a uno
de lo que puede encontrarse en el no loco; en su particularidad se despliega para una
razón que no es término de referencia sino principio de juicio.” 10

7
Nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye en Touraine, cerca de Poitiers, y fue alumno del Collège
Royal de La Flèche, de los jesuitas, entre 1604 y 1612. Su filosofía se cimienta en sus Meditaciones
metafísicas o bien a través de su obra derivada, que es el famoso Discurso del método.
8
Su nombre era François Marie Arouet (París, 21 de noviembre de 1694 – 30 de mayo de 1778).
Filósofo, es uno de los principales representantes de la Ilustración.
9
Foucault, M.: La historia de la locura, “El loco en el jardín de las especies”; Fondo de cultura
económica, Buenos Aires, 2003, Tomo 1; p. 286. (En adelante, La historia de la locura se citará como
HC, especificando sólo el título del capítulo y la página). Cfr. también, Bercherie, P., Los Fundamentos
de la clínica: Historia y Estructura del saber psiquiátrico, Manantial, Buenos Aires, 1986.
10
Ibídem.

5
Empieza entonces a hacerse necesario, para conocer la locura, no quedarnos con
un saber intuitivo, moral o espiritual de lo que es un loco, sino abarcar nosológicamente
de qué se trata. Hasta aquí el loco era “obviamente” un loco y hasta el mismo Voltaire
se sorprende de que pueda conducirse un alma derecho a los manicomios sin saber
cómo algo ha cambiado en su esencia ni cómo es que puede razonar en falso. Si el loco
lo era, obviamente restaba cuestionarse por la locura.

Así, se sientan las bases para una primera oposición: la psiquiatría materialista y
la psiquiatría espiritualista. Para la primera, la locura probaría la materialidad del alma
como equivalente al cuerpo. Para la psiquiatría espiritualista, la misma locura se hace
valer como parte inmaterial del alma. 11 Sin embargo, habrá que esperar hasta fines del
siglo XVIII y centralmente al siglo XIX para poder llegar a una psiquiatría que de hecho
separe cuerpo y alma/espíritu. Sin embargo, “Quien dice ‘locura’ en el siglo XVII y
XVIII no dice en sentido estricto ‘enfermedad del espíritu’, sino alguna cosa que afecta
en conjunto a cuerpo y alma.”12

La locura empezará a definirse entonces como la sin-razón. Esto dará lugar a los
primeros intentos de describirla. Será considerada entonces como una entidad única,
dentro de la cual se aislarán subespecies. Tal es el caso de Philippe Pinel,13 quien la
define según el modelo de las afecciones orgánicas y la caracteriza como afección del
sistema nervioso sin inflamación ni lesión de estructura y sin presentar fiebre. Ubica
entonces la sede de la alienación mental en el cerebro. Sin embargo, este psiquiatra no
dará a lo orgánico el estatuto de causa; construye una clasificación basada en la
observación y análisis sistemáticos de los fenómenos de la enfermedad sin caer en
interpretaciones o explicaciones de los mismos. Establecerá dos grandes grupos dentro
de ella, tomado como criterio el estado de lo que se llaman “funciones intelectuales o

11
Foucault, M.: HC; “La trascendencia del delirio”; p. 331.
12
Ibídem; p. 333.
13
Philippe Pinel (20 de abril de 1745-25 de octubre de 1826), médico francés dedicado al estudio y
tratamiento de las enfermedades mentales. La clínica médica era para él la observación y el análisis
sistemático de los fenómenos perceptibles de la enfermedad. Es a partir de esta rigurosidad en el plano del
método que establece la primera clasificación de enfermedades mentales. Consideraba posible la
recuperación de un amplio grupo de los "alienados".

6
superiores del sistema nervioso”; estas se pueden encontrar abolidas (afecciones
comatosas) o perturbadas (vesanías). En este sentido, atribuirá su causa a factores
morales, de herencia o físicos -golpes al cráneo o su conformación defectuosa, así como
por su relación con otras afecciones, como por ejemplo el herpes, la gota, el parto, las
fiebres.14

Sostiene que las causas morales están ligadas a “pasiones intensas y fuertemente
contrariadas o prolongadas”, y nombra como factores predisponentes a “excesos de todo
tipo, las irregularidades de las costumbres y del modo de vida, y la educación viciosa,
ya sea por molicie o por dureza excesiva”. 15 El tratamiento del alienado será entonces
concebido como un modo de tornar regular aquello que se des-regularizó: el tratamiento
moral de costumbres y modo de vida -de fuerte tinte paternalista- en instituciones que
también están férreamente reguladas.

Jean-Étienne Dominique Esquirol16 –discípulo de Pinel- complejizará y


afinará las descripciones de manera minuciosa y detallada. A la definición de locura
como afección cerebral, agrega algunos conceptos significativos: dirá de ella que
además es “ordinariamente crónica”, y que se caracteriza por “desórdenes de la
sensibilidad, de la inteligencia y de la voluntad”. 17 Definirá la “alucinación” como
“percepción sin objeto”18, oponiéndose a la noción de Étienne-Jean Georget19, quien la
definirá como “ilusión”, en tanto al objeto percibido le subyace una idea que se torna
patógena. Esta idea de Georget se diferencia del concepto que plantea Esquirol, para
quien el objeto está presente pero es percibido de manera deformada, por lo cual la
fuente de error será la percepción. Si tomamos como referencia a los que supuestamente

14
Cfr. Bercherie, P., Los fundamentos de la clínica, Cap.1: “Pinel”, Manantial, Buenos Aires, 1999, pp.
17 y 18.
15
Ibídem, pp 18 y 19
16
Esquirol estudió en Toulouse y Montpellier. En París trabajó en el Hospital de la Salpêtrière. En 1805
se publica su tesis Las pasiones consideradas como causas, síntomas y medios de curar casos de locura.
Esquirol, como Pinel, estaba convencido de que el origen de las enfermedades mentales residía en las
pasiones del alma. Su Dictionnaire des sciences médicales describe, en precisos términos, las condiciones
de vida de los alienados en Francia.
17
Bercherie, Paul, Op. Cit., p. 26
18
Zlotnik, M.: “La Psiquiatría clásica y sus dos clínicas”; en Mazzuca, R. y cols.: Psicoanálisis y
psiquiatría: encuentros y desencuentros; Bergasse 19, Buenos Aires, p.37
19
Étienne-Jean Georget (1795-1828), psiquiatra francés, nacido en Vernon. En París estudió con Philippe
Pinel y Jean-Étienne Dominique Esquirol.

7
están del lado de la razón, del “otro lado”, se trata de que en la locura el sujeto por algún
motivo -por estar del lado de la sinrazón- percibe mal. En otras palabras el error es del
sujeto. Es interesante mencionar que esta cuestión no ha sido zanjada pero sí esquivada
por la psiquiatría contemporánea que no es de orientación psicoanalítica en función del
establecimiento de etiologías psico- y/o de órgano-génesis.20

Esta problemática, sin embargo, demuestra los aportes más interesantes


característicos de la psiquiatría de los siglos XVII y XVIII: la aparición del delirio
como lenguaje propio del loco. En primera instancia, se lo considera como error o
sueño. “La locura se encuentra exactamente en el punto de contacto de lo onírico y de lo
erróneo. (...) En tanto que el error no es más que no-verdad, en tanto que el sueño no
afirma ni juzga, la locura en cambio llena de imágenes el vacío del error y liga los
fantasmas por la afirmación de lo falso.” 21 El delirio entendido como el lenguaje del
loco también es tomado “bajo la mirada” de la razón. Es decir que desde esta
perspectiva se lo conocerá desde “otro lado”22. El delirio también será un sin-sentido, un
no-ser, un vacío de razón. Quedará determinado como un lenguaje no común y se lo
definirá como negatividad de lo que intenta definirse por la razón.

2- La locura y sus diferentes rostros

Así entonces, en el siglo XVIII comienza a haber un conocimiento sobre la


locura que esboza una positividad frágil, transparente 23 y que convive con la
negatividad de la sin razón como se ha planteado hasta el momento: los cuadros
nosológicos y los primeros intentos de descripción de la clínica. Recordemos aquí que
ya antes de Descartes, hay un conocimiento acerca de la anatomía nerviosa sostenida en
la experimentación y la disección de cuerpos humanos y de animales. 24

Por otra parte, y ya a partir de mediados del siglo XVIII, la locura se vincula con
la corrupción de los productos culturales como potenciadores de un mundo imaginario,

20
Foucault, M.: HC; “La trascendencia del delirio”; p. 332.
21
Ibídem p. 377
22
Foucault, M.: HC, “El loco en el jardín de las especies”; p. 286.
23
Foucault, M.: HC; “Los rostros de la locura”; p. 392
24
Cfr. Asimov, I.,1966, Breve historia de la biología, Buenos Aires, p. 226

8
no real, que deriva en el exacerbamiento de pasiones. Es decir que todo lo que tiene que
ver con la civilización aliena al humano de lo que le es propio: la naturaleza. Se enaltece
la vida del labriego como prototipo de salud; comienza a sospecharse que tanto la
actividad intelectual como la imaginativa tienden a confundir al humano o a inflamar
sus pasiones. Se postula el progreso de la locura,25 lo cual sería el germen de su
consideración social. Si bien aún se trata de la polarización naturaleza-cultura, hay algo
de la alienación que retorna desde la cultura. Sin embargo, aquí podemos plantear un
rasgo propio que marca todo el conocimiento de la época sobre la locura: su
característica regresiva. Si en este caso la razón, para justificar la sinrazón, reconoce en
ella una falta de naturalidad, es porque ella misma niega una naturaleza que le es propia
y la conserva dentro de los parámetros de una anti-naturalidad que le es ajena y la
aliena.

Así podríamos entender que la locura gana la noción de una temporalidad que
pone en jaque la idea de progreso, central para la época y para el inicio del
conocimiento científico moderno. También la locura deviene progresiva. Ya no se es
razonable de una vez y para siempre. La poesía, las novelas y la reflexión filosófica
empiezan a denunciar un lado más oscuro del humano.26 La temporalidad de la locura es
interpretada entonces como una detención del progreso.

El loco empieza a ganarse nuevamente un semblante de héroe trágico que


fascina desde el mundo greco-romano. La locura momentánea de un Edipo Rey, de una
Antígona, vuelven a recrearse en entornos modernos, contemporáneos, y no han dejado
de fascinar a la razón en esta nueva era. Aparece entonces la paradoja que funda un
imaginario social en el que la locura se percibe más frecuentemente en tiempos
presentes que en los anteriores, lo cual remite a una sola conclusión tautológica: hay
más locos que antes. Se comienza a percibir socialmente esto que aliena a las personas;
un ejemplo de ello es la obra del Marqués de Sade. 27 El problema no era el erotismo que

25
Foucault, M.: HC; “El gran miedo”; pp. 53-54.Cfr. también, Postel, J. (ed.), Nouvelle histoire de la
psychiatrie, París, 1994.
26
Ibídem; p. 37.
27
Ibídem; p. 51.

9
planteaba su obra, sino la trascendencia que tenía entre aquellos a los que se
consideraba potencialmente razonables.

Se establece entonces como medio inmediato lo social, lo cultural: las “casas de


fuerza” –lugares donde se encerraba a los enfermos, bajo una óptica según la cual se
trataba de sitios “correctivos”, en general dirigidos por comunidades religiosas- como
medios propicios para tratar la “enfermedad”; sus flujos y vapores serán los que
denuncian la podredumbre de la carne y la decadencia del hombre en su esencia.

La civilización, que ahora parecería querer incluir lo inmediato, es lo que genera


el vicio. La locura se presenta mediatizada por la civilización como exceso, sin límite.
Pero es justamente allí donde podríamos encontrar un punto en común -la alienación
como propia de lo humano en su medio cultural-, donde se regresa al aislamiento. Se le
añade la idea de contagio, centralmente por el aire. El término viciado no es casual. Si
decimos que la respuesta es el aislamiento, es en función de que no hay terapéutica
posible, más allá de la reeducación moral de lo desviado, lo erróneo y el ensueño. En
otras palabras no hay lugar para la verdad del loco.

El “medio” figura, entonces, no como lo positivo de la naturaleza sino que


construye su negatividad en función de que en ella la locura está abolida. Se considera
que el animal no es loco sino que pertenece y obedece a un ritmo, a una ley natural
donde la locura no existe. La locura ha dejado de ser considerada como el surgimiento
de lo animal en el hombre. Se le contrapone otro término en tanto la civilización, la
sensibilidad por fuera de la naturaleza, el conocimiento y la excesiva libertad alejan de
lo que realmente debería regir al hombre concebido como natural.

De esta manera, la locura queda incluida en la historia, pero para ser declarada a-
histórica. En este sentido, la historia de la locura será rápidamente transformada en una
crítica social: la miseria es vista como origen de la locura. Y dentro de los parámetros
de la miseria rápidamente recuperará su carácter moral. La locura quedará entonces
caracterizada como un error, un lugar donde la verdad se pierde. “A fines del siglo
XVIII puede verse que el hombre con su locura no pierde la verdad sino su verdad; ya

10
no son las leyes del mundo las que se le escapan, sino que es él mismo el que escapa de
las leyes de su propia esencia”28.

Podría pensarse que si esta es la escena de la locura, la poca difusión de los


descubrimientos de Antoine-Laurent-Jessé Bayle y su aporte de la Parálisis General
Progresiva encuentran un sentido. Con su descubrimiento de la inflamación de las
meninges no se queda con el sustrato inmediato descriptivo donde el diagnóstico se
hace desde sumatoria de elementos, sino que abarca una nueva etiopatogenia de la
locura. “Lo que Bayle describe efectivamente y por primer vez en la historia de la
psiquiatría, es una entidad mórbida que se presenta como un proceso secuencial que
despliega en el tiempo varios cuadros sucesivos, que pequeños signos diferencian de
otros cuadros parecidos, asociando signos físicos y psíquicos simultáneos que reposan
sobre una base anátomo-patológica.”29

El progreso muestra no sólo su dimensión temporal -desde una diacronía en la


concepción de la locura- sino también su contracara. Ya no se trata de algo radicalmente
diferente, sino de algo cercano, que conlleva la decadencia: la locura deja de ser una
percepción para devenir rechazo de la historia; hay que volver atrás, a la vida natural,
para evitarla. De esta manera surge la primera noción de “degeneración”. Este concepto
se desarrollará a partir de entonces, y alcanzará su apogeo en los siglos XIX y XX.
Frente a esto la respuesta sigue siendo la misma: el aislamiento. Si la locura debía ser
separada del resto de la sociedad, y recluida, era por el miedo al triunfo apocalíptico del
insensato.

3- Clínica de la mirada

Es así que la locura comienza a ser contemplada siempre desde la especialidad


médica: es el comienzo de una decidida medicalización de la locura, que llega hasta
nuestros días, donde encuentra su correlato en el DSM IV. Con el descubrimiento de
una etiología organicista de Bayle se reasegura un lugar bajo “la mirada” médica. Se
incluye a la locura -aunque siempre separadamente- en alas específicas de los
28
Ibídem; pp. 64-65.
29
Bercherie, P.: Op. cit.; Cap.5: “El descubrimiento de Bayle”, p. 54

11
hospitales. Los cuadros nosológicos ganan cada vez más categorías, sus análisis y
descripciones son cada vez más minuciosos. “(...) Todo un grupo de alienaciones
“sintomáticas” comienzan a clasificarse del lado de la parálisis general. Además de las
lesiones cerebrales, se comienza lentamente a describir caracteres específicos de las
perturbaciones mentales del alcoholismo crónico (...) y de otras intoxicaciones, así
como las que están ligadas a lo que entonces se llamaban “grandes neurosis” (epilepsia,
histeria).”30 El descubrimiento de Bayle alienta una nueva búsqueda de la etiopatogenia
de las subespecies postuladas: su modelo organicista serán las causas anátomo-
fisiológicas.

Los primeros en tomar en cuenta a Bayle y su descubrimiento de la parálisis


general progresiva serán Jean Baptiste Maximilien Parchappe31 y luego Jean-Pierre
Falret32. Este último, médico psiquiatra, se propondrá inicialmente darle importancia a
los síntomas secundarios por encima de los primarios. Para él, los alienistas deben
tomar en cuenta tanto los hechos negativos como los positivos, “las lagunas, omisiones,
ausencia de manifestaciones, al mismo tiempo que los actos realizadas o las palabras
pronunciadas: no debe, en una palabra, `reducir su papel al secretario de los enfermos.´
Los síntomas deben ser investigados tanto en el orden psíquico como moral. Finalmente
y sobre todo debe observarse `la marcha de la enfermedad, las diversas fases que
atraviesa, las oscilaciones y las alternativas que presenta.´” 33

De este enunciado se desprenden dos cuestiones que nos gustaría desarrollar a


continuación. Por un lado, que el loco sea llamado “alienado”. Las infinitas
descripciones nosológicas, los debates acerca de las causas, sus trasfondos éticos,
culturales o morales han vestido de diferentes rostros a la locura. En algún punto este
empuje descriptivo de los psiquiatras ha hecho que la sin-razón empiece a perder su
30
Bercherie, P.: Op cit.; Cap.5: “El descubrimiento de Bayle”; p. 56.
31
Jean Baptiste Maximilien Parchappe de Vinay (1800-1866), destacado psiquiatra francés. Autor de
Investigaciones estadísticas sobre las causas de la alienación mental
32
Jean-Pierre Falret (1794-1870), psiquiatra francés nacido en Marsella. Considerado el médico
psiquiatra más influyente del siglo XIX en Francia. .Estudió la depresión y el suicidio. Con el psiquiatra
Ernest-Charles Lasègue diagnosticó un desorden que ahora se conoce como Síntoma Lasègue-Falret. El
síndrome, según lo que indica el diccionario de Oxford, se caracteriza por la aparición coincidente de
síntomas psicóticos en los miembros de una familia mientras estos viven juntos.. El síndrome puede darse
también en una situación en la que un miembro de la familia, enfermo, transmite síntomas psicóticos a los
miembros sanos.
33
Bercherie, P.: Los fundamentos de la clínica; Cap.5: “Las enseñanzas de J.-P. Falret”; p. 59.

12
carácter único. La separación, su internación, ha permitido dar lugar a la diferencia: así,
empiezan a señalarse subespecies, entre las cuales están los insensatos y los alienados.

Para que la medicina pueda tomar a la locura como objeto de estudio,


inicialmente se la analoga a la muerte: ambas, locura y muerte, están en el exterior del
humano. Será entonces la medicina la que definirá los criterios de internación y
confinamiento. Se basará en un criterio de “riesgo de muerte” para el sujeto (por la
imbecilidad) o para otros (por el furor). Se trata entonces del criterio vida-muerte en un
sentido netamente médico.

Pero paradójicamente, será a partir de esta manía por parte de los psiquiatras -y
en este silencio del confinamiento- que la locura saldrá del mutismo para hablar su
propio idioma. Ya no solo hablamos de una mirada depositada ahí, hay algo que se
empieza a oír. Comienzan, también, y como consecuencia de ello, a ampliarse los
primeros principios organizadores: de “vida/muerte” -desde el criterio médico- al
“sentido/sin-sentido”.

Podemos ubicar, entonces, que entra un nuevo criterio en escena: el sin-sentido


indica la presencia de un nuevo criterio de observación, en tanto se le otorga a la locura
una voz. Ya no se trata de una sin- razón, aquello que queda por fuera, la alteridad en su
dimensión más radical; más bien este sin-sentido sienta las bases para que recién en el
siglo XIX se le puedan reconocer -a través de una psiquiatría positiva- los derechos que
le son propios.

A partir de lo anterior, vamos a ubicar cuál es el inmenso valor de que Falret


hable de “alienado” o de “médicos alienistas”. El alienado será aquel que ha roto
radicalmente con el mundo. Es quien, entre los insensatos –quienes tienen una
alteración o perturbación del espíritu o de la cabeza- ya no tiene ni huella de razón.

Podríamos sostener, entonces, que en esta larga tradición del conocimiento


acerca de la locura, los parámetros de razón/sin-razón, vida/muerte, sentido/sin-sentido,
la medicina aún no puede ubicar algo que le es crucial para mantener su lógica, a saber:

13
la enfermedad. Es en este sentido que, a falta de enfermedad, no puede establecerse otra
terapéutica más allá de su separación. La gran dificultad que se deriva de esto es hacer
coincidir la percepción asilar -según la cual el alienado debe permanecer en un asilo-
con la producción teórico analítica de la psiquiatría.

Nuevos intentos de agrupar la locura y diferenciarla darán lugar a nuevas


corrientes psico-organicistas. Es aquí donde surge la primera obra sistematizada sobre la
locura. Según Paul Bercherie34, la obra de Wilhelm Griesinger35 “se presenta ya con
las grandes divisiones (consideraciones generales, semiología, etio-patogenia, formas
clínicas, anatomía patológica, pronóstico y tratamiento) que pueden todavía encontrarse
en los tratados de fin de siglo e incluso en nuestros días; (...) el estilo es muy sobrio (...)
la obra puede servir de manual de referencia que puede consultarse sobre una cuestión
que necesite esclarecimiento.”36

Griesinger considera a la locura como un gran ciclo en el cual cada cuadro es


una etapa en la degradación progresiva del espíritu (psicosis única) y se diferencia de la
obra de sus colegas franceses en la estructura que le da al conocimiento sobre la locura.
Se apoya en las primeras conquistas de la neurología de la época, como también en una
psicología. El cerebro es el centro de toda actividad de conciencia, hacia la que se abren
paso representaciones que interactúan. Las representaciones surgirán de las sensaciones
y su asociación definirá la inteligencia. De esta manera son los móviles orgánicos -entre
otros- los que subyacen a las representaciones.

34
Paul Bercherie hace una exhaustiva tarea en la que muestra cómo fueron cambiando los conceptos con
que se manejó la clínica psiquiátrica desde Pinel hasta el círculo de Henri Claude. Su recorrido permite
ver con claridad cómo se llegó a determinado momento de la evolución de la psiquiatría, que es cuando
Sigmund Freud inventa el psicoanálisis. Esto permite tanto revalorizar la psiquiatría previa a Freud, como
identificar las raíces que en ella tiene el psicoanálisis.
35
Wilhelm Griesinger (1817-1868), psiquiatra e internista alemán nacido en Stuttgart. Dejando a un lado
sus artículos -tan vehementes en su juventud- y su extenso volumen sobre las enfermedades infecciosas,
La patología y terapia de las enfermedades psíquicas (Die Pathologie und Therapie der psychischen
Krankheiten) contiene en sí mismo un torrente aún no canalizado y asimilado de especulaciones sobre el
funcionamiento de la mente, tanto en estado de salud como trastornada. En sus concepciones filosóficas,
se vio inspirado de muy cerca por Herbart y Zeller. Editado por primera vez en 1845, cuando su autor
contaba veintiocho años, este enorme manual de patología mental ha alimentado los desarrollos de otros
autores tan dispares como Theodor Meynert, Charles Blondel, Karl Jaspers, Paul Guiraud y, sin duda,
Sigmund Freud
36
Bercherie, P.: Op. Cit.; Cap.4: “Guislain y Griesinger”; p. 43. El destacado es nuestro.

14
Aquí, la psiquiatría de Griesinger ofrece una síntesis entre asociacionismo y
materialismo psico-fisiológico agregándole “una concepción de conciencia y del yo que
toma de Johann Friedrich Herbart”37 Este último38 postulaba una concepción de la
conciencia y del yo según la cual las representaciones y tendencias que ellas
representaban pugnaban por ocupar el campo de la conciencia. Se trataba de complejos
de ideas que se formaban y encadenaban en el transcurso de nuestras vidas
constituyendo el yo. Aquellas representaciones que eran conformes a él, se veían
reforzadas, pudiendo así abrirse paso hacia la conciencia; las que no, eran reprimidas.
De este modo, el yo no sería una unidad, sino que estaría atravesado por numerosos
conflictos.

Esta metamorfosis radical en el yo será lo que Griesinger planteará como


proceso modelo de la locura, y su cura solo podrá ser efectiva en sus fases más
primarias. Diferencia dos procesos en esta metamorfosis: por un lado, el yo puede
devenir nuevo y falso, y cuando haya atravesado este proceso, el pensamiento vuelve a
ser formalmente justo, aunque ciertas ideas anormales quedan conservadas en él
(Verrücktheit o “locura sistematizada”); por el otro, el yo puede disociarse en masas
poco coherentes y discordantes haciendo desaparecer la unidad de la persona en la
demencia (Verwirrtheit o “estado obtuso afectivo y/o intelectual con conservación de la
actividad física”, o Blödsinn como “abolición de la actividad mental”). 39

Estas “enfermedades mentales”, al mismo tiempo que requieren de tanto detalle,


de tanta minuciosidad, explicación e interpretación, sin embargo siguen permaneciendo,
siempre, caracterizadas por una oscuridad que impide definir en que consiste lo que más
adelante, ya con Jacques Lacan, será llamado “estructura”. En los términos en que
habíamos planteado antes esta cuestión, las enfermedades mentales siguen quedando del
lado de la muerte.

4- La gran separación de la locura

37
Ibídem, p.45. El resaltado es nuestro.
38
Johann Friedrich Herbart (1776-1841), filósofo alemán, criticó el idealismo de su tiempo, y preconizó
un retorno a la experiencia. Fue uno de los primeros impulsores de la psicología científica.
39
Cfr. Griesinger, W., Patología y terapéutica de las enfermedades mentales, Polemos, Buenos Aires
1997

15
Será a fines del siglo XVIII, y en función de un proceso histórico que culminará
con la Revolución Francesa, cuando la separación de la locura adquirirá una
necesariedad política. Algunos observadores comienzan a señalar que la mayor parte de
quienes están en las prisiones del Estado y las casas de fuerza han llegado a ser
insensatos o bien a causa de la soledad a la que se los confinaba o bien a causa de la
sumatoria de malos tratos a los cuales se los sometía. Nuevamente el contagio, la
reproducción de lo que asecha, pero esta vez en las mismas entrañas del aislamiento. La
locura hará entonces oír su voz fundada en el silencio de su confinamiento solitario. Así
como hoy en los hospitales a los “locos”40 se los escucha – es el lugar donde, al decir de
hoy, las psicosis pueden encontrarse con una escucha-, en aquel momento solo
asilándolos es que se podía, de alguna manera, aquietar las voces moralistas de la
sociedad, para comenzar, en el silencio de éstas, a escuchar las voces que son propias de
la locura.

Así se empieza a separar a la locura de lo que compartía con su hermana mayor:


la miseria. Ésta primeramente fue considerada bajo la luz de la moral. La miseria
devendrá “(...) inalienable: por nacimiento o accidente, es algo que no se puede
evitar.”41 Pero hay un “lugar” de contagio, en esta enfermedad que no se deja reducir,
donde ahora es ella misma la que se multiplica de manera exponencial, y donde –a
modo de regresión- nuevamente el criminal se torna más criminal y el loco acaba por
perder completamente la razón. Así como la internación es creadora de pobreza, el
hospital es creador de enfermedad. Y es la figura del médico que debe entonces
diferenciar entre la enfermedad y la “enfermedad artificial” de un hospitalismo intuitivo
y moral.42

Podemos, en este sentido, pensar lo cabal de la ausencia de una terapéutica


adecuada, así como de una enfermedad claramente definida: Sigmund Freud lo señalará
en “Sobre la iniciación del tratamiento”, diciendo claramente diciendo que no hay nada
más costoso que la estupidez y la enfermedad. Y cuando hablamos de “costoso”, nos

40
Usando la terminología de aquel momento.
41
Foucault, M.: HC; La nueva separación; p. 105.
42
Ibídem, p. 120.

16
referimos a un costo subjetivo singular y simbólico con sus posibles derivaciones en lo
material. Surge la asistencia como concepto, y debe darse desde su contexto más
cercano: la familia, y en su falta lo más parecido a ella. Surge un movimiento en toda
Europa donde estos locos no peligrosos deben ser sacados del confinamiento absoluto
para vivir en casas y hogares que los albergan. Con todo esto empieza entonces a
dársele un carácter social distinto a la etiología de la locura.

Sin embargo, lo verdaderamente determinante es lo que comienza a pensarse


como lo económico y lo que se olvida es el efecto que esto pueda tener en el sujeto
singular.

La miseria también adquiere una nueva concepción, ahora -en función de lo que
la hace reconocible como pobreza- delata un sustrato económico que la empieza a
justificar. El pobre, al igual que el loco, será la población, pero en su diferencia el pobre
poseerá entonces su capacidad de trabajo. El pobre deja de ser entonces un enfermo
moral, un vago, un vicioso, para adquirir una potencialidad productiva. La internación
se torna un contra-sentido frente a la demanda de mano de obra tanto para las colonias
como para la producción de manufacturas. La indigencia, la pobreza, la miseria se curan
dándole la libertad de trabajar.

La miseria devendrá problema económico y social; la locura, sin embargo,


seguirá siendo un problema de fuerte sesgo moral: será entonces una enfermedad mental
considerada lo que le sucede a alguien que no puede hacer uso de esa “libertad de
trabajar” y queda consecuentemente por fuera de la economía y de la sociedad. Así la
locura quedará posicionada dentro del campo médico, el cual ahora renueva su criterio,
ya no limitándose a la concepción de un riesgo de muerte, sino también a la capacidad
de producir.

De esta manera, podemos decir que no es lo social, lo económico y lo político,


pero sí lo moral (como beneficencia y como tratamiento) lo que en este momento de la
evolución de la historia de la psiquiatría y de la clínica mantiene su relación con la
locura. Sigue siendo, aunque más detallada, la misma mirada bajo la que “(...) la locura

17
se encuentra finalmente liberada no por alguna intervención filantrópica, no por un
reconocimiento científico y finalmente positivo de su verdad, (...) no allí donde la locura
es enfermedad, sino allí donde esta anudada a la vida de los hombres y a su historia, allí
donde ellos experimentan concretamente su miseria y donde llegan a rondarles los
fantasmas de la sinrazón.”43

Por otra parte, el conocimiento médico no ha aportado nociones nuevas, sino


descubrimientos, al servicio de una labor regresiva de separación que hace aparecer a la
locura cada vez más visiblemente como una presencia inquietante.

Si bien es cierto que muchas de las cuestiones que hemos planteado como
intentos de abarcarla siguen vigentes hasta hoy, en el devenir del tiempo será donde la
locura dejará escuchar su voz, y habrá quienes estén dispuestos a entender su idioma
como lenguaje y reconocerle un ser del cual hacerse responsables. La locura en su
calidad de sin-sentido, un-bevue, das Unbewusste, devendrá lo que nos tiene trabajando.
Centralmente aprenderemos, siguiendo las enseñanzas de Jacques Lacan 44, a no
retroceder frente a la psicosis.

Antes de terminar esta primera clase, sería preciso hacer notar que si bien desde
la concepción de Foucault parecería haber una tendencia a juzgar la internación, el
aislamiento y la separación como algo que fomentan la perpetuación de la locura a
través de su confinamiento –como fenómeno contagioso, ya sea por agentes orgánicos,
económicos, culturales o sociales- nosotros, a partir de nuestra práctica clínica en
neuropsiquiátricos –como puede serlo, en la ciudad de Buenos Aires, el Hospital de
Salud Mental José Tiburcio Borda- sostenemos que los puntos que pueden animar
dicha crítica no se deben a la separación de los pacientes, sino a que pueda darse una
ausencia de un propósito terapéutico efectivo, agravado por un espíritu universalista
tautológico, movido por “lo científico” y la medicalización, en lugar del caso por caso
que trata de ubicar la singularidad de cada quien. El psicoanálisis de la orientación
lacaniana, precisamente, se hace cargo de esta última opción.

43
Ibídem, p. 122.

18
Lacan en su retorno a Freud nos enseña que la intervención se mide por sus
efectos. Y menciona enseguida que ahí, donde esta intervención es tal, lo denuncia un
cierto azoramiento. “Primum non nocere” dicen los médicos o como nos indica Lacan
“Primum vivere” 45 recordando que lo que tiene que primar es la prevención del daño.
Con tal fin una de las intervenciones posibles en el tratamiento con pacientes psicóticos,
y en especial pacientes crónicos, es la de la internación en centros de salud
especializados.46

45
Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder”, en Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires,
p. 575
46
En esta oportunidad, no será abordado el desarrollo de este tema.

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