El Panteon de Los Ugarte

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EL PANTEON DE LOS

UGARTE
por Daniel Tubau
 

8 de agosto

  Mi nueva casa, como yo la quería, resulta inquietante. Apenas es un


variación, que he tenido que reconstruir en gran parte. La casa se halla
empotrada en la pared de un viejo cementerio abandonado. Aquí me
siento bien. Hace más de trescientos años que no se usa el cementerio.
Sin duda ya nadie se acordará de él, pues su localización, alejado de
cualquier pueblo importante, entre valles, montañas y mesetas, hace muy
difícil su acceso a cualquier visitante.
  Me consta que este lugar sirvió, tiempo atrás, para cultos anticristianos,
pues el cementerio y la casa misma están repletos de estatuas claramente
satánicas: en cada esquina de la casa hay una estatua o gárgola. Estas
imágenes son similares en todos sus detalles, excepto en el rostro: el
resto lo componen un cuerpo alado, pero serpentino y sinuoso, unos pies
cartilaginosos y una cola de pez. Algo así como el Satán que describiera
el árabe Ibn-Nadim en «Fihrist».

17 de agosto

  Hoy he hablado con el administrador. ¡La casa ya es mía! He comenzado


a indagar sobre el lugar y he descubierto que hace tres siglos se
desarrollaron en el cementerio siniestros alquelarres a la luz de la luna. La
Inquisición intervino y numerosos brujos y hechiceras acabaron en la
hoguera. Es realmente extraño, pero he encontrado en varias bibliotecas
libros que hablan de este lugar y donde se mencionan extraños pasadizos
que recorren el cementerio y que llegan a lo que antes fuera una ciudad
medieval que hoy se encuentra en ruinas. Tengo que visitarlas, pero no sé
exactamente el lugar donde se encuentran. ¡Si encontrara el pasadizo!...

23 de agosto

  Estoy obteniendo informes realmente sorprendentes: hace cincuenta


años alguien adquirió la casa en la que yo vivo ahora y, desde entonces,
nunca se supo más de aquel inquilino: desapareció. Incluso lego vinieron
varias personas a buscarle. Sin resultado. Nada suyo fue jamás hallado:
ni ropas, ni libros; nada. ¡Como si nunca hubiera existido! También
desapareció su hijo años después. Parece como si una maldición
persiguiera a aquella familia, pues nunca se volvió a ver a ningún Ugarte.
Desde entonces, nadie se atreve a visitar estos parajes y cuentan los
lugareños que las brujas todavía habitan en sus tumbas y que en las
noches lunares asaltan a los desconocidos e intrépidos viajeros
arrastrándoles a los negros abismos. Según esta teoría los Ugarte fueron
víctimas suyas. Naturalmente yo no creo en esas supercherías, aunque
pienso que puede ser un buen tema para mi novela.

24 de agosto

  El ambiente es realmente propicio para la inspiración. Pienso escribir


una novela sobre la familia Ugarte. Será inquietante y sangriento. Justo lo
que desean mis lectores.

3 de septiembre

  La novela avanza rápidamente. Estoy convencido de que será un éxito.


Mi retorno a los lugares de origen… Escribo de noche, en el cementerio.
Confieso que siento miedo, más eso es lo que pretendo. Cuanto más
miedo sienta más terrorífico resultará el libro.

  El día veintiséis fui a procurarme lectura a la ciudad. Llegada la noche y


por avería del destartalado autobús que me deja de vuelta a cuatro
kilómetros del cementerio, me quedé a pasar la noche en la ciudad.
Cuando, a la mañana siguiente, volví a mi casa la encontré toda revuelta,
mis papeles descolocados, los muebles en desorden y los utensilios
desparramados por el suelo… Supongo que todo ha sido obra de un gato
o animal similar que, aprovechando mi ausencia, se introdujo por una de
las ventanas abiertas.

8 de septiembre

  Hoy el día ha amanecido claro y soleado tras una noche fría y húmeda en
la que la niebla impedía ver a más de diez metros.

10 de septiembre

 
  En estos últimos días vengo observando un curioso fenómeno: cuando
por la noche conecto mi radio de transistores sucede algo que me
inquieta, al emisión desaparece a cortos intervalos de tiempo y, en su
lugar, so oyen voces ininteligibles que susurran extraños cánticos cuya
letra me es imposible descifrar. Estar tarde iré a la ciudad para comprar
un magnetófono. Con él creo que podré grabar las voces y, de esta
manera, intentar posteriormente descifrarlas. Podría tratarse simplemente
de una emisora extranjera, ya que los cánticos me recuerdan vagamente
las letanías musulmanas, pero dudo que aquí se puedan captar emisoras
tan lejanas cuando ya es difícil sintonizar las emisoras locales.

12 de septiembre

  Ayer pasé la noche en vela intentando sintonizar los cánticos, pero sin
resultado alguno. No oí nada anormal. Naturalmente preparé la grabación
a micrófono abierto y con dos cintas. Me acosté desalentado, pero esta
mañana, al volver a pasar las cintas, me encontré con que los cánticos
aparecen efectivamente grabados. Me resulta sorprendente porque ayer
yo no escuché absolutamente nada. ¡Rompo una lanza a favor de la
psicofonía!

13 de septiembre

  El cántico grabado es muy breve, pero como se repite una y otra vez, he
podido descifrar al fin estos sonidos: «¡Iäaz! ¡Iaat! ¡Astur, Astur, Cz´ syakz
´ vulgthmm, vutlagz mn´vulguthmm! ¡Ai! ¡Ai-! ¡Astur!» Sé que he leído en
alguna parte algo muy parecido y, buscando en mis libros, he encontrado
una plegaria muy similar. ¡Dios mío! ¡Es un canto universal, un canto
destinado a extraños seres que, según parece, se recoge en el
NECRONOMICON, de Abdul Alhazrel, libro de cuya autenticidad dudé,
como otros muchos, hasta que supe de la edición de Camilo Días en 1667
–en gallego– y de las menciones del libro por parte de meigas tan
renombradas como María Sabina y Catuxa de Portela. Estoy trastornado.
Acabaré creyendo en las potencias infernales. Pero no, no puedo admitir
semejante patraña, es más razonable pensar que soy yo mismo, mi
mente, la que ha grabado esas palabras. ¡Se sabe tan poco de la fuerza de
la mente humana!

  Mañana es noche de luna llena. Pienso llegar hasta le fondo de este


misterio. Hoy me acostaré pronto con el fin de poder mantenerme en
vigilia la noche de mañana.
 

14 de septiembre

  Anoche tuve una espantosa pesadilla. Soñé que alguien se acercaba a


mi lecho, sentía su presencia y no podía verle. Se acostaba sobre mí,
hundiéndome las costillas bajo su peso. Intenté moverme, pero no podía.
Tampoco hablar. Ni, a pesar de mis esfuerzos, abrir los ojos. ¡Estaba
paralizado! Unas manos apretaban mi garganta y no podía respirar. Era
como si la vida se me escapara mientras aquel se vertía sobre mí su
fétido aliento. Entonces desperté. El libro que dejé sobre la mesilla de
noche había desaparecido y, por más que he buscado y rebuscado, no he
conseguido hallarlo. Ahora noto como si me siguieran, siento algo detrás
de mí; un aliento en la nuca que me hace estremecer… pero, cuando me
doy la vuelta, no veo nada ni a nadie detrás de mí. ¡Se acerca la noche!

15 de septiembre

  Ayer pasé la noche en el cementerio. Llevé una linterna y abundante


lectura. Descubrí, también, algo extraordinario: una serie de lápidas que
se hallan todas en un mismo panteón y que nunca antes había visto.
Todas llevan el apellido Ugarte. La primera corresponde a Juan Alonso de
Ugarte y la fecha de nacimiento y del óbito son, respectivamente, 1562 y
1612. Justo al lado de esta lápida, en una gran cripta marmórea, puede
leerse: «Descanse en la paz del profundo vástago de la creación Alonso
Martín de Ugarte, nacido en 1610». No figura la fecha de la muerte. La
siguiente tumba era de un Ugarte que había vivido de 1640 a 1698 y bajo
esta inscripción conmemorativa se leía: «Ya el polvo es carne, pasó la
tercera generación de las potencias oscuras y ninguna descansará». Me
hallaba reclinado sobre la siguiente tumba cuando a mis oídos llegaron
grotescos sonidos al tiempo que la tierra de ésta se removió y un viento
frío, procedente de la fosa, bañó mi rostro. No sucedió nada más. No
escuché ni vi nada en toda la noche porque allí, sobre la tumba, fui
vencido por el sueño.

17 de septiembre

  Ayer no pude escribir mi diario debido a la alta excitación que me


dominaba. Las pesadillas no me dejan un momento de tranquilidad. Sé
que ya alguien me vigila y sigue mis pasos… Recuerdo que intenté
abandonar el cementerio y volver a la ciudad, pero no pude. Aunque lo
deseaba con toda mi alma, me era imposible. Estaba atado y no podía
escapar.

23 de septiembre

  ¡Ayer vi su figura! No sé ya si en sueños o en la realidad. Estaba de


nuevo sobre mí. Sus manos –si pueden llamarse manos a aquello– eran
viscosas, goteantes, se derramaban sobre mi rostro como gelatina, se
introducían en mi boca, corrían por mi garganta. Quise vomitar pero no
pude. Mi estómago daba saltos intentando expulsar «aquello» de mi
cuerpo. Y de pronto, «aquello» se fue. Me incorporé del lecho y comprobé
–como me temía– que nada tangible o visible se encontraba en la
habitación. Me dirigí hacia un espejo y observé que mi rostro no estaba
manchado por la gelatina. No obstante, sentía en todo mi cuerpo la
asfixiante sensación de aquel repugnante ser. Todo él permanecía en mí.

29 de septiembre

  Hoy, en el cementerio, algo me agarró del brazo y, aunque no vi que cosa


pudiera ser, sentí su contacto. Me atenazaba arrastrándome hacia un
lugar preciso: ¡el panteón de los Ugarte!

  –¡Déjame, déjame! –grité enloquecido– ¡Suéltame! ¡Vete! ¡Oh, Dios mío,


ayúdame!

  Pero «aquello» no me soltaba y ni siquiera mis frenéticos rezos a un dios


en el que nunca creí sirvieron para alejarlo. Me arrastraba, me atenazaba,
vertía su aliento sobre mí…, pero yo no conseguía verlo, sólo sentía
horror y asco.

  Por fin, junto a una de las tumbas de los Ugarte, me soltó. Huí
desesperado y me refugié en mi habitación. ¡Estoy perdido! ¡Me tienen
atrapado!

3 de octubre

 
  ¡He de luchar contra ellos! Hoy es noche de luna llena. Llevo crucifijos y
un libro de salmos y creo, además, que sé donde se encuentra el
pasadizo.

4 de octubre

  ¡Es horrible! ¡Estoy perdido! Anoche hice dos descubrimientos en el


cementerio: las últimas fechas del panteón de los Ugarte son recientes y,
desde 1640, está grabado en todas ellas la frase: «… ya ninguno
descansará». También hallé el pasadizo que se encuentra bajo la tumba
de Alonso Martín Ugarte. Sus paredes son estrechas y húmedas y,
descubrí además, que no es el único pasadizo. Observando por un orificio
del muro pude apreciar que, paralelo al que me encontraba, existía otro
pasadizo más amplio. Lo intenté, pero no pude acceder a él.

  Desamparado, me arrastré como pude en busca de la salida (que


presumía eran las ruinas de la antigua ciudad) y en seguida noté que
«aquello» avanzaba a mis espaldas, me empujaba con complicidad de
amigo y me tocaba con sus heladas manos. Parecía como satisfecho de
mi acción…

  El túnel era interminable. La humedad me calaba hasta los huesos y


«aquello» seguía detrás de mí. Cuando volvía la cabeza con la intención
de verle el resultado era siempre negativo. ¡No había nada! ¡Nada!

  No sé el tiempo que transcurrió pero, repentinamente, divisé la luna llena


sobre mí y «aquello» me abandonó. Quedé solo allí, entre las ruinas, y
supe que algo terrible iba a suceder aquella noche. Y temblé cuando la
luna se mostró en todo su esplendor porque fue entonces cuando
innumerables e indescriptibles sombras corrieron entre las ruinas
entonando el cántico que tanto me había trastornado.

  Agazapado tras una columna, y aun a sabiendas de que aquellos seres


conocían mi presencia, pude observar a todos los monstruos que ante mí
danzaban: deformes, con rostros malignos, alas de murciélago y lenguas
de víbora, con pezuñas de macho cabrío, sucios, aceitosos, derramando
sus nauseabundas sustancias unos sobre otros…

  Avanzaron, entonces, dos figuras encapuchadas y la noche quedó en


silencio y nadie se movió. El más algo de los encapuchados murmuró
oscuras palabras que fueron coreadas por todos los demás y,
volviéndose hacia donde yo me encontraba, exclamó:

  –¡Cogedle! ¡Satán lo ordena! ¡El es el que ha de ser sacrificado a los


dioses de las estrellas!
  Escapé por el pasadizo con aquellos seres persiguiéndome y la risa del
maligno sacerdote golpeándome el cerebro. Me seguían, me palpaban, me
agarraban, me mordían y escupían sobre mí. Más no querían capturarme,
me dejaban escapar, tan sólo me torturaban en espera del fin que me
estaba reservado.

  –¡Dios mío! –grité–. Si existes, si hay algo superior a estos demonios,


ayúdame. ¡Ayúdame!

  Me encerré en mi habitación y atranqué puerta y ventanas. Amontoné


muebles a modo de parapeto y me armé con hierros y maderos…

  Estoy enloquecido, quizá ya esté loco. Temo a la noche. Vendrán por mí


cuando anochezca, cuando de nuevo huya la luz… ¡No! ¡Santo Cielo! ¡No
me cogerán! ¡Dios! ¡No puedo controlar mi cuerpo¡ ¡Me manejan! ¡Voy a
morir!

*  *  *

  Sobre el altar, el cuerpo mutilado de un hombre estaba siendo regado


con sangre de cabrito. Tenía los ojos desorbitados, una mueca de horror
en su rostro. Horror indecible. Algo imposible de imaginar…

  El encapuchado más alto invocó una oración demoníaca e un


desconocido idioma y murmuró a otro encapuchado:

  –Hijo mío, la obra que comenzamos hace medio siglo ha llegado a su fin.

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