Como Una Enredadera y No Como Un Arbol
Como Una Enredadera y No Como Un Arbol
Como Una Enredadera y No Como Un Arbol
como un árbol
Índice
Apéndices
El proyecto
Como una enredadera... está ahora en desarrollo de su versión 1.0. La idea original
fue presentada públicamente en el verano de 2003 en Praga, dentro de la Primera
Conferencia Global sobre Cibercultura, Ciberpunk y Sci-Fi
Puedes participar sugiriendo mejoras y cambios al equipo de desarrollo en el Foro
de Ciberpunk.org.
Cuando el equipo de desarrollo acabe la primera versión de los capítulos del índice,
habrá una edición global y el libro se publicará en papel
Al mismo tiempo lanzaremos una versión electrónica para fotocopiadoras: un
archivo que colgaremos de esta página y que podréis llevar a la copistería más
cercana y convertir en un folleto presentable sin tener que preocuparos de nada (en
A4 doblado por la mitad con las páginas ordenadas para que os la puedan sacar por
dos caras y grapar al medio) para que cada cual pueda sacar fácilmente copias y
regalarlas/venderlas a quien quiera.
Empezará entonces el proceso de desarrollo de la versión 2.0, que será público y
abierto, utilizando los foros de Ciberpunk.org como herramienta abierta y libre para
la realización de sugerencias, cambios e incorporaciones
Objetivos
Queremos ver si con los libros puede ocurrir algo similar a lo que ocurrió con el
software libre: que las versiones en papel sirvan para promocionar la generación
libre y casera de copias. Lo que nos interesa es maximizar la difusión.
Por otro que la misma elaboración del libro pueda funcionar como un proyecto
colectivo. La ambición de éste libro es contar nuestra historia, la historia de la
enredadera que derribó el árbol jerárquico de los viejos sistemas monopólicos de la
información, desde Microsoft a las discográficas trayendo un mundo nuevo. Por
supuesto, esto aún no ha pasado y nada asegura que vaya a pasar, pero el relato
tanto si pasa como si no del proceso merece ser escrito colectivamente, ser un gran
mosaico mural y vivo que versión a versión se actualice con la vida misma. El Foro
con el que estamos corrigiendo la versión 1.0 y con la que se elaborará la versión
2.0 es el primer paso para que este proceso tome vida propia y Como una
enredadera... se convierta en el kernel del discurso que los que estamos en la
batalla de la información libre (software, música, texto...) hagamos sobre nosotros
mismos
Puedes hacer varias cosas, la más sencilla sumarte a la lista de correo y mantenerte al día.
Pero si quieres ser más activo puedes plantear correcciones cambios y mejoras en los
contenidos o echar una mano en la maquetación, distribución, etc., en los foros de la
comunidad. Para cualquier otra cosa escríbenos
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Como una enredadera y no como un árbol
Finales de 1973, un viejo y barato Datsun de segunda mano cruza Estados Unidos.
Conduce un matemático hipposo sin mucho acomodo en la vida académica y con ninguno
en la empresa o la administración. Busca viejos veteranos de la Guerra Mundial para
hablar de matemáticas. Estudios criptográficos en bibliotecas de pueblo, desclasificados
por la ineficiencia de la NSA. Nada digno de salir en los periódicos. Las carreteras son las
de siempre, pero W. Diffie está trazando los primeros senderos de un nuevo mapa cuyos
límites finales aún no hemos descubierto.
En estas guerras han caído gigantes como la ATT o IBM, naves insignia de lo más
avanzado del viejo mundo industrial, pero también gobiernos, valores morales, leyes y
flotillas de .com's. Hay quien asegura que la caída del imperio soviético se debió en parte a
sus coletazos. El caso es que sus primeros resultados han cambiado nuestra forma de
comunicar, divertirnos y trabajar, pero aún estamos lejos de captar hasta dónde pueden
llevarnos.
Este trabajo parte de una tesis sencilla pero novedosa: existe una base económica y
material común para todos estos cambios. En la medida que la evolución del sistema
económico se mantenga por los mismos derroteros, movimientos como el software libre, el
copyleft o el P2P musical, socavarán cada vez más profunda e irremediablemente el orden
corporativo, jurídico y económico internacional, enfrentándose al poder de los estados y
los monopolios y elevando nuevos valores sociales en conflicto con el poder establecido.
Con los mercados saturados, sólo el diseño, la creación, la fabricación masiva de lo único,
nuevo y diferente podía resultar atractivo. Con el planeta fotografiado hasta la saciedad por
cientos de satélites y la planificación exigiendo modelos económicos que computaran
millones de precios y respuestas de los consumidores, era necesario procesar y transmitir
información de forma rápida, segura y barata.
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casi cuarenta años de economía de guerra. En los veinte siguientes, cuando la tecnología ya
había desbordado el marco de la guerra fría para llegar a los garajes y los supermercados,
nacerían Internet, la WWW, la informática de bolsillo, la telefonía digital, los CD’s...
Esa tensión entre una forma de organización social emergente y otra aún sólida se refleja
en las guerras de la sociedad de la información, de Linux a Napster, de Internet a los
movimientos de ciberderechos. Pero también genera valores nuevos, nuevos tipos de
héroes y de discursos. Informa los conflictos entre ciudades y territorios, entre capitales y
metrópolis. Busca nuevas formas de organizar las relaciones personales y el entorno, trae
nuevas formas de protesta y de conservadurismo. Cambia ejes. Nos da inmensas y nuevas
posibilidades de libertad y obligaciones incompresibles hace tan sólo diez años.
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1969, GCHQ: El centro del criptoespionaje británico, los herederos del mítico Benchley
Park donde Alan Turing desarrollara veinticinco años antes las bases de la computación y
creara en 1948 el primer ordenador, Colossus. El centro europeo del secreto.
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De los chicos de Benchley Park (que ahora ocupaban otras oficinas) no saldría nada al
mundo. El sistema se consideró poco práctico, algo inevitable en este tipo de
descubrimientos... y se dejó ahí. Con la jerarquía preocupada en otras cosas. Sin
posibilidad de publicar más que internamente, ni Cocks ni Allis volvieron a tratar el tema.
Con su silencio se retrasaba uno de los descubrimientos matemáticos más importantes del
siglo XX. El viejo sistema de la fábrica de secretos se hundía poco después.
El responsable Whitfield Diffie, un joven matemático que había recorrido Estados Unidos
buscando y atando pistas sueltas sobre la evolución [secreta] de la criptografía desde el
estallido de la guerra mundial. Entrevistando veteranos, peinando bibliotecas y memorias,
fue creando el mapa fragmentario de un mundo oculto. Nadie le financiaba. Diffie lo hacía
por puro placer del conocimiento. Era un hacker de pura cepa. Seguramente el primer
hacker de la Sociedad de la Información.
Cuando en 1970 Diffie consigue que le presten una casa en la Costa Oeste y se entrevista
con un joven profesor neoyorquino de segunda fila que se había negado a trabajar para la
NSA, nace la nueva comunidad criptográfica. De momento son dos personas Wihtfield y
Marty. El nombre de un algoritmo: Diffie-Hellman.
Juntos generarían la masa crítica de conocimiento necesaria para el salto cuántico que la
matemática aplicada estaba pidiendo a gritos. El salto que el desarrollo de las
telecomunicaciones y el mundo digital de los siguientes treinta años necesitarían como
precondición básica: la criptografía de clave pública.
Era 1975 y el primer papel de Hellman y Diffie es rechazado, como lo había sido antes el
de sus secretos colegas ingleses. Sin embargo, la idea está ya en el circuito académico.
Despierta pasiones. Partidarios y adversarios. Ha nacido la comunidad criptográfica libre:
Hackers y académicos. Antes de un año todos los fundamentos serán publicados y
discutidos hasta la saciedad. En los siguientes 10 años la disciplina avanzará más que en
toda la Historia de las matemáticas. La joven comunidad se enfrentará al estado, a la IBM,
a las leyes de la guerra fría... e inevitablemente contagiará a la naciente industria del
software y la tecnología hasta derrumbar completamente en la época Clinton todo el
sistema legal e industrial que constreñía su desarrollo.
¿Cómo podía haber llegado a pasar? ¿Cómo quince años antes de caer el muro de Berlín
pudo escapársele al sistema burocrático científico más paranoico de la Historia algo tan
importante como la posibilidad del cifrado asimétrico seguro? ¿Cómo pudieron colárseles
unos cuantos hippies y desmontar el poder de las hasta entonces todopoderosas agencias?
¿Cómo se le escapó a la IBM? Lo que había pasado, era sólo un anuncio del mundo por
venir. La respuesta es sencilla: la lógica del sistema de incentivos. Como diría cualquier
economista, simplemente los incentivos que el viejo sistema cerrado podía producir no se
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alineaban con los nuevos objetivos a conseguir. Era cuestión de tiempo que apareciera un
Diffie.
Durante la Segunda Guerra Mundial la criptografía había avanzado como nunca. Pero
entonces, merced a la concentración masiva de recursos y la movilización de todo
matemático relacionado con el tema en el esfuerzo de guerra, comunidad del secreto y
comunidad investigadora eran la misma cosa. Los incentivos de una y otra se fundían y
alineaban. No quedaba nada fuera. Tras la guerra en cambio, el suicidio inducido de Turing
(castrado por homosexual) marca el fin de la comunidad única. Los chicos de Benchley
Park o los de la NSA podrán fichar a todos los chicos brillantes que un presupuesto militar
sin límites pueda pagar. Pero ya no es cuestión de dinero. El conocimiento necesita
libertad, debate público, contraste, anticonvencionalismo para dar saltos cualitativos.
Desde 1948 el sistema del secreto sólo dará barroquismo teórico. Cuando alguien como
Ellis propone un salto cualitativo queda enfangado en las rutinas burocráticas y se ahoga.
Esto es lo realmente importante. La guerra legal y política era una consecuencia tan
inevitable como el triunfo antes o después del sistema hacker de organización del trabajo
creativo sobre el secretismo y la cerrazón de la fábrica de conocimiento monopolista. La
épica de la batalla, los personajes de éste primer gran combate han sido minuciosamente
descritos por Steven Levy en Cripto. En su párrafo final relata un único encuentro
telefónico de Ellis y Diffie en 1997:"Ustedes hicieron con ella más de lo que hicimos
nosotros" dijo el padre de la criptografía no secreta al padre de la criptografía de clave
pública. Y siguió guardando su secreto. Mientras las aportaciones del hacker se extendían
por el mundo como una enredadera imprevisible, el viejo guardián del secreto seguía
viéndolo como un desarrollo lineal de alternativas definidas. Como un árbol que echa sus
raíces.
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Free as in freedom
Por: Natalia Fernández
Apéndice: Una conversación con Richard Stallman, por David de Ugarte (DdU), con
correcciones a la edición de Richard Stallman
- DdU: Lo que comenzó como movimiento del software libre parece ahora extenderse a
través del copyleft a los libros. ¿Crees esta proyección natural? ¿La filosofía del software
libre y el copyleft seguirá yendo cada vez más allá?
- No exactamente. Los libros tienen distintos propósitos. Hay libros de uso funcional como
manuales y diccionarios, libros de opinión, de Arte, de entretenimiento... no pienso que las
cuestiones éticas sean independientes del propósito del libro. En los libros de propósito
funcional las cuestiones son iguales. Esos libros deben ser libres. Pero no necesariamente
los otros tipos. Hay ahora proyectos de libros de texto libres, hay una enciclopedia libre, la
mayor del mundo y creo que hay un diccionario de castellano libre.
- Es una cuestión difícil. No tengo una respuesta que me satisfaga. Seguro que la gente
debe tener por lo menos el derecho de compartir no comercialmente copias de la música
grabada. La cuestión del hecho de compartir existe como consecuencia de un cambio de
tecnología. En la época de la imprenta esto no existía como problema de importancia
práctica porque sólo los impresores podían copiar libros eficientemente. Era un asunto de
reglamentación industrial, no de derechos cívicos. A consecuencia de un cambio
tecnológico se ha vuelto una cuestión de derechos cívicos. Otros cambios por venir pueden
igualmente cambiar nuestra visión de los derechos. No los principios morales
fundamentales que los sustentan. Esos no los cambia la tecnología aunque si sus
resultados, las aplicaciones prácticas de esos principios.
- La piratería es atacar barcos y eso es muy, muy malo. Pero compartir copias de cualquier
obra en la computadora con vecinos y conocidos es un acto bueno, es cooperación social.
La idea de comparar los dos actos, uno muy inmoral otro muy moral es completamente
incorrecta. Es un término de propaganda y no quiero participar de la propaganda de los
editores.
- Puede que si, pero esto no quiere decir que sea legítimo imponer penas a los que hacen
copias no autorizadas, porque compartir copias no es inmoral y no podemos tolerar el
castigo sólo porque esperemos un resultado indirecto favorable a nuestra causa.
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- La libertad derivada de guardar el control sobre todas las computadoras. Con el software
no libre el dueño legal del programa tiene el control sobre lo que hace tu computadora.
Ganarán una sociedad en la cual la cooperación entre los ciudadanos será promovida y no
prohibida como hoy en día.
- DdU: Hace poco releía un cuento tuyo, El derecho a leer, una auténtica distopía en el que
el sistema de pago por derechos ha avanzado tanto que es imposible leer sin tener que
pagar. Y me acordaba de que en los años sesenta esto no era una pesadilla, sino una utopía
llamada Xanadu que fue el comienzo del hipertexto...
- Por eso no era yo tan partidario de Xanadu... He visto un día en los años ochenta que
había una contradicción entre la licencia para publicar cualquier cosa en Xanadu y la GPL
en GNU. Habría estado prohibido publicar cualquier programa bajo copyleft en Xanadu.
- En términos legales es un uso del derecho de autor, no una renuncia. En términos legales
es muy claro. En términos morales es decidir no ser guardián del uso que los demás hacen
de tu obra. Es por eso que violar la licencia de software libre es inmoral, no porque lo sea
violar cualquier licencia, sino porque lo es violar los derechos del público. El copyleft
implica el uso del derecho de autor que consiste precisamente en no usar el poder derivado
de la propiedad excepto para impedir que otros diferentes al autor y al público impongan
su poder.
- DdU: El nuestro es un movimiento hacker que tiene mucho en común con el mundo
científico, ¿se parecerán los científicos a los hackers? ¿Se extiende el hackerismo a otros
sectores?
- Hacker, usando la palabra inglesa, quiere decir divertirse con el ingenio [cleverness], usar
la inteligencia para hacer algo difícil. No implica trabajar sólo ni con otros necesariamente.
Es posible en cualquier proyecto. No implica tampoco hacerlo con computadoras. Es
posible ser un hacker de las bicicletas. Por ejemplo, una fiesta sorpresa tiene el espíritu del
hack, usa el ingenio para sorprender al homenajeado, no para molestarle. Hay algo también
en común con el héroe medieval, la idea de mostrar la propia capacidad, a veces en
competencia con otro.
- DdU: Pekka Himanen o Linus Thorvalds comentaban que el movimiento del software
libre le debía mucho al espíritu de los años sesenta en California...
- DdU: ¿No?
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- DdU: Entonces el eje derecha izquierda es indiferente en la cuestión del software libre...
- Si y el peligro se acerca muy rápidamente. Hay planes para desarrollar tecnologías que
reconozcan a las personas por la calle. Es muy peligroso para la libertad. Esta tecnología
en manos un gobierno opresivo como el actual de los Estados Unidos que no respeta los
derechos civiles ni la democracia, es muy peligrosa.
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En el viejo mundo los informáticos llevaban bata blanca. Eran la más pura representación
de la tecnocracia. Encarnación del mito popular del científico nacido de la gran guerra y
cultivado por el pulp de los cincuenta.
Sus arquitecturas podían entenderse como una gran metáfora del estado socialista ideal. Un
centro todopoderoso y benevolente atendido por sacerdotes/científicos en salas
acondicionadas. Para los mortales, terminales tontos en fósforo verde. No se exige etiqueta
ni bata. Todos iguales, todos acceden, de manera limitada y acotada por la autoridad
central, a la info que se procesa en el Sancta Sanctorum. Todos son iguales... menos los
que no lo son.
Creo que queríais desconectarme, pero me temo que no puedo permitir que eso suceda
dice HAL, la supercomputadora inteligente de 2001: Una odisea en el espacio. Cuando se
lleva al cine la novela de Kubrick, es 1968. El Dr. Chandra, entrenador de HAL, resulta un
personaje muy creíble.
Antes de un año los Estados Unidos enviarán los primeros humanos a la Luna. Las
macroinversiones necesarias para este subproducto de la carrera de armamentos permitirán
a los ordenadores ser más rápidos, más potentes, almacenar sistemas de memoria e
interconectarse. En la borrachera del avance rápido muchos compartirán la fantasía de la
inteligencia artificial. De HAL, símil y proyecto de todo un mundo de felices e
incuestionables burócratas del conocimiento que trabajaban en sitios como Bell Labs o
IBM. Arthur C. Clark se permite la broma ASCII: H+1= I; A+1= B; L+1= M; HAL =
IBM +3 en tres décadas más de carrera espacial IBM lanzaría computadores inteligentes.
Pensaban en la IA como un mero desarrollo lineal, como un árbol más fuerte cuanto más
crece... hasta que las máquinas llegaran a pensar o cuando menos pasar el test de Turing,
hacerse indistinguibles de un humano en una conversación a ciegas.
1975, Los Altos, California: Una imagen tópica. Dos hackers comparten taller en el garaje.
Fabrican y venden Blue Boxes: circuitos que conectados al teléfono engañan a las
centralitas de la Bell y permiten hablar sin pagar. Eran Steve Jobs y Steve Wozniac.
Wozniac presenta el proyecto de construir un ordenador para uso personal en el Homebrew
center, un club de hackers de la electrónica. Jobs le ofrece un plan: venderá su camioneta si
Woz vende su calculadora (entonces aún son caras) y juntos montan un taller de
ensamblado en su garaje. Pero Jobs trabaja en HP. Su contrato le obliga a ofrecer a la
empresa cualquier desarrollo antes de hacerlo por cuenta propia. Solicitan una reunión y
plantean la idea. La respuesta es la esperada: los ordenadores sirven para gestionar grandes
procesos sociales, requieren potencia, más que la que una pequeña máquina podría ofrecer
sin servir además nada que la gente quiera tener en casa, un ordenador personal sería como
un bonsái con dificultades para arraigar ¿quién podría querer algo así?
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Ya nadie tiene que explicar qué es o para qué sirve un ordenador personal. En las
universidades la naciente comunidad hacker sigue el ejemplo y monta ordenadores por
componentes. Un modelo que seguirá IBM el año siguiente cuando diseñe su IBM PC. Un
intento por liderar los nuevos tiempos.
Pero no fue así, las cosas habían cambiado. IBM pensaba en sus máquinas como sustitutas
relativamente autónomas de los tradicionales terminales tontos. Pensaba en el PC como en
una pieza dentro de la vieja arquitectura centralizada, ramas más gruesas para sus árboles.
Al tener un modelo universal de arquitectura abierta los hackers de la electrónica pudieron
empezar a construir sus propias máquinas compatibles por componentes... e incluso
venderlas luego mucho más baratas que los originales del gigante azul. El sueño del
hacker, vivir de ello, se hacía realidad. Los hackers de la electrónica de los setenta
acabaron montando PC’s por su cuenta en tallercitos, tiendas y garajes... Sin valedores
tekis, Apple desaparecería hasta del underground, pero el PC se separaría progresivamente
de IBM.
Pero cuando en casa tienes más de un ordenador, aunque sea porque lo montes para otros,
es inevitable la tentación de comunicarlos y ponerlos en red. Cuando tus amigos tienen
modem y puedes dedicar un ordenador sólo a compartir con ellos, es inevitable -sobre todo
donde las llamadas locales son gratuitas- dejarlo conectado todo el día para que entren
cuando quieran. Cuanto más potentes se hacían los PC’s más potentes se hacían también
las arquitecturas de red de los hackers.
Como una enredadera que brota sobre un árbol, el uso de un nuevo tipo de herramientas irá
creciendo y diferenciándose poco a poco a lo largo de los 80. Están naciendo las
estructuras que darán forma al nuevo mundo. Son los tiempos de las redes LAN caseras, de
las primeras BBS, del nacimiento de Usenet. La Internet libre y masiva se acerca. Eran
inventos diferentes, hechos por gente diferente, con motivaciones diferentes. Era lo que
pedían los tiempos... aunque ellos, los hacker de entonces, ni siquiera lo sabían todavía,
expresaban no sólo su forma de organizarse y representar la realidad, sino la arquitectura
completa de un nuevo mundo que debía representarse y organizarse reticularmente para
poder funcionar y dar cabida a un nuevo tipo de incentivos. Pronto, una enredadera cada
vez más densa de pequeños ordenadores bonsái cubriría a HAL hasta desconectarlo para
siempre...
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La enredadera hipertextual
Por Alejandro Rivero y David de Ugarte
Cuando en 1984 Tim Berners-Lee llegó a Suiza tenía 28 años, una beca para el CERN,
curiosidad de hacker y una pregunta infantil que responder: ¿pueden las máquinas
ayudarnos a intuir?
El CERN lanzaba entonces su nuevo acelerador de partículas. Nadie pensaba que su mayor
aportación al mundo vendría del grupo de trabajo informático. De hecho pocos pensaban
entonces en aportaciones de ningún tipo; los pocos innovadores del lugar tenían la
perspectiva bien entrada en el dos mil y pico. El centro era, y es, el mayor monstruo
burocrático-científico europeo. Tiene la inevitable huella napoleónica de las instituciones
continentales: sus regulaciones consensuadas impresas en papel doblarían en volumen al
barroco Derecho Canónico. Pero ni la obsesión normativa ni los sistemas millonarios
implantados por las grandes corporaciones conseguían que los cientos de investigadores
que cada año pasaban por allí compartieran un formato estándar de información. Nadie
aceptaba reorganizar todo su trabajo sólo para que durante un semestre el sistema
informático de turno funcionara. Con buen criterio el mundillo académico residente
pretendía que las máquinas trabajaran para ellos y no ellos para optimizar el
funcionamiento de las máquinas. Cuestión básica: bajo toda arquitectura informacional
subyace una estructura de poder.
Tim Berners-Lee es hijo de matemáticos. Sus padres formaron parte en los cincuenta del
equipo que programó uno de los primeros ordenadores comerciales: el Mark I. La
computación de la época se veía en el camino de la Inteligencia Artificial, pero los
Berners-Lee teorizaban una limitación: los ordenadores se programaban de acuerdo a
rígidas categorías jerárquicas, mientras que el cerebro asociaba libre y azarosamente. La
creatividad y la inteligencia real tienen mucho que ver con la capacidad para relacionar
información inconexa.
A mediados de los 60, Ted Nelson creó el concepto de hipertexto. Intentó desarrollarlo en
un macroproyecto llamado Xanadu. Pero sin microordenadores de uso personal, sin
Internet, sin quioscos ni cyberpubs, sin gentes trabajando y pensando ya en red, la idea
genial se enquistó como una semilla en tierra extraña. Como se enquistó Bill Atkinson en
el 86 y limitó sin querer la conectividad de su Hypercard, atrapado en el manejar stacks
completos y dentro de una misma máquina.
Durante los 80 los enlaces punto a punto tejían una serie de redes privadas, desde la
increíble jerarquía de Bitnet o Decnet hasta los extraños enrutados de Usenet/Eunet. Poco a
poco, todas irían siendo absorbidas por TCP/IP y el conglomerado de protocolos tejidos
por las Internet Engineering Task Forces, un grupo de voluntarios cuyos estándares se
llamaban, con toda humildad, "Solicitud de Comentarios". Las IETF lucharon la primera
gran batalla de la privatización, pero se hizo a la manera antigua, en los pasillos de los
gobiernos, en el terreno del enemigo. Asociaciones como la ISOC y extraños
francotiradores como George Soros se asociaron en una pelea para evitar los monopolios
en la naciente estructura. El resultado final fue de tablas: por un lado el sistema de
estándares vía RFC se mantenía, por otro el plan de Postel para eliminar los Root Domain
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y sus servers desaparecía. El propio John Postel, el hombre que meticulosamente anotaba
en un cuaderno los números IP que se iban asignando y les facilitaba enlaces en los
servidores de nombres, sería el primer cadáver, ni virtual ni metafórico, de la revolución.
A principios de los 90 el mundo red era ya una realidad. Ordenadores personales como
herramienta básica de trabajo. Internet como estructura descentralizada de comunicación.
Hipertexto para permitir la libre asociación. Y lenguaje de etiquetas como esperanto
tecnológico. Todo existía ya. Encontrar un microcosmos donde desarrollarlo y demostrar
su utilidad -el CERN- fue hasta cierto punto un azar feliz. Juntar las piezas, un hallazgo.
Pero la genialidad estaba en otro lado: proponer como estructura básica del trabajo en red
un espacio nuevo organizado según la metáfora de la enredadera: la WWW, la Maraña
Magna Mundial. La revolución html sería tal por atacar precisamente el corazón de las
viejas arquitecturas informacionales. Frente al modelo centralizado, propietario, vertical y
homogéneo -el árbol-, Tim Berners-Lee desarrollaría un modelo descentralizado, libre,
reticular y heterogéneo, la Web [tela de araña] que como una enredadera cubriría la
infoesfera desde los servidores universitarios hasta las páginas personales trepando por la
Internet naciente.
En aquellos tiempos Internet era Telnet, el protocolo de transmisión más corriente ftp y la
forma de buscar programas archie. Sobre la Red seguía funcionando una lógica de
organización y relación jerárquica. Pronto las cosas iban a cambiar. Tímidamente una
pequeña ardilla/secretaria se atrevió a sugerir el enlazar entre si carpetas en diferentes
maquinas. Era Gopher —o Goopher para los que querían ponerle unas gafas al icono de la
ardilla— y con ella llegó el escándalo. Nadie había dictaminado dónde nacían esas
jerarquías de carpetas que se hundían hasta el infinito, y es que no nacían en ninguna parte.
Nodos espontáneos establecían catálogos apuntando a los directorios interesantes y, como
luego se diría de la Web, ya no había un dónde, allí. Simultáneamente, los primeros
clientes Web asomaban la cabeza. Primero un tosco hojeador para VT100, la terminal
verde reinante en los laboratorios. Luego una versión gráfica con negritas y cursivas, sobre
el extraño Unix de Jobs, el NeXT.
En marzo de 1993 las conexiones Web representaban el 0.1% del total de uso de Internet,
en septiembre se había convertido en un 1% y en diciembre el 2.5%. La Universidad de
Minessota, creadora de Goopher, decidió empezar a solicitar el pago de licencias por el
software de servidor. El intento de imposición de un sistema de propietario sobre una
estructura básica de la Red pudo influir en que la naciente industria y la tribu hacker -
entonces mayoritaria entre los usuarios- huyeran como la peste del estándar ganador y
mirara hacia el otro candidato, el HTTP/HTML. En alguna de sus regulaciones, el CERN
dictaminaba que cualquiera de sus productos era propiedad pública de los países socios.
Socios que no coinciden con la Union Europea y que no incluyen a los americanos. Cundió
el sentido común y en la primavera de ese año se decidía manumitir los protocolos Web,
dejarlos libres de enredos legales.
De otra parte, y mucho más relevante que la cuestión de las licencias y propiedades, la
llegada de XMosaic inclinó definitivamente la balanza. En una atrevida violación del
HTML, los chicos de la NCSA construyeron un navegador que permitía incorporar
imágenes e incluso rodearlas de una etiqueta de salto hipertextual. Con ello el documento
afirmaba su superioridad frente al mero directorio. El hipertexto demostraba su capacidad
para convertir Internet en una inmensa máquina social de forma exponencial al número de
páginas colgadas. Lo que entonces se llamaban spaghetti links para remarcar su carácter no
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El embrujo de la WWW extenderá Internet como una enredadera hasta hacerse casi
sinónimos. XMosaic perdía su X para pasar a funcionar en plataforma cruzada, sobre
Macintosh o sobre Windows 3, y dar a HTTP su independencia respecto al sistema
operativo. Todavía quedaban un par de años hasta que el sistema operativo dominante
aceptara -que remedio le quedaba- clonar totalmente el interfaz de punto y clic de los
Athena y los Apple, pero nadie se molestó en esperarle. Una generación que había
aprendido a comunicarse con las máquinas, tenía en Internet la herramienta para
comunicarse a través de ellas y en la Web la clave para pensar colectiva y no
jerárquicamente. Los hackers tendrían en la Web un equivalente postmoderno de la vieja
república de las letras de la Ilustración. No lo usarían menos subversivamente.
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La diferencia entre Grateful Dead y otras bandas es su relación con su público [...]
Grateful Dead no eran sólo los músicos, también el público era Grateful Dead afirma
Dennis McNally, autor de A long strange trip: the inside history of The Grateful Dead.
Grateful Dead nace en 1965 de la mano de Jerry García, quien ya había participado en
proyectos musicales como Mother McCree's Up town Jug Champions y The Warlocks.
García tomó el nombre del libro de los muertos, un conjunto de textos relativos a la vida
después de la muerte que se introducía en el interior de los sarcófagos egipcios, en el que
aparece la frase In the land of the night the Ship of the Sun is draw by the Grateful Dead.
Los Grateful Dead fueron precursores de las actuales raves con sus famosas Acid Test,
grandes concentraciones de personas que acudían a ver un espectáculo no sólo musical,
sino de luces, colorido y otros efectos visuales que se solían acompañar con ácido lisérgico
(LSD) produciendo unos viajes psiconáuticos que todavía recuerdan quienes vivieron esas
fiestas.
Pero no era el ácido el principal punto de unión: los conciertos eran constantes y la
capacidad del grupo para generar ambientes, para transmitir un estilo de vida, dio pie a la
aparición de los Deadheads, nombre de sus fans y sinónimo de la contracultura
californiana. El grupo sabía mimarlos creando canciones improvisadas en sus conciertos,
algunas de estas canciones duraban más de 30 minutos. En 1974, crearon la revista Dead
Relix, posteriormente pasó a llamarse Relix, cuya principal misión era poner en contacto a
los Deadheads para que intercambiasen cintas de actuaciones. Los Grateful Dead siempre
pensaron que su música era libre y podía ser libremente intercambiada por sus seguidores.
Esta defensa de la libertad del conocimiento dio lugar a la creación de la fundación Rex.
Era, de alguna manera, el primer P2P musical. Analógico y casero, pero abría un cambio
cultural importante: la música comenzaba a organizarse también como una enredadera.
Pero los Grateful Dead, no sólo serán precursores de las redes de intercambio e, incluso de
las raves. Las primeras comunidades virtuales, organizadas sobre BBSs, serán terreno
deadhead. Entre ellas la más famosa de todas: The Well.
Sin embargo no sería hasta 1990 cuando la cultura deadhead daría su fruto más duradero.
John Perry Barlow, letrista de Grateful Dead desde 1970, fundaba la Electronic Frontier
Foundation (la Fundación Fronteras Electrónicas), la EFF, la primera organización de
derechos civiles en el ciberespacio. La primera organización política de la enredadera
electrónica.
La historia épica fue glosada en un famoso libro electrónico por Bruce Sterling, el padre
del ciberpunk. Todo empezó cuando un hacker, que firmaba como NuPrometheus, robó
una parte esencial del código fuente del Color QuickDraw de Apple y esta firma, junto a
otras como AT&T, Bellcore o US West puso una denuncia a la FBI. Los federales
respondieron con Sun Devil la primera operación de acoso a hackers y crackers en gran
escala, que tuvo lugar entre el 7 y 8 de mayo de 1990.
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Como una enredadera y no como un árbol
Barlow era un asiduo de The Well (The Whole Earth 'Lectronic Link, Enlace 'Lectrónico -
sic- de Toda la Tierra), una BBS de The Point Foundation, una fundación creada por el
millonario libertario Steward Brand (creador de la Hackers Conference y ubicada en San
Francisco, que hospedaba cientos de foros de los más variados temas: política, religión,
drogas, espiritualidad... Por su activismo en The Well, su condición de rockero, el
desconocimiento del FBI y las ganas de algunas empresas de encontrar cabezas de turco,
Barlow, como una treintena de personas más, fue investigado en la operación Sun Devil.
Poco después, Kapor y Barlow se reunieron con más personas interesadas en crear la
fundación en San Francisco. Entre ellos estaban Stewart Brand, John Gilmore, Jaron
Lanier, Chuck Blanchard y Nat Goldhaber. Todos ellos representaban el espíritu hacker y
contracultural del San Francisco de los albores del ciberpunk. Gilmore no sólo es uno de
los periodistas tecnológicos más conocidos, también fue el creador de Cypherpunks, el
primer grupo organizado para defender la libertad de uso del cifrado y fue uno de los
fundadores de los grupos de noticias alt.*. Jaron Lanier y Blanchard son dos grandes de
la realidad virtual. De hecho fue Lanier quien, en 1982, acuñó el término realidad virtual y
quien creó el primer guante interactivo. Goldhaber es un empresario tecnológico de
primera hornada californiana (fundador de Cybergold y otras). Todos ellos, rama y raíz de
la enredadera electrónica. En ese encuentro decidieron que el nombre de la fundación sería
Fronteras Electrónicas. Un nombre nada inocente que recogía la tradición de la conquista
del Oeste (el mito libertario americano del país sin estado), ironizaba sobre la nueva
frontera de Kennedy y al tiempo definía el mundo creado por las comunicaciones
telemáticas como un territorio, un espacio de relación todavía libre de la ingerencia estatal:
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el ciberespacio, termino tomado del novelista ciberpunk William Gibson que Barlow haría
parte del lenguaje común.
Este espíritu libertario, ciberpunk, enfrentado a la expansión del estado y el poder de las
corporaciones y los monopolios en el nuevo mundo, no ha dejado de informar la historia de
la Fundación. Tras defender a los pioneros del ciberespacio y también a intrusos de los
abusos de las nuevas fuerzas del orden del ciberespacio, la EFF pone e marcha 1997 la
campaña Blue Ribbon (el famoso lazo azul) por la libertad de expresión en la red. También
ha defendido a hackers como Dmitry Sklyarov o Jon Johansen. Skyarov impartió una
conferencia en la que explicaba cómo romper las trampas que Adobe imponía a sus e-
Books para que no pudiesen distribuirse. Adobe, en lugar de arreglar su software,
criminalizó a Dmitry Sklyarov. Johansen, es el creador del DecCSS, un programa que
permite ver DVDs bajo GNU-Linux decodificando la encriptación que hacía privativo el
uso del estándar a las firmas asociadas a sus creadores. Un primer asalto a la todopoderosa
RIAA que pronto se vería enfrentada también en su intento de ilegalizar los programas
P2P. Fronteras Electrónicas es hoy el principal agente público a favor de la libre
distribución del arte (música, literatura...) como ya hiciese The Rex Foundation en su
momento.
En 1996, en Davos, en los días del Foro Económico Mundial, cuando se reunían los
representantes de los grandes gobiernos y empresas del mundo, Barlow hizo pública su
famosa Declaración de independencia del ciberespacio. Comenzaba diciendo: Gobiernos
del Mundo Industrial, vosotros, cansados gigantes de carne y acero, vengo del
Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, os pido en el pasado que
nos dejéis en paz. No sois bienvenidos entre nosotros. No ejercéis ninguna soberanía sobre
el lugar donde nos reunimos. No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo,
así que me dirijo a vosotros sin más autoridad que aquella con la que la libertad siempre
habla. La enredadera tomaba su primera voz política global.
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Embajada yugoslava en Madrid, abril de 1999: Esos cabrones fueron los que acabaron
conmigo dice el embajador a modo de confidencia mientras una agente de inteligencia le
sirve un segundo vodka de una mesita historiada con ruedas. Yo organicé los dos primeros
acuerdos de Rambouillet. ¡¡Rugova firmó!! Son las doce de la mañana. En la otra punta del
Mediterráneo los aliados pronto empezarán los bombardeos sobre el ejército serbio.
Entonces era Ministro de Información. Tenemos una Web fantástica, ¿la conocéis? La
cree yo cuando era ministro, se le ilumina la mirada orgulloso, desmontábamos todos las
mentiras que dicen de nosotros... pero nos hacían la vida imposible... Imposible... los e-
mails, la Web... Slobo se ponía furioso. Lo peor fueron aquellas fotos en la fotocopiadora
cada mañana. Sin parar. Era humillante. Llegaron a paralizar el trabajo... Y bueno,
Madrid. Después de todo podría haber sido peor.
Lo que no sabía el Embajador es que uno de sus interlocutores había sido uno de los
hackers implicados en el sabotaje constante a su Ministerio. Antes de la guerra real, fue la
guerra electrónica. Guerra situacionista de imágenes. Hackers de toda Europa sustituían las
fotos de rollizas y felices campesinas por las de las primeras matanzas de Arkan en
Kosovo, reventaban los servidores de correo, tomaban el control de las redes internas de
los oficinistas y enviaban a las colas de impresión fotos en alta resolución de los
desaparecidos tomados de la perseguida prensa kosovar o de la oposición serbia a la
dictadura de Milosevic.
Niños del Spectrum. Todo empezó en aquellas navidades del 82. Un hacker académico del
viejo estilo, Clive Sinclair, pegaba la campanada en toda Europa. Ya llevaba dos quiebras a
cuestas: la primera calculadora de mano y el primer televisor de bolsillo. Lo ganado lo
perdería con el C5, el primer coche eléctrico de fabricación masiva en Europa. Empeñado
en cambiar el mundo a golpe de imaginación, abiertamente influido por la ciencia ficción
de los 50, Sinclair dejaría tras de si una generación de tecnófilos lista para Internet.
Alcanzarían la mayoría de edad con la caída del Muro. Desde Hamburgo y Frankfurt los
chicos del Chaos Computer Club partían a reuniones virtuales en mainframes de toda
Europa, a caballo de los protocolos X25. En Berlín, Kreuzberg era todo él un hacklab.
Commodores trucados y costrosos se conectaban a los teléfonos. Comenzaba Internet
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aunque las BBS y las conexiones directas reinaran. Se jugaba a rol. Se leían mil teorías de
la conspiración, Shea y R.A Wilson, el primer ciberpunk. Personalidades múltiples.
Deliciosa esquizofrenia y sensación de juego entre el estado totalitario en ruinas.
Aquellos niños del Spectrum reunían las piezas que harían de Internet un territorio de
libertad incluso en la anquilosada y tecnófoba Europa. Habían aprendido a comunicarse
con las máquinas. Pronto llegaría el momento de hacerlo a través de ellas. El rol les había
enseñado a jugar y ser muchos, no trasladarían las limitaciones del mundo físico a la red
virtual. Ya no miraban al Este, sino a su California imaginaria. En Kosovo jugarían en su
propio bando, con sus propias armas. Fragmentario, invisible, imparable, un nuevo espíritu
empezaba a cubrir como una enredadera las ruinas. Sólo eran brotes. ¿Quién habría de
temerles?
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Una de las claves del éxito de la WWW de Tim Berners Lee es la facilidad para publicar y
la versatilidad de las herramientas de edición para convertir un documento hipertextual en
casi cualquier cosa: de una tesina a una tienda. Ese es el secreto: la tecnología usable
permite la comunicación no dividida. Todos son potenciales emisores y no sólo receptores.
La Web funciona asociando libre y contextualmente, como nuestro cerebro, como una gran
red colectiva. No hay costes por el intercambio de información. No hay distancias.
Pronto la WWW fue lo más parecido que ha existido nunca a la metáfora del mercado de
competencia perfecta gusta tanto a los economistas: un mundo sin barreras de entrada
donde lo único realmente importante era la capacidad personal y la iniciativa, dónde un
individuo con imaginación podía ganar a una gran empresa establecida en el mundo real
desde hacía años. La WWW es la representación digital de la sociedad netocrática.
La fantasía del nuevo mercado se incorpora a los debates, las crónicas y los ensayos pulp
para empresarios. Con un capitalismo sediento de nuevas demandas, la sola sospecha de su
existencia atrae capitales, alía gigantes y financia mastodónticas campañas publicitarias.
Es una nueva carrera del Oeste con electrónica y computadores. Los nuevos vaqueros
entran en las praderas cuasi vírgenes de la Sociedad de la Información con las miles de
cabezas de sus .com
Se ilusionan, pero no se engañan: el Oeste no está vacío. Están los pioneros, los
exploradores y los indios: tekis, ciberpunks y hackers. Aparentemente nada importante, se
puede absorber a unos, ignorar a otros y criminalizar al resto. El principal problema del
nuevo territorio es la ausencia de barreras de entrada. La frontera es libre.
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WWW en un medio tradicional, dividido entre unos cuantos emisores corporativos y una
masa de receptores/consumidores pasivos. Para ello aprovecharán las grietas que la
tecnología Web ofrece para generar barreras y convertir en coto privado un mundo abierto.
Empieza la batalla de las .com. Pioneros contra empresarios. Consorcios contra hackers.
Ciberactivistas contra operadoras y estados reguladores. Durante tres años la prensa se hará
eco de cada movimiento de las tropas, de cada refriega y combate. Para finalmente,
reducirse a un interminable y constante goteo de bajas: quiebras, cierres, bajones
bursátiles. La fantasía .com muere en algún momento entre 2000 y 2001. Las sucesivas
caídas del NASDAQ serán su toque de difuntos. El fin de la prensa tecnológica de
negocios y el nacimiento del movimiento blogger confirman que el primer enfrentamiento
entre la naciente netocracia y los monopolios se salva con una victoria para los primeros.
Esta última estrategia dio lugar a un montón de nuevas tecnologías, y entre las de más
éxito el famoso Flash de Macromedia. Pero audiovisualizar significó de paso infantilizar.
Poner dibujitos en lugar de hipertexto. De forma suicida los grandes portales remataron la
jugada al modo de las cadenas de televisión: se aislaron y pasaron a no enlazar a nadie
fuera del grupo mediático o financiero de turno.
Una de las consecuencias más interesantes de esta estrategia de audiovisualización fue que
las grandes webs comerciales desaparecieron de los buscadores: los robots no saben leer
dibujitos en Flash. Cuando la publicidad off-line desapareció de los macropresupuestos,
eso significó desaparecer del mundo red. Los buscadores y sobre todo Google, son el
índice de la WWW, el mapa del universo.
Aislados y vacíos los grandes portales desaparecieron uno a uno. Los newbies fueron
convirtiéndose a la cibercultura de a pocos. Esta fue la clave de la batalla. Su punto álgido.
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Chavalitos de 18 años sin casi conocimientos tecnológicos, muchas veces sin saber
siquiera editar en XHTML se incorporaban masivamente al movimiento blogger, una
nueva forma para las viejas esencias de Tim Berners Lee. La lógica de la red era más
poderosa que la pasividad inculcada por años de tele. Hoy, en España y según las últimas
encuestas del CIS, Internet ha desplazado ya a un porcentaje significativo de jóvenes de la
pasividad televisiva a la interacción Web.
El esqueleto informacional del mundo red, su maraña neuronal, había resistido el primer
gran ataque. Al final de la batalla de los .com, la sociedad red es más numerosa y fuerte
que antes. Informe y poderosa, como un monstruo espacial del pulp cinematográfico de los
50, como una enredadera mutante, la netocracia absorbe e incorpora los restos del
naufragio de sus poderosos enemigos, árboles caídos. Cada batalla no puede ser sino más
virulenta que la anterior.
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La información quiere ser libre es todavía el gran mantra identificatorio hacker. Nacido
con el primer ciberpunk, el eslogan ponía el acento en las posibilidades totalitarias de las
tecnologías de la información que describían las distopías de los escritores de gafas de
espejo y pasión por los cromados.
Liberar era más una intuición que un imperativo. Liberar era hacer pública información
protegida en grandes sistemas corporativos o proteger la información personal hasta la
encriptación obsesiva. Intrusión y criptografía. Pirateo y paranoia. Hacker, en los medios,
se vuelve sinónimo de pirata, de phreaker, de cracker. La primera exaltación prepara el
camino de la criminalización y la condena pública. A nadie se le escapa que la info ya no
es cosa de crios. Es la sangre del sistema.
La épica soñada de los vaqueros de consola en Neuromante es un callejón sin salida. Sólo
cuando el movimiento hacker comience a desarrollar su primera gran propiedad colectiva,
GNU Linux, la nueva lógica eclosionará en una nueva forma de propiedad: la licencia
GPL, la forma jurídica del software libre. Del asalto a la creación, de la resistencia a la
afirmación, la potencia de la info liberada en redes abiertas, seducirá a un mundo
previamente conquistado y defendido por los nuevos gigantes del software y los
multimedia.
Esa es la historia de nuestro tiempo. No es una resistencia ni una negación del mercado ni
de la propiedad. Es una nueva forma que corresponde a un nuevo uso. Un uso radical,
extremo, en el límite, que convierte la autoría en forma colectiva de la identidad. Que
destroza todas las metáforas y materializa los resultados del viejo sueño de la competencia
perfecta, en un mundo de réplicas gratuitas.
Free as in freedom, no libre como en barra libre. Pero mil veces gratis como ariete, como
fermento, como caballo de Troya. La nueva propiedad es tan propietaria que no requiere
compraventa ni remuneración monetaria para realizarse. Sólo difusión. La propiedad en el
límite no es nada más que autoría reconocida. Humana egolatría colectiva. Bajo sus formas
trabajar es ser y proyectarse en una fiesta. Reconciliarse en la comunidad voluntaria del
Hombre libre.
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Los primeros en hablar de Netocracia fueron los suecos Bard y Söderqvist. Tienen
biografías curiosas. Uno es profesor en la Stockholm School of Economics, músico y
fundador de la principal discográfica sueca, el otro ensayista y un conocido periodista.
Ambos cuentan que lo que les llevó a escribir juntos el libro que daría nombre a toda una
clase social fue la puerilidad de casi todo lo publicado sobre la red...
Recogían su tesis central de Pekka Himanen (autor de La ética del hacker) y otros
sociólogos cercanos a Manuel Castells. Al capitalismo seguirá un nuevo orden social y
económico: el informacionismo, del que estamos viviendo los primeros albores.
Paralelamente, y ésta era su principal aportación, si los anteriores sistemas sociales vieron
el protagonismo de la nobleza y la burguesía, el nuevo verá el de los netócratas, una nueva
clase social definida por su capacidad de relación y ordenación en las redes globales. Una
clase definida no tanto por su poder sobre el sistema productivo como por su capacidad de
liderazgo sobre el consumo de los miembros masivos de las redes sociales.
Bard y Söderqvist no sólo crearon nombre y concepto, nos dibujaron a los hackers de
Himanen (nosotros mismos) un paso más allá en el tiempo y la influencia. Los netócratas
son los hackers que no se han integrado en el mundo establecido como asalariados y que
han conseguido alcanzar -normalmente usando Internet de un modo u otro- un estadio de
independencia económica y libertad personal. Sus netócratas son hackers con influencia
política y económica real. Son microempresarios tekis, creativos, innovadores sociales, los
héroes locales de la sociedad del conocimiento...
Cambian los valores sociales en consecuencia, se pide a los individuos inteligencia social y
facilidad para cambiar de personalidades según la red, de hecho una forma manejable de
esquizofrenia es un ideal netocrático en un enfoque general que hace deudores a los
netócratas tanto del viejo ideal nietzchiano como de los protagonistas de Philip K. Dick
El netócrata hereda del hacker su concepción del tiempo, el dinero y el trabajo. Tiempo
que no se mide ya con el cronómetro ni con la jornada. Su trabajo es creativo, su tiempo es
flexible. Piensa a medio plazo, no mide en tiempo en horas sino en proyectos. Vitalmente
ocio y trabajo se confunden en placer y reto intelectual. El tiempo de trabajo ya no es una
no-vida opuesta y separada, contingentada por una barrera de jornada y salario. El
netócrata se expresa en lo que hace. Vive su yo, sus yoes y cobra en reconocimiento
intelectual y social una vez alcanza los ingresos monetarios que le permiten dedicarse
exclusivamente a ser y expresarse.
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Proyección de su ser social, el ideal político que subyace bajo la netocracia no es otro que
una metáfora de la competencia perfecta. Máxima decisión sobre uno mismo, ausencia de
poder coercitivo sobre los demás. Esta es la sustancia del libertarismo netocrático, la
naturaleza de las redes, renuente a todo sistema legal explícito y complejo que vaya mucho
más allá de la netiqueta.
La netocracia empezó a tomar forma en algún momento de los años noventa, ligada las
primeras oportunidades en Internet, la creación y los pequeños mercados de asesoría
tecnológica. La emergencia de la sociedad red les permitió colarse marginalmente en los
medios de comunicación de masas al tiempo que sus redes virtuales se beneficiaban del
crecimiento general de la Web y del número de conexiones privadas a Internet. El cambio
de siglo les encuentra curtidos por las guerras de la sociedad de la información, en
movimiento y dueños de su destino... tal vez, del destino del sistema social en conjunto.
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La vidilla que tanto gusta a los netócratas marcha con ellos a otro tipo de ciudades, las que
Manuel de Landa llamó metrópolis.
Mientras las capitales se definen por Territorio, ley, impuestos y homogeneidad; las
metrópolis lo hacen sobre: Red, confianza, intercambio y diferencia
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Con el ascenso de la netocracia triunfan las metrópolis sobre las capitales y la apuesta por
las redes ciudadanas frente a la apuesta por la territorialidad. Así es el mapa del nuevo
mundo: reticular y disperso.
No le preocupa el campo más que como paisaje, como relax. Por eso reinventa el territorio
rural como parque temático del pasado, como paisaje improductivo. Turismo rural
gestionado con gusto por lo pequeño, ejercicio virtuosista de realidad virtual o juego de rol.
Por eso desvincula el Estado de la identidad nacional y apuesta por espacios de libre
movilidad más amplios mientras reclama poder para las ciudades.
Como corresponde a una nueva clase en conflicto y diferencia con la burguesía, no escapa
de las ciudades ni teme convivir con la inmigración. Ocupa los viejos centros degradados y
se confunde en ellos reindustrializándolos y peatonalizándolos. Le gustan más las bicis que
los coches y el tranvía que el metro. Su entorno natural es un parque temático de la
diversidad; las terrazas y los espacios públicos diurnos son su verdadero centro de
negocios. Confía en la seguridad pero se sabe inestable, un cambio de aires, le hace huir a
bajo coste al siguiente nodo de la red. Se sabe deseada, se deja cortejar por los políticos.
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Empezábamos este libro explicitando una tesis novedosa, el mundo tiende a organizarse
cada vez más al modo de una comunidad de software libre y existe una razón económica
profunda para ello: al tener cada día más valor en la producción global los componentes
científicos y creativos, la organización de esa producción tiende hacia las formas propias
del trabajo académico y artístico, la Academia y la República de las letras. A lo largo de
14 capítulos hemos esbozado como esos cambios han ido apuntando en los últimos treinta
años produciendo choques con el estado y las grandes corporaciones monopolísticas en
cada terreno en el que la tecnología se democratizaba. Desde la criptografía a la música
pasando por el hipertexto o la literatura. A esos choques, enfrentamientos políticos, legales
y de competencia es a lo que hemos llamado Las Guerras de la Sociedad de la
Información. En ellas hemos visto aparecer un nuevo tipo de héroes muy parecidos a los de
las novelas ciberpunk (Diffie, Stallman, Berners-Lee, Kapor, Barlow...), tekis y freakies
individualistas y libertarios, y un nuevo tipo de villanos no menos gibsonianos (gobiernos,
agencias y grandes corporaciones audiovisuales e informáticas), empeñados en
monopolizar las nuevas tecnologías para apuntalar su poder de control sobre el imaginario
y la realidad social.
Siguiendo un guión que bien podría ser de Gibson o Sterling, la parte central de esas
guerras se han dado en un territorio virtual: el ciberespacio, que en su propia estructura
representa el ideal de vida cooperativa y libre de la nueva tribu emergente: los netócratas.
Los netócratas representan el modo de vida y las aspiraciones óptimas de una sociedad que
se organiza según los principios de una comunidad de software libre o de la academia.
Como los burgueses de la Edad Media, viven rodeados en sus ciudades por el viejo mundo
y comerciando con él, pero sabiendo que cada intercambio pone una semillita que con el
tiempo dinamitará el orden social del entorno: puede que el viejo mundo vea gratis donde
ellos ven libre, pero da igual, la gratuidad es sólo un caballo de Troya de la libertad y ellos
lo saben y lo usan. Porque la gratuidad es un signo orgulloso de su poder emergente y su
diferencia. No hay en el copyleft o en las licencias GNU una renuncia a la propiedad, sino
un uso extremadamente radical de ella. Un uso destinado a socavar los principios
económicos morales y políticos del capitalismo monopolista desde el más libre de los
mercados que nunca existió realmente.
Hemos visto cómo ese uso radical de la propiedad y las herramientas de mercado tienden a
disolver o negar instituciones como el estado nacional o la empresa, teóricamente sólo
justificables como violaciones de partida de los modelos de competencia libre y perfecta.
Configurando nuevos espacios diversos y reticulares, nuevos escenarios urbanos y
profundos cambios en la cotidianeidad.
Apenas nos queda dibujar el orden moral del nuevo mundo red. Pero sabemos que todo lo
que dibujemos ahora no será sino una aproximación al momento más que a la tendencia, un
tal como somos sin gran detalle, pues los modelos como la investigación universitaria sólo
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Sabemos que el nuevo mundo no valorará el éxito individual sobre la renta, sino sobre la
capacidad de influencia y la difusión en las redes. Incluso podemos intuir que valorará más
la calidad que el número de la audiencia.
Somos muchos yoes saltando como caballos de ajedrez por un damero en red, huyendo de
toda forma de coerción grupal, disfrutando de nuestra propia diversidad de objetivos (esos
chicos listos pero dispersos que retrataban nuestros profesores) y capitalizando en
reconocimiento nuestras diferencias.
Somos hijos de un mundo red, de Internet y la caída del muro de Berlín, de la ironía frente
a lo político y el rechazo a la obsesividad productiva del tiempo ordenado a látigo y reloj.
Valoramos en todo terreno, más el flujo que el stock, la relación que el contrato, lo que
provee el contacto más que lo que asegura la propiedad formal. Desradicados, tenemos
patitas en todos los mundos, pero raíces en ninguno. Tal como somos: como una
enredadera y no como un árbol.
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Artículos en elaboración: “La batalla del software libre” y “Rip, mix, burn”
Fuente: http://www.ciberpunk.com/indias/enredadera.html
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Apéndice complementario:
Cabe recordar que el artículo de Barlow —absolutamente pionero y que fijó las bases para
una crítica eficaz a la propiedad intelectual en la era digital— vio la luz en papel, en la
revista Wired con el título «The Economy of Ideas». 1 Desde entonces ha sido citado y
reproducido innumerables veces y se ha convertido en una referencia imprescindible para
una crítica cabal a quienes tratan de imponer el viejo modelo de la propiedad intelectual y
del copyright a Internet y a toda obra digital.
Vender vinos…
“Si la naturaleza ha creado alguna cosa menos susceptible que las demás de ser objeto de
propiedad exclusiva, esa es la acción del poder del pensamiento que llamamos idea, algo
que un individuo puede poseer de manera exclusiva mientras la tenga guardada. Sin
embargo, en el momento en que se divulga, se fuerza a sí misma a convertirse en posesión
de todos, y su receptor no puede desposeerse de ella. Su peculiar carácter es también tal
que nadie posee menos de ellas porque otros posean el todo. Aquel que recibe una idea
mía, recibe instrucción sin mermar la mía, del mismo modo que quien disfruta de mi vela
encendida recibe mi luz sin que yo reciba menos. El hecho de que las ideas se puedan
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difundir libremente de unos a otros por todo el globo, para moral y mutua instrucción de
las personas y para la mejora de su condición, parece haber sido concebido de manera
peculiar y benevolente por la naturaleza, cuando las hizo, como el fuego, susceptibles de
expandirse por el espacio, si ver reducida su densidad en ningún momento y, como el aire,
en el que respiramos, nos movemos y se desarrolla nuestro ser físico, incapaz de ser
confinadas o poseídas de manera exclusiva. Las invenciones, pues, no pueden ser, por su
naturaleza, sujetas a propiedad.”
THOMAS JEFFERSON
E N TODO EL TIEMPO que llevo recorriendo el ciberespacio, sigue sin haberse resuelto un
inmenso interrogante que se halla en la raíz de casi todas las tribulaciones legales, éticas,
gubernamentales y sociales que se plantean en el mundo virtual. Me refiero al problema de
la propiedad digitalizada.
Esta nave, el canon acumulado del copyright y la ley de patentes, se creó para transportar
formas y métodos de expresión completamente distintos de la vaporosa carga que ahora se
le pide que lleve. Hace aguas por dentro y por fuera.
Los esfuerzos legales para que el viejo barco se mantenga a flote revisten tres formas: una
frenética reordenación de las sillas de cubierta, firmes avisos de que si la nave se hunde
habrán de enfrentarse a duros castigos criminales y una actitud fría y serena que se
desentiende del problema.
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La fuente de este acertijo es tan simple como compleja su resolución. La tecnología digital
está separando la información del plano físico, donde la ley de propiedad de todo tipo
siempre se ha definido con nitidez.
A lo largo de la historia del copyright y las patentes, los pensadores han reivindicado la
propiedad no de sus ideas sino de la expresión de las mismas. Las ideas, así como los
hechos relativos a los fenómenos del mundo, se consideraban propiedad colectiva de la
humanidad. En el caso del copyright se podía reivindicar la franquicia del giro exacto de
una frase para transmitir una idea concreta o del orden de exposición de los hechos.
Aún era más apremiante patentar la conversión de lo mental a lo físico. Hasta hace poco,
una patente era o bien una descripción de la forma que había que dar a los materiales para
cumplir un determinado propósito, o una descripción de cómo se llevaba a cabo este
proceso. En cualquiera de los dos casos, el quid conceptual de la patente era el resultado
material. Si alguna limitación material impedía obtener un objeto con sentido, la patente se
rechazaba. No se podía patentar una botella Klein ni una pala hecha de seda. Tenía que ser
una cosa y la cosa tenía que funcionar.
Incluso las botellas físico-digitales a las que nos hemos acostumbrado, los disquetes, CD-
ROM y otros paquetes distintos de bits plastificados, desaparecerán cuando todos los
ordenadores se enchufen a la red global. Si bien puede que Internet nunca incluya todas y
cada una de las CPU del planeta, se duplica de año en año y cabe esperar que se convierta
en el principal medio de transmisión de información y quizás, con el paso del tiempo, en el
único.
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Cuando esto ocurra, todos los bienes de la era de la información -todas las expresiones
antaño contenidas en libros, películas, discos o boletines informativos- existirán bien como
pensamiento puro o como algo muy parecido al pensamiento: condiciones de voltaje que
recorren la Red a la velocidad de la luz y que de hecho se podrían contemplar, como
píxeles brillantes o sonidos transmitidos, pero nunca decir que se «poseen» en el antiguo
sentido de la palabra.
Alguien podría objetar que la información seguirá necesitando algún tipo de manifestación
física, como su existencia magnética en los titánicos discos duros de servidores lejanos,
pero estas botellas carecen de toda forma macroscópicamente diferenciada o
personalmente significativa.
También habrá quien sostenga que hemos estado tratando con expresiones sin embotellar
desde la llegada de la radio, y estará en lo cierto. Pero durante casi toda la historia de la
difusión audiovisual no ha habido ninguna manera práctica de capturar productos de
software del éter electromagnético y reproducirlos con una calidad igual a la que ofrecen
los paquetes comerciales. Esto ha cambiado solo recientemente y poco se ha hecho en
términos legales o técnicos para abordar el cambio.
Que el consumidor pagara por los productos retransmitidos solía ser un asunto irrelevante.
Los consumidores mismos eran el producto. Los medios de difusión sonora se financiaban
vendiendo la atención de su público a los anunciantes o bien utilizando al gobierno para
que estableciese el pago a través de impuestos o con la quejumbrosa mendicidad de las
campañas anuales de recaudación de fondos.
Todos los modelos de apoyo a la difusión audiovisual son defectuosos. Casi sin
excepciones, la financiación a través de los anunciantes o del gobierno ha contaminado la
pureza de los productos transmitidos. En cualquier caso, el marketing directo está matando
paulatinamente el modelo de financiación a través de anunciantes.
Los medios de difusión aportaron otro método para pagar un producto virtual: los derechos
de autor que los difusores pagan a los autores de canciones a través de organizaciones
como ASCAP y BMI. Pero, como miembro de ASCAP, puedo asegurarles que este no es
un modelo que debamos emular. Los métodos de control son totalmente aproximativos. No
hay ningún sistema paralelo de contabilidad en el flujo de ingresos. De verdad que no
funciona. Se lo aseguro.
En todo caso, sin nuestros antiguos métodos para definir físicamente la expresión de las
ideas, y en ausencia de nuevos métodos satisfactorios para la transacción no física, no
sabemos cómo asegurar un pago fiable del trabajo mental. Para empeorar aún más las
cosas, esto sucede en un momento en que la mente humana está sustituyendo a la luz solar
y a los depósitos minerales como fuente principal de riqueza.
Es más, la creciente dificultad para endurecer las leyes existentes en torno al copyright y
las patentes está ya poniendo en peligro la fuente última de la propiedad intelectual, el libre
intercambio de ideas.
Esto es, cuando los artículos primarios de comercio de una sociedad se parecen tanto al
habla que acaban por no distinguirse de ella, y cuando los métodos tradicionales de
proteger la propiedad de los artículos se han vuelto ineficaces, intentar solucionar el tema
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aplicando la ley de modo más amplio y contundente constituirá una amenaza inevitable a la
libertad de expresión.
La mayor limitación a las futuras libertades quizás no venga del gobierno sino de los
departamentos jurídicos de las empresas, que intentan proteger con la fuerza lo que ya no
se puede proteger mediante la eficiencia práctica o el consentimiento social general.
Viene a complicar aún más la cuestión el hecho de que, junto a las botellas físicas donde ha
residido la propiedad intelectual, la tecnología digital también está borrando las
jurisdicciones legales del mundo físico y sustituyéndolas por los mares sin límites, y quizás
para siempre sin ley, del ciberespacio.
Las nociones de propiedad, valor y posesión, así como la naturaleza misma de la riqueza,
están cambiando de forma más radical que en ningún otro momento desde que los
sumerios horadaron la arcilla húmeda por vez primera con escritura cuneiforme y dijeron
que era grano almacenado.
Muy pocas personas son conscientes de la magnitud de este cambio, y entre ellas aún
menos son abogados o tienen cargos públicos. Quienes sí advierten estos cambios deben
preparar respuestas ante la confusión legal y social que estallará a medida que los esfuerzos
por proteger las nuevas formas de propiedad con viejos métodos se vuelvan cada vez más
vanos y, en consecuencia, más insistentes. De la espada al escrito y al bit.
Hoy en día, la humanidad parece encaminada a crear una economía mundial cuya base
fundamental son bienes que no asumen ninguna forma material. Con esto, quizás estemos
eliminando toda conexión predecible entre los creadores y la justa recompensa a la utilidad
o el placer que otros puedan encontrar en sus obras.
Sin esa conexión, y sin que se produzca un cambio fundamental en la consciencia para
integrar su pérdida, estarnos construyendo nuestro futuro sobre el escándalo, el litigio y la
evasión institucionalizada del pago, que sólo se dará como respuesta a la fuerza bruta.
Puede que volvamos a los viejos malos tiempos de la propiedad.
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Al final del primer milenio después de Cristo, la aparición de las clases mercantiles y la
aristocracia terrateniente forzó el desarrollo de acuerdos éticos para resolver disputas en
torno a la propiedad. En la baja Edad Media, gobernantes ilustrados como Enrique II de
Inglaterra empezaron a codificar en cánones esta «ley común» no escrita. Estas leyes eran
locales, pero no importaba demasiado porque se dirigían fundamentalmente a los bienes
raíces, forma de propiedad que por definición es local. Y que, como implicaba el nombre,
era muy real.3
Todo siguió igual mientras el origen de la riqueza era la agricultura, pero en los albores de
la Revolución Industrial la humanidad empezó a concentrarse en los medios tanto como en
los fines. Las herramientas adquirieron un nuevo valor social y, gracias a su propio
desarrollo, fue posible reproducirlas y distribuirlas en grandes cantidades.
Puesto que ahora es posible transmitir ideas de una mente a otra sin que se concreten en
algo físico, estamos defendiendo que poseemos las ideas mismas y no meramente su
expresión. Y, como también es posible crear herramientas útiles que nunca revisten forma
física, nos hemos acostumbrado a patentar abstracciones, secuencias de acontecimientos
virtuales y fórmulas matemáticas -los bienes menos «reales» que quepa concebir.
En ciertos ámbitos, esto sitúa los derechos de la propiedad en una condición tan ambigua
que, de nuevo, la propiedad se adhiere a quienes consiguen formar los mayores ejércitos.
La única diferencia es que en esta ocasión los ejércitos se componen de abogados.
Amenazando a sus contrarios con el interminable purgatorio del litigio, frente al que
algunos preferirían la muerte, los abogados reclaman toda idea que pueda haber entrado en
otro cráneo en el seno del cuerpo colectivo de las empresas a las que sirven. Actúan como
si esas ideas surgiesen al margen de todo pensamiento humano previo. Y pretenden que
pensar sobre un producto equivalga a manufacturarlo, distribuirlo y venderlo.
Lo que antes se consideraba como un recurso humano común distribuido entre las mentes y
las bibliotecas del mundo, y como un fenómeno de la propia naturaleza, ahora se está
acotando y recibiendo títulos de propiedad. Es como si hubiera surgido un nuevo tipo de
empresa que se arrogara la propiedad del aire y el agua.
¿Qué se debe hacer? Aunque produzca cierta diversión macabra, bailar sobre la tumba del
copyright y la patente no es una solución, sobre todo cuando hay tan poca gente dispuesta a
admitir que el ocupante de esta tumba esté siquiera muerto y se trata de mantener a la
fuerza lo que ya no se puede mantener por acuerdo popular.
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Desesperados porque pierden su resbaladizo asidero, los legalistas intentan prolongarlo con
todas sus fuerzas. De hecho, Estados Unidos y otros defensores del GATT están haciendo
de la observancia de nuestros moribundos sistemas de protección de la propiedad
intelectual una condición para ser miembro del mercado de las naciones. Por ejemplo, a
China se le denegará el estatus de nación más favorecida si no llega a un acuerdo para
atenerse a un conjunto de principios culturalmente ajenos que ya no se aplican ni siquiera
en su país de origen.
En un mundo más perfecto, sería de sabios declarar una moratoria sobre el litigio, la
legislación y los tratados internacionales en este ámbito hasta tener una idea clara de los
términos y condiciones de la empresa en el ciberespacio. Idealmente, las leyes ratifican el
consenso social ya desarrollado. No son tanto el propio contrato social como una serie de
memorandos que expresan un propósito colectivo surgido de muchos millones de
interacciones humanas.
Los humanos no han habitado el ciberespacio con la suficiente diversidad como para haber
desarrollado un contrato social adecuado a las extrañas condiciones nuevas de ese mundo.
Las leyes anteriores al consenso suelen servir a los pocos que ya están establecidos y que
pueden conseguir que se acepten, y no a la sociedad como un todo.
En la medida en que la ley o bien la práctica social establecida existen en este ámbito, ya
han entrado en un peligroso desacuerdo. Las leyes relativas a la reproducción no autorizada
de software comercial son claras y severas, pero pocas veces se observan. Es tan difícil
hacer cumplir en la práctica las leyes sobre piratería del software, y romperlas tiene ya tal
grado de aceptación social, que sólo una escasa minoría parece verse obligada, ya sea por
temor o en conciencia, a obedecerlas.
A veces doy conferencias sobre este asunto, y siempre pregunto al auditorio cuántas
personas pueden presumir de no tener copias de software no autorizado instalado en sus
discos duros. Nunca he visto más del diez por ciento de manos levantadas.
Cuando existe una divergencia tan profunda entre las leyes y la práctica social, no es la
sociedad la que se adapta. Tan es así que la práctica actual de las compañías que
comercializan el software, que consiste en colgar a unos cuantos chivos expiatorios
visibles, resulta tan manifiestamente arbitraria que no puede sino redundar en la merma del
respeto a la legislación.
Como expondré en la siguiente sección, la propiedad intelectual sin límites es muy distinta
de la propiedad física y ya no se puede proteger pasando por alto esta diferencia. Por
ejemplo, si seguimos asumiendo que el valor se basa en la escasez, como en el caso de los
objetos físicos, crearemos leyes que son precisamente contrarias a la naturaleza de la
información, cuyo valor puede aumentar en muchos casos con la difusión.
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Las grandes instituciones adversas al riesgo, más propensas a jugar siguiendo las viejas
reglas, sufrirán por su apego a lo seguro. Cuantos más abogados, armas y dinero inviertan
en proteger sus derechos o en minar los de sus oponentes, más se parecerá la competición
comercial a la ceremonia Kwakiutl del Potlach, en la que los adversarios competían
destruyendo sus propias posesiones. Su capacidad para producir nueva tecnología se
estancará a medida que cada nuevo paso les hunda más en el pozo de brea de la guerra de
tribunales.
La fe en la legislación no será una estrategia eficaz para las compañías de alta tecnología.
Las leyes se adaptan mediante constantes complementos que obedecen a un ritmo que sólo
la geología supera en cuanto a su majestuosidad. La tecnología, por el contrario, avanza
mediante bruscas sacudidas, como si el equilibrio puntuado de la evolución biológica
sufriera una grotesca aceleración. Las condiciones del mundo real seguirán cambiando a un
ritmo deslumbrante, mientras que las leyes les seguirán el paso a gran distancia, cada vez
más confundidas. Este desajuste es permanente.
En Estados Unidos ya se puede observar el desarrollo de una economía paralela, sobre todo
entre empresas pequeñas y dúctiles que protegen sus ideas penetrando en el mercado con
más rapidez que sus grandes competidores, cuya protección se basa en el miedo y el litigio.
Quizás quienes forman parte del problema simplemente se acojan a una cuarentena en los
tribunales, mientras que los que son parte de la solución crearán una nueva sociedad
basada, al principio, en la piratería y el filibusterismo. Cuando el sistema actual de la ley
de propiedad intelectual se desplome, como parece inevitable que suceda, puede que no
surja en su lugar ninguna estructura legal que la reemplace.
Pero algo ocurrirá. Después de todo, la gente hace negocios. Cuando el dinero deja de tener
sentido, los negocios se hacen con trueques. Cuando las sociedades se desarrollan al
margen de la ley, desarrollan sus propios códigos, prácticas y sistemas éticos no escritos.
Si bien la tecnología puede deshacer la ley, ofrece métodos para restaurar los derechos
creativos.
Tengo la impresión de que lo más productivo que cabe hacer hoy es estudiar con detalle la
verdadera naturaleza de lo que intentamos proteger. ¿Qué sabemos realmente sobre la
información y sus comportamientos naturales?
¿Cuáles son las características esenciales de la creación ilimitada? ¿En qué se diferencia de
formas previas de propiedad? ¿Cuántas de nuestras suposiciones sobre ella se han referido
a sus contenedores más que a sus misteriosos contenidos? ¿Cuáles son sus diferentes
especies y cómo se presta cada una al control? ¿Qué tecnologías serán útiles para crear
nuevas botellas virtuales que sustituyan a las antiguas botellas físicas?
Por supuesto, la información es intangible y difícil de definir por naturaleza. Al igual que
otros fenómenos profundos como la luz o la materia, es un ámbito natural de la paradoja. Y
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así como resulta más fácil comprender la luz a la vez como partícula y onda, puede que una
comprensión de la información surja en la congruencia abstracta de sus diversas
propiedades, que podemos describir con estos tres enunciados:
Incluso cuando ha sido encapsulada en alguna forma estática como un libro o un disco
duro, la información sigue siendo algo que nos ocurre cuando la descomprimimos
mentalmente de su código de almacenamiento. Pero, ya se mueva a gigabits por segundo o
a palabras por minuto, la descodificación es un proceso que debe ser ejecutado por y sobre
una mente, un proceso que se despliega en el tiempo. Hace unos años se publicó una
historieta en el Bulletin of Atomic Scientists que ilustraba este punto a la perfección. En el
dibujo, un atracador apunta con su pistola al típico personaje con aspecto de almacenar
mucha información en la cabeza. «Deprisa -ordena el bandido- dame todas tus ideas».
Se dice que los tiburones mueren asfixiados si dejan de nadar, y casi se puede decir lo
mismo de la información. La información que no se está moviendo deja de existir y pasa a
ser solamente potencial, al menos hasta que se le permite moverse de nuevo. Por eso, la
práctica de acumular información, habitual en las burocracias, es un mecanismo
especialmente desatinado para los sistemas de valor con base física.
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desplazar corno los productos manufacturados salvo en la medida en que estos pueden
contenerla. No se limita a avanzar. Deja rastro allí por donde pasa. La distinción
económica central entre la información y la propiedad física es que la primera se puede
transferir sin que su dueño original deje de poseerla.
Se suele atribuir a Stewart Brand este elegante enunciado de lo obvio, que reconoce tanto
el deseo natural de los secretos a ser dichos como el hecho de que, para empezar, los
secretos puedan sentir algo similar a un «deseo».
A mi juicio, son formas de vida en todos los aspectos salvo en que no se basan en el átomo
de carbono. Se autorreproducen o interactúan con su entorno y se adaptan a él, mutan,
persisten. Como cualquier otra forma de vida, evolucionan para ocupar los espacios de
posibilidad de sus entornos locales, que en este caso son los sistemas de creencias y las
culturas circundantes de sus anfitriones, a saber, nosotros.
Al igual que las hélices del ADN, las ideas son expansionistas implacables, siempre en
búsqueda de nuevas oportunidades para crearse un espacio vital. Y, como ocurre en la
naturaleza de base carbónica, los organismos más robustos son extremadamente hábiles
para encontrar nuevos lugares donde vivir. Así, de la misma manera que la mosca común
se ha introducido en casi todos los ecosistemas del planeta, el meme de la «vida después de
la muerte» se hizo un hueco en la mayoría de las mentes, o psicoecologías.
Cuanto más universal sea el eco de una idea, una imagen o una canción, en más mentes se
introducirán y permanecerán. Intentar frenar la propagación de un segmento muy potente
de información es casi tan difícil como mantener las llamadas «abejas asesinas» al sur de la
frontera de Estados Unidos. El intento hace agua por todas partes.
Si las ideas y otros modelos interactivos de información son, en efecto, formas de vida, se
puede suponer que evolucionarán constantemente hacia formas mejor adaptadas a su
entorno. Y, de hecho, lo hacen sin cesar.
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Pero durante mucho tiempo nuestros medios de difusión estáticos, ya fueran tallas en
piedra, tinta sobre papel o tinte sobre celuloide, se han resistido tenazmente al impulso
evolutivo, subrayando por tanto la capacidad del autor para determinar el producto
acabado. Pero, como en la tradición oral, la información digitalizada carece de un
«acabado final».
Puesto que la narración nunca se plasmaba en escritura, el llamado derecho «moral» de los
narradores a quedarse con sus cuentos no estaba protegido ni reconocido. Sencillamente, el
cuento atravesaba a cada narrador en su camino hacia el siguiente, donde asumía una
forma distinta. A medida que regresemos a la información continua, cabe esperar que
disminuya la importancia de la autoría. Acaso los creadores tengan que renovar sus
vínculos con la humildad.
La experta en copyright Pamela Samuelson afirma haber asistido el año pasado a una
conferencia en la que se discutía la cuestión de si los países occidentales pueden apropiarse
legalmente de la música, los diseños y el saber biomédico de los pueblos aborígenes sin
compensaciones a su tribu de origen, ya que esa tribu no es su «autora» o «inventora».
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Cada relación de este tipo es única. Incluso en casos donde el emisor es un medio de
difusión audiovisual y no hay respuesta, el receptor no es nada pasivo. Recibir información
es a menudo tan creativo como generarla.
El valor de lo que se envía depende por completo de la medida en que cada destinatario
tiene los receptores necesarios: terminología compartida, atención, interés, lenguaje,
paradigma para volver significativo aquello que recibe.
La comprensión es un elemento crítico que cada vez se pasa más por alto al intentar
convertir la información en una mercancía. Los datos pueden ser cualquier conjunto de
hechos, útiles o no, inteligibles o inescrutables, relacionados o irrelevantes. Los
ordenadores pueden estar soltando datos nuevos toda la noche sin ayuda humana, y los
resultados se pueden poner en venta como información. Puede que lo sean o que no lo
sean. Sólo un ser humano puede reconocer el significado que separa la información de los
datos.
En los artículos físicos existe una correlación directa entre la escasez y el valor. El oro es
más valioso que el trigo, aunque no se pueda comer. Si bien no siempre, la condición de la
información suele ser justo la contraria. Casi todo el software aumenta su valor a medida
que va siendo más común. La familiaridad es un activo importante en el mundo de la
información. A menudo puede ocurrir que la mejor manera de aumentar la demanda de un
producto sea regalarlo.
Aunque esto no haya sido siempre así en el caso del shareware, software para compartir, se
podría argumentar que hay una conexión entre la cantidad de software comercial que se
piratea y la cantidad que se vende. El software más pirateado, como el Lotus 1-2-3 o el
WordPerfect, se convierte en un estándar y se beneficia de la ley de los rendimientos
crecientes, que se basa en la familiaridad.
Respecto a mi propio producto creativo, canciones de rock and roll, no hay ninguna duda
de que el grupo para el que las escribo, Grateful Dead, ha aumentado enormemente su
popularidad al regalarlas. Desde comienzos de los años setenta venimos dejando que la
gente grabe nuestros conciertos, y en vez de reducir la demanda de nuestro producto esto
se ha traducido en que ahora tenemos la mayor convocatoria en conciertos de Estados
Unidos. Cabe atribuir este resultado, al menos en parte, a la popularidad que generaron
aquellas grabaciones piratas.
Cierto es que no recibo derechos de autor por los millones de copias de mis canciones que
han sido extraídas de esos conciertos, pero no encuentro ninguna razón para quejarme. El
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hecho es que nadie más que Grateful Dead puede interpretar una canción de Grateful Dead,
así que quien desee tener la experiencia y no un pálido reflejo tendrá que comprar una
entrada. En otras palabras, la protección de nuestra propiedad intelectual deriva de que
somos su única fuente en tiempo real.
El problema de un modelo que invierte la proporción física escasez/ valor es que a veces el
valor de la información obedece en gran medida a su escasez. La posesión exclusiva de
ciertos hechos los vuelve más útiles. Si todo el mundo conoce las condiciones que pueden
subir el precio de unas acciones, la información carece de valor.
Pero, de nuevo, el factor crítico suele ser el tiempo. No importa si este tipo de información
termina siendo omnipresente. Lo que importa es estar entre los primeros que la poseen y
actúan a partir de ella. Aunque los secretos potentes por lo general no permanecen secretos,
pueden seguir siéndolo durante el tiempo suficiente como para coadyuvar en la causa de
sus primeros dueños.
En la información estética, ya sea poesía o rock and roll, la gente está dispuesta a comprar
el último producto de un artista sin haberlo visto antes, partiendo de que ha tenido una
experiencia placentera con su obra previa.
La realidad es un filtro editorial. La gente paga por la autoridad de aquellos editores cuyo
punto de vista selectivo parece más ajustado. Y, de nuevo, el punto de vista es un activo
que no se pude robar ni duplicar. Tan solo Esther Dyson ve el mundo como ella lo ve y, de
hecho, la bonita suma que percibe por su boletín informativo responde al privilegio de ver
el mundo a través de su mirada exclusiva.
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Pero, a medida que nos concentramos en el comercio de la información, somos muchos los
que pensamos que la originalidad basta en sí misma para transmitir valor, y que merece,
con los respaldos legales adecuados, un salario fijo. De hecho, la mejor manera de proteger
la propiedad intelectual es actuar en consecuencia. No basta con inventar y patentar,
también hay que innovar. Alguien sostiene que inventó el microprocesador antes que Intel.
Quizás sea cierto. Pero, si de hecho hubiera empezado a distribuir microprocesadores antes
que Intel, su reclamación no parecería tan espuria.
Lo que no es tan obvio es hasta qué punto la información está empezando a tener un valor
intrínseco, no como un medio para adquirir sino como objeto de la adquisición. Supongo
que, de manera menos explícita, esto siempre ha sido así. En la política y en el mundo
académico, poder e información siempre han mantenido un vínculo estrecho.
Sin embargo, ahora que la información se compra cada vez más con dinero, vemos que
comprar información con otra información es un mero intercambio económico que no
precisa la conversión en otra moneda. Esto supone cierto desafío para quienes gustan de
tener las cuentas claras, ya que, al margen de la teoría de la información, los tipos de
cambio de la información son demasiado escurridizos como para cuantificarlos con cifras
decimales.
No obstante, casi todo lo que compra un estadounidense de clase media tiene poco que ver
con la supervivencia. Compramos belleza, prestigio, experiencia, educación y todos los
oscuros placeres de la posesión. Muchas de estas cosas no sólo se pueden expresar en
términos no materiales, sino que además se pueden adquirir por medios no materiales.
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Esto explica mucho trabajo «voluntario» colectivo que llena los archivos, los foros y las
bases de datos de Internet. Sus habitantes no trabajan de balde, como se suele creer. Se les
paga con algo que no es dinero. Es una economía que consiste casi por completo en
información. Puede que ésta se convierta en la forma dominante del comercio humano, y si
seguirnos empeñados en modelar la economía sobre una base estrictamente monetaria
quizás nos equivoquemos seriamente.
3. Cobrar en el ciberespacio
Como se relaciona todo lo anterior con las posibles soluciones a la crisis de la propiedad
intelectual es algo que apenas he comenzado a pensar. Los paradigmas se distorsionan
cuando se contempla la información con ojos atentos, al ver lo poco que tiene que ver con
las materias primas que se venden en los mercados de futuros, al imaginar las tambaleantes
farsas de jurisprudencia que se amontonarán si seguimos tratándola legalmente como si se
les pareciera.
Como ya dije, creo que en algún momento de la próxima década estas actitudes obsoletas
se harán añicos y a nosotros, no nos quedará más remedio que incorporarnos a nuevos
sistemas que funcionen.
En realidad, no tengo una imagen tan sombría de nuestras perspectivas como podrían
suponer hasta ahora los lectores de esta jeremiada. Surgirán soluciones. La naturaleza
aborrece el vacío y lo mismo le ocurre al comercio.
Uno de los aspectos de la frontera electrónica que más atractivo me ha resultado siempre -y
la razón de que Mitch Kapor y yo eligiésemos esa expresión cuando fundamos la EFF 4- es
el grado de semejanza con el Oeste americano del siglo XIX en su preferencia natural por
los mecanismos sociales que surgen de sus propias condiciones, frente a aquellos que se
imponen desde el exterior.
Hasta que el Oeste se colonizó y «civilizó» por completo en este siglo, el orden se
establecía según un Código del Oeste no escrito, que tenía la fluidez de los buenos modales
más que la rigidez de la ley. La ética era más importante que las normas, que en cualquier
caso se hacían respetar muy poco.
En mi opinión, la ley, tal y como la entendemos, se desarrolló para proteger los intereses
que surgieron en las dos «olas» económicas que con tanta exactitud identificó Alvin
Toffler en La tercera ola.5 La primera ola se basaba en la agricultura y necesitaba la ley
para disponer la posesión de la principal fuente de producción, la tierra. En la segunda ola,
la manufactura se convirtió en la fuente económica fundamental, y la estructura de la ley
moderna creció en torno a las instituciones que necesitaban protección para sus reservas de
capital, fuerza humana y maquinaria.
Ambos sistemas económicos necesitaban estabilidad. Sus leyes estaban concebidas para
resistir el cambio y asegurar cierta constancia distributiva dentro de un marco social
bastante estático. Había que limitar la disponibilidad para preservar la capacidad de
predecir, necesaria tanto para la administración de la tierra como para la formación de
capital.
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Puede que el propio «terreno» -la arquitectura de la red- cumpla muchos de los objetivos
que en el pasado sólo se podían mantener por imposición legal. Por ejemplo, quizás sea
innecesario asegurar constitucionalmente la libertad de expresión en un entorno que trata la
censura como si fuera una disfunción y busca la fórmula para transmitir ideas prohibidas
esquivando la censura.
Puede que surjan similares mecanismos naturales de equilibrio para nivelar las
discontinuidades sociales que antes necesitaban de la mediación legal para solucionarse.
En la red, lo más probable es que estas diferencias sean abarcadas por un espectro continuo
que conecta tanto como separa.
Y, a pesar de asirse férreamente a la vieja estructura legal, las compañías que comercian
con la información quizá vean que, debido a su creciente incapacidad para acercarse con
sensatez a cuestiones tecnológicas, los tribunales ya no producirán resultados con la
previsión suficiente como para apoyar proyectos a largo plazo. Cada litigio se convierte en
algo parecido a una ruleta rusa, dependiendo de la ignorancia del juez que lo preside.
La «ley» sin codificar o adaptable, aunque sea tan «rápida, holgada e incontrolable» como
otras formas emergentes, probablemente esté muy cerca de algo parecido a la justicia. De
hecho, ya se puede ver el desarrollo de nuevas prácticas más adecuadas a las condiciones
del comercio virtual. Las formas de vida de la información son métodos que evolucionan
para proteger su reproducción continua.
Por ejemplo, aunque la letra pequeña del sobre de un disquete comercial plantea
puntillosas exigencias a quien lo abre, hay, como digo, poca gente que lea esas condiciones
y mucha menos que las cumpla a rajatabla. Y aún así el negocio del software sigue siendo
un sector muy sano de la economía de Estados Unidos.
Y esto ¿a qué se debe? A que la gente termina comprando el software que realmente
utiliza. Cuando un programa se vuelve fundamental para el propio trabajo, se quiere tener
la última versión, el mejor soporte, los manuales actualizados, todos los privilegios
vinculados a la posesión. En ausencia de una ley vigente, estas consideraciones prácticas
serán cada vez más importantes para cobrar aquello que fácilmente se podría obtener
gratis.
Por supuesto que hay quien compra software por respeto a la ética o con la idea abstracta
de que no comprarlo contribuiría a que no se fabricara, pero voy a dejar estos motivos de
lado. Si bien pienso que el fracaso de la ley desembocará casi con toda certeza en un
renacimiento compensador de la ética como modelo organizativo de la sociedad, no tengo
espacio para defender aquí esta creencia.
En su lugar diré que, a mi modo de ver y como en el caso antes citado, la compensación
por la creación de software se guiará fundamentalmente por consideraciones prácticas,
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todas ellas inherentes a las verdaderas propiedades de la información digital, dónde reside
su valor y cómo puede ser a la vez manipulada y protegida por la tecnología.
Aunque el acertijo sigue siendo un acertijo, empiezo a ver desde dónde pueden venir las
soluciones, que en parte consisten en ampliar esas soluciones prácticas que ya están en
marcha.
Creo que hay una idea básica para comprender el comercio líquido: la economía de la
información, en ausencia de objetos, se basará más en la relación que en la posesión.
El otro modelo, por supuesto, es el de los servicios. Todo el sector profesional médicos,
abogados, asesores, arquitectos, etc., está ya cobrando directamente por su propiedad
intelectual. ¿Quién necesita el copyright cuando tiene una cuota fija?
De hecho, hasta finales del siglo XVIII este modelo se aplicaba a muchos ámbitos que hoy
caen bajo el copyright. Antes de la industrialización de la creación, los escritores,
compositores y artistas trabajaban al servicio privado de los patronos. Sin objetos que se
puedan distribuir en un mercado de masas, los creadores regresarán a una situación
parecida, si bien servirán a muchos patronos en vez de a uno sólo. Ya se puede ver como
surgen compañías cuya existencia se basa en apoyar y mejorar el software que crean más
que en venderlo por piezas plastificadas o incluirlo en paquetes.
5. Interacción y protección
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El mismo tipo de control se podrá ejercer sobre las relaciones de «pregunta y respuesta»
entre autoridades (o artistas) y aquellos que soliciten sus destrezas. Boletines informativos,
revistas y libros saldrán reforzados por la capacidad de los suscriptores para hacerles
preguntas directas a los autores.
La interactividad será un bien facturable incluso sin la autoría. A medida que vaya
entrando la gente en la red y obteniendo su información directamente del punto donde se
produce, sin que se filtre a través de los centralizados medios de comunicación, intentará
desarrollar la misma capacidad interactiva para investigar la realidad que en el pasado sólo
la experiencia les suministraba. El acceso directo a estos distantes «ojos y orejas» será
mucho más fácil de delimitar que el acceso a paquetes fijos de información almacenada
pero fácilmente reproducible.
6. Cripto-embotellamiento
Aunque admito que no es éste el tipo de sociedad en que vivimos la mayoría de nosotros,
también creo que un exceso de confianza social en la protección con barricadas terminará
debilitando la conciencia al hacer de la intrusión y el robo un deporte, y no un crimen. Esto
ocurre ya en el ámbito digital, como es evidente en las actividades de los que asaltan
sistemas informáticos.
Es más, me atrevería a sostener que los esfuerzos iniciales por proteger el copyright digital
mediante la protección de la copia contribuyeron a la situación actual, en la que los
usuarios de ordenadores, que en otros sentidos actúan éticamente, no parecen oponer
reparos morales al software pirateado.
En vez de cultivar entre los recién informatizados un sentido del respeto hacia el trabajo de
sus colegas, la confianza temprana en la protección de la copia abocó en la idea subliminal
de que asaltar un paquete de software «concedía» en cierto sentido el derecho a usarlo.
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Limitados no por la conciencia sino por la destreza técnica, muchos se sintieron libres para
hacer todo aquello que les permitiera salirse con la suya. Esto seguirá siendo un riesgo
potencial de la codificación del comercio digitalizado.
Más aún, es prudente recordar que la protección contra la copia fue rechazada por casi
todos los ámbitos del mercado. Muchos de los próximos esfuerzos para usar los modelos
de protección basados en la criptografía probablemente sufrirán el mismo destino. La gente
no va a tolerar ciertas cosas que dificultan aún más el uso de los ordenadores sin que haya
ningún beneficio para el usuario.
Aun así, la codificación ya ha demostrado cierta utilidad burda. Hace poco se dispararon
las nuevas suscripciones a varios servicios de televisión comercial vía satélite después de
que desplegaran una mayor codificación en sus alimentadores. Y esto a pesar de un
floreciente comercio casero de chips descodificadores a manos de tipos que parecen
destiladores ilegales de alcohol más que expertos en descodificar claves.
Otro problema evidente de la codificación como solución global es que, una vez que algo
ha sido descodificado por un mediador autorizado legítimo, puede volverse accesible a la
reproducción masiva.
Es más, a medida que el software se vuelva más modular y la distribución avance por la
red, comenzará a sufrir una metamorfosis al relacionarse directamente con la base del
usuario. Las actualizaciones discontinuas se nivelarán en un proceso constante de
adaptación y perfeccionamiento cada vez mayores, en parte debido al hombre y en parte a
algoritmos genéticos. Las copias pirateadas de software quizás se vuelvan demasiado
estáticas como para serle de algún valor a alguien.
Incluso en casos como los de las imágenes, donde se supone que la información permanece
inalterada, el fichero sin encriptar todavía sería susceptible de entretejerse con secuencias
de código que continuarían protegiéndolo con arreglo a un amplio abanico de modalidades.
En la mayoría de los esquemas que puedo imaginar, el fichero continuaría «con vida» con
un software incrustado permanentemente que podría «sentir» las condiciones del entorno e
interaccionar por las mismas. Por ejemplo, podría contener código que detectaría el
proceso de duplicación y provocaría su autodestrucción.
Por supuesto, los ficheros dotados de la capacidad independiente de comunicar con sus
dispositivos de origen se parecen inquietantemente al gusano de Internet Morris. Los
ficheros «vivos» poseen una cierta cualidad viral. De esta suerte, se plantearían cuestiones
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Pero la criptografía no se usará solo para hacer cerrojos. También es vital para las firmas
digitalizadas y el dinero digital antes mencionado. Ambos serán, a mi juicio,
fundamentales para la protección futura de la propiedad intelectual.
Es más, se les dispensará de muchos de los costes indirectos que hoy se añaden al
marketing, la manufactura, las ventas y la distribución de productos de información, ya
sean programas informáticos, libros, CD o películas. Esto reducirá los precios y aumentará
la posibilidad del pago no obligatorio.
Pero, naturalmente, hay un problema fundamental en un sistema que exige el pago, a través
de la tecnología, por cada acceso a una expresión concreta. Desafía el propósito
jeffersoniano original de hacer accesibles para todos, las ideas al margen de su situación
económica. No me siento cómodo con un modelo que limite la investigación a los ricos.
Las formas y futuras protecciones de la propiedad intelectual se han vuelto mucho más
opacas desde que empezó la Era virtual. No obstante, puedo proponer (o reiterar) unos
cuantos enunciados directos que, sinceramente, no creo que resulten demasiado ingenuos
dentro de cincuenta años.
En ausencia de los viejos contenedores, casi todo lo que creemos saber sobre la
propiedad intelectual es erróneo. Tendremos que desaprenderlo. Vamos a tener que
considerar el fenómeno de la información como algo nunca visto previamente.
Las protecciones que desarrollaremos se apoyarán mucho más en la ética y la
tecnología que en la ley.
El cifrado será la base técnica de la mayoría de las protecciones de la propiedad
intelectual. (Y, por esta y otras razones, debería volverse más accesible.)
La economía del futuro se basará en la relación más que en la posesión. Será
continua más que secuencial.
Y, por último, en los años venideros la mayor parte del intercambio humano será
virtual más que físico, y no consistirá en materia sino en la materia de la que están
hechos los sueños. Nuestros futuros negocios se llevarán a cabo en un mundo hecho
de verbos más que de sustantivos.
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Esta expresión ha vivido y crecido hasta ahora durante el periodo de tiempo y en los
lugares detallados más arriba. A pesar de su publicación expresa aquí, espero que continúe
evolucionando de forma líquida y, de ser posible, durante muchos años.
Los pensamientos que contiene no me «pertenecen» en exclusiva, sino que se han armado
a sí mismos dentro de un campo de interacción que ha existido entre mí y muchas otras
personas, a las que quiero expresar mi agradecimiento. Quiero recordar en particular a:
Pamela Samuelson, Kevin Kelly, Mitch Kapor, Mike Godwin, Stewart Brand, Mike
Holderness, Miram Barlow, Danny Hillis, Trip Hawkins y Alvin Toffler.
No obstante, debo confesar que cuando Wired me envía un cheque a cambio de haber
«colgado» temporalmente el artículo en sus páginas, soy el único que lo cobra...
Edición, revisión y notas de esta edición: Miquel Vidal (miquel AT sindominio DOT net)
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Notas al pie
... ideas».1
http://www.wired.com/wired/archive/2.03/economy.ideas_pr.html
... EFF.2
http://www.eff.org/Publications/John_Perry_Barlow/HTML/
idea_economy_article.html
... real. 3
Hay edición castellana del mismo año de su publicación original: La tercera ola,
Alvin Toffler, Plaza&Janés, Barcelona, 1980. Esta obra temprana y visionaria fue
enormemente influyente en todos los teóricos, emprendedores y «futurólogos» de la
sociedad de la información, en los primeros editorialistas de Wired, incluyendo
como vemos al propio Barlow. También se dice que inspiró a J. Atkins, uno de los
creadores de la música tecno y al fundador de AOL para lanzar sus servicios en
línea. [N. del E.]
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