Como Una Enredadera y No Como Un Arbol

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Como una enredadera y no

como un árbol

Índice

Parte I: Las guerras fundacionales de la Sociedad de la Información

1. Una Historia acelerada


2. El fin del secreto, el comienzo de la privacidad
3. Free as in freedom
o Apéndice: una conversación con Richard Stallman
4. HAL ha muerto, viva el PC
5. La enredadera hipertextual
6. Hackers, deadheads y derechos civiles
7. Historias de hackers, piratas y redes
8. La batalla de las .com
9. La batalla del software libre
10. Rip, mix, burn

Parte II: Nuevos tipos para nuevos mundos

11. La información quiere ser libre


12. El nacimiento de la Netocracia y los nuevos valores
13. Metrópolis versus capitales; redes versus territorios
14. Tal como somos: Como una enredadera y no como un árbol

Apéndices

15. Breves biografías de los coordinadores de capítulo y autores


Como una enredadera y no como un árbol

El proyecto

 Como una enredadera... está ahora en desarrollo de su versión 1.0. La idea original
fue presentada públicamente en el verano de 2003 en Praga, dentro de la Primera
Conferencia Global sobre Cibercultura, Ciberpunk y Sci-Fi
 Puedes participar sugiriendo mejoras y cambios al equipo de desarrollo en el Foro
de Ciberpunk.org.
 Cuando el equipo de desarrollo acabe la primera versión de los capítulos del índice,
habrá una edición global y el libro se publicará en papel
 Al mismo tiempo lanzaremos una versión electrónica para fotocopiadoras: un
archivo que colgaremos de esta página y que podréis llevar a la copistería más
cercana y convertir en un folleto presentable sin tener que preocuparos de nada (en
A4 doblado por la mitad con las páginas ordenadas para que os la puedan sacar por
dos caras y grapar al medio) para que cada cual pueda sacar fácilmente copias y
regalarlas/venderlas a quien quiera.
 Empezará entonces el proceso de desarrollo de la versión 2.0, que será público y
abierto, utilizando los foros de Ciberpunk.org como herramienta abierta y libre para
la realización de sugerencias, cambios e incorporaciones

Objetivos

 Queremos ver si con los libros puede ocurrir algo similar a lo que ocurrió con el
software libre: que las versiones en papel sirvan para promocionar la generación
libre y casera de copias. Lo que nos interesa es maximizar la difusión.
 Por otro que la misma elaboración del libro pueda funcionar como un proyecto
colectivo. La ambición de éste libro es contar nuestra historia, la historia de la
enredadera que derribó el árbol jerárquico de los viejos sistemas monopólicos de la
información, desde Microsoft a las discográficas trayendo un mundo nuevo. Por
supuesto, esto aún no ha pasado y nada asegura que vaya a pasar, pero el relato
tanto si pasa como si no del proceso merece ser escrito colectivamente, ser un gran
mosaico mural y vivo que versión a versión se actualice con la vida misma. El Foro
con el que estamos corrigiendo la versión 1.0 y con la que se elaborará la versión
2.0 es el primer paso para que este proceso tome vida propia y Como una
enredadera... se convierta en el kernel del discurso que los que estamos en la
batalla de la información libre (software, música, texto...) hagamos sobre nosotros
mismos

¿Cómo puedes sumarte?

Puedes hacer varias cosas, la más sencilla sumarte a la lista de correo y mantenerte al día.
Pero si quieres ser más activo puedes plantear correcciones cambios y mejoras en los
contenidos o echar una mano en la maquetación, distribución, etc., en los foros de la
comunidad. Para cualquier otra cosa escríbenos

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Como una enredadera y no como un árbol

Una Historia acelerada


Por David de Ugarte

Finales de 1973, un viejo y barato Datsun de segunda mano cruza Estados Unidos.
Conduce un matemático hipposo sin mucho acomodo en la vida académica y con ninguno
en la empresa o la administración. Busca viejos veteranos de la Guerra Mundial para
hablar de matemáticas. Estudios criptográficos en bibliotecas de pueblo, desclasificados
por la ineficiencia de la NSA. Nada digno de salir en los periódicos. Las carreteras son las
de siempre, pero W. Diffie está trazando los primeros senderos de un nuevo mapa cuyos
límites finales aún no hemos descubierto.

Diffie, un hacker de primera generación, crearía los fundamentos de la criptografía de


clave pública, permitiendo que años después se desarrollaran el comercio electrónico y
enloquecieran los servicios de inteligencia. Diffie fue pionero en involucrar a la opinión
pública en las batallas políticas del mundo digital. Se abría un periodo nuevo: las grandes
guerras de la Sociedad de la Información.

En estas guerras han caído gigantes como la ATT o IBM, naves insignia de lo más
avanzado del viejo mundo industrial, pero también gobiernos, valores morales, leyes y
flotillas de .com's. Hay quien asegura que la caída del imperio soviético se debió en parte a
sus coletazos. El caso es que sus primeros resultados han cambiado nuestra forma de
comunicar, divertirnos y trabajar, pero aún estamos lejos de captar hasta dónde pueden
llevarnos.

Este trabajo parte de una tesis sencilla pero novedosa: existe una base económica y
material común para todos estos cambios. En la medida que la evolución del sistema
económico se mantenga por los mismos derroteros, movimientos como el software libre, el
copyleft o el P2P musical, socavarán cada vez más profunda e irremediablemente el orden
corporativo, jurídico y económico internacional, enfrentándose al poder de los estados y
los monopolios y elevando nuevos valores sociales en conflicto con el poder establecido.

Desde mediados del siglo XX, en el valor de la producción el componente creativo y


científico ha crecido constantemente, azuzado por la competencia global militar y
económica.

Con los mercados saturados, sólo el diseño, la creación, la fabricación masiva de lo único,
nuevo y diferente podía resultar atractivo. Con el planeta fotografiado hasta la saciedad por
cientos de satélites y la planificación exigiendo modelos económicos que computaran
millones de precios y respuestas de los consumidores, era necesario procesar y transmitir
información de forma rápida, segura y barata.

El desarrollo de las tecnologías de la información ha sido exponencial. El proceso es


acumulativo e imparable: cuanto más sabemos sobre la información y las redes, mejores
máquinas y procesos podemos diseñar para gestionarlas y aprender como funcionan. Desde
que en 1948 Alan Turing crea en Bentley Park, el Sancta Santorum del servicio
criptográfico británico, Colossus, el primer ordenador, para hackear códigos secretos de
forma automática, hasta el nacimiento del Apple, el primer ordenador personal, pasaron

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casi cuarenta años de economía de guerra. En los veinte siguientes, cuando la tecnología ya
había desbordado el marco de la guerra fría para llegar a los garajes y los supermercados,
nacerían Internet, la WWW, la informática de bolsillo, la telefonía digital, los CD’s...

Pero el movimiento es mucho más profundo. Si el componente científico y creativo es cada


vez más relevante en el valor de la producción, es lógico pensar que la organización de esa
producción tienda a emular el modo en que se organizó desde el Renacimiento el trabajo
artístico y científico: como la academia o la república de las letras. Economías de red que
valoran más el reconocimiento que el ingreso monetario. Si el capitalismo se parecía al
monasterio medieval —con su separación del tiempo en función de las horas de trabajo—,
el informativismo se parecerá a la Universidad, con sus sistemas de redes pensadas para
compartir hallazgos y formar acervos comunes, escuelas y tendencias sin necesidad de una
autoridad central.

Esa tensión entre una forma de organización social emergente y otra aún sólida se refleja
en las guerras de la sociedad de la información, de Linux a Napster, de Internet a los
movimientos de ciberderechos. Pero también genera valores nuevos, nuevos tipos de
héroes y de discursos. Informa los conflictos entre ciudades y territorios, entre capitales y
metrópolis. Busca nuevas formas de organizar las relaciones personales y el entorno, trae
nuevas formas de protesta y de conservadurismo. Cambia ejes. Nos da inmensas y nuevas
posibilidades de libertad y obligaciones incompresibles hace tan sólo diez años.

Estamos en el nacimiento de un mundo nuevo. Un momento épico colectivo mediado por


la tecnología que se desarrolla sobre el curso de una Historia acelerada.

En las siguientes páginas intentaremos entenderlo un poco para entendernos a nosotros


mismos, su producto informacional último.

Estamos en el nacimiento de un mundo nuevo. Un momento épico colectivo mediado por


la tecnología que se desarrolla sobre el curso de una Historia acelerada.

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El fin del secreto, el comienzo de la privacidad: la batalla


por liberar la criptografía
Por David de Ugarte

1969, GCHQ: El centro del criptoespionaje británico, los herederos del mítico Benchley
Park donde Alan Turing desarrollara veinticinco años antes las bases de la computación y
creara en 1948 el primer ordenador, Colossus. El centro europeo del secreto.

James Ellis pasa ya de los cuarenta, es matemático e investigador. Funcionario de la


agencia, excéntrico que es la forma "british" de decir rarito, lleva unos años recolocado en
el CESG. Un grupo dedicado a la investigación criptográfica de máximo nivel. Lo mejor
que la comunidad del secreto puede ofrecer. El mejor lugar disponible en 1969 para un
hacker académico de los criptosistemas. Eso o la NSA. No hay criptomundo al margen.
Desde la guerra todo lo relacionado con ésta rama de la matemática aplicada y las
comunicaciones seguras es considerado secreto de estado. Los análisis teóricos tienen
tratamiento de armas de destrucción masiva. No pueden publicarse sin censura previa de la
agencia (que siempre la ejerce), no pueden compartirse con otros colegas de otros países
(sería una exportación ilegal). No puede hablarse, leerse, publicarse ni discutirse nada. El
estado es el gran monopolista del secreto. En lo referente a éstos temas funciona como la
IBM: todo dentro de casa, nada público. La producción de teoría criptográfica se realiza
con los parámetros de una gran fábrica de conocimiento: Nómina, horario y jerarquía

Un artículo de Ellis yace sobre la mesa de su superior: el jefe de matemáticos Shawn


Willie. Ellis sabe que es probablemente lo más importante que ha escrito en su vida. El tipo
de papel que no te dejará dormir por las noches en los próximos veinte años. Se titulaba La
posibilidad de encriptación segura no secreta. Una aparente contradicción que rompía toda
la tradición criptográfica. Desde tiempo inmemorial los sistemas habían tenido un esquema
sencillo: al mensaje (texto plano) se le aplicaba una clave obteniendo el texto cifrado. El
receptor aplicaba la misma clave y volvía a obtener el texto plano. Todo lo demás, toda la
investigación era puro barroquismo matemático sobre los algoritmos con los que se
elaboraba la clave. La base era la misma: emisor y receptor -y sólo ellos- debían conocer
previamente la clave.

La comunicación segura sin conocimiento previo de las claves simplemente no se


consideraba. Ni siquiera se sabía si era teóricamente posible. Esa posibilidad era la que
acababa de demostrar Ellis. Desgraciadamente no he podido encontrar ningún fallo en el
esquema escribió en un informe Willie. Lo que tenía sobre la mesa era el esquema teórico
de la criptografía asimétrica (que implica la convivencia de claves públicas -conocidas por
todo el mundo- y privadas -sólo conocidas por sus dueños tanto en el lado del emisor como
en el del receptor-). El mismo tipo de cifrado invisible al usuario que hoy usamos para
sacar dinero en el cajero, ver la tele por satélite, comprar en la Web, pagar en la autopista y
proteger nuestro correo o nuestras llamadas telefónicas.

Faltaba implementar el sistema. Encontrar funciones no invertibles con una serie de


propiedades que permitiesen el cifrado y descifrado. Un joven brillante recién llegado a la
agencia, Clifford Cocks, lo conseguiría en una tarde. Había creado un equivalente al hoy

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Como una enredadera y no como un árbol

omnipresente algoritmo RSA, descubierto cuatro años después por un equipo de


matemáticos del MIT. Estamos en noviembre de 1973

De los chicos de Benchley Park (que ahora ocupaban otras oficinas) no saldría nada al
mundo. El sistema se consideró poco práctico, algo inevitable en este tipo de
descubrimientos... y se dejó ahí. Con la jerarquía preocupada en otras cosas. Sin
posibilidad de publicar más que internamente, ni Cocks ni Allis volvieron a tratar el tema.
Con su silencio se retrasaba uno de los descubrimientos matemáticos más importantes del
siglo XX. El viejo sistema de la fábrica de secretos se hundía poco después.

El responsable Whitfield Diffie, un joven matemático que había recorrido Estados Unidos
buscando y atando pistas sueltas sobre la evolución [secreta] de la criptografía desde el
estallido de la guerra mundial. Entrevistando veteranos, peinando bibliotecas y memorias,
fue creando el mapa fragmentario de un mundo oculto. Nadie le financiaba. Diffie lo hacía
por puro placer del conocimiento. Era un hacker de pura cepa. Seguramente el primer
hacker de la Sociedad de la Información.

Cuando en 1970 Diffie consigue que le presten una casa en la Costa Oeste y se entrevista
con un joven profesor neoyorquino de segunda fila que se había negado a trabajar para la
NSA, nace la nueva comunidad criptográfica. De momento son dos personas Wihtfield y
Marty. El nombre de un algoritmo: Diffie-Hellman.

Juntos generarían la masa crítica de conocimiento necesaria para el salto cuántico que la
matemática aplicada estaba pidiendo a gritos. El salto que el desarrollo de las
telecomunicaciones y el mundo digital de los siguientes treinta años necesitarían como
precondición básica: la criptografía de clave pública.

Era 1975 y el primer papel de Hellman y Diffie es rechazado, como lo había sido antes el
de sus secretos colegas ingleses. Sin embargo, la idea está ya en el circuito académico.
Despierta pasiones. Partidarios y adversarios. Ha nacido la comunidad criptográfica libre:
Hackers y académicos. Antes de un año todos los fundamentos serán publicados y
discutidos hasta la saciedad. En los siguientes 10 años la disciplina avanzará más que en
toda la Historia de las matemáticas. La joven comunidad se enfrentará al estado, a la IBM,
a las leyes de la guerra fría... e inevitablemente contagiará a la naciente industria del
software y la tecnología hasta derrumbar completamente en la época Clinton todo el
sistema legal e industrial que constreñía su desarrollo.

Había muerto la fábrica de secretos. Había nacido la comunidad de la privacidad. El poder


había pasado de manos de las estructuras militarizadas de la inteligencia estatal y las
grandes corporaciones a una comunidad abierta y libre de académicos, hackers y
empresarios tekis como Mitch Kapor (quien incluiría por primera vez encriptación
asimétrica en un producto comercial).

¿Cómo podía haber llegado a pasar? ¿Cómo quince años antes de caer el muro de Berlín
pudo escapársele al sistema burocrático científico más paranoico de la Historia algo tan
importante como la posibilidad del cifrado asimétrico seguro? ¿Cómo pudieron colárseles
unos cuantos hippies y desmontar el poder de las hasta entonces todopoderosas agencias?
¿Cómo se le escapó a la IBM? Lo que había pasado, era sólo un anuncio del mundo por
venir. La respuesta es sencilla: la lógica del sistema de incentivos. Como diría cualquier
economista, simplemente los incentivos que el viejo sistema cerrado podía producir no se

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alineaban con los nuevos objetivos a conseguir. Era cuestión de tiempo que apareciera un
Diffie.

Durante la Segunda Guerra Mundial la criptografía había avanzado como nunca. Pero
entonces, merced a la concentración masiva de recursos y la movilización de todo
matemático relacionado con el tema en el esfuerzo de guerra, comunidad del secreto y
comunidad investigadora eran la misma cosa. Los incentivos de una y otra se fundían y
alineaban. No quedaba nada fuera. Tras la guerra en cambio, el suicidio inducido de Turing
(castrado por homosexual) marca el fin de la comunidad única. Los chicos de Benchley
Park o los de la NSA podrán fichar a todos los chicos brillantes que un presupuesto militar
sin límites pueda pagar. Pero ya no es cuestión de dinero. El conocimiento necesita
libertad, debate público, contraste, anticonvencionalismo para dar saltos cualitativos.
Desde 1948 el sistema del secreto sólo dará barroquismo teórico. Cuando alguien como
Ellis propone un salto cualitativo queda enfangado en las rutinas burocráticas y se ahoga.

La crisis del sistema del secreto de la guerra fría y el nacimiento de la comunidad


criptográfica de la privacidad que darán paso a la primera gran batalla de la Sociedad de la
Información, es la primera falla que se abre entre el viejo y el nuevo mundo, simplemente
porque la forma de organización del conocimiento heredada del modelo industrial ya no
servía para abastecer al mundo de las nuevas tecnologías que necesitaba. Como ironiza
Pekka Himanen, ¿Cómo podría Einstein haber llegado a la fórmula E=mc2 si su actividad
se hubiera dado en el caos de grupos de investigadores autoorganizados? ¿Acaso no
opera la ciencia con una jerarquía tajante, liderada por un empresario en Ciencia, con
directores de división para cada disciplina?

Esto es lo realmente importante. La guerra legal y política era una consecuencia tan
inevitable como el triunfo antes o después del sistema hacker de organización del trabajo
creativo sobre el secretismo y la cerrazón de la fábrica de conocimiento monopolista. La
épica de la batalla, los personajes de éste primer gran combate han sido minuciosamente
descritos por Steven Levy en Cripto. En su párrafo final relata un único encuentro
telefónico de Ellis y Diffie en 1997:"Ustedes hicieron con ella más de lo que hicimos
nosotros" dijo el padre de la criptografía no secreta al padre de la criptografía de clave
pública. Y siguió guardando su secreto. Mientras las aportaciones del hacker se extendían
por el mundo como una enredadera imprevisible, el viejo guardián del secreto seguía
viéndolo como un desarrollo lineal de alternativas definidas. Como un árbol que echa sus
raíces.

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Free as in freedom
Por: Natalia Fernández

Este capítulo está todavía en su primera redacción. Próximamente lo colgaremos en ésta


página

Apéndice: Una conversación con Richard Stallman, por David de Ugarte (DdU), con
correcciones a la edición de Richard Stallman

- DdU: Lo que comenzó como movimiento del software libre parece ahora extenderse a
través del copyleft a los libros. ¿Crees esta proyección natural? ¿La filosofía del software
libre y el copyleft seguirá yendo cada vez más allá?

- No exactamente. Los libros tienen distintos propósitos. Hay libros de uso funcional como
manuales y diccionarios, libros de opinión, de Arte, de entretenimiento... no pienso que las
cuestiones éticas sean independientes del propósito del libro. En los libros de propósito
funcional las cuestiones son iguales. Esos libros deben ser libres. Pero no necesariamente
los otros tipos. Hay ahora proyectos de libros de texto libres, hay una enciclopedia libre, la
mayor del mundo y creo que hay un diccionario de castellano libre.

- DdU: ¿Y la música? ¿Cómo es aplicable el espíritu del software libre a la música?

- Es una cuestión difícil. No tengo una respuesta que me satisfaga. Seguro que la gente
debe tener por lo menos el derecho de compartir no comercialmente copias de la música
grabada. La cuestión del hecho de compartir existe como consecuencia de un cambio de
tecnología. En la época de la imprenta esto no existía como problema de importancia
práctica porque sólo los impresores podían copiar libros eficientemente. Era un asunto de
reglamentación industrial, no de derechos cívicos. A consecuencia de un cambio
tecnológico se ha vuelto una cuestión de derechos cívicos. Otros cambios por venir pueden
igualmente cambiar nuestra visión de los derechos. No los principios morales
fundamentales que los sustentan. Esos no los cambia la tecnología aunque si sus
resultados, las aplicaciones prácticas de esos principios.

- DdU: Rechazas el término piratería para hablar de la copia no autorizada.

- La piratería es atacar barcos y eso es muy, muy malo. Pero compartir copias de cualquier
obra en la computadora con vecinos y conocidos es un acto bueno, es cooperación social.
La idea de comparar los dos actos, uno muy inmoral otro muy moral es completamente
incorrecta. Es un término de propaganda y no quiero participar de la propaganda de los
editores.

- DdU: Volviendo sobre la copia no autorizada, esta vez la copia no autorizada de


software, ¿no crees que a largo plazo favorece a los grandes monopolistas?

- Puede que si, pero esto no quiere decir que sea legítimo imponer penas a los que hacen
copias no autorizadas, porque compartir copias no es inmoral y no podemos tolerar el
castigo sólo porque esperemos un resultado indirecto favorable a nuestra causa.

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- MP: ¿Qué ganarán nuestros hijos con el software libre?

- La libertad derivada de guardar el control sobre todas las computadoras. Con el software
no libre el dueño legal del programa tiene el control sobre lo que hace tu computadora.
Ganarán una sociedad en la cual la cooperación entre los ciudadanos será promovida y no
prohibida como hoy en día.

- DdU: Hace poco releía un cuento tuyo, El derecho a leer, una auténtica distopía en el que
el sistema de pago por derechos ha avanzado tanto que es imposible leer sin tener que
pagar. Y me acordaba de que en los años sesenta esto no era una pesadilla, sino una utopía
llamada Xanadu que fue el comienzo del hipertexto...

- Por eso no era yo tan partidario de Xanadu... He visto un día en los años ochenta que
había una contradicción entre la licencia para publicar cualquier cosa en Xanadu y la GPL
en GNU. Habría estado prohibido publicar cualquier programa bajo copyleft en Xanadu.

- DdU: ¿Entiendes GPL como una negación de la propiedad intelectual?

- En términos legales es un uso del derecho de autor, no una renuncia. En términos legales
es muy claro. En términos morales es decidir no ser guardián del uso que los demás hacen
de tu obra. Es por eso que violar la licencia de software libre es inmoral, no porque lo sea
violar cualquier licencia, sino porque lo es violar los derechos del público. El copyleft
implica el uso del derecho de autor que consiste precisamente en no usar el poder derivado
de la propiedad excepto para impedir que otros diferentes al autor y al público impongan
su poder.

- DdU: El nuestro es un movimiento hacker que tiene mucho en común con el mundo
científico, ¿se parecerán los científicos a los hackers? ¿Se extiende el hackerismo a otros
sectores?

- Hacker, usando la palabra inglesa, quiere decir divertirse con el ingenio [cleverness], usar
la inteligencia para hacer algo difícil. No implica trabajar sólo ni con otros necesariamente.
Es posible en cualquier proyecto. No implica tampoco hacerlo con computadoras. Es
posible ser un hacker de las bicicletas. Por ejemplo, una fiesta sorpresa tiene el espíritu del
hack, usa el ingenio para sorprender al homenajeado, no para molestarle. Hay algo también
en común con el héroe medieval, la idea de mostrar la propia capacidad, a veces en
competencia con otro.

- MP: Pero no por dinero...

- No, no por dinero, sino para mostrar fortaleza, identidad.

- DdU: Pekka Himanen o Linus Thorvalds comentaban que el movimiento del software
libre le debía mucho al espíritu de los años sesenta en California...

- Es cierto, aunque yo no lo compartía en aquel momento.

- DdU: ¿No?

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Como una enredadera y no como un árbol

- No, la contracultura estaba contra la ciencia y la racionalidad. Y en eso no estaba y no


estoy de acuerdo. Pero había otra idea, que el dinero no es la medida de la vida, no es la
última meta. Con eso sí estoy de acuerdo.

- DdU: ¿Cambia el software libre los ejes derecha-izquierda?

- Siendo de izquierdas me gustaría que fuera de izquierdas, pero en Estados Unidos la


mayoría de los que se interesan en el software libre pertenecen a la derecha, son libertarios.
No estoy de acuerdo con ellos, creo que tenemos un deber de cuidar a los enfermos, a los
pobres, no dejar a nadie morirse de hambre.

- DdU: Entonces el eje derecha izquierda es indiferente en la cuestión del software libre...

- Es otro eje. El software libre no se ubica entre derecha e izquierda.

- DdU: Pero la izquierda liberal también ha sido en buena medida tecnófoba...


- Hay buenas razones para la tecnofobia, las computadoras conllevan el peligro de un
estado totalitario como nunca.

- DdU: La pesadilla ciberpunk.

- Si y el peligro se acerca muy rápidamente. Hay planes para desarrollar tecnologías que
reconozcan a las personas por la calle. Es muy peligroso para la libertad. Esta tecnología
en manos un gobierno opresivo como el actual de los Estados Unidos que no respeta los
derechos civiles ni la democracia, es muy peligrosa.

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HAL ha muerto, viva el PC


Por David de Ugarte

En el viejo mundo los informáticos llevaban bata blanca. Eran la más pura representación
de la tecnocracia. Encarnación del mito popular del científico nacido de la gran guerra y
cultivado por el pulp de los cincuenta.

Sus arquitecturas podían entenderse como una gran metáfora del estado socialista ideal. Un
centro todopoderoso y benevolente atendido por sacerdotes/científicos en salas
acondicionadas. Para los mortales, terminales tontos en fósforo verde. No se exige etiqueta
ni bata. Todos iguales, todos acceden, de manera limitada y acotada por la autoridad
central, a la info que se procesa en el Sancta Sanctorum. Todos son iguales... menos los
que no lo son.

Creo que queríais desconectarme, pero me temo que no puedo permitir que eso suceda
dice HAL, la supercomputadora inteligente de 2001: Una odisea en el espacio. Cuando se
lleva al cine la novela de Kubrick, es 1968. El Dr. Chandra, entrenador de HAL, resulta un
personaje muy creíble.

Antes de un año los Estados Unidos enviarán los primeros humanos a la Luna. Las
macroinversiones necesarias para este subproducto de la carrera de armamentos permitirán
a los ordenadores ser más rápidos, más potentes, almacenar sistemas de memoria e
interconectarse. En la borrachera del avance rápido muchos compartirán la fantasía de la
inteligencia artificial. De HAL, símil y proyecto de todo un mundo de felices e
incuestionables burócratas del conocimiento que trabajaban en sitios como Bell Labs o
IBM. Arthur C. Clark se permite la broma ASCII: H+1= I; A+1= B; L+1= M; HAL =
IBM +3 en tres décadas más de carrera espacial IBM lanzaría computadores inteligentes.

Pensaban en la IA como un mero desarrollo lineal, como un árbol más fuerte cuanto más
crece... hasta que las máquinas llegaran a pensar o cuando menos pasar el test de Turing,
hacerse indistinguibles de un humano en una conversación a ciegas.

1975, Los Altos, California: Una imagen tópica. Dos hackers comparten taller en el garaje.
Fabrican y venden Blue Boxes: circuitos que conectados al teléfono engañan a las
centralitas de la Bell y permiten hablar sin pagar. Eran Steve Jobs y Steve Wozniac.
Wozniac presenta el proyecto de construir un ordenador para uso personal en el Homebrew
center, un club de hackers de la electrónica. Jobs le ofrece un plan: venderá su camioneta si
Woz vende su calculadora (entonces aún son caras) y juntos montan un taller de
ensamblado en su garaje. Pero Jobs trabaja en HP. Su contrato le obliga a ofrecer a la
empresa cualquier desarrollo antes de hacerlo por cuenta propia. Solicitan una reunión y
plantean la idea. La respuesta es la esperada: los ordenadores sirven para gestionar grandes
procesos sociales, requieren potencia, más que la que una pequeña máquina podría ofrecer
sin servir además nada que la gente quiera tener en casa, un ordenador personal sería como
un bonsái con dificultades para arraigar ¿quién podría querer algo así?

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Como una enredadera y no como un árbol

Y efectivamente, el Apple I no era un derroche de potencia: 4Kb ampliable a cuatro más y


con almacenamiento en cinta de casete opcional... Pero fue el primer paso para desconectar
a HAL. En abril del 77 se presenta Apple II y en el 79 Apple III que ya tiene 48Kb.

Ya nadie tiene que explicar qué es o para qué sirve un ordenador personal. En las
universidades la naciente comunidad hacker sigue el ejemplo y monta ordenadores por
componentes. Un modelo que seguirá IBM el año siguiente cuando diseñe su IBM PC. Un
intento por liderar los nuevos tiempos.

La idea no era mala. Suponía vender, ensamblar y diseñar en arquitectura abierta un


ordenador de componentes baratos fabricados por otros. Utilizar todo el poder de marca de
IBM bastaría, suponían, para merendarse el naciente mercado doméstico y mantener en
segmentos específicos a los posibles licenciadores y fabricantes de clónicos...

Pero no fue así, las cosas habían cambiado. IBM pensaba en sus máquinas como sustitutas
relativamente autónomas de los tradicionales terminales tontos. Pensaba en el PC como en
una pieza dentro de la vieja arquitectura centralizada, ramas más gruesas para sus árboles.
Al tener un modelo universal de arquitectura abierta los hackers de la electrónica pudieron
empezar a construir sus propias máquinas compatibles por componentes... e incluso
venderlas luego mucho más baratas que los originales del gigante azul. El sueño del
hacker, vivir de ello, se hacía realidad. Los hackers de la electrónica de los setenta
acabaron montando PC’s por su cuenta en tallercitos, tiendas y garajes... Sin valedores
tekis, Apple desaparecería hasta del underground, pero el PC se separaría progresivamente
de IBM.

Pero cuando en casa tienes más de un ordenador, aunque sea porque lo montes para otros,
es inevitable la tentación de comunicarlos y ponerlos en red. Cuando tus amigos tienen
modem y puedes dedicar un ordenador sólo a compartir con ellos, es inevitable -sobre todo
donde las llamadas locales son gratuitas- dejarlo conectado todo el día para que entren
cuando quieran. Cuanto más potentes se hacían los PC’s más potentes se hacían también
las arquitecturas de red de los hackers.

Como una enredadera que brota sobre un árbol, el uso de un nuevo tipo de herramientas irá
creciendo y diferenciándose poco a poco a lo largo de los 80. Están naciendo las
estructuras que darán forma al nuevo mundo. Son los tiempos de las redes LAN caseras, de
las primeras BBS, del nacimiento de Usenet. La Internet libre y masiva se acerca. Eran
inventos diferentes, hechos por gente diferente, con motivaciones diferentes. Era lo que
pedían los tiempos... aunque ellos, los hacker de entonces, ni siquiera lo sabían todavía,
expresaban no sólo su forma de organizarse y representar la realidad, sino la arquitectura
completa de un nuevo mundo que debía representarse y organizarse reticularmente para
poder funcionar y dar cabida a un nuevo tipo de incentivos. Pronto, una enredadera cada
vez más densa de pequeños ordenadores bonsái cubriría a HAL hasta desconectarlo para
siempre...

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Como una enredadera y no como un árbol

La enredadera hipertextual
Por Alejandro Rivero y David de Ugarte

Cuando en 1984 Tim Berners-Lee llegó a Suiza tenía 28 años, una beca para el CERN,
curiosidad de hacker y una pregunta infantil que responder: ¿pueden las máquinas
ayudarnos a intuir?

El CERN lanzaba entonces su nuevo acelerador de partículas. Nadie pensaba que su mayor
aportación al mundo vendría del grupo de trabajo informático. De hecho pocos pensaban
entonces en aportaciones de ningún tipo; los pocos innovadores del lugar tenían la
perspectiva bien entrada en el dos mil y pico. El centro era, y es, el mayor monstruo
burocrático-científico europeo. Tiene la inevitable huella napoleónica de las instituciones
continentales: sus regulaciones consensuadas impresas en papel doblarían en volumen al
barroco Derecho Canónico. Pero ni la obsesión normativa ni los sistemas millonarios
implantados por las grandes corporaciones conseguían que los cientos de investigadores
que cada año pasaban por allí compartieran un formato estándar de información. Nadie
aceptaba reorganizar todo su trabajo sólo para que durante un semestre el sistema
informático de turno funcionara. Con buen criterio el mundillo académico residente
pretendía que las máquinas trabajaran para ellos y no ellos para optimizar el
funcionamiento de las máquinas. Cuestión básica: bajo toda arquitectura informacional
subyace una estructura de poder.

Tim Berners-Lee es hijo de matemáticos. Sus padres formaron parte en los cincuenta del
equipo que programó uno de los primeros ordenadores comerciales: el Mark I. La
computación de la época se veía en el camino de la Inteligencia Artificial, pero los
Berners-Lee teorizaban una limitación: los ordenadores se programaban de acuerdo a
rígidas categorías jerárquicas, mientras que el cerebro asociaba libre y azarosamente. La
creatividad y la inteligencia real tienen mucho que ver con la capacidad para relacionar
información inconexa.

A mediados de los 60, Ted Nelson creó el concepto de hipertexto. Intentó desarrollarlo en
un macroproyecto llamado Xanadu. Pero sin microordenadores de uso personal, sin
Internet, sin quioscos ni cyberpubs, sin gentes trabajando y pensando ya en red, la idea
genial se enquistó como una semilla en tierra extraña. Como se enquistó Bill Atkinson en
el 86 y limitó sin querer la conectividad de su Hypercard, atrapado en el manejar stacks
completos y dentro de una misma máquina.

Durante los 80 los enlaces punto a punto tejían una serie de redes privadas, desde la
increíble jerarquía de Bitnet o Decnet hasta los extraños enrutados de Usenet/Eunet. Poco a
poco, todas irían siendo absorbidas por TCP/IP y el conglomerado de protocolos tejidos
por las Internet Engineering Task Forces, un grupo de voluntarios cuyos estándares se
llamaban, con toda humildad, "Solicitud de Comentarios". Las IETF lucharon la primera
gran batalla de la privatización, pero se hizo a la manera antigua, en los pasillos de los
gobiernos, en el terreno del enemigo. Asociaciones como la ISOC y extraños
francotiradores como George Soros se asociaron en una pelea para evitar los monopolios
en la naciente estructura. El resultado final fue de tablas: por un lado el sistema de
estándares vía RFC se mantenía, por otro el plan de Postel para eliminar los Root Domain

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Como una enredadera y no como un árbol

y sus servers desaparecía. El propio John Postel, el hombre que meticulosamente anotaba
en un cuaderno los números IP que se iban asignando y les facilitaba enlaces en los
servidores de nombres, sería el primer cadáver, ni virtual ni metafórico, de la revolución.

A principios de los 90 el mundo red era ya una realidad. Ordenadores personales como
herramienta básica de trabajo. Internet como estructura descentralizada de comunicación.
Hipertexto para permitir la libre asociación. Y lenguaje de etiquetas como esperanto
tecnológico. Todo existía ya. Encontrar un microcosmos donde desarrollarlo y demostrar
su utilidad -el CERN- fue hasta cierto punto un azar feliz. Juntar las piezas, un hallazgo.
Pero la genialidad estaba en otro lado: proponer como estructura básica del trabajo en red
un espacio nuevo organizado según la metáfora de la enredadera: la WWW, la Maraña
Magna Mundial. La revolución html sería tal por atacar precisamente el corazón de las
viejas arquitecturas informacionales. Frente al modelo centralizado, propietario, vertical y
homogéneo -el árbol-, Tim Berners-Lee desarrollaría un modelo descentralizado, libre,
reticular y heterogéneo, la Web [tela de araña] que como una enredadera cubriría la
infoesfera desde los servidores universitarios hasta las páginas personales trepando por la
Internet naciente.

En aquellos tiempos Internet era Telnet, el protocolo de transmisión más corriente ftp y la
forma de buscar programas archie. Sobre la Red seguía funcionando una lógica de
organización y relación jerárquica. Pronto las cosas iban a cambiar. Tímidamente una
pequeña ardilla/secretaria se atrevió a sugerir el enlazar entre si carpetas en diferentes
maquinas. Era Gopher —o Goopher para los que querían ponerle unas gafas al icono de la
ardilla— y con ella llegó el escándalo. Nadie había dictaminado dónde nacían esas
jerarquías de carpetas que se hundían hasta el infinito, y es que no nacían en ninguna parte.
Nodos espontáneos establecían catálogos apuntando a los directorios interesantes y, como
luego se diría de la Web, ya no había un dónde, allí. Simultáneamente, los primeros
clientes Web asomaban la cabeza. Primero un tosco hojeador para VT100, la terminal
verde reinante en los laboratorios. Luego una versión gráfica con negritas y cursivas, sobre
el extraño Unix de Jobs, el NeXT.

En marzo de 1993 las conexiones Web representaban el 0.1% del total de uso de Internet,
en septiembre se había convertido en un 1% y en diciembre el 2.5%. La Universidad de
Minessota, creadora de Goopher, decidió empezar a solicitar el pago de licencias por el
software de servidor. El intento de imposición de un sistema de propietario sobre una
estructura básica de la Red pudo influir en que la naciente industria y la tribu hacker -
entonces mayoritaria entre los usuarios- huyeran como la peste del estándar ganador y
mirara hacia el otro candidato, el HTTP/HTML. En alguna de sus regulaciones, el CERN
dictaminaba que cualquiera de sus productos era propiedad pública de los países socios.
Socios que no coinciden con la Union Europea y que no incluyen a los americanos. Cundió
el sentido común y en la primavera de ese año se decidía manumitir los protocolos Web,
dejarlos libres de enredos legales.

De otra parte, y mucho más relevante que la cuestión de las licencias y propiedades, la
llegada de XMosaic inclinó definitivamente la balanza. En una atrevida violación del
HTML, los chicos de la NCSA construyeron un navegador que permitía incorporar
imágenes e incluso rodearlas de una etiqueta de salto hipertextual. Con ello el documento
afirmaba su superioridad frente al mero directorio. El hipertexto demostraba su capacidad
para convertir Internet en una inmensa máquina social de forma exponencial al número de
páginas colgadas. Lo que entonces se llamaban spaghetti links para remarcar su carácter no

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Como una enredadera y no como un árbol

jerárquico, convertían el uso de la Web en un verdadero ejercicio de surf por el


pensamiento y las inquietudes del mundo.

La información tomaba cuerpo y vida. Pasaba de organizarse como catálogo entomológico


a funcionar orgánicamente y convertirse en un espacio navegable y explorable: el
ciberespacio [De cibernético, dispositivo guiado, y éste del griego kyber-, gobernar una
nave] con sus exploradores, los cibernautas. [Neol. de Ciberespacio y nauta, marino.
Azarosamente coincide con el gr. Kybernetes: patrón náutico, timonel]

El embrujo de la WWW extenderá Internet como una enredadera hasta hacerse casi
sinónimos. XMosaic perdía su X para pasar a funcionar en plataforma cruzada, sobre
Macintosh o sobre Windows 3, y dar a HTTP su independencia respecto al sistema
operativo. Todavía quedaban un par de años hasta que el sistema operativo dominante
aceptara -que remedio le quedaba- clonar totalmente el interfaz de punto y clic de los
Athena y los Apple, pero nadie se molestó en esperarle. Una generación que había
aprendido a comunicarse con las máquinas, tenía en Internet la herramienta para
comunicarse a través de ellas y en la Web la clave para pensar colectiva y no
jerárquicamente. Los hackers tendrían en la Web un equivalente postmoderno de la vieja
república de las letras de la Ilustración. No lo usarían menos subversivamente.

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Hackers, deadheads y derechos civiles


Por Fernando Vicente

La diferencia entre Grateful Dead y otras bandas es su relación con su público [...]
Grateful Dead no eran sólo los músicos, también el público era Grateful Dead afirma
Dennis McNally, autor de A long strange trip: the inside history of The Grateful Dead.

Grateful Dead nace en 1965 de la mano de Jerry García, quien ya había participado en
proyectos musicales como Mother McCree's Up town Jug Champions y The Warlocks.
García tomó el nombre del libro de los muertos, un conjunto de textos relativos a la vida
después de la muerte que se introducía en el interior de los sarcófagos egipcios, en el que
aparece la frase In the land of the night the Ship of the Sun is draw by the Grateful Dead.
Los Grateful Dead fueron precursores de las actuales raves con sus famosas Acid Test,
grandes concentraciones de personas que acudían a ver un espectáculo no sólo musical,
sino de luces, colorido y otros efectos visuales que se solían acompañar con ácido lisérgico
(LSD) produciendo unos viajes psiconáuticos que todavía recuerdan quienes vivieron esas
fiestas.

Pero no era el ácido el principal punto de unión: los conciertos eran constantes y la
capacidad del grupo para generar ambientes, para transmitir un estilo de vida, dio pie a la
aparición de los Deadheads, nombre de sus fans y sinónimo de la contracultura
californiana. El grupo sabía mimarlos creando canciones improvisadas en sus conciertos,
algunas de estas canciones duraban más de 30 minutos. En 1974, crearon la revista Dead
Relix, posteriormente pasó a llamarse Relix, cuya principal misión era poner en contacto a
los Deadheads para que intercambiasen cintas de actuaciones. Los Grateful Dead siempre
pensaron que su música era libre y podía ser libremente intercambiada por sus seguidores.
Esta defensa de la libertad del conocimiento dio lugar a la creación de la fundación Rex.
Era, de alguna manera, el primer P2P musical. Analógico y casero, pero abría un cambio
cultural importante: la música comenzaba a organizarse también como una enredadera.
Pero los Grateful Dead, no sólo serán precursores de las redes de intercambio e, incluso de
las raves. Las primeras comunidades virtuales, organizadas sobre BBSs, serán terreno
deadhead. Entre ellas la más famosa de todas: The Well.

Sin embargo no sería hasta 1990 cuando la cultura deadhead daría su fruto más duradero.
John Perry Barlow, letrista de Grateful Dead desde 1970, fundaba la Electronic Frontier
Foundation (la Fundación Fronteras Electrónicas), la EFF, la primera organización de
derechos civiles en el ciberespacio. La primera organización política de la enredadera
electrónica.

La historia épica fue glosada en un famoso libro electrónico por Bruce Sterling, el padre
del ciberpunk. Todo empezó cuando un hacker, que firmaba como NuPrometheus, robó
una parte esencial del código fuente del Color QuickDraw de Apple y esta firma, junto a
otras como AT&T, Bellcore o US West puso una denuncia a la FBI. Los federales
respondieron con Sun Devil la primera operación de acoso a hackers y crackers en gran
escala, que tuvo lugar entre el 7 y 8 de mayo de 1990.

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Como una enredadera y no como un árbol

Barlow era un asiduo de The Well (The Whole Earth 'Lectronic Link, Enlace 'Lectrónico -
sic- de Toda la Tierra), una BBS de The Point Foundation, una fundación creada por el
millonario libertario Steward Brand (creador de la Hackers Conference y ubicada en San
Francisco, que hospedaba cientos de foros de los más variados temas: política, religión,
drogas, espiritualidad... Por su activismo en The Well, su condición de rockero, el
desconocimiento del FBI y las ganas de algunas empresas de encontrar cabezas de turco,
Barlow, como una treintena de personas más, fue investigado en la operación Sun Devil.

Colaborando con el FBI, proclamando su inocencia, explicándoles las maravillas de la red


y de The Well descubrió que todos los hackers y gran parte de The Well eran objetivos de
la cacería gubernamental. Si un rockero era investigado, a saber qué podían hacer con otros
hackers... y de qué se les va a acusar. Barlow escribió todas sus experiencias con el FBI y
sus dudas, conclusiones y miedos en The Well. El post tuvo una rápida difusión en el
mundillo alternativo electrónico, abriendo un debate al que se pronto se uniría Mitch
Kapor, el mítico creador del Lotus 1, 2, 3 y famoso deadhead. En junio ambos se reunirían
en el rancho de Barlow en Wyoming, el estado donde éste había sido candidato por el ala
libertaria del Partido Republicano para escribir Crime & Puzzlement (Crimen y
Confusión). Un manifiesto que anuncia la intención de crear una fundación que defienda
los derechos civiles de la red. Obviamente, Barlow publicó el manifiesto en The Well y
gran parte de los wellbeings, los asiduos a The Well, lo leyeron. El mundillo deadhead,
californiano y libertario, se ponía en marcha fustigado por la incesante agitación de
Barlow.

Mitch Kapor era un personaje destacado de la contracultura tecnológica. Influido por el


misticismo oriental, había pasado varios años en India y Nepal, miembro del proyecto
Long Now Foundation, una organización que pretendía alterar nuestra percepción del
tiempo hacia una concepción a medio camino entre la del hackerismo y la de los gurúes del
yoga. A la vuelta de sus viajes y como primer contacto con la programación había escrito
Lotus 1-2-3. Poco después fundaba Lotus Development Corp., la empresa que revolucionó
la informática en los 80 con el concepto de groupware, programas que permitían a grupos
de personas trabajar juntas usando máquinas distintas conectadas en red. Los primeros
programas comerciales en utilizar criptografía asimétrica. Kapor, que hoy se dedica a la
filantropía, la inversión en proyectos de red y a desarrollar personalmente software libre,
era el más típico brote californiano de la enredadera.

Poco después, Kapor y Barlow se reunieron con más personas interesadas en crear la
fundación en San Francisco. Entre ellos estaban Stewart Brand, John Gilmore, Jaron
Lanier, Chuck Blanchard y Nat Goldhaber. Todos ellos representaban el espíritu hacker y
contracultural del San Francisco de los albores del ciberpunk. Gilmore no sólo es uno de
los periodistas tecnológicos más conocidos, también fue el creador de Cypherpunks, el
primer grupo organizado para defender la libertad de uso del cifrado y fue uno de los
fundadores de los grupos de noticias alt.*. Jaron Lanier y Blanchard son dos grandes de
la realidad virtual. De hecho fue Lanier quien, en 1982, acuñó el término realidad virtual y
quien creó el primer guante interactivo. Goldhaber es un empresario tecnológico de
primera hornada californiana (fundador de Cybergold y otras). Todos ellos, rama y raíz de
la enredadera electrónica. En ese encuentro decidieron que el nombre de la fundación sería
Fronteras Electrónicas. Un nombre nada inocente que recogía la tradición de la conquista
del Oeste (el mito libertario americano del país sin estado), ironizaba sobre la nueva
frontera de Kennedy y al tiempo definía el mundo creado por las comunicaciones
telemáticas como un territorio, un espacio de relación todavía libre de la ingerencia estatal:

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Como una enredadera y no como un árbol

el ciberespacio, termino tomado del novelista ciberpunk William Gibson que Barlow haría
parte del lenguaje común.

Este espíritu libertario, ciberpunk, enfrentado a la expansión del estado y el poder de las
corporaciones y los monopolios en el nuevo mundo, no ha dejado de informar la historia de
la Fundación. Tras defender a los pioneros del ciberespacio y también a intrusos de los
abusos de las nuevas fuerzas del orden del ciberespacio, la EFF pone e marcha 1997 la
campaña Blue Ribbon (el famoso lazo azul) por la libertad de expresión en la red. También
ha defendido a hackers como Dmitry Sklyarov o Jon Johansen. Skyarov impartió una
conferencia en la que explicaba cómo romper las trampas que Adobe imponía a sus e-
Books para que no pudiesen distribuirse. Adobe, en lugar de arreglar su software,
criminalizó a Dmitry Sklyarov. Johansen, es el creador del DecCSS, un programa que
permite ver DVDs bajo GNU-Linux decodificando la encriptación que hacía privativo el
uso del estándar a las firmas asociadas a sus creadores. Un primer asalto a la todopoderosa
RIAA que pronto se vería enfrentada también en su intento de ilegalizar los programas
P2P. Fronteras Electrónicas es hoy el principal agente público a favor de la libre
distribución del arte (música, literatura...) como ya hiciese The Rex Foundation en su
momento.

En 1996, en Davos, en los días del Foro Económico Mundial, cuando se reunían los
representantes de los grandes gobiernos y empresas del mundo, Barlow hizo pública su
famosa Declaración de independencia del ciberespacio. Comenzaba diciendo: Gobiernos
del Mundo Industrial, vosotros, cansados gigantes de carne y acero, vengo del
Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, os pido en el pasado que
nos dejéis en paz. No sois bienvenidos entre nosotros. No ejercéis ninguna soberanía sobre
el lugar donde nos reunimos. No hemos elegido ningún gobierno, ni pretendemos tenerlo,
así que me dirijo a vosotros sin más autoridad que aquella con la que la libertad siempre
habla. La enredadera tomaba su primera voz política global.

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Historias de hackers, piratas y redes


Por David de Ugarte

Embajada yugoslava en Madrid, abril de 1999: Esos cabrones fueron los que acabaron
conmigo dice el embajador a modo de confidencia mientras una agente de inteligencia le
sirve un segundo vodka de una mesita historiada con ruedas. Yo organicé los dos primeros
acuerdos de Rambouillet. ¡¡Rugova firmó!! Son las doce de la mañana. En la otra punta del
Mediterráneo los aliados pronto empezarán los bombardeos sobre el ejército serbio.
Entonces era Ministro de Información. Tenemos una Web fantástica, ¿la conocéis? La
cree yo cuando era ministro, se le ilumina la mirada orgulloso, desmontábamos todos las
mentiras que dicen de nosotros... pero nos hacían la vida imposible... Imposible... los e-
mails, la Web... Slobo se ponía furioso. Lo peor fueron aquellas fotos en la fotocopiadora
cada mañana. Sin parar. Era humillante. Llegaron a paralizar el trabajo... Y bueno,
Madrid. Después de todo podría haber sido peor.

Lo que no sabía el Embajador es que uno de sus interlocutores había sido uno de los
hackers implicados en el sabotaje constante a su Ministerio. Antes de la guerra real, fue la
guerra electrónica. Guerra situacionista de imágenes. Hackers de toda Europa sustituían las
fotos de rollizas y felices campesinas por las de las primeras matanzas de Arkan en
Kosovo, reventaban los servidores de correo, tomaban el control de las redes internas de
los oficinistas y enviaban a las colas de impresión fotos en alta resolución de los
desaparecidos tomados de la perseguida prensa kosovar o de la oposición serbia a la
dictadura de Milosevic.

Era divertido cuenta V. Pirata entonces, es hoy un respetable hacker, responsable de


sistemas de una Web que factura varios millones de euros al año. Apenas pasa la treintena
pero habla como viejo veterano de batallas en la Matriz. Con un punto de nostalgia. Tras
muchos años de nicks nos encontramos cara a cara. El activista y el vaquero de consola. En
aquella época su nick traía al joven grupo de delitos informáticos de la Guardia Civil de
cabeza. Para la gente como yo era un mito. Nuestro séptimo de caballería. Nunca le
cogieron. En unas semanas será padre. Intercambiamos batallas, nicks, claves que ya nunca
volverán a funcionar. ¡Qué fuerte!... era divertido... ya no me dedico a entrar en ningún
lado ahora me gustan otras cosas, ya sabes, con cambiar sistemas a Linux ya tengo
bastante... estos bichos no te dejan mucho tiempo, pero tampoco lo echo de menos, aunque
a lo mejor... mira que era bueno aquel polen de Alicante....

Niños del Spectrum. Todo empezó en aquellas navidades del 82. Un hacker académico del
viejo estilo, Clive Sinclair, pegaba la campanada en toda Europa. Ya llevaba dos quiebras a
cuestas: la primera calculadora de mano y el primer televisor de bolsillo. Lo ganado lo
perdería con el C5, el primer coche eléctrico de fabricación masiva en Europa. Empeñado
en cambiar el mundo a golpe de imaginación, abiertamente influido por la ciencia ficción
de los 50, Sinclair dejaría tras de si una generación de tecnófilos lista para Internet.

Alcanzarían la mayoría de edad con la caída del Muro. Desde Hamburgo y Frankfurt los
chicos del Chaos Computer Club partían a reuniones virtuales en mainframes de toda
Europa, a caballo de los protocolos X25. En Berlín, Kreuzberg era todo él un hacklab.
Commodores trucados y costrosos se conectaban a los teléfonos. Comenzaba Internet

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aunque las BBS y las conexiones directas reinaran. Se jugaba a rol. Se leían mil teorías de
la conspiración, Shea y R.A Wilson, el primer ciberpunk. Personalidades múltiples.
Deliciosa esquizofrenia y sensación de juego entre el estado totalitario en ruinas.

Aquellos niños del Spectrum reunían las piezas que harían de Internet un territorio de
libertad incluso en la anquilosada y tecnófoba Europa. Habían aprendido a comunicarse
con las máquinas. Pronto llegaría el momento de hacerlo a través de ellas. El rol les había
enseñado a jugar y ser muchos, no trasladarían las limitaciones del mundo físico a la red
virtual. Ya no miraban al Este, sino a su California imaginaria. En Kosovo jugarían en su
propio bando, con sus propias armas. Fragmentario, invisible, imparable, un nuevo espíritu
empezaba a cubrir como una enredadera las ruinas. Sólo eran brotes. ¿Quién habría de
temerles?

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La batalla de las .com


Por David de Ugarte

Una de las claves del éxito de la WWW de Tim Berners Lee es la facilidad para publicar y
la versatilidad de las herramientas de edición para convertir un documento hipertextual en
casi cualquier cosa: de una tesina a una tienda. Ese es el secreto: la tecnología usable
permite la comunicación no dividida. Todos son potenciales emisores y no sólo receptores.
La Web funciona asociando libre y contextualmente, como nuestro cerebro, como una gran
red colectiva. No hay costes por el intercambio de información. No hay distancias.

Pronto la WWW fue lo más parecido que ha existido nunca a la metáfora del mercado de
competencia perfecta gusta tanto a los economistas: un mundo sin barreras de entrada
donde lo único realmente importante era la capacidad personal y la iniciativa, dónde un
individuo con imaginación podía ganar a una gran empresa establecida en el mundo real
desde hacía años. La WWW es la representación digital de la sociedad netocrática.

Mientras el número de usuarios crece continuamente, Internet, toscamente asociado con la


Web, aparece como algo a ser explicado. Un lugar hacia donde se dirige la atención de
millones personas. Descritas, por pereza mediática o por deseo subconsciente como
consumidores. Nace uno de los primeros abismos conceptuales con los grandes medios: los
surfers, los navegantes de la Web, eran y son sólo en muy escasa medida consumidores en
términos monetarios. No existe en la WWW consumo de información en un sentido
distinto al que puede tener la Biblioteca Nacional. A la salida puedes visitar la tienda y
llevarte un recuerdo, un detalle o un juguete. Pero nadie obtiene el carné de usuario para
comprar souvenir.

Da igual, se gastarán su dinero tarde o temprano, dicen los analistas. Lo importante es


demostrar que tras la caída del muro de Berlín y del consorcio militar industrial, el
consorcio informacional (enterteinment y software propietarios) ha encontrado su propia
carrera armamentística: el lugar de un crecimiento sin fin en el que reproducir los viejos y
resecos modelos de negocio.

La fantasía del nuevo mercado se incorpora a los debates, las crónicas y los ensayos pulp
para empresarios. Con un capitalismo sediento de nuevas demandas, la sola sospecha de su
existencia atrae capitales, alía gigantes y financia mastodónticas campañas publicitarias.

Es una nueva carrera del Oeste con electrónica y computadores. Los nuevos vaqueros
entran en las praderas cuasi vírgenes de la Sociedad de la Información con las miles de
cabezas de sus .com

Se ilusionan, pero no se engañan: el Oeste no está vacío. Están los pioneros, los
exploradores y los indios: tekis, ciberpunks y hackers. Aparentemente nada importante, se
puede absorber a unos, ignorar a otros y criminalizar al resto. El principal problema del
nuevo territorio es la ausencia de barreras de entrada. La frontera es libre.

Estamos ya a finales de los noventa, el negocio, se ve claramente, no va a estar en el


acceso. Los grandes consorcios mediáticos optan por una nueva estrategia: convertir la

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WWW en un medio tradicional, dividido entre unos cuantos emisores corporativos y una
masa de receptores/consumidores pasivos. Para ello aprovecharán las grietas que la
tecnología Web ofrece para generar barreras y convertir en coto privado un mundo abierto.

Estamos ya a finales de los noventa, el negocio, se ve claramente, no va a estar en el


acceso. Los grandes consorcios mediáticos optan por una nueva estrategia: convertir la
WWW en un medio tradicional, dividido entre unos cuantos emisores corporativos y una
masa de receptores/consumidores pasivos. Para ello aprovecharán las grietas que la
tecnología Web ofrece para generar barreras y convertir en coto privado un mundo abierto.
Empieza la batalla de las .com

Empieza la batalla de las .com. Pioneros contra empresarios. Consorcios contra hackers.
Ciberactivistas contra operadoras y estados reguladores. Durante tres años la prensa se hará
eco de cada movimiento de las tropas, de cada refriega y combate. Para finalmente,
reducirse a un interminable y constante goteo de bajas: quiebras, cierres, bajones
bursátiles. La fantasía .com muere en algún momento entre 2000 y 2001. Las sucesivas
caídas del NASDAQ serán su toque de difuntos. El fin de la prensa tecnológica de
negocios y el nacimiento del movimiento blogger confirman que el primer enfrentamiento
entre la naciente netocracia y los monopolios se salva con una victoria para los primeros.

Los ejes de la ofensiva monopolista en su intento de controlar la WWW siguen sin


embargo vivos en buena medida y servirían después de modelo para la estrategia del sector
audiovisual en la batalla contra la música libre:

1. La ausencia de regulación estatal (Internet es algo por definición no estatal, sino


civil y privado), empujando al estado a restringir las libertades que las nuevas
tecnologías abrían.
2. El atraso tecnológico de los países de la periferia: incorporando a la red a los
newbies desde campañas de publicidad masiva y aplicaciones parciales de la red,
usando la inmigración masiva de gente joven y de bajo nivel tecnológico como
marea en la que ahogar el incipiente movimiento civil del ciberespacio
3. Audiovisualizando la Web. Spameando a la opinión pública con el mensaje de que
lo interesante de la Web eran sus potencialidades audiovisuales, un terreno en el
que producir no es algo abierto: no se puede hacer cine, ni competir con las grandes
cadenas televisivas a base sólo de buenas ideas

Esta última estrategia dio lugar a un montón de nuevas tecnologías, y entre las de más
éxito el famoso Flash de Macromedia. Pero audiovisualizar significó de paso infantilizar.
Poner dibujitos en lugar de hipertexto. De forma suicida los grandes portales remataron la
jugada al modo de las cadenas de televisión: se aislaron y pasaron a no enlazar a nadie
fuera del grupo mediático o financiero de turno.

Una de las consecuencias más interesantes de esta estrategia de audiovisualización fue que
las grandes webs comerciales desaparecieron de los buscadores: los robots no saben leer
dibujitos en Flash. Cuando la publicidad off-line desapareció de los macropresupuestos,
eso significó desaparecer del mundo red. Los buscadores y sobre todo Google, son el
índice de la WWW, el mapa del universo.

Aislados y vacíos los grandes portales desaparecieron uno a uno. Los newbies fueron
convirtiéndose a la cibercultura de a pocos. Esta fue la clave de la batalla. Su punto álgido.

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Como una enredadera y no como un árbol

Chavalitos de 18 años sin casi conocimientos tecnológicos, muchas veces sin saber
siquiera editar en XHTML se incorporaban masivamente al movimiento blogger, una
nueva forma para las viejas esencias de Tim Berners Lee. La lógica de la red era más
poderosa que la pasividad inculcada por años de tele. Hoy, en España y según las últimas
encuestas del CIS, Internet ha desplazado ya a un porcentaje significativo de jóvenes de la
pasividad televisiva a la interacción Web.

El esqueleto informacional del mundo red, su maraña neuronal, había resistido el primer
gran ataque. Al final de la batalla de los .com, la sociedad red es más numerosa y fuerte
que antes. Informe y poderosa, como un monstruo espacial del pulp cinematográfico de los
50, como una enredadera mutante, la netocracia absorbe e incorpora los restos del
naufragio de sus poderosos enemigos, árboles caídos. Cada batalla no puede ser sino más
virulenta que la anterior.

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La información quiere ser libre


Por David de Ugarte

La información quiere ser libre es todavía el gran mantra identificatorio hacker. Nacido
con el primer ciberpunk, el eslogan ponía el acento en las posibilidades totalitarias de las
tecnologías de la información que describían las distopías de los escritores de gafas de
espejo y pasión por los cromados.

Liberar era más una intuición que un imperativo. Liberar era hacer pública información
protegida en grandes sistemas corporativos o proteger la información personal hasta la
encriptación obsesiva. Intrusión y criptografía. Pirateo y paranoia. Hacker, en los medios,
se vuelve sinónimo de pirata, de phreaker, de cracker. La primera exaltación prepara el
camino de la criminalización y la condena pública. A nadie se le escapa que la info ya no
es cosa de crios. Es la sangre del sistema.

La épica soñada de los vaqueros de consola en Neuromante es un callejón sin salida. Sólo
cuando el movimiento hacker comience a desarrollar su primera gran propiedad colectiva,
GNU Linux, la nueva lógica eclosionará en una nueva forma de propiedad: la licencia
GPL, la forma jurídica del software libre. Del asalto a la creación, de la resistencia a la
afirmación, la potencia de la info liberada en redes abiertas, seducirá a un mundo
previamente conquistado y defendido por los nuevos gigantes del software y los
multimedia.

Esa es la historia de nuestro tiempo. No es una resistencia ni una negación del mercado ni
de la propiedad. Es una nueva forma que corresponde a un nuevo uso. Un uso radical,
extremo, en el límite, que convierte la autoría en forma colectiva de la identidad. Que
destroza todas las metáforas y materializa los resultados del viejo sueño de la competencia
perfecta, en un mundo de réplicas gratuitas.

Free as in freedom, no libre como en barra libre. Pero mil veces gratis como ariete, como
fermento, como caballo de Troya. La nueva propiedad es tan propietaria que no requiere
compraventa ni remuneración monetaria para realizarse. Sólo difusión. La propiedad en el
límite no es nada más que autoría reconocida. Humana egolatría colectiva. Bajo sus formas
trabajar es ser y proyectarse en una fiesta. Reconciliarse en la comunidad voluntaria del
Hombre libre.

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El nacimiento de la Netocracia y los nuevos valores


Por David de Ugarte

Los primeros en hablar de Netocracia fueron los suecos Bard y Söderqvist. Tienen
biografías curiosas. Uno es profesor en la Stockholm School of Economics, músico y
fundador de la principal discográfica sueca, el otro ensayista y un conocido periodista.
Ambos cuentan que lo que les llevó a escribir juntos el libro que daría nombre a toda una
clase social fue la puerilidad de casi todo lo publicado sobre la red...

Recogían su tesis central de Pekka Himanen (autor de La ética del hacker) y otros
sociólogos cercanos a Manuel Castells. Al capitalismo seguirá un nuevo orden social y
económico: el informacionismo, del que estamos viviendo los primeros albores.
Paralelamente, y ésta era su principal aportación, si los anteriores sistemas sociales vieron
el protagonismo de la nobleza y la burguesía, el nuevo verá el de los netócratas, una nueva
clase social definida por su capacidad de relación y ordenación en las redes globales. Una
clase definida no tanto por su poder sobre el sistema productivo como por su capacidad de
liderazgo sobre el consumo de los miembros masivos de las redes sociales.

Bard y Söderqvist no sólo crearon nombre y concepto, nos dibujaron a los hackers de
Himanen (nosotros mismos) un paso más allá en el tiempo y la influencia. Los netócratas
son los hackers que no se han integrado en el mundo establecido como asalariados y que
han conseguido alcanzar -normalmente usando Internet de un modo u otro- un estadio de
independencia económica y libertad personal. Sus netócratas son hackers con influencia
política y económica real. Son microempresarios tekis, creativos, innovadores sociales, los
héroes locales de la sociedad del conocimiento...

En una organización social en continua revolución, en la que la información en sí misma


tiene un valor limitado y lo realmente valioso en la atención y sobre todo la capacidad para
generarla, la jerarquía social viene determinada por la pertenencia a las redes más valiosas.
Redes que se hacen y deshacen continuamente en una competencia sin fin y sin
triunfadores estables.

Cambian los valores sociales en consecuencia, se pide a los individuos inteligencia social y
facilidad para cambiar de personalidades según la red, de hecho una forma manejable de
esquizofrenia es un ideal netocrático en un enfoque general que hace deudores a los
netócratas tanto del viejo ideal nietzchiano como de los protagonistas de Philip K. Dick

El netócrata hereda del hacker su concepción del tiempo, el dinero y el trabajo. Tiempo
que no se mide ya con el cronómetro ni con la jornada. Su trabajo es creativo, su tiempo es
flexible. Piensa a medio plazo, no mide en tiempo en horas sino en proyectos. Vitalmente
ocio y trabajo se confunden en placer y reto intelectual. El tiempo de trabajo ya no es una
no-vida opuesta y separada, contingentada por una barrera de jornada y salario. El
netócrata se expresa en lo que hace. Vive su yo, sus yoes y cobra en reconocimiento
intelectual y social una vez alcanza los ingresos monetarios que le permiten dedicarse
exclusivamente a ser y expresarse.

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Como una enredadera y no como un árbol

Al igual que su tiempo y su hacer no se separan en diques, sus relaciones personales


tampoco. Trabaja con quien quiere; si trabajo y vida no se oponen, cómo va a diferenciar
entre relación personal y relación de trabajo. El netócrata quiere vivir las relaciones,
maximizar su valor de disfrute. Da a cambio accesibilidad a su ser, no propiedad sobre su
tiempo o localización física. Importa el flujo que la relación genera, no capitalizarla
convirtiéndola en stock.

Proyección de su ser social, el ideal político que subyace bajo la netocracia no es otro que
una metáfora de la competencia perfecta. Máxima decisión sobre uno mismo, ausencia de
poder coercitivo sobre los demás. Esta es la sustancia del libertarismo netocrático, la
naturaleza de las redes, renuente a todo sistema legal explícito y complejo que vaya mucho
más allá de la netiqueta.

Afán de independencia y libertad nietzchiano, relaciones no propietarias, influencia y


articulación social sobre las redes virtuales y ciudadanas, memética y juego de
personalidades, esa deliciosa esquizofrenia funcional... en fin, parece que la netocracia un
perfil muy cercano al lector -y los autores- de éste libro. Pero también al movimiento
ciberpunk, a los hackers de Himanen o a los neo-pequeñoburgueses de Juan Urrutia.

Afán de independencia y libertad nietzchiano, relaciones no propietarias, influencia y


articulación social sobre las redes virtuales y ciudadanas, memética y juego de
personalidades, esa deliciosa esquizofrenia funcional... en fin, parece que la netocracia un
perfil muy cercano al lector -y los autores- de éste libro. Pero también al movimiento
ciberpunk, a los hackers de Himanen o a los neo-pequeñoburgueses de Juan Urrutia.

Son en resumidas cuentas, las estrellas creativas de la sociedad postindustrial. Pero a


diferencia de sus hermanos mayores los publicitarios, los diseñadores, los arquitectos
estrella... no trabajan en sucedáneos creativos de factorías industriales. Son libres, no
tienen la riqueza como símbolo de poder sino la audiencia. Trabajan en red. El tipo de
gente que sabe convivir en una comunidad académica o de software libre y luego obtener
lo que necesita de empaquetar y vender el producto creado en común o servicios de
personalización. Son el tipo de gente que regala música en red para obtener más conciertos
o escribe libros copyleft para dar conferencias después: hackers que miden el valor de su
trabajo no en función del ingreso directo sino de su difusión.

La netocracia empezó a tomar forma en algún momento de los años noventa, ligada las
primeras oportunidades en Internet, la creación y los pequeños mercados de asesoría
tecnológica. La emergencia de la sociedad red les permitió colarse marginalmente en los
medios de comunicación de masas al tiempo que sus redes virtuales se beneficiaban del
crecimiento general de la Web y del número de conexiones privadas a Internet. El cambio
de siglo les encuentra curtidos por las guerras de la sociedad de la información, en
movimiento y dueños de su destino... tal vez, del destino del sistema social en conjunto.

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Como una enredadera y no como un árbol

Metrópolis vs. capitales; redes vs. territorios


Por David de Ugarte

En el viejo mundo anterior a la globalización lo que definía la importancia de una capital


era el territorio sobre el que ejercía una influencia directa. Territorio que era sobre todo un
espacio político, cultural y de mercado identificado según los casos con la región o la
nación.

Nación o región a las que la soberanía política y la centralización de los impuestos,


ejercidas desde la capital, imprimían una diferenciación sustancial respecto a los
competidores. Diferenciación que servían indistintamente al proteccionismo, la
movilización bélica o para lo que fuera menester en la lógica de la identificación de las
masas con los gobernantes.

El mundo de las capitales es un mundo de la cultura nacional: un espacio que invierte la


lógica renacentista. Al ganar el apellido nacional la cultura deja de ser algo que pertenece a
las personas para pasar a pertenecer las personas a él. Territorio de alienación y
homogeneización, esencia del mundo cerrado.

Pero al hacerse el mercado global, y partes sustanciales de la política económica


transnacional (como en Europa la moneda), el protagonismo sale de las capitales. ¿Quién
puede tragarse que la copla sea parte de sus raíces cuando se tiró la infancia oyendo rock
americano? El acceso al consumo cultural global privatiza de nuevo la cultura e ironiza los
mitos nacionales de la diferencia intrínseca

La vidilla que tanto gusta a los netócratas marcha con ellos a otro tipo de ciudades, las que
Manuel de Landa llamó metrópolis.

Periféricas a la capital, y abiertas al exterior, estas ciudades han consolidado su poder a


partir del control de los flujos financieros y comerciales. Se trata de ciudades nacidas con
el desarrollo del primer capitalismo, burguesas, pero relativamente libres de las estructuras
y restricciones del poder central capitalino. Celosas de su independencia apostaron frente
al estado nacional por afirmar zonas de influencia o la capitalidad regional.

Error, su potencia actual, como en el Renacimiento, deriva de la oposición de los valores


sobre los que se define frente a los de la capital. Mientras las capitales se definen por la
serie: Territorio (nación), ley, impuestos (la capital es ante todo el lugar físico del poder
legislativo e impositivo) y homogeneidad (la del imaginario nacional); las metrópolis lo
hacen sobre: Red (internacional), confianza (red y confianza son al cabo los valores del
comercio marítimo renacentista, que operaba sin Estado ni reglas jurídicas
internacionales), intercambio (comercio de nuevo) y diferencia (individual)

Mientras las capitales se definen por Territorio, ley, impuestos y homogeneidad; las
metrópolis lo hacen sobre: Red, confianza, intercambio y diferencia

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Como una enredadera y no como un árbol

Hoy aquellas de estas ciudades que han mantenido su protagonismo comercial


internacional, desde Hong Kong a San Francisco pasando por Lieja o, entre nosotros,
Valencia y Barcelona, encabezan el viaje al informacionalismo.

No es casualidad. La sociedad de la información premia el flujo sobre el stock, la


capacidad de relación y el intercambio sobre el poder burocrático. Exactamente lo que
éstas ciudades han hecho toda la vida.

En muchos sentidos el capitalismo de red del nacimiento del informacionalismo es muy


similar al capitalismo comercial de la época de las ciudades estado italianas y la expansión
mediterránea aragonesa. De hecho reviven no sólo las metrópolis en su protagonismo, sino
también las redes que en su día formaron. Hoy en el Báltico vemos nacer una nueva Liga
Hanseática que no respeta fronteras nacionales y que intercambia más entre si que con sus
respectivos estados. La aparición de un nacionalismo pagano es también interpretada por
muchos como el fruto del desarrollo en red de las ciudades del norte de Italia desde la
segunda mitad de los setenta, desarrollo que ésta vez parece mirar más hacia el Norte que
hacia el mar.

Con el ascenso de la netocracia triunfan las metrópolis sobre las capitales y la apuesta por
las redes ciudadanas frente a la apuesta por la territorialidad. Así es el mapa del nuevo
mundo: reticular y disperso.

Renuente a las capitales, no cabe en la identidad de la netocracia el nacionalismo. Su poder


no deriva de la homogeneización nacional de un territorio enclaustrado en una frontera,
sino de los diferenciales de conocimiento que se establecen en las redes. Cuanto más
heterogénea la red, más poderosa su netocracia asociada. Hija de la globalización reclama
paso y espacios.

No le preocupa el campo más que como paisaje, como relax. Por eso reinventa el territorio
rural como parque temático del pasado, como paisaje improductivo. Turismo rural
gestionado con gusto por lo pequeño, ejercicio virtuosista de realidad virtual o juego de rol.

Por eso desvincula el Estado de la identidad nacional y apuesta por espacios de libre
movilidad más amplios mientras reclama poder para las ciudades.

Como corresponde a una nueva clase en conflicto y diferencia con la burguesía, no escapa
de las ciudades ni teme convivir con la inmigración. Ocupa los viejos centros degradados y
se confunde en ellos reindustrializándolos y peatonalizándolos. Le gustan más las bicis que
los coches y el tranvía que el metro. Su entorno natural es un parque temático de la
diversidad; las terrazas y los espacios públicos diurnos son su verdadero centro de
negocios. Confía en la seguridad pero se sabe inestable, un cambio de aires, le hace huir a
bajo coste al siguiente nodo de la red. Se sabe deseada, se deja cortejar por los políticos.

En el movimiento está la libertad. El espacio urbano de la netocracia es un damero por


donde saltan sus caballos.

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Como una enredadera y no como un árbol

Tal como somos: como una enredadera y no como un


árbol
Por David de Ugarte

Empezábamos este libro explicitando una tesis novedosa, el mundo tiende a organizarse
cada vez más al modo de una comunidad de software libre y existe una razón económica
profunda para ello: al tener cada día más valor en la producción global los componentes
científicos y creativos, la organización de esa producción tiende hacia las formas propias
del trabajo académico y artístico, la Academia y la República de las letras. A lo largo de
14 capítulos hemos esbozado como esos cambios han ido apuntando en los últimos treinta
años produciendo choques con el estado y las grandes corporaciones monopolísticas en
cada terreno en el que la tecnología se democratizaba. Desde la criptografía a la música
pasando por el hipertexto o la literatura. A esos choques, enfrentamientos políticos, legales
y de competencia es a lo que hemos llamado Las Guerras de la Sociedad de la
Información. En ellas hemos visto aparecer un nuevo tipo de héroes muy parecidos a los de
las novelas ciberpunk (Diffie, Stallman, Berners-Lee, Kapor, Barlow...), tekis y freakies
individualistas y libertarios, y un nuevo tipo de villanos no menos gibsonianos (gobiernos,
agencias y grandes corporaciones audiovisuales e informáticas), empeñados en
monopolizar las nuevas tecnologías para apuntalar su poder de control sobre el imaginario
y la realidad social.

Siguiendo un guión que bien podría ser de Gibson o Sterling, la parte central de esas
guerras se han dado en un territorio virtual: el ciberespacio, que en su propia estructura
representa el ideal de vida cooperativa y libre de la nueva tribu emergente: los netócratas.

Los netócratas representan el modo de vida y las aspiraciones óptimas de una sociedad que
se organiza según los principios de una comunidad de software libre o de la academia.
Como los burgueses de la Edad Media, viven rodeados en sus ciudades por el viejo mundo
y comerciando con él, pero sabiendo que cada intercambio pone una semillita que con el
tiempo dinamitará el orden social del entorno: puede que el viejo mundo vea gratis donde
ellos ven libre, pero da igual, la gratuidad es sólo un caballo de Troya de la libertad y ellos
lo saben y lo usan. Porque la gratuidad es un signo orgulloso de su poder emergente y su
diferencia. No hay en el copyleft o en las licencias GNU una renuncia a la propiedad, sino
un uso extremadamente radical de ella. Un uso destinado a socavar los principios
económicos morales y políticos del capitalismo monopolista desde el más libre de los
mercados que nunca existió realmente.

Hemos visto cómo ese uso radical de la propiedad y las herramientas de mercado tienden a
disolver o negar instituciones como el estado nacional o la empresa, teóricamente sólo
justificables como violaciones de partida de los modelos de competencia libre y perfecta.
Configurando nuevos espacios diversos y reticulares, nuevos escenarios urbanos y
profundos cambios en la cotidianeidad.

Apenas nos queda dibujar el orden moral del nuevo mundo red. Pero sabemos que todo lo
que dibujemos ahora no será sino una aproximación al momento más que a la tendencia, un
tal como somos sin gran detalle, pues los modelos como la investigación universitaria sólo

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Como una enredadera y no como un árbol

prefigurarán el futuro de un modo parecido a como el monasterio medieval prefiguró la


sociedad industrial.

Sabemos que el nuevo mundo no valorará el éxito individual sobre la renta, sino sobre la
capacidad de influencia y la difusión en las redes. Incluso podemos intuir que valorará más
la calidad que el número de la audiencia.

Sabemos que el reconocimiento sustituye en nuestro mundo a la riqueza monetaria en la


consideración de las personas, pero también que el mismo concepto identificatorio de
individuo hace aguas. Ya no nos definimos obsesivamente sobre una jerarquía de
identidades que parten del yo único hacia el nosotros nacional constreñido éste gracias a un
ellos diferente y adverso.

Somos muchos yoes saltando como caballos de ajedrez por un damero en red, huyendo de
toda forma de coerción grupal, disfrutando de nuestra propia diversidad de objetivos (esos
chicos listos pero dispersos que retrataban nuestros profesores) y capitalizando en
reconocimiento nuestras diferencias.

Somos hijos de un mundo red, de Internet y la caída del muro de Berlín, de la ironía frente
a lo político y el rechazo a la obsesividad productiva del tiempo ordenado a látigo y reloj.
Valoramos en todo terreno, más el flujo que el stock, la relación que el contrato, lo que
provee el contacto más que lo que asegura la propiedad formal. Desradicados, tenemos
patitas en todos los mundos, pero raíces en ninguno. Tal como somos: como una
enredadera y no como un árbol.

Como una enredadera y no como un árbol

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Artículos en elaboración: “La batalla del software libre” y “Rip, mix, burn”

Fuente: http://www.ciberpunk.com/indias/enredadera.html

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Como una enredadera y no como un árbol

Apéndice complementario:

Vender vino sin botellas


La economía de la mente en la Red Global
En marzo de 2005 se cumplieron once años desde que este artículo del ex-letrista de los
Grateful Dead y activista cibernáutico explicara cómo y por qué, es viable una economía
de las ideas sin propiedad intelectual. Su lectura es muy recomendable para despejar las
posibles dudas al respecto que a veces se siembran.

Cabe recordar que el artículo de Barlow —absolutamente pionero y que fijó las bases para
una crítica eficaz a la propiedad intelectual en la era digital— vio la luz en papel, en la
revista Wired con el título «The Economy of Ideas». 1 Desde entonces ha sido citado y
reproducido innumerables veces y se ha convertido en una referencia imprescindible para
una crítica cabal a quienes tratan de imponer el viejo modelo de la propiedad intelectual y
del copyright a Internet y a toda obra digital.

Muchas de sus previsiones han resultado asombrosamente certeras y, pese al tiempo


transcurrido, el artículo conserva su vigencia en lo fundamental. Sin embargo, en
castellano sólo ha aparecido (que sepamos) en un especial de la revista El Paseante (nº 27-
28), titulado «La revolución digital y sus dilemas», publicado en 1998 y por tanto bastante
difícil de encontrar hoy en día. Además, era una traducción incompleta pues, por causas
que desconocemos, se publicó con sensibles recortes.

Aparte de la de El Paseante, no existe ninguna otra traducción castellana en la Red, por lo


que, con motivo de los once años de su publicación en Wired, hemos decidido ponerla
disponible, revisando la traducción cuidadosamente, corrigiendo algunas erratas y errores
de interpretación y traduciendo todos los fragmentos (nada menos que doce párrafos) que
no se incluyeron en la traducción original, trabajo este último que hay que agradecer a Raúl
Sánchez. También hemos devuelto al texto su estructura original, basándonos en la versión
publicada por la EFF.2

Las notas a pie de páginas son todas de esta edición.

Vender vinos…

Por: John Perry Barlow (1994)

“Si la naturaleza ha creado alguna cosa menos susceptible que las demás de ser objeto de
propiedad exclusiva, esa es la acción del poder del pensamiento que llamamos idea, algo
que un individuo puede poseer de manera exclusiva mientras la tenga guardada. Sin
embargo, en el momento en que se divulga, se fuerza a sí misma a convertirse en posesión
de todos, y su receptor no puede desposeerse de ella. Su peculiar carácter es también tal
que nadie posee menos de ellas porque otros posean el todo. Aquel que recibe una idea
mía, recibe instrucción sin mermar la mía, del mismo modo que quien disfruta de mi vela
encendida recibe mi luz sin que yo reciba menos. El hecho de que las ideas se puedan

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Como una enredadera y no como un árbol

difundir libremente de unos a otros por todo el globo, para moral y mutua instrucción de
las personas y para la mejora de su condición, parece haber sido concebido de manera
peculiar y benevolente por la naturaleza, cuando las hizo, como el fuego, susceptibles de
expandirse por el espacio, si ver reducida su densidad en ningún momento y, como el aire,
en el que respiramos, nos movemos y se desarrolla nuestro ser físico, incapaz de ser
confinadas o poseídas de manera exclusiva. Las invenciones, pues, no pueden ser, por su
naturaleza, sujetas a propiedad.”
THOMAS JEFFERSON

E N TODO EL TIEMPO que llevo recorriendo el ciberespacio, sigue sin haberse resuelto un
inmenso interrogante que se halla en la raíz de casi todas las tribulaciones legales, éticas,
gubernamentales y sociales que se plantean en el mundo virtual. Me refiero al problema de
la propiedad digitalizada.

El acertijo es el siguiente: si nuestra propiedad se puede reproducir infinitamente y


distribuir de modo instantáneo por todo el planeta sin coste alguno, sin que lo sepamos, sin
que ni siquiera abandone nuestra posesión, ¿cómo podemos protegerla? ¿Cómo se nos va a
pagar el trabajo que hagamos con la mente? Y, si no podemos cobrar, ¿qué nos asegurará
la continuidad de la creación y la distribución de tal trabajo?

Puesto que carecemos de una solución a lo que constituye un desafío completamente


nuevo, y al parecer somos incapaces de retrasar la galopante digitalización de todo lo que
no sea obstinadamente físico, estamos navegando hacia el futuro en un barco que se hunde.

Esta nave, el canon acumulado del copyright y la ley de patentes, se creó para transportar
formas y métodos de expresión completamente distintos de la vaporosa carga que ahora se
le pide que lleve. Hace aguas por dentro y por fuera.

Los esfuerzos legales para que el viejo barco se mantenga a flote revisten tres formas: una
frenética reordenación de las sillas de cubierta, firmes avisos de que si la nave se hunde
habrán de enfrentarse a duros castigos criminales y una actitud fría y serena que se
desentiende del problema.

La legislación de propiedad intelectual no se puede remendar, adaptar o expandir para que


contenga los gases de la expresión digitalizada, de la misma manera que tampoco se puede
revisar la ley de bienes inmuebles para que cubra la asignación del espectro de la
radiodifusión. (Lo que, de hecho, se parece mucho a lo que se intenta hacer aquí.)
Tendremos que desarrollar un conjunto completamente nuevo de métodos acorde con este
conjunto enteramente nuevo de circunstancias.

La mayoría de la gente que crea software -programadores, hackers y navegantes de la Red-


ya lo sabe. Por desgracia, ni las compañías para las que trabajan ni los abogados que estas
compañías contratan tienen la suficiente experiencia directa con bienes inmateriales como
para entender por qué son tan problemáticos. Actúan como si se pudiera lograr que las
viejas leyes funcionasen, bien mediante una grotesca expansión o por la fuerza. Se
equivocan.

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Como una enredadera y no como un árbol

La fuente de este acertijo es tan simple como compleja su resolución. La tecnología digital
está separando la información del plano físico, donde la ley de propiedad de todo tipo
siempre se ha definido con nitidez.

A lo largo de la historia del copyright y las patentes, los pensadores han reivindicado la
propiedad no de sus ideas sino de la expresión de las mismas. Las ideas, así como los
hechos relativos a los fenómenos del mundo, se consideraban propiedad colectiva de la
humanidad. En el caso del copyright se podía reivindicar la franquicia del giro exacto de
una frase para transmitir una idea concreta o del orden de exposición de los hechos.

La franquicia se imponía en el preciso momento en que «la palabra se hacía carne» al


abandonar la mente de su creador y penetrar en algún objeto físico, ya fuera un libro o
cualquier artilugio. La posterior llegada de otros medios de comunicación comerciales
distintos del libro no alteró la importancia legal de ese momento. La ley protegía la
expresión y con pocas (y recientes) excepciones, expresar equivalía a convertir algo en un
hecho.

Proteger la expresión física tenía a su favor la fuerza de la comodidad. El copyright


funcionaba bien porque, a pesar de Gutemberg, era difícil hacer un libro. Es más, los libros
dejaban a sus contenidos en una condición estática cuya alteración suponía un desafío tan
grande como su reproducción. Falsificar o distribuir volúmenes falsificados eran
actividades obvias y visibles, era muy fácil pillar a alguien. Por último, a diferencia de
palabras o imágenes sin encuadernar, los libros tenían superficies materiales donde se
podían incluir avisos de copyright, marcas de editor y etiquetas con el precio.

Aún era más apremiante patentar la conversión de lo mental a lo físico. Hasta hace poco,
una patente era o bien una descripción de la forma que había que dar a los materiales para
cumplir un determinado propósito, o una descripción de cómo se llevaba a cabo este
proceso. En cualquiera de los dos casos, el quid conceptual de la patente era el resultado
material. Si alguna limitación material impedía obtener un objeto con sentido, la patente se
rechazaba. No se podía patentar una botella Klein ni una pala hecha de seda. Tenía que ser
una cosa y la cosa tenía que funcionar.

De este modo, los derechos de la invención y de la autoría se vinculaban a actividades del


mundo físico. No se pagaban las ideas sino la capacidad de volcarlas en la realidad. A
efectos prácticos, el valor estaba en la transmisión y no en el pensamiento transmitido.

En otras palabras, se protegía la botella y no el vino.

Ahora, a medida que la información entra en el ciberespacio, hogar natural de la mente,


estas botellas están desapareciendo. Con la llegada de la digitalización, es posible sustituir
todas las formas previas de almacenamiento de información por una meta-botella: patrones
complejos -y muy líquidos- de unos y ceros.

Incluso las botellas físico-digitales a las que nos hemos acostumbrado, los disquetes, CD-
ROM y otros paquetes distintos de bits plastificados, desaparecerán cuando todos los
ordenadores se enchufen a la red global. Si bien puede que Internet nunca incluya todas y
cada una de las CPU del planeta, se duplica de año en año y cabe esperar que se convierta
en el principal medio de transmisión de información y quizás, con el paso del tiempo, en el
único.

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Como una enredadera y no como un árbol

Cuando esto ocurra, todos los bienes de la era de la información -todas las expresiones
antaño contenidas en libros, películas, discos o boletines informativos- existirán bien como
pensamiento puro o como algo muy parecido al pensamiento: condiciones de voltaje que
recorren la Red a la velocidad de la luz y que de hecho se podrían contemplar, como
píxeles brillantes o sonidos transmitidos, pero nunca decir que se «poseen» en el antiguo
sentido de la palabra.

Alguien podría objetar que la información seguirá necesitando algún tipo de manifestación
física, como su existencia magnética en los titánicos discos duros de servidores lejanos,
pero estas botellas carecen de toda forma macroscópicamente diferenciada o
personalmente significativa.

También habrá quien sostenga que hemos estado tratando con expresiones sin embotellar
desde la llegada de la radio, y estará en lo cierto. Pero durante casi toda la historia de la
difusión audiovisual no ha habido ninguna manera práctica de capturar productos de
software del éter electromagnético y reproducirlos con una calidad igual a la que ofrecen
los paquetes comerciales. Esto ha cambiado solo recientemente y poco se ha hecho en
términos legales o técnicos para abordar el cambio.

Que el consumidor pagara por los productos retransmitidos solía ser un asunto irrelevante.
Los consumidores mismos eran el producto. Los medios de difusión sonora se financiaban
vendiendo la atención de su público a los anunciantes o bien utilizando al gobierno para
que estableciese el pago a través de impuestos o con la quejumbrosa mendicidad de las
campañas anuales de recaudación de fondos.

Todos los modelos de apoyo a la difusión audiovisual son defectuosos. Casi sin
excepciones, la financiación a través de los anunciantes o del gobierno ha contaminado la
pureza de los productos transmitidos. En cualquier caso, el marketing directo está matando
paulatinamente el modelo de financiación a través de anunciantes.

Los medios de difusión aportaron otro método para pagar un producto virtual: los derechos
de autor que los difusores pagan a los autores de canciones a través de organizaciones
como ASCAP y BMI. Pero, como miembro de ASCAP, puedo asegurarles que este no es
un modelo que debamos emular. Los métodos de control son totalmente aproximativos. No
hay ningún sistema paralelo de contabilidad en el flujo de ingresos. De verdad que no
funciona. Se lo aseguro.

En todo caso, sin nuestros antiguos métodos para definir físicamente la expresión de las
ideas, y en ausencia de nuevos métodos satisfactorios para la transacción no física, no
sabemos cómo asegurar un pago fiable del trabajo mental. Para empeorar aún más las
cosas, esto sucede en un momento en que la mente humana está sustituyendo a la luz solar
y a los depósitos minerales como fuente principal de riqueza.

Es más, la creciente dificultad para endurecer las leyes existentes en torno al copyright y
las patentes está ya poniendo en peligro la fuente última de la propiedad intelectual, el libre
intercambio de ideas.

Esto es, cuando los artículos primarios de comercio de una sociedad se parecen tanto al
habla que acaban por no distinguirse de ella, y cuando los métodos tradicionales de
proteger la propiedad de los artículos se han vuelto ineficaces, intentar solucionar el tema

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Como una enredadera y no como un árbol

aplicando la ley de modo más amplio y contundente constituirá una amenaza inevitable a la
libertad de expresión.

La mayor limitación a las futuras libertades quizás no venga del gobierno sino de los
departamentos jurídicos de las empresas, que intentan proteger con la fuerza lo que ya no
se puede proteger mediante la eficiencia práctica o el consentimiento social general.

Cuando Jefferson y sus colegas de la Ilustración concibieron el sistema que se convirtió en


la ley estadounidense del copyright, su objetivo primordial era asegurar la distribución
generalizada del pensamiento, y no el beneficio. El beneficio era el combustible que habría
de transportar las ideas a las bibliotecas y las mentes de su nueva república. Las bibliotecas
comprarían libros, recompensando así a los autores por su trabajo de reunir unas ideas que,
«imposibles de limitar» por otros medios, quedaban de este modo a la libre disposición del
público. Pero ¿qué papel desempeñan las bibliotecas si no hay libros? ¿Cómo paga la
sociedad la distribución de las ideas si no es cobrando por las ideas mismas?

Viene a complicar aún más la cuestión el hecho de que, junto a las botellas físicas donde ha
residido la propiedad intelectual, la tecnología digital también está borrando las
jurisdicciones legales del mundo físico y sustituyéndolas por los mares sin límites, y quizás
para siempre sin ley, del ciberespacio.

En el ciberespacio no solo no hay límites nacionales o locales que acoten el escenario de


un crimen y determinen el método de interponer una acción judicial, sino que tampoco hay
claros acuerdos culturales sobre qué pueda ser un crimen. Las diferencias básicas y no
resueltas entre las concepciones culturales de Europa y Asia sobre lo que es propiedad
intelectual solo pueden aumentar en una región donde numerosas transacciones se llevan a
cabo en ambos hemisferios y, al mismo tiempo, en ninguno.

Las nociones de propiedad, valor y posesión, así como la naturaleza misma de la riqueza,
están cambiando de forma más radical que en ningún otro momento desde que los
sumerios horadaron la arcilla húmeda por vez primera con escritura cuneiforme y dijeron
que era grano almacenado.

Muy pocas personas son conscientes de la magnitud de este cambio, y entre ellas aún
menos son abogados o tienen cargos públicos. Quienes sí advierten estos cambios deben
preparar respuestas ante la confusión legal y social que estallará a medida que los esfuerzos
por proteger las nuevas formas de propiedad con viejos métodos se vuelvan cada vez más
vanos y, en consecuencia, más insistentes. De la espada al escrito y al bit.

1. De la espada al escrito y al bit

Hoy en día, la humanidad parece encaminada a crear una economía mundial cuya base
fundamental son bienes que no asumen ninguna forma material. Con esto, quizás estemos
eliminando toda conexión predecible entre los creadores y la justa recompensa a la utilidad
o el placer que otros puedan encontrar en sus obras.

Sin esa conexión, y sin que se produzca un cambio fundamental en la consciencia para
integrar su pérdida, estarnos construyendo nuestro futuro sobre el escándalo, el litigio y la
evasión institucionalizada del pago, que sólo se dará como respuesta a la fuerza bruta.
Puede que volvamos a los viejos malos tiempos de la propiedad.

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Como una enredadera y no como un árbol

En los momentos más oscuros de la historia humana, la posesión y distribución de la


propiedad era en gran parte un asunto militar. La «propiedad» era patrimonio exclusivo de
quienes contaran con las armas más horribles, ya fueran puños o ejércitos, y la voluntad
más férrea de utilizarlas. La propiedad era el derecho divino de los pendencieros.

Al final del primer milenio después de Cristo, la aparición de las clases mercantiles y la
aristocracia terrateniente forzó el desarrollo de acuerdos éticos para resolver disputas en
torno a la propiedad. En la baja Edad Media, gobernantes ilustrados como Enrique II de
Inglaterra empezaron a codificar en cánones esta «ley común» no escrita. Estas leyes eran
locales, pero no importaba demasiado porque se dirigían fundamentalmente a los bienes
raíces, forma de propiedad que por definición es local. Y que, como implicaba el nombre,
era muy real.3

Todo siguió igual mientras el origen de la riqueza era la agricultura, pero en los albores de
la Revolución Industrial la humanidad empezó a concentrarse en los medios tanto como en
los fines. Las herramientas adquirieron un nuevo valor social y, gracias a su propio
desarrollo, fue posible reproducirlas y distribuirlas en grandes cantidades.

Para fomentar su invención, la mayoría de los países occidentales desarrolló el copyright y


la ley de patentes. Estas leyes tenían como objeto la delicada tarea de introducir las
creaciones mentales en el mundo donde se podían utilizar y entrar en la mente de otras
personas a la vez que aseguraban a sus inventores una compensación por el valor de su
uso. Y, como ya se ha dicho, tanto los sistemas de la ley como los de la práctica que
crecieron en torno a esa tarea se basaban en la expresión física.

Puesto que ahora es posible transmitir ideas de una mente a otra sin que se concreten en
algo físico, estamos defendiendo que poseemos las ideas mismas y no meramente su
expresión. Y, como también es posible crear herramientas útiles que nunca revisten forma
física, nos hemos acostumbrado a patentar abstracciones, secuencias de acontecimientos
virtuales y fórmulas matemáticas -los bienes menos «reales» que quepa concebir.

En ciertos ámbitos, esto sitúa los derechos de la propiedad en una condición tan ambigua
que, de nuevo, la propiedad se adhiere a quienes consiguen formar los mayores ejércitos.
La única diferencia es que en esta ocasión los ejércitos se componen de abogados.

Amenazando a sus contrarios con el interminable purgatorio del litigio, frente al que
algunos preferirían la muerte, los abogados reclaman toda idea que pueda haber entrado en
otro cráneo en el seno del cuerpo colectivo de las empresas a las que sirven. Actúan como
si esas ideas surgiesen al margen de todo pensamiento humano previo. Y pretenden que
pensar sobre un producto equivalga a manufacturarlo, distribuirlo y venderlo.

Lo que antes se consideraba como un recurso humano común distribuido entre las mentes y
las bibliotecas del mundo, y como un fenómeno de la propia naturaleza, ahora se está
acotando y recibiendo títulos de propiedad. Es como si hubiera surgido un nuevo tipo de
empresa que se arrogara la propiedad del aire y el agua.

¿Qué se debe hacer? Aunque produzca cierta diversión macabra, bailar sobre la tumba del
copyright y la patente no es una solución, sobre todo cuando hay tan poca gente dispuesta a
admitir que el ocupante de esta tumba esté siquiera muerto y se trata de mantener a la
fuerza lo que ya no se puede mantener por acuerdo popular.

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Como una enredadera y no como un árbol

Desesperados porque pierden su resbaladizo asidero, los legalistas intentan prolongarlo con
todas sus fuerzas. De hecho, Estados Unidos y otros defensores del GATT están haciendo
de la observancia de nuestros moribundos sistemas de protección de la propiedad
intelectual una condición para ser miembro del mercado de las naciones. Por ejemplo, a
China se le denegará el estatus de nación más favorecida si no llega a un acuerdo para
atenerse a un conjunto de principios culturalmente ajenos que ya no se aplican ni siquiera
en su país de origen.

En un mundo más perfecto, sería de sabios declarar una moratoria sobre el litigio, la
legislación y los tratados internacionales en este ámbito hasta tener una idea clara de los
términos y condiciones de la empresa en el ciberespacio. Idealmente, las leyes ratifican el
consenso social ya desarrollado. No son tanto el propio contrato social como una serie de
memorandos que expresan un propósito colectivo surgido de muchos millones de
interacciones humanas.

Los humanos no han habitado el ciberespacio con la suficiente diversidad como para haber
desarrollado un contrato social adecuado a las extrañas condiciones nuevas de ese mundo.
Las leyes anteriores al consenso suelen servir a los pocos que ya están establecidos y que
pueden conseguir que se acepten, y no a la sociedad como un todo.

En la medida en que la ley o bien la práctica social establecida existen en este ámbito, ya
han entrado en un peligroso desacuerdo. Las leyes relativas a la reproducción no autorizada
de software comercial son claras y severas, pero pocas veces se observan. Es tan difícil
hacer cumplir en la práctica las leyes sobre piratería del software, y romperlas tiene ya tal
grado de aceptación social, que sólo una escasa minoría parece verse obligada, ya sea por
temor o en conciencia, a obedecerlas.

A veces doy conferencias sobre este asunto, y siempre pregunto al auditorio cuántas
personas pueden presumir de no tener copias de software no autorizado instalado en sus
discos duros. Nunca he visto más del diez por ciento de manos levantadas.

Cuando existe una divergencia tan profunda entre las leyes y la práctica social, no es la
sociedad la que se adapta. Tan es así que la práctica actual de las compañías que
comercializan el software, que consiste en colgar a unos cuantos chivos expiatorios
visibles, resulta tan manifiestamente arbitraria que no puede sino redundar en la merma del
respeto a la legislación.

Parte de la generalizada indiferencia popular hacia el copyright del software comercial


nace de la incapacidad legislativa de entender las condiciones en las que se introdujo.
Pensar que los sistemas legales basados en el mundo físico valdrán para un entorno tan
fundamentalmente distinto como es el ciberespacio es una locura que habrán de pagar cara
todos los que hagan negocios en el futuro.

Como expondré en la siguiente sección, la propiedad intelectual sin límites es muy distinta
de la propiedad física y ya no se puede proteger pasando por alto esta diferencia. Por
ejemplo, si seguimos asumiendo que el valor se basa en la escasez, como en el caso de los
objetos físicos, crearemos leyes que son precisamente contrarias a la naturaleza de la
información, cuyo valor puede aumentar en muchos casos con la difusión.

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Como una enredadera y no como un árbol

Las grandes instituciones adversas al riesgo, más propensas a jugar siguiendo las viejas
reglas, sufrirán por su apego a lo seguro. Cuantos más abogados, armas y dinero inviertan
en proteger sus derechos o en minar los de sus oponentes, más se parecerá la competición
comercial a la ceremonia Kwakiutl del Potlach, en la que los adversarios competían
destruyendo sus propias posesiones. Su capacidad para producir nueva tecnología se
estancará a medida que cada nuevo paso les hunda más en el pozo de brea de la guerra de
tribunales.

La fe en la legislación no será una estrategia eficaz para las compañías de alta tecnología.
Las leyes se adaptan mediante constantes complementos que obedecen a un ritmo que sólo
la geología supera en cuanto a su majestuosidad. La tecnología, por el contrario, avanza
mediante bruscas sacudidas, como si el equilibrio puntuado de la evolución biológica
sufriera una grotesca aceleración. Las condiciones del mundo real seguirán cambiando a un
ritmo deslumbrante, mientras que las leyes les seguirán el paso a gran distancia, cada vez
más confundidas. Este desajuste es permanente.

Las prometedoras economías nacerán en un estado de parálisis, como parece haber


sucedido con el multimedia, o bien sus propietarios continuarán negándose valiente y
testarudamente a entrar bajo ningún concepto en el juego de la propiedad.

En Estados Unidos ya se puede observar el desarrollo de una economía paralela, sobre todo
entre empresas pequeñas y dúctiles que protegen sus ideas penetrando en el mercado con
más rapidez que sus grandes competidores, cuya protección se basa en el miedo y el litigio.

Quizás quienes forman parte del problema simplemente se acojan a una cuarentena en los
tribunales, mientras que los que son parte de la solución crearán una nueva sociedad
basada, al principio, en la piratería y el filibusterismo. Cuando el sistema actual de la ley
de propiedad intelectual se desplome, como parece inevitable que suceda, puede que no
surja en su lugar ninguna estructura legal que la reemplace.

Pero algo ocurrirá. Después de todo, la gente hace negocios. Cuando el dinero deja de tener
sentido, los negocios se hacen con trueques. Cuando las sociedades se desarrollan al
margen de la ley, desarrollan sus propios códigos, prácticas y sistemas éticos no escritos.
Si bien la tecnología puede deshacer la ley, ofrece métodos para restaurar los derechos
creativos.

2. Una taxonomía de la información

Tengo la impresión de que lo más productivo que cabe hacer hoy es estudiar con detalle la
verdadera naturaleza de lo que intentamos proteger. ¿Qué sabemos realmente sobre la
información y sus comportamientos naturales?

¿Cuáles son las características esenciales de la creación ilimitada? ¿En qué se diferencia de
formas previas de propiedad? ¿Cuántas de nuestras suposiciones sobre ella se han referido
a sus contenedores más que a sus misteriosos contenidos? ¿Cuáles son sus diferentes
especies y cómo se presta cada una al control? ¿Qué tecnologías serán útiles para crear
nuevas botellas virtuales que sustituyan a las antiguas botellas físicas?

Por supuesto, la información es intangible y difícil de definir por naturaleza. Al igual que
otros fenómenos profundos como la luz o la materia, es un ámbito natural de la paradoja. Y

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Como una enredadera y no como un árbol

así como resulta más fácil comprender la luz a la vez como partícula y onda, puede que una
comprensión de la información surja en la congruencia abstracta de sus diversas
propiedades, que podemos describir con estos tres enunciados:

 La información es una actividad.


 La información es una forma de vida.
 La información es una relación.

A continuación, analizaré cada uno por separado.

2.1 La información es una actividad

2.1.1 La información es un verbo, no un sustantivo

Liberada de sus contenedores, la información no es, obviamente, una cosa. De hecho, es


algo que ocurre en el campo de la interacción entre mentes, objetos u otras piezas de
información.

Gregory Bateson, reflexionando sobre la teoría de la información de Claude Shannon, dijo


que «la información es una diferencia que crea una diferencia». Así pues, la información
sólo existe realmente en el . La creación de esa diferencia es una actividad que ocurre
dentro de una relación. La información es una acción que ocupa tiempo más que una
presencia que ocupa espacio físico, como los artículos materiales. Es el lanzamiento, no la
pelota de béisbol, la danza, no el bailarín.

2.1.2 La información se experimenta, no se posee

Incluso cuando ha sido encapsulada en alguna forma estática como un libro o un disco
duro, la información sigue siendo algo que nos ocurre cuando la descomprimimos
mentalmente de su código de almacenamiento. Pero, ya se mueva a gigabits por segundo o
a palabras por minuto, la descodificación es un proceso que debe ser ejecutado por y sobre
una mente, un proceso que se despliega en el tiempo. Hace unos años se publicó una
historieta en el Bulletin of Atomic Scientists que ilustraba este punto a la perfección. En el
dibujo, un atracador apunta con su pistola al típico personaje con aspecto de almacenar
mucha información en la cabeza. «Deprisa -ordena el bandido- dame todas tus ideas».

2.1.3 La información se tiene que mover

Se dice que los tiburones mueren asfixiados si dejan de nadar, y casi se puede decir lo
mismo de la información. La información que no se está moviendo deja de existir y pasa a
ser solamente potencial, al menos hasta que se le permite moverse de nuevo. Por eso, la
práctica de acumular información, habitual en las burocracias, es un mecanismo
especialmente desatinado para los sistemas de valor con base física.

2.1.4 La información se transmite por propagación, no por distribución

El modo en que se difunde la información también se diferencia mucho de la distribución


de bienes físicos. Se mueve más como algo propio de la naturaleza que como algo
procedente de una fábrica. Se puede concatenar como un dominó o crecer en la típica
retícula fractal, como la escarcha que se extiende por una ventana, pero no se puede

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Como una enredadera y no como un árbol

desplazar corno los productos manufacturados salvo en la medida en que estos pueden
contenerla. No se limita a avanzar. Deja rastro allí por donde pasa. La distinción
económica central entre la información y la propiedad física es que la primera se puede
transferir sin que su dueño original deje de poseerla.

2.2 La información es una forma de vida

2.2.1 La información quiere ser libre

Se suele atribuir a Stewart Brand este elegante enunciado de lo obvio, que reconoce tanto
el deseo natural de los secretos a ser dichos como el hecho de que, para empezar, los
secretos puedan sentir algo similar a un «deseo».

El biólogo y filósofo inglés Richard Dawkins propuso la noción de «memes», modelos


autorreplicantes de información que se propagan a sí mismos por las ecologías de la mente,
y dijo que eran como formas de vida.

A mi juicio, son formas de vida en todos los aspectos salvo en que no se basan en el átomo
de carbono. Se autorreproducen o interactúan con su entorno y se adaptan a él, mutan,
persisten. Como cualquier otra forma de vida, evolucionan para ocupar los espacios de
posibilidad de sus entornos locales, que en este caso son los sistemas de creencias y las
culturas circundantes de sus anfitriones, a saber, nosotros.

En efecto, sociobiólogos como Dawkins consideran plausible el argumento de que las


formas de vida basadas en el carbono también sean información, y que, al igual que la
gallina es el modo que tiene un huevo de hacer otro huevo, el espectáculo biológico al
completo sea el medio que tiene la molécula del ADN para copiar más cuerdas de
información exactamente iguales a sí misma.

2.2.2 La información se reproduce en las grietas de la posibilidad

Al igual que las hélices del ADN, las ideas son expansionistas implacables, siempre en
búsqueda de nuevas oportunidades para crearse un espacio vital. Y, como ocurre en la
naturaleza de base carbónica, los organismos más robustos son extremadamente hábiles
para encontrar nuevos lugares donde vivir. Así, de la misma manera que la mosca común
se ha introducido en casi todos los ecosistemas del planeta, el meme de la «vida después de
la muerte» se hizo un hueco en la mayoría de las mentes, o psicoecologías.

Cuanto más universal sea el eco de una idea, una imagen o una canción, en más mentes se
introducirán y permanecerán. Intentar frenar la propagación de un segmento muy potente
de información es casi tan difícil como mantener las llamadas «abejas asesinas» al sur de la
frontera de Estados Unidos. El intento hace agua por todas partes.

2.2.3 La información quiere cambiar

Si las ideas y otros modelos interactivos de información son, en efecto, formas de vida, se
puede suponer que evolucionarán constantemente hacia formas mejor adaptadas a su
entorno. Y, de hecho, lo hacen sin cesar.

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Pero durante mucho tiempo nuestros medios de difusión estáticos, ya fueran tallas en
piedra, tinta sobre papel o tinte sobre celuloide, se han resistido tenazmente al impulso
evolutivo, subrayando por tanto la capacidad del autor para determinar el producto
acabado. Pero, como en la tradición oral, la información digitalizada carece de un
«acabado final».

La información digitalizada, libre de las ataduras del empaquetamiento, es un proceso


continuo que se parece más a las metamorfoseantes leyendas de la prehistoria que a nada
que se pueda envolver con plástico. Desde el Neolítico hasta Gutenberg, la información se
transmitía de boca a boca cambiando con cada nueva narración (o canción). Las historias
que antaño moldearon nuestro sentido del mundo carecían de versiones autorizadas. Se
adaptaban a cualquier cultura donde se contaran.

Puesto que la narración nunca se plasmaba en escritura, el llamado derecho «moral» de los
narradores a quedarse con sus cuentos no estaba protegido ni reconocido. Sencillamente, el
cuento atravesaba a cada narrador en su camino hacia el siguiente, donde asumía una
forma distinta. A medida que regresemos a la información continua, cabe esperar que
disminuya la importancia de la autoría. Acaso los creadores tengan que renovar sus
vínculos con la humildad.

Pero nuestro sistema de copyright no da cabida a expresiones que no se «fijan» en algún


punto ni a expresiones culturales que no tienen un autor o inventor concreto.

Las improvisaciones de jazz, los espectáculos de humoristas, la mímica, los monólogos


continuos y las retransmisiones que no han sido grabadas carecen del requisito
constitucional de una fijación mediante la «escritura». Si no se les da la forma fija de la
publicación, las obras líquidas del futuro se parecerán más a estas formas que se adaptan y
cambian continuamente y escaparán, por tanto, al alcance del copyright.

La experta en copyright Pamela Samuelson afirma haber asistido el año pasado a una
conferencia en la que se discutía la cuestión de si los países occidentales pueden apropiarse
legalmente de la música, los diseños y el saber biomédico de los pueblos aborígenes sin
compensaciones a su tribu de origen, ya que esa tribu no es su «autora» o «inventora».

2.2.4 La información es perecedera

A excepción de los clásicos excepcionales, la mayor parte de la información es como los


productos de granja. Su calidad se degrada rápidamente, tanto con el tiempo como con la
distancia respecto a la fuente de producción. Pero, incluso aquí, el valor es enormemente
subjetivo y condicional. Los papeles de ayer son muy valiosos para el historiador. De
hecho, cuanto más viejos, más valiosos son. Por el contrario, un agente del mercado de
futuros puede considerar que la noticia de un acontecimiento con más de una hora de vida
ha perdido ya toda relevancia.

2.3 La información es una relación

2.3.1 El significado tiene valor y es exclusivo de cada caso

En la mayoría de los casos, asignamos valor a la información basándonos en su


significado. El lugar donde reside la información, el momento sagrado en que la

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transmisión se convierte en recepción, es un ámbito con muchas características y matices


cambiantes que dependen de la relación entre el emisor y el receptor, de la profundidad de
su interacción.

Cada relación de este tipo es única. Incluso en casos donde el emisor es un medio de
difusión audiovisual y no hay respuesta, el receptor no es nada pasivo. Recibir información
es a menudo tan creativo como generarla.

El valor de lo que se envía depende por completo de la medida en que cada destinatario
tiene los receptores necesarios: terminología compartida, atención, interés, lenguaje,
paradigma para volver significativo aquello que recibe.

La comprensión es un elemento crítico que cada vez se pasa más por alto al intentar
convertir la información en una mercancía. Los datos pueden ser cualquier conjunto de
hechos, útiles o no, inteligibles o inescrutables, relacionados o irrelevantes. Los
ordenadores pueden estar soltando datos nuevos toda la noche sin ayuda humana, y los
resultados se pueden poner en venta como información. Puede que lo sean o que no lo
sean. Sólo un ser humano puede reconocer el significado que separa la información de los
datos.

De hecho, la información, en el sentido económico de la palabra, consiste en datos que han


sido pasados por una mente humana concreta y que se han considerado significativos
dentro de ese contexto mental. Lo que es información para una persona es un mero dato
para otra.

2.3.2 La familiaridad tiene más valor que la escasez

En los artículos físicos existe una correlación directa entre la escasez y el valor. El oro es
más valioso que el trigo, aunque no se pueda comer. Si bien no siempre, la condición de la
información suele ser justo la contraria. Casi todo el software aumenta su valor a medida
que va siendo más común. La familiaridad es un activo importante en el mundo de la
información. A menudo puede ocurrir que la mejor manera de aumentar la demanda de un
producto sea regalarlo.

Aunque esto no haya sido siempre así en el caso del shareware, software para compartir, se
podría argumentar que hay una conexión entre la cantidad de software comercial que se
piratea y la cantidad que se vende. El software más pirateado, como el Lotus 1-2-3 o el
WordPerfect, se convierte en un estándar y se beneficia de la ley de los rendimientos
crecientes, que se basa en la familiaridad.

Respecto a mi propio producto creativo, canciones de rock and roll, no hay ninguna duda
de que el grupo para el que las escribo, Grateful Dead, ha aumentado enormemente su
popularidad al regalarlas. Desde comienzos de los años setenta venimos dejando que la
gente grabe nuestros conciertos, y en vez de reducir la demanda de nuestro producto esto
se ha traducido en que ahora tenemos la mayor convocatoria en conciertos de Estados
Unidos. Cabe atribuir este resultado, al menos en parte, a la popularidad que generaron
aquellas grabaciones piratas.

Cierto es que no recibo derechos de autor por los millones de copias de mis canciones que
han sido extraídas de esos conciertos, pero no encuentro ninguna razón para quejarme. El

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hecho es que nadie más que Grateful Dead puede interpretar una canción de Grateful Dead,
así que quien desee tener la experiencia y no un pálido reflejo tendrá que comprar una
entrada. En otras palabras, la protección de nuestra propiedad intelectual deriva de que
somos su única fuente en tiempo real.

2.3.3 La exclusividad tiene valor

El problema de un modelo que invierte la proporción física escasez/ valor es que a veces el
valor de la información obedece en gran medida a su escasez. La posesión exclusiva de
ciertos hechos los vuelve más útiles. Si todo el mundo conoce las condiciones que pueden
subir el precio de unas acciones, la información carece de valor.

Pero, de nuevo, el factor crítico suele ser el tiempo. No importa si este tipo de información
termina siendo omnipresente. Lo que importa es estar entre los primeros que la poseen y
actúan a partir de ella. Aunque los secretos potentes por lo general no permanecen secretos,
pueden seguir siéndolo durante el tiempo suficiente como para coadyuvar en la causa de
sus primeros dueños.

2.3.4 El punto de vista y la autoridad tienen valor

En un mundo de realidades flotantes y mapas contradictorios, las recompensas se otorgarán


a aquellos comentaristas cuyos mapas se ajusten más cómodamente al territorio por su
capacidad de avanzar resultados predecibles a quienes los utilicen.

En la información estética, ya sea poesía o rock and roll, la gente está dispuesta a comprar
el último producto de un artista sin haberlo visto antes, partiendo de que ha tenido una
experiencia placentera con su obra previa.

La realidad es un filtro editorial. La gente paga por la autoridad de aquellos editores cuyo
punto de vista selectivo parece más ajustado. Y, de nuevo, el punto de vista es un activo
que no se pude robar ni duplicar. Tan solo Esther Dyson ve el mundo como ella lo ve y, de
hecho, la bonita suma que percibe por su boletín informativo responde al privilegio de ver
el mundo a través de su mirada exclusiva.

2.3.5 El tiempo sustituye al espacio

En el mundo físico, el valor depende mucho de la posesión o de la proximidad espacial. Se


posee aquel material que cae dentro de ciertos límites dimensionales, y la capacidad de
actuar directa y exclusivamente, y como se quiera, sobre lo que cae dentro de esos límites
es el principal valor de la posesión. Por supuesto, también hay una relación entre valor y
escasez, una limitación relativa al espacio.

En el mundo virtual, la proximidad en el tiempo es un valor. En general, una información


es más valiosa cuanto más cerca pueda situarse el comprador del momento de su
expresión; hay una limitación de tiempo. Muchos tipos de información se degradan
rápidamente con el tiempo o con la reproducción. Su relevancia se debilita a medida que va
cambiando el territorio que delinean. Cuando desaparece el punto donde se produce por
vez primera la información, entra ruido y se pierde la amplitud de banda.

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2.3.6 La protección de la ejecución

En el pueblo donde nací, no se concede demasiado mérito a nadie simplemente porque


tenga ideas. Se le juzga por lo que puedas hacer con ellas. A medida que se aceleran las
cosas, la mejor manera de proteger los proyectos que se convierten en objetos físicos es
ejecutarlos. O como lo expresara una vez Steve Jobs, «los artistas auténticos ejecutan». El
triunfador suele ser quien antes llega al mercado (y con la suficiente fuerza organizativa
como para mantener el primer puesto).

Pero, a medida que nos concentramos en el comercio de la información, somos muchos los
que pensamos que la originalidad basta en sí misma para transmitir valor, y que merece,
con los respaldos legales adecuados, un salario fijo. De hecho, la mejor manera de proteger
la propiedad intelectual es actuar en consecuencia. No basta con inventar y patentar,
también hay que innovar. Alguien sostiene que inventó el microprocesador antes que Intel.
Quizás sea cierto. Pero, si de hecho hubiera empezado a distribuir microprocesadores antes
que Intel, su reclamación no parecería tan espuria.

2.3.7 La información es su propia recompensa

Es un tópico decir que el dinero es información. A excepción del krugerand, la calderilla y


los contenidos de los maletines que se suelen asociar a los capos del narcotráfico, la mayor
parte del dinero del mundo informatizado está cifrado en unos y ceros. El suministro global
de dinero se propaga por la red con fluidez meteorológica. También es evidente que la
información se ha vuelto tan fundamental para la creación de la riqueza moderna como
antaño lo fueran la posesión de tierras y la luz solar.

Lo que no es tan obvio es hasta qué punto la información está empezando a tener un valor
intrínseco, no como un medio para adquirir sino como objeto de la adquisición. Supongo
que, de manera menos explícita, esto siempre ha sido así. En la política y en el mundo
académico, poder e información siempre han mantenido un vínculo estrecho.

Sin embargo, ahora que la información se compra cada vez más con dinero, vemos que
comprar información con otra información es un mero intercambio económico que no
precisa la conversión en otra moneda. Esto supone cierto desafío para quienes gustan de
tener las cuentas claras, ya que, al margen de la teoría de la información, los tipos de
cambio de la información son demasiado escurridizos como para cuantificarlos con cifras
decimales.

No obstante, casi todo lo que compra un estadounidense de clase media tiene poco que ver
con la supervivencia. Compramos belleza, prestigio, experiencia, educación y todos los
oscuros placeres de la posesión. Muchas de estas cosas no sólo se pueden expresar en
términos no materiales, sino que además se pueden adquirir por medios no materiales.

Y luego están los inexplicables placeres de la propia información, el deleite de aprender,


saber y enseñar. Esa sensación extraña y agradable de que la información entra y sale de
uno mismo. Jugar con ideas es un divertimento por el que la gente debe de estar dispuesta a
pagar mucho, dado el mercado que tienen los libros y los cursillos. Estaríamos dispuestos a
gastar aún más dinero en este tipo de placeres de no haber tantas oportunidades de pagar
las ideas con otras ideas.

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Esto explica mucho trabajo «voluntario» colectivo que llena los archivos, los foros y las
bases de datos de Internet. Sus habitantes no trabajan de balde, como se suele creer. Se les
paga con algo que no es dinero. Es una economía que consiste casi por completo en
información. Puede que ésta se convierta en la forma dominante del comercio humano, y si
seguirnos empeñados en modelar la economía sobre una base estrictamente monetaria
quizás nos equivoquemos seriamente.

3. Cobrar en el ciberespacio

Como se relaciona todo lo anterior con las posibles soluciones a la crisis de la propiedad
intelectual es algo que apenas he comenzado a pensar. Los paradigmas se distorsionan
cuando se contempla la información con ojos atentos, al ver lo poco que tiene que ver con
las materias primas que se venden en los mercados de futuros, al imaginar las tambaleantes
farsas de jurisprudencia que se amontonarán si seguimos tratándola legalmente como si se
les pareciera.

Como ya dije, creo que en algún momento de la próxima década estas actitudes obsoletas
se harán añicos y a nosotros, no nos quedará más remedio que incorporarnos a nuevos
sistemas que funcionen.

En realidad, no tengo una imagen tan sombría de nuestras perspectivas como podrían
suponer hasta ahora los lectores de esta jeremiada. Surgirán soluciones. La naturaleza
aborrece el vacío y lo mismo le ocurre al comercio.

Uno de los aspectos de la frontera electrónica que más atractivo me ha resultado siempre -y
la razón de que Mitch Kapor y yo eligiésemos esa expresión cuando fundamos la EFF 4- es
el grado de semejanza con el Oeste americano del siglo XIX en su preferencia natural por
los mecanismos sociales que surgen de sus propias condiciones, frente a aquellos que se
imponen desde el exterior.

Hasta que el Oeste se colonizó y «civilizó» por completo en este siglo, el orden se
establecía según un Código del Oeste no escrito, que tenía la fluidez de los buenos modales
más que la rigidez de la ley. La ética era más importante que las normas, que en cualquier
caso se hacían respetar muy poco.

En mi opinión, la ley, tal y como la entendemos, se desarrolló para proteger los intereses
que surgieron en las dos «olas» económicas que con tanta exactitud identificó Alvin
Toffler en La tercera ola.5 La primera ola se basaba en la agricultura y necesitaba la ley
para disponer la posesión de la principal fuente de producción, la tierra. En la segunda ola,
la manufactura se convirtió en la fuente económica fundamental, y la estructura de la ley
moderna creció en torno a las instituciones que necesitaban protección para sus reservas de
capital, fuerza humana y maquinaria.

Ambos sistemas económicos necesitaban estabilidad. Sus leyes estaban concebidas para
resistir el cambio y asegurar cierta constancia distributiva dentro de un marco social
bastante estático. Había que limitar la disponibilidad para preservar la capacidad de
predecir, necesaria tanto para la administración de la tierra como para la formación de
capital.

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En la tercera ola, en la que acabamos de entrar, la información sustituye en gran medida a


la tierra, el capital y la maquinaria, y, como detallé antes, donde más a gusto se encuentra
la información es en un entorno mucho más fluido y adaptable. Es probable que la tercera
ola provoque un cambio fundamental en los propósitos y métodos de la ley, y que su
repercusión vaya mucho más allá de los estatutos que rigen la propiedad intelectual.

Puede que el propio «terreno» -la arquitectura de la red- cumpla muchos de los objetivos
que en el pasado sólo se podían mantener por imposición legal. Por ejemplo, quizás sea
innecesario asegurar constitucionalmente la libertad de expresión en un entorno que trata la
censura como si fuera una disfunción y busca la fórmula para transmitir ideas prohibidas
esquivando la censura.

Puede que surjan similares mecanismos naturales de equilibrio para nivelar las
discontinuidades sociales que antes necesitaban de la mediación legal para solucionarse.
En la red, lo más probable es que estas diferencias sean abarcadas por un espectro continuo
que conecta tanto como separa.

Y, a pesar de asirse férreamente a la vieja estructura legal, las compañías que comercian
con la información quizá vean que, debido a su creciente incapacidad para acercarse con
sensatez a cuestiones tecnológicas, los tribunales ya no producirán resultados con la
previsión suficiente como para apoyar proyectos a largo plazo. Cada litigio se convierte en
algo parecido a una ruleta rusa, dependiendo de la ignorancia del juez que lo preside.

La «ley» sin codificar o adaptable, aunque sea tan «rápida, holgada e incontrolable» como
otras formas emergentes, probablemente esté muy cerca de algo parecido a la justicia. De
hecho, ya se puede ver el desarrollo de nuevas prácticas más adecuadas a las condiciones
del comercio virtual. Las formas de vida de la información son métodos que evolucionan
para proteger su reproducción continua.

Por ejemplo, aunque la letra pequeña del sobre de un disquete comercial plantea
puntillosas exigencias a quien lo abre, hay, como digo, poca gente que lea esas condiciones
y mucha menos que las cumpla a rajatabla. Y aún así el negocio del software sigue siendo
un sector muy sano de la economía de Estados Unidos.

Y esto ¿a qué se debe? A que la gente termina comprando el software que realmente
utiliza. Cuando un programa se vuelve fundamental para el propio trabajo, se quiere tener
la última versión, el mejor soporte, los manuales actualizados, todos los privilegios
vinculados a la posesión. En ausencia de una ley vigente, estas consideraciones prácticas
serán cada vez más importantes para cobrar aquello que fácilmente se podría obtener
gratis.

Por supuesto que hay quien compra software por respeto a la ética o con la idea abstracta
de que no comprarlo contribuiría a que no se fabricara, pero voy a dejar estos motivos de
lado. Si bien pienso que el fracaso de la ley desembocará casi con toda certeza en un
renacimiento compensador de la ética como modelo organizativo de la sociedad, no tengo
espacio para defender aquí esta creencia.

En su lugar diré que, a mi modo de ver y como en el caso antes citado, la compensación
por la creación de software se guiará fundamentalmente por consideraciones prácticas,

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todas ellas inherentes a las verdaderas propiedades de la información digital, dónde reside
su valor y cómo puede ser a la vez manipulada y protegida por la tecnología.

Aunque el acertijo sigue siendo un acertijo, empiezo a ver desde dónde pueden venir las
soluciones, que en parte consisten en ampliar esas soluciones prácticas que ya están en
marcha.

4. La relación y sus herramientas

Creo que hay una idea básica para comprender el comercio líquido: la economía de la
información, en ausencia de objetos, se basará más en la relación que en la posesión.

Un modelo ya existente para la transmisión futura de la propiedad intelectual es la


ejecución en tiempo real, un medio que en la actualidad sólo se usa en teatro, música,
conferencias y enseñanza. A mi juicio, el concepto de ejecución se ampliará hasta incluir
casi toda la economía de la información, desde los culebrones hasta los análisis bursátiles.
En estos casos, el intercambio comercial se parecerá más a la venta de entradas para un
espectáculo continuo que a la compra de distintos paquetes de lo que se muestra.

El otro modelo, por supuesto, es el de los servicios. Todo el sector profesional médicos,
abogados, asesores, arquitectos, etc., está ya cobrando directamente por su propiedad
intelectual. ¿Quién necesita el copyright cuando tiene una cuota fija?

De hecho, hasta finales del siglo XVIII este modelo se aplicaba a muchos ámbitos que hoy
caen bajo el copyright. Antes de la industrialización de la creación, los escritores,
compositores y artistas trabajaban al servicio privado de los patronos. Sin objetos que se
puedan distribuir en un mercado de masas, los creadores regresarán a una situación
parecida, si bien servirán a muchos patronos en vez de a uno sólo. Ya se puede ver como
surgen compañías cuya existencia se basa en apoyar y mejorar el software que crean más
que en venderlo por piezas plastificadas o incluirlo en paquetes.

La nueva compañía de Trip Hawkins para la creación y comercialización bajo licencia de


herramientas multimedia, 3DO, es un ejemplo de lo estamos tratando. 3DO no pretende
producir ningún tipo de software comercial o aparatos para los consumidores. Pretenden,
en su lugar, hacer las veces de una especie de órgano de calificación de estándares
privados, que mediaría entre los creadores de software y de aparatos informáticos, que
serían los titulares de sus licencias. Proporcionarán un punto de comunidad de intereses
para las relaciones entre un amplio espectro de entidades.

En todo caso, tanto si uno se considera un proveedor de servicios como si es un ejecutante,


la futura protección de la propiedad intelectual dependerá de la propia capacidad de
controlar la relación con el mercado, una relación que con toda probabilidad perdurará y
crecerá con el tiempo.

El valor de esa relación residirá en la calidad de la ejecución, la originalidad del punto de


vista, las destrezas, su relevancia para el propio mercado y, bajo todo esto, la capacidad de
ese mercado para comunicar los servicios creativos de manera ágil, cómoda e interactiva.

5. Interacción y protección

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La interacción directa otorgará una gran protección a la propiedad intelectual en el futuro;


de hecho, ya la ha dado. Nadie sabe cuántos piratas de software han comprado copias
legítimas de un programa después de llamar al editor para pedirle asesoramiento técnico y
que éste les haya pedido alguna prueba de compra, pero supongo que la cifra es muy alta.

El mismo tipo de control se podrá ejercer sobre las relaciones de «pregunta y respuesta»
entre autoridades (o artistas) y aquellos que soliciten sus destrezas. Boletines informativos,
revistas y libros saldrán reforzados por la capacidad de los suscriptores para hacerles
preguntas directas a los autores.

La interactividad será un bien facturable incluso sin la autoría. A medida que vaya
entrando la gente en la red y obteniendo su información directamente del punto donde se
produce, sin que se filtre a través de los centralizados medios de comunicación, intentará
desarrollar la misma capacidad interactiva para investigar la realidad que en el pasado sólo
la experiencia les suministraba. El acceso directo a estos distantes «ojos y orejas» será
mucho más fácil de delimitar que el acceso a paquetes fijos de información almacenada
pero fácilmente reproducible.

En la mayoría de los casos, el control se basará en restringir el acceso a la información más


reciente y con mayor amplitud de banda. Será cuestión de definir la entrada, el sitio donde
se actúa, el actor y la identidad del portador de la entrada, definiciones que, en mi opinión,
surgirán de la tecnología, no de la ley. En la mayoría de los casos, la tecnología definidora
será la criptografía.

6. Cripto-embotellamiento

La criptografía, como he dicho quizás ya demasiadas veces, es el «material» con el que se


construirán las paredes y los límites -y las botellas- del ciberespacio.

Evidentemente, la criptografía o cualquier otro método puramente técnico de protección de


la propiedad plantea problemas. Siempre me ha parecido que a mayor seguridad de los
artículos, más posibilidad de convertirlos en objeto de deseo. Viniendo de un lugar donde
la gente deja puestas las llaves del coche y ni siquiera tiene llaves de su casa, estoy
convencido de que el mejor obstáculo contra el crimen es una sociedad con una ética
intacta.

Aunque admito que no es éste el tipo de sociedad en que vivimos la mayoría de nosotros,
también creo que un exceso de confianza social en la protección con barricadas terminará
debilitando la conciencia al hacer de la intrusión y el robo un deporte, y no un crimen. Esto
ocurre ya en el ámbito digital, como es evidente en las actividades de los que asaltan
sistemas informáticos.

Es más, me atrevería a sostener que los esfuerzos iniciales por proteger el copyright digital
mediante la protección de la copia contribuyeron a la situación actual, en la que los
usuarios de ordenadores, que en otros sentidos actúan éticamente, no parecen oponer
reparos morales al software pirateado.

En vez de cultivar entre los recién informatizados un sentido del respeto hacia el trabajo de
sus colegas, la confianza temprana en la protección de la copia abocó en la idea subliminal
de que asaltar un paquete de software «concedía» en cierto sentido el derecho a usarlo.

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Limitados no por la conciencia sino por la destreza técnica, muchos se sintieron libres para
hacer todo aquello que les permitiera salirse con la suya. Esto seguirá siendo un riesgo
potencial de la codificación del comercio digitalizado.

Más aún, es prudente recordar que la protección contra la copia fue rechazada por casi
todos los ámbitos del mercado. Muchos de los próximos esfuerzos para usar los modelos
de protección basados en la criptografía probablemente sufrirán el mismo destino. La gente
no va a tolerar ciertas cosas que dificultan aún más el uso de los ordenadores sin que haya
ningún beneficio para el usuario.

Aun así, la codificación ya ha demostrado cierta utilidad burda. Hace poco se dispararon
las nuevas suscripciones a varios servicios de televisión comercial vía satélite después de
que desplegaran una mayor codificación en sus alimentadores. Y esto a pesar de un
floreciente comercio casero de chips descodificadores a manos de tipos que parecen
destiladores ilegales de alcohol más que expertos en descodificar claves.

Otro problema evidente de la codificación como solución global es que, una vez que algo
ha sido descodificado por un mediador autorizado legítimo, puede volverse accesible a la
reproducción masiva.

En algunos casos, puede que no sea un problema realizar la reproducción después de


descodificar. El valor de muchos artículos de software se degrada con el paso del tiempo.
Quizás el único interés real por algunos de estos productos lo tengan aquellos que han
comprado las llaves de la inmediatez.

Es más, a medida que el software se vuelva más modular y la distribución avance por la
red, comenzará a sufrir una metamorfosis al relacionarse directamente con la base del
usuario. Las actualizaciones discontinuas se nivelarán en un proceso constante de
adaptación y perfeccionamiento cada vez mayores, en parte debido al hombre y en parte a
algoritmos genéticos. Las copias pirateadas de software quizás se vuelvan demasiado
estáticas como para serle de algún valor a alguien.

Incluso en casos como los de las imágenes, donde se supone que la información permanece
inalterada, el fichero sin encriptar todavía sería susceptible de entretejerse con secuencias
de código que continuarían protegiéndolo con arreglo a un amplio abanico de modalidades.

En la mayoría de los esquemas que puedo imaginar, el fichero continuaría «con vida» con
un software incrustado permanentemente que podría «sentir» las condiciones del entorno e
interaccionar por las mismas. Por ejemplo, podría contener código que detectaría el
proceso de duplicación y provocaría su autodestrucción.

Otros métodos podrían dotar al fichero de la capacidad de «llamar a casa» a través de la


Red hasta localizar a su propietario original. La integridad permanente de algunos ficheros
podría requerir su «alimentación» periódica con el dinero digital de su anfitrión (host), que
estos harían llegar después a sus autores.

Por supuesto, los ficheros dotados de la capacidad independiente de comunicar con sus
dispositivos de origen se parecen inquietantemente al gusano de Internet Morris. Los
ficheros «vivos» poseen una cierta cualidad viral. De esta suerte, se plantearían cuestiones

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graves de vulneración de la privacidad si nuestros ordenadores vinieran equipados con


espías digitales.

El núcleo de la cuestión es que la criptografía posibilitará muchas tecnologías de


protección que se desarrollarán rápidamente por la obsesiva competición que siempre han
sostenido los que hacen los cerrojos y los que los rompen.

Pero la criptografía no se usará solo para hacer cerrojos. También es vital para las firmas
digitalizadas y el dinero digital antes mencionado. Ambos serán, a mi juicio,
fundamentales para la protección futura de la propiedad intelectual.

Considero que el fracaso generalmente reconocido que ha sufrido el modelo shareware en


el ámbito del software tuvo menos que ver con la honestidad que con la simple
incomodidad de pagarlo. Si el proceso de pago se puede automatizar, como lo permitirán el
dinero y las firmas digitales, los creadores de artículos de software cosecharán unos
beneficios mucho más altos.

Es más, se les dispensará de muchos de los costes indirectos que hoy se añaden al
marketing, la manufactura, las ventas y la distribución de productos de información, ya
sean programas informáticos, libros, CD o películas. Esto reducirá los precios y aumentará
la posibilidad del pago no obligatorio.

Pero, naturalmente, hay un problema fundamental en un sistema que exige el pago, a través
de la tecnología, por cada acceso a una expresión concreta. Desafía el propósito
jeffersoniano original de hacer accesibles para todos, las ideas al margen de su situación
económica. No me siento cómodo con un modelo que limite la investigación a los ricos.

7. Una economía de verbos

Las formas y futuras protecciones de la propiedad intelectual se han vuelto mucho más
opacas desde que empezó la Era virtual. No obstante, puedo proponer (o reiterar) unos
cuantos enunciados directos que, sinceramente, no creo que resulten demasiado ingenuos
dentro de cincuenta años.

 En ausencia de los viejos contenedores, casi todo lo que creemos saber sobre la
propiedad intelectual es erróneo. Tendremos que desaprenderlo. Vamos a tener que
considerar el fenómeno de la información como algo nunca visto previamente.
 Las protecciones que desarrollaremos se apoyarán mucho más en la ética y la
tecnología que en la ley.
 El cifrado será la base técnica de la mayoría de las protecciones de la propiedad
intelectual. (Y, por esta y otras razones, debería volverse más accesible.)
 La economía del futuro se basará en la relación más que en la posesión. Será
continua más que secuencial.
 Y, por último, en los años venideros la mayor parte del intercambio humano será
virtual más que físico, y no consistirá en materia sino en la materia de la que están
hechos los sueños. Nuestros futuros negocios se llevarán a cabo en un mundo hecho
de verbos más que de sustantivos.

Ojo Caliente, New Mexico, October 1, 1992


New York, New York, November 6, 1992

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Como una enredadera y no como un árbol

Brookline, Massachusetts, November 8, 1992


New York, New York, November 15, 1993
San Francisco, California, November 20, 1993
Pinedale, Wyoming, November 24-30, 1993
New York, New York, December 13-14, 1993

Esta expresión ha vivido y crecido hasta ahora durante el periodo de tiempo y en los
lugares detallados más arriba. A pesar de su publicación expresa aquí, espero que continúe
evolucionando de forma líquida y, de ser posible, durante muchos años.

Los pensamientos que contiene no me «pertenecen» en exclusiva, sino que se han armado
a sí mismos dentro de un campo de interacción que ha existido entre mí y muchas otras
personas, a las que quiero expresar mi agradecimiento. Quiero recordar en particular a:
Pamela Samuelson, Kevin Kelly, Mitch Kapor, Mike Godwin, Stewart Brand, Mike
Holderness, Miram Barlow, Danny Hillis, Trip Hawkins y Alvin Toffler.

No obstante, debo confesar que cuando Wired me envía un cheque a cambio de haber
«colgado» temporalmente el artículo en sus páginas, soy el único que lo cobra...

Edición, revisión y notas de esta edición: Miquel Vidal (miquel AT sindominio DOT net)

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Notas al pie
... ideas».1
http://www.wired.com/wired/archive/2.03/economy.ideas_pr.html
... EFF.2
http://www.eff.org/Publications/John_Perry_Barlow/HTML/
idea_economy_article.html
... real. 3

Real estate es el término inglés para «bienes raíces» [N. de la T.]


... EFF 4

La Electronic Frontier Foundation, fundada tras la famosa caza de hackers de 1990


que describe Sterling en The hacker crackdown, es la decana de los ciberderechos y
probablemente el lobby más importante en defensa de los derechos digitales a nivel
mundial. [N. del E.]
... ola.5

Hay edición castellana del mismo año de su publicación original: La tercera ola,
Alvin Toffler, Plaza&Janés, Barcelona, 1980. Esta obra temprana y visionaria fue
enormemente influyente en todos los teóricos, emprendedores y «futurólogos» de la
sociedad de la información, en los primeros editorialistas de Wired, incluyendo
como vemos al propio Barlow. También se dice que inspiró a J. Atkins, uno de los
creadores de la música tecno y al fundador de AOL para lanzar sus servicios en
línea. [N. del E.]

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Fuente de la Biblioweb: http://sindominio.net/

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