Revestudsoc 51453
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79 | 01
Temas varios
Edición electrónica
URL: https://journals.openedition.org/revestudsoc/51453
ISSN: 1900-5180
Editor
Universidad de los Andes
Edición impresa
Fecha de publicación: 1 enero 2022
Paginación: 108-124
ISSN: 0123-885X
Referencia electrónica
Juan Antonio Rodríguez-del-Pino y Marcela Jabbaz Churba, «Deconstruyendo machos, construyendo
personas. Relatos de alejamiento de la masculinidad hegemónica en España», Revista de Estudios
Sociales [En línea], 79 | 01, Publicado el , consultado el 11 marzo 2022. URL: http://
journals.openedition.org/revestudsoc/51453
Los contenidos de la Revista de Estudios Sociales están editados bajo la licencia Creative Commons
Attribution 4.0 International.
108 Cómo citar: Rodríguez-del-Pino, Juan Antonio y Marcela Jabbaz Churba. 2022. “Deconstruyendo machos,
construyendo personas. Relatos de alejamiento de la masculinidad hegemónica en España”. Revista de
Estudios Sociales 79: 108-124. https://doi.org/10.7440/res79.2022.07
Resumen | Esta investigación analiza algunas de las alternativas que ciertos hombres
encuentran como medio de desafío y resignificación del lugar ocupado hasta ahora por
la idea hegemónica de masculinidad. Entre las dificultades de este proceso personal y
social, a la vez externo e interno, resulta importante el conflicto con los hombres que se
aferran a una idea monolítica de masculinidad. Alejarse del modelo tradicional comporta
confrontaciones en múltiples sentidos. Con una metodología basada en algunas autobio-
grafías, observamos cómo cinco hombres seleccionados por la diversidad de sus caracte-
rísticas reconstruyen sus historias vitales y llevan a cabo una reflexión crítica sobre sus
cuerpos y su género, asignado, percibido y transformado.
✽ Este artículo ha sido redactado en el marco del Proyecto de Investigación I+D+I para grupos de investigación
emergentes, “Construïnt homes. Joves valencians i la representació de les seues masculinitats”, Generalitat
Valenciana, Conselleria d’Innovació, Universitats, Ciència i Societat digital (2019-2021). N.º de referencia:
GVA/2019/173.
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autobiografias, observamos como cinco homens selecionados pela diversidade de
suas características reconstroem suas histórias de vida e realizam uma reflexão
crítica sobre seus corpos e seu gênero (atribuído, percebido e transformado).
Introducción
Los atributos de género aparecen antes del nacimiento (Delgado 2012; Caro y Fernán-
dez-Llébrez 2010), mediante el cúmulo de expectativas, ni bien se prefigura el sexo en la
ecografía. Luego se van subrayando a través de una socialización generizada conforme
niños y niñas conviven en una sociedad que reproduce las diferencias y las transforma
en desigualdades. En principio, los atributos de género son aceptados de forma indepen-
diente de la posición que se ocupe en la estructura social. Como señaló Pierre Bourdieu,
el proceso de división generizante instaura una jerarquía que no está exenta de violencia,
pero de un tipo particular a la que denominó violencia simbólica y que es producida de
forma activa, también, por quienes están en posición de subordinación:
[La violencia simbólica es] esa coerción que se instituye por mediación de una
adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la
dominación) cuándo sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aún, para pensar
su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al
no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación,
hacen que ésta se presente como natural. (2000, 224-225)
Esa apelación a la naturaleza de las cosas señalada por Bourdieu ha sido una constante
desde las revoluciones burguesas que necesitaron, en un mundo que había perdido la
magia del orden divino, un nuevo fundamento para legitimar el inmovilismo social y
la dominación de género. Pero no hay nada natural en lo humano; es una construcción
social frente a la cual es posible rebelarse. Por ello, en el presente texto analizamos las
posiciones de hombres que cuestionan su estatus privilegiado y desafían los poderes exis-
tentes, incluida la dominación simbólica de la que participan. Es un proceso no exento
de contradicciones personales y de posicionamientos muy diversos. Queremos recorrer
algunas experiencias de hombres que han encontrado maneras alternativas y diferentes
a los modelos masculinos tradicionales y que, con ello, cuestionan el modelo hegemónico
de masculinidad. Es un proceso de hombre en construcción, inacabado, que no aspira a
componer un nuevo modelo de masculinidad, específico y único, sino cuyo fundamento
es el rechazo del modelo hegemónico existente en la actualidad.
cia con la feminización de la España enemiga, considerada torcida y curva” (Box 2018, 54).
Pese a ello, existen a lo largo del periodo muestras de masculinidades diferentes y alter-
nativas desde el movimiento homosexual y trans del momento (Lomas 2018), que eran
asumidas como una forma de reivindicación y rebeldía antifranquista. Pero no fue hasta
hace pocas décadas (Rodríguez y Aguado 2019) cuando algunos hombres heterosexua-
les empezaron a mostrarse con formas de ser hombre diferentes a las tradicionales. Es
en un recorrido histórico extenso en el que situamos la emergencia de masculinidades
alternativas, plurales y en construcción, pues recogen el espíritu de resistencia presente
en los momentos más oscuros. No obstante, el debate abierto debió esperar un tiempo
más para ubicarse en un escenario de mayores libertades con el retorno democrático. Un
ejemplo de esa eclosión lo encontramos en Valencia: desde 1985 Joan Vílchez impulsó los
grupos de hombres desde la Sociedad de Sexología del País Valenciano,1 motivado por su
propia sensación de incomunicación con las personas de su sexo (Rodríguez y Aguado
2019, 100).
Entonces, para recoger en el momento actual algunas de las diferentes formas de cuestio-
nar el modelo hegemónico de masculinidad, en el estudio que presentamos aquí hemos
propuesto a algunos hombres que elaboren sus autobiografías a partir de dos simples
preguntas: ¿cuándo fue el momento en el que tuvo conciencia de su construcción dife-
rente de género, su producción como hombre? Y, luego, ¿cuáles fueron las señales de
malestar que le llevaron a cuestionar los atributos y roles asignados, así como la necesidad
de abandono de las posiciones de privilegio? Si bien los relatos recogen elementos a lo
largo de todas sus vidas, estas preguntas fueron necesarias para poder centrar la informa-
ción y la autorreflexión requeridas.
Tras una extensa revisión de las teorías feministas, Geneviève Fraisse (2018) señala el
desarrollo que ha tenido el concepto género en la literatura y apunta que en esta es a veces
uno, dos y tres. El género es uno como género humano (neutro, universal, especie); dos,
binario (gramatical, del masculino y el femenino); y tres (los sexos, el continuo), incluyendo
1 El grupo se creó como un espacio donde fuera posible otro tipo de comunicación entre hombres,
distinta a la que conocía hasta entonces. Para más información ver: http://joanvilchez.com/articulos/
sexologo-valencia-grupos-de-hombres-valencia-1985/
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el deseo en continua performance (Butler [1990] 2011). Añade que estas distintas formas de
entender el género marcan la trayectoria social y política de distintos momentos y formas
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del feminismo. De este modo, la categoría política género se está volviendo cada vez más
compleja, pero también más polisémica y difusa.
Frente a estos ejes que se plantean en el debate teórico, incorporamos otra veta, otro
matiz: una visión porosa del género masculino. Para interpretar las narrativas que anali-
zamos aquí, utilizamos la definición que los participantes tienen de la masculinidad.
Un concepto de género que resulta maleable en una época en la que el sujeto está en
continuo tránsito, transformación, cambio, etcétera; un individuo volátil en un entorno
social plagado de incertidumbres y cambios vertiginosos, una sociedad que también es
líquida. De esta manera, según hemos observado en el trabajo empírico, la construcción
de otras masculinidades o de otras formas de ser hombre presenta nuevas y diferentes
dimensiones: puede mantenerse en visiones binarias, cuestionando de diversas formas
los preceptos de la masculinidad hegemónica; puede volver borrosas las fronteras de lo
masculino y lo femenino; y, en otras ocasiones, puede ser posgénero (no binarias). No
existe un modelo único de llegada (Butler [1990] 2011).
Desde los estudios críticos sobre hombres (CSM, según sus siglas en inglés), Jeff Hearn
(2004) indica que en la propia formación del concepto individuo, como personas y cuerpos,
se asiste a un proceso profundo de cambio histórico. Más que formadas como miembros
encarnados fijos de colectividades dadas y definidas por divisiones sociales únicas, las
personas pueden aparecer cada vez más, existir y formarse en las relaciones sociales,
espacios y prácticas, entre múltiples diferenciales de potencia. Las personas y los cuerpos
ya no aparecen tan equivalentes.
Lo que resulta evidente, y este es el principal eje del presente texto, es que frente a
un modelo tradicionalmente afirmativo de hombre existen unos que construyen sus
propios modos de ser de una manera diferente y diferenciada, sin poseer unos referen-
tes comunes ni consolidados. Se construyen como hombres diferentes según avanzan
en sus trayectorias vitales.
mico instrumental entre las partes, sino un acuerdo privado legítimo y sancionado por el
amor y el “respeto” (fidelidad) que las mujeres debían a sus maridos.
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Como la realidad es tozuda, el mismo término masculino se ha transformado y hoy es
variable, polisémico. Los intereses masculinos son reinterpretados, individual y colec-
tivamente. Asociaciones de hombres reclaman para sí mismos una mayor capacidad
emotiva y un compromiso con los cuidados, y organizan talleres, grupos de reflexión,
congresos y encuentros académicos. Ya no existe un único concepto de masculinidad
y sus variadas acepciones adoptan un carácter complejo: lo masculino ya no se define
socialmente por integrar el binomio que lo confronta con lo femenino, sino también
con otros masculinos. El concepto resulta esquivo incluso a los mismos hombres que
lo reconfiguran (García 2008). De este modo, se produce un debate semántico y se hace
referencia a nuevas masculinidades, otras masculinidades, a hombres diferentes o a
hombres por la igualdad.
Pero el modelo tradicional del varón no ha sido sustituido por otro positivo, sino por una
serie de pautas que implican una renuncia activa al ejercicio de una posición de privilegio,
lo que exige autocontrol para no practicar ninguna forma de poder o violencia naturali-
zados, en sus formas abiertas o sutiles y silenciosas. Esto exige un proceso de revisión de
valores, normas y pautas sociales interiorizadas y la decidida voluntad de abdicar de estas
(Delgado 2019). Se produce mediante decisiones cotidianas que conllevan una cesión de
los privilegios atribuidos en el marco del modelo tradicional de masculinidad en el cual
están insertos y que continúa ejerciendo influencia en sus relaciones interpersonales.
Pero ¿basta con la voluntad para vencer los privilegios? ¿Cuáles son, además, las alianzas
que han de configurarse? ¿Cuáles están disponibles? Porque es imposible confluir sin
una agenda común, al menos con unos mínimos. Estas preguntas, no obstante, no son el
objeto de este estudio centrado en algunas narrativas autobiográficas, pero sí podemos
observar que en la actualidad el movimiento hacia las distintas masculinidades parece
avanzar por un carril paralelo al movimiento reivindicativo de las luchas feministas.
En este estudio, encontramos nuevas formas de interactuar en las relaciones entre los
propios hombres. Ahora se condenan ciertas conductas y prácticas, no igualitarias y
sexistas, que antes estaban normalizadas y, además, encontramos distintas actitudes
masculinas a favor de estos cambios.
Metodología
El estudio aquí descrito tiene como objetivo mostrar la experiencia actual de diferen-
tes hombres que, durante sus procesos de socialización, a la vez complejos y múltiples,
vivieron una ruptura que les hizo cuestionar primero el modelo de masculinidad
hegemónica y luego, ante esta evidencia, los argumentos más esencialistas en torno al
significado de ser un hombre.
determinado. Los detalles particulares de cada historia se pueden conectar a otras histo-
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En opinión de Pujadas, el relato de vida consistiría en “la historia de una vida tal como
la cuenta la persona que la ha vivido” (1992, 13), por lo que la construcción de narrativas
supone la interacción entre distintas subjetividades, entre el equipo investigador y los
protagonistas de sus biografías. Esta interacción implica reconocer que las preguntas
que se formulan en la investigación no son ingenuas, tienen un valor heurístico e inter-
vienen indirectamente en la escritura del texto: contribuyen a conformar la narrativa
en sí misma. El objetivo del análisis narrativo es, así, obtener historias que puedan ser
consideradas como la actuación privada del narrador y su contexto, influenciadas por el
momento y circunstancias en que se performatizan la realidad y los efectos de la memoria
en la reconstrucción del pasado cercano o lejano (Riessman 2002).
A los hombres participantes se les pidió que escribieran descriptivamente sobre sus
experiencias como hombres: cómo se fue construyendo, cuándo y cómo descubrieron las
diferencias entre mujeres y hombres, y cómo los hacía sentir esto, entre otros aspectos.
También se les pidió que ilustraran el relato con fotografías que fueran, por algún motivo,
representativas de sentimientos o momentos. Las fotos tomadas por los narradores de
las biografías permitieron reforzar las historias que documentamos, y fueron una buena
herramienta para conocer la forma en que el participante se dibuja y las razones subya-
centes a ello. Estas imágenes nos interesaron por la intencionalidad que poseen; como ha
señalado Sarah Pink: “la foto es [...] una estrategia manipuladora. Una foto no puede ser
verdadera, porque una cámara no registra una realidad preexistente o independiente [...]
La gente usa cámaras para crear imágenes que, a su vez, crean y evocan una realidad que
es tanto pasada como presente” (1996, 132).
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de su padre en Valencia (España). Lo hemos tomado como un caso en el que su masculini-
dad evolucionó hacia un patrón de desafío de la masculinidad hegemónica que le condujo
al momento actual en el que se ha autoidentificado como una persona de género no binario.
El joven identificado como RB 2, al que llamaremos José, tiene 20 años y terminó el bachi-
llerato. Su origen familiar es muy tradicional y vive con su madre, padre, hermanos y
hermanas. Él mismo es conformista y se construyó a partir de parámetros más cercanos al
patrón de masculinidad hegemónica, especialmente por las ventajas que ve en la posición
del hombre, pero admite al mismo tiempo que sus amigos puedan escoger otras opciones.
Tiene una visión amplia respecto de las opciones identitarias de los demás hombres o
sus formas masculinas de ser. Por lo tanto, podríamos decir que no es un activista de la
masculinidad hegemónica, sino que elabora un conformismo pasivo y no expansivo.
Nombre
Edad Nivel de estudios Clase social ¿Con quién convive?
asignado
Estudiante
RB 1 Pedro 21 años Media – media-baja Padre y madrastra
universitario
RB 2 José 20 años Bachillerato Media-baja Padre, madre y hermanos
RB 3 Adrián 23 años Bachillerato Media –media-alta Compañero de piso
RB 4 Alonso 31 años Secundaria Baja Pareja mujer
Titulado
RB 5 Enrique 45 años Media-alta Pareja mujer
universitario
En los relatos recogidos no se identifica un momento concreto de la vida que refleje el fin
de una etapa vital como la niñez y el inicio de otra nueva y desconocida, la juventud o la
adultez masculina en la que se descubren como hombres, ni tampoco ningún rito de paso,2
suceso o hito especial que los haya influenciado de un modo trascendental o que marque
una ruptura tajante entre un hoy y un ayer. Respecto de la masculinidad, a excepción del
joven transgénero, los protagonistas presentan un proceso de integración gradual y difuso
que desde la infancia poco a poco se ha ido entretejiendo y que, en algún momento, impre-
ciso, hizo que se reconocieran a sí mismos como hombres y, por tanto, diferentes de las
mujeres a través de diversas actividades, conductas, juegos, espacios, etcétera.
Aun así, sí que es posible determinar ciertos hechos que denotan un cambio de actitud a
lo largo de las vidas de los narradores. Estos cambios en ocasiones son percibidos como
triviales y son captados por el individuo como modificaciones apenas perceptibles, pero
que, a la vez, suponen un giro en el rumbo de sus vidas, aunque ellos, en el momento de
vivir esa situación, apenas fueron conscientes de ello. Situaciones que iremos desgra-
nando y que sucedieron durante la infancia, en el entorno familiar o en el escolar, donde
era palpable la diferencia de cómo debían comportarse un chico y una chica.
Dicho esto, hubo que instar a los hombres que participaron a iniciar su relato biográ-
fico bajo ciertas premisas y conceptualizaciones, y comenzar con la siguiente pregunta
autorreflexiva: ¿qué es para ustedes un hombre?
Un hombre de verdad
Si bien las respuestas fueron muy diversas, en general los participantes no hicieron
referencia a ningún tipo de naturaleza masculina y coincidieron en apreciar a la figura
tradicionalmente aceptada de hombre como una producción cultural de nuestro tiempo
y sociedad: “Es un prototipo establecido por la sociedad” (Alonso); “Hasta hace no mucho
pensaba que los hombres tenían que ser masculinos y las mujeres más femeninas […] hoy
considero que es una mentira cultural” (José). De este modo, tanto José como Alonso se
alejan de las concepciones esencialistas y plantean el encuadramiento del ser hombre
dentro de una categoría social, como un prototipo, más allá de las particularidades. Y
Alonso agrega: “Es sentirse como tal, independientemente de sus gustos individuales y
personales” (Alonso).
Asimismo, veremos a continuación que la respuesta de Enrique muestra, tal y como señala
Pierre Bourdieu, que “el orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que
tiende a ratificar la dominación masculina” (2000, 22), y que en la narración se observa
a través de un orden material con consecuencias estéticas (esto es, que se puede perci-
bir desde los sentidos): “Yo me he dado cuenta que soy un hombre en contraste con las
2 A partir de la definición de Arnold van Gennep (2008), para quien el rito de paso cumple la función social de
escenificar simbólicamente la transición entre dos estados fijos, estables y culturalmente reproducibles.
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mujeres. Me explico: cuando voy por la calle no siento el mismo temor que ellas a andar
solas, por ejemplo. En una palabra, ser hombre, para mí, es sentirse poderoso” (Enrique).
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De esta manera, Enrique entiende la noción masculina no solo como categoría, sino como
jerarquización y se ubica en ese espacio social de privilegio que adquiere por ser hombre,
porque su posición es atribuida y no obedece a ningún deseo o voluntad. En la narración de
Enrique se observa cierta necesidad de evidenciar esta situación injusta de desigualdad
de género por la cual las mujeres se sienten amenazadas en la calle.
A su vez, en el relato que sigue, de José, se puede observar con claridad la imposición en la
infancia de la imagen social de cómo debe ser un hombre y cómo debe comportarse. Todo
ello desde la mirada adultocéntrica que sustenta las “relaciones de poder de quienes portan
la mayoridad sobre otros/as sin poder” (Duarte 2018, 44): “A mi papá le preocupaba que
entablara más amistades con niñas que con niños. ‘Hay que jugar más con los chicosʼ, ¡me
decía!” (José). Y en otras ocasiones con aseveraciones más directas: “Cuando tenía unos
seis o siete años mi abuela me exigió que debía ‘dejar de caminar como una mujerʼ” (Pedro).
Paso a paso, y como con una arcilla fresca, se va modelando lo que se ha de ser, es decir, un
hombre de verdad. Y esa división binaria, socialmente definida, es asumida como natural,
como lo moral, adecuada a su sexo y aceptada como ineludible, y exenta de cuestiona-
miento por parte de la mayoría: “Durante la infancia pensaba ya que unas cosas [son] para
las chicas y otras para los chicos […] Las cosas que eran para las chicas yo no las quería
para mí” (José). Entendemos que estas providencias vienen dadas muy a menudo por
personas que son importantes en nuestra vida, como padres, abuelas y abuelos, etcétera,
que están cerca del hombre en construcción. Estas personas llevan a cabo una tarea gradual
y sistemática de socialización de género del individuo, que lo introduce poco a poco en los
mandatos patriarcales.
Se puede decir, entonces, que ser o comportarse como un hombre implica actuar según
los parámetros válidos fijados desde fuera por la cultura dominante, desde la perspectiva
viril. El juego permite escenificar, sin cuestionar, su evidente necesidad de ser aceptados
por otros hombres. Su mayor temor es el miedo a ser rechazados por sus compañeros. En
la imagen, los hombres adolescentes se divierten utilizando posturas agresivas, desafiantes
y violentas, que refuerzan los atributos considerados socialmente como los más viriles, así
como, muy a menudo, el uso de un lenguaje bastante agresivo, rudo y visceral (Kimmel 2019).
A partir de los datos biográficos recopilados, también percibimos otros juegos que invo-
lucran peleas y otras conductas que desarrollan la agresividad y la competencia. Estos
juegos de guerra son habituales entre los hombres en su infancia y adolescencia, y refuer-
zan sus vínculos con la solidaridad masculina: “Desde niño he ido repitiendo hábitos
que veía en los chicos, como simulacros de peleas, fútbol y coleccionar tarjetas de fútbol”
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(Adrián). Estos juegos asociados al imaginario masculino forman parte del proceso de
consolidación de referencias individuales y, por tanto, son un espacio exclusivo que solo
puede tener valor si no se admiten niñas: “Cuando era niño, quería juguetes de guerra,
pero pensé que las niñas no deberían tenerlos. […] Para mi primera comunión me regalaron
un juego de carros de carreras de juguete y cuando vino una amiga a jugar no se los enseñé
porque pensé ‘las niñas no juegan con estoʼ” (José).
Los hombres entrevistados nos indicaron que en sus vidas se vieron muy presionados
para aceptar estos mandatos de género, incluyendo el rechazo de todo lo que se considere
femenino: “Cuando era pequeño veía cómo los chicos se pegaban y me asustaba, me daba
mucho miedo, me violentaba y me hacía sentir extraño porque eran ‘pensamientos de
chicasʼ y yo no quería ser una niña, no quería que me rechazaran ‘por ser una nenaza’”
(Enrique). Este testimonio muestra el conflicto interno de Enrique entre el rechazo de la
violencia y la necesidad de aceptarla como parte de los valores establecidos para su género.
Quizás estas fisuras no siempre hagan que los protagonistas acepten los mandatos
patriarcales en su totalidad, pero a Enrique le producían un gran malestar. Sus sentimien-
tos incluían mucha ambigüedad, en ocasiones por la necesidad de rechazar las actitudes
y formas de actuar con las que se sentía incómodo y, en otros momentos, al aceptar los
costos de ser parte del clan en el grupo de iguales: “Pero era curioso que cuando estaba con
mujeres (mi madre, hermana, compañeras de clase, etcétera) me sentía mejor que estando
con chicos, aunque, claro, tenía que jugar a los juegos de chicos con ellas para que no dije-
ran… ¡ya sabes!” (Enrique).
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Una escenificación asumida y reproducida de forma continua por las instituciones
responsables del proceso de socialización de los individuos son las fiestas. “[En Navidad]
incluso pedí una muñeca con pelo que se pudiera peinar, pero, claro, no me la compraron
porque era un juguete de niña” (Alonso). La sociedad categoriza, ordena y perpetúa una
estructura social parcialmente segregada por sexos, pero con suficiente carga simbólica y
material como para establecer pautas y reglas diferenciadoras.
Algunos de nuestros protagonistas rechazan esta visión reduccionista del individuo a su rol
genérico ya que, aunque los postulados sociales los inducen a impostar la actitud esperada, su
carácter restrictivo y el dolor que les produce los alejan y los llevan a la contestación, porque
necesitan actuar de otra manera: “Al identificarme como hombre a veces lo siento como una
identidad ‘débil’ o ‘vulnerable’ […] Por eso asocio mi masculinidad con la depresión” (Pedro).
Aunque parezca contradictorio, Pedro asocia ser masculino con ser vulnerable. Las normas
sociales que se le imponen a él como hombre lo hacen vulnerable (Restrepo 1994), porque
le producen malestar y quizás, por ello, entre otras cuestiones, se redefine a sí mismo para
asumir una identidad posgénero alejada de las categorías binarias impuestas socialmente.
“A los 17 años descubrí que había géneros no binarios […] Ahora me veo con un género fluido
y dos identidades: hombre y mujer, o mayoritariamente sin ningún género” (Pedro).
En otros casos, las respuestas son más adaptativas, como en el caso de José: “Nos hacen
creer que solo hay una forma de ser hombre, creando una visión de túnel para que no puedas
salir de ella” (José). Esta visión como dentro de un túnel en la que todos los individuos están
comprimidos y atrapados da a entender que quien salga del túnel, es decir, de las determina-
ciones genéricas, ya no será un hombre. La falta de otros modelos masculinos positivos, y no
solo de aquellos que rechazan la actitud hegemónica, los pone en una situación muy difícil.
José cuestiona solo la superficie del modelo masculino y esconde las dificultades que
observa, enfatizando los privilegios: “Me siento cómodo siendo hombre” (José). ¡Esta es
una expresión muy reveladora! Incluye los privilegios y la comodidad de pertenecer a esta
categoría social, pero a la vez, y considerando que los participantes asumen diferentes
tendencias hacia distintas masculinidades, podemos agregar: “Me siento cómodo siendo
hombre”, pero ¿qué hombre? ¿Y resignando qué cosas? “La sociedad te enseña cómo
‘ser hombre’ y tú decides si quieres o no serlo o simplemente ser natural, y no eres ni más
ni menos, ni diferente, y ese soy yo, y si tú estás a gusto contigo, ya no hay problema” (José).
Otra posición es la de Enrique, un hombre un poco mayor que el resto, de 45 años, quien
vivió momentos de menor apertura social: “Admito que lo pasé muy mal durante mi infan-
cia y adolescencia. Fui intimidado, ahora diríamos que sufrí bullying. Yo era regordete y no
era como los otros chicos a la hora de hacer amigos. Ahora, de adulto, lo veo de otra manera”
(Enrique). En el caso de Enrique el ideal masculino se vio obstaculizado también porque
fue discriminado por su aspecto físico. Estas experiencias le marcaron profundamente.
De esta manera, el primer caso, el de Pedro, es la historia de un individuo que nació bioló-
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gicamente hombre pero que, aunque no se siente dentro de los parámetros masculinos
de la tradición latina (otro estereotipo), tampoco siente que pertenezca a los parámetros
femeninos. En su país de nacimiento, Venezuela, a él le resultó difícil expresar estas discre-
pancias sociales, pero cuando llegó a España encontró un entorno en el que se sentía más
libre para autoexplorarse y llamarse a sí mismo persona agénero.
El anterior argumento refuerza la necesidad que tienen algunas personas trans que desean
“seguir todas las fases del proceso de modificación de su cuerpo para obtener una aparien-
cia estereotípica, esperando conseguir con ello una posición codificada en el sistema sexo/
género” (Mas 2015, 497). Y Adrián admite abiertamente que su transición tal vez se realiza
dentro de la norma social. Para él este ritual de pasaje es parte esencial en la construcción
de su identidad. Pero también tuvo que hacer frente a las instituciones sociales: “La mía
era una escuela privada parcialmente financiada por el Estado y lo primero que hicieron
fue clasificarte como hombre o mujer por el uniforme. Pantalones para niños y faldas para
niñas. Decidí ponerme un chándal que era unisex” (Adrián).
Imagen 2. Cuerpo en exposición Adrián incluyó, mezclada entre sus anotaciones, la imagen
2, a la que hemos denominado Cuerpo en exposición. Nos
cedió esta fotografía para incluirla en este artículo como
retrato personal en el que adopta una pose aparentemente
casual. La imagen muestra la virilidad del sujeto en un
físico perfectamente desarrollado.
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queda expresado en el contenido que Enrique Gil-Calvo le da al concepto de héroe:
“Encuentra la autorrealización desarrollando sus capacidades al máximo y ello tanto en
cantidad o extensión (todas las capacidades que pueda en todos los campos posibles)
como en calidad e intensidad […] a quien intenta superar no es tanto a sus competidores,
sino a él mismo” (2008, 136).
Por un lado, Adrián dice adaptarse a la norma social binaria en la medida en que establece
un camino de pasaje de un género a otro, pero al mismo tiempo desafía la construcción
genérica que inicialmente le fue asignada y lo hace de una forma radical.
También tenemos el relato de Alonso, un hombre que nació en una familia poco favorece-
dora y que fue criado dentro de los parámetros patriarcales, pero que siempre fue diferente
a los demás hombres. Se sintió excluido y no deseado porque rechazaba los estándares
masculinos tradicionales, como la violencia en sus interacciones con otros hombres, o la
agresión verbal o física contra las mujeres como una forma de relacionarse y mostrar poder.
Y, finalmente, el relato de Enrique nos muestra a un hombre, ahora adulto, algo mayor que
los demás, que se crio en las tradiciones vigentes durante los años posteriores al fin del
franquismo, cuando los parámetros masculinos hegemónicos todavía eran ampliamente
aceptados. Los principios que le enseñaron desde pequeño fueron los tradicionales. Su
padre “era alguien a quien tenía miedo” por su severidad y violencia: “Si te golpean, tú los
devuelves”. Su madre le inculcó la otra cara de lo mismo: “No hagas eso, es para niñas”.
Y todo esto lo convirtió en un niño tímido y reservado. No fue sino hasta los 17 o 18 años
que Enrique empezó a descubrir otras formas menos estereotipadas y más abiertas de
relacionarse y comportarse en grupos universitarios y con parejas sexuales: “Sorprenden-
tes formas de ser hombre que hasta entonces pensaba que eran solo para drogadictos,
maricones y hombres queer. Pero encontré estas formas de comportarme mejor […] y me
sentí más yo” (Enrique).
Estas reflexiones refuerzan la idea cada vez más plausible, según la cual se están cues-
tionando categorías que hasta ahora eran inamovibles; por ejemplo, la categoría binaria
tradicional de hombre y mujer está dando paso a modelos de relación múltiple con una
revisión del género masculino. Ahora hablamos de hombres en plural, rompiendo este-
reotipos obsoletos. O quizás evolucionando hacia un nuevo modelo de relaciones entre
personas sin género que nos acerca a las relaciones cíborg planteadas en la ficción creada
por la epistemóloga Donna Haraway (2014). Aún quedan muchos desafíos para la masculi-
nidad y apenas hemos comenzado el camino.
Conclusiones
La sociedad española está cambiando. Los individuos se van adaptando; las
mujeres, los hombres y sus relaciones también se están transformando, lo que significa
que la relación de los hombres entre sí también se ha modificado. Asimismo, la autoima-
gen y el vínculo de ellos con sus propios cuerpos igualmente va variando. Esto implica
que los hombres, de una manera progresiva, han tenido que cambiar sus formas de ser y
actuar para poder adaptarse a los cambios vertiginosos que la sociedad les demanda.
Vemos cómo “la desaparición de las divisiones categóricas entre el yo y los demás ha creado
una especie de heteroglosia de la especie, una hibridación colosal” (Braidotti 2005, 263).
Los límites de lo que era un hombre, que en otras ocasiones parecían claramente defini-
dos, ahora se están borrando. Hay una especie de sfumato en el que los elementos sociales
y culturales que configuraban las características típicamente masculinas se evaporan y
dan paso a formas de ser hombre alejadas de los modelos tradicionalmente entendidos
T E M A S VA R I O S
de virilidad.
Otro elemento que surge de las narrativas escritas es que los hombres, en general, también
sienten una gran presión social y viven estos cambios en una gran soledad. Esta situación
suele hacerlos entrar en pánico, ya que para ellos supone un sentimiento que muchas
veces han intentado ocultar, pero que en determinados momentos aflora a la superficie.
Se sienten observados por otros, con diferentes connotaciones si el observador es un
hombre o una mujer. Mostrar debilidad, especialmente frente a otros hombres, todavía se
considera un signo de vulnerabilidad.
El veredicto social del resto de hombres puede suponer para ellos mucha presión, porque
puede permitirles la integración en el grupo, o la exclusión y el ostracismo social. Ser
aceptado como uno más del colectivo de los que ostentan y ejercen el poder o ser señalado
como un diferente; y, como nos plantea Pierre Bourdieu, un diferente es todo lo que un
hombre no debe ser, es decir, un afeminado, una mujer o un desviado (Bourdieu 2000).
Ese temor conlleva implicaciones y respuestas muy diversas, aunque casi indefectible-
mente pasa por no mostrar sus sentimientos ante el resto, para protegerse y aparentar
ante los demás que se es “un hombre de verdad”. Pero esto también los llena de angustia
y contradicciones. En los relatos se observa cómo las historias vitales van mostrando que
cualquiera de las opciones hoy encierra angustia para la masculinidad y ello contrasta
con las brechas objetivas que indican que sigue existiendo supremacía masculina en
tantas dimensiones.
En definitiva, es cierto que una parte aún importante de hombres tiene “la sensación
de que aquellas ventajas a las que creían tener derecho les han sido arrebatadas por parte de
fuerzas anónimas y poderosas” (Kimmel 2019, 14); por tanto, responden con acritud —y
en ocasiones con violencia— a los continuos cambios que se están produciendo en los
procesos de relación entre mujeres y hombres. Pero otros, que nunca se han sentido muy
identificados con los modelos de ser hombre que tradicionalmente se les ofrecían, buscan
nuevas formas para realizar la necesaria adaptación. Por ello hemos mostrado algunas
posibles respuestas frente a la masculinidad hegemónica, pero somos conscientes de que
pueden existir otras múltiples maneras de ser hombre. Esto nos sirve para observar a los
hombres no como un modelo uniforme y totémico, sino variable y cambiante, porque la
igualdad de género y en el género es lenta, pero cada vez más imparable.
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