Este documento describe la celebración del Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa. Se conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén y su Pasión a través de la liturgia y la proclamación del evangelio. Se explican los diferentes modelos de procesión de ramos y la importancia de los símbolos y ritos utilizados para recordar la humildad y el sacrificio de Cristo.
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Este documento describe la celebración del Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa. Se conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén y su Pasión a través de la liturgia y la proclamación del evangelio. Se explican los diferentes modelos de procesión de ramos y la importancia de los símbolos y ritos utilizados para recordar la humildad y el sacrificio de Cristo.
Este documento describe la celebración del Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa. Se conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén y su Pasión a través de la liturgia y la proclamación del evangelio. Se explican los diferentes modelos de procesión de ramos y la importancia de los símbolos y ritos utilizados para recordar la humildad y el sacrificio de Cristo.
Este documento describe la celebración del Domingo de Ramos, que marca el inicio de la Semana Santa. Se conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén y su Pasión a través de la liturgia y la proclamación del evangelio. Se explican los diferentes modelos de procesión de ramos y la importancia de los símbolos y ritos utilizados para recordar la humildad y el sacrificio de Cristo.
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Domingo de ramos en la Pasión del Señor
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Domingo de ramos en la Pasión del Señor
DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
Esta celebración constituye el pórtico de entrada en la
Semana santa. Su título evoca dos acontecimientos que se actualizan en la celebración y que constituyen los dos grandes ejes de la misma: la liturgia de conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén y la liturgia de la Pasión. La primera hace referencia a la tradición de Jerusalén; ya desde el siglo V se celebraba esta procesión. La segunda evoca la tradición romana, que profundiza en la pasión del Señor a través de la Palabra.
Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén
La liturgia de ramos actualiza la entrada de Jesús en
Jerusalén. Hacemos memoria de aquel acontecimiento convirtiéndonos en contemporáneos de cuantos recibieron a Cristo.
La expresión insistente de Lucas vamos camino de
Jerusalén recuerda el sentido último de esta entrada. Cristo entra victorioso, aclamado por las multitudes como el Mesías, el rey de Israel, montado en una pollina. Cristo sube libremente a Jerusalén, para entregar su vida en la cruz. Nadie me quita la vida, yo me entrego voluntariamente (Jn 10,18). Por eso entra libérrimamente sostenido por el pueblo (asno) y aclamado por el mismo, que paradójicamente días más tarde le van a conducir a través de aquellas calles al patíbulo de la cruz, cumpliendo así toda Escritura.
Es significativo cómo la liturgia bizantina coloca este
evangelio en la noche de la Navidad expresando cómo aquel que toma carne de María viene a consumar la Pascua de la
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salvación con la entrega de su sangre. Cristo entra en
humildad, en el silencio de este mundo, en un pesebre, para salvar sin ruidos, en una cruz, a esta humanidad maltrecha.
La liturgia nos propone tres modelos de procesión para
evocar aquel acontecimiento. Este año, debido a la pandemia del coronavirus, es recomendable el tercer modelo.
El primero es la procesión propiamente dicha, que a
continuación vamos a describir El segundo es una entrada solemne, que se desarrolla en el atrio de la iglesia (con la liturgia que describiremos del primer modelo). Y el tercero consiste en una procesión de entrada simple en la misma iglesia, como habitualmente se hace. Ninguna de ellas es dramatización, puesto que la celebración cristiana nunca lo es, sino que, de modo eficaz, nos introduce, como contemporáneos, en los misterios de Cristo a través del recuerdo sagrado de acontecimientos pasados (cf. SC 102).
Nos detenemos en el primer modelo. Las rúbricas indican
cómo ha de desarrollarse una procesión desde un lugar distante al templo donde la comunidad va a celebrar los misterios del Señor. El sentido es claro, acompañamos a Cristo que va a Jerusalén a consumar su Pascua. Por eso en esta procesión no debe haber imagen de Cristo sobre el pollino. Es en la persona del sacerdote, que abre el cortejo, donde hemos de encontrar al que va a vivir su Pascua con y por nosotros. Con este sentido hondo lo acompañan todos los fieles hasta llegar al templo parroquial, donde Cristo, en la persona del sacerdote, nos sentará a su mesa, lavará nuestros pies, nos dará su Cuerpo y Sangre, se dejará coser a
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un madero, nos invitará a velar su Cuerpo y nos anunciará
que está vivo y resucitado. Antes de comenzar dicha procesión, el sacerdote recuerda el sentido de estos días enlazándolos con la Cuaresma que están viviendo (hasta el jueves en la mañana). Si al inicio de la misma pedíamos en la oración colecta del Domingo I que nos diese conocimiento (inteligencia) para penetrar en el Misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud; aquí se nos invita a entrar en los misterios de su pasión, muerte y resurrección, para que, participando en su cruz, tengamos parte en su resurrección.
A continuación, el sacerdote bendice las palmas. La
primera oración que se propone hace anamnesis de los cánticos de júbilo que recibieron a Cristo. Así los fieles cantando siempre a Cristo con sus vidas, esto es, glorificándole con sus obras, puedan ser recibidos en la Jerusalén del cielo.
La segunda oración evoca los ramos que se levantaron
ante la llegada de Cristo. Encontramos en esta oración el adverbio hoy con todas sus fuertes connotaciones. El hoy de la liturgia nos hace contemporáneos a aquellos acontecimientos. Y las palmas que alzamos son signo de nuestras almas que están llamadas a inclinarse ante Dios que viene; a hacer su voluntad en todo momento, como Cristo viene para abrazar la del Padre. En esa actitud amorosa, no servil, nosotros permaneceremos en Él y daremos frutos abundantes, como pide la oración.
Por tanto, los cantos, ramos y mantos, que refieren los
evangelistas, muestran los corazones que se inclinan ante el Hijo de David. Es la invitación ante el Cristo que viene a
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entregar su vida por cada uno de nosotros. Inclinar nuestra
vida en adoración y gratitud a Aquel que viene a entregarse por entero.
El sacerdote asperja con agua bendita los ramos sin decir
nada. A continuación, se proclama el evangelio, que rememora este acontecimiento. Cada año según el ciclo en que nos encontramos y, por tanto, según el evangelista correspondiente: Mateo (A), Marcos (B), Lucas (C). Asimismo, sucede con el relato de la pasión de la Misa de este día. No el del Viernes Santo que está tomado siempre de san Juan.
En todos los sinópticos aparece el dato geográfico junto
al Monte de los Olivos. Señala san Ambrosio que se acerca a Jerusalén por aquí, puesto que quiere plantar nuevos olivos, en alusión a los gentiles, para que le rindan adoración.
Mateo añade a Betfagé, y Marcos y Lucas Betfagé y
Betania. Betfagé significa casa de quijadas, lugar reservado a los sacerdotes donde tenían que percibir los derechos de los sacrificios como pedía la ley (cf. Dt 18,3). Betania, obediencia. Allí envía Jesús a sus discípulos, en esa clave que vive y les va comunicar en su pasión: la obediencia sacerdotal.
Asimismo, todos coinciden en que Jesús envía a dos
discípulos para que le traigan una borrica y un pollino (Mateo); un pollino atado, que nadie ha montado nunca (Marcos y Lucas). Desatadlos y traédmelos.
Mateo dirige su evangelio a los judíos y evoca la profecía:
Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila (Zac
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9,9). San Cirilo lo interpreta como un signo especial de la
llamada a los gentiles. Cristo es portado por el pueblo de la promesa y junto a Él su cría, aquella que se nutre a sus pechos y que representa al pueblo gentil, al que también dirige su salvación.
Marcos y Lucas refieren el detalle de que el pollino no
había sido montado nunca. San Cirilo señala cómo ningún otro, fuera de Cristo, llamó a las naciones gentiles a la Iglesia. Asimismo, evoca el dato sobre el sepulcro excavado en piedra que nadie había ocupado (cf. Mc 15,46). Para Cristo lo nuevo, lo que aún no se ha utilizado, puesto que Él inaugurará una nueva creación, dándonos la vida eterna.
Después de la proclamación se organiza la procesión. La
cruz, adornada con ramos, acompañada de dos ciriales y precedida del incensario. Luego el diácono portando el Evangeliario y el sacerdote con los ministros. Detrás el pueblo fiel. Es Cristo quien avanza hacia Jerusalén para celebrar su pasión, tal y como volveremos a encontrar en la Vigilia pascual; Cristo entonces será presentado como columna de fuego, que guía al nuevo pueblo surgido de su Pascua. Para la procesión se proponen diversos cantos: Salmo 23,46, himno a Cristo Rey.
El sacerdote al llegar al altar lo venera e inciensa. Después
va a la sede, se quita la capa pluvial y se pone la casulla. Los ornamentos son rojos, puesto que celebramos la Pasión del Señor. Omitidos los demás ritos y, según la oportunidad, el Señor ten piedad, dice la oración colecta, que evoca el sentido sacrificial de la Encarnación que es muestra de humildad. A continuación, pide aprender de las enseñanzas de la pasión, para alcanzar la resurrección.
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La Liturgia de la Palabra. La Pasión del Señor
Aquí es donde la liturgia romana ponía su acento. Constituye
todo un anticipo del Viernes santo. Aquellos fieles, que por diversas razones no pueden participar de la liturgia del viernes, pueden vivir esta como actualización de la muerte del Señor y pórtico de su resurrección. De ahí que los textos propuestos en la Liturgia de la Palabra profundicen en este misterio. Así, la primera lectura, tomada del tercer cántico del Siervo (Is 50, 4-7), muestra la pasión del Señor: Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. No sentía los ultrajes; endurecí el rostro como pedernal. El salmo responsorial pone en nuestros labios la súplica de Cristo en la cruz, tomada del salmo 21,2ab: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El salmo describe el abandono de los suyos, el sufrimiento corporal y espiritual de Cristo (vv. 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24). El himno a los Filipenses (2,6-11) nos muestra la teología paulina de la kénosis; Cristo, verdadero Dios, se hizo hombre y se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Los textos hasta ahora proclamados disponen nuestro
interior para escuchar la lectura de la Pasión, tomada, según cada año de su correspondiente evangelista: Mt 26, 14 — 27,66 (A), cuyo evangelio dirigido a los judíos muestra la pasión como cumplimiento de toda profecía; Mc 14, 1 — 15,47 (B), que nos muestra la segunda confesión de Cristo como Hijo de Dios por parte de un gentil y nos hace entender su muerte como el culmen de toda su vida; y por último, Lc 22, 14 — 23, 56 (C), que nos descubre en la pasión la misericordia de Dios revelada en Cristo y ofrecida a todos.
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Se trata de una lectura, no de una proclamación. De ahí,
cuanto indica la rúbrica: Para la lectura de la Pasión del Señor no se llevan ni cirios ni incienso, no se hace al principio el saludo habitual, ni se signa el libro. La lee el diácono o, en su defecto, el mismo celebrante. Puede también ser leída por lectores, reservando, si es posible, al sacerdote la parte correspondiente a Cristo (n.21, Domingo de ramos). Lo mismo sucederá el Viernes santo.
Después de la homilía se dice el Credo y se hace la oración
universal. La Misa continúa como de costumbre. Cabe señalar la riqueza de la eucología que sobreabunda en el tema de la misericordia de Dios mostrada en el sacrificio de Cristo (oración sobre las ofrendas), quien ocupó nuestro lugar (prefacio) voluntariamente (oración sobre el pueblo) para borrar nuestros delitos y lograrnos la salvación plena (prefacio) por medio de su resurrección (oración después de la comunión).
Para preparar los textos de la Liturgia de la Palabra: