Domingo de Ramos en La Pasión Del Señor

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Domingo de ramos en la Pasión del Señor

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Domingo de ramos en la Pasión del Señor

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Esta celebración constituye el pórtico de entrada en la


Semana santa. Su título evoca dos acontecimientos que se
actualizan en la celebración y que constituyen los dos
grandes ejes de la misma: la liturgia de conmemoración de la
entrada del Señor en Jerusalén y la liturgia de la Pasión. La
primera hace referencia a la tradición de Jerusalén; ya desde
el siglo V se celebraba esta procesión. La segunda evoca la
tradición romana, que profundiza en la pasión del Señor a
través de la Palabra.

Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén

La liturgia de ramos actualiza la entrada de Jesús en


Jerusalén. Hacemos memoria de aquel acontecimiento
convirtiéndonos en contemporáneos de cuantos recibieron a
Cristo.

La expresión insistente de Lucas vamos camino de


Jerusalén recuerda el sentido último de esta entrada. Cristo
entra victorioso, aclamado por las multitudes como el
Mesías, el rey de Israel, montado en una pollina. Cristo sube
libremente a Jerusalén, para entregar su vida en la cruz.
Nadie me quita la vida, yo me entrego voluntariamente (Jn
10,18). Por eso entra libérrimamente sostenido por el pueblo
(asno) y aclamado por el mismo, que paradójicamente días
más tarde le van a conducir a través de aquellas calles al
patíbulo de la cruz, cumpliendo así toda Escritura.

Es significativo cómo la liturgia bizantina coloca este


evangelio en la noche de la Navidad expresando cómo aquel
que toma carne de María viene a consumar la Pascua de la

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salvación con la entrega de su sangre. Cristo entra en


humildad, en el silencio de este mundo, en un pesebre, para
salvar sin ruidos, en una cruz, a esta humanidad maltrecha.

La liturgia nos propone tres modelos de procesión para


evocar aquel acontecimiento. Este año, debido a la
pandemia del coronavirus, es recomendable el tercer
modelo.

El primero es la procesión propiamente dicha, que a


continuación vamos a describir El segundo es una entrada
solemne, que se desarrolla en el atrio de la iglesia (con la
liturgia que describiremos del primer modelo). Y el tercero
consiste en una procesión de entrada simple en la misma
iglesia, como habitualmente se hace. Ninguna de ellas es
dramatización, puesto que la celebración cristiana nunca lo
es, sino que, de modo eficaz, nos introduce, como
contemporáneos, en los misterios de Cristo a través del
recuerdo sagrado de acontecimientos pasados (cf. SC 102).

Nos detenemos en el primer modelo. Las rúbricas indican


cómo ha de desarrollarse una procesión desde un lugar
distante al templo donde la comunidad va a celebrar los
misterios del Señor. El sentido es claro, acompañamos a
Cristo que va a Jerusalén a consumar su Pascua. Por eso en
esta procesión no debe haber imagen de Cristo sobre el
pollino. Es en la persona del sacerdote, que abre el cortejo,
donde hemos de encontrar al que va a vivir su Pascua con y
por nosotros. Con este sentido hondo lo acompañan todos
los fieles hasta llegar al templo parroquial, donde Cristo, en
la persona del sacerdote, nos sentará a su mesa, lavará
nuestros pies, nos dará su Cuerpo y Sangre, se dejará coser a

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un madero, nos invitará a velar su Cuerpo y nos anunciará


que está vivo y resucitado.
Antes de comenzar dicha procesión, el sacerdote
recuerda el sentido de estos días enlazándolos con la
Cuaresma que están viviendo (hasta el jueves en la mañana).
Si al inicio de la misma pedíamos en la oración colecta del
Domingo I que nos diese conocimiento (inteligencia) para
penetrar en el Misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud; aquí
se nos invita a entrar en los misterios de su pasión, muerte y
resurrección, para que, participando en su cruz, tengamos
parte en su resurrección.

A continuación, el sacerdote bendice las palmas. La


primera oración que se propone hace anamnesis de los
cánticos de júbilo que recibieron a Cristo. Así los fieles
cantando siempre a Cristo con sus vidas, esto es,
glorificándole con sus obras, puedan ser recibidos en la
Jerusalén del cielo.

La segunda oración evoca los ramos que se levantaron


ante la llegada de Cristo. Encontramos en esta oración el
adverbio hoy con todas sus fuertes connotaciones. El hoy de
la liturgia nos hace contemporáneos a aquellos
acontecimientos. Y las palmas que alzamos son signo de
nuestras almas que están llamadas a inclinarse ante Dios que
viene; a hacer su voluntad en todo momento, como Cristo
viene para abrazar la del Padre. En esa actitud amorosa, no
servil, nosotros permaneceremos en Él y daremos frutos
abundantes, como pide la oración.

Por tanto, los cantos, ramos y mantos, que refieren los


evangelistas, muestran los corazones que se inclinan ante el
Hijo de David. Es la invitación ante el Cristo que viene a

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entregar su vida por cada uno de nosotros. Inclinar nuestra


vida en adoración y gratitud a Aquel que viene a entregarse
por entero.

El sacerdote asperja con agua bendita los ramos sin decir


nada. A continuación, se proclama el evangelio, que
rememora este acontecimiento. Cada año según el ciclo en
que nos encontramos y, por tanto, según el evangelista
correspondiente: Mateo (A), Marcos (B), Lucas (C).
Asimismo, sucede con el relato de la pasión de la Misa de
este día. No el del Viernes Santo que está tomado siempre
de san Juan.

En todos los sinópticos aparece el dato geográfico junto


al Monte de los Olivos. Señala san Ambrosio que se acerca a
Jerusalén por aquí, puesto que quiere plantar nuevos olivos,
en alusión a los gentiles, para que le rindan adoración.

Mateo añade a Betfagé, y Marcos y Lucas Betfagé y


Betania. Betfagé significa casa de quijadas, lugar reservado a
los sacerdotes donde tenían que percibir los derechos de los
sacrificios como pedía la ley (cf. Dt 18,3). Betania, obediencia.
Allí envía Jesús a sus discípulos, en esa clave que vive y les va
comunicar en su pasión: la obediencia sacerdotal.

Asimismo, todos coinciden en que Jesús envía a dos


discípulos para que le traigan una borrica y un pollino
(Mateo); un pollino atado, que nadie ha montado nunca
(Marcos y Lucas). Desatadlos y traédmelos.

Mateo dirige su evangelio a los judíos y evoca la profecía:


Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde,
montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila (Zac

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9,9). San Cirilo lo interpreta como un signo especial de la


llamada a los gentiles. Cristo es portado por el pueblo de la
promesa y junto a Él su cría, aquella que se nutre a sus
pechos y que representa al pueblo gentil, al que también
dirige su salvación.

Marcos y Lucas refieren el detalle de que el pollino no


había sido montado nunca. San Cirilo señala cómo ningún
otro, fuera de Cristo, llamó a las naciones gentiles a la Iglesia.
Asimismo, evoca el dato sobre el sepulcro excavado en
piedra que nadie había ocupado (cf. Mc 15,46). Para Cristo lo
nuevo, lo que aún no se ha utilizado, puesto que Él
inaugurará una nueva creación, dándonos la vida eterna.

Después de la proclamación se organiza la procesión. La


cruz, adornada con ramos, acompañada de dos ciriales y
precedida del incensario. Luego el diácono portando el
Evangeliario y el sacerdote con los ministros. Detrás el
pueblo fiel. Es Cristo quien avanza hacia Jerusalén para
celebrar su pasión, tal y como volveremos a encontrar en la
Vigilia pascual; Cristo entonces será presentado como
columna de fuego, que guía al nuevo pueblo surgido de su
Pascua. Para la procesión se proponen diversos cantos:
Salmo 23,46, himno a Cristo Rey.

El sacerdote al llegar al altar lo venera e inciensa. Después


va a la sede, se quita la capa pluvial y se pone la casulla. Los
ornamentos son rojos, puesto que celebramos la Pasión del
Señor. Omitidos los demás ritos y, según la oportunidad, el
Señor ten piedad, dice la oración colecta, que evoca el
sentido sacrificial de la Encarnación que es muestra de
humildad. A continuación, pide aprender de las enseñanzas
de la pasión, para alcanzar la resurrección.

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La Liturgia de la Palabra. La Pasión del Señor

Aquí es donde la liturgia romana ponía su acento. Constituye


todo un anticipo del Viernes santo. Aquellos fieles, que por
diversas razones no pueden participar de la liturgia del
viernes, pueden vivir esta como actualización de la muerte
del Señor y pórtico de su resurrección. De ahí que los textos
propuestos en la Liturgia de la Palabra profundicen en este
misterio. Así, la primera lectura, tomada del tercer cántico
del Siervo (Is 50, 4-7), muestra la pasión del Señor: Ofrecí la
espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban
mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. No
sentía los ultrajes; endurecí el rostro como pedernal. El salmo
responsorial pone en nuestros labios la súplica de Cristo en
la cruz, tomada del salmo 21,2ab: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? El salmo describe el abandono de los
suyos, el sufrimiento corporal y espiritual de Cristo (vv. 8-9.
17-18a. 19-20. 23-24). El himno a los Filipenses (2,6-11) nos
muestra la teología paulina de la kénosis; Cristo, verdadero
Dios, se hizo hombre y se humilló a sí mismo, hecho obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Los textos hasta ahora proclamados disponen nuestro


interior para escuchar la lectura de la Pasión, tomada, según
cada año de su correspondiente evangelista: Mt 26, 14 —
27,66 (A), cuyo evangelio dirigido a los judíos muestra la
pasión como cumplimiento de toda profecía; Mc 14, 1 —
15,47 (B), que nos muestra la segunda confesión de Cristo
como Hijo de Dios por parte de un gentil y nos hace entender
su muerte como el culmen de toda su vida; y por último, Lc
22, 14 — 23, 56 (C), que nos descubre en la pasión la
misericordia de Dios revelada en Cristo y ofrecida a todos.

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Se trata de una lectura, no de una proclamación. De ahí,


cuanto indica la rúbrica: Para la lectura de la Pasión del Señor
no se llevan ni cirios ni incienso, no se hace al principio el
saludo habitual, ni se signa el libro. La lee el diácono o, en su
defecto, el mismo celebrante. Puede también ser leída por
lectores, reservando, si es posible, al sacerdote la parte
correspondiente a Cristo (n.21, Domingo de ramos). Lo
mismo sucederá el Viernes santo.

Después de la homilía se dice el Credo y se hace la oración


universal. La Misa continúa como de costumbre. Cabe
señalar la riqueza de la eucología que sobreabunda en el
tema de la misericordia de Dios mostrada en el sacrificio de
Cristo (oración sobre las ofrendas), quien ocupó nuestro
lugar (prefacio) voluntariamente (oración sobre el pueblo)
para borrar nuestros delitos y lograrnos la salvación plena
(prefacio) por medio de su resurrección (oración después de
la comunión).

Para preparar los textos de la Liturgia de la Palabra:


http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2017/03/leccionario-
i-domingo-de-ramos-en-la.html

Para preparar la celebración:


http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2017/04/misal-
romano-tercera-edicion-domingo-de.html

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