FIÉSOLE

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FIÉSOLE

(en tres tiempos)


de: José Ignacio Cabrujas

febrero, marzo, abril… 1967

A Hermán Lejter
por la semana insólita

1- La creación revisada
2- Placeres
3- viso aperto

--

19 de julio

¡La veré! Estas son mis primeras palabras cuando me despierto. ¡Y con qué serenidad
miro el hermoso sol naciente! ¡La veré! Y ya no tengo otro deseo en todo el día. Todo
va en ello, todo se hunde en esta perspectiva. (J. W. Goethe, Las desventuras del joven
Werther, libro primero).
--

Notas para la representación:

1- Los pasajes cantados por Otro, corresponden a El Barbero de Sevilla, de Rossini.


Los entona con absoluta seguridad desde el punto de vista musical. Cuando se
trata de diálogos en forma de recitativo, intenta imitar las dos voces. Uno, por
el contrario, no posee ese dominio. Cuando canta el trozo correspondiente a la
cavatina del primer acto, demuestra su desconocimiento de las palabras que
siguen.
2- La presencia de un ciclorama molesta profundamente al autor. El ciclorama
convertiría a Fiésole en una especie de diálogo platónico.
3- Los juegos de Uno y Otro deben dar la impresión de algo repetido infinidad de
veces
4- La Acotación (sonidos de formación, voces, botas, armas) es extensible a casi
todas la situaciones, cuando es mencionada en un determinado momento,
debe entenderse desde el punto de vista del volumen.
5- La Voz, en el pasaje del segundo tiempo, se produce a través de un
altoparlante.

1
Primer tiempo

(Al encenderse las luces hay dos cajas. Al fondo, varía constantemente una proyección
sobre la pared desnuda del escenario. Sugiere las luces de un auto después de
amontonar sombras y obstáculos, muros torres, ventanas)

Uno: (está sentado sobre su caja. Viste un traje raído de color impreciso, hecho a los
años. Es un hombre fuerte, de ademanes lentos. Recuerda un dominio.)
Otro: (está sentado sobre su caja. Aparenta timidez. Su traje sugiere una especie de
luto. Confía en las manos. Probablemente es más joven).
Después de una larga pausa recitan “El origen de la ciudad”.
Otro: ¿Cómo es?
Uno: ¿Qué?
Otro: Fiésole. ¿Cómo es?
Uno: (recuerda) ¡Ah, sí!
Otro: ¿Cómo es?
Uno: (Esfuerzo) Como una ciudad. Como una pequeña ciudad al lado de otra ciudad.
Otro: ¿Separada?
Uno: No, no separada. Nadie sabe dónde comienza exactamente. Preguntas: ¿Dónde
comienza Fiésole? …y encogen los hombros… qué sé yo, te dicen.
Otro: Pero, cómo… ¿No hay un poste, un aviso?
Uno: No.

Pausa.
Se escuchan los sonidos de la formación (voces, botas, etc.)

Otro: ¿Limpia?
Uno: ¿Cómo?
Otro: Fiésole… ¿Limpia?
Uno: Sí, de repente uno está allí… y claro, es limpia, con sus árboles…
Otro: ¿Árboles?... ¿Cómo?
Uno: Con las hojas y el tronco y las ramas y la hierba y las hormigas… árboles.
Otro: Sí, pero… ¿cómo?, ¿árboles?, ¿cómo?
Uno: Árboles de cementerio.
Otro: (Animado) ¡Sauces!
Uno: (Piensa) No, no sauces. Árboles de cementerio que no son sauces.
Otro: ¿Abedules?
Uno: No, no abedules.
Otro: ¿Cedros?
Uno: No.
Otro: (Exaltado) Pinos, los tristes pinos…
Uno: No.
Otro: (Lamentándolo) Porque nogales no pueden ser.
Uno: Claro que no.
Otro: Ni olivos. “El cementerio de Getsemaní”.

2
Uno: (Fastidiado) “El huerto de Getsemaní”.
Otro: ¡Ah, sí! El huerto de Getsemaní.
Uno: Exacto. No son olivos, son los otros árboles de cementerio, hay los sauces y hay
los otros.
Otro: …Los… (esfuerzo)
Uno: Altos, muy altos.
Otro: Pero, ¿se inclinan?
Uno: A veces, pero no necesariamente.
Otro: Porque si se inclinan pueden ser sauces, sauces comunes y corrientes, los
dolorosos sauces.
Uno: No se inclinan.
Otro: (vengativo) Entonces no son.
Uno: No, no, no… (Piensa) Pero tú llegas y los ves… claro, puede ser que en ese
momento no te acuerdes del nombre, pero… ¿qué importa? Los ves… y el olor… y la
corteza…
Otro: (Murmura) Cor-te-za.
Uno: (Huele)
Otro: Cor-te-za. (Recuerda) Manzanos por supuesto que no…
Uno: No. si te digo que son de cementerio. ¿Quién se va a comer una manzana de
cementerio con todo eso allí debajo?
Otro: Nadie.

Después de una larga pausa recitan “El origen de la misericordia”, pero antes hay un
ruido.

Otro: ¿Qué?
Uno: (Imita el ruido)
Otro: ¿Qué?
Uno: Al lado.
Otro: Toca.
Uno: (Golpea dos veces en su caja.)
Otro: (Espera una pausa.) No está. Toca.
Uno: (Golpea de nuevo)
Otro: No está.
Uno: Habrá salido.
Otro: Al baño, quizás, a orinar. (Sonríe) ¡Una excursión! ¡Un pic-nic de amoniaco!
Uno: A lo mejor está dormido. Como tiene el sueño pesado, la cama cruje.
Otro: No es un crujido de cama. Es (imita el ruido) no puede ser un crujido de cama.
Uno: Nunca orina a esta hora.
Otro: No existe una hora fija para orinar. Cada uno orina cuando se le llena la vejiga, y
además, ¡quién sabe si quiso viajar!
Uno: No, no fue a orinar, sonó distinto. Le faltó un pedacito al sonido. (imita el sonido
de orinar) i ¿Ves?
Otro: (Suspira) Oigo. (Pausa) Creo que es verdad, creo que le faltó un pedacito al
sonido. Creo.
Uno: Sonó como pasos.
Otro: (Sin mayor importancia) Vinieron.

3
Uno: Seguramente vinieron.
Otro: ¿Quiénes?
Uno: No sé…
Otro: ¿Nietzsche?
Uno: No.
Otro: ¿El elefante? ¿Quién entonces? ¿No sería uno nuevo?
Uno: No.
Otro: ¿Quién?
Uno: Bueno, tal vez sería Nietzsche, pero con otros zapatos. Recuerdo que me habló
de eso. En estos días, me dijo, voy a comprarme unos zapatos. Me lo dijo un catorce de
marzo.
Otro: Un catorce de marzo. Me parece cómico.
Uno: Sí, es muy cómico.

Ríen.
Después de una pausa recitan Las nuevas leyes para el gobierno de la ciudad.

Otro: Fiésole… ¿Cómo es Fiésole?


Uno: (Feliz) Con todos esos árboles.
Otro: No importa. Árboles. ¿Qué más? ¿Qué más?
Uno: Y con todas esas calles…
Otro: (Extasiado) ¡Calles!
Uno: Calles, calles, lo que se puede llamar calles, lo que se muere siendo calle porque
no quiere ser otra cosa que calles, no. O sea, que quiero expresar que no hay calles.
Otro: No hay calles. Creo que no hay calles. Lo creo.
Uno: Porque en Fiésole vive, como diría, la gente elevada, la gente… o sea, que una
calle… ¿Para qué?
Otro: Claro.
Uno: Y como todo el mundo tiene carro.
Otro: (Sorprendido) ¿Ricos?
Uno: ¿Quiénes?
Otro: Digo, los de Fiésole, ¿ricos?
Uno: Ricos. Gente rica. No perraje. Gente bien. Un poco esa cosa del estilo. El porte. La
garganta estirada. De esos que no usan almohada para dormir, por temor a arrugarse
el cuello. Gente.
Otro: (Atemorizado) Pero, ¿y los pobrecitos?
Uno: Bueno, habrá alguna que otra casa de beneficencia, con su sopa de hueso todas
las noches.
Otro: Pero no es imprescindible un carro costoso…
Uno: No, no, no un carro costoso. Es decir, no hace falta un carro costoso.
Otro: Claro, se camina, con todos esos árboles, con todas cortezas.
Uno: Se pasea, no se camina, se pasea. La gente cualquiera camina. Los vecinos de
Fiésole pasean.
Otro: Entiendo, entiendo, entiendo.
Uno: O sea que, claro está, hay calles pero calles con distancia, sin esas ridículas
esquinas; no hay nada en la esquina. No puedes pensar que vas a la esquina. Es
estúpido. No tiene sentido.

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Otro: Y, si por ejemplo se me olvida el pan y quiero comprar pan.
Uno: Exacto.
Otro: ¿Cómo que exacto?
Uno: Exacto. No hay pan. En la esquina no hay pan. Tomas el carro y desciendes entre
los árboles altos… es de noche… el cuarto creciente… el aire fresco… tú quieres pan, y
el tiempo, es como amar al tiempo, estar enamorado del tiempo… ir a donde siempre
ha habido pan, desde la época de Savonarola… antes mucho antes… desde Totila, hace
cuatro mil años, un sitio esperándote desde hace cuatro mil años. No es la esquina. Es
el sitio. El pan.
Otro: (Lírico) El pan.
Uno: Y entre caaaaaaaasa y caaaaaaasa, hay graaaaaaaaaaaaaandes jardines.
Otro: ¿Grandes? Cómo, ¿grandes?
Uno: Grandes. Inmensos. Con la grama. Con las flores. Con la fuente y el surtidor y la
boca del pez moribundo. Creo.
Otro: Creo en el surtidor y en la boca del pez moribundo. Creo.
Uno: (Desciende de la caja y se tiende en el piso) Dije la grama. (Marca) Grama.
(Respira) Es húmedo adentro, como esas vistas de los campos irlandeses, justo antes
de que los obreros organicen cualquier huelga de carbón. Húmedo. De repente es la
oreja fría y la hierba y la cosquilla. Todo el mundo te saluda y tú dices buenos días y
hay eso. Pero, también, de repente un día se te ocurre que no debes saludar a nadie,
para que la gente entienda que tú tienes tus preocupaciones personales, intelectuales
o afectivas.
Otro: Y no saludas.
Uno: Bueno, simplemente no saludas.
Otro: (Turbado) Pero también puedes saludar… quiero decir, que no es necesario
demostrar preocupaciones intelectuales. Te apuesto a que Leibnitz saludaba a la
señora de enfrente. Incluso, nunca, nunca dejó de saludarla… “¡Hola! ¿Cómo está
señora? ¿Cómo le ha ido?” “Muy bien, señor Leibnitz”. ¿Cómo está usted?... Y no por
eso dejaba de ser Leibnitz.
Uno: Claro, tampoco hay que tomarlo al pie de la letra.
Otro: Es que me repugna con todo eso tan bonito… (Como si todo el espacio se llenara
de personas). Buenos días. Buenos días. Buenos días. ¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!, lo siento ya se
despegaron las agujitas, por lo tanto, buenas tardes. (diferentes voces) Hola. Hola.
(inclinación de cabeza) (inclinación de cabeza) (gesto de despedida con la mano.)
Salud. Salud. ¿Cómo va eso? Allí. Allí. Más bien regular. ¿Regular? Felizmente bien. Si
supiera que muy mal. Digamos que muy bien, por no decir la verdad. ¿Qué tal? Bien,
gracias. No hay de qué. ¿Por su casa? Todos con salud. Espléndido ¿Los suyos?
Igualmente, me contento. Cuídese. Buenas noches. Buenas noches. Adiós Amor.
Muñeca. Bella. Maravilla. Hasta luego. Hasta siempre. Hasta mañana. Hasta pasado
mañana. Hasta después de pasado mañana. Hasta la tarde. Hasta la noche. Buen
provecho. Salud. Gracias. A su orden. Siempre a su orden. Muñeca bella. Maravilla.
Ojos grandes. Linda. Adiós. Adiós. (Después de una pausa recitan El surgimiento de las
corporaciones.)
Uno: ¿Quién está en peligro?
Otro: (Distraído) ¿Ah?
Uno: ¿Quién está en peligro?
Otro: Nadie.

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Uno: Dijiste “Cuídese”. Oí “cuídese”. Escuché perfectamente la palabra cuídese.
Otro: Tonterías.
Uno: (Desconfiado) ¿Seguro?
Otro: Tonterías.
Uno: Mentiras.
Otro: Tonterías.
Uno: Para que no me preocupe. Lo dices por eso. Lo sé.
Otro: Te juro que no.
Uno: ¿Sobre qué lo juras?
Otro: ¡Sobre el santo sepulcro!
Uno: ¿Mahoma?
Otro: Mahoma.
Uno: Yo tengo la culpa. Puedo explicarlo. Claro, es una cuestión de tiempo. Pero, ¿Qué
es lo que no es tiempo?
Otro: Cierto.
Uno: Y en todo caso es un problema mío.
Otro: Sin duda, mi querido amigo.
Uno: (Indignado súbitamente) No me llames “querido amigo”. Te estoy viendo. Te
estoy oyendo. Siento cómo amaneces. Siento cómo anocheces. ¿A qué viene entonces
esa estupidez de llamarme “querido amigo”?
Otro: Como estabas en la grama y se te ocurrió saludar a alguien.
Uno: (Furioso) ¡En la grama, no! ¡En la grama, no! No se me ocurrió saludar a nadie en
la grama.
Otro: Pero era tan hermoso. Era tan hermoso que me descuidé… Y al descuidarme dije
cuídese… (Ríe tontamente).
Uno: Olvídalo. Fiésole. Olvídalo.
Otro: No puedo.
Uno: Un montón de cascajos, un montón de paredes ruinosas, piedras decrépitas.
Olvídalo.
Otro: No puedo
Uno: Entonces, cállate.

(Pausa)

Otro: ¿Quieres que te interrogue?


Uno: No.
Otro: ¿Quieres que te cuente lo del fulanito y la mujer?
Uno: No.
Otro: ¿Sexo?
Uno: No.
Otro: ¿Canto?
Uno: (Encoje los hombros)
Otro: (Después de una pausa) “Le vostre assidue premure hanno ecciata la mía
curiositá.Il mio tutore é per uscir di casa; appena si será allontanato, procurate con
qualche mezzo ingegnoso dí indicarme il vostro nome, il vostro stato e le vostre
intenzioni. Io non poso giammai comparire al balcone, senza l’indivisiblé compagnia

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del mío tirano. Siate peró certo, che tutto é disposta a fare, per romperé le sue catene,
la sventurata Rosina…
- Sí, sí, le romperá…
(ahoga un bostezo) ¿Qué hora es?
Uno: (Sonríe) Imbécil.
Otro: (Presintiendo una mayor cordialidad) Si quieres puedo interrogarte.
Uno: ¿Para qué?
Otro: Bueno, como te asustaste
Uno: ¿Quién, yo?
Otro: No sé, te preocupó que dijese “cuídese”.
Uno: ¡Qué importa!
Otro: Pero si quieres…
Uno: ¿Te divierte?
Otro: ¿Qué?
Uno: Interrogar. ¿Te divierte?
Otro: Hombre. Es un ejercicio. Me parece una cosa saludable. Es bueno para la presión
arterial. Agiliza la circulación.
Uno: ¿No te cansa? Siempre lo mismo. ¿Qué provecho puedes sacar de eso?
Otro: ¿Yo? No, ¡si lo hago por ti! Después haces la travesía y no tienes
entrenamiento… Tu sabes… como el boxeo… A mí no me interesa gran cosa… pero es
como el boxeo.
Uno: Mentira. Te gusta.
Otro: ¿A mí? ¡Qué tontería!
Uno: Te satisface. Te babeas por hacerlo. Anda, voy a complacerte.
Otro: No. No importa.
Uno: Anda. Tienes razón. Anda.
Otro: Te digo que no me importa.
Uno: Saca el sombrero. ¡Anda!
Otro: Esa idiotez… ¿Para qué?
Uno: La correa. ¿Dónde está?
Otro: (Señala su caja) En la cueva… Te digo que no quiero…. Me fastidia… Me aburre…
Uno: ¿Y el sombrero?
Otro: También en la cueva.
Uno: Póntelo.
Otro: ¡Esa necedad! ¿Para qué?
Uno: Póntelo.
Otro: (Va realizando las acciones indicadas) Bueno… si te empeñas. Hubiera preferido
la comida… O el proceso célebre. O el sexo. Incluso cantar, hubiera preferido cantar.
Me sobra repertorio. No he comenzado aún con los recitativos franceses. (Ha
localizado en su caja el sombrero y una canana vacía. Rápidamente se ajusta la canana
a la cintura y se coloca el sombrero). Pero si te empeñas, podemos insistir. A lo mejor
sale algo nuevo.
Uno: Pregunta.
Otro: (Aparentemente fastidiado) ¡Uf! Está bien. Pregunto.

(Después de una pausa recitan La vida privada de los Florentinos.)

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Otro: (Adopta poses de interrogador melodramático.) Mi buen amigo…
Uno: ¿Por qué no evitas el preámbulo?
Otro: Porque el preámbulo es todo. Es la fuerza. Es el alma. Después de nuestra vida
no hay ningún preámbulo. Por eso no lo evito.
Uno: Ahórrame tus pensamientos. No seas tan generoso. Pregunta.
Otro: 12 de mayo.
Uno: 12 de mayo.
Otro: Pasado. Hay un café.
Uno: Café.
Otro: Pasado. Gente en el café.
Uno: Gente.
Otro: Pasado. Alguien espera en el café.
Uno: Espera.
Otro: Pasado. Un hombre llega.
Uno: Yo.
Otro: Pasado perfecto. Usted.
Uno: Él.
Otro: Pasado. Hay otras personas en el café.
Uno: Otros.
Otro: Pregunta número uno: ¿Quiénes?
Uno: Déjame recordar…
Otro: Presente: aparato eléctrico.
Uno: (Grita)
Otro: (Ríe saliéndose de la situación) Payaso.
Uno: Sigue.
Otro: Pregunta número uno: Prohibida la pausa.
Uno: A mi derecha una pareja: Él: 25 años. Ella: 20. Las manos de él, sobre una mano
de ella.
Otro: ¿Y la otra mano?
Uno: ¿Cuál?
Otro: Presente. Gran torcedor de testículos.
Uno: (Grita)
Otro: (Ríe abandonando el juego) ¿La otra mano?
Uno: No, así no.
Otro: (Actitud) ¿La otra mano?
Uno: Sobre la azucarera. En este momento va a echar azúcar sobre el café.
Otro: (Extasiado) Ca-fé.
Uno: Sigue.
Otro: Perfecto. ¿Quién más?
Uno: (Con exagerada velocidad) A mi izquierda un marinero.
Otro: ¿Solo?
Uno: Solo
Otro: ¿Cómo se reconoce al marinero?
Uno: Por el traje notablemente blanco.
Otro: Perfecto. ¿Quién más?
Uno: Derecha, centro: Hombre calvo gran libreta de cheques. Derecha, centro:
mesonera enana de piernas gruesas y grandes senos.

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Otro: (Murmura) Se-nos.
Uno: Izquierda, frente: Individuo que aguarda, lentes oscuros, llaves, vehículo al lado.
Otro: ¿A quién aguarda?
Uno: No sé.
Otro: Presente, gran puñetazo, pómulo izquierdo.
Uno: (Gime)
Otro: ¿A quién aguarda?
Uno: Informe examen orina mujer positiva.
Otro: Congratulaciones.
Uno: Izquierda detrás: Señor y señora lengua enredada con perro. Señor medias y
sandalias. Señora traje estampado pecho escamoso pan y mermelada.
Otro: ¿Quién más?
Uno: Nadie más.
Otro: ¿Cuántas mesas?
Uno: (Desesperado intenta recordar) Dieci…
Otro: Presente. Elástica manguera sobre cuello desgraciadamente no elástico.
Uno: (Grita)
Otro: ¿Cuántas mesas?
Uno: Ocho.
Otro: Mérito.
Uno: (De pronto) Espera. Una mujer. Derecha. Centro. Amarillo fuego.
Otro: Colaborador. ¿Amarillo fuego pelo?
Uno: No. Amarillo fuego traje.
Otro: (Fuera de la situación) Nunca me lo dijiste.
Uno: ¿Qué?
Otro: Esa. Nunca me hablaste.
Uno: No.
Otro: ¿Por qué?
Uno: En realidad no sé si el traje era exactamente color amarillo fuego. Podría haber
sido color mandarina.
Otro: ¿Qué significa?
Uno: Nada
Otro: ¿Quién lo usa?
Uno: Mujer. Bella mujer. Grata mujer.
Otro: Presente: Distinguido triturador de sienes.
Uno: Espera. (Pausa) Claro. No me acordaba.
Otro: (Sacándose el sombrero y la canana para después guardarlos en su caja). Fin. Si
no hay dolor, no vale la pena.
Uno: Me olvidé de ella.
Otro: ¿Nunca la habías visto?
Uno: Nunca, nunca.
Otro: Amarillo fuego.
Uno: Amarillo fuego. Mandarina tal vez. Cuando el amarillo quiere ser rojo.
Otro: Jamás la mencionaste.
Uno: No.
Otro: ¿Por qué?
Uno: Bueno. No es importante.

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Otro: ¿Por qué?
Uno: No se me ocurre que pueda ser importante.
Otro: ¡Quién sabe!
Uno: No lo creo. No lo creo. No lo creo.
Otro: Y sin embargo…
Uno: ¿Qué?
Otro: Recuerdo…
Uno: ¿Qué?
Otro: Cuando él dijo…
Uno: ¿Qué?

(Después de una pausa recitan La ciudad y la Primera Muralla)

Otro: Amarillo… Él dijo amarillo… Tal vez en la sexta, o en la séptima entrevista…


Amarillo… dijo… Elevó los ojos hacia el techo… Chupó de la pipa y entre otras cosas
dijo la palabra amarillo… Santa palabra. Cuando te recuerdo me estremezco. Gran
poder. Jamás te he mencionado, jamás he pronunciado mi humildad frente a ti;
palabra que das lugar a la estúpida función del ojo. ¿Cómo puede esa viscosa
superficie de verdad caber en tu espléndido sonido? Amarillo. Gracias, universo, por
soplar la palabra amarillo. Maldita seas, naturaleza, por tratar de parecerte a esa
palabra. Parodia de parodias. Maldita seas. (Una pausa) Elevó los ojos hacia el techo y
pronunció ese sonido.
Uno: Pero nadie puede decir amarillo, así, de repente… Amarillo… ¿Qué significa?
Otro: Lo dijo.
Uno: No estás seguro.
Otro: Sí, lo estoy.
Uno: Se te acaba de ocurrir. Lo sé.
Otro: No. Él dijo: “¿Un cigarrillo?”. Yo dije: “Gracias, muchas gracias”. Él dijo:
“Caramba, ¡está haciendo calor!”. Yo dije: “Gracias, muchas gracias, tengo una manta,
gracias”. Él dijo: “No me refiero al frío. Me refiero al calor.”. Yo dije: “¡Ah, sí! Perdón, el
calor, claro, claro. ¿Qué se puede esperar de un sitio sin estaciones? Esta monotonía”.
Quise explicarle que no era en ese momento, que él no tenía la culpa del calor, que no
me importaba. Él dijo: “¿Se está sintiendo bien?” Yo dije: “¡Ah, sí, muy bien, perfecto!
La comida es excelente. Y la manta…” ¡Ah no… fui yo quien dijo que era amarilla! La
manta era amarilla.”
Uno: (Imperiosa señal de silencio) No lo vuelvas a repetir. Olvida eso. Cuando él te
pregunte por la manta, tú le dices que no sabes. Que se te olvidó el color.
Otro: ¿La manta?... ¡Ah, no sé… se me olvidó el color! Pensándolo bien, es un color
muy difícil de recordar… Podría pensarse que es amarillo, pero todo depende del sol.
Uno: Exacto. Pero deberás decirlo mejor, más cómodo, más suelto…
Otro: Pero todo depende del sol…
Uno: Del sol…
Otro: Del sol…
Uno: Hay que cuidar las palabras. Importa mucho la manera de expresarse. Mi padre
hablaba con frecuencia acerca de esto: un día le reprochó a mi madre, su ausencia de
matices cuando hacía el amor. Él le daba importancias a lo auditivo; ella, por el

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contrario, creía en el silencio. Entregaba un amor obrero, un amor forzudo, como una
faena, en silencio… (Pausa) Me repugna pensar en eso.
Otro: ¿Quién te dice que lo hagas?
Uno: Nadie. Pero no puedo evitarlo. Mientras pueda recordar, tendré que recordar.
Una vez me dijeron algo acerca del vientre. Allí comienza toda esta maldita memoria:
una especie de sopor lento, grave, inmisericorde, ruidos acompasados, latidos,
membranas encogidas, el vaho grave, húmedo, el espantoso calor, el espantoso sueño,
desnudo, envuelto, vivo, a medias vivo, en la débil luz transparente, Entonces… ¿Qué
idea puede existir? Ninguna, porque no hay dolor…
Otro: No me gusta eso. ¿Por qué no seguimos hablando de Fiésole?
Uno: Pero un día se abre la válvula y ¡ploc! sales al ruido… al fétido ruido, al punzante
ruido, al agudo ruido, al húmedo ruido, al candente ruido. Y un día te transformas en
un ruido… Ggggg… Ggggg… Ga… Mmmmmmm…. Mmmmmm… Mmmmm… Ma… Ma…
Otro: Fiésole, Fiésole. O cantar. ¿Puedo cantar?
(Pero no aguarda la respuesta)
-Oh, buon día, signorina.
-Boun giorno, signor Fígaro.
-E bene? Che si fa?
-Si muor di noia.
(Con vehemencia) ¡Ah! sigue, sigue. Los árboles, las calles, el sitio, no saludas… ¿Qué
más?
Uno: (Lentamente) Puede ser que piensen algo terrible de ti.
Otro: ¿Cómo qué?
Uno: Que estás deprimido, por ejemplo. Dirán: No saludó hoy y eso significa que está
deprimido. A lo mejor es un hombre de sentimientos nacionalistas.
Otro: Sigue. Sigue. Sigue.
Uno: No quiero.
Otro: Sigue.
Uno: No quiero.
Otro: Sigue.
Uno: El color.
Otro: (Exaltado) ¡Ajá! ¡El color!
Uno: Fiésole es dorado. Puedes decir que es dorado, si llegas a entender que el pan es
dorado. A las cinco y media, el sol ilumina el campanario, como si la luz brotara de el
mismo. Entonces, te asomas… y contemplas la cuidad abajo. Es una vista muy
hermosa, porque el dorado es natural. Yo diría que es el único dorado natural del
mundo. Todo lo demás fue pintado por un imbécil.
Otro: Sigue.
Uno: No
Otro: ¿Por qué?
Uno: Tu mismo puedes continuar.
Otro: Pero yo no la he visto. Yo no he estado allí.
Uno: Es igual. Tú mismo puedes continuar. Pronúnciala. Es fácil de pronunciar.
Cualquier ciudad es fácil de pronunciar.
Otro: No me atrevo. Sin experiencia.
Uno: Pobre tonto. Mírate bien. ¿Para qué necesitas experiencia? ¡Anda! Es fácil. Yo te
pregunto: “¿Cómo es Fiésole?”

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Otro: (Asustado) No sé.
Uno: Claro que sabes. ¡Anda!
Otro: (Sonríe débilmente) ¿Cómo es Fiésole?
Uno: Exacto. ¿Cómo es Fiésole? ¡Vamos! ¡Llénala! ¿Aire? ¿Frío? ¿Moho? ¿Pared?...¡
Llénala! ¡Anda!
Otro: Fié-so-le…
Uno: ¡Dios! ¡Tú eres Dios! ¡Anda, sopla, Dios! ¡Saca el espíritu de tus tripas! ¡Allí tienes
a esa porquería rota! ¡Dormida! ¡Atrévete, ¡Dios, señor de barba grande, Dios! ¡Sopla!
Otro: Fiésole, llena de pájaros.
Uno: ¡Oh, señor Dios, qué triste eres! ¡Pobre cosa, Dios…! ¡Pájaros! ¡Está bueno eso,
Dios! ¡Pájaros! (Ríe).
Otro: (Llora) Pájaros golondrinas gorriones petirrojos pájaros.
Uno: ¡Dios! ¿Solo eso? La simple flojedad de tu intestino ha sido capaz de crear un
pájaro. ¡Qué pobre espectáculo! ¡Un pájaro! ¡Un estúpido pájaro sobre la vastedad del
cielo! ¡Una mancha absurda! ¡Una imperfección! ¡La intoxicación de Dios! ¡Un pájaro,
capaz incluso de dividirse en pájaros! ¡Qué fracaso Dios!
Otro: Cuervos, canarios, ruiseñores.
Uno: ¡Qué imperdonable falta de respeto, Dios! ¡Ensuciar una superficie con
semejante promiscuidad de avechuchos…! (Ríe) Ven aquí, Dios. Te he preguntado por
Fiésole, Dios. ¡Anda! ¡Habla! ¡Riega tu aliento!
Otro: Entonces… para… porque… (Llora)
Uno: Entonces nacimos de una lágrima. En el principio era un imbécil que lloraba.
(Oscuro)
Segundo tiempo

(Al encenderse las luces, Uno está sentado sobre su caja. Otro, en el piso, enciende un
cigarrillo.)

Otro: (Después de una pausa) Método simple para preparar los spaguettis.
Uno: (Fastidiado) Tengo la comida en la garganta.
Otro: No importa. La cosa es larga. La cosa promete. De aquí a la noche, te dará
hambre…
Uno: Preferiría que me interrogaras. Es más… práctico.
Otro: No. Spaguettis y sexo. Fin de semana. Fiésole.
Uno: Sexo entonces. A lo mejor me da hambre.
Otro: Es positivamente desagradable comer después de la cosa sexual.
Uno: Al revés.
Otro: No importa. Mi reino no es de este mundo. (Vocea) ¡Spaguettis!.
Uno: Se puede hinchar una arteria en el cerebro. Una vez leí un cuento acerca de eso.
Se trata de un pope que va a un burdel, después de comer esa sopa eslava de
remolachas.
Otro: (Pausa) ¿Y?
Uno: Bueno, un burdel. ¿Para qué sirve un burdel?
Otro: Exacto.
Uno: Entonces el pope está en el burdel y se encuentra con su amigo farmacéutico.
Otro: ¿En el burdel?

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Uno: En el burdel. Y hablan: “¿Cómo? ¿Usted por aquí?” … Y todo eso. El farmacéutico
le pregunta: “¿Es posible encontrar en un sitio como este al pope de Popévich?”
Otro: ¿Es una cosa literaria esa que me cuentas?
Uno: Seguro. Alta pluma.
Otro: Sigue.
Uno: Y el pope contesta: “Nadie va a discutirle a Dios la utilidad de sus órganos. Sería
descortés.”
Otro: ¿A qué órgano se refiere?
Uno: (Ignorándolo) Y el farmacéutico se ríe: já… já… já… ¡Yo creía que los popes servían
para dar consejos!
Otro: Por Dios, es un cuento sucio.
Uno: Y el pope dice: “Acabo de comer una sopa de remolacha y ternera”. Y el
farmacéutico responde: “¡Atención!, no hay que mezclar las funciones orgánicas. El
estómago es el eje del cuerpo; de allí que el creador, en su infinita misericordia, lo
haya colocado en la mitad”. Y el pope dice: “No importa. El eje del cuerpo es el cerebro
y la prueba es que Sócrates razonó acerca del amor, después de un banquete. El
cerebro tiene dos hemisferios y por eso la mano izquierda ignora lo que hace la mano
derecha.
Otro: ¡Qué asunto tan asqueroso!
Uno: No obstante, dice el farmacéutico, la carne es pesada.
Otro: ¿Cuál carne? ¿La del pope?
Uno: No, se refería a la ternera.
Otro: ¿Cómo era ese pope? ¿Un pope gordo, barbudo, grasoso, ruedas en la panza,
blanco, peludo?
Uno: No sé. Creo que no lo decía.
Otro: Qué cosa tan sucia.
¡Oh gran creador, qué cosa tan sucia!
Siento el peso del peso al oír
Y toda la sucia palabra vastedad.
Y me convierto en una hendidura.
en la separación que une mis piernas.
en flácido,
en mullido,
en receptáculo,
en pozo,
gran empresa la empresa de la carne,
gran creación la creación de la carne.
Uno: (Después de una pausa) Pero el pope no hizo caso a los prudentes consejos del
farmacéutico y se fue a una de las habitaciones en compañía de una mujer.
Otro: (Animado) ¿Cómo era la mujer?
Uno: Alta, de piernas largas y ojos verdes.
Otro: ¿Cómo tenía los senos? ¿En qué estado?
Uno: (Muy lentamente) Redondos y separados.
Otro: (Con gran excitación) Redondos y separados. Re-don-dos… Re-don-dos…
Derecha: Redondo. Izquierda: Redondo.
Uno: Y separados.

13
Otro: Separados. Derecha: separado. Izquierda: separado. No me gusta, no es elástico.
No es caliente. No es suave. No es mullido. No quiero tocar separado.
Uno: Re-don-dos y se-pa-ra-dos.
Otro: Redondos y puntiagudos.
Uno: Disparate. Una cosa no puede ser redonda y puntiaguda al mismo tiempo.
Otro: Sigue.
Uno: Redondos y separados (sin realizar la acción.) Uno aquí y otro aquí.
Otro: Ya, ya, ya. ¡Sigue! ¿Qué hicieron? El pope entra en la habitación con piernas
largas ojos verdes elásticos redondos y separados.
Uno: (Retoma con exasperante lentitud la historia) El pope comienza a desnudarse.
Otro: ¿Y ella? ¿Y ella?
Uno: El pope comienza a desnudarse. Zapato derecho. ¡ploc! Zapato izquierdo. ¡ploc!
Otro: No podríamos prescindir de los preámbulos.
Uno: Todo esto comenzó en un preámbulo. El bostezo de un protozoario, en la mitad
de una colosal laguna. Extraño protozoario sin pasado. Estúpido protozoario. Vanidoso
protozoario, dentro de sí albergaba su pausa milenaria. Entonces, tú y yo, éramos un
proyecto. Y él cerraba la ilusión de sus ojos, imaginándonos con absoluta
irresponsabilidad…
Otro: ¡El pope! ¡El pope! ¡El pope!
Uno: Calcetín derecho… calcetín largo para abrigar su pierna del inclemente frío
característica esencial de la estepa… fff. Calcetín izquierdo… inmenso calcetín
izquierdo tejido con maravillosa lana… ffff.
Otro: Ella. ¿Desnuda ya?
Uno: No. Vestida. Y lo que es peor: la historia se desarrolla a finales de siglo, época de
grandes corsets.
Otro: ¿Cuándo vas a desnudarla? ¿Mañana? ¿Pasado?
Uno: Nunca.
Otro: ¡Nunca!
Uno: Nunca. Desenlace terrible. El pope muere. Justo cuando va a quitarse la inmensa
sotana. Alza los brazos… en su interior se revuelve la infeliz ternera… gas colosal…
circuito nervioso… esófago… tráquea… gran simpático… cerebelo… pof…
Otro: ¡Pero ella se había desnudado! Tú lo dijiste: Redondos y separados.
Uno: Era un presentimiento, en realidad nunca llegó a desnudarse.

(Pausa)

Otro: Es el cuento más sucio que he escuchado en mi vida.


Uno: En realidad es un cuento religioso, sumergido en las grandes profundidades. Es
un cuento ético. No es mi culpa recordarlo.
Otro: Los cuentos religiosos no tienen nada que ver con los senos redondos y
separados. Los cuentos religiosos mencionan la palabra seno, pero agregan la palabra
lactante.
Uno: No es mi culpa.
Otro: No.

(Después de una pausa recitan La Elegía a Giovanno Savonarola)

14
Otro: Podríamos jugar un poco.
Uno: ¿Y tus spaguettis?
Otro: Pueden esperar.
Uno: ¿Por qué no me interrogas?
Otro: No quiero. Prefiero jugar a las invenciones mecánicas.
Uno: Edison. ¡Qué estupidez!
Otro: Es necesario que comencemos a imitar los ejemplos constructivos. Primero el
trabajo, después el placer.
Uno: A veces me digo que todo esto nos ha cambiado. Poco a poco en la memoria se
me ha ido borrando el momento en que entramos aquí…
Otro: Si quieres te lo recuerdo.
Uno: No es necesario. (Lírico) Podría medirlo en años, si no me diese tanta
repugnancia pensar en esa asquerosa palabra. ¿Recuerdas que no fue siempre el
mismo lugar? Llegábamos… Veníamos…
Otro: Teníamos que venir para llegar.
Uno: ...de ese lugar caluroso donde no hay estaciones. Recuerdo muy vagamente que
un resentido incapaz inventó lo de la eterna primavera, como si las cosas tuviesen el
maldito derecho de ser eternas. Putrefacto lugar. Árido lugar.
Otro: No Fiésole. No Fiésole. No Fiésole.
Uno: Por supuesto. No Fiésole. No Savonarola. Maldito lugar sin sentido. Luz hiriente.
Colores vivos. Vomitas de tanto ver hojas verdes. Recuerdo. A veces recorría sus calles
escuchando cuatro o cinco testimonios acerca de su historia. Hablaban de un marinero
italiano o judío o francés, incapaces como son de recordar a quien los recordó.
Otro: Sí, de allí veníamos.
Uno: ¡Qué insensatez! ¡Todo ese espacio tan grande, tan verde! ¡Qué derroche!
Contaban la historia del marinero con cierta emoción. Idólatras, habían creado una
religión, según la cual el catalejo del navegante poseía determinadas facultades
curativas.
Otro: (Golpea sobre un tambor imaginario) Brujos.
Uno: Irracionales brujos pugnando por emerger del verde sulfuroso.
Otro: Verde cúprico.
Uno: Exacto. (Recuerda) Entonces, en las noches de menguante, danzaban guiados por
el catalejo. El gran curandero divisaba el mundo a través del lente y las cosas iban
retorciéndose hasta adquirir una terrible dimensión. Por las mañanas devoraban carne
con cierto regocijo.
Otro: ¿Estás seguro de recordarlo bien?
Uno: Vagamente, he dicho. Pero, a veces, he llegado a pensar que eres tú ese triste
lugar.
Otro: ¿Por qué?
Uno: Entre otras cosas, porque te mueves. Recuerdo que todo eso se movía.
Otro: ¿Hacia qué?
Uno: ¡Ah! Ese era un gran tema de discusión.

(Después de una pausa recitan El homenaje a Américo Vespucci)

Otro: ¿Veníamos?
Uno: Veníamos. En mi caso personal, puedo decir que regresaba.

15
Otro: ¿De Fiésole? ¡Allí está! ¡De Fiésole!
Uno: No. Pero yo respiré todas esas emanaciones de Fiésole. Para ese entonces,
pensaba que las cosas podían tener varios nombres.
Otro: Aberrantes sinónimos, ocupación de ociosos.
Uno: Era una cosa grande que necesitaba un nombre. Un perfecto singular, delicioso
singular, mágico singular. Por un momento me sentí capaz de llamarla. Era tan grande.
Tan terriblemente grande. Un nombre. Un solo nombre capaz de contenerla. A veces,
un hombre como yo es capaz de pisar la tierra y sentir un placer. Incluso el olor me
parecía grato. Contenía olor.
Otro: ¿Y la llamaste?
Uno: Exacto.
Otro: ¡Qué lástima! No cabía.
Uno: Bueno, al fin y al cabo, cualquiera puede cometer un error.

(Después de una pausa recitan El Canto Épico de La Inundación de 1557)

Otro: Un error. Dijiste eso al entrar aquí. Ellos habían sostenido la primera entrevista.
Me preguntaron: nombre. Y yo di mi nombre. Edad. Y yo di mi edad. Religión. Y yo fui
capaz de sintetizarlo en una sola palabra. Hijos. Y yo hablé de mi hijo, queriendo
explicar que sus besos me parecían sonoros lambetones, húmedos lambetones,
cómica respiración… querido bichito.
Uno: ¡Basta!
Otro: Entonces te encontré en el otro espacio, aquel sin luz, aquel con el postigo en la
puerta. ¡Ah!, como me gustaría aburrir a un planeta entero, relatando mis horas frente
a aquel postigo. No podía abrirlo. Yo no podía abrirlo. Era otro, desde afuera, quien lo
abría, quien husmeaba, quien se acercaba. A veces era capaz de amarlo por hacer eso.
Era capaz de amarlo por el simple hecho de asomar la nariz e indagar mi nombre, mi
edad, mi religión, mi mujer, mi hijo. Quería inundarlo con mi estúpida, con mi
maravillosa vida. Atiborrarlo con mis detalles: por ejemplo, que me gusta hacer el
amor. Perdóneme, señor. Es un miserable detalle.
Uno: Basta. Es peor que lo del pope.
Otro: Después nos trasladaron a este sitio. Y yo tuve el coraje de dar las gracias.
“Gracias. Es más amplio. Gracias”. Pensaron que era una ironía. Pero no, maldita sea,
estaba diciendo la verdad.

(Larga pausa)

Uno: Me encantaría comer esos spaguettis.


Otro: ¿Con tomate?
Uno: Puede ser.
Otro: ¿Corta o larga?
Uno: La mejor salsa de spaguettis. Banquete.
Otro: Perfecto. Compraste las cosas.
Uno: Vida costosa.
Otro: Se te olvidó el orégano.
Uno: No.
Otro: Dámelas.

16
(Uno revisa su caja hasta encontrar un delantal que da a Otro. Otro se lo pone. Ruido)

Otro: ¿Qué?
Uno: Al lado.
Otro: Toca.
Uno: (Tres golpes en la caja de Otro)
Otro: Toca de nuevo.
Uno: (Tres golpes en la caja de Otro)
Otro: (Después de una pausa) No está.

(Se escuchan los sonidos de formación. Muy a lo lejos una voz, resultado final de un
silencio que la antecede).

Voz: En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Voy a hablar del terrible
misterio de la muerte. Día tras día, vivimos de una manera absurda. No presuponemos
en nosotros el terrible final que nos aguarda. nos empeñamos en ignorar la única ley
universal y eterna. En efecto: ¿Qué iguala al pobre con el rico? ¿Al poderoso con el
débil? ¿Al vanidoso y al humilde? ¿Al sabio y al tonto? (Pausa) La muerte.

(Hasta este punto, Uno y Otro guardan silencio. Después continúan hablando sobre la
voz)

Uno: Ese estúpido sermón, lleno de estúpidas verdades.


Otro: ¿Recordaste el perejil?
Uno: Perfectamente.
Otro: Dame, dame todo.
Uno: (Mímica de la acción) Tomate.
Otro: Tomate.
Uno: Tomate dos.
Otro: tomate dos (Atajándolo)
Uno: Tomate tres.
Otro: Tomate tres.
Uno: Tomate cuatro.
Otro: (Rodea con los brazos a los tomates, protegiéndolos) Tomate. Cuatro.
Uno: Tomate cinco.
Otro: Tomate cinco.
Uno: Tomate seis.
Otro: tomate seis. ¡Ah! Te dije que no sirven verdes…
Uno: No importa. Para la ensalada. Tomate siete.
Otro: tomate. Siete. ¡Espera! ¿Cuántos quedan?
Uno: (Lanza) tomate ocho. Tomate fin.
Otro: Ufff. Menos mal. (Deposita los tomates en el suelo)
Uno: (Lanza) Gran pote de salsa concentrada.
Otro: Viene. (Ataja)
Uno: ¡Gran frasco de pimienta, porque se nos terminó la pimienta!
Otro: ¡Viene!

17
Uno: ¡Tonelada de queso de cabra, para spaguettis sutiles!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Pequeña bolsa de orégano! ¡Instrucciones de la virgen reina Elizabeth a su banda
particular de bucaneros!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Célebre sal del planeta tierra! ¡Ah, formidable cristal, honorable ordenador de
los astros!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Femenino atado de perejil oloroso, rostro de serrucho, suave cosquilla!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Jugosa cebolla de piel transparente!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Ristra de ajos, casa en el campo, pared de cal, fogón, seis de la tarde! ¡Amor por
la especia!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Mantequilla, burbuja acuosa deslizándose por la blanda textura!
Otro: ¡Viene!
Uno: ¡Aceitunas!!¡Rabinos barbudos, manso lino, aceites y ungüento! ¡Gran pueblo
israelita! ¡Terrible desenlace de Alí-Babá, después de la rica danza del vientre!
Otro: ¡Viene!
Uno: Y… (Pausa)
Otro: (Jadea alegre) ¿Y…?
Uno: Y
Otro: ¡Y!
Uno: ¡Spaguettis! ¡Oh, colosal Marco Polo!
Otro: ¡Oh generoso Marco Polo!
Uno: ¡Oh, mediterráneo!
Otro: ¡Oh, China! ¡La ruidosa pólvora y el tierno spaguetti! ¡Oh, contradicción!
Uno: Marinero intrépido.
Otro: ¡En la bodega de tu barco recordaste al hombre y entre las gemas, entre los
brillantes, rubíes, ónices, esmeraldas, aguas marinas, las quebradizas hebras del gran
spaguetti!
Uno: ¡Van!
Otro: ¡Vienen!

(Durante toda la escena La Voz ha continuado un sermón, de la siguiente manera.)

Voz: Voy a contar la verídica historia de un célebre rector de La Sorbone. Ocurrió


exactamente el catorce de abril de 1681. Es sencillo comprobarlo (Pausa) Pero: ¿Quién
era este rector al que nos referimos? (Pausa) Contestemos sin demora: un sabio.
¿Reconocido como sabio? (Pausa) Reconocido como sabio. (Pausa) ¿Por quién?
(Pausa) Por todos los otros sabios. (Pausa) Entonces os preguntaréis, ¿era vanidoso e
insensato, soberbio y altanero como todos los sabios? (Pausa) Contestemos sin
demora: era humilde. (Pausa) ¿Creía en la infinita misericordia del altísimo? (Pausa)
Respondamos: creía. (Pausa) ¿Era en vida lo que puede llamarse un perfecto padre de
familia? (Pausa) Respondamos: era un óptimo padre de familia. (Pausa) ¿Honrado?
(Pausa) A carta cabal. (Pausa) ¿Ascético? (Pausa) Frugal. (Pausa) ¿Honesto en suma?

18
(Pausa) Un ejemplo viviente de santidad. (Pausa) ¿Y qué sucede? (Pausa) Sucede que
un día, un aciago día, el rector de La Sorbone fallece, o lo que es igual, se empareja con
el resto de las cosas vivientes. El gran hombre muere. (Pausa) Diréis: ¿Copulando?
(Pausa) Y yo contesto: Frente a un voluminoso tratado de botánica, encerrado en sí
mismo, acrecentando su ya inmensa sabiduría. (Pausa) Diréis: ¿falleció
pecaminosamente? (Pausa) Y yo os repito: en contacto con la botánica. Dulcemente.
Cerró los ojos y expiró. (Pausa) Entonces, rector al fin de una gran universidad, la corte
dio órdenes de que su cadáver fuese trasladado a la célebre iglesia de Nuestra Señora,
para que allí recibiera las últimas ceremonias. Imaginaos ahora el espectáculo: cirios
encendidos, goteante esperma en las columnas, incienso, tupido incienso,
muchedumbre agolpada, mujeres, ancianos, niños, nobles, plebeyos. (Pausa) Os
preguntaréis: ¿Cómo era el catafalco? (Pausa) Y yo os respondo: Allí, en la nave central
de Nuestra Señora, sobre el túmulo de los consagrados, podía verse un colosal
catafalco de negra caoba y plata esquinera y escudero superior y terciopelo interior.
No era, pues un necio catafalco. Correspondía en su majestad a la majestad que
albergaba. (Pausa) La gente rodeaba el fúnebre espacio, conteniendo apenas el
silencio. Y todo era llorar (Pausa) Entonces, el sacrosanto Obispo de Nuestra Señora,
báculo en mano, se acerca al cadáver. Asciende los cinco escalones del túmulo, se
aproxima a la terrible caja, golpea ploc-ploc-ploc- y pregunta: “Hermano, ¿dónde
estás? (Pausa) Y el cadáver responde: “Estoy siendo juzgado”. (Pausa) ¿Os imagináis el
estupor de la feligresía? Nada menos que el rector de La Sorbone, en propia persona,
había respondido desde la remota región. Un viento helado recorre los tubos del
órgano. (Pausa) Y entonces el Obispo vuelve a golpear, con el báculo: ploc-ploc-ploc.
“¿Hermano dónde estás?” (Pausa) Y el cadáver responde: “Todavía estoy siendo
juzgado”. (Pausa) Y ahora el viento helado roza las campanas. Y el vasto techo de
Nuestra Señora, apuntalado por las místicas ojivas, pareciera aplastar a los fieles…
(Pausa) Y el obispo: ploc-ploc-ploc. “¿Hermano, ¿dónde estás? (Pausa) Y el rector
contesta: “He sido condenado” (Gran pausa) ¡Qué lástima, mis queridos hermanos!
¡Qué absoluta lástima! En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo. ¡Amén!
Uno: (Que ha escuchado el final de la historia) Bueno. Lo siento…
Otro: ¿Qué?
Uno: Todo eso, allí… Lo siento…

(Después de una pausa recitan La plaga de 1348)

Otro: Método simple para preparar lo spaguettis: Salsa. Caldero, fundamental,


absolutamente seco. Pequeña tabla. Cortar cebolla. Cortar ajo. (Recuerda) ¡Olvidaste
el aceite!
Uno: No. Usa el que tienes. ¿No sobró de la otra vez?
Otro: Cierto. Cortar cebolla. Punza y desgarra. Cortar ajo: ese inmenso cuchillo que
resbala sobre la pequeña superficie.
Uno: ¿No puedes olvidar esa receta?
Otro: No puedo, será la última cosa que recuerde. Podré olvidarlo todo, excepto las
débiles lonjas de ajo, finamente cortadas por el cuchillo.
Uno: Todavía no te sientes aquí. Han pasado todos esos siglos y tú aun recordando
toda esa baba humana… Cada siglo, un recuerdo.

19
Otro: Aceite sobre el caldero, que, por supuesto, está caliente. Acerca la nariz y huele
el calor.
Uno: Tu debilidad me resulta cómica... Pobre tonto, ¿no comprendes que esta es la
verdad?
Otro: Y cae el aceite y se aprieta sobre el fondo del caldero caliente, no hay rastro. Si
estuviese frio el metal, dejaría rastro el aceite, pero como está caliente…
Uno: No está caliente. Te juro que no está caliente. Esa es la verdad. No está caliente.
No te engañes. Te juro que no hay nada en tus manos. Absolutamente nada.
Otro: Cuidado con calentar demasiado el aceite. El futuro de la cebolla picada y del ajo
picado no es esa amarga manera de ennegrecer. (Acción) Eso es. Poco a poco. Cae.
Cae. Cae. Se extiende. Diez burbujas. Cien mil.
Uno: Bueno, allí está mi querido amigo: dame una situación y yo me acostumbro.
Ponme en el suelo y dormiré toda mi vida en el suelo, porque para eso me sobran los
recuerdos. Recordaré el gran colchón de plumas de Mata-Hari, cuando me crujían los
huesos.
Otro: (Ignorándolo) Ahora adquirió esa manera marrón que es importante. Poco a
poco. Con la cuchara. Revolver. Agitar. Atención. Se adhiere al fondo; debilitar el
fuego. Así.
Uno: ¿Qué va a suceder? (Desesperado) ¡Porque todo esto tiene que terminar alguna
vez! ¡Un día! ¡Cualquier día! ¡Tiene que terminar! Se abrirá esa puerta y no será el
paseo, será la gran travesía y el nuevo principio, el otro reino, la ausencia de palabras…
no puede haberse ido… Está allí… Está allí… Está allí… ¡Óyeme! Deja ese estúpido
juego… ¡Un día nos vamos a comer eso! ¡Un día sentiré ese horrible orgasmo del pope!
¡Aún está vestido! ¡Aún muere antes de que ella se desnude! …¡Detenlo! ¡Detenlo allí!
Otro: (Simplemente no lo escucha) Concentrado de tomate. Inclinar. Vaciar. Girones de
sustancia roja previamente sometida al abrigo de un húmedo tonel. Vaciar. Recoger
con cucharilla. Licuar. Agregar. Revolver el nuevo grumo que probablemente ha
comenzado a oler.
Uno: Espera, cuidado con el humo… es una especie de erección… más grande… cada
vez más grande…
Otro: (Alucinado) Y entonces llevarla a la cama y descender sobre ella… y sentir…
sentir… sentir… como es un espacio que encuentra otro espacio… una protuberancia
albergada en su recoveco… piel y piel… y esa suave calma en las piernas… Revolver…
Revolver… Porque su breve destino es el rojo sangriento… el olor penetrante…
Uno: ¡No quiero! ¡No quiero! ¡No quiero!
Otro: ¡También Dios! ¡También puedo ser Dios! ¡Mírame ahora soplando! ¡También
puedo ser Dios!
Uno: ¡Oh, señor! Donde estés… Entiende que la antigua ley ha muerto… que guardo
dentro de mí la infinita capacidad de estar solo, el terrible ardor de la memoria y la
desesperada necesidad de inventar.
Otro: (Vehemente) Y entonces besar… la suave presión del labio, la humedad dulzona,
la burbuja en los dientes… el doble calor de dos calores diferentes… y morder, la
delicada suavidad… y revolver y revolver el caldero…

(A partir de lo anterior Uno parodia grotescamente un acto sexual)

Uno: Be-sar… Mor-der…

20
Otro: Y revolver el caldero… Apagar el fuego. No hay asistente cocina. Aplastar los
cálidos tomates… Recorrer con la punta de los dedos toda esa posibilidad que es el
cuello… el lugar mágico…
Uno: Extraer nada. Succionar nada. Chupar nada.
Otro: ¡Pero extraer, chupar y succionar! ¡Y aplastar los tomates! ¡Es tan importante
aplastar los tomates! ¡Sin la piel! ¡Sin la piel! ¡La piel es ácida! ¡Pero ya conozco una
piel que no es ácida!... ¡Su piel!... Humana piel… ¡Delicada piel! Recorrerla…
recorrerla… aprenderla… explorar… el pequeño escondrijo… suave… muy suave… no
hay peligro… no hay arañas, no hay aguijones, tan solo una manera de gemir… Y
quitarle la piel al tomate.
Uno: Explorar. Está ahí… Explorar… Recorrer… La escritura del ciego…. Me está
esperando en la punta de los dedos.
Otro: Y quitarle la piel al tomate… jugoso tomate… fresco tomate… Aplastar. Aplastar
hasta deformar…hasta licuar, plash… plash… plash… entonces llegar, centro… origen…
esencia… puedes hacer lo que quieras, pero tardo o temprano llegarás a este sitio, y si
no llegas, pobre de ti.
Uno: Húmedo. Húmedo. Húmedo.
Otro: ¡Licuar tomate! ¡Espeso tomate! Y vaciar… sobre los grumos concentrados…
Distinguir la dorada cebolla… y anegarla… anegarla… anegarla… y continuar. Tantas
cosas esperando en la enorme superficie… Tú creías que era pequeña… pero no, no es
pequeña… el rosado talón… la humilde separación de los dedos…
Uno: Morder. Morder. Morder.
Otro: Y vaciar la salsa nueva, el veteado rojo… ¡Y revolver! ¡Revolver! Agregar orégano.
Agregar pimienta. Y sal. Al gusto. Y esperar lo que es tuyo… ahora… después… o
ahora… simplemente ahora…
Uno: Ahora. Ahora. Ahora.
Otro: Ya falta poco. Cuestión de tiempo. Ya nada puedes hacer. Tal vez, el queso… ¡Y
un detalle! Hongos, tal vez… otro detalle. Hay paladares y paladares… Pero el tiempo
es uno solo, mi querido, uno solo, indivisible, exacto, una de las pocas cosas que
pueden aspirar a la perfección… y ahí está la culpa: tú y yo lo hemos dividido,
fraccionado, multiplicado, enfrentado… mientras tanto yo espero con ese péndulo que
he detenido… y tú te aprovechas lo que me pertenece… y trepas… y trepas… como la
primera máquina sobre la primera máquina… cuestión de engranaje… ya vas a
engranar esa extraña pieza… ya vas a engranar… ya te hundes… al fin y al cabo tú
tenías la posibilidad de descender.
Uno: Entrar. Entrar. Entrar.
Otro: ¡Y revolver! ¡Y revolver! ¡Y revolver!
Uno: Nada más. Nada más. Nada más.
Otro: Nada más. Es cuestión de tiempo. Dentro de poco flotará el olor.
Uno: (Grita) ¿Ya está?
Otro: Pobre hombre débil. Estoy cocinando. ¿Soy acaso el guardián de tus glándulas?
Uno: ¿Ya está?
Otro: Bueno. Si quieres. Ya está.

(Uno se precipita al suelo con un largo y prolongado quejido)


(Después de una pausa, Otro recita su Loa a las Grandes obras de Santa María de Fiore)

21
Otro: Caminábamos por las extrañas piedras de Fiésole,
cuando de pronto pensamos que era mejor,
emprender la más simple decisión. Recoger hormigas,
acercarnos a la casa del anticuario,
al cálido Palazzo Vecchio
o si se quiere, irnos a contar mentiras
en la diáfana altura de la torre del Giotto.
O, lo cual es mucho más simple,
contar las figuras del relieve,
frente a las puertas del Baptisterio.
Pero al final concluimos,
que era mejor aprender la historia
de Santa María de Fiore,
tal vez por la apacible inocencia del nombre.
Entonces aprendimos muchas cosas,
entre otras, la virtud de Brunelleschi ,
y la constancia de Bartolucchio di Michele.
Incluso lamentamos la muerte de Arnolfo,
acaecida en el fatal año de 1310.
Giotto -supimos- intentó el maravilloso campanario,
disfrutado mucho después por el tímido Andrea Pisano,
por Francesco Talenti, el obeso,
y por el triste Neri de Fioravante.
Saludamos sus nombres
y con todo eso en la espalda
nos atrevimos a hablar de un inmediato pasado. Fue así,
en Santa María de Fiore,
durante el pálido otoño,
a las seis y treinta de la tarde

(Después de una pausa recitan La leyenda de Castruccio Castracani, policía de


Ugoccione.)

Otro: (Acercándose a uno) ¿Qué? ¿Se come?


Uno: (Boca abajo en el piso) No puedo.
Otro: ¿Se habla de Fiésole?
Uno: No quiero.
Otro: (Simpático) ¿Desanimado?
Uno: Un poco.
Otro: No está bien eso. Es malo entregarse. Ellos esperan que te entregues.
Uno: No sé nada. Soy inocente.
Otro: ¿Inocente? ¿Quién es inocente? Nadie es inocente. Revísate. Saca afuera los
bolsillos.
Uno: No sé nada.
Otro: Eso es imposible. Siempre se sabe algo.
Uno: Déjame en paz.
Otro: Soy tu amigo. Tu único amigo.

22
Uno: Me gustaría quedarme solo.
Otro: ¿Quieres que pasee?
Uno: Me gustaría.
Otro: ¿Llamo?
Uno: ¿Quieres orinar?
Otro: No. Pero total, lo invento. (Pausa) ¿Llamo?
Uno: Toca.
Otro: (Inicia movimiento hacia la derecha)
Uno: No, no. Toca. Al lado. Puede ser que esté.
Otro: (Tocando en la caja de Uno) Hola, ¿cómo va eso? (Pausa) No está.
Uno: (Sin mirar) Toca.
Otro: (Toca de nuevo) ¿Gran travesía? Gran final.
Uno: No está.
Otro: (Señas urgentes) ¡espera!
Uno: ¿Qué?
Otro: Hay un nuevo sonido.
Uno: (Agitado) ¿Cuál?
Otro: El sonido de nada. Óyelo…

(Larga pausa)

(Oscuro)

Tercer tiempo

“A cio non fui io sol, disse, ne certo.


Senza cagion sarei cn gli altri mosso:
Ma fui io sol colá dove sofferto.
Fu per ciascundi torre via Fiorenza.
Coliu che la difese a viso aperto.”
(Dante Alighieri)

(Al encenderse la luz, Uno, de rodillas, intenta ordenar los objetos que hay en su caja.
Otro está sentado en primer plano al extremo izquierdo del escenario)

23
Otro: (canta) Ma dite, signor figaro, voi poco fa sotto la mie finestre parlavante a un
signore.
-Ah… un mío cugino. Un bravo giovinotto; buona testa, ottimo cor; qui vene y
suoi studi a compire, e il poverin cerca de far fortuna.
-Fortuna? Eh, la fará.
-Oh, me dubito assai: In confidenza ha un gran difetto adosso.
-Un gran difetto?
Ah, grande, e innamorato morto.
-Sí, davvero? Quel giovine, vedete, m’interessar moltissimo.
-Per Bacco!
-Non ci credete
-Oh, si…
Uno: (canta torpemente) La ran, la lera, la ran, la, la. La ran, la lra, la ran, la, la.
Otro: (Después de un bostezo) ¿Qué haces?
Uno: Un poco de orden.
Otro: ¿No arreglaste ayer?
Uno: Es igual. Arreglo hoy. Estiro los músculos.
Otro: ¡Qué tontería! ¡Se va a quedar igual!
Uno: Ya dije esa palabra: Igual. Evitemos las cacofonías.
Otro: Perdón.

(Se escuchan los ruidos de la formación)

Otro: ¡Por Dios! ¡Qué actividad!


Uno: ¿Dónde?
Otro: Allá abajo. ¡Qué actividad!
Uno: ¿No hablará ese?
Otro: No.
Uno: ¿Cómo lo sabes?
Otro: No lo sé, se me ocurrió decir que no. Si digo sí, la conversación sería diferente.
Uno: Esa historia idiota.

(Pausa)

Otro: ¿No responden al lado?


Uno: No.

(Pausa)

Otro: ¿Te gustaría orinar?


Uno: No tengo ganas.
Otro: Yo sí.
Uno: Toca.
Otro: Bueno (Otro camina en dirección a su caja. Toca imperiosamente.) ¿Vendrá?
Uno: Para eso le pagan.
Otro: (Toca con más fuerza) Me estoy orinando.

24
(Ruido)

Uno: Allí está


Otro: ¿Estás seguro de que no quieres salir?
Uno: No.
Otro: ¿Ni siquiera a cepillarse los dientes?
Uno: No.
Otro: ¡Muchacho! ¡Cuidado con el esmalte!
Uno: Anda. Te están esperando.
Otro: Cuídate.
Uno: Me cuentas el paseo.

(Otro sale)

Uno: Adiós. (Continúa arreglando su caja) Zapato, hojilla, cigarrillo, manta, envase. (Sin
mayor transición) No sé. Absolutamente no sé. ¿Cuánto tiempo? (Pausa) Libertad.
(Pausa) Quiero irme (Pausa) Quiero salir. (Pausa) sé que eso no está allí. (Pausa) Se
llama sol, pero no se llama sol. No es una palabra, quema, suda, arde. (Pausa) (Esconde
los objetos) Nada. En el primer día, Dios creó un zapato. (Arroja al suelo el zapato)
Crece, multiplícate. En el segundo día, Dios creó una hojilla. (Arroja al suelo el paquete
de hojillas) Crece, multiplícate. El tercer, día Dios creó un cigarrillo. (Arroja al suelo el
paquete de cigarrillos) En el cuarto día, Dios creó una manta. (Arroja al suelo la manta)
Crece multiplícate. En el quinto día, Dios creó un vaso de plástico. (Arroja al suelo el
vaso de plástico) Crece. Multiplícate. En el sexto día, Dios creó al hombre para que
fuera amo y señor de todas las cosas creadas. (Patea con repentina furia los objetos
que ha arrojado) Y en el séptimo día, descansó. Entonces, he aquí que el hombre
creado dijo: Necesito una compañera, para tomarla de la mano y recorrer toda esta
apasionante creación. Y entonces dijo: No. Y el hombre dijo: Señor, ¡te has cogido en
serio tu celibato! Y Dios respondió: ¡No! (Busca por todo el espacio) Entonces el
hombre careció de compañera para siempre. Y comenzó a multiplicarse con la técnica
de los gusanos. (Pausa) Le estaba prohibido poner huevos. Y aparecieron otros
hombres y otros hombres y otros hombre. Pero murieron, y solo quedaron dos. Yo,
entre ellos. Y al final, todo fue: zapato, hojilla, cigarro, manta, vaso de plástico. Yo. Él. Y
nada más… Bueno, nadie puede negar la gracia del chiste. Un hombre y un zapato
inventaron el humor. Risas. Aplausos. (Saluda)
(Otro regresa)

Otro: (Efusivo) ¡Hola!


Uno: (Efusivo) ¡Hermano!

(Gran abrazo)

Otro: ¡Cómo pasa el tiempo!


Uno: ¡Quien lo hubiera dicho!
Otro: Has engordado.
Uno: ¡Pero tú sigues igual!
Otro: Más o menos…

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Uno: Cuéntame, ¿cómo te fue?
Otro: Treinta y cinco metros. Creí que el viaje no iba a terminar nunca.
Uno: ¿A pie?
Otro: ¡Por Dios! Hay vehículos.
Uno: ¿Qué? ¿Cómodo?
Otro: ¿Cómodo?...
Uno: El viaje… ¿Cómodo?
Otro: ¡Pst! ¡No está mal del todo!
Uno: Cuenta, cuenta. ¡Debes haber visto tantas cosas!
Otro: Calla y escucha. (Pausa) Libro de viaje a las regiones equinocciales. Capítulo
Sexto. (Pausa) Cuando habíamos recorrido un solemne metro, mi acompañante y yo
nos topamos, por así decirlo, con la maravillosa puerta de acero de doble protección.
Envuelta en la palidez de la tarde, parecía contemplarnos con la actitud de un
testimonio vivo del rigor científico. Hierro y manganeso. Vulgo, acero. Impenetrable.
Opaca. Eterna. Primer éxtasis del viajero equinoccial. (Pausa) Pero ya el delicioso
aroma del desinfectante nos introducía en la inmensa extensión del pasillo. Un gris
alegre se ofrecía a los ojos candorosos del viajero. Olvidamos la constancia
tecnológica, y partimos en búsqueda de nuevas aventuras. A derecha e izquierda, las
humildes casitas, llenas de labrados cerrojos. Cada una de ellas, prolongaba el gris,
aún cuando con ciertos matices. Llamaba la atención el poético letrero que la mano
primitiva del pintor había dibujado, justo encima del postigo. Allí se leía: quince,
diecisiete, diecinueve; mientras que, en la hilera contraria, se podía distinguir la
armonía: dieciséis, dieciocho, veinte. El olor a creolina provenía olfativamente del
piso, un tanto mustio, aún cuando capaz de reflejar la incandescente luz de neón.
(Gesto) ¡Oh! ¡Cuántas riquezas se ofrecían a nuestra vista! Hermosos altorrelieves que
imitaban ingenuas grietas, puertas metálicas, barrocos, barrotes, e, incluso, sorpresa
de sorpresas, el interior entreabierto de una mansión. Los habitantes nos saludaron al
pasar, comprobando de esta forma el carácter hospitalario del sitio. Pero no nos
demoremos. Cuando habían transcurrido cinco segundos, llegamos al ansiado destino.
¿Cómo describir la sala de baños sin que parezca una absurda exageración? Bástenos
decir que jamás hombre alguno ha orinado en semejante ambiente, correspondiendo
a una extraña costumbre primitiva, nuestro guía no se separó ni un instante de
nosotros. Lo demás corresponde a la imaginación del lector. Él organizará los tubos,
los murales, las ventanas, las piezas de cerámica, la extraña vegetación. Nosotros
cerramos el capítulo.

(Después de una pausa recitan el poema escrito en ocasión del Risorgimento)

Uno: Me alegro de verte.


Otro: (Por los objetos) Pero, cómo. ¿No los habías arreglado?
Uno: Un pequeño desorden.
Otro: Bueno, una vez en casa, prosigamos con la vida cotidiana. ¿Podemos jugar?
Uno: ¿A qué?
Otro: A Edison. ¿No te gustaría una buen apartida de Edison?
Uno: (Pausa) ¿Tienes que ser así? Justamente ahora cuando pensaba en Fiésole.
Otro: Fié-so-le.
Uno: ¿Nunca te hable de la cuesta?

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Otro: No.
Uno: ¿Ni del pavimento? Es decir, de las piedras. ¿Nunca te hablé de las piedras?
Otro: No.
Uno: ¿Te imaginas la sensación de pisar una piedra… pisar sobre piedras… que otros
han pisado…?
Otro: ¿Cómo es?
Uno: ¿Qué?
Otro: Fiésole, ¿cómo es?
Uno: Como piedras. La enajenación de un arqueólogo. Piedras surcadas por una fina
trama de energías, sudores, lascivias…
Otro: ¿Lascivias? ¿Cómo lascivias?
Uno: Tiempo. Caramba. Volver hacia atrás la memoria y pronunciar con franca
desfachatez el sonido ochocientos veintidós.
Otro: ¿Ochocientos veintidós qué?
Uno: Años.
Otro: ¿Piedras de ochocientos veintidós años? ¡Qué tontería!
Uno: No. Piedras colocadas en el año ochocientos veintidós.
Otro: (Entusiasmado) ¿En Fiésole?
Uno: En Fiésole. Siete mil años…
Otro: ¿Piedras con gente? ¿Personas?
Uno: Te lo juro. Personas.
Otro: O sea, que si estás en Fiésole, eres capaz de recordar las cosas del año
ochocientos veintidós…
Uno: Bueno, simplemente sí. Claro, están en los libros. ¡Oh, esos gruesos tomos
quebradizos y amarillentos...! ¡Todo!
Otro: (Asombrado) ¡Qué cantidad de memoria!
Uno: No es posible imaginarlo.
Otro: ¿Qué más? Sigue…
Uno: Bueno, están esos árboles de cementerio… la empinada cuesta… La piedra
escoriada… La panadería de Savonarola…
Otro: ¿Qué más?
Uno: Y el aire transparente… cuando desciendes… y contemplas el río…
Otro: ¿Rio?
Uno: Río Arno. Arno.
Otro: Ar-no. Corre. Fluye. Deslizándose entre las piedras históricas del ochocientos
veintidós. Arno. Boca arriba. Extendido.
Uno: Tendrías que haber visto ese río. Hermoso río
Otro: Sigue. Me asomo a un balcón en Fiésole. Mi casa de Fiésole. Modesta casa.
Modesto auto. ¿Veo el río desde el balcón?
Uno: ¿Al río?
Otro: ¿Lo veo?
Uno: ¿Al Arno?
Otro: Arno. Río Arno. ¿Lo veo?
Uno: (Después de una pausa) No sé.
Otro: ¿Lo veo?
Uno: Sí. (Pausa) Lo ves.
Otro: Cuéntame del balcón de mi casa en Fiésole, cuando veo el río.

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Uno: Madera. Probablemente balcón de madera. Y piso de madera. Te vuelves hacia el
interior, y recorres esa gran habitación del techo alto y olor vegetal… Es como si la luz
se empozara…
Otro: Bello… bello… bello…
Uno: Bello, de verdad, muy bello.

(Después de una pausa, recita Uno El segundo poema de las corporaciones)

Uno: Entonces, qué es todo esto sino el último final del eco,
la aventura triste de una corporación fracasada,
la verdad de lo que soy cuando ignoro mis diversiones,
cuando no estoy en la mesa de aquel café,
cuando no oigo a quienes proclaman el cambio,
cuando no me convencen a mí, el gran convencido,
cuando hablan de reventar las estructuras,
y no estoy yo presente, resultado de mi propio reventón,
cuando me desespero y soy capaz de gritar todo esto,
frente a nadie,
cuando me reconozco futuro y sonrío a lo ya recorrido,
cuando escucho la teoría del salto,
y siento que soy yo quien ha saltado.
Pobre de mí cuando reconozco mi error,
cuando estoy aquí y me dirijo a los grandes,
y digo: Bueno. Soy inocente. No tengo nada que ver.
Justamente porque no puedo tener nada que ver.
Y sobre todo, cuando siento toda esta pobreza de tiempo,
cuando soy el más anciano de la tribu,
el brujo liberado, el científico curandero,
curandero a medias, atado a la puerta,
pero, tesonero, en el acto de cortar las ligaduras
¿Qué hago aquí, contigo, en segundo grado de inocencia?

Otro: ¡Puf! Irresistible. Cuando hablas de Fiésole te justificas ante mis ojos, pero
cuando adoptas ese aire declamatorio me pareces francamente aburrido… (Recuerda)
…Estábamos… Estábamos… En el pozo de luz… Allí comenzó el desastre. Habla,
acusado, ¿qué más?
Uno: Por hoy, nada más. Al fin y al cabo es una ciudad pequeña, y tú y yo tenemos
tanto tiempo.
Otro: Entonces, ¿una partidita de Edison?
Uno: Anda.
Otro: Uno. Dos. (pausa) Tres.
Uno: Máquina estiradora de piel.
Otro: Juega. Bótala.
Uno: Pinza en el hombro derecho. Pinza en el hombro izquierdo. Pinza en la barriga.
Pinza en las nalgas.
Otro: Juega, bótala.
Uno: (Silba) Comienza a estirar. Y estira. Y estira. Y estira.

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Otro: (Aúlla)
Uno: Y revienta, y descose, y desgarra.
Otro: Economía de la máquina.
Uno: Industria del calzado. Nuevo modelo de piel en cuatro tonos: blanco, negro,
amarillo cobrizo.
Otro: (Como una señal de juego) ¡Edison!
Uno: Uno a cero.
Otro: Edison. Gran tostador polidireccional de grasas.
Uno: Juega. Bótala.
Otro: Chupón afilado en la barriga. Chupón afilado en la cadera. Chupón afilado en las
nalgas.
Uno: Repitió. Barriga y nalga. Edison. Dos a cero. (Piensa)
Otro: ¡Edison!
Uno: Gran extractor de huesos.
Otro: Juega. Bótala.
Uno: Cilindro metálico en el cráneo. Cilindro metálico en las plantas.
Otro: Juega. Bótala.
Uno: (Silba) Presión. ¡Fuera hueso!
Otro: Edison.
Uno: Tres a cero.
Otro: Turno.
Uno: Edison.
Otro: Pequeña tostadora manual.
Uno: Juega. bótala.
Otro: Plancha de acero en la panza.
Uno: Repitió. Barriga o panza. Edison. Cuatro a cero.
Otro: Basta. Estoy cansado. Me cansa perder.
Uno: Como quieras. (Pausa) Podríamos dormir, ¿no te parece?
Otro: Me cansa dormir. Demasiada inconciencia.
Uno: Podrías interrogarme.
Otro: Me cansa interrogarte. Demasiada crueldad.
Uno: ¿Sexo?
Otro: Me cansa el sexo. Oquedades superficiales.
Uno: ¿Por qué no cantas?
Otro: ¿Cómo?
Uno: ¿Qué por qué no cantas?
Otro: ¡Bueno (Pausa) Evviva il mio padrone! Due ore, fitto in pie, lá come un palo mi fa
aspetare e poi… mi pianta e se ne va. Corpo di Bacco! Brutta cosa servir a un patrón
come questo. Novile, giovinotto e innamorato; questa vita, ¡cospetto… e un gran
tormento! ¡Ah, durarla cosí non me la sento…

(Después de una pausa recitan La oda al Fray Giovanni Angélico de Fiésole)

Uno: ¿Y si nos fuéramos?


Otro: ¿Cómo?
Uno: Digo, si nos fuéramos…
Otro: ¿Perspectivas?

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Uno: La gran travesía.
Otro: ¿El territorio del marinero extraviado?
Uno: Si toda esa gente. Con su historia. Toda esa porquería.
Otro: No sé. (Pausa) ¿Volverás a contarme lo de Fiésole?
Uno: Seguro.
Otro: (Pausa) Hombrecito: ¿Te preocupan las cosas patrióticas?
Uno: No.
Otro: ¿Eres de los que se emocionan al identificar una flor?
Uno: No.
Otro: ¿Puedes odiar?
Uno: No sé.
Otro: Cuando estés dispuesto a odiar, comenzarás a olvidarte de Fiésole. Dirás, he aquí
que Dios o Alá o Buda, me lo tenían reservado… ¡Caramba! … ¡Y tan callado que
estaba! Ocurrirá cuando odies cada milímetro, cuando no esperes nada, cuando te de
igual cualquier verdad.
Uno: Cualquier verdad.
Otro: Fiésole, por ejemplo, vio morir al pequeño fra Angélico, durante ochenta años,
en el convento de los dominicos. A ratos pintaba un azul muy especial, mientras
recordaba su lejano exilio.
Uno: (Pausa) ¡Qué cantidad de tiempo!
Otro: Pasa.

(Se escuchan los sonidos de la formación)

Uno: Esos han inventado sus vidas… A veces, cuando los oigo, me digo… ¿Es cierto?
¿Existen?
Otro: (Imita los sonidos) ¿Existen?
Uno: Y presiento que no puedo responder. Justamente porque estoy al lado, porque
visité un café.
Otro: Ca-fe. Semilla aromática.
Uno: Entonces me han puesto al lado, como al vecino. Un día comenzarán a tocarme
en la pared. Y yo estaré solo. Tú te habrás ido.
Otro: ¿Adónde?
Uno: A Fiésole.
Otro: No.
Uno: Lo harás, estoy seguro.
Otro: No es mi derecho.
Uno: Pero lo harás. Entonces todos los días de Año Nuevo, podré leer una carta.
Otro: No. No. No.
Uno: Tú no tienes la culpa. Yo tampoco. Pero tú menos. Tarde o temprano vas a
ascender esa cuesta de piedras, vas a memorizar los sonidos de Fiésole… tarde o
temprano.
Otro: No. No. No.
Uno: Mentira. Sí. Sí. Sí.
Otro: Mi querido amigo, no puedo abandonarte. No es justo que te abandone. Vivimos
en nuestro lugar de equivocaciones, pagando pequeñas culpas, accidentes históricos,
torpezas, pero al fin y al cabo vivimos… pero, Fiésole… ¿Qué puedo hacer? Como un

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ciego… ¿qué puedo hacer? Todo este tiempo asesinando a una ciudad… Buscaré los
árboles tristes… incluso recordaré que se llaman cipreses, y me dará vergüenza
recordarlo… ¿No lo entiendes? Es nuestra vida. Matarnos un poco… Hablar… Hablar…
Hablar… No quiero ver nada. No puedo hacer otra cosa que no sea quedarme. Yo
mismo cerraré mi puerta. Orinaré aquí. Ni siquiera volveré a atravesar la extensión del
pasillo.
Uno: Agonizas.
Otro: Inventaré un juego. Reconoceré tu caja como la única criatura del universo.
Inventaremos una religión, según la cual tú eres Dios, y yo, el anti-Dios. Crearemos al
hombre zapato, que nos adorará. Un día practicaremos inmensas reformas. Correrá
nuestra sangre. Nivelaremos las clases sociales. Controlaremos los medios de
producción. Solos. Absolutamente solos
Uno: Me da asco toda esa conformidad.
Otro: Y entonces, cuando estos dos últimos hombres sean capaces de enfrentar toda
esa miserable historia, entraremos en la soledad de dos, la soledad par que nos iguala.
Y callaremos.
Uno: Callar.
Otro: Callar. Nuestro futuro es callar. Un día no necesitaremos hablar. Nos
entenderemos por signos gramaticales.
Uno: Interrogación.
Otro: Admiración. Puntos suspensivos….
Uno: Coma.
Otro: Punto y coma.
Uno: (Ríe) Dos puntos.
Otro: Diéresis.
Uno: Acento.
Otro: Y todo este vasto silencio.

(Después de una pausa, Uno recita Las lamentaciones de Fiésole)

Uno: No es nada, es como un final.


y sin embargo también puede ser un juego.
Callar es a veces un juego,
una triste manera de ser…
Recordemos ahora las guerras del duque de Milán.
Otro: Piedad para él.
Uno: La carnicería del rey de Nápoles.
Otro: Piedad para él.
Uno: Los cadáveres de la armada veneciana.
Otro: Piedad para ellos.
Uno: La magnificencia de la corte de los Medicis.
Otro: Piedad para ellos.
Uno: Las divagaciones del gran Leonardo.
Otro: Piedad para él.
Uno: La muerte del savio Savonarola.
Otro: Piedad para él.
Uno: La insistencia del agudo Galileo.

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Otro: Piedad para él.
Uno: El gesto pícaro del infantil Bocaccio.
Otro: Piedad para él.
Uno: El hermoso nombre de Américo Vespucci, el cartógrafo.
Otro: Piedad para él.
Uno: Los músculos pectorales del terrible Miguel Ángel.
Otro: Piedad para él.

(Pausa)

Uno: Y recordémonos a nosotros mismos. Pobres confundidos. Digamos con humildad:


esta es nuestra casa, nuestro hogar, nuestras cosas, nuestra vida, nuestras palabras,
nuestro silencio. Tú y yo.
Otro: Piedad. Piedad. Piedad.

(Largo silencio)

(Se escuchan los sonidos de la formación: voces, botas, armas.)

(Oscuro)

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