Esis de Aestría: E F L - R
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TESIS DE MAESTRÍA
EL CONCEPTO DE CONTRATRANSFERENCIA EN
LA OBRA DE FREUD Y LACAN.
REFLEXIONES SOBRE SU LUGAR EN LA TEORÍA Y
SU VALOR CLÍNICO EN PSICOANÁLISIS
Fruto de un trabajo de muchos años, esta tesis es, sin lugar a dudas, una obra colectiva.
Por ello, antes de dar lugar al resultado de este recorrido de investigación, quiero
dedicarle unas líneas a agradecer infinitamente a todos aquellos que han formado parte
de este camino.
A los colegas con quienes fui compartiendo este recorrido, quienes me aportaron
lecturas y puntos de vista que enriquecieron enormemente mi perspectiva. Sería
imposible nombrarlos a todos, pero a cada uno de ellos les agradezco su entusiasmo y
su ayuda, que en ocasiones llegaron cuando más lo necesitaba. En particular, quiero
referirme aquí a mis docentes y compañeros de la Maestría en Psicoanálisis, con quienes
transité estos 4 años de formación. Además, quiero agradecerle especialmente a Jaime
Fernández Miranda, quien a través de su escucha en el espacio de supervisión fomentó
mi interés por esta temática, al mismo tiempo que me invitó a ampliar mis referentes
teóricos, ayudándome así a profundizar mis reflexiones.
1
A mis compañeros del dispositivo de Centros de Día públicos de la Provincia de Santa
Fe, con quienes comparto el desafío cotidiano del trabajo en territorio con adolescentes
y jóvenes. Este año y medio me ha enriquecido muchísimo como persona y como
profesional, haciéndome, a la vez, más crítica y más sensible frente a la realidad. Por
otro lado, quiero agradecer especialmente a quienes, a partir de la tarea cotidiana, han
llegado a convertirse en queridos amigos con quienes comparto mucho más que el
trabajo: su afecto, buen humor y camaradería han sido un factor decisivo a la hora de
sostener largos meses de intenso trabajo y estudio ininterrumpidos.
A mi familia: mis padres, Alcides y Adriana, y mis hermanas, Verónica y Daniela, por
contenerme y alentarme a continuar en todo momento. Por leer mis producciones, por
estudiar a mi lado, y fundamentalmente por su apoyo y su cariño incondicionales.
Todas las personas mencionadas han sido, entonces, una parte fundamental de este
proceso. Sin la presencia y el aporte de cada uno esta tesis no hubiera sido posible.
Junto a ellos transité estos años de intenso trabajo y con ellos celebro su culminación. A
todos, GRACIAS.
2
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
3
CAPÍTULO 4. La contratransferencia en el centro del debate ............................ 104
Roger Money-Kyrle. La contratransferencia, clave para la comprensión del
paciente ......................................................................................................................... 104
Margaret Little. ¿Del “analista espejo” a las confesiones del analista? ........................ 107
Lucy Tower. La contratransferencia o “el meollo esencial y vivo” del análisis ........... 115
Hacia la lectura crítica de Lacan sobre la contratransferencia ...................................... 127
4
INTRODUCCIÓN
Por otro lado, y en articulación con esto, podemos afirmar que los mayores
obstáculos con los que choca el psicoanálisis son inherentes a su práctica. Es así que
podemos decir, siguiendo las palabras introductorias de Liliana Baños e Isabel
Steinberg en su libro Dificultades de la práctica del psicoanálisis, que no se trata de una
práctica con dificultades, sino de una práctica de la dificultad; un quehacer en el que el
obstáculo no es algo a esquivar, sino que es estructural y estructurante. En palabras de
Steinberg, “las dificultades de la práctica (…) no son problemas que demandan
solución, sino más bien razones que conciernen al corazón mismo del quehacer
analítico” (en Baños y Steinberg, 2012: 77).
1
Por razones teóricas y para facilitar la lectura y seguimiento de la argumentación, las citas se realizarán
con el año de publicación original. El lector puede consultar el año de la edición utilizada para la escritura
de esta tesis en la Bibliografía.
5
Varios son los conceptos que atraviesan la reflexión e interrogación acerca de las
dificultades de la práctica del psicoanálisis, pero será la noción de contratransferencia la
que constituirá el núcleo de esta tesis de maestría. De esta forma, nos proponemos
abordar el concepto en la obra de Sigmund Freud y Jacques Lacan, a fin de reflexionar
críticamente acerca de su lugar actual en psicoanálisis.
Fueron los psicoanalistas posfreudianos los que retomaron esta noción y, a partir
de finales de la década de 1940 y principios de 1950, reinstalaron la cuestión en el
6
ámbito psicoanalítico, produciendo posturas diversas –y en ocasiones contrapuestas-
respecto del lugar de la contratransferencia en el análisis. Aparte de la importancia de
estas producciones, que son retomadas en algunas líneas psicoanalíticas hasta el día de
hoy, este momento histórico resulta significativo por coincidir con el momento en que
Lacan propuso su “retorno a Freud” y comenzó su enseñanza en psicoanálisis.
En este marco, Lacan realizó muy tempranamente una relectura del tema de la
contratransferencia que retomó en numerosas oportunidades, y a partir de entonces se le
atribuye el haber desvanecido esta cuestión del corpus teórico y la reflexión clínica en
psicoanálisis. Quizás por esto podemos plantear que la noción se ha visto
significativamente relegada en el trabajo analítico (tanto teórico como clínico) de
orientación lacaniana, mientras que analistas de diversa orientación, como por ejemplo
aquellos miembros de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y su componente
argentino (APA)2, continúan dando al concepto un lugar de importancia.
¿Cómo justificar entonces una investigación que tome como eje un concepto al
que Freud dedicó muy pocas reflexiones y condenó desde el inicio, y al que Lacan
denominó un “término impropio” (Lacan, 1960-1961: 227)?
2
Tomamos el término “componente” y no “filial”, haciendo eco del planteo de Federico Luis Aberastury
(2004: 107) quien sostiene que esta denominación da cuenta de la posición crítica de la APA respecto de
la pretensión de monopolio de la IPA respecto del psicoanálisis. Según el autor, el pluralismo existente
actualmente en la APA es uno de los mayores exponentes del abandono de aquella pretensión por parte de
la Asociación Internacional.
7
Gloria Leff y Alberto Cabral en las referencias realizadas a continuación y otros autores
que revisaremos en el curso de esta investigación3. De esta manera, y porque la
contratransferencia está atravesada por un proceso de delimitación como el descripto, es
que la consideramos un concepto psicoanalítico que vale la pena investigar en sus
movimientos y en sus reformulaciones.
Por otro lado, nos parece interesante retomar, para fundamentar la elección del
tema, los planteos que Beatriz de León y Ricardo Bernardi realizan al respecto al
comenzar su libro titulado Contratransferencia:
3
La articulación entre la cuestión de la contratransferencia y la constitución y delimitación de las
instituciones psicoanalíticas resulta un tema muy interesante. Vale mencionar que la necesidad planteada,
desde la introducción misma del término por parte de Freud, de reconocer y controlar la
contratransferencia hizo de ella el principal fundamento del dispositivo de análisis didáctico, que está en
el núcleo de la doctrina de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), (ver, por ejemplo: Racker,
H., 1953: 156-157). Si bien realizaremos algunas alusiones a esto a lo largo del escrito, este es un tema
que, por su complejidad y amplitud, no abordaremos directamente en esta tesis. No obstante, esperamos
que este trabajo resulte ser un antecedente interesante para futuras investigaciones sobre la temática.
8
vigente, desde nuestra perspectiva, en algunos sectores del psicoanálisis- en que la
condena de la contratransferencia marcaba la pertenencia a la enseñanza de Lacan (Leff,
2007: 65).
Así, quizás sea éste uno de los conceptos que más controversia ha generado a lo
largo de las generaciones de psicoanalistas, llegando a acuñarse el término “autores
contratransferencialistas” (Cabral, 2009: 10) para designar a aquellos analistas que
reconocen en la contratransferencia un ordenador de su práctica.
De esta forma, ésta ha tenido dos destinos casi opuestos dentro del psicoanálisis.
Dentro de una línea (más ligada a los autores ingleses y filiada en la Asociación
Psicoanalítica Internacional), la contratransferencia sigue considerándose un término
absolutamente legítimo y vigente para pensar la práctica analítica. Por el contrario,
dentro de otra línea (fundamentalmente inscripta en la enseñanza de Lacan), aquella ha
sido sistemáticamente desplazada del debate teórico y clínico, por lo cual sólo
excepcionalmente se la menciona en escritos e investigaciones, y en general se la
considera un término en desuso. ¿Pero se trata realmente de un asunto superado?
Por otro lado, nos preguntaremos si, gracias a la articulación con reflexiones más
recientes, la contratransferencia puede pensarse como un concepto todavía válido. ¿Se
trata de algo que hay que prevenir, sofrenar y contra lo que hay que luchar, tal como
podemos leerlo en los escritos técnicos de Freud? ¿Se trata de la suma de prejuicios del
analista, tal como en ocasiones la ha definido Lacan, que vendrían a obstaculizar la
escucha? ¿Es acaso un término impropio, como dirá más tarde, dado que se trata de un
“efecto irreductible de la situación de transferencia” (Lacan, 1960-1961: 223), de “la
implicación necesaria del analista en la situación de transferencia” (p. 227)? ¿Debemos
considerar que asistimos a una innecesaria división de los términos que termina
9
ocasionando la evasión del verdadero centro del asunto: la cuestión de la transferencia
en la cura (Lacan, 1964: 239)? ¿Cómo considerarla hoy? Creemos que se trata de un
tema sumamente rico para abordar en una investigación, ya que, como dijimos,
pensamos que no es tratado suficientemente en la actualidad. Para ello, asumiremos una
posición crítica respecto de que una condena de la contratransferencia ha funcionado en
el pasado y lo sigue haciendo como marca de pertenencia al marco teórico lacaniano
(Miller, 2003: 7; Leff, 2007: 65; Cabral, 2009: 25-32), ya que pueden leerse en la obra
del autor algunos matices que no permiten cerrar la cuestión en lecturas dicotómicas.
Por todo lo dicho, consideramos que abordar la temática desde una lectura de
Freud y de Lacan (sin excluir, por ello, otros autores que pueden aportarnos elementos
para la reflexión crítica) puede significar una ganancia no sólo desde el punto de vista
teórico sino también clínico. Tomando reflexiones de Alberto Cabral respecto de la
práctica analítica, podemos decir que “cuanto más advertido esté el analista –tanto de
sus fundamentos como de los deslizamientos que pueden embotarla- serán mayores sus
4
Debido a su complejidad y a la extensión que un tratamiento en profundidad ameritaría, no realizaremos
en esta tesis un abordaje específico de la cuestión del deseo del analista, dejándolo para futuras
investigaciones.
10
posibilidades de desempeñarse con eficacia. De ahí la importancia que le asignamos al
debate en torno al deseo del analista y la contratransferencia (…)” (Cabral, 2009: 44).
En este sentido, vale también destacar que nos anima, en la elección de este tema, un
interés singular ligado al ejercicio de la clínica: el interés por profundizar y enriquecer
una lectura de la propia práctica gracias a un deslinde más claro de los conceptos.
Por otro lado, dadas las características del concepto abordado, nos interesa
retomar dos cuestiones que delinearán el camino recorrido en esta tesis.
En primer lugar, nos parece interesante retomar la impronta que Freud dio, desde
sus inicios, al psicoanálisis como método de investigación. Para esto podemos recuperar
el rastreo etimológico que realiza Pura Cancina (2008: 7-8) sobre el verbo “investigar”.
Se trata de una palabra que deriva de “vestigio”, que antiguamente denotaba a la planta
11
del pie. De allí se llega a la suela del calzado y, por derivación, el término comienza a
significar la huella que deja el pie allí por donde pasa. Esta etimología resulta pertinente
para pensar al psicoanálisis como método de investigación, ya que la atención a los
vestigios, las huellas, los indicios, son centrales en el trabajo de éste. Y en este punto
podemos realizar una articulación con un paradigma descripto por Carlo Ginzburg,
denominado: “paradigma indiciario”. Ginzburg construye este paradigma a partir de las
características del procedimiento utilizado por tres personajes provenientes de diferentes
ámbitos: Giovanni Morelli, Sherlock Holmes (el célebre personaje creado por Conan
Doyle) y Sigmund Freud. Cada uno desde su lugar -la crítica de arte, la investigación
policial y el psicoanálisis, respectivamente- afirmó que no se trata de investigar a partir
de los grandes rasgos o características más salientes de un objeto o una situación, sino
de “examinar los detalles más omitibles” (Ginzburg, 2004: 70), los “indicios que a la
mayoría le resultan imperceptibles” (p. 72), con el fin de llegar a una verdad que hasta
el momento permanecía oculta (la verdadera autoría de una pintura; el verdadero
responsable de un misterioso crimen; o las mociones en conflicto escondidas tras un
síntoma, un sueño, un lapsus, etcétera). Se trata, en este paradigma, de la construcción
del saber denominado “venatorio”, que consiste precisamente en la posibilidad de
aprehender una realidad compleja que es inaccesible a la observación directa, a partir de
datos aislados y aparentemente omitibles o sin importancia. Así, se ponen en primer
plano las huellas, las señales, los detalles, los indicios dejados de lado ordinariamente,
para hacer de ellos la vía de acceso a fenómenos inaccesibles por otros medios.
12
investigación una inspiración ensayística. Con esto hacemos referencia al recurso al
ensayo como forma, tal como lo ha caracterizado Theodor Adorno (1962). Retomamos
de este autor la idea del ensayo como un medio para dar lugar a la interacción de los
conceptos, sin pretender una definición acabada de los mismos e impugnando así un
abordaje lineal de las cosas. Así, en el trabajo de lectura se irán construyendo
constelaciones conceptuales, ya que un concepto (en este caso, el concepto de
“contratransferencia”) no puede analizarse desde una definición aislada, sino en su
interacción con otros conceptos psicoanalíticos. En esta línea tomamos también los
aportes de Alberto Giordano, quien, haciendo referencia al recurso al ensayo, devuelve
su dignidad al “asombro, el desconcierto y el vértigo de la conjetura que experimentan
los sujetos en trance de saber” (Giordano, 1998: 55). Se trata, así, de restituir el vínculo
entre los conceptos y los problemas e interrogantes que les dieron origen y los siguen
atravesando, a través de una lectura crítica y una escritura problematizante. Asimismo
nos inspiramos en los planteos de Carlos Kuri acerca del ensayo y su estatuto de
“interpelación polémica”, y retomamos la idea de que el ensayo es “el género adecuado
para reflejar la subjetividad, adecuado a la plasticidad de la vida” (Kuri, 2001: 102).
Asimismo, Kuri sostiene que “en sentido estricto el sujeto, marca nominal de la
enunciación, únicamente deberíamos vincularlo al discurso del ensayo” (p. 115).
13
MARCO TEÓRICO. LOS REFERENTES QUE ORIENTAN EL RECORRIDO
14
psicoanalistas que más tarde fueron objeto de los comentarios más célebres del
psicoanalista francés. De esta manera, en un primer capítulo estudiaremos los aportes de
Donald Winnicott y Paula Heimann. Por otro lado, y por su importancia en el contexto
psicoanalítico argentino, haremos un comentario de los aportes de Heinrich Racker,
quien fuera un importante exponente de la formación y la investigación en la APA, ya
que se trata de alguien que representa cómo la cuestión de la contratransferencia se puso
en juego en el contexto institucional de nuestro país. Horacio Etchegoyen (1986: 241 y
sigs.), en el estudio que realiza de los aportes principales que se hicieron desde la época
de Freud a la cuestión de la contratransferencia, ubica a la teoría de Racker a la altura de
los aportes de Heimann, ya que siendo simultáneos y sin embargo autónomos, tienen el
valor de ser pioneros en la elaboración de teorías originales sobre el tema. Con este
recorrido como base, dedicaremos el capítulo posterior a los planteos de Roger Money-
Kyrle, Margaret Little y Lucy Tower.
Luego de esto, en la tercera parte nos centraremos en los aportes que Lacan ha
hecho al respecto, para lo cual haremos un recorrido por los escritos y seminarios
pertinentes, intentando ampliar la lectura que clásicamente se ha hecho de la
conceptualización lacaniana de la contratransferencia. Nos interrogaremos, así, acerca
de si resulta válido, a partir de su teorización, desterrar el concepto de la reflexión
teórico-clínica del psicoanálisis, en beneficio de conceptos tales como “transferencia” y
“deseo del analista”.
15
ESTADO DE LA CUESTIÓN. LA ACTUALIDAD DEL DEBATE SOBRE LA
LACANIANO?
A este intercambio y a los escritos posteriores que de alguna manera hacen eco
de este debate nos dedicaremos a continuación, con el fin de abrir algunas líneas de
interrogación que serán retomadas todo a lo largo de esta investigación.
5
Alberto Cabral propone dar a dicho intercambio el estatuto de responsable del relanzamiento del debate,
a partir de detallar los efectos del mismo, en términos de publicaciones, en diferentes ámbitos
psicoanalíticos (Cabral, 2009: 11). Consideramos que el libro de Cabral en el que esta idea es propuesta, y
otras publicaciones que éste no tiene en cuenta, también pueden pensarse en esta misma línea de
interpretación.
17
Resulta significativo que, así como Freud introdujo el tema de la
contratransferencia en la conferencia titulada “Las perspectivas futuras de la terapia
psicoanalítica”, el debate mencionado, que vuelve a poner en el centro el tema de la
contratransferencia, se titula “El porvenir del psicoanálisis”. Noventa y dos años
separan los planteos de uno y otro, y nos permiten poner en perspectiva el devenir de la
contratransferencia dentro del psicoanálisis.
En el marco del intercambio entre estos dos analistas, se les pregunta acerca de
la existencia de incompatibilidades o diferencias teóricas entre los miembros de una y
otra asociación: la IPA y la AMP. Al respecto, Widlöcher ubica la centralidad que tiene,
para los analistas de la IPA, la asociación libre y la atención flotante, en el marco de una
relación que tiene dimensiones transferenciales y contratransferenciales. Esto define,
para él, la escucha analítica, y se pregunta por la distancia existente con la “escucha
‘lacaniana’” (Widlöcher, Miller y Granger, 2002: 1056). A partir de esto, Miller intenta
dar cuenta de la especificidad del “ser lacaniano”. Luego de un rodeo en el que afirma
que el colectivo de analistas lacanianos no es homogéneo ni compacto, encuentra en la
contratransferencia la posibilidad de, no obstante lo dicho anteriormente, dar entidad a
la división entre “la práctica que procede de Lacan” y “todas las demás” (p. 1059). Así,
Miller sostiene que a partir de que la contratransferencia volvió al centro del debate
psicoanalítico a partir de la década de 1950, momento en que Lacan comenzaba su
enseñanza, se constituyeron dos vías diferentes: aquella abierta por los escritos de Paula
Heimann (y Heinrich Racker en Argentina), y aquella línea inaugurada por Lacan. A
partir de este momento, Miller afirma que “una práctica del psicoanálisis basada en el
cultivo y en la explotación de la contratransferencia” (p. 1060) llegó a convertirse en el
elemento aglutinador de todo un grupo de analistas que, por lo demás, podían seguir
sosteniendo sustanciales diferencias. Tal como veremos en la segunda parte de esta
tesis, el planteo del autor es por lo menos parcial, ya que incluso dentro de las primeras
generaciones de psicoanalistas posfreudianos no dejaron de existir los enfrentamientos
respecto del estatuto, el uso y el valor de la contratransferencia en los tratamientos
analíticos. Ahora bien, dado el lugar que ocupa Miller dentro de lo que se podría
denominar “psicoanálisis lacaniano” (aunque compartimos la visión de que no se trata
de un colectivo homogéneo), lo que interesa destacar es la afirmación que sigue:
“En cambio, si nos ponemos a averiguar qué separa a los lacanianos de los
demás, encontramos esto: el manejo de la contratransferencia está ausente de
18
la práctica analítica de orientación lacaniana, no está tematizada en ella y
esto es coherente tanto con la práctica lacaniana de la sesión breve como con
la doctrina lacaniana del inconsciente” (Widlöcher, Miller y Granger, 2002:
1060).
Esto está en consonancia con las ideas transmitidas por Miller en el curso
dictado en el marco del Departamento de Psicoanálisis de Paris VIII, durante los
primeros meses del año 2002, es decir, poco antes del debate con Widlöcher. Allí dice a
su auditorio que podemos ver a la enseñanza de Lacan “como un rechazo de la
contratransferencia, modulado incesantemente de formas diversas” (Miller, 2003: 7), y
más adelante sostiene que “concebir a la contratransferencia como un instrumento,
como un medio de la cura, resulta de una posición herética, no freudiana (…). Este es el
criterio que funda la ortodoxia freudiana de la enseñanza de Lacan y de la práctica que
de ella resulta” (p. 8).
Volviendo a Miller, este denuncia, en los analistas que han dado lugar a la
contratransferencia en sus reflexiones teórico-clínicas, un excesivo interés puesto en los
procesos internos del propio analista, agregando que, sin duda, hay ahí un goce del
propio pensamiento que califica de autoerótico. Agrega que, tal como él lo concibe, lo
que ocurrió a mediados del siglo XX es que “los analistas comenzaron a sufrir de una
falta de objeto, la falta de un acceso directo al objeto de su experiencia, falta que sin
embargo era de estructura puesto que estaba determinada por la definición freudiana de
ese objeto como lo inconsciente” (Widlöcher, Miller y Granger, 2002: 1061). Esta
19
imposibilidad de acceder al Inconsciente, salvo a través de sus efectos, fue para Miller
la causa de que los analistas se volcaran al análisis de aquello a lo que sí podían acceder
directamente: sus propios procesos de pensamiento. Éstos se constituyeron entonces
como la vía de acceso al psiquismo del paciente. Esta es una idea que el autor ya venía
trabajando en el curso dictado por él y ya citado anteriormente:
20
Miller vuelve sobre ese punto, afirmando que Lacan centró el análisis en el
discurso del paciente y que lo que caracteriza a la clínica lacaniana es no ser “una
clínica relativista, puesta en concordancia con la singularidad contratransferencial de tal
o cual analista, sino una clínica que, aunque bajo transferencia, apunta a la objetividad”
(Widlöcher, Miller y Granger, 2002: 1063). En este punto, Miller retoma los planteos de
Lacan respecto de la posición del analista, a la cual define a partir de un “no pienso”.
21
posible para la contratransferencia es el de ser objeto de eliminación o de fascinación
del analista?
Por su parte, Aberastury (2004: 105-111) se dedica con mayor detenimiento a las
problemáticas institucionales suscitadas por el debate, dando un tratamiento muy lateral
al tema que nos ocupa. Respecto de éste, el autor se limita a citar a Éric Laurent
(miembro de la AMP) cuando plantea que la atención del analista a sus contenidos
contratransferenciales sería un modo de no tolerar la transferencia del paciente. Ahora
bien, Aberastury también previene contra la ortodoxia lacaniana cuando sostiene que la
intervención al modo del corte (puesta en primer plano por Miller) también puede
responder a esta dificultad. Fuera de esta mención, el tema de la contratransferencia y su
lugar como divisor de aguas entre lacanianos y no lacanianos pasa absolutamente
inadvertido para este autor.
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caracteriza al enfoque de aquel respecto de este tema como radicalizada y dogmática.
Por otro lado, critica la idea de la desubjetivación del analista llevada al extremo, que
“muestra a un Lacan muy drástico y casi deshumanizado en su práctica” (Peskin, 2004:
141). En esta línea, cita el escrito lacaniano “La dirección de la cura y los principios de
su poder”, para subrayar el punto en que Lacan afirma que el analista, involucrado tanto
como el paciente en la situación analítica, debe pagar, entre otras cosas “con su persona,
en cuanto que, diga lo que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares que
el análisis ha descubierto en la transferencia” (Lacan, en Peskin, 2004: 141). De esta
forma el autor, alejándose de Miller, propone “reflexionar sobre la contratransferencia
no sólo como obsesión por la mente del analista” (p. 142). Estableciendo que la
posibilidad de despojarse de su condición de sujeto y poner entre paréntesis todo lo que
tiene que ver con el registro yoico sólo es posible en parte, el autor busca promover una
lectura de la contratransferencia que no caiga en los extremos:
Esta posición nos parece muy valiosa para nuestra investigación, puesto que al
tiempo que previene contra un eclecticismo acrítico, no se cierra a la posibilidad de
interrogar un concepto complejo y que encierra en sí mismo posiciones contradictorias
dentro del psicoanálisis. Lamentablemente, lo acotado de la contribución de Peskin no
va más allá de esta invitación a la pregunta y a la reflexión; no obstante esto, nosotros
tomaremos esta invitación para nutrir los desarrollos de esta tesis.
24
Leemos aquí una opinión muy difundida dentro del psicoanálisis lacaniano
actual, y es la pregunta acerca de su pertinencia la que motiva el desarrollo de esta
investigación.
Por otro lado, nos parece interesante ubicar que el autor, coherente con su
definición de la neutralidad analítica, retoma la temprana definición lacaniana de la
contratransferencia como la suma de los prejuicios del analista y recuerda al lector que
“no se trata solamente de aquellos prejuicios que afectan a cualquier ser hablante. Hay
que incluir el prejuicio teórico, que es el que puede pasar más inadvertido para el
analista y afectar más su práctica” (Yellati, 2004: 85). Estos planteos resultan
interesantes ya que nos permiten una articulación con la pregunta acerca de una posible
“clausura” del debate dentro de ciertas líneas lacanianas.
Para la autora, esta es la posición sostenida en el deseo del analista, que permite
“un más allá de la neutralidad analítica” (Martínez de Bocca, 2004: 91), para lo cual la
mera puesta entre paréntesis de la contratransferencia no resulta suficiente.
25
lugar privilegiado de este camino que llevó a la promoción de dicha noción como
instrumento para la cura. Respecto del lugar de Lacan en esta historia, Gorostiza ubica
en primer lugar a Heimann y a Racker como los responsables del cambio de perspectiva
respecto de la contratransferencia a fines de la década de 1940. Luego de esto, el año
1951 se constituye como el momento de origen de tres líneas divergentes respecto de
este tema: es el año de publicación de los escritos de Margaret Little6, de Annie Reich7
y de Jacques Lacan8. Así, dice Gorostiza, queda instalada la controversia. Respecto del
aporte de Lacan a la misma, se destaca el movimiento de su argumentación a partir de
aquel escrito inicial hasta su planteo de que en la posición del analista “(…) se vuelve
decisiva la función que Lacan aisló con el nombre de deseo del psicoanalista y que
constituye su respuesta a la noción de contratransferencia” (Gorostiza, 2004: 46). Así, la
contratransferencia queda ligada a los deslizamientos del analista hacia una posición de
sujeto, lo cual tiene el estatuto de “lapsus del acto analítico” (p. 46) que lleva al analista
a ubicarse en el lugar de analizante. “De este modo, contratransferencia e
intersubjetividad se revelan más bien obstáculos que medios para la posición de un
analista que se quiera orientado por lo real” (p. 47). Respecto de esto último, podemos
plantear dos cuestiones. En primer lugar, la pregunta acerca del lugar adquirido por lo
real en la reflexión clínica lacaniana, que, así como en un momento ocurrió con lo
simbólico, por momentos parece tomar la totalidad de la escena. En este punto
consideramos que la riqueza del planteo de los tres registros –imaginario, simbólico y
real- como ordenadores de la teoría, la práctica y la reflexión clínica, consiste
fundamentalmente en la idea de su anudamiento; de esta manera, evitamos el riesgo de
producir el borramiento de alguna de las dimensiones de la experiencia analítica, cuya
complejidad puede ser leída a partir de estos tres ejes. Por otro lado, respecto de una
exclusión mutua o posible articulación entre la contratransferencia y lo real nos
adentraremos en los postulados de Gloria Leff al respecto, que referenciaremos
brevemente a continuación para retomarlos en el capítulo 6.
6
Se trata de “Contratransferencia y respuesta del paciente”, que comentaremos en profundidad en el
capítulo 4.
7
Nos referimos al texto “Sobre la contratransferencia”, que citamos lateralmente como contrapunto de la
autora antes mencionada. Ver nota 38, pp. 109-110.
8
Hacemos alusión aquí al escrito “Intervención sobre la transferencia”, al cual volveremos en diferentes
momentos de nuestro desarrollo y en particular en el capítulo 6.
26
En 2007, Gloria Leff, miembro de la École Lacanienne de Psychanalyse9 (ELP),
publica su libro Juntos en la chimenea. La contratransferencia, las “mujeres analistas”
y Lacan, en el que se propone retomar el concepto a la luz de los planteos del seminario
“La angustia”. Aquí, según la autora, el supuesto rechazo de Lacan de la cuestión
contratransferencial parece matizarse en beneficio de una argumentación que le permite
pensar el fin de análisis más allá de la angustia de castración, límite que Freud no pudo
franquear. Siguiendo a Lacan, la autora estudia la cuestión en articulación con el hecho
de ser “mujeres analistas” quienes ofrecieron a Lacan el material clínico para este
trabajo de reflexión.
“El analista asume las consecuencias eróticas que suscita, incluso las
fomenta o las apacigua: no se presenta como teniendo lo que no tiene, ni
sabiendo lo que no sabe, pero no obstaculiza que el analizante le suponga un
saber, le imponga lo que no tiene o le adjudique lo que no es. Puede
pretender que carece, incluso, de lo que no carece, como sería la falta del
propio analizante. El analista se deja llevar por el malentendido y, llegado el
momento, simplemente no opone ninguna resistencia a que se revele el
equívoco” (Leff, 2007: 242).
9
Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.
27
Consideramos que esta lectura, que no oculta las implicancias de un
psicoanálisis entendido como “erotología”, es decir, una praxis referida al deseo, puede
aportarnos una línea fecunda para pensar el lugar del analista en la cura y la pertinencia
clínica del concepto de contratransferencia. La retomaremos más adelante, cuando nos
aboquemos a los planteos de Lacan respecto de este tema.
Por otro lado, Alberto Cabral, quien se autodefine como formando parte de “la
franja minoritaria de analistas que en A.P.A. seguimos la enseñanza de Lacan” (Cabral,
2009: 26), publica en 2009 un libro titulado Lacan y el debate sobre la
contratransferencia. Allí el autor se propone no sólo pesquisar los sentidos que el
término ha adquirido en algunos psicoanalistas posteriores a Freud (tanto “adherentes”
como “opositores” al concepto), sino también examinar su pertinencia y conveniencia
en comparación con el concepto lacaniano de “deseo del analista”. Si bien no se lee, al
finalizar la lectura, una posición firme tomada respecto de esto por parte de Cabral, sí
consideramos que el recorrido, lleno de matices y comprometido con una actitud de
apertura que da lugar a autores pertenecientes a líneas diversas, resulta una
investigación fecunda para nutrir nuestros puntos de vista. Por ello, retomaremos en
varias oportunidades los aportes de este autor, pero aquí deseamos plasmar algunas de
sus posiciones respecto de esta problemática, que él no cesa de ubicar, tanto en el plano
teórico como institucional.
“es probable (…) que el valor cautivante que retiene esta temprana
caracterización se corresponda con el servicio que la crítica masiva a la
contratransferencia sigue brindando a los intentos de dotar de consistencia
imaginaria (acreditando simultáneamente pertenencias) al lacanismo”
(Cabral, 2009: 10)
28
propone enfatizar la heterogeneidad de sentidos que se ha ido decantando en torno a la
noción de contratransferencia a lo largo de las décadas, con el fin de mostrar las
diferencias existentes dentro del conjunto de los llamados “autores
contratransferencialistas”.
29
Lacan, quien se interroga acerca de la participación y la implicación subjetiva del
analista en la transferencia. Retomaremos esto en el capítulo dedicado a las
conceptualizaciones lacanianas, pero aquí evocaremos los planteos de Cabral al
respecto. El autor enfatiza que el señalamiento de Lacan respecto de la necesaria
implicación subjetiva del analista en la transferencia no incumbe a su persona sino a su
deseo, camino por el cual llega a la conceptualización del “deseo del analista”. Cabral
destaca que es este deseo, producto del atravesamiento de la experiencia analítica por
parte del analista, el que permite tanto sostener la llamada “neutralidad” como sus
vacilaciones calculadas en algunos momentos cruciales de la cura. De esta manera, el
autor parece abogar por la sustitución del concepto de contratransferencia por el de
deseo del analista.
30
tiempo antes que al analizante. Interpretación que sólo se logra cambiando
de posición en la transferencia” (Yankelevich, 2010: 24).
Finalmente, nos interesa tomar de esta revista algunos puntos del escrito de
Oscar Lamorgia titulado “La contratransferencia: ¿phármakon?”, vocablo que el autor
remite a su etimología, que significa al mismo tiempo veneno y remedio. Si bien la
argumentación no llevará a una caracterización de la contratransferencia que la sitúe en
relación a estos extremos –como peligro o como principal instrumento de la cura-, esta
referencia sí anuncia, de alguna manera, el interés en no quedar fijado en un solo
sentido del término.
31
Dentro del psicoanálisis francés creemos también interesante estudiar los
escritos publicados en la obra colectiva Lacan et le contre-transfert10 (2011), en la que
varios psicoanalistas debaten y reflexionan, en cada uno de sus escritos, a partir del
texto de Patrick Guyomard titulado “Lacan et le contre-transfert: le contre-coup du
transfert”. Este título, que podría traducirse: “Lacan y la contratransferencia: el contra
golpe de la transferencia”, es, en sí mismo, la hipótesis de partida que plantea el autor
con el fin de esclarecer los debates que se han desarrollado acerca del tema, y, en el
mismo movimiento, presentar los aspectos de la lectura lacaniana, que él considera
menos “negativa” de lo que se ha dicho en estas últimas décadas. En este punto, vale
destacar que Guyomard es el presidente de la Société de Psychanalyse Freudienne11
[SPF], la cual se inscribe dentro de la línea lacaniana, siendo sus fundadores antiguos
miembros de la École Freudienne de Paris12 (EFP) fundada por Lacan en 1964, y del
Centre de Formation et de Recherches Psychanalytiques13 (CFRP), creado en 1982 por
Guyomard junto a Octave y Maud Mannoni, tomando como principales referencias
teóricas a los aportes de Freud y Lacan14.
10
En castellano: “Lacan y la contratransferencia”. Para la traducción de las citas de esta obra hemos
recurrido al diccionario online Larousse (http://www.larousse.fr/dictionnaires/bilingues).
11
Sociedad de Psicoanálisis Freudiano.
12
Escuela Freudiana de París.
13
Centro de Formación y de investigaciones psicoanalíticas.
14
Esta información se encuentra disponible en la página institucional de la SPF:
http://www.spf.asso.fr/presentation/.
32
tratamiento que cada uno de estos autores dio a la cuestión. Así, afirma que reconocer el
valor clínico de la contratransferencia no implica de manera necesaria ubicarla como
aquello que dirige la cura. Respecto de esto, y siguiendo a Lacan, el autor se posiciona
críticamente respecto de las lecturas que constituyeron una “doctrina de la
contratransferencia” (Guyomard, 2011: 63). Ahora bien, Guyomard tampoco sostiene
las posiciones que desvanecen el término de la discusión dentro del psicoanálisis
lacaniano: “La contratransferencia no dirige la cura, no más que los sentimientos del
analista. Pero la neutralidad del analista nunca significó su neutralización” (p. 58).
De esta forma se abre una vía para pensar la relación entre contratransferencia y
deseo del analista. Oponiéndose categóricamente a una sustitución de un término por el
otro, Guyomard introduce la cuestión del deseo del analista al preguntarse qué es lo que
puede permitir a la vez tomar distancia respecto de la contratransferencia pero sin
perder la capacidad de análisis y de su utilización. Así, retomando el comentario de
Lacan respecto de los relatos clínicos de Lucy Tower, Guyomard afirma que el autor
realiza una “reinterpretación” de la contratransferencia, al llevarla más allá de su
estatuto de resistencia al lugar de “confesión de un deseo” (Guyomard, 2011: 69).
“(…) ha justamente restaurado la dimensión del deseo del lado del analista.
También ha contribuido ampliamente a idealizar al analista. Pero el deseo
del analista devino también una respuesta más que una pregunta. Una
solución más que un enigma. Una prohibición de interrogar la transferencia
(y la contratransferencia) del lado del analista, como si la participación de
éste en la cura se redujera a su deseo” (Guyomard, 2011: 71).
De esta forma, el autor sostiene que lo rechazado por Lacan no es tanto la noción
de contratransferencia como el uso indebido y abusivo que se hizo de ella con el correr
de las décadas. De esta manera, Guyomard lee en Lacan un intento de devolver a la
contratransferencia su correcta ubicación en la teoría y la clínica analítica, corrigiendo
estos excesos y destacando su gran complejidad.
Dentro de los textos que dialogan con las ideas de Guyomard, nos interesa
destacar el aporte de Michel Plon, quien afirma que la contratransferencia “es una
33
especie de encrucijada adonde vienen a chocarse las líneas de fractura del movimiento
psicoanalítico” (Plon, 2011: 113). El autor justifica esto al plantear que sea cual sea la
posición de un analista respecto de este tema, dicha postura lo llevará a inscribirse -o a
ser inscripto, lo quiera él o no- en una trama de orden político. Plon desdobla esta
cuestión para destacar que se trata, por una parte, de “una política del psicoanálisis y de
las corrientes que delinean los reagrupamientos de analistas” (p. 113), así como también
de la inserción del psicoanálisis en el tejido social, “un contexto económico y político
susceptible de tener algunos efectos sobre los analistas y sus vínculos entre ellos” (p.
114). Estas ideas nos parecen interesantes ya que explicitan lo que en otros abordajes
permanece velado, esto es, que la cuestión de la contratransferencia no es solamente un
tema de discusión teórica, sino que tiene implicancias políticas y esto tiene
consecuencias tanto dentro de las instituciones como más allá de éstas.
34
contratransferencia, permite desplegar este “falso concepto” aunque no por ello deje de
ser una noción hermética en la enseñanza de Lacan (p. 138).
Para concluir la referencia a esta obra colectiva, nos interesa destacar las
afirmaciones de Guyomard en el capítulo final del libro. En clara oposición a Plon, y
reconociendo que Lacan no inventó el término e hizo de él un uso crítico, Guyomard le
da a la contratransferencia el estatuto de “concepto lacaniano” (p. 188); fundamenta este
planteo en la idea de que Lacan lo rearticula a partir de sus tres registros: imaginario,
simbólico y real. Por otro lado, retomando la cuestión de la contratransferencia y el
deseo del analista, el autor reafirma la necesidad de distinguir los términos. Ahora bien,
“Distinguir quiere decir mantener la distancia, la diferencia, y no suprimir uno de los
términos en beneficio del otro” (Guyomard, 2011: 190). En este sentido, el autor
propone ubicar esta diferencia entre la “contingencia de la contratransferencia”, que
refiere siempre a lo particular de cada cura, y la “universalidad del deseo”, siendo que el
deseo del analista tiene una función directriz sin la cual la práctica del psicoanálisis
resulta impensable (p. 192). Por último, el autor es tajante al afirmar que
Está en el espíritu de esta tesis no caer en los dogmatismos que nos llevarían a
una defensa o a un rechazo igualmente acríticos, y asumir el “riesgo” de reabrir la
cuestión de la contratransferencia tomando como eje central la línea conceptual
desarrollada por Lacan.
15
Asociación psicoanalítica de Francia.
35
Finalmente, nos interesan los planteos de Liliana Baños e Isabel Steinberg
(2012) respecto de este tema, los cuales tienen un valor particular ya que dan cuenta de
una línea de pensamiento presente actualmente en nuestra Facultad de Psicología.
Baños, por su parte, sólo realiza menciones aisladas respecto del tema. En un
capítulo titulado “La estructura, entre la ética y la psicopatología” sostiene que
36
“El deseo del analista interviene en el amor (de transferencia) y es una clave
esencial para el análisis, pero no concierne al analizante como objeto, ya
que no hay transferencia recíproca, sino al deseo del analista y, por lo
tanto, a su abstinencia. El objeto del analista es el deseo mismo, lo que
desanima el falso dilema de tener que elegir entre la obscenidad de la
contratransferencia y una neutralidad aséptica con pretensiones de posición
científica objetivante” (en Baños y Steinberg, 2012: 97)
En estas páginas hemos recorrido una serie de trabajos que, en los últimos
quince años, han retomado la cuestión de la contratransferencia abordándola desde la
perspectiva lacaniana. En su selección hemos intentado reflejar la diversidad de
perspectivas y lecturas que coexisten bajo dicha denominación, tomando como
referencia las diversas pertenencias institucionales de los autores (si bien reconocemos
que no se trata de un criterio exhaustivo). Tal como lo afirmamos al iniciar el apartado,
el estado de la cuestión resulta mucho más amplio si prescindimos de este recorte. En
este sentido, nos interesa volver a destacar que, si bien consideramos que dicho recorte
es necesario a los fines de circunscribir nuestro objeto de investigación, muchas líneas
de interrogación y puntos de vista críticos han quedado silenciados. Ahora bien, incluso
teniendo esto en cuenta, resulta llamativa la cantidad de referencias y la diversidad de
puntos de vista encontrados dentro de autores que apelan a la enseñanza de Lacan. Esto
nos aleja, desde el inicio de nuestro recorrido, de una adhesión ciega a las ideas
heredadas que sostienen la anulación, el borramiento y la sustitución de la cuestión de la
contratransferencia bajo la pluma de Lacan. Rescatando este espíritu crítico a cada paso,
nos adentraremos ahora en el recorrido de investigación anunciado, que retomará en
37
diferentes momentos las ideas y reflexiones planteadas por los autores que, por su
diversidad de perspectivas, nos permiten afirmar la actualidad del debate en torno a la
contratransferencia dentro del psicoanálisis lacaniano.
38
PRIMERA PARTE:
LA TRANSFERENCIA ANALÍTICA Y
LA CONTRATRANSFERENCIA EN LA
ELABORACIÓN FREUDIANA
39
CAPÍTULO 1
Si partimos de los “Estudios sobre la histeria”, vemos que incluso cuando los
autores discreparon en cuanto al lugar de dicho fenómeno en el desenlace de los
tratamientos catárticos (Breuer no le da lugar alguno en el relato clínico ni en la parte
teórica de su autoría), encontramos indicios del lazo establecido entre paciente y médico
todo a lo largo de los historiales de dicha obra.
40
horas; estando yo presente, esa embriaguez era alegre, pero en mi ausencia emergía un
desagradable estado de emoción angustiosa” (p. 55), “(…) cuando (…) ya estaba de mal
humor, rehusaba «conversar» y yo debía arrancarle las palabras esforzándola, y con
ruegos (…)” (p. 55). Vislumbramos así el lazo afectivo que fue construyéndose entre
ambos, sin que Breuer llegara a percatarse de ello a tiempo como para ponerlo a
trabajar. De hecho, relata de la siguiente manera la resolución del caso:
“Parecería ser que Breuer desarrolló lo que hoy llamaríamos una poderosa
contratransferencia frente a su interesante paciente. En todo caso, se dejó
absorber de tal modo que su mujer terminó por sentirse fastidiada de no oírle
hablar de otro tema que éste, y al poco tiempo, además, celosa” (Jones,
1953: 235).
Jones cuenta que a causa de esto Breuer decidió poner fin al tratamiento, lo cual
derivó posteriormente en un estado de gran excitación de Anna O., acompañado de
dolores propios de un parto histérico. Breuer fue llamado nuevamente a la casa de su
paciente, y luego de calmarla por medio de la hipnosis huyó del tratamiento y se
distanció de la terapia de los fenómenos histéricos. Al referirse a este mismo momento
de la historia del psicoanálisis, Ferenczi habla de “el problema de una
contratransferencia que se abrió ante él repentinamente como un abismo” (Ferenczi,
[1932] 1985: 144).
41
Otra será la postura de Freud respecto de este fenómeno, aunque desde el inicio
también se trató de una cuestión que le impuso las más serias dificultades. Es que, desde
sus primeras manifestaciones, la transferencia se mostró a Freud en toda su amplitud y
complejidad. Por ejemplo, en el caso Emmy von N. vemos indicios de lo que
posteriormente Freud denominó “transferencia negativa”: “le pregunto de nuevo de
dónde le viene el tartamudeo. No hay respuesta. «¿No lo sabe usted?». _ «No». _ «¿Y
por qué no?»”. _ « ¿Por qué? ¡Porque no lo tengo permitido!» (lo dice con violencia y
enojo)” (en Breuer y Freud, 1895: 83), “cuando poco después quise dormirla la hipnosis
fracasó por primera vez; y por la furiosa mirada que me arrojó supe que estaba en plena
rebeldía y que la situación era muy seria” (p. 101). También vemos aquí el papel de este
fenómeno en el desenlace del tratamiento:
42
de despertar una simpatía humana, mientras que sí puedo realizar el
tratamiento de un enfermo de tabes o de reumatismo con independencia de
ese agrado personal” (en Breuer y Freud, 1895: 272).
Así, antes de hablar del lazo que establece el paciente con el médico, Freud
destaca cierta predisposición de éste, cierta disponibilidad para el establecimiento de
dicho vínculo. Quizás un primer indicio de lo que luego será denominado
“contratransferencia” y que estudiaremos en profundidad en el próximo capítulo.
Freud va incluso más lejos al afirmar que en la mayoría de los casos, sólo el
“prestigio personal del médico” (p. 289) permite superar las resistencias del paciente y
que el vínculo con el terapeuta funciona, para el paciente, como un “subrogado del
amor” (p. 306). No obstante esto, al finalizar el escrito Freud destina varios párrafos a la
descripción del fenómeno de la transferencia como uno de los motivos que pueden
hacer fracasar el método catártico.
43
la transferencia aparece como fenómeno propio del tratamiento, en su faz de resistencia
del paciente.
Pero para llegar a este punto, fue necesario que Freud adoptara una posición
diferente a la de Breuer en este asunto, si bien la cuestión también llegó a avasallarlo en
los comienzos. Pero fue lo que Freud hizo con esto luego, lo que dividió aguas respecto
de su maestro.
44
general, pero estaba ansioso, más que nunca, por liberarse del antifaz del
hipnotismo. Años más tarde, explicó cómo éste enmascara los importantes
fenómenos de la resistencia y la transferencia, características esenciales de la
práctica y la teoría psicoanalíticas. Éste fue, sin duda, el motivo principal
que le llevó a abandonar el hipnotismo, lo cual puede considerarse como el
momento decisivo en la transición del método catártico de Breuer al
psicoanalítico” (Jones, 1953: 254).
A partir de entonces, tanto en sus casos clínicos como en sus escritos sobre
técnica psicoanalítica, este concepto fue elaborado y reelaborado, lo cual llevó a Freud a
ampliar su concepción del fenómeno. Así, planteó que la transferencia, destinada a ser
el mayor obstáculo de la cura, es su auxiliar más poderoso cuando se la trabaja y se la
interpreta analíticamente.
45
En este texto, hablando de la misma en plural, plantea que las transferencias
En el Epílogo del caso afirma que en el psicoanálisis son despertadas todas las
mociones, aún las hostiles, y al hacerlas conscientes se las puede aprovechar para el
análisis. De esta forma, “la transferencia es aniquilada una y otra vez” (p. 103). Así, tal
como dijimos al inicio, la transferencia puede pasar de ser “la más fuerte resistencia al
tratamiento” (Freud, 1912a: 99), a convertirse en su aliada más poderosa.
Años más tarde, en “Sobre el psicoanálisis «silvestre»” (1910), Freud afirma que
la tarea terapéutica consiste en combatir las resistencias interiores que se oponen al
devenir consciente de las representaciones reprimidas, pero sostiene que la
comunicación del analista respecto de lo reprimido es “sólo uno de los preliminares
necesarios de la terapia” (Freud, 1910b: 225). Más importantes aún son las dos
condiciones requeridas para poder emprender dichas comunicaciones en función de
obtener una ganancia terapéutica. En primer lugar, nos dice Freud, el trabajo analítico
debe haber sido lo suficientemente profundo como para que el paciente ya se encuentre,
por sí mismo, cerca de descubrir ese material de representaciones que se escapa a su
saber. En segundo lugar, es necesario “que su apego al médico (transferencia) haya
llegado al punto en que el vínculo afectivo con él le imposibilite una nueva fuga” (p.
225). Así, el vínculo libidinal con el analista se plantea como la condición necesaria
para poder sostener un tratamiento analítico.
Poco después, entre los años 1911 y 1915, Freud publicará una serie de escritos
reunidos bajo el título “Trabajos sobre técnica psicoanalítica”. En la mayoría de ellos, la
transferencia tiene un lugar central. Fundamentalmente en “Sobre la dinámica de la
17
Si bien Freud no contaba aún con la elaboración metapsicológica del concepto de Inconsciente, ya
venía elaborando la idea de su carácter atemporal, fundamentalmente a partir de la afirmación, en “La
interpretación de los sueños” (1900: 546), de que los deseos provenientes del Inconsciente están siempre
alertas y son inmortales. En la cita que reproducimos en el cuerpo del texto Freud anticipa, respecto de la
transferencia, lo que dirá en 1915 en relación a “las propiedades particulares del sistema Icc”: “Los
procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se
modifican por el transcurso de este ni, en general, tienen relación alguna con él” (Freud, 1915: 184).
46
transferencia” (1912) se propone esclarecer la naturaleza de este fenómeno y su valor
para la cura. Allí, Freud indaga por qué el análisis muchas veces se ve interrumpido y
obstaculizado por el mismo factor que debía servirle de motor. Freud vuelve a destacar
que, en ocasiones, a pesar de que el vínculo afectivo entre analista y analizante está
instalado, la transferencia es un obstáculo que lleva a la interrupción definitiva del
tratamiento. A partir de esto, construye la categoría de “transferencia positiva”, de
índole tierna o erótica, y la categoría de “transferencia negativa”, de naturaleza hostil.
Tanto la corriente erótica como hostil pueden funcionar al modo de resistencias al
análisis, imponiendo al analista la tarea de esclarecer qué “clisés” o “series psíquicas” se
están poniendo en juego en el vínculo terapéutico (Freud, 1912a: 97-98), para así poder
“cancelar” dicha transferencia.
Pero a Freud no le pasó inadvertido el papel del analista al teorizar acerca de los
obstáculos y la resistencia en el curso de un psicoanálisis. Y en este punto hace su
aparición la noción de contratransferencia. Así, transferencia y contratransferencia están
estrechamente ligadas en la obra freudiana, aunque a veces de forma implícita. De la
misma manera vemos aparecer esta temática en los historiales freudianos. Por ello,
resulta interesante abordar la transferencia desde las dos caras que se le presentaron a
Freud: como el auxiliar más poderoso del psicoanálisis, para lo cual tomaremos el “caso
del Hombre de las Ratas”, y como el máximo escollo para la cura, para lo cual nos
remitiremos al “caso Dora” y al caso de “la joven homosexual”. En este mismo camino,
47
intentaremos también interrogar la cuestión de la contratransferencia, que, como “punto
ciego” de Freud, será “leída” y analizada por Lacan18.
El caso del hombre de las ratas, publicado bajo el título “Análisis de un caso de
neurosis obsesiva” (1909), es un ejemplo de ello.
18
La concepción lacaniana de la contratransferencia será trabajada en el capítulo 6. En este capítulo, en
particular en el apartado titulado “La transferencia como obstáculo o las trampas de la
contratransferencia” haremos solamente algunas menciones necesarias para interrogar los impasses
freudianos.
48
Freud es consultado por un joven universitario que declara sufrir a causa de
representaciones, temores, impulsos y prohibiciones obsesivas, en los cuales dos
personas amadas por él -su padre, fallecido hace años, y una dama a la que admira
mucho- tienen un lugar fundamental. Asimismo, situaciones acaecidas mientras el
paciente realizaba maniobras militares también tienen un lugar en el entramado de la
sintomatología obsesiva. Respecto de la vivencia que lo lleva a consultar, el paciente
narra que se trató de una situación acontecida durante aquel tiempo, en la cual un
personaje que luego será denominado “capitán cruel” le relató un castigo que solía ser
aplicado en oriente en el que el condenado era atado y se le hacían entrar ratas en el ano.
Acto seguido, el joven afirma que luego de escuchar el relato se le apareció “la
representación de que eso sucede con una persona que me es cara” (Freud, 1909: 133).
Freud confirma luego, superando cierta resistencia del paciente, que se trataba de la
dama a la que el paciente admiraba y de su padre.
49
través de sueños y fantasías de transferencia que el paciente actualiza su conflicto de
ambivalencia respecto de la mujer amada y, particularmente, de su padre.
50
la transferencia fantaseada y la realidad objetiva de entonces” (Freud, 1909:
157).
De esta forma, Freud viene a representar aquí otro papel: el del primo rico de su
madre que había ofrecido a su hija en matrimonio en cuanto él acabase sus estudios.
51
Vemos corroborado de esta forma lo que más tarde dirá Freud en “Sobre la
dinámica de la transferencia” (1912a: 103): la transferencia sobre el analista opera como
resistencia cuando se torna hostil o de carácter erótico, pero cuando el analista “cancela”
la transferencia haciéndola consciente al paciente, sólo hace desasirse de su persona
esos dos componentes. La corriente tierna, por su parte, subsiste y permite el éxito del
análisis.
Freud logra captar, cada vez, que se trata de una transferencia y no de mociones
dirigidas a él mismo. Su persona, su madre, su hija -objetos de las conductas, sueños y
fantasías hostiles del paciente-, están allí como sustitutos, representando un papel que
viene a actualizar y ocultar, en el mismo acto, la historia y conflictos del sujeto.
Interpretando este mecanismo es que Freud logra reconducir al paciente a las raíces de
su neurosis y desmontar la sintomatología. La transferencia es aquí la clave del éxito
terapéutico y la posición que asume Freud en ella es lo que permite ponerla a trabajar.
Otro, no obstante, es el desenlace del caso de Dora y de la joven homosexual: allí, el
manejo de la transferencia será la causa de las dificultades y ulterior interrupción del
tratamiento.
CONTRATRANSFERENCIA
Por los temas que articula el caso clínico, se ubica como un texto intermedio
entre “La interpretación de los sueños” (1900) y “Tres ensayos de teoría sexual” (1905).
Sin embargo, otro fenómeno psíquico será también central en el curso de la cura y le
dará a este caso un interés particular: se trata de la transferencia analítica, en su faz de
obstáculo para el tratamiento. Dado el lugar que tuvo en esto la posición de Freud,
elegimos trabajarlo como el historial clínico que nos permitirá comenzar el abordaje de
52
los problemas de la contratransferencia. Resulta interesante destacar, en este sentido,
cómo lo ubica Lacan: en su texto titulado “Intervención sobre la transferencia” (1951)
dice que el caso Dora representa “en la experiencia todavía nueva de la transferencia el
primero en que Freud reconoce que el analista tiene en ella su parte” (Lacan, 1951:
211).
Dora, una joven de 18 años, llega a la consulta a través de su padre, respecto del
cual “la hija estaba apegada (…) con particular ternura” (Freud, 1905 [1901]: 18). Freud
comenta además que su propio vínculo con éste databa de varios años atrás, ya que
Freud lo había tratado exitosamente por una enfermedad muy seria. Por su parte, la
paciente llega aquejada por varios síntomas histéricos, entre los que se destacan una
afonía, ataques sucesivos de tos nerviosa, cansancio, dispersión mental y una alteración
del carácter.
53
Asimismo, descubre, a partir del análisis de diversas conductas de Dora, un
enamoramiento no confesado hacia el señor K. Este esclarecimiento resulta
particularmente interesante de leer en el curso del caso, dado el insistente interés de
Freud por explicitárselo a la paciente. En este sentido, resulta significativa la siguiente
frase:
“Otra vez, tras varios días en que había mantenido un talante alegre, acudió a
mí del peor humor. No podía explicarlo; se sentía contrariada, declaró; era el
cumpleaños de su tío y no se resolvía a felicitarlo; no sabía por qué. Mi arte
interpretativo estaba embotado ese día; la dejé seguir hablando y de pronto
recordó que hoy era también el cumpleaños del señor K., hecho que yo
aproveché en su contra”19 (Freud, 1905 [1901]: 53).
“Justamente la pieza más difícil del trabajo técnico no estuvo en juego con la
enferma; en efecto, el factor de la «transferencia», de que se habla al final
del historial clínico, no fue examinado en el curso del breve tratamiento”
(Freud, 1905 [1901]: 12).
“Yo sabía que ella no regresaría. Fue un inequívoco acto de venganza el que
ella, en el momento en que mis expectativas de feliz culminación de la cura
19
Las cursivas son nuestras.
54
habían alcanzado su apogeo, aniquilase de manera tan inopinada esas
esperanzas” (Freud, 1905 [1901]: 96).
“Quien, como yo, convoca los más malignos demonios que moran, apenas
contenidos, en un pecho humano, y los combate, tiene que estar preparado
para la eventualidad de no salir indemne de esta lucha. ¿Habría conservado a
la muchacha para el tratamiento si yo mismo hubiera representado un papel,
exagerando el valor que su permanencia tenía para mí y testimoniándole un
cálido interés que, por más que mi posición de médico lo atemperase, no
habría podido menos que resultar un sustituto que ella anhelaba?” (Freud,
1905 [1901]: 96).
55
En el Epílogo del caso, Freud afirma que se ha visto obligado a hablar de la
transferencia porque es el único factor que le permite esclarecer las particularidades de
este análisis. Nos dice así que la transparencia que lo hizo parecer apto para su
publicación está íntimamente ligada con la gran falla que llevó a la interrupción del
tratamiento: Freud confiesa no haber logrado dominar a tiempo la transferencia, a causa
de la facilidad con que Dora ponía a su disposición una parte del material patógeno
(Freud, 1905 [1901]: 103).
56
Aquello que quedó en la sombra, que no pudo ser analizado, se ubicaba quizás en otro
plano, tocaba un punto ciego de Freud, y de hecho no fue él quien pudo esclarecerlo. Es
Lacan, en su escrito “Intervención sobre la Transferencia” (1951), quien vendrá a echar
luz acerca de cuál era esa “x” que Freud no pudo colegir. ¿Dónde situamos, siguiendo a
Lacan, la falla de Freud?
Freud mismo agrega en una nota al pie de página que probablemente su error
técnico consistiera en omitir “colegir en el momento oportuno, y comunicárselo a la
enferma, que la moción de amor homosexual (ginecófila) hacia la señora K. era la más
fuerte de las corrientes inconscientes de su vida anímica” (Freud, 1905 [1901]: 105, n.
7). Por el contrario, el analista centra sus interpretaciones en la moción de amor
heterosexual, es decir, en el supuesto amor de Dora por el señor K como sustituto del
padre. Si hubiese podido abordar esta otra pieza del análisis, dice Lacan, esto lo hubiera
llevado a ver “el valor real del objeto que era la señora K para Dora; no un individuo,
sino un misterio, el misterio de su propia femineidad” (Lacan, 1951: 214). Lacan le da
entonces un nuevo estatuto a la señora K: ella es la pregunta de Dora. La joven se
pregunta: “¿Qué es ser una mujer?”, a lo cual Lacan agrega que “el problema de su
condición es en el fondo aceptarse como objeto de deseo del hombre, y éste es para
Dora el misterio que motiva su idolatría por la señora K” (p. 216).
¿Por qué Freud pospuso su interpretación? Lacan responde que Freud tenía hacia
el señor K. una simpatía de larga data, puesto que fue él quien llevó al padre de Dora a
verlo. Freud mismo abona esta lectura, cuando en una nota al pie de página lo describe
como “un hombre todavía joven, de agradable presencia” (Freud, 1905 [1901]: 27, n.
19). Asimismo, Lacan destaca la posición de Freud frente a Dora, quien “lo hace vibrar
con un estremecimiento” (Lacan, 1951: 217). Pues bien, Lacan afirma que “es por
haberse puesto un poco excesivamente en el lugar del señor K… por lo que Freud esta
vez no logró conmover al Aqueronte” (p. 217). Resulta interesante detenernos en esta
referencia mitológica (Caudet Yarza, 1998: 73), puesto que Aqueronte es un río del
Hades, por el cual el anciano barquero Caronte conducía a las almas de los muertos... y
si hay un lugar del que no se vuelve es de la muerte. Es significativo que Lacan utilice
esta metáfora para mostrar que este error de Freud –que Lacan liga, como lo veremos
más adelante, con sus prejuicios- lo llevó a un lugar del que no pudo regresar, lo cual
llevó a la interrupción del tratamiento.
57
Se destaca, en este sentido, la respuesta de Dora luego de que el análisis del
segundo sueño lleva a Freud a la fantasía de desfloración y parto que atribuye al amor
de Dora por el señor K. El analista expresa su satisfacción por lo logrado y Dora le
responde despectivamente: “¿Acaso ha salido mucho?” (Freud, 1905 [1901]: 92). La
siguiente sesión se iniciará con el anuncio de su despedida. En este contexto, podemos
preguntarnos: ¿qué otra cosa podría haber dicho Dora si luego de tanto trabajo de
análisis Freud seguía fijado en aquello que sostenía desde el principio: que ella amaba al
señor K? Ahora podemos volver a la pregunta sobre cuál era esa “x” por la cual Freud le
recordaba al señor K.: es como si a cada instante Freud le hubiese estado diciendo, tal
como lo hizo el señor K. en el paseo por el lago, que “la señora K. no es nada para mí”.
Es en este sentido que Lacan (1951: 218) afirma que Freud desapareció por la misma
trampa en la que cayó el señor K.
Algunas afirmaciones de Freud en el relato del caso pueden darnos más pistas
sobre su implicación en el asunto. Tal como citamos anteriormente, Freud sostiene que
“fue un inequívoco acto de venganza el que ella, en el momento en que mis expectativas
de feliz culminación de la cura habían alcanzado su apogeo, aniquilase de manera tan
inopinada esas esperanzas” (Freud, 1905 [1901]: 96). Y más adelante, cuando comenta
la posterior evolución de la paciente y su visita 15 meses después: “No sé qué clase de
auxilio pretendía de mí, pero le prometí disculparla por haberme privado de la
satisfacción de librarla mucho más radicalmente de su penar” (Freud, 1905 [1901]:
106).
58
En el curso del análisis, Freud intentó reconstruir la historia libidinal de la joven
para así poder vislumbrar en qué momento se había dado un vuelco hacia la posición
homosexual. Pesquisó que la posición edípica en la infancia había sido la de una
investidura libidinal de objeto hacia el padre, que se refrescó en la pubertad. No
obstante, cuando ella albergaba el deseo inconsciente de recibir un hijo del padre, fue su
madre la que quedó embarazada. “Sublevada y amargada dio la espalda al padre, y aun
al varón en general. Tras este primer gran fracaso, desestimó su feminidad y procuró
otra colocación para su libido” (Freud, 1920: 151). De esta forma, tomó sustitutos de su
madre como objetos de amor. Ahora bien, Freud ubica el afán de venganza respecto del
padre, el desafío y la ofensa hacia él, como factores importantes en el sostenimiento de
esta elección de objeto homosexual en la muchacha. Asimismo, “el factor afectivo de la
venganza contra el padre” (p. 156) resultó decisivo, para Freud, en el desenlace del
análisis: “transfirió a mí esa radical desautorización del varón que la dominaba desde su
desengaño por el padre” (p. 157). Ahora bien, resulta llamativa la vacilación de Freud
respecto de considerar esto en el sentido de la transferencia. Así, deja estas cuestiones
sin analizar y desecha este material psíquico que la paciente actualiza en él.
Recordamos en este punto la idea con la que cierra su escrito “Sobre la dinámica
de la transferencia” (1912):
Al leer sus reflexiones en este historial, se nos plantea la ineludible idea de que
algo en estas dificultades se le hizo a Freud, en este caso particular, inmanejable. Hay
algo en esta posición paterna, en la que estas pacientes lo ubican, que parece haber
despertado en Freud la más fuerte resistencia.
59
“Puesto sobre aviso por alguna ligera impresión, le declaré un día que no
daba fe a estos sueños, que eran mendaces e hipócritas y ella tenía el
propósito de engañarme como solía engañar al padre (…) No obstante, creo
que junto al propósito de despistarme había también una pieza de galanteo
en esos sueños; era también un intento por ganar mi interés y mi buena
disposición, quizá para defraudarme más tarde con profundidad tanto
mayor” (Freud, 1920: 158).
ENUNCIAR
60
temor que lo martiriza, que él no tiene inclinación alguna por la crueldad; pero se presta
al juego que lo convierte en el padre colérico del paciente el tiempo necesario para
poder analizar sus complejos en el terreno de la transferencia. Por el contrario, no
representa el papel del hombre abandonado por Dora; Freud es quien termina
defraudado y desilusionado por su paciente. Asimismo, es el hombre, el padre,
desafiado, engañado y defraudado por la joven homosexual: para protegerse de esto,
antes de que el desengaño sea de “una profundidad tanto mayor”, interrumpe el trabajo
con ella.
61
CAPÍTULO 2
62
LA CONTRATRANSFERENCIA EN FREUD: RECONOCERLA Y DOMINARLA.
63
los complejos y constelaciones psíquicas que podrían perturbar su escucha. En este
escrito afirma que “cualquier represión no solucionada en el médico corresponde (…) a
un «punto ciego» en su percepción analítica” (Freud, 1912b: 115). Asimismo, se opone
a las técnicas que promovían que el analista revelase sus mociones de sentimiento al
paciente. Para ello, Freud utiliza dos metáforas para dar cuenta de lo que debe ser la
actitud del analista: por un lado, propone a sus colegas que “tomen por modelo al
cirujano que deja de lado todos sus afectos y aun su compasión humana, y concentra sus
fuerzas espirituales en una meta única: realizar una operación lo más acorde posible a
las reglas del arte” (p. 114); por el otro, sostiene que el analista “(…) no debe ser
trasparente para el analizado, sino, como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es
mostrado” (p. 117).
De esta forma, la fuerza de las mociones que constituyen lo que Freud denominó
“contratransferencia” es puesta en primer plano, en todo su valor de peligro para el
proceso analítico. Tal como lo destaca Plon, “se trata entonces de cerrarse, de
endurecerse, no de abrirse a lo que sobreviene o buscar comprender, analizar el
proceso” (Plon, 2011: 128).
Años más tarde este concepto hará su última aparición en la obra freudiana en el
texto titulado “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1915). Allí, Freud se
refiere a la contratransferencia específicamente en los casos en que la paciente confiesa
su amor al analista. La posición respecto de la misma no varía en relación a los escritos
anteriores. Aquí, Freud alerta a los analistas respecto de que “el experimento de dejarse
deslizar por unos sentimientos tiernos hacia la paciente conlleva, asimismo, sus
peligros. Uno no se gobierna tan bien que de pronto no pueda llegar más lejos de lo que
se había propuesto” (Freud, 1915 [1914]: 168). En este sentido, el concepto queda
64
ligado a la noción de “abstinencia”. Freud sostiene que “uno debe guardarse de desviar
la transferencia amorosa, de ahuyentarla o de disgustar de ella a la paciente; y con igual
firmeza uno se abstendrá de corresponderle” (p. 169). La insistencia sobre la dificultad
de la tarea retorna todo a lo largo del escrito, así como también insiste la necesidad de
mantenerse en la posición analítica: “No quiero decir que al médico siempre le resulte
fácil mantenerse dentro de las fronteras que la ética y la técnica le prescriben (…) Y, no
obstante, para el analista queda excluido el ceder” (pp. 172-3). Finalmente, Freud
compara en este escrito al analista con el químico: ambos están expuestos a la
manipulación y los peligros de sustancias explosivas, pero no por ello menos
indispensables para su labor.
65
factores decisivos: la influencia de los traumas acaecidos en la historia del paciente, la
intensidad constitucional de las pulsiones y el grado de alteración del yo. Ahora bien, en
el capítulo VII declara: “No sólo la complexión yoica del paciente: también la
peculiaridad del analista demanda su lugar entre los factores que influyen sobre las
perspectivas de la cura analítica y dificultan esta tal como lo hacen las resistencias”
(Freud, 1937: 249).
Finalmente, se hace necesario dejar formulado, para retomarlo más adelante, que
Freud ubica una cuestión que dificulta la labor del analista con particular frecuencia e
intensidad. Se trata de la posición del sujeto respecto del complejo de castración, que
recibe la denominación de “roca de base” a la cual llega, sin poder franquearla, todo
análisis llevado a los estratos más profundos (Freud, 1937: 253). De hecho, Freud liga
este tema con una cuestión biológica, sobre la cual el psicoanálisis no podría tener
incidencia alguna. Esta formulación freudiana que ubica esta cuestión como un tema
que “da guerra al analista” nos permite dejar planteada la pregunta acerca de una posible
articulación entre el tope que Freud encontró para el psicoanálisis (se incluye aquí,
evidentemente, el análisis personal del analista) y la cuestión de la contratransferencia.
Retomaremos este tema en el capítulo 6, cuando trabajemos la posición de Lacan y la
lectura que realiza Gloria Leff al respecto.
66
FENÓMENOS TELEPÁTICOS EN PSICOANÁLISIS O LA
20
CONTRATRANSFERENCIA
20
El presente apartado retoma las líneas de argumentación principales del trabajo presentado y aprobado
en el seminario “Neurosis, ética y práctica del Psicoanálisis”, a cargo de la Prof. Lic. Isabel Steinberg y la
Prof. Psta. Liliana Baños, en el marco de la Maestría en Psicoanálisis.
67
también a mí estímulo y consuelo” (p. 45). Asimismo, al relatar el caso, hace referencia
a “ese lenguaje secreto que con tanta facilidad se forja en el trato regular entre dos
personas” (p. 45). La descripción es, sin duda, singular, y Freud no disfraza hasta qué
punto estaba implicado en la relación transferencial.
Con el objetivo de esclarecer el hecho, Freud cita luego varias asociaciones que
atribuye a su paciente, cuando en realidad, y en esencia, corresponden a él mismo.
Cuenta que un día de la semana anterior el señor P. había faltado a su sesión, y entonces
Freud había decidido visitar al doctor Anton von Freund. Al llegar a la pensión en la
cual vivía, se dio cuenta de que se trataba también de la residencia de su paciente. Con
motivo de esta coincidencia, Freud le dijo posteriormente a P. “que por así decir le
había hecho una visita en su casa” (Freud, 1933 [1932]: 46), pero no le mencionó el
nombre de von Freund. Ahora bien, en la sesión que es objeto de análisis en la
conferencia, P. le pregunta a Freud si una docente de la Universidad Popular, de
apellido Freud-Ottorego era su hija, y al preguntarlo éste comete un lapsus y pronuncia
“Freund” en lugar de “Freud”. Pero no es P. quien asocia la desfiguración del nombre
con la visita que Freud hiciera a su amigo una semana atrás; es el mismo Freud. Es
también Freud quien, luego de escuchar a su paciente hablar de haberse equivocado al
intentar recordar la palabra inglesa para “pesadilla” (dice “a mare’s nest” en lugar de
“nightmare”), recuerda una visita de Jones a su consultorio, un mes atrás, que derivó en
el encuentro del visitante y su paciente. La concatenación de estas asociaciones llevan a
Freud a interpretar profundos celos en su paciente respecto de estos discípulos y
68
adherentes al psicoanálisis: Forsyth, Jones, von Freund, y la angustia frente a la
terminación del tratamiento.
¿Se trata aquí de los celos del Señor P. respecto de la relación de Freud con sus
visitantes, tal como este lo hipotetiza en la conferencia, o de algo relativo a lo paterno
que quizás estaba ocupando el lugar de una resistencia de Freud en el análisis de su
paciente?
Freud se pregunta:
Freud se afana en intentar dar respuesta a estas preguntas, con el fin de hacer un
aporte a favor de la idea de la transferencia de pensamiento. Pero quizás las preguntas
apuntan al lugar equivocado, puesto que no se trata de las ocurrencias de P., sino de él
mismo. En este contexto, Freud conjetura que P. pudo haberse topado con Forsyth
cuando iba a su casa y pudo haber pensado: “«pero si es el doctor Forsyth, con cuya
llegada debe terminar mi análisis (…)»” (p. 50). ¿No resulta lícito atribuir también esta
ocurrencia al mismo Freud, que se resistía a poner término a un análisis que,
simplemente, parecía no haber comenzado nunca? Se trataría, de nuevo, de la posición
69
de Freud frente a P. que, como cuestión no analizada, estaría funcionando como
obstáculo en este tratamiento.
A través de varios ejemplos, Freud plantea que quien aparece como “decidor de
la suerte”, astrólogo, etcétera, no hace más que “expresar los pensamientos de la
persona que lo consultaba, y muy en particular sus deseos secretos” (Freud, 1933
[1932]): 40).
70
“La telepatía, ya independizada de los sueños, y emparentada con la
‘transmisión del pensamiento’, crea interrogaciones. ¿Quién transmite a
quién? ¿Qué se transmite? (…) Si en el artículo del 2221 la transmisión es
siempre de alguien unido por fuertes lazos de amor al receptor telepático,
aquí esos lazos tienen un estatuto. Es el instante de fascinación frente al
saber del adivino lo que pone en escena la transmisión de un fuerte deseo
que es recibido, y leído. La profecía es sólo una mascarada, casi una excusa:
se trata de leer un deseo” (Steinberg, 1995: 57-58).
21
Se refiere al escrito de Freud “Sueño y telepatía” (1922).
71
posible” (Rabant, 1992: 17). Por otro lado, sostiene que la interpretación no es lo dicho
por el analista, sino lo que el analizante hace con eso; por decirlo de alguna manera, la
interpretación es, estrictamente, la interpretación que hace el analizante de la
interpretación del analista. En esta misma línea, introduce la palabra francesa “chance”,
en su doble acepción de “posibilidad” y de “fortuna” o “suerte”, para articularla con el
pensamiento inconsciente y, por ello, también con la interpretación:
72
pensamiento inconsciente, imaginando este mismo pensamiento no como
una chance significante para el sujeto sino como un problema de realidad
“extrasensorial” que debería ser aprehendida fuera de la transferencia”
(Rabant, 1992: 26)
73
Freud, él es el padre por quien se despiertan los celos de P. frente a los rivales: Forsyth,
Jones y von Freund. Todas sus asociaciones conducen a confirmar esto. Quizás el
obstáculo de este análisis tenga que ver precisamente con que Freud queda captado en la
relación transferencial: no se hace el padre, sino que es el padre; no interroga a su
paciente respecto de su propia historia, sino que lo remite a la realidad actual y
“objetiva” de la relación con él y sus allegados (los de Freud). Hay aquí algo del exceso
del que habla Rabant. De hecho, Lacan mismo plantea un análisis crítico de estos
impasses freudianos (que también leímos en el caso de Dora y la Joven homosexual), al
decir que
74
SÁNDOR FERENCZI. TENSIONES CON EL MAESTRO:
Por todo esto, antes de pasar al abordaje de los autores posfreudianos que
pusieron el tema de la contratransferencia en el centro del debate psicoanalítico,
dedicaremos unas páginas a este autor que poco a poco fue distanciándose de la pluma
de su maestro. En este sentido, resulta muy interesante pesquisar el movimiento
realizado por Ferenczi a lo largo de las décadas dedicadas a la práctica del psicoanálisis.
A fines de la década del 1910 encontramos a un autor relativamente moderado en
relación a sus modificaciones del psicoanálisis “tradicional”, mientras que en la década
de 1930, particularmente en las anotaciones que constituyeron su “diario clínico”,
asistimos a una posición mucho más heterodoxa, e incluso, por momentos, temeraria.
75
forma bastante pasiva” (Ferenczi, 1919: 136). A su vez, para situaciones más cotidianas,
como por ejemplo la realización de una pregunta o el pedido de una información
personal del analista, Ferenczi aconseja responder con otra pregunta que apunte a
interrogar las motivaciones del paciente –en última instancia, inconscientes-. Aquí la
“pasividad” se plantea en una relación de oposición con la “terapia activa” propuesta
por este discípulo de Freud, y que describiremos más adelante: se trata, en este punto,
de abstenerse de sugestionar al paciente, aconsejarlo o incluso ordenarle algo.
“Sin embargo, puesto que el médico es siempre un ser humano y como tal
propenso a disposiciones de ánimo, simpatías y antipatías así como a
impulsos –sin lo cual no podría tener una comprensión de los conflictos
psíquicos del paciente- tiene que llevar a cabo constantemente una doble
tarea: por un lado debe observar al paciente, escudriñar lo que éste le relata y
hacer una «construcción» de su inconsciente a partir de su conducta y de las
informaciones obtenidas por medio del análisis; por otro lado debe, al mismo
tiempo, controlar constantemente su propia actitud con respecto al paciente y
corregirla cuando sea necesario; esto constituye el dominio de la
contratransferencia (Freud)” (Ferenczi, 1919: 139-140).
76
plantear que “Ferenczi se refiere a una respuesta contratransferencial y deduce de ésta
una situación psicológica del analizado” (Racker, 1953: 165).
77
reacciones emocionales de toda índole” (Ferenczi, [1927] 1928: 97) pero alerta contra el
riesgo de que, al ir en esa dirección, el analista se termine enajenando de la situación de
análisis. De esta manera, propone para el analista el lugar de “amistoso observador y
consejero” (Ferenczi, 1925: 167), si bien sostiene que no se debe satisfacer el deseo del
paciente de obtener muestras de una contratransferencia positiva. Por otro lado, afirma
que una actitud de maestro o de autoridad resulta muy dañina para el análisis (Ferenczi,
[1927] 1928: 96). No obstante esto, se destaca en sus planteos la permanente
comparación de la relación analista-paciente con la relación padre-hijo22. Frente a estas
aparentes contradicciones, todo parece indicar que Ferenczi quedó capturado en medio
de estas dos concepciones opuestas del lugar del analista. Nuevamente se plantea una
articulación posible entre las propuestas teórico-técnicas de Ferenczi y su posición
como analizante de Freud, lo cual lo fue llevando a las innovaciones que lo alejaron
indefectiblemente de su maestro.
22
Ver, por ejemplo: Ferenczi, 1925: 164; [1927] 1928: 100; [1932]1985: 89 y 122.
78
ni he superado la contratransferencia. No he podido tratarlo a usted de tal
modo, como tampoco podría hacerlo con mis tres hijos, porque los quiero
demasiado y me sentiría afligido por ellos” (en Jones, 1955: 94).
Por otro lado, es muy interesante leer en esta carta que Freud atribuye su escasa
inclinación a develar sus disposiciones internas a su discípulo a “el hecho traumático”
ligado a su experiencia de (auto)análisis con Fliess (Jones, 1955: 94). Podemos pensar
entonces que allí donde un vínculo transferencial malogrado empujó a Freud a la
reserva y a una posición, en tanto que analista, de “espejo” de los procesos del paciente,
Ferenczi tomó un camino absolutamente opuesto. En este punto, vale citar la reflexión
de Fernández Miranda respecto de la vinculación de la experiencia analítica de Ferenczi
con Freud, con su elaboración teórica:
“Ferenczi estima que Freud busca educar a sus pacientes antes de haber
llevado su análisis hasta una profundidad suficiente (…). Cree que Freud es
incapaz de llevar a sus pacientes (y, en primer lugar, a sus discípulos) a
79
independizarse de él; para explicar este hecho, cita la observación de Freud
según la cual, cuando los hijos se hacen adultos, al padre no le resta sino
morir (…) Ferenczi considera que Freud elaboró poco a poco una técnica
demasiado impersonal, pedagógica, que suscitaba una transferencia paterna
demasiado exclusiva” (en Ferenczi, [1932]1985: 28-29).
“Tiene que permitir a las asociaciones libres del paciente que actúen sobre
él; simultáneamente pone en libertad su propia fantasía, para que ésta trabaje
con el material asociado por el paciente; de tanto en tanto compara las
nuevas conexiones que surgen con los resultados anteriores del análisis, y no
debe abandonar, ni por un solo momento, la vigilancia y la crítica necesarias
en relación con sus propios rasgos subjetivos” (Ferenczi, [1927] 1928: 98).
Fernández Miranda ubica aquí la tensión que permite dar su estatuto a la escucha
analítica: “no hay escucha sin la resonancia que la palabra del paciente produce en el
analista pero, al mismo tiempo (…) tampoco hay escucha analítica sin un profundo
reconocimiento de la irreductible e insondable alteridad del analizante” (Fernández
Miranda, 2016). En consonancia con esto, Ferenczi afirma que en su labor en la cura, el
analista “sólo debe guiarse por lo que éste [el paciente] logra con esfuerzo mental”
(Ferenczi, 1919: 141). Esto resulta interesante para poner en tensión con los excesos a
los que llegaron algunos autores posfreudianos que, en la fascinación por sus propios
procesos durante los análisis de sus pacientes, asumieron una posición de simetría e
23
Lacan establece una relación de continuidad entre esta concepción y las ideas de Margaret Little
respecto de la necesidad de trasparencia del analista, que lleva a promover la “confesión” de sus
disposiciones internas al analizante (Lacan, 1962-1963: 156). Abordaremos los planteos de Little en el
capítulo 4 y la crítica de Lacan en el capítulo 6.
80
incluso de confusión de lugares. Pero fundamentalmente nos interesa tensionarlo con las
posiciones posteriores de este mismo autor respecto del “análisis mutuo”.
En 1927, Ferenczi habla del “método de la elasticidad” ([1927] 1928: 102), que
implica “seguir” al paciente, acompañar sus procesos, sin que esto implique la sumisión
del analista a las disposiciones de aquel. En este contexto es que afirma la posibilidad
de apelar a variantes técnicas que faciliten y enriquezcan el trabajo de análisis.
Ahora bien, es por demás de llamativo cómo esta postura de Ferenczi fue
mutando, pasando por la “terapia activa”, hasta lo que él llamó “el análisis mutuo” con
algunos de sus pacientes.
Respecto de la terapéutica activa, también vale decir que Ferenczi ([1920] 1921)
intentó mantenerse cercano a los preceptos freudianos, si bien la técnica en sí misma
consistía en dar órdenes y realizar prohibiciones al paciente para encauzar su conducta,
lo cual está más cercano al período pre-analítico de Freud –en el que no pocas veces
éste recurrió a la sugestión- que al propiamente psicoanalítico. No obstante esto,
Ferenczi no cesó de diferenciar este tipo de sugestión, entendida como un medio para
reactivar el análisis, de la sugestión no psicoanalítica, entendida como fin en sí mismo.
Tal como lo planteaba su creador, esta técnica tenía como meta principal el
cumplimiento de los objetivos del análisis, entendido como exploración de lo
inconsciente, y sólo debía usarse excepcionalmente. De esa manera, la única
circunstancia que justificaba, para Ferenczi, la utilización de la técnica activa, era el
estancamiento del análisis “tradicional”, es decir, el análisis que se sostiene en la
asociación libre y la interpretación. De esta forma, así como Freud utilizaba la metáfora
del cirujano para dar cuenta del quehacer del psicoanalista, Ferenczi utiliza la imagen
del obstetra: aquel que debe acompañar el parto de manera relativamente pasiva, pero
no debe dudar en intervenir activamente, en utilizar los fórceps, si el proceso se ve
perturbado.
81
poniendo seriamente en jaque al tratamiento y sus reiteradas crisis obligaron al analista
a endurecer su posición:
“Me obstiné en afirmar que debía de odiarme por mi maldad hacia ella, lo
que ella negaba decididamente, pero esas negativas muchas veces eran tan
enconadas que dejaban traslucir de todas maneras sentimientos de odio, y
empezó a decir que su análisis nunca progresaría si yo no me decidía a
hacerme analizar por ella mis sentimientos escondidos. Me resistí durante un
año más o menos, pero después me decidí a ese sacrificio” (Ferenczi,
[1932]1985: 149).
82
incómodos o contrarios a su ética, y ve en estas prácticas otros tantos
traumas infligidos a los pacientes, que reavivan aquellos mismos traumas
antiguos que el psicoanálisis debía curar. A esta situación, Ferenczi la vivió
no sólo en su lugar de analista, sino también como analizado y como
miembro del grupo psicoanalítico. Nunca pudo expresar verdaderamente su
hostilidad –directa o transferida- hacia Freud, su analista y maestro
venerado, quien, por lo demás, toleraba muy mal ese género de
manifestaciones por parte de sus adeptos. Por otra parte, le resultaba
imposible aceptar como inmutables las reglas técnicas establecidas
inicialmente, o admitir que se transformara la teoría en dogma” (en Ferenzi,
[1932]1985: 22-23).
Así, continúa la autora más adelante, “en las críticas que sus pacientes le hacen,
reconoce las que él mismo dirige a Freud. Para esos pacientes, se esfuerza en inventar lo
que habría querido que Freud inventara para él” (en Ferenczi, [1932]1985: 31). De esta
forma, podemos pensar que este último enfoque respecto del psicoanálisis fue producto
del intento –desde nuestro punto de vista, fallido- de elaborar los efectos de la posición
de Freud respecto de su contratransferencia: Ferenczi parece haber quedado capturado
en la posición de analizante y desde ahí responde al reclamo de sus pacientes respecto
de dejarse analizar por ellos.
Ferenczi mismo testimonia que Freud, en tanto que maestro, lo alertaba sobre el
hecho de dejarse influir demasiado por sus pacientes (p. 91); pero al mismo tiempo le
recrimina, como analista, el no haber podido llevar a niveles suficientemente profundos
su análisis, dejándolo bajo la necesidad de realizar esto con el “auxilio” de sus pacientes
(p. 109).
83
La riqueza de la posición de este autor excede los límites de esta tesis. No
obstante, creemos haber podido dar cuenta de su discusión con la postura freudiana
respecto de la contratransferencia, marcando también los matices, los excesos, y aún las
contradicciones internas de su obra –que, por otra parte, tampoco están ausentes en
Freud mismo. Asimismo, encontramos en la idea de la tensión entre la
contratransferencia y el reconocimiento de la alteridad del paciente, que Fernández
Miranda destaca cabalmente en su lectura crítica, una idea fecunda que retomaremos
más adelante, interrogando la posibilidad de resignificarla gracias a un diálogo con las
categorías lacanianas. En este punto, sólo dejamos planteados dos interrogantes: en
primer lugar, ¿reconocer el modo en que la palabra del analizante afecta al analista, dar
un lugar a la contratransferencia en la reflexión clínica, lleva necesariamente a la
simetría, a la confusión de lugares, a una especie de “análisis mutuo” al estilo de
Ferenczi?; y en segundo término, ¿resulta válido limitar la cuestión de la
contratransferencia a la supuesta insuficiencia del análisis personal del analista?
84
SEGUNDA PARTE:
LA CONTRATRANSFERENCIA EN LOS
PSICOANALISTAS POSFREUDIANOS
85
CAPÍTULO 3
En el capítulo anterior hemos visto que Freud, salvo alguna mención aislada en
su correspondencia con sus discípulos, nunca le dio a la contratransferencia otro lugar
que el de un obstáculo que el analista debía discernir y controlar para poder sostener la
escucha del paciente. También hemos visto que no todos sus discípulos concordaban
con esta posición, y esto produjo su alejamiento y malogró el vínculo con el maestro.
Es hacia fines de esta década y fundamentalmente durante los años ’50 que estas
posiciones fueron sometidas a revisión. Y Widlöcher destaca que “(…) es sobre todo de
Londres que vinieron dos corrientes paralelas que pusieron el acento en el interés de la
implicación afectiva del analista en la comprensión del proceso de la cura y por lo tanto
en el manejo de la escucha interpretativa” (p. 96). Estas dos corrientes fueron las
inauguradas por Donald Winnicott y Paula Heimann. Paralelamente, Heinrich Racker en
Argentina producía un giro similar en la cuestión de la contratransferencia. A partir de
entonces, mucho se ha escrito en la literatura posfreudiana respecto del tema, y cada vez
más comenzaron a aparecer artículos dedicados exclusivamente al desarrollo de este
concepto.
En esta segunda parte de la tesis nos proponemos retomar los aportes de los
psicoanalistas posfreudianos que sirvieron de interlocutores en el marco del abordaje
crítico de Lacan respecto de la contratransferencia. Si bien tienen orígenes diferentes,
86
casi la totalidad de ellos (Donald Winnicott, Paula Heimann, Margaret Little, Roger
Money-Kyrle y Lucy Tower) se caracterizan por haber realizado sus principales
desarrollos en psicoanálisis en el medio analítico anglosajón (en particular en
Inglaterra). La única excepción es Heinrich Racker, quien tras establecerse en la
Argentina en el año 1939 fue un importante exponente de la Asociación Psiconalítica
Argentina. No obstante esto, se observa inequívocamente la influencia de las
teorizaciones de Melanie Klein en su concepción de la transferencia y la
contratransferencia.
Por otro lado, aunque Melanie Klein no se dedicó a desarrollar esta temática, su
introducción del concepto de “identificación proyectiva”, en el marco de sus
elaboraciones sobre los orígenes y constitución del psiquismo, resulta un eslabón
ineludible para comprender el salto dado por estos autores en la concepción de la
contratransferencia, respecto de la elaboración freudiana24. Claudine Geissmann, en el
marco de su aporte al Diccionario internacional de Psicoanálisis lo plantea de este
modo:
24
No abordaremos en el marco de esta tesis los aportes de Melanie Klein realizados al estudio de la
transferencia. Para profundizar en el conocimiento del mecanismo de la identificación proyectiva, el
lector puede remitirse a “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides”, en Envidia y gratitud y otros
trabajos. Buenos Aires: Aguilar (2008). Por otro lado, Klein explicita la articulación de sus elaboraciones
sobre el psiquismo infantil con la transferencia analítica en “Los orígenes de la transferencia”, en Revista
uruguaya de Psicoanálisis. Tomo IV, Nº 1, años 1961-62. Montevideo: Asociación psicoanalítica del
Uruguay.
87
Por su parte, Etchegoyen afirma que, para llegar a la posibilidad de elaborar una
teoría de la contratransferencia “era necesario esperar que la técnica progresara lo
suficiente como para que descubriera sus falencias, para que aquella definición
consoladora de que el quehacer psicoanalítico transcurre entre un neurótico y un sano
pudiera ser revisada” (Etchegoyen, 1986: 241). El autor compara el reconocimiento del
papel de la contratransferencia en el análisis con una revolución al interior de la teoría
psicoanalítica que permitió un cambio de paradigma, inspirando su planteo en las ideas
de Kuhn respecto del progreso de la ciencia. En este sentido, afirma que el verdadero
cambio no tuvo que ver con aceptar el carácter ineludible de la contratransferencia en el
análisis, sino en darle el estatuto de un instrumento (importante; necesario;
fundamental; dependiendo del autor de referencia) para la comprensión del paciente.
Por otra parte, en una historización del proceso que llevó al primer plano el
concepto de contratransferencia en los debates psicoanalíticos, Patricia Grieve ubica dos
posibles causas de este interés en el tema:
De esta forma, la autora destaca dos aspectos fundamentales en el avance del concepto
en el seno de la teoría psicoanalítica: la posibilidad de cierto cuestionamiento de la
autoridad, es decir, una posible relectura de Freud respecto de un tema que parecía
aparentemente cerrado (esto se lee muy claramente en la postura de Paula Heimann); y
el avance del psicoanálisis sobre un terreno clínico que no era el de Freud: la psicosis y
los llamados “casos borderline”, que han recibido, con los años, otras múltiples
denominaciones: “estados fronterizos”25, “neurosis que no son de transferencia”26,
“fracasos estables del fantasma”27. Se trata de las presentaciones clínicas que desde hace
varias décadas se describen en la bibliografía psicoanalítica y que ponen en jaque el
25
Denominación utilizada por Jacques André. Ver: André, J. et al. (2000). Los estados fronterizos.
¿Nuevo paradigma para el psicoanálisis? Buenos Aires: Nueva Visión, y André, J. et al. (2002)
Transfert et états limites. Paris: PUF.
26
Denominación planteada por Haydée Heinrich. Ver: Heinrich, H. (1993). Borde<R>s de la neurosis.
Rosario: Homo Sapiens, y Heinrich, H. (1996). Cuando la neurosis no es de transferencia. Rosario:
Homo Sapiens.
27
Denominación acuñada por Silvia Amigo. Ver: Amigo, S. (2005). Clínica de los fracasos del fantasma.
Rosario: Homo Sapiens.
88
dispositivo analítico tradicional: diván – asociación libre – interpretación. Figuras
clínicas que no son perversiones, no pertenecen al campo de las psicosis, pero tampoco
se dejan insertar cómodamente en el campo de las neurosis; pacientes que presentan una
gran fragilidad narcisística y una profunda dependencia respecto de los otros,
sentimientos crónicos de vacío y vínculos sociales marcados por el sufrimiento, entre
otras cuestiones descriptas en la bibliografía de referencia. El impacto de esta
ampliación en la posibilidad de pensar la contratransferencia más allá del planteo
freudiano puede leerse fundamentalmente en la posición de Donald Winnicott y también
de su analizante, la psicoanalista Margaret Little, que abordaremos en el capítulo
siguiente. No trataremos en esta tesis el complejo tema de estos “diagnósticos” y su
articulación con la manera de pensar y articular transferencia y contratransferencia, pero
sí haremos alusiones al mismo al trabajar las propuestas de los dos autores citados.
89
DONALD WINNICOTT. LA CONTRATRANSFERENCIA O LA ACTITUD
90
“1. Anormalidad en los sentimientos de contratransferencia, y relaciones e
identificaciones fijas que se hallan bajo represión en el analista.
2. Las identificaciones y tendencias correspondientes a las experiencias
personales del analista y a su desarrollo personal y que aportan el marco
positivo para su labor analítica y que hacen que la índole de su trabajo
difiera del de cualquier otro analista.
3. De estas dos distingo la contratransferencia verdaderamente objetiva o, si
esto resulta difícil, el amor y odio que siente el analista como reacción ante
la personalidad y el comportamiento del paciente, contratransferencia basada
en la observación objetiva” (Winnicott, 1947: 264).
Es decir que para Winnicott hay, en este momento de su teorización, dos tipos de
contratransferencia: una contratransferencia que podríamos llamar “subjetiva”, en la que
resaltan la “anormalidad”, la “fijeza”, el mecanismo de la represión y, por consiguiente,
tiene que ver con el analista como sujeto; y una contratransferencia “objetiva”,
originada y justificada por las características del paciente. Es esta última la que
reivindicará Winnicott como siendo, en ocasiones, importante para un análisis. En este
sentido, establece una diferenciación entre el “odio justificado en el presente” y “el odio
que es solamente justificado en otro marco pero que es incitado por algún acto del
paciente” (Winnicott, 1947: 271), es decir, el odio que se articula con los dos primeros
puntos establecidos por el autor.
“Ante todo, no debe negar un odio que realmente existe en él mismo. El odio
que está justificado en el marco existente debe ser separado y mantenido en
reserva, disponible para una eventual interpretación (…) Una de las
principales tareas de cualquier analista consiste en mantener la objetividad
ante todo lo que le presente el paciente, y un caso especial de esto es la
necesidad del analista de poder odiar objetivamente al paciente” (Winnicott,
1947: 265-6).
Por otro lado, Winnicott enfatiza la importancia de tolerar ese odio sin
expresarlo, sin actuar en consecuencia (esto es un contraste interesante con Little, si
bien ella parece haber vivido, tal como veremos a continuación, otra faceta del trabajo
de su analista).
91
Siguiendo la lectura de Cabral (2009) podemos resaltar esta distinción
establecida por Winnicott: “entre la contratransferencia en sentido estricto (se trata para
él de la contratransferencia neurótica, que opera como obstáculo (…)), y lo que él
denominaba “respuestas del analista”” (Cabral, 2009: 82). El odio justificado y objetivo
del que habla Winnicott entra en esta última categoría, no respondiendo, así, a
identificaciones reprimidas del analista o a su llamada “neurosis residual” (p. 82), sino a
sentimientos motivados por el comportamiento efectivo del paciente.
Finalmente, Winnicott plantea en este escrito que el análisis implica una tensión
para el analista, un grado importante de dificultad, lo cual plantea la necesidad de
abordar esto a fin de “evitar el tipo de terapia que está más adaptado a las necesidades
del terapeuta que a las del paciente” (Winnicott, 1947: 274).
92
contexto, el autor propone una definición posible de la contratransferencia: esta “puede
designar los rasgos neuróticos que malogran la actitud profesional y perturban el curso
del proceso analítico tal como lo determina el paciente” (Winnicott, 1960: 212). Es
cierto que hay situaciones en las que el vínculo estrictamente profesional es franqueado;
Winnicott las reconoce y habla de las “reacciones” del analista, que muestran al
paciente algo de lo que es como persona. Se trata aquí de rupturas de esa barrera
profesional, incitadas por las características de algunos pacientes (el autor hace
referencia particularmente –aunque no lo plantea como algo excluyente- a los pacientes
psicóticos y los llamados “casos fronterizos”). Winnicott destaca el valor clínico de
estos momentos pero aclara que “una reacción no es contratransferencia” (p. 215).
Uno de estos pacientes fue sin duda la propia Margaret Little, cuyos planteos
respecto de la contratransferencia –claramente influenciados por su experiencia como
analizante- abordaremos en el capítulo siguiente. No obstante esto, aquí resulta
interesante retomar algunos de los pasajes del relato del análisis que realiza Little
respecto de su experiencia con Winnicott, para poder acercarnos, desde su clínica, a
aquello de lo que habla el autor en los artículos que comentamos.
Little afirma que los desarrollos de Winnicott generaron polémica en los medios
psicoanalíticos ya que estos planteos “develan un rostro más humano del psicoanálisis
que aquel que generalmente se muestra”28 (Little, 1985: 106). Al describir los diferentes
períodos del tratamiento, la autora hace referencia al “holding” winnicottiano (la
función de sostén), afirmando que se trataba de un sostén a la vez metafórico –
contención, contacto permanente con los pacientes tanto de manera personal como
telefónica- y literal: su analista le sostenía las manos durante horas, mientras ella se
sentía presa de un estado de terror.
28
Para la traducción de las citas de este texto hemos recurrido al diccionario online Larousse
(http://www.larousse.fr/dictionnaires/bilingues).
93
“Él no se defendía de sus propios sentimientos, sino que al contrario
aceptaba su diversidad y a veces los dejaba expresarse. Él era capaz, sin
sensiblería, de sentir sentimientos a propósito de un paciente, con él y por él,
entrando en su experiencia y compartiéndola de tal manera que la emoción
que había sido contenida era liberada” (Little, 1985: 125-126).
“No creo que un analista, sea quien sea, pueda siempre ser totalmente
consciente de lo que hace, y por qué lo hace, en ese preciso momento (…), y
no pienso que Winnicott lo haya sido tampoco –él no tenía miedo de
reaccionar o de ser espontáneo pero me explicaba a menudo aquello que
decía o hacía, a veces en ese mismo momento, a veces en una sesión
posterior” (Little, 1985: 150)
94
inconscientes del analista frente a sus pacientes, y piensa para ellas un empleo posible
en el curso de la cura. No obstante, se mantiene firme en no extender el campo de
significación del concepto de “contratransferencia” hasta abarcar todos los fenómenos
que involucran al analista, advirtiendo que esto sólo generaría confusión.
INVESTIGACIÓN”
95
analista hacia su paciente”29 (Heimann, 1949-1950: 44). A su vez, afirma que debe
darse al prefijo “contra” un peso específico, no confundiendo así la contratransferencia
con la transferencia del analista sobre el paciente, que la autora liga a los propios
conflictos del analista, que éste no ha resuelto (Heimann, 1959-1960: 52). En este
punto, Heimann se acerca a concepciones como la de Winnicott, que separaba los
sentimientos “subjetivos” de los “objetivos”, si bien ella ubica a la contratransferencia
en la posición opuesta a su colega, que la circunscribía a las manifestaciones neuróticas
del analista. A partir de esto, sostiene:
“Mi tesis es que la respuesta emocional del analista hacia su paciente dentro
de la situación analítica representa uno de los instrumentos más importantes
para su trabajo. La contratransferencia del analista es un instrumento de
investigación acerca del inconsciente de su paciente” (Heimann, 1949-1950:
44).
Siguiendo con esto, Heimann toma una posición crítica respecto de dos posturas
contrapuestas dentro de la comunidad psicoanalítica de la época: la idea de que el
analista debía comunicar abiertamente al paciente las emociones que experimentaba en
el marco del tratamiento (posición que la autora referencia en las obras de Ferenczi y
Alice Balint, y que encontraremos en Little), y la idea de que el análisis personal del
analista debía servir para eliminar toda emoción en éste en el curso de las curas por él
conducidas (que atribuye a una mala lectura de Freud por parte de sus contemporáneos).
Así, la autora reivindica la importancia del análisis personal pero afirma que éste debe
servir para que el analista pueda sostener (es decir: ni descargar, ni sofocar) los
sentimientos que surjan en él en el marco del trabajo analítico con sus pacientes,
subordinando dichos sentimientos a su labor. Esto es posible porque Heimann considera
que el analista tiene un entendimiento profundo del inconsciente de su paciente a través
de su propio inconsciente, lo cual se manifiesta en forma de sentimientos del analista
hacia el paciente, incluso antes de manifestarse como pensamientos susceptibles de
29
Resultan llamativas las comillas en el término “experimenta”. Indagando otra traducción del artículo
citado (en Revista uruguaya de psicoanálisis, tomo IV, número 1, Montevideo 1961-62, p. 130)
encontramos que se eligió utilizar la palabra “vivencia” para traducir el verbo utilizado en inglés por la
autora: “experience”. No obstante, consideramos que la elección de la palabra “experimentar” para
referirse a los sentimientos resulta más adecuada. Por otro lado, en la versión original Heimann no utiliza
comillas en este verbo. Se puede acceder a una copia parcial del escrito en inglés en:
https://es.scribd.com/doc/60719701/On-Counter-Transference-HEIMANN-Paula.
96
conciencia. Así, la contratransferencia es un instrumento para que el analista pueda
corroborar su comprensión de los procesos psíquicos que tienen lugar en el paciente.
Al mismo tiempo, el análisis personal permite que el analista pueda discernir qué
de lo que siente es “creación del paciente” (Heimann, 1949-1950: 47), es decir,
contratransferencia en el sentido estricto que le atribuye la autora, y qué cuestiones
tienen que ver con su propia neurosis, lo cual conceptualmente estaría ligado, para
Heimann, a la transferencia del analista sobre el paciente. Ahora bien, la “fusión” que se
da entre la transferencia y la contratransferencia en “la experiencia real” (Heimann,
1959-1960: 56) hace que no sea tan fácil discernir una cosa de la otra. Por ello,
Heimann advierte sobre los riesgos a que pueden llevar sus planteos, y exhorta a los
analistas a sostener, más allá del análisis personal, un estado de auto-análisis continuo
(p. 55).
“(…) el analista, sin dar libre curso a sus sentimientos, tampoco debe
tenerles miedo; por el contrario, debe saber instrumentarlos como una clave
que le permita comprender el inconsciente de su paciente, puesto que son los
signos precursores de su comunicación “profunda” con este” (Safouan,
1988: 113).
Así, la autora plantea lo que considera una lectura más fiel de la letra freudiana:
30
Cabral (2009: 66 y sigs.) aborda esta cuestión y la trabaja especialmente respecto de la obra de Racker
que comentaremos más adelante.
97
volverse insensible y distante, sino que debe usar su respuesta emocional
como clave al inconsciente del paciente” (Heimann, 1949-1950: 47-8).
31
No nos detendremos en este capítulo en los conceptos específicos que Racker introdujo respecto de la
contratransferencia (contratransferencia concordante, complementaria, directa, indirecta, entre otras
consideraciones originales respecto del tema). El lector puede remitirse a la bibliografía citada para
profundizar en los aportes de Racker al psicoanálisis. A los fines de esta tesis, el eje estará puesto en las
consideraciones generales del autor respecto del concepto que es objeto de esta investigación.
99
analizante y analista, al oponerse a la idea de que el análisis consiste en una cuestión
que se da entre una persona enferma y una persona sana.
100
de Racker en su concepción de la contratransferencia, al oscilar entre considerarla una
guía importante del analista y tomarla como la guía en el trabajo de éste. Este
deslizamiento amenaza con poner al analista (y los procesos acontecidos en éste) en
primer plano, en desmedro de las asociaciones del analizante. Ahora bien, aunque en
varios de los ejemplos clínicos que Racker va presentando para sustentar sus tesis las
asociaciones del analizante parecen venir al lugar de meras confirmaciones de las
hipótesis construidas a partir del análisis de su contratransferencia, no parece poder
imputarse al autor el dejar de lado la importancia del material aportado por el paciente.
Por el contrario, sí puede leerse en él, quizás como consecuencia de este “igualitarismo”
sostenido en la situación analítica, una confusión entre analizante y analista, que hace
perder de vista la especificidad de la función analista y del lugar del analizante. Esto se
lee claramente en la expresión utilizada por Racker para fundamentar la concordancia
entre los contenidos de la transferencia y la contratransferencia: habla de una “simbiosis
psicológica entre las dos personalidades” (Racker, 1953: 170), la del analizante y la del
analista.
En esta misma línea encontramos otros paralelos que Racker plantea entre la
transferencia y la contratransferencia, como contracara y correlato de aquella: por
ejemplo, el autor habla de una “contratransferencia positiva” como base de la
comprensión del analista de la psiquis del analizante, y de una “contratransferencia
negativa o sexual” como un escollo que dificulta esa comprensión y obliga al analista a
hacerla consciente y disolverla32 (Racker, 1958: 72). Racker afirma que no estamos,
respecto de los analistas, frente a personas “sanas” y sostiene, siguiendo a Freud, que el
análisis (incluye aquí el llamado “análisis didáctico”) es una empresa interminable que
no implica la curación total de la neurosis ni la desaparición del Inconsciente: “tampoco
está libre el analista de neurosis” (Racker, 1948: 128). En ese contexto, Racker
introduce la idea de que una “neurosis de contratransferencia”, análoga a la neurosis de
transferencia que se desarrolla en el paciente en el curso del análisis, se despliega en el
analista, si bien esto ocurre con menos intensidad que en el caso del analizante.
Entonces, en paralelo a la transferencia y la neurosis de transferencia, el “conjunto de
imágenes, sentimientos e impulsos del analista hacia el analizado, en cuanto son
determinados por su pasado, es llamado contratransferencia, y su expresión patológica
podría ser denominada neurosis de contratransferencia” (Racker, 1948: 129).
32
Nótese el paralelo con las categorías propuestas por Freud en “Sobre la dinámica de la transferencia”
(1912).
101
Así, el analista no está exento de perder el rumbo y de desarrollar procesos
patológicos en el curso de las curas por él dirigidas, pero Racker sostiene que la
posibilidad de reconocer estos procesos y dominarlos resulta utilizable para reconocer y
analizar la transferencia del paciente.
Para que este objetivo sea posible, Racker insiste en que el análisis didáctico no
es suficiente, sino que es necesario que el analista conserve, como consecuencia de éste,
la aptitud para observarse y analizarse a sí mismo continuamente. Además, el analista
debe, como producto de esto, llegar a conocer su “‘ecuación personal’, es decir, su
disposición personal a cometer errores específicos, provenientes de su propia neurosis”
(Racker, 1948: 151). Safouan retoma esta cuestión cuando plantea que la especificidad
del analista, en las elaboraciones de Racker, consiste “en una especie de división interna
que permite al analista hacer de sí mismo (de su contratransferencia y de su
subjetividad) el objeto de una observación y de un análisis continuo” (Safouan, 1988:
125). Para Racker, hacer conscientes sus reacciones contratransferenciales le permite al
analista captar e interpretar las situaciones transferenciales del paciente, en lugar de
actuar la contratransferencia y ser dominado por ésta.
Por otro lado, el autor sostiene que “cualquiera que sea la vivencia del analista,
sus reacciones siempre están en relación con los procesos del analizado” (Racker, 1953:
199-200). Esto significa que, aunque se trate de cuestiones ligadas a la propia neurosis
102
del analista, el hecho de que surjan con ese paciente en particular y en ese momento del
análisis en particular, aporta elementos para comprender e interpretar la situación del
analizante.
103
CAPÍTULO 4
Para comenzar su desarrollo, el autor se refiere a la actitud del analista, tal como
la formuló Freud. Retoma la idea de “actitud benevolente” del analista, y le da su propio
sentido a la expresión freudiana:
104
plantee. Esto presupone también, según pienso, que el analista, en virtud de
su comprensión del determinismo psíquico, tiene un cierto grado de
tolerancia, que es lo opuesto a una actitud de condenación” (Money-Kyrle,
1956: 151).
105
“normal” persiste. En particular, los sentimientos contratransferenciales del
analista estarán determinados por la empatía con el paciente en la cual se
basa su “insight”.” (Money-Kyrle, 1956: 152).
Para finalizar, Money-Kyrle afirma que los momentos en que los sentimientos
del analista se encuentran perturbados son ineludibles y “es precisamente en ellos que el
analista, analizando silenciosamente sus propias reacciones, puede aumentar su
“insight”, disminuir sus dificultades, y aprender más acerca de su paciente” (p. 163).
Volvemos así a la idea del autor de que la contratransferencia tiene no sólo efectos, sino
106
también sus causas en el paciente. Esto lleva a la importancia de poder vislumbrar de
qué manera el paciente contribuyó a crear el conflicto presente en el analista, como
requisito para la instrumentación adecuada de los fenómenos contratransferenciales a
los fines de la comprensión del psiquismo del paciente.
ANALISTA?
Little comienza el primero de los artículos con un relato clínico. Se refiere a “el
analista” de manera impersonal, inespecífica, pero tratándose de la contratransferencia
como tema central, somos llevados a pensar que se trata de una cura conducida por la
autora o de un caso que ella ha supervisado.
107
conducido a negar esta muerte de manera casi “maníaca”” (Little, 1951). No queda
claro por qué el paciente no pospuso la conferencia ni qué factor lo hizo sentir
“conducido” a negar la muerte de su madre. Esto sólo se esclarece cuando podemos
develar de quiénes se trata en este relato clínico.
La misma autora confiesa, más de treinta años después, que se trata de un relato
“disfrazado” de su propio análisis con Ella Freeman Sharpe (Little, 1985: 118). Su
padre acababa de morir, lo cual generó una profunda crisis en su familia, y ella debía
presentar el trabajo que le permitiría convertirse en miembro titular de la Sociedad
Británica de Psicoanálisis (allí se esclarece que no se trataba sólo de un tema que a su
analista le despertaba interés; Ella Freeman Sharpe había incentivado la iniciativa de
Little de devenir analista, y en ese momento se trataba de formalizar su pertenencia a la
institución a la cual su analista también pertenecía). Little cuenta que ella quería
posponer la fecha de la presentación, pero fue su analista quien le insistió para que no lo
hiciera. La autora cuenta que fue incapaz de enfrentarla, si bien sentía que esto interfería
en su trabajo de duelo. Respecto de las sesiones posteriores, Little comenta que Sharpe
manifestó estar contenta por su éxito en la presentación, le presentó sus condolencias
por la muerte de su padre, y nunca volvieron a tocar el tema. “El análisis se continuó
como si nada hubiese pasado por fuera de la lectura de mi conferencia” (Little, 1985:
118). Respecto de esta última, Sharpe interpretó su reticencia a presentarla dentro del
contexto de la transferencia: culpa y envidia de la capacidad de la analista, miedo al
castigo si osaba imponerse o desafiarla, y transferencia de la culpa y envidia que la
paciente sentía por las relaciones sexuales de sus padres y su creatividad. Little
manifiesta haber pensado en aquel momento que, si bien la envidia existía, no le pareció
lo esencial en aquel momento. Además, manifiesta haber sido impedida de elaborar esta
y otras pérdidas de seres queridos, toda vez que, frente a un fallecimiento, su analista
enmarcó todas las interpretaciones en la relación transferencial con ella.
108
tensión entre estos dos análisis que pueden entenderse las consideraciones de la autora
respecto de este tema: fundamentalmente, su insistencia en la comunicación de la
contratransferencia al paciente y en el derecho de éste de conocer dichos procesos
internos de su analista, y su descripción de “la respuesta total del analista”.
Tal como dijimos anteriormente, Little (1985: 145) destaca el carácter “humano”
del psicoanálisis de Winnicott, e incluso agrega que “ser humano” era lo primordial en
la dirección de esa cura (la suya), lo cual resuena con su afirmación de que ser analista y
ser “persona” no deben ser cosas disyuntas (si bien Winnicott no superponía ambas
cuestiones, como hemos explicitado). La autora también destaca el concepto
winnicottiano de “holding” (ya mencionado en el apartado dedicado a este autor) y
afirma que “el holding, que era siempre tenido en cuenta, significaba asumir toda la
responsabilidad, darle al paciente toda la fuerza del Yo que no podía encontrar en él
mismo, y retirarla a medida que el paciente estaba en condiciones de procurársela”
(Little, 1985: 124). Resulta interesante la resonancia con sus postulados respecto de que
“para la totalidad de las necesidades de su paciente [el analista] tiene una respuesta de
responsabilidad de un cien por ciento” (Little, 1957). Ahora bien, también fue Winnicott
quien introdujo para ella la cuestión de los límites de los que también habla en su
artículo: “a pesar de todo, él me explicaba claramente que no era cuestión de que él se
sacrificara totalmente. Si él no se daba a sí mismo la suficiente importancia, si no
satisfacía sus propias necesidades, corporales y emocionales, no podría ser útil para
nadie, incluido él mismo” (Little, 1985: 146).
33
Esto recuerda a la lectura de Judith Dupont respecto de la posición de Ferenczi, como analizante de
Freud, al desarrollar la innovación técnica del análisis mutuo. Ver página 83.
34
En esta misma línea de argumentación se encuentra la interpretación de Leff de un lapsus cometido por
Lacan en su seminario “Los escritos técnicos de Freud” (1953-1954). En la lección del 07/01/1954, Lacan
plantea a sus oyentes que discutirá un texto sobre la contratransferencia de autoría de Annie Reich,
cuando en verdad se trata del primer artículo comentado en este apartado, de autoría de Little. Leff
destaca que la concepción de cada una de estas autoras respecto de la contratransferencia es opuesta a la
109
Volviendo al texto de 1951, Little hace referencia a la opinión generalizada de
aquella época respecto de que la contratransferencia era tan importante como
potencialmente peligrosa, lo cual venía de la mano de una fuerte advertencia a los
psicoanalistas sobre la importancia del análisis personal. A su vez, destaca la
multivocidad del término, lo cual la lleva a establecer cuatro puntos que explicitan los
significados que suele darse a esta noción:
de la otra. Reich, contrariamente a Little, afirma que el analista debe sostener una posición neutral, no
responder a la emoción del paciente, para que la transferencia sea posible. La contratransferencia, para
esta autora, está ligada a los sentimientos inconscientes del analista, a la transferencia del analista sobre el
paciente (equivalente a la transferencia del paciente sobre él), y también “abarca los efectos de las propias
necesidades y conflictos inconscientes del analista sobre su comprensión y su técnica” (Reich, 1951). En
esta línea, la autora es categórica respecto del estatuto de la contratransferencia en el análisis: “casi todos
los fenómenos mencionados interferirán en la habilidad del analista para entender, responder, manejar al
paciente, interpretar adecuadamente” (Reich, 1951). Así, la contratransferencia se liga a la neurosis del
analista, y su forma más frecuente está ligada a una identificación del analista con el paciente, la cual
puede responder a múltiples determinantes: un rasgo común entre ambos que el analista no reconoce
conscientemente; o porque el paciente refleja como realizados impulsos profundos del analista, lo cual se
liga a los casos en que existe un deseo del analista de ocupar la posición de paciente. En este punto es que
Leff ancla su interpretación del lapsus de Lacan: sostiene que al confundir los nombres de estas autoras,
Lacan nos convoca a leer el artículo de Little con las claves aportadas por Reich, es decir, que se trata de
destacar que Little está demasiado identificada al lugar del analizante, y desde allí construye su noción de
contratransferencia. Consideramos entonces que la lectura de Leff abona nuestra idea respecto de que las
elucidaciones de Little sobre la contratransferencia fueron elaboradas “en transferencia”, es decir, en
posición de analizante. Leff va incluso más lejos, al afirmar que el primer texto sobre la
contratransferencia de esta autora inaugura el trabajo de duelo de Little por su analista, Ella Sharpe (Leff,
2007: 93).
Por otro lado, a partir de su lectura de los artículos de esta autora, Gabriela Basz sostiene que “en M.
Little hay una resolución sintomática con el psicoanálisis mismo; hace síntoma con el psicoanálisis,
síntoma del cual forma parte el núcleo de goce de la identificación con Winnicott” (Basz, 2004: 88). Su
estatuto de analizante y discípula de Winnicott, que Basz desliza hacia una posición de hija de “una
madre winnicottiana” la lleva a construir su modelo de analista a imagen y semejanza de Winnicott. “Por
eso pienso que ‘R’ es una suplencia, es la respuesta que produce su análisis” (p. 88).
110
Respecto del uso que ella misma hace del concepto, la autora plantea que si bien
en un principio pretendía ceñirse al segundo punto (que hace de la contratransferencia
una fuente de dificultades y la acerca a la postura de Winnicott), ha notado que en sus
reflexiones se desplazaba a través de todas estas definiciones posibles.
Frente a esta pluralidad, Little se pregunta por qué resulta tan difícil encontrar
una concepción unívoca de la contratransferencia. En primer lugar, ubica el carácter
inconsciente de la contratransferencia y el hecho de que “la actitud total del analista”
involucra la totalidad de su aparato psíquico, lo cual hace que la contratransferencia no
pueda ser analizada directamente sino sólo a partir de sus efectos. Por otro lado, observa
que un abordaje específico y diferenciado de la contratransferencia se dificulta, al ser la
transferencia y la contratransferencia dos cuestiones inseparables. Finalmente, Little
critica la actitud fóbica o paranoide de algunos analistas respecto de sus propios
sentimientos e ideas, ya que si bien se reconoce la contratransferencia, se la considera
algo peligroso. “El mito del analista impersonal, casi inhumano, no manifestando
ningún sentimiento, es compatible con esa actitud” (Little, 1951).
Ahora bien, Little establece una posición divergente respecto de esta actitud:
plantea que una utilización apropiada de la contratransferencia puede hacer de ella una
herramienta no sólo valiosa, sino incluso indispensable en el análisis. Por otro lado, y a
diferencia de otros autores (tales como Paula Heimann), establece que la
contratransferencia debe ser comunicada al paciente, ya que esto fortalece la confianza
del paciente en la honestidad del analista. A su vez, esta comunicación muestra al
analista como un ser humano y confirma la universalidad de la transferencia, es decir, su
surgimiento en cualquier relación (en este caso, desde el analista hacia el paciente, de
acuerdo con el punto “b” de la definición de la autora). La autora aclara que esto
requiere prudencia y la capacidad de juzgar cuál es el momento adecuado para realizar
tal comunicación, pero en ambos artículos afirma que en tanto la contratransferencia
afecta el devenir del análisis, el paciente tiene derecho a estar informado de ésta. “En mi
opinión, hay un momento de desarrollo de cada cura en que es esencial para el paciente
reconocer en el analista no solamente la existencia de sentimientos objetivos y fundados
sino también de sentimientos subjetivos” (Little, 1951).
Si bien la autora dice que el analista no tiene por qué revelar a su paciente los
complejos personales que, fruto del análisis personal, puede pesquisar por detrás de
estas manifestaciones, sí debería explicitar al paciente que hay algo que le es propio y
111
que se está poniendo en juego en el curso de la cura. Y esto no sólo debe limitarse a
aquellos sentimientos que surgen como respuesta a actitudes y comportamientos del
paciente (aquello que Winnicott denominaba “sentimientos objetivos”), sino que
también deben comunicarse aquellos sentimientos que responden a constelaciones
psíquicas del propio analista.
En este punto, la autora reafirma que todo análisis personal resulta incompleto y
que esta tendencia a desarrollar “contratransferencias inconscientes infantiles” (o
transferencias sobre el paciente) siempre existirá en los análisis. En ese punto, la
verdadera dificultad y peligro de la contratransferencia no tiene que ver con su
ocurrencia, sino con su negación y su exclusión por parte del analista. Así, “(…) igual
que la transferencia, la contratransferencia no debe ser temida o evitada; de hecho, no
puede ser evitada - sólo puede tenerse en cuenta, controlar su extensión y procurar
servirse de ella” (Little, 1951).
Seis años más tarde, Little vuelve a dedicarle un extenso artículo al tema y crea
un símbolo: “R”, para nombrar lo que en 1951 estableció como la cuarta manera de
entender el término “contratransferencia”, es decir, “la respuesta total del analista a las
necesidades de su paciente, cualesquiera sean sus necesidades y cualquiera sea la
respuesta” (Little, 1957).
Cabe aclarar que la autora llama “respuesta total” a “todo lo que un analista dice,
hace, piensa, imagina o experimenta en el curso de un análisis en relación a su paciente”
(Little, 1957). Desde la manera en que saluda al paciente, el momento y el modo de una
interpretación, sus palabras y sus silencios, sus reacciones o la falta de las mismas, todo
esto expresa, para Little, los sentimientos conscientes e inconscientes del analista. El
término “necesidad”, por su parte, permanece con cierta ambigüedad, planteando la
autora que el analista debe ir descubriendo las necesidades de su paciente sobre la
marcha del análisis, si bien “la última necesidad es la adquisición de un discernimiento
y una evaluación acrecentadas por la realidad” (Little, 1957). En este punto, resulta
interesante la articulación que la autora establece en este punto con la cuestión de la
comunicación de la contratransferencia: “La realidad que está presente, segura, en todo
análisis, es el propio analista, su función, su personalidad” (Little, 1957). De esta
manera, ofrecerle al paciente una comunicación transparente respecto de los procesos
internos del analista vendría al lugar de una respuesta acorde a la necesidad más
imperiosa del paciente en el curso de la cura analítica.
112
A partir de la introducción de “R”, Little afina su propia definición y vuelve a su
posición de partida: establece que la contratransferencia en sentido estricto remite
solamente al punto “b” citado anteriormente, es decir, a las transferencias del analista
sobre el paciente, y esto sería sólo una parte de “R”, la totalidad de las actitudes y
comportamientos del analista hacia el paciente.
Para terminar, Little ofrece en este artículo el relato de un caso que la tuvo como
analista: el caso Frida. Se trata de un análisis que duró diez años y que comportó
marcadas dificultades en el establecimiento de la transferencia. La razón de transmitir
este caso en el artículo citado radica en que, para esta paciente, con la cual el análisis
era muy trabajoso y venía atravesando no pocas dificultades, una comunicación del tipo
descripto por Little le permitió salir de un estado de malestar agudo a partir de la muerte
de un ser querido, una amiga de la familia a la que Frida estaba muy apegada, llamada
Isle. A partir de este fallecimiento, el estado de Frida había empeorado sustancialmente,
poniéndola en riesgo. Muy preocupada por este estado de cosas, un día la analista le
planteó que su situación era muy dolorosa, no sólo para la misma Frida y su familia,
sino también para ella misma. Se mostró, así, muy afectada y apenada por lo que estaba
viviendo su paciente. Además, asoció explícitamente esta situación con otros dos
momentos en que había manifestado sus sentimientos respecto de la paciente. El
primero de ellos ocurrió durante una sesión en la que Frida repetía, de manera
monótona, sus quejas respecto de su madre; aburrida y frustrada por ver que toda
intervención resultaba infructuosa, Little le dijo “que sabía que la esencia de su discurso
tenía poca importancia, que se trataba de una defensa, y añadí que no valía la pena
mantenerme despierta mientras que sus repeticiones fueran tan aburridas” (Little, 1957).
El segundo momento ocurrió luego de que la analista efectuara algunas remodelaciones
en su consultorio, cuando Frida realizó varios comentarios que apuntaban a mostrarle a
su analista cómo hubiese debido hacer las cosas. “(…) yo estaba cansada, he ahí que en
lugar de hacer una interpretación, sin pensar en lo que decía, expresé con humor: ‘me
río totalmente de lo que usted piensa’35” (Little, 1957). En los tres casos, el efecto de la
intervención es prácticamente inmediato.
35
Cabral (2009) trabaja con una traducción alternativa de este episodio, que marca una significativa
diferencia en la posición de Little: “(…) Frida se entrega a un discurso tedioso, repetitivo, pródigo en
buenos consejos de decoración, pero de un carácter obsesivo y controlador que despierta la irritación de
Little. Y entonces, para su sorpresa, se escucha espetándole “crudamente”: “Me importa un bledo lo que
Ud. piense de mi consultorio”” (p. 85)
113
Little comenta que luego de la comunicación de sus sentimientos a raíz de esta
muerte, la paciente le dijo que
“por primera vez desde que había comenzado el análisis, yo había llegado a
ser, para ella, una verdadera persona, completamente diferente de su madre.
(…) Mis sentimientos, visiblemente auténticos, diferían de los sentimientos
hipócritas de sus padres. Ellos no le daban a ella y a sus proyectos valor,
valor que sus cosas jamás habían tenido excepto para Isle. En otros términos,
en el momento en el que expresé mis sentimientos me transformé en Isle. A
partir de ese momento, las interpretaciones de la transferencia comenzaron a
tener sentido para ella” (Little, 1957).
114
LUCY TOWER. LA CONTRATRANSFERENCIA O “EL MEOLLO ESENCIAL Y
Lucy Tower es la autora más sobresaliente en la lectura crítica que realiza Lacan
en su seminario “La angustia” (1962-1963) respecto de la cuestión de la
contratransferencia. En este capítulo abordaremos el artículo que comenta Lacan en
dicho seminario, titulado “La contratransferencia” (1955). Asimismo, retomaremos la
lectura de algunos autores que nos permitirán, ya en este punto del trabajo, enriquecer
nuestro abordaje y sentar las bases para el retrabajo que realizaremos posteriormente en
el marco de la teoría lacaniana.
115
psicoanalistas frente a la misma. Repasando brevemente la bibliografía existente, habla
de ideas contradictorias y ubica que las principales diferencias entre los autores se
centran en qué reacciones o disposiciones del analista pueden considerarse
contratransferenciales; si debe o no comunicarse la contratransferencia al paciente; si la
contratransferencia es un fenómeno normal o anormal; y, fundamentalmente, si el
analista debe funcionar como un espejo o como un ser humano.
Luego de este recorrido, la autora nos ofrece su propia definición del término:
116
Por otro lado, resulta llamativa su visión crítica frente al llamado análisis
didáctico, que en general se plantea en la bibliografía como la única garantía del analista
frente al asalto de los fenómenos contratransferenciales. La autora afirma que, al ser el
análisis didáctico una obligación del candidato,
Además, liga esta cuestión con una resistencia enraizada en las instituciones:
De esta forma, Tower sostiene que sentimientos y fantasías hacia los pacientes
son algo inevitable y presente en todo tratamiento analítico. El fenómeno
contratransferencial propiamente dicho se ubica en “los sentimientos excesivos o
inapropiados respecto de lo que parece ser el paciente o respecto de lo que dice, en
particular cuando se asocian con angustia” (Tower, 1955: 122). Tower prefiere hablar
de “estructuras contratransferenciales” en lugar de “neurosis de contratransferencia”
(como lo planteó Racker), para dar cuenta de aquellas “desviaciones que se desarrollan
en el analista como respuesta inconsciente a las presiones y motivaciones ocultas de su
paciente” (p. 123). No obstante, ocasionalmente alterna ambas expresiones a lo largo
117
del artículo, y de hecho la autora hace referencia a esta noción en el párrafo inaugural
del borrador que elidió en las versiones siguientes, dándole un valor concreto para el
análisis: “he dicho muy a menudo, medio en broma, que yo creía que había una neurosis
contratransferencial en cada análisis, con una significación específica para el curso del
tratamiento” (en Leff, 2007: 147). Puede leerse así que, aunque enraizada en estructuras
neuróticas del analista, el surgimiento de ciertas manifestaciones en un análisis en
particular puede, para Tower, servir de orientación respecto de ese analizante.
Ahora bien, el valor de orientación para el analista que tienen los fenómenos
contratransferenciales en la concepción de Tower no significa que éstos deban ser
compartidos con el paciente. En este sentido, toma valor una nota al pie que fue omitida
en la versión castellana del artículo de Tower y que nos llega gracias al análisis de Leff.
Allí, en el marco del relato del tercer caso que reseñaremos aquí, la autora dice que no
explicitó en lo más mínimo su respuesta afectiva al paciente, destacando, tal como lo lee
Leff, que no hay necesidad de “confesar” los propios sentimientos al paciente ni existe
36
El subrayado es nuestro.
118
beneficio alguno en discutir las reacciones contratransferenciales con éste (Leff, 2007:
110).
Para dar cuenta de sus postulados, Tower ofrece cuatro relatos clínicos, haciendo
explícito su objetivo al desarrollar tal exposición:
Ahora nos detendremos en un comentario de cada caso descripto por Tower a fin
de contar con este conocimiento en nuestro recorrido posterior, cuando abordemos la
lectura crítica de Lacan.
119
paciente se detuvo, “comenzó a reír y dijo, ‘bueno, en realidad, Dra. Tower, no puedo
decir que la culpo’” (Tower, 1955: 126). La autora ubica ahí un viraje en dicho análisis
y en la posición de la paciente.
Tower lee este episodio como un acting out de su parte que permitió resolver la
cuestión contratransferencial, que consistía en aquella paciencia infinita que le
demostraba a su paciente. De acuerdo con su definición del término, Tower agrega:
“Podía rastrear en detalle esta tendencia mía hasta ciertas influencias de mi temprana
infancia (…) Comprendía esto de manera parcial y, sin embargo, no estaba lo
suficientemente resuelta en mi personalidad” (p. 126-127).
Cabral retoma este relato clínico como una oportunidad para establecer un
contrapunto entre los procederes de Tower y Little (en el caso Frida):
120
no parece en cambio responder a un patrón mostrativo dirigido al Otro (como se
esperaría de un acting)” (Cabral, 2009: 115-116), tal como lo retoma de los planteos de
Lacan en el seminario “La Angustia”. Prueba de esto es que el cambio en la posición
subjetiva de Tower es permitido por una interrogación respecto de este olvido, una
pregunta por su sentido. Siguiendo a Cabral, es este viraje a una posición analizante,
que se pregunta por ese olvido enigmático pero que sin embargo le concierne, lo que
permite a Tower salirse de la posición rígida en la que se encontraba. De esta forma,
destaca el valor de dicho relato clínico y del gesto de la autora: “Es una observación que
parece indicar que no-todo deslizamiento a la posición analizante en el curso de la cura,
constituye en sí mismo un extravío para el analista. En algunos casos, puede brindarle la
posibilidad de recuperar la posición que le es propia” (Cabral, 2009: 117).
Respecto de los dos casos intermedios del artículo, los dejaremos para el final de
este desarrollo, por ser los más extensos y los más significativos para los planteos que
abordaremos en el capítulo 6.
El último de los casos narrados, por cierto muy brevemente, habla de la situación
de un joven con quien la analista terminó el tratamiento de manera prematura, y
enumera las razones que, considera, influyeron en ese desenlace:
“nunca pude decidir si éste era uno de esos raros casos en los que el analista
debe promover, en forma activa, un divorcio (…) mi incomodidad con el
afecto de transferencia-contratransferencia actuó como obstáculo en la
perelaboración total de este problema. En segundo lugar, es muy probable
que me haya sentido intimidada por la presión de un agresivo analista de
mayor edad, que estaba tratando a la esposa [del paciente] y que había hecho
patente su determinación de que este matrimonio funcionara” (Tower, 1955:
137-138).
121
Resulta llamativa la posición de Tower en esta situación, de la cual no brinda
mayor esclarecimiento: la autora se ha corrido radicalmente de su posición de analista al
intentar decidir el destino de la vida de su paciente, y al entrar en un enfrentamiento –
real o fantaseado- con quien conducía la cura de la esposa de quien la había consultado.
Si bien podemos conjeturar que se trató aquí de la interferencia de una transferencia de
Tower sobre el paciente (fundamento para esto es la elección de Tower de este caso, en
articulación con su definición de “contratransferencia” en el sentido descripto aquí),
vemos que la autora se vio impedida de efectuar una lectura y un corrimiento de esta
posición. En este caso nos acercamos significativamente a la primera definición que dio
Lacan de la contratransferencia, en la cual habla de la suma de los prejuicios del
analista, que en este caso malograron toda posibilidad de interrogación de Tower sobre
su posición.
123
literalmente sentía que, de producirse el más insignificante movimiento en
falso de mi parte, todo estaría perdido. La amenaza, sin embargo, no era en
contra mía38. El afecto provocado en mí era más o menos como sigue: si yo
no lograba estar a la altura de esta prueba, él se desbarataría y nunca más
podría confiar en otro ser humano” (Tower, 1955: 133).
La autora sostiene la idea de que el analista no puede ser sólo un espejo frente al
paciente, sino que sufre transformaciones profundas en su encuentro con éste. Por otro
38
El subrayado es nuestro.
124
lado, el encuentro moviliza cuestiones propias de su neurosis que se actualizan, como
reacciones contratransferenciales, obligando al analista a su estudio y elaboración, a fin
de no deslizarse a una posición que obstaculice el curso de la cura.
No obstante las similitudes, Tower afirma que la posición protectora que asumió
en la transferencia en este caso se dirigía principalmente al paciente mismo, y sostiene
que también pudo aminorarla en el correr del tratamiento al percibir que esto estaba
siendo excesivo para él.
“Yo, sin duda, estaba advertida teóricamente de todo esto desde los primeros
momentos del tratamiento de ambos hombres y estaba consistente y
razonablemente prevenida de vigilar mis propias reacciones, sobre todo
frente al cúmulo de quejas que aparecía en contra de las esposas. También
estaba prevenida de sentirme molesta con las respectivas mujeres por la
conducta subversiva hacia el tratamiento de sus esposos” (Tower, 1955:
130).
No obstante esto, en este caso Tower (1955: 136) tuvo una “percepción
repentina” del hecho que ella no podía analizar a este hombre y que su dificultad
contratransferencial radicaba en el hecho de creer que podría hacerlo. “Lentamente, me
fui percatando de que había un tono denigrante en las actitudes hacia su esposa y
también hacía mí en el análisis” (p. 136). A partir de esto, Tower dice identificarse cada
vez más con la esposa., quien llegó a acudir a ella desesperadamente porque la actitud
de su marido no mejoraba.
125
no verdaderamente transferenciales” (p. 136). En primer lugar, cabe interrogar la idea
de que eran los pacientes los que tenían la fuerza para “plegar a la analista a su
voluntad” o no, o si se trataba del posicionamiento de ella que permitía conducir la cura.
En todo caso, ella no se dejó seducir por este paciente, no se doblegó ante él. Por otro
lado, la aseveración de que no se trataba de declaraciones transferenciales llama mucho
la atención y recuerda a la posición de Freud respecto de la joven homosexual.
126
HACIA LA LECTURA CRÍTICA DE LACAN SOBRE LA
CONTRATRANSFERENCIA
127
TERCERA PARTE:
LA TRANSFERENCIA ANALÍTICA Y
LA CONTRATRANSFERENCIA EN LA
ELABORACIÓN LACANIANA
128
CAPÍTULO 5
Ahora bien, en este retorno a Freud Lacan también opera una transformación en
la doctrina freudiana que resulta innegable. Esto es así porque el retorno al sentido de
Freud lleva a Lacan a articular la teoría freudiana a partir de nuevas claves que permiten
captarla en todo su alcance; una de estas claves es la introducción de sus tres registros -
lo simbólico, lo imaginario y lo real-, que permiten dar cuenta, bajo una nueva luz, de la
originalidad de la experiencia analítica y de los procesos de constitución subjetiva. Esta
distinción lleva a la diferenciación, realizada muy tempranamente, del sujeto y del yo –
correlativa de la distinción, en el plano de la alteridad, entre el Otro y el otro-, lo cual da
un sólido fundamento a la crítica lacaniana del psicoanálisis posfreudiano, sostenido en
un análisis de yo a yo, es decir, en el plano imaginario. Dando las coordenadas de un
psicoanálisis que recupere la letra y el sentido de Freud, Lacan se refiere al analista y
afirma que, para pensar su posición respecto del sujeto que está en análisis,
129
“la condición primordial es que esté compenetrado de la diferencia radical
del Otro al cual debe dirigirse su palabra, y de ese segundo otro que es el que
ve y del cual y por el cual el primero le habla en el discurso que prosigue
ante él. Porque es así como sabrá ser aquel a quien ese discurso se dirige”
(Lacan, 1955: 405).
Sobre la base de este retorno al fundador del psicoanálisis, con las características
particulares que hemos destacado, todos los conceptos freudianos serán rearticulados.
En particular, el concepto de transferencia cobrará nuevos matices que permitirán
pensarla más allá de la mera reactualización y repetición del pasado.
130
momentos de su enseñanza y su obra escrita, a fin de establecer el piso conceptual sobre
el cual realiza, de manera contemporánea, sus planteos sobre la contratransferencia. A
estos desarrollos nos dedicaremos en el capítulo siguiente.
La transferencia participa así de algo del orden del engaño. Ahora bien,
adelantándonos a lo que abordaremos al hablar de la contratransferencia, podemos decir
que la dificultad consiste en que, allí, el analista no sea el mayor engañado.
131
(1953-1954) como “transferencia imaginaria”, a la cual diferenciará de la “transferencia
simbólica”.
Lacan dirá más adelante que en la relación analítica hay “dos sujetos vinculados
por un pacto” (Lacan, 1953-1954: 268), más allá de la relación especular yo-otro.
Entonces se trata, en la transferencia simbólica, del acto de palabra, de un fenómeno de
lenguaje. Lacan retoma en este punto el momento en que Freud introduce el término
“transferencia” en “La interpretación de los sueños“, que ya citamos en el capítulo 1.
Dice al respecto que “en la transferencia se trata fundamentalmente de la toma de
posesión de un discurso aparente por un discurso enmascarado, el discurso del
inconsciente” (p. 357). En este contexto es que Lacan afirma que “en el análisis de la
transferencia, se trata de saber en qué punto de su presencia la palabra es plena” (p.
353). Cabe retomar aquí la diferenciación que realiza el autor entre la palabra plena, “en
tanto realiza la verdad del sujeto” (p. 84), la palabra que hace acto en el sentido de que
su emergencia marca un punto de quiebre y “uno de los sujetos ya no es el que era
antes” (p. 168); y la palabra vacía, “situación en la que el sujeto se extravía en las
maquinaciones del sistema del lenguaje, en el laberinto de los sistemas de referencia que
le ofrece el sistema cultural en el que participa en mayor o menor grado” (p. 85). En
tanto la comunicación y, en general, la cotidianeidad, transcurre en el plano de la
palabra vacía, en el análisis se trata del surgimiento de la palabra plena. De esta manera,
queda establecido que la concepción de la transferencia no puede quedar reducida al
132
plano dual, especular, imaginario, para lo cual Lacan introduce a la palabra como tercer
término necesario para aprehenderla.
Ahora bien, aunque Lacan plantea sus tres registros -lo simbólico, lo imaginario
y lo real-, en el año 1953, introducirá la noción de gran Otro –consustancial al registro
simbólico- en 1955. En el curso de su seminario titulado “El Yo en la teoría de Freud y
en la técnica psicoanalítica” (1954-1955), en la lección del 25/05/1955, distinguirá “por
lo menos, dos otros: uno con A mayúscula, y otro con una a minúscula que es el yo. En
la función de la palabra de quien se trata es del Otro” (Lacan, 1954-1955: 355).
Entonces, más allá del registro imaginario, del plano del espejo, más allá de la relación
del yo con sus semejantes, se trata de una relación de alteridad fundamental. Esto es lo
que Lacan plasma en su esquema L (p. 365):
“Cuando nos servimos del lenguaje, nuestra relación con el otro juega todo
el tiempo en esa ambigüedad. Dicho en otros términos, el lenguaje sirve
tanto para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente
40
Esto tiene profundas incidencias en la forma de pensar la contratransferencia, y es una de las claves
para leer la crítica lacaniana a los autores posfreudianos. Retomaremos esto en el próximo capítulo.
133
comprenderlo. Y de esto precisamente se trata en la experiencia analítica”
(Lacan, 1954-1955: 367).
Contra la idea de un análisis que busque como meta la integración del yo, Lacan
afirma que la formación del analista debe apuntar a que éste sea un sujeto cuyo “yo”
esté ausente.
“El análisis debe apuntar al paso de una verdadera palabra, que reúna al
sujeto con otro sujeto, del otro lado del muro del lenguaje (…) El análisis
consiste en hacerle tomar conciencia de sus relaciones, no con el yo del
analista, sino con todos esos Otros que son sus verdaderos garantes, y que no
ha reconocido. Se trata de que el sujeto descubra de una manera progresiva a
qué Otro se dirige verdaderamente aún sin saberlo, y de que asuma
progresivamente las relaciones de transferencia en el lugar en que está, y
donde en un principio no sabía que estaba” (Lacan, 1954-1955: 369-70).
Así, vemos que Lacan ubica el lugar del Otro como el lugar que el analista debe
ocupar a fin de que progrese el análisis. Y en este punto se delinea la noción de
transferencia analítica:
41
Se refiere al otro con minúscula.
134
maniobrar en estas dos dimensiones bien diferenciadas, los análisis se vieron
imposibilitados42.
“Todo lo que sabemos del inconsciente desde el principio, a partir del sueño,
nos indica que hay fenómenos psíquicos que se producen, se desarrollan, se
construyen para ser escuchados, por lo tanto, precisamente, por este Otro que
está ahí aunque no se sepa (…) me parece imposible eliminar del fenómeno
de la transferencia el hecho de que se manifiesta en la relación con alguien a
quien se le habla” (Lacan, 1960-1961: 203).
42
Abordaremos los planteos realizados al respecto en el capítulo siguiente, cuando nos dediquemos a la
elaboración lacaniana de la contratransferencia.
135
Ahora bien, tal como dijimos, no se trata de un Otro absoluto. “En cuanto a este
Otro noético, su deseo es un enigma. Y este enigma está anudado con el fundamento
estructural de su castración” (Lacan, 1960-1961: 251). El Otro no puede responder
acerca de cuál es su deseo, lo cual es postulado por Lacan como una falta en el Otro, la
falta de un significante.
Esto es algo que podemos rastrear desde varios años antes, cuando Lacan
empieza a articular lo que se conoce como “el grafo del deseo” y tiene su expresión más
acabada en el escrito “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente
freudiano” (1960). Allí presenta la notación algebraica A [A barrado], para designar al
Otro en tanto está castrado, al Otro barrado. En la respuesta del Otro a la pregunta del
sujeto acerca de sí mismo, queda el enigma; hay en el Otro una falta que no completa el
deseo de saber del sujeto. Es lo que Lacan plantea cuando dice que “no hay Otro del
Otro” (Lacan, 1960: 778), lo cual tiene profundas incidencias en la estructuración
subjetiva. “No hay Otro del Otro”, que en el grafo vemos escrito S(A) [significante de A
barrado], significa que no hay en el Otro ningún significante que pueda oportunamente
responder por lo que soy. Juan Ritvo lo dice en estos términos: “en el Otro algo no
responde, literalmente: no responde. ¿A qué? A la pregunta por el último secreto de mi
nombre en tanto sujeto deseante. Allí, en el Otro no hay ninguna respuesta. En el Otro,
lo único que hay es un vacío, o más precisamente, un agujero” (Ritvo, 1997: 72).
“Si phi, el falo como significante, tiene un lugar, éste consiste muy
precisamente en suplir el punto donde, en el Otro, desaparece la significancia
–donde el Otro está constituido por el hecho de que en alguna parte hay un
significante faltante” (Lacan, 1960-1961: 264).
136
Entonces, Lacan ubica desde el inicio al analista en el lugar del Otro, es decir,
más allá del registro yoico. Resulta interesante, en este punto, enfatizar las resonancias
que tiene la expresión “l’Autre” en francés. En primer lugar, “l’Autre” puede significar
“el Otro”, acepción que utilizamos usualmente en español para referirnos a esta noción,
y que Lacan de algún modo promueve al “encarnar” al Otro en personas concretas (la
madre, el analista, etcétera). Asimismo, este término puede traducirse como “lo Otro”,
resonancia que nos permite efectuar una desustantivación del término, ya que “lo Otro”
nos remite a la Otredad, y no a un ser o una entidad (lo cual es vehiculizado por el
artículo “el”). Asimismo podemos pensar la tensión entre “el Otro” y “lo Otro” como
una puesta en juego de la interferencia entre el aspecto simbólico y el aspecto real del
Otro.
Ahora bien, esta última acepción se hace más palpable a partir del seminario “La
Angustia” (1962-1963), en el cual la introducción del objeto a acentúa la alteridad
radical del Otro, su núcleo real. Hasta este momento, Lacan articulaba la cuestión de la
falta a nivel del significante, e instituía al falo, en su dimensión simbólica, como el
significante de la falta (). En ese momento de su enseñanza se trataba del a como
objeto del deseo, es decir, el objeto que estaría “adelante” del deseo, como señuelo, y no
del objeto causa. Retomando estos planteos anteriores, Lacan dice en el seminario “La
Angustia”:
“ya les dije en otro tiempo, en suma, que no hay falta en lo real, que la falta
sólo puede captarse por medio de lo simbólico. Es en el nivel de la biblioteca
donde se puede decir –Aquí, el volumen tal falta en su lugar. Este lugar es un
lugar designado por la introducción previa de lo simbólico en lo real. Por
este motivo, la falta de la que hablo aquí, el símbolo la colma fácilmente,
designa el lugar, designa la ausencia, presentifica lo que no está ahí” (Lacan,
1962-1963: 146).
137
hay que dar es concebir que en este punto tocamos aquello que hace
propiamente posible la relación con el Otro, o sea, con aquello de donde
surge que haya significante. Este punto de donde surge que haya significante
es el que, en cierto sentido, no puede ser significado. Es lo que llamo el
punto falta de significante” (Lacan, 1962-1963: 149).
A S
S A
Este a que Lacan designa con una letra, una notación algebraica que es “como
un hilo destinado a permitirnos reconocer la identidad del objeto en las diversas
incidencias en las que se nos manifiesta” (p. 98), es estructurante. El a se constituye
como resto en la relación del sujeto con el Otro, y en cuanto tal resiste a toda
asimilación a la función del significante. “Pero precisamente este desecho, esta caída,
esto que resiste a la significantización, es lo que acaba constituyendo el fundamento en
cuanto tal del sujeto deseante” (p. 190), ya que “el objeto cae del sujeto en su relación
con el deseo” (p. 191). Es por ese movimiento que el objeto a va a situarse “por detrás”,
como objeto causa de deseo. Así, podemos captar la originalidad de este planteo en el
hecho de que el sujeto se define ahí donde no puede pensarse, a partir de un resto que lo
representa en su real irreductible.
138
Cuando el sujeto busca un punto firme a partir del cual constituirse, no encuentra
respuesta: al “che vuoi?”, “¿qué me quiere?”43, responde una falta en el significante, y
no ya un significante en ausencia. Lacan lo articula cuando dice que
“el Otro está allí como inconciencia constituida en cuanto tal. El Otro
concierne a mi deseo en la medida de lo que le falta. Es en el plano de lo que
le falta sin que él lo sepa donde estoy concernido del modo que más se
impone, porque para mí no hay otra vía para encontrar lo que me falta en
cuanto objeto de mi deseo. Por eso para mí no sólo no hay acceso a mi
deseo, sino tampoco sustentación posible de mi deseo que tenga referencia a
un objeto, cualquiera que sea, salvo acoplándolo, anudándolo con esto, el S,
que expresa la necesaria dependencia del sujeto respecto al Otro en cuanto
tal” (Lacan, 1962-1963: 32).
“Aquí se verá, me parece, mejor que en ninguna otra parte, que la falta de
manejo no es el manejo de la falta. Cada vez que un discurso llega lo
bastante lejos en lo referente a la relación que nosotros tenemos, como Otro,
con quien tenemos en análisis, se plantea la cuestión de lo que debe ser
nuestra relación con este a” (Lacan, 1962-1963: 152).
Lacan afirmará, a partir de esto, que lo que debe estar siempre en juego en un
análisis es la función del corte, es decir, el “límite donde se instaura el lugar de la falta”
43
No sólo ¿qué quiere él de mí?, sino también “una interrogación suspendida que concierne directamente
al yo (…) ¿qué quiere en lo concerniente a este lugar del yo?” (Lacan, 1962-1963: 14)
139
(Lacan, 1962-1963: 159), falta que no es colmable sino que debe ser tenida en cuenta en
cuanto tal.
Sin duda, Lacan está refiriéndose aquí a los planteos de Freud en “Análisis
terminable e interminable” (1937), que ya mencionamos en el capítulo 2, cuando se
refiere al complejo de castración –en su versión masculina y femenina- como la “roca
de base” con la que viene a chocarse el trabajo terapéutico. Asimilando este tope a una
cuestión biológica, Freud afirma que lo único que puede esperar el analista al final del
análisis es haber ofrecido al paciente los recursos psíquicos suficientes para
reposicionarse frente a este factor que implica la diferencia sexual y vérselas con la
propia castración (Freud, 1937: 251-254). Lo que Lacan indica en su lectura crítica es
que, al no estar articulada en Freud la diferencia entre el objeto causa de deseo y el
objeto parcial como señuelo, la posición del analista queda coagulada en este último
lugar. De esta manera, se bloquea la posibilidad de pensar el fin de análisis a partir de
articular otras maneras posibles de ubicarse en la dirección de la cura.
Luego de haber articulado en el curso de varios años el a como objeto del deseo
en los términos de objeto “señuelo”, Lacan enfatiza en el seminario “La angustia” el
lugar del objeto “causa”. A partir de entonces, la dimensión del deseo no puede pensarse
sin hacer referencia a esta falta, a este agujero, a este resto.
“El deseo es ilusorio (…) porque se dirige siempre a otra parte, a un resto, un
resto constituido por la relación del sujeto con el Otro y que lo sustituirá (…)
Ningún falo permanente, ningún falo todopoderoso, es capaz de cerrar con
nada apaciguador la dialéctica de la relación del sujeto con el Otro, y con lo
real” (Lacan, 1962-1963: 259).
44
Trabajaremos esto en profundidad en el capítulo siguiente.
140
Más adelante, vuelve a enfatizar el vínculo entre el deseo y el objeto, tal como lo
viene elaborando conceptualmente:
“La base de la función del deseo es, en un estilo y una forma que se tienen
que precisar cada vez, este objeto central a, en la medida en que está, no sólo
separado, sino siempre elidido, en otro lugar que allí donde soporta el deseo,
y sin embargo en relación profunda con él” (Lacan, 1962-1963: 273).
Por otro lado, la puesta a punto del estatuto del objeto a como causa de deseo es
lo que le permitirá a Lacan dar razón de lo que designa bajo el nombre “deseo del
analista”. Así, plantea que el campo del psicoanálisis es el campo del deseo, el cual,
como viene desarrollando en este seminario, se constituye en la relación del sujeto con
el Otro.
141
Ahora bien, tal como afirmamos anteriormente, introducir el objeto a en su
estatuto real por fuerza vendrá a modificar la concepción del objeto en el deseo, y por
consiguiente en el deseo del analista. En la lección del 05/06/63 Lacan está retomando
su concepción del análisis como campo del deseo, y vuelve sobre el hecho de que éste
tiene su origen en la relación del sujeto con el Otro (A mayúscula).
Lacan agrega que para que haya posibilidad de transferencia es necesario que
este objeto se sitúe en el campo del Otro y allí se aventure el sujeto a buscarlo. En esta
misma línea, afirma que el deseo del analista, como todo deseo, tiene una referencia
interna al objeto a, causa de deseo. Se trata de que quien ocupe el lugar de analista sea
alguien que “por poco que sea, por algún lado, algún borde, haya hecho volver a entrar
su deseo en este a irreductible” (Lacan, 1962-1963: 365). En este sentido podemos
plantear la importancia de que el analista intervenga a partir de su deseo de analista y no
con su fantasma, es decir, que deje lugar a un vacío, a la función de la falta, sin intentar
recubrirla.
Estos planteos son retomados un año más tarde, en el seminario titulado “Los
Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis” (1964), cuatro conceptos entre los
cuales encontramos a la transferencia. Lacan plantea en este seminario la noción de
“sujeto al que se supone saber”, para designar el lugar que ocupa el analista y para
marcar que de esto depende que se instaure la transferencia. Al mismo tiempo, enfatiza
el hecho de que, aunque el analista se ubique en este lugar, nunca puede pretender
representar un saber completo, absoluto. El Otro que sabe es, entonces, una creación del
sujeto, y este Otro se encarna en una persona real –en este caso, el analista. Lacan
introduce a continuación algo más: “el sujeto entra en juego a partir del siguiente
soporte fundamental –al sujeto se le supone saber, por el mero hecho de ser sujeto del
deseo” (Lacan, 1964: 261). A partir de esto se produce lo que se denomina “efecto de
transferencia”, que no es otra cosa que el amor. Ahora bien, Lacan ubica al amor en el
plano del narcisismo, y por ello se plantea como demanda de ser amado, en un intento
142
de suplir una falta incolmable; se enfatiza entonces la función de engaño del amor, lo
cual le confiere a la transferencia su carácter de resistencia. Además, articula en este
punto el efecto de alienación que esto implica, lo cual remite a la primera operación
articulada por Lacan en la relación del sujeto con el Otro y en su constitución como
sujeto barrado. Ahora bien, luego afirmará que el campo de la transferencia no puede
pensarse sin relación a la segunda operación, que denomina “la separación”. El amor de
transferencia constituye así un intento del sujeto de encubrir el hecho de que su deseo
está sujeto al deseo del analista. “En consecuencia, podemos decir que detrás del amor
llamado de transferencia está la afirmación del vínculo del deseo del analista con el
deseo del paciente” (Lacan, 1964: 262). En la “liquidación” de la transferencia se tratará
entonces de romper con ese engaño por el cual el sujeto se propone como objeto amable
al Otro.
En esta misma línea, Lacan afirma que el discurso del análisis va cobrando
forma como discurso de la demanda; es decir que cuando el sujeto comienza a hablar al
analista, lo hace bajo la forma de una demanda, la cual se articula siempre con
significantes. Lacan ubicará como primer tiempo de la transferencia el punto en que el
sujeto instaura, en el centro de la relación con el analista, el significante Ideal del yo,
lugar “desde donde el Otro me ve tal como me gusta que me vean” (p. 276), lugar desde
el cual el sujeto se siente amado. En este punto se ubica la cuestión de la identificación,
que el análisis debe franquear. Aquí es que se articula la operación de separación: “el
sujeto, por la función del objeto a, se separa, deja de estar ligado a la vacilación del ser,
al sentido que constituye lo esencial de la alienación” (p. 265).
Tras esa demanda, más allá de ella, se sitúa el deseo. En este punto podemos
establecer una articulación con el concepto de “deseo del analista”.
El analista, sostenido en su deseo, debe abandonar ese lugar de ideal para servir
de soporte al objeto a, cuya función es la de ser “separador”. Se trata de que el
analizante pueda, más allá del fantasma, experimentar la relación con la pulsión. El
manejo de la transferencia, a partir de la “x” que constituye el deseo del analista,
143
consiste en llevar la experiencia del sujeto a que se presentifique, de la realidad del
inconsciente, la pulsión. En este punto es importante retomar la afirmación de Lacan
respecto de que el objeto a, causa de deseo, es el objeto de la pulsión (Lacan, 1964:
251). El deseo, actuado en la pulsión, le da vueltas al objeto de la pulsión, objeto a.
Esto abre también a pensar la cuestión del fin de análisis, que si bien no
abordaremos aquí por exceder los límites de esta tesis, sí mencionamos por considerarlo
vinculado estrechamente a la cuestión de la posición del analista en la relación
transferencial. Por otro lado, en este punto se establece la tensión entre los planteos de
Lacan y “el tope” freudiano. Siguiendo a Kuri, pensar la finalización del análisis
implica que el analista deja de ser el objeto a para el otro, causa de discurso en el otro,
causa de deseo en la transferencia. Esto lleva a plantearnos la siguiente pregunta: si el
analista no es más objeto a “para el otro”, ¿qué estatuto del objeto a puede permitirnos
pensarlo? Los desarrollos de Lacan en el seminario “La Angustia” pueden aportarnos
material al respecto. Se trata del objeto a en su estatuto de desecho, de resto, de caída.
“El objeto a es ese elemento que nos permite pensar la opacidad del analista, el punto en
donde el analista es un desecho” (Kuri, 2010: 119). No se trata del objeto causa, no se
pone en juego en este punto la dimensión de la sustitución.
144
Así, el analista, gracias a su análisis personal, debe poder servir de soporte al objeto a,
ser un Otro en tanto que no es absoluto, si quiere ir más allá de una identificación
idealizante que obture la falta radical constitutiva del deseo. Se trata de poner en juego
el a en tanto falta irreductible al significante y de que el analista se sitúe como A
barrado para que el análisis no quede detenido en la impotencia, en el -[el impasse
freudiano, tal como lo sitúa Lacan].
145
CAPÍTULO 6
“CRÍTICA DE LA CONTRATRANSFERENCIA”.
¿TÉRMINO IMPROPIO, CONCEPTO CADUCO?
146
En este capítulo haremos un recorrido por los planteos lacanianos respecto de la
contratransferencia entre los años 1951 y 1964, analizando la posición del autor
respecto de los planteos freudianos y posfreudianos, e interrogando la posibilidad de
encontrar allí un punto de vista original respecto de la misma.
147
tarde Lacan denominó “la estructura de las histéricas” (1956-1957: 141), que implica
que “la histérica es alguien cuyo objeto es homosexual –la histérica aborda este objeto
homosexual por identificación con alguien del otro sexo” (p. 141). El señor K. era
entonces una cristalización del yo de Dora, a través de la cual ella podía vincularse con
la señora K., que representaba la pregunta de Dora, la que le permitía interrogar la
función femenina y la posibilidad de ubicarse como objeto de deseo del hombre.
Freud mismo quedó ubicado también en este lugar de sostén yoico de Dora
(Lacan, 1951: 215), pero no pudo captar esto en función de la estructura de su paciente,
sino que leyó nuevamente (como lo hizo en el caso del señor K.) este vínculo libidinal
en el sentido de una elección de objeto heterosexual.
148
entre analizado y analista” (Lacan, 1953-1954: 25): en el análisis “hay dos”. Pero, al
mismo tiempo, afirma que quedarse en ese punto nos lleva a un callejón sin salida:
debemos hacer intervenir un tercer elemento, la experiencia analítica es una relación de
tres, ya que la palabra se encuentra en un lugar central. “No solamente dos”.
En este punto, Cabral (2009: 76) encuentra una tensión esencial con las
propuestas de Racker –a quien, por otro lado, Lacan no mencionará a lo largo de toda su
enseñanza y su obra escrita. Recordemos que Racker reivindicaba la igualdad entre
analizante y analista, lo cual lleva a una equiparación que borra la asimetría planteada
por Lacan como constituyente de la experiencia analítica. Desde el punto de vista de
Cabral, la crítica permanente de Lacan a quienes reducían el análisis a una relación dual
implica en el mismo movimiento una crítica al “igualitarismo” promovido por Racker.
Cabral (2009: 63) establece en este punto una articulación entre la postura de
Lacan respecto de la contratransferencia y los planteos de Winnicott respecto de la
“actitud profesional del analista”. Dijimos, en el apartado dedicado a este autor, que
Winnicott plantea una distinción clara entre la persona que es el analista y la función
que cumple en las curas de sus pacientes. El sostenimiento de esta diferenciación
significa, para el autor, una tensión sufrida por el analista, y el análisis personal
149
permitiría que esta tensión no sea excesiva ni se malogre su actitud profesional (lo cual
es propuesto como definición posible de la contratransferencia). Ahora bien, Cabral
plantea que podemos leer en Lacan una precisión conceptual respecto de las fuentes de
dicha tensión: se trataría de la dificultad propia del abandono, de la puesta entre
paréntesis, de los intereses y los ideales yoicos. Cabral va más lejos al retomar los
planteos de Lacan del seminario “La Ética” (1959-1960), cuando afirma que el creciente
interés de los psicoanalistas por la contratransferencia y su lugar central en el análisis es
consecuencia del pánico que produce la necesaria “desposesión de la propia persona que
es constitutiva de su función” (Cabral, 2009: 64).
150
analista] tiene que haber algo capaz de jugar al muerto” (Lacan, 1960-1961: 216).
Nuevamente, la expresión “jugar al muerto” nos conduce a la idea de un artificio,
dejando abierta la pregunta acerca de otro destino posible para la contratransferencia,
diferente de su proscripción.
45
Ya hemos destacado este énfasis en el capítulo 1, al trabajar este caso.
151
pierde de vista que este sueño representa la transferencia en su sentido más propio, en su
sentido simbólico, tal como la hemos formulado más arriba.
Hay resonancias de este planteo unos años después, en el seminario sobre “La
Transferencia” (1960-1961), que ya hemos comentado a propósito de los cambios
respecto de cómo pensar la misma en el análisis y que retomaremos en el próximo
apartado. Aquí la contratransferencia aparece en principio articulada con el amor, que es
152
una de las claves con las cuales Lacan va a pensarla durante todo ese año lectivo. Allí
retoma el caso de Anna O. y afirma que no fue sólo ella la que estuvo tomada por la
historia de amor con Breuer: el médico también amó a su paciente (Lacan, 1960-1961:
16). Ahora bien, tal como lo abordamos en el primer capítulo, esto mismo estuvo en la
base de la huida de Breuer del caso. En este punto, y frente al carácter ineludible del
amor de transferencia, Lacan se pregunta la razón de que los análisis conducidos por
Freud no llegaran al mismo desenlace: “A diferencia de Breuer, y por la causa que
fuese, la actitud que adopta Freud le convierte en el amo del temible pequeño dios [se
refiere a Eros]. Opta (…) por servirle para servirse de él” (p. 18). Nuevamente, se lee en
Lacan una apertura mucho mayor de la que suelen atribuirle las lecturas más clásicas: el
analista podría servirse de la contratransferencia a modo de un artificio.
153
LACAN POLÉMICO: CRÍTICA DE LOS ANALISTAS POSFREUDIANOS,
¿CRÍTICA DE LA CONTRATRANSFERENCIA?
154
Siguiendo a Cabral, podemos decir que para Lacan “(…) el registro de las pasiones
excede el campo de lo imaginario, y que la disposición a experimentarlas constituye, en
su perspectiva, un corolario inevitable de la implicación del analista en la transferencia”
(Cabral, 2009: 8-9). En esta misma lección del seminario, Lacan llevará las cosas más
lejos al afirmar que “cuanto más analizado esté el analista, más posible será que esté
francamente enamorado, o francamente en estado de aversión, o de repulsión, bajo las
modalidades más elementales de la relación de los cuerpos entre ellos, respecto a su
partenaire” (Lacan, 1960-61: 214).
Ahora bien, Lacan no desconoce lo que varios de los analistas posfreudianos que
hemos citado llaman el mito del analista impersonal, analista-espejo, o ideal “estoico”
del análisis. En completa oposición a la postura, por ejemplo, de Little o Racker al
respecto, quienes desechan de plano esta visión y promueven una conceptualización que
ubica la subjetividad del analista en primer plano, Lacan se plantea que la exigencia de
cierta “apatía” por parte del analista como condición de un psicoanálisis no resulta
infundada, si bien no se trata –tal como viene articulando- de una ausencia total de
pasiones. Entonces hay que poder determinar a qué remite esta idea. Y aquí se empieza
a abrir la vía para pensar el lugar del “deseo del analista” que ya abordamos en el
capítulo anterior. Se trata, en el decir de Lacan, de “una mutación en la economía de su
deseo” (p. 215).
“Si el analista realiza algo así como la imagen popular, o también la imagen
deontológica, de la apatía, es en la medida en que está poseído por un deseo
más fuerte que aquellos deseos de los que pudiera tratarse, a saber, el de ir al
grano con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana. A
veces ocurre. Incluso tendría malos augurios para alguien que nunca lo
hubiera sentido” (Lacan, 1960-1961: 214).
46
Las cursivas son nuestras.
156
que había sido particularmente dificultosa y en la que él había tenido inconvenientes
para orientarse en las intervenciones. Se trata, en la concepción de Money-Kyrle, de una
desviación de la contratransferencia. Allí Lacan critica la explicación del fenómeno por
medio del concepto de proyección, así como también la concepción de la
contratransferencia “normal” por un equilibrio entre los procesos de proyección e
introyección que permitirían una completa comprensión de lo que le ocurre al paciente.
47
Las cursivas son nuestras.
157
establecer que Lacan no cuestiona los aspectos de la práctica de estos analistas, pero sí
critica la formalización “contratransferencialista” que dichos autores plantean.
Safouan cita la respuesta del autor que ya fue comentada aquí, esto es, la
presencia concomitante de la pulsión reparadora y la pulsión parental. Pero aporta una
clave diferente para leer este texto: la idea de que, en realidad, se trata de una pregunta
por el deseo del analista, tal como lo formuló Lacan, aunque respondida desde el
registro de lo imaginario. De esta forma, Safouan plantea que Money-Kyrle es el primer
analista, de aquellos que abordan la cuestión de la contratransferencia, en distinguir “el
lugar desde el que él mismo habla”, aunque luego lo formule como un lugar
enteramente fantasmático (Safouan, 1988: 122).
En esta última frase Lacan está discutiendo fuertemente tanto con Heimann
como con Money-Kyrle, ya que la cuestión de la comprensión del paciente es para ellos
158
el eje de la conducción de la cura y la clave de la utilidad de la contratransferencia como
herramienta clínica. Reencontramos aquí la idea de contratransferencia ligada a lo
imaginario, que es, tal como lo dijimos anteriormente, el registro de la reflexividad y el
conocimiento recíproco. Esta crítica no es algo nuevo en Lacan, quien ya había dicho,
dos años antes, que “a menudo vale más no comprender para pensar, y se pueden
galopar leguas y leguas de comprensión sin que resulte de ello el menor pensamiento”
(Lacan, 1958: 586). En el seminario del año lectivo 1960-1961, Lacan afirma que es
preferible que un analista no comprenda a que comprenda demasiado. Y aquí es donde
“nuestras categorías” permiten profundizar la crítica:
Volviendo al lugar central del deseo, en “La dirección de la cura y los principios
de su poder”, Lacan (1958: 596) denuncia que, en ese tiempo, muchos de quienes se
llamaban “psicoanalistas” habían renunciado a interrogar el deseo del analizante,
reduciéndolo a la demanda. Por el contrario, sostiene la importancia de preservar el
159
deseo en la dirección de la cura y afirma que “lo más importante de comprender en la
demanda del analizado es lo que está más allá de esta demanda. El margen del deseo es
el de lo incomprensible. En la medida en que todo esto no es percibido, un análisis se
cierra prematuramente y, por decirlo todo, está malogrado” (Lacan, 1960-1961: 239).
160
desviaciones que el mismo ha sufrido en las distintas teorizaciones que lo han retomado
y por ende la incidencia de esto en la reflexión acerca de la práctica. En esta línea,
Lacan dice, respecto de la contratransferencia, que “se ha convertido a esta rúbrica en
un gran cajón de sastre de experiencias, al parecer con casi todo lo que somos capaces
de experimentar en nuestro oficio (…) de tal modo que han convertido verdaderamente
a esta noción en algo inutilizable” (Lacan, 1960-1961: 352). Es en este punto que Cabral
ubica la cuestión de la impropiedad conceptual –“un juicio en relación a la aptitud o no
de un concepto para dar cuenta de una práctica” (Cabral, 2009: 56)-, a la cual distingue
de la impostura, que remite al hecho de presentar algo como una cosa diferente a lo que
en realidad es: en este caso, llamar contratransferencia a lo que en realidad es una
reeducación emocional. No es de esto de lo que se trata en el análisis que hace Lacan de
los escritos de Heimann y Money-Kyrle; Lacan les reconoce cierta eficacia si bien, por
su vaguedad, no es la noción de contratransferencia la que permitirá dar cuenta de dicha
práctica.
161
OTRA LECTURA POSIBLE DE LA CONTRATRANSFERENCIA EN LACAN. LA
48
POSICIÓN DEL ANALISTA EN LA ERÓTICA ANALÍTICA
A partir de esto, Leff propone la idea de que hay un giro radical en la concepción
lacaniana de la contratransferencia a partir de la introducción del objeto a. Para
comprender este giro “es necesario distinguir entre el rechazo sistemático de Lacan de
la noción de contratransferencia y el señalamiento, también sistemático, de que en esta
referencia es donde mejor aparece articulada la implicación del analista en la
transferencia” (Leff, 2007: 117). Impugnación del término, quizás, pero no de sus
implicancias.
Para la autora, la afirmación de que “existe una forma de colocarse respecto del
objeto a distinta de la de Freud” (Leff, 2007: 127) llevará a Lacan a leer los escritos de
algunas analistas que plantearon la cuestión de la contratransferencia, y en los planteos
de Lucy Tower, encontrará asidero para determinar de qué se trata el “más allá de la
angustia de castración”, punto que Freud había ubicado como infranqueable en el
análisis. En este apartado investigaremos las ideas que sostienen esta lectura con el
objetivo de seguir abriendo líneas de reflexión en relación a la pregunta acerca del lugar
y la pertinencia teórico-clínica del concepto de contratransferencia en psicoanálisis.
48
El presente apartado retoma las líneas de argumentación principales del trabajo presentado y aprobado
en el seminario “Psiquiatría y Psicoanálisis”, a cargo del Prof. Dr. Pablo Zöpke, en el marco de la
Maestría en Psicoanálisis.
162
una serie de intelecciones psicológicas, ganadas por ese camino, que poco a
poco se han ido coligando en una nueva disciplina científica” (Freud, 1923
[1922]: 231).
“Yo no les desarrollo una psico-logía, un discurso sobre esa realidad irreal
que se llama la psique, sino sobre una praxis que merece un nombre,
erotología. Se trata del deseo. Y el afecto por el que nos vemos llevados,
quizás, a hacer surgir todo lo que este discurso comporta a título de
consecuencia, no general sino universal, sobre la teoría de los afectos, es la
angustia” (Lacan, 1962-1963: 23).
163
vinculación y distinción entre la demanda y el deseo, y sostiene que el deseo se sitúa en
una relación de dependencia respecto de la demanda, como un resto metonímico,
residuo último del efecto del significante en el sujeto. Se trata “del sujeto que desea, y
que desea sexualmente” (Lacan, 1964: 161), lo cual implica, en la escena analítica, que
“el peso de la realidad sexual se inscribirá en la transferencia. Desconocida en su mayor
parte y, hasta cierto punto, velada, se desliza bajo lo que ocurre en el discurso analítico,
que resulta ser, efectivamente, al ir cobrando forma, el discurso de la demanda” (pp.
161-162). Se destaca el carácter erótico de la experiencia analítica, que no es más que la
transferencia misma. He aquí una de las claves en las que se apoya Leff para pensar el
giro dado a la noción de contratransferencia a partir de su abordaje en 1963.
49
La primera referencia se encuentra en el texto “En memoria de Ernest Jones. Sobre su teoría del
simbolismo”; si bien aquí la utiliza con fines diferentes. Gloria Leff realiza un análisis detallado de esta
primera referencia a la anécdota talmúdica en Leff, 2007: 17-27.
50
La anécdota completa se reproduce en Leff, 2007: 13-15. A los fines de facilitar la lectura, aquí
referiremos simplemente una síntesis: se trata de un rabino que interpela a un doctor en filosofía,
presentándole la siguiente pregunta “de lógica”: “dos hombres bajan por una chimenea. Uno de ellos sale
limpio, el otro sucio. ¿Quién va a lavarse la cara?” (p. 13). La escena relata los intentos infructuosos del
académico por dar la respuesta lógica a esta pregunta, ya que el rabino logra rebatir con argumentos
igualmente lógicos todos y cada uno de sus razonamientos. Finalmente, el rabino le da la respuesta
164
mujeres histéricas, y haciendo una analogía entre la escena analítica y una chimenea,
Lacan dice que “durante cierto tiempo, allí no se aburrieron, lo importante era estar
juntos, en la misma chimenea. Sólo que, al salir de ahí, se plantea una cuestión (…) tras
salir juntos de una chimenea, ¿cuál de los dos se lavará?” (Lacan, 1962-1963: 144). En
el seminario “La Angustia”, Lacan no responde a la pregunta sino que nos conduce a
través de la interrogación acerca de la contratransferencia y cómo debe pensarse la
posición del analista en la cura. Pero el escrito de 1959 en el que menciona esta
anécdota por primera vez, revisado en 1966 (luego de dictar el seminario), sí aventura
una respuesta a esta pregunta. Situados en la escena analítica como quienes están
“juntos en la chimenea”, al salir de allí “los dos tienen la cara sucia” (Lacan, 1959:
682). Dado que hablamos de la experiencia analítica, para Leff esto significa “reconocer
que tanto el analista como el analizante están marcados por sus consecuencias” (Leff,
2007: 20).
Esta anécdota en la que dos hombres bajan juntos por una chimenea, recuerda al
nombre que Anna O. dio al antecedente inmediato del psicoanálisis: el método catártico.
En un momento en que Anna O., como producto de una desorganización del lenguaje,
no conseguía hablar en alemán y sólo podía expresarse en inglés, bautizó al tratamiento
que le impartía Breuer con “el nombre serio y acertado de ‘talking cure’ (‘cura de
conversación’) y el humorístico de ‘chimney-sweeping’ (‘limpieza de chimenea’)”
(Breuer y Freud, 1895: 55). Resulta interesante intercalar la lectura de Leff acerca de
este asunto:
correcta a su interlocutor: “¿Comprende ahora las limitaciones de la lógica socrática para resolver los
problemas talmúdicos? La respuesta es que es una pregunta tonta: ¿cómo podrían dos hombres bajar por
la misma chimenea y uno de ellos salir sucio y el otro limpio? (…)” (p. 15).
165
nos permite establecer el contraste con la posición freudiana que, por esta misma
diferencia, dio origen al nacimiento del psicoanálisis.
166
“no es más que una de las traducciones posibles de la falta original, del vicio
de estructura inscrito en el ser en el mundo del sujeto de quien nos
ocupamos. En estas condiciones, ¿no es normal preguntarse por qué la
experiencia analítica podría ser llevada hasta ese punto y no más allá? El
término que Freud nos da como último, el complejo de castración en el
hombre y el Penisneid en la mujer, puede ser cuestionado. No
necesariamente es el último” (Lacan, 1962-1963: 150).
En este punto vale poner en primer plano la diferencia sustancial entre el deseo
del analista y el deseo de la persona que ocupa ese lugar, sostenido en su fantasma. El
deseo del analista como función es lo que permite que el lugar de la causa no se llene,
que el enigma funcione, que no se caiga en la tentación de llenar el agujero causal con
sentido. Por otro lado, el deseo de la persona del analista se debe guardar entre
paréntesis. Así, el manejo de la transferencia apunta al manejo de la falta, a poder ubicar
la posición del analista respecto del a, en sus dos vertientes: el a como objeto parcial y
el a como objeto causa.
Ahora bien, ¿podemos pensar en una relación posible entre el “deseo del
analista” y la contratransferencia, o acaso en esta articulación aquella queda
necesariamente anulada, tanto en la reflexión teórica como clínica, por aquél?
Al evocar a Margaret Little, Lacan pone el eje en la temática del duelo, que
Little menciona en dos de sus casos clínicos (el suyo propio, que relata de manera
disfrazada en un artículo de 1951, y el de su paciente Frida). Lacan se propone llevar la
conceptualización del duelo más allá de lo que la llevó Freud, despejando de qué falta se
trata aquí, para así poder ubicar el estatuto del duelo y cuál debe ser la posición del
analista al respecto. Para comenzar a transitar este camino, que lo llevará a la
conceptualización del duelo estructural que constituye al sujeto como deseante, va a
tomar el artículo de Little, quien, como ya lo abordamos en el capítulo 4, habla de
167
“respuesta total” y responsabilidad absoluta del analista respecto de las necesidades del
paciente. Lacan hace un relato del caso Frida y se detiene en la intervención en la que
Little ubica un giro en el devenir del caso: cuando ella le habla a Frida de su
preocupación y su angustia por el estado en el que se encuentra a partir de la muerte de
Isle. Lacan lee que “nuestra analista deduce que es lo positivo, lo real, lo vivo de un
sentimiento, lo que ha devuelto al análisis su movimiento” (Lacan, 1962-1963: 157),
pero nuevamente, son “sus categorías”51 las que le permiten dar un paso más:
“Si la interpretación –en caso de que pueda llamarse así lo que se nos
describe en la observación- da en el blanco, no es como sentimiento positivo.
(…) Es porque introduce por una vía involuntaria lo que está en juego, y
debe estarlo siempre en el análisis, sea cual sea el punto en que se encuentre,
aunque sea en su término, a saber, la función del corte” (Lacan, 1962-1963:
157-158).
Así, Lacan ubica que la eficacia de la intervención tiene que ver con ubicar el
límite donde puede instaurarse el lugar de la falta.
Por otro lado, Cabral intenta ubicar las coordenadas de la posición de Little que
le habrían permitido uno de estos movimientos, refiriéndose al episodio en que la
analista responde a las críticas de su paciente respecto de su renovado consultorio. Para
ello establece una diferencia entre el “sofrenamiento” del odio y su represión, afirmando
que Little habría logrado lo primero sin caer en lo segundo. Esto
“le permite transmitir, en un más allá del enunciado, una enunciación del
orden de: “Me importa un bledo, sí, lo que Ud. piense de mi consultorio…
pero porque me interesa en Ud. algo diferente a su parloteo controlador”. La
eficacia de la intervención reside, para Lacan, en que introduce una “función
de corte” en relación al sentido (…), y por esa vía permite enmarcar lo que la
paciente representa en tanto objeto real para el deseo de su analista” (Cabral,
2009: 86-87).
Cabral ubica aquí la eficacia del “deseo más fuerte” del que hablaba Lacan al
conceptualizar el deseo del analista, lo cual le permite a Little modular su agresividad
sin recurrir para ello al mecanismo de la represión. “Es por eso que sin tirar al paciente
(ni al tratamiento) por la ventana, puede sin embargo introducir una vacilación (en este
51
Ver página 157.
168
caso, no calculada) en su neutralidad que adopta la forma de una intervención atípica”
(Cabral, 2009: 111), que logra producir un corte que inaugura un nuevo momento en la
cura.
Esta lectura no parece del todo coherente con la lectura lacaniana del caso, ya
que si bien Lacan sostiene, en consonancia con sus planteos del seminario “La
Transferencia”, la importancia de que el analista esté implicado y comprometido en el
análisis, se muestra crítico respecto de intervenir a través de la confesión de los
sentimientos del analista, probablemente el punto más controvertido de la posición
teórica de la autora. Leff lo dice en estos términos: “ni detención del análisis en la
angustia de castración ni respuesta a la angustia de castración con confesiones y
revelaciones del analista” (Leff, 2007: 110). No obstante, si bien Lacan cuestiona el
estatuto de esta intervención como interpretación, no deja de reconocerle una cierta
eficacia.
Antes de despedirse, Lacan, que está por partir de vacaciones, encarga a sus
oyentes (finalmente serán Wladimir Granoff, François Perrier y Piera Aulagnier quienes
se harán cargo de la tarea) la lectura y comentario de tres textos, que justifica indicando
que va a dedicarse a reflexionar acerca de las diferentes maneras en que ha aparecido en
la clínica la cuestión de la falta. Se trata, además del texto de Little que él ya ha
comentado extensamente, de “Sobre la teoría del tratamiento psicoanalítico”, de
Thomas Szasz y “Las compensaciones psicológicas del analista”, de Barbara Low.
Ahora bien, la sesión en la que se realiza esta tarea no cuenta con la presencia de Lacan,
y es llamativo que a su regreso éste no retoma los textos indicados sino que se centra en
el comentario de un texto que fue introducido espontáneamente por Granoff: “La
contratransferencia”, de Lucy Tower. Será la lectura del artículo de Lucy Tower la que
hará que la cuestión de la contratransferencia tome otra tonalidad en la discusión. Por
otro lado, este giro está íntimamente relacionado con la originalidad teórica de la que
hablamos: el objeto a. Si bien las implicancias clínicas de este movimiento teórico no
han pasado desapercibidas, es Leff quien extrae sus consecuencias en la
conceptualización lacaniana de la contratransferencia.
Al retornar de sus vacaciones, Lacan relaciona tres conceptos clave: nos dice que
trajo a colación la cuestión de la contratransferencia para articular allí la cuestión de la
función de la angustia, y agrega que el discurso sobre la misma debe permitir un
abordaje más preciso del deseo del analista. Refiriéndose a los autores posfreudianos,
169
afirma que “en la dificultad del abordaje de estos autores en lo referente a la
contratransferencia, lo que constituye el obstáculo es el problema del deseo del analista”
(Lacan, 1962-1963: 163). No hay nada en esta frase que pueda llevarnos a pensar en una
sustitución de términos, sino muy por el contrario, nos presenta al deseo del analista
como una función necesaria que estaría en la base de toda posibilidad de posicionarse de
manera correcta respecto de la contratransferencia. En este sentido, podemos establecer
una diferencia de niveles en lo que dice Lacan cuando afirma que “El término
contratransferencia apunta a grandes rasgos a la participación del analista. Pero más
esencial es el compromiso del analista, a propósito del cual ustedes ven producirse en
esos textos las vacilaciones más extremas (…)”52 (p. 163). La cuestión del compromiso
del sujeto nos remite a un desarrollo posterior de la misma lección, en la que Lacan se
pregunta qué viene a indicar la angustia-señal. Responde que la señal tiene la función de
advertir al sujeto de un deseo, deseo que, tal como lo definió anteriormente, es deseo del
Otro. ¿Qué significa este aforismo? Dijimos en el capítulo anterior que el sujeto sólo se
concibe como barrado, en falta, en la medida en que percibe al Otro también en falta, en
la medida en que éste no puede ser su garantía absoluta. Cuando el sujeto busca un
punto firme a partir del cual constituirse, no encuentra respuesta. En esta lección, Lacan
agrega:
Creemos lícito indicar aquí que la función “deseo del analista” es la que designa
el carácter de ese compromiso del analista, lo cual es del todo esencial en su posibilidad
de posicionarse en la relación transferencial, de “participar” en la transferencia (sentido
que le otorga, como ya hemos visto, a la contratransferencia). De ahí que Lacan afirme
que la cuestión de la contratransferencia no es realmente el problema, mientras no esté
resuelta cabalmente la cuestión del deseo del analista. En este mismo sentido, al indicar
52
Las cursivas son nuestras.
170
que lee en Tower que “es contratransferencia todo aquello que el psicoanalista reprime
de lo que recibe en el análisis como significante” (p. 163), nos dice que esta suerte de
definición “hace que lo que está en juego pierda todo su alcance” (p. 163), porque
precisamente, aquello de lo que se trata es de lo que está más allá del plano del
significante.
171
cuando se refiere a lo que permitió a Tower percatarse de en qué punto estaba errando
su lectura de uno de los casos (p. 215).
“su deseo, el del paciente, está mucho menos desprovisto de influencia sobre
su analista de lo que él creía, y no está excluido que sea capaz, hasta cierto
punto, de someter a su deseo a esa mujer, su analista –en inglés, to stoop,
doblegarse, She stoops to conquer, título de una comedia de Sheridan”
(Lacan, 1962-1963: 216)53.
53
Para captar los errores en el comentario de Lacan, Leff nos aporta el párrafo original de Tower con las
palabras exactas en inglés:
“Sin la experiencia, percibida por su inconsciente, de haber sido capaz […] de
plegarme afectivamente a sus necesidades [having been able […] to bend me
affectively to his needs], dudo que este hombre hubiera logrado penetrar con éxito en
las raíces más profundas de su neurosis. El hecho de que fue capaz de plegarme a su
voluntad [that he was able so to bend me to his will] reparó la herida en su Yo
masculino y simultáneamente eliminó su miedo infantil a mi sadismo en la
transferencia materna” (en Leff, 2007: 180).
Para los desarrollos que siguen, hemos complementado las traducciones del inglés ofrecidas por Leff con
los diccionarios online de la Universidad de Oxford (http://www.oxforddictionaries.com/es/espanol/) y la
Universidad de Cambridge (http://dictionary.cambridge.org/es/diccionario/ingles-espanol/). Respecto de
las traducciones del francés, nos hemos remitido al diccionario online Larousse
(http://www.larousse.fr/dictionnaires/bilingues).
54
Leff hace un análisis pormenorizado de la diferencia entre estos dos términos en Leff, 2007: 181-184.
55
Ver página 123.
172
analista al lugar de esposa amiga de la mujer del paciente. Por otro lado, Leff lee que
Lacan introduce la obra de Goldsmith para indicar que Tower se comportó como la
protagonista: una mujer de buena familia decide “rebajarse” a la posición de camarera
para conquistar al protagonista, quien sólo podía entablar relaciones con mujeres de una
clase social inferior a la suya. Es decir que no es el hombre quien tuvo el poder de
“doblegarla”, sino que ella se colocó en este lugar para conseguir algo que se propuso
desde el inicio. He ahí el interés de reemplazar el verbo “to bend” por el verbo “to
stoop”: en este último, “el sujeto del enunciado se acomoda al gusto o voluntad de otro”
(Leff, 2007: 188). Llevando esto al análisis de Tower, podemos afirmar que es la
posición que ella asume la que permite llevar a buen término la cura, y no el poder del
paciente para doblegar a su analista.
Por otro lado, afirma que la sustitución de Goldsmith por Sheridan tampoco es
sin consecuencias: la principal obra de Sheridan, The School for Scandal [La escuela del
escándalo], introduce dos alusiones. En primer lugar, una alusión al carácter
“escandaloso” que tenía hablar de contratransferencia en ese momento de la enseñanza
de Lacan. En segundo lugar, teniendo en cuenta que dos años más tarde Lacan retoma
una escena de esta obra para indicar los efectos de sentido que resultan de la relación
entre sustantivo y adjetivo en una oración, Leff plantea que la presencia de Sheridan en
este párrafo viene a poner el énfasis en la diferencia entre caracterizar a Tower como
una “mujer, su analista” (Lacan, 1962-1963: 216) en lugar de una “analista mujer”. La
autora afirma que “Lacan parece querer enfatizar que Lucía Tower se está comportando
como mujer, no como analista. Es más, que es analista por comportarse como mujer”
(Leff, 2007: 198).
“Cuando Tower dice que ese hombre la plegó a su voluntad, está dando
cuenta de su sensación de que no es ella quien lleva las riendas de ese
análisis. Y, por supuesto, tiene razón. Pues, si bien es el agente de la acción,
no es el amo del juego. Sólo que, según su concepción del análisis, o bien
173
ella lleva las riendas, o bien las lleva el paciente. No hay otra alternativa”
(Leff, 2007: 199).
“la mujer demuestra ser superior en el dominio del goce, porque su vínculo
con el nudo del deseo es mucho más laxo. La falta, el signo menos con el
que está marcada la función fálica para el hombre, y que hace que su vínculo
con el objeto deba pasar por la negativación del falo y el complejo de
castración –el estatuto del (-) en el centro del deseo del hombre-, he aquí
algo que no es para la mujer un nudo necesario” (Lacan, 1962-63: 200).
Lacan estaría interpretando entonces que Tower, por supuesto sin poder pensarlo
en estos términos, se da cuenta de que “lo que es el objeto de la búsqueda para el
hombre, para el deseo macho, sólo le concierne, por así decir, a él” (Lacan, 1962-1963:
217); él busca el (-), pero esta es “una cuestión de macho” (p. 217).
Leff (2007: 201-212) encuentra otro fundamento para esta lectura en la palabra
que Lacan usa en francés para traducir el verbo “to scrutinize” [en inglés:
escrutar/escudriñar] utilizado por Tower cuando describe el efecto en su paciente de su
cambio de posición en la cura. Siguiendo a Leff, en francés la palabra “scrutin” sólo se
utiliza para referirse a operaciones electorales, mientras que para las otras acepciones
del vocablo se usan los términos “examen minutieux” [examen minucioso] e
“investigation” [investigación]. Sin embargo, Lacan dice: “scrutinisée”, palabra que no
existe en francés. Al introducir este neologismo, conserva la raíz de scrutinium, vocablo
del latín que trae consigo la idea de “examinar cuidadosamente, como si se estuviera
buscando entre pedazos rotos” [scrutari] (Leff, 2007: 206). Leff interpreta: se trata de
“buscar incluso hasta en el último pedacito, en el último desecho, en el último resto” (p.
206). La alusión al objeto a es aquí muy clara. “En este contexto, scrutinisée (…)
174
resulta ser la palabra clave para describir el carácter de la búsqueda que el paciente
realiza sobre la analista” (p. 210). Lacan, por su parte, lo dice en estos términos:
“¿Qué significa esto, sino que, habiendo buscado el deseo del hombre, lo que
encuentra en él como respuesta no es la búsqueda de su deseo, el de ella, es
la búsqueda de a, del objeto, el verdadero objeto? Aquello que está en juego
en el deseo, que no es el Otro, sino ese resto, el a” (Lacan, 1962-1963: 216).
Cotejando las tres versiones del escrito de Tower56, Leff encuentra además que
en las dos primeras versiones la autora caracteriza el escrutinio como “discomfiting” [en
inglés: desconcertante, frustrante, que incomoda, que turba], que es sinónimo de
“embarrassing” [en inglés: vergonzoso, embarazoso]. La versión final dirá, por el
contrario: “discomforting” [en inglés: incómodo]. Nos encontramos, en las dos primeras
versiones, en el nivel del “embarras” [en francés: embarazo, aprieto, apuro], una forma
ligera de angustia que Lacan ubica, en el cuadro que introduce en la primera lección del
seminario, en el máximo nivel de la dificultad (Lacan, 1962-63: 22). Ahora bien, Leff
lee en el paso del “discomfit” al “discomfort” de Tower un movimiento en su posición
como analista. Tal como leímos al abordar el caso en el capítulo 4, Tower capta que no
se trataba de ella como persona: “la amenaza, sin embargo, no era en contra mía”
(Tower, 1955: 133). El movimiento en su posición se produce cuando se da cuenta de
que no contiene aquello que el paciente busca; así, su comodidad, que resulta de un
corrimiento de su discomfort, es producto de haber salido en primer lugar del embarras,
es decir, haberse desembarazado de ese objeto que ella creía contener (Leff, 2007: 235).
“Por su parte, ella sabe muy bien (…) que no le falta nada. O mejor dicho, que la forma
en que la falta interviene en el desarrollo femenino no está articulada en el plano donde
la busca el deseo del hombre” (Lacan, 1962-1963: 217). Esto habilita que el paciente
pueda hacer el duelo de querer encontrar en ella, que ocupa la posición de partenaire
femenino, su propia falta bajo la forma del -, la castración, tal como se articula para el
hombre.
56
Ver nuestro comentario acerca de este aporte de Leff en el capítulo 4, página 115.
175
falicizado. Cabe preguntarse, entonces, cómo podría un analista desplazarse
por la contratransferencia habitado por tal objeto” (Leff, 2007: 217).
A modo de mera puntuación, invitando al lector a una lectura más profunda que
no podemos desarrollar aquí, nos interesa recordar que esto será retomado por Lacan en
su seminario titulado “Aún” (1972-1973), y para formalizarlo se hará uso de los
llamados “matemas de la sexuación”. Un estudio de este seminario escapa a los fines de
esta tesis, pero nos interesa retomar lo que esto aporta para pensar la posición del
analista, en relación con los planteos del seminario “La Angustia”. La mujer, tal como
lo plantea Lacan en este momento de su enseñanza, es “no toda fálica”. De esta forma,
dice que “(…) cuando cualquier ser que habla cierra filas con las mujeres se funda por
ello como no-todo, al ubicarse en la función fálica” (Lacan, 1972-1973: 89). Así, la
posición del analista implica algo de lo femenino en el sentido del no-todo; analizar con
la marca del “no-todo” implica sostener que hay algo que va más allá de lo fálico, de lo
medible, de lo calculable, de lo que se puede articular con significantes. Tal como
dijimos en el capítulo anterior, se trata de poner en juego el a en tanto falta irreductible
al significante, de que el analista se sitúe en A barrado para que el análisis no quede
detenido en la impotencia, en el -, sino que en la vuelta a la dimensión del engaño, del
fantasma (en la que vivimos todos los días), se pueda integrar la marca de lo imposible;
se trata de que el sujeto pueda montar otra escena soportando el vacío que denota a, lo
cual no puede sino implicar una mutación subjetiva.
177
analista en posición de partenaire femenino” (p. 241). Como toda posición, no se trata
de una cuestión de género: Tower da prueba de esto al exponer dos análisis conducidos
por ella con finales muy diferentes.
178
LA CONTRATRANSFERENCIA: ¿ASUNTO SUPERADO O ASUNTO
CLAUSURADO? REFLEXIONES FINALES
El tema elegido para esta tesis de maestría surgió en primer lugar de una
pregunta acerca de la práctica y del lugar del analista en la cura. En este sentido, una
investigación sobre la contratransferencia, un concepto poco utilizado actualmente en
nuestro medio académico, se planteaba como una oportunidad para abordar la cuestión
desde la teoría, pudiendo así aportar elementos para problematizar la clínica. A su vez,
si bien conocíamos la posición, predominante, respecto de que Lacan había desechado
el término y propuesto su sustitución por el de “deseo del analista”, no podíamos dejar
de preguntarnos por qué un autor tan riguroso había sostenido e interrogado dicha
noción durante tantos años (particularmente entre 1960 y 1963), ya habiendo
introducido desde hacía tiempo la cuestión del deseo del analista. En este punto, la idea
de cerrar el debate aludiendo a una mera sustitución, nos parecía una salida
reduccionista que no respondía a la complejidad y los pliegues de la obra y la enseñanza
lacaniana. Por otro lado, el interés suscitado tomó nuevo cuerpo al encontrar, en la
bibliografía, consideraciones que proponían lecturas alternativas que no cerraban la
cuestión en las respuestas ya conocidas e incesantemente repetidas: “la
contratransferencia es la suma de los prejuicios del analista”, “la contratransferencia es
la marca de un analista insuficientemente analizado y/o que analiza desde su yo”, y por
ello “Lacan la destierra del marco teórico psicoanalítico”, siendo entonces un asunto
supuestamente superado.
179
como el defecto de formación de un analista insuficientemente o mal
analizado, todo eso forma parte de la historia del psicoanálisis, ya sea
freudiano o lacaniano. El superyó de los analistas condujo muy temprano a
considerar a la contratransferencia como algo vergonzoso e indeseable,
como una imperfección” (Guyomard, 2011: 45).
Estas lecturas, que se fueron haciendo más numerosas al recorrer la historia del
surgimiento y desarrollo de la noción de contratransferencia, fueron abriendo
progresivamente nuevas líneas de interrogación y permitieron entonces pensar que se
trataba de un tema válido para una tesis y posible de ser pensado desde las categorías
lacanianas.
Para ello, a lo largo del recorrido hemos ido tomando posiciones respecto de
ciertas cuestiones básicas. En primer lugar, hemos adoptado la postura de Winnicott
cuando afirma que “Será fútil cualquier discusión que se base en las fallas del análisis
del propio analista. En cierto sentido, esto pone fin al debate” (Winnicott, 1960: 207-8).
Creemos que cuando se trabaja sobre un concepto tan polémico y esquivo a las
definiciones y delimitaciones claras, resulta una tentación muy grande cerrar
rápidamente el debate atribuyendo la dificultad a la persona del analista: aquel que no
ha llevado su análisis lo suficientemente lejos. No obstante, el despliegue del tema en
180
profundidad y en toda su complejidad exige sostener las preguntas y tolerar la
incertidumbre que generan los interrogantes abiertos, cuestión, por otro lado, inherente a
la clínica. En segundo lugar, hemos tomado la posición de reconocer la pluralidad de
puntos de vista dentro del psicoanálisis, evitando su compartimentación en “sectores”
pretendidamente homogéneos. Esto ha sido particularmente importante respecto de la
posibilidad de pensarnos orientados por las categorías lacanianas tanto en lo teórico
como en lo clínico, sin que esto implicara la necesaria adhesión a lecturas establecidas,
compactas y cerradas. Finalmente, la apertura a líneas de lectura diversas dentro del
lacanismo y más allá de este también implicó, como contrapartida, la necesidad de
acotar las referencias que serían utilizadas para esta tesis. De esta forma, y al constatar
que no había una postura uniforme entre los analistas lacanianos respecto de la
contratransferencia, optamos por circunscribir nuestra investigación a estas referencias y
dejar, para una instancia posterior, la apertura a otras líneas dentro del psicoanálisis que
no toman la enseñanza de Lacan y que abordan el concepto desde un posicionamiento
teórico-clínico diverso.
Por todo esto, consideramos que esta tesis es, como tal, inacabada. El trabajo de
lectura y el intento sistemático de reflexión crítica que hemos conducido no pretende
cerrarse en unas cuantas “conclusiones” sino, por el contrario, constituirse como una
base fecunda para, a partir de las vías abiertas a lo largo del recorrido, poder pensar los
desafíos que nos presenta la clínica y reeditar, cotidianamente, nuestra posibilidad de
interpelar la teoría psicoanalítica. Las reflexiones que siguen se proponen ir en este
sentido.
El recorrido realizado y los autores que hemos elegido, también han sido
producto de una decisión y han delimitado el marco de nuestra argumentación. En una
primera parte, realizamos un abordaje de la obra de Freud ubicando sus planteos
respecto de la transferencia e intentando pesquisar, en sus casos clínicos más
importantes, los puntos en que esta funcionó como un obstáculo por las dificultades de
Freud para ponerla a trabajar en el análisis. Allí, encontramos un punto de articulación
posible con la pregunta acerca de la contratransferencia, para lo cual dedicamos un
capítulo a leer de qué manera Freud la fue desarrollando en su obra. Ubicamos un
endurecimiento de la postura freudiana respecto del tema en su obra escrita respecto de
sus dichos en la correspondencia a sus discípulos, destacando que, si bien nunca dejó de
considerarla como un fenómeno ineludible, tampoco dejó de recomendar su control y
181
silenciamiento por parte del analista. Por otro lado, encontramos en las diferentes
metáforas utilizadas para dar cuenta de la posición del analista en la cura –el analista
como espejo, como cirujano, como químico- una vía fecunda para poner en primer
plano diferentes aspectos de su consideración del tema, alejándonos de una visión
demasiado homogénea de su postura al respecto. Luego de esto sostuvimos que, más
allá de las referencias explícitas e implícitas al tema en sus casos clínicos y en textos
que abordan la cuestión de la “técnica” analítica, es posible encontrar rastros de la
misma en los desarrollos realizados por el autor respecto de los fenómenos telepáticos, e
interpretamos esto como un “retorno” del silenciamiento freudiano de la
contratransferencia. En esta línea, pensamos que la lectura de ciertos fenómenos como
hechos ligados a la transmisión de pensamiento respondía más a una dificultad en la
elaboración de la contratransferencia freudiana que a la presencia de fenómenos ocultos
en el análisis. Finalmente, consideramos insoslayable la lectura de Sándor Ferenczi, en
quien encontramos un interlocutor que, a partir de su interrogación de la cuestión de la
transferencia y la contratransferencia, desafió los preceptos técnicos de su maestro y
propuso modalidades del análisis que lo llevaron a los excesos propios de una falta de
delimitación de los lugares del analista y el analizante. No obstante esto, también
encontramos en Ferenczi la posibilidad de desplegar la complejidad inherente al lugar
del analista en la cura, cosa que Freud había abordado de manera limitada y con mucha
cautela. En este abordaje, destacamos la importancia atribuida por el autor al hecho de
sostener la tensión entre la afectación del analista a partir del discurso del paciente –que
está en la base de la idea de que los actos psíquicos del analista pueden decir algo del
psiquismo del analizante- y el reconocimiento de la alteridad de este. Aquí, entonces,
nos planteamos la pregunta acerca de si la consideración de la contratransferencia como
apertura a pensar la participación del analista en una cura debía necesariamente
llevarnos a un análisis en que dicha función quedara desdibujada.
182
en el tema, al conseguir restablecer la discusión acerca de la contratransferencia en los
medios psicoanalíticos que hasta el momento permanecían refractarios a la misma.
Luego de esto, retomamos los planteos de Roger Money-Kyrle, Margaret Little y Lucy
Tower quienes, además de ser reconocidos referentes en la temática, fueron la base
sobre la cual Lacan planteó su visión crítica de la contratransferencia tal como venía
siendo abordada por los posfreudianos. Esta lista de autores está lejos de ser exhaustiva
y sólo ha tenido como objetivo permitir una lectura más profunda de los desarrollos
lacanianos; sin lugar a dudas, sería un tema de investigación fecundo retomar a los
diferentes autores que han trabajado la cuestión de la contratransferencia a lo largo de
las décadas y dentro de filiaciones teóricas e institucionales diversas, a fin de recorrer en
toda su amplitud la historia del concepto y sus efectos en su utilización actual.
183
división de los términos –transferencia/contratransferencia- nos lleva a eludir el asunto.
¿Pero acaso no ha ocurrido, en algunos círculos analíticos, exactamente lo opuesto?
Esto es, que el borramiento del término de la teoría ha llevado a dejar de interrogarse
por la implicación del analista en la cura –ese analista en esa cura. Por otro lado, y
retomando una pregunta que nos hemos planteado en el curso de nuestra investigación,
¿resulta posible pensar una articulación posible entre la contratransferencia y el deseo
del analista, que no sea una relación de oposición y exclusión recíproca?
La introducción del “deseo del analista” para dar cuenta del lugar de quien
conduce la cura nos permite repensar la función del análisis personal y el significado de
poner entre paréntesis el yo del analista. A partir de nuestro recorrido, consideramos que
funcionar como soporte del objeto a, tal como lo concibió Lacan, no significa dejar de
ser un sujeto, pero sí permitir que el único sujeto en análisis sea el analizante. De esta
forma, el analista interviene a partir de su deseo de analista y no desde su fantasma, lo
cual le permite abstenerse de obturar con sentido la falta radical que es constitutiva de la
subjetividad. Ahora bien, nuestro trabajo de investigación nos llevó a distinguir entre el
deseo del analista, que se refiere al compromiso de éste, a la función que sostiene su
lugar, y la contratransferencia, término complejo en el que se han condensado
discusiones y posiciones muy diferentes con el correr de las décadas. A partir de
recorrer las diversas caracterizaciones de Lacan, encontramos que podemos entenderla
como la implicación del analista en la transferencia, su participación en ella, y siguiendo
a Leff, planteamos que su manejo depende del posicionamiento del analista respecto del
objeto a, lo cual vuelve a llevarnos al concepto de deseo del analista y lo que este
habilita. Así, acordamos con la idea de que no es en la contratransferencia que
encontraremos la posibilidad de designar la especificidad de la función del analista en la
cura, y que en este sentido el deseo del analista nos aporta más elementos para pensarla.
Ahora bien, esto no significa desconocer el enorme valor que ha tenido la
contratransferencia en la posibilidad de articular una rigurosa interrogación respecto de
la práctica analítica. La lectura de los posfreudianos de la contratransferencia es una
lectura enraizada en lo imaginario, una concepción de la cura basada en la relación de
yo a yo. Hemos destacado, en este sentido, que uno de los grandes aportes de la
construcción conceptual lacaniana fue articular lo imaginario con su determinación en
lo simbólico. Ahora bien, Lacan nunca dejó de destacar el anudamiento de los tres
registros –imaginario, simbólico y real-, y en este sentido consideramos que la
184
contratransferencia tiene la riqueza de permitirnos pensar e interrogar esa articulación, y
cómo se juega en la posición del analista. Consideramos que el recurso a la
contratransferencia como posibilidad de pensar la posición del analista en el registro de
lo imaginario resulta una referencia importante y necesaria, ya que si bien su yo tiene
que “jugar al muerto”, nunca puede ser abolido de manera permanente (sería, en este
sentido, una tendencia más bien asintótica). Lo que introduce en este punto el deseo del
analista es la posibilidad de plantear una función que permite que la contratransferencia,
con sus implicancias en lo imaginario, no sea la que comande la cura.
En este punto nos parece pertinente citar las reflexiones de Ritvo cuando afirma
que “si no tomás distancia sucumbís, pero es imposible no sentir. Salvo que tomés tanta
distancia que finalmente no podés trabajar. El trabajo analítico es muy difícil, porque
siempre está hecho de proximidad y lejanía” (Ritvo, 2012). A continuación, agrega que
si bien no considera posible hablar de “neutralidad del analista”, sí considera que “uno
puede diferenciar su fantasma del fantasma del paciente, para no complicarlo. Por eso el
analista tiene que hacer análisis de control y análisis personal. El tomar distancia no es
ser neutral, es valorar el deseo del paciente” (Ritvo, 2012).
“Por un lado, la escucha supone una afectación del analista por parte del
paciente, una porosidad psíquica que hace que la palabra del otro invoque
fantasmas, invista huellas y recuerdos, convoque jirones de teoría, suscite
imágenes y asociaciones, fenómenos que podríamos agrupar bajo la
denominación de contratransferencia. Ahora bien, la escucha analítica
supone, como contrapartida, un profundo reconocimiento de la radical
extranjeridad del paciente, lo que impide que las derivas del analista
185
devengan construcción alienante, que aquello que es suscitado en el analista
se derrame brutalmente sobre el paciente, que la interpretación sea
seducción, intromisión, proyección, aplastamiento subjetivo del paciente
(…). La escucha analítica supone un profundo reconocimiento de la radical
alteridad del paciente, la exigencia de dejar vacío el lugar de lo alter y no
ceder a la tentación de rellenarlo con los propios fantasmas, teorías, etc”
(Fernández Miranda, 2016).
Creemos que en esta tensión, que Fernández Miranda ubica en primera instancia
en la obra de Ferenczi, podemos ubicar también la tensión que encontramos entre los
conceptos de contratransferencia y deseo del analista, éste último entendido como el que
sostiene la función analista y permite no saturar con sentido esa x que constituye el
deseo del analizante. Dar lugar a la contratransferencia en la reflexión teórico-clínica no
implica perder de vista los peligros y excesos que puede conllevar, en caso de hacer de
ella el eje de la dirección de la cura y perder de vista la singularidad del paciente. De
esta forma, consideramos que una manera fecunda de salir de la encerrona que implica
la aparente oposición y relación de exclusión o sustitución entre la contratransferencia y
el deseo del analista, es apelar a la categoría de “escucha analítica”. Así, Fernández
Miranda sostiene que “el reconocimiento de la irreductible alteridad del paciente,
transforma la contratransferencia en escucha analítica” (Fernández Miranda, 2016).
186
dudas, e incluso puede llegar a tornarse discomfiting [desconcertante, frustrante, que
turba]57. La autora dice, al respecto:
57
Estos términos y el deslizamiento de sentido entre uno y otro remiten a nuestros desarrollos en el
capítulo 6 (ver, en particular, p. 175).
58
Ver páginas 164-165.
187
línea de reflexión que hemos abierto en la introducción y que, si bien hemos tocado
lateralmente, no hemos profundizado en este trabajo. La pregunta por la
contratransferencia, llevada más allá de lo teórico-clínico, nos permite pensar, desde lo
institucional, otro aspecto de la cuestión: su relación con los dispositivos que sostienen
la formación de los analistas y que, en contextos institucionales, son inequívocos
lugares de poder (nos referimos en particular al análisis didáctico y a la supervisión). En
este sentido, podemos preguntarnos acerca de las razones político-institucionales que
pueden estar en la base de la puesta en primer plano de la contratransferencia en la
reflexión clínica, esto es, el lugar de la misma como sostén y justificación de los
dispositivos de formación planteados fundamentalmente por la IPA. Por otro lado, y
como contrapunto de esto, vale preguntarnos por las razones político-institucionales que
pueden estar en la base de su concepción como la divisora de aguas entre “lacanianos” y
“no lacanianos”. Es decir, más allá de una lectura teórico-clínica de la
contratransferencia, proponemos la riqueza de abordar una lectura política de la misma
y su historia. Esperamos que los desarrollos realizados en esta tesis constituyan una
base para la apertura de vías de investigación que puedan apuntar en este sentido59.
59
En la introducción de este trabajo planteamos que un concepto está marcado por la historia de su
constitución y del campo en el que está inserto, así como también por las cuestiones institucionales que se
suscitan en torno al mismo. En este sentido, la contratransferencia está marcada por las circunstancias de
su surgimiento como concepto y por los efectos de esto en la teoría y las instituciones psicoanalíticas (la
IPA, creada por Freud, en primer lugar, en la cual la contratransferencia sigue teniendo una presencia
innegable en las publicaciones y reflexiones de sus referentes). Vimos en el primer capítulo que la
contratransferencia hace sus primeras apariciones en la correspondencia de Freud con sus discípulos, y
también destacamos la firme posición de éste respecto de la necesidad de neutralizarla. También sabemos
(Weismann, 1994), que las llamadas “reacciones contratransferenciales” de los mismos (Jung en
particular, pero no fue el único), se habían transformado en francas relaciones sexuales, de diversos
alcances, con las pacientes. A partir de estos intercambios en la intimidad de la correspondencia, aparecen
en la obra publicada las indicaciones freudianas respecto de tomar al cirujano como modelo, no ser nunca
transparente para el analizado, y fundamentalmente, someterse a un análisis personal. De esta forma,
aparece una vía interesante para pensar el origen del concepto de contratransferencia y el modo en el que
fue abordado por Freud, como posibilitadores del sostenimiento de la relación analítica. Por otro lado, nos
parece interesante el señalamiento de Gorostiza respecto de que “Fue en el mismo congreso internacional
de Nüremberg de 1910, luego de que Freud introdujera el término contratransferencia, cuando Sandor
Ferenczi presentó –por encargo de Freud- una propuesta de fundación de una asociación internacional”
(Gorostiza, 2004: 31). Por su parte, Guyomard (2011: 28) remite el origen del dispositivo del análisis
didáctico a esta necesidad de “reconocer y dominar” la contratransferencia. Es así que la IPA y uno de sus
dispositivos centrales -el análisis didáctico-, surgen con la marca de la denuncia de la contratransferencia.
Por otro lado, la supervisión o análisis de control también surge y se sostiene con la marca de la necesidad
de analizar la contratransferencia del practicante (Laplanche y Pontalis, 1967: 24). A la luz de las lecturas
que sostienen que la teorización de Lacan (con los profundos efectos institucionales que tuvo) fue una
respuesta al creciente auge de dicha noción en los círculos analíticos (Miller, 2003; Gorostiza, 2004;
Yellati, 2004), también resulta interesante interrogar las condiciones para dicho auge y sus implicancias
institucionales dentro del psicoanálisis. A su vez, tal como dijimos, vale preguntarse por la función que
viene a cumplir el borramiento de la contratransferencia del cuerpo teórico psicoanalítico en algunos
ámbitos lacanianos, en términos de “dotar de consistencia imaginaria (…) al lacanismo” (Cabral, 2009:
10).
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De esta manera, llegamos a lo que consideramos nuestro aporte al conocimiento
a partir de los desarrollos de esta investigación que nos permitió –aunque parcialmente-
dar cuenta del proceso de construcción del concepto de contratransferencia, y de las
diferentes ideas acerca de la constitución subjetiva y las diversas lecturas de la clínica
que condensa. Tal como lo indicamos en la introducción, Guyomard (2011: 11) afirma
que si bien el término “contratransferencia” es “poco feliz”, es sin embargo muy atinado
ya que nos lleva a oponernos a una concepción demasiado uniforme y consensual, a un
pensamiento “aconflictual” respecto de la cura. Por su parte, Peskin sostiene que “es
preferible la Babel, la contratransferencia y cierto margen de malentendido fructífero
que Lacan siempre supo aprovechar para sus desarrollos” (Peskin, 2004: 147). Así, se
destaca que hay algo en la “impropiedad” misma del término, en su carácter
problemático, en sus movimientos y contradicciones internas, que invita a la reflexión y
a la interrogación teórico-clínica –particularmente respecto del lugar del analista- como
no lo hacen otros conceptos psicoanalíticos como el de transferencia y deseo del
analista. En este sentido, volvemos a encontrar el valor de recurrir al ensayo como
forma, ya que, en el decir de Adorno, el ensayo “(…) comprende que la exigencia de
definiciones estrictas contribuye desde hace tiempo a eliminar, mediante fijadoras
manipulaciones de las significaciones conceptuales, el elemento irritante y peligroso de
las cosas que vive en los conceptos” (Adorno, 1962: 252). Hemos decidido en esta tesis
preservar este carácter “irritante y peligroso”, absteniéndonos de conciliar opuestos u
ocultar contradicciones en definiciones tranquilizadoras, y abriendo al análisis de los
diferentes matices y sentidos que se han ido sedimentando en la noción de
contratransferencia, lo cual lo torna un concepto tan rico como problemático.
Está lejos del espíritu de esta tesis establecer respuestas cerradas a la cantidad de
interrogantes que se fueron formulando a lo largo del trabajo. Tomando las palabras de
Freud en la apertura de su conferencia “Psicoanálisis y Psiquiatría” (1917 [1916-17]:
223), nuestro propósito no fue generar convencimientos ni adhesiones, sino estimular la
reflexión crítica y desvanecer algunos prejuicios que, respecto de la cuestión de la
contratransferencia, han dificultado históricamente, a nuestro entender, la posibilidad de
pensar la complejidad de la función del analista. Consideramos que una investigación, y
sobre todo una inspirada en la ética ensayística, debe apuntar fundamentalmente a
enriquecer el proceso de construcción de preguntas que permitan reflexionar y
problematizar nuestra teoría, nuestra práctica, y la compleja relación entre ambas. Si
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nuestra tesis ha contribuido a posibilitar esto, y fundamentalmente, si resulta un
incentivo para seguir investigando esta temática, su principal objetivo ha sido cumplido.
190
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