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TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA EN EL CAMPO

PSICOANALÍTICO Y EL SURGIMIENTO DEL TERCERO ANALÍTICO


TRANSFERENCE AND COUNTERTRANSFERENCE IN THE PSYCHOANALITIC
FIE LD AND THE EMERGE OF THE ANALYTIC THIRD

Marina Miranda1

SINOPSIS
En este trabajo pretendemos apuntar la articulación entre los conceptos de campo y
tercero analítico y para ello será realizada una breve introducción sobre el juego
relacional marcado por el movimiento transferencial y contratransferencial entre
analizando y analista.

La autora pretende presentar en este artículo la dinámica transferencial y


contratransferencial que ocurre en un encuentro analítico y, para ello, hace una breve
introducción histórica acerca de los conceptos en cuestión. Presenta algunos cambios
ocurridos desde el psicoanálisis practicado por Freud hasta los días actuales. Discute la
relación entre los conceptos de Campo Psicoanalítico de los Baranger (1969) y Tercero
Analítico de Thomas Ogden (1996). Cuestiona, además, la necesidad de que
reflexionemos sobre la concepción del trabajo en contacto emocional más próximo con
pacientes, la construcción de un espacio interaccional entre analista y analizando que
debe ser permeado por una actitud de reserva del analista.

Palabras clave: transferencia; contratransferencia; campo psicoanalítico; tercero


analítico.

ABSTRACT

1
Psicóloga formada por Pontifícia Universidad Católica de Río de Janeiro – PUC-RJ. Psicoanalista en
formación por el Instituto de Formación Psicoanalítica de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de Río
de Janeiro – SBPRJ.
The author seeks with this article to present the dynamics of transference and
countertransference that occurs in an analytic session and, therefore, presents a brief
historical introduction about the concepts in question. Presents some changes ocurred
from the psychoanalysis practiced by Freud to the present day. Discuss the relationship
between the concept of the Psychoanalytic Field of Baranger (1969) and Analytic Third
by Thomas Ogden (1996). Questions the need of one to reflects on the concept of work
in closer emotional contact with patients, the construction of an interactional space
between analyst and patient to be permeated by a reserved attitude of the analyst.

Keywords: transference; countertransference; psychoanalytic field; analytic third.

Si los pioneros del psicoanálisis temían sistemáticamente la


interferencia de los afectos del analista con el desarrollo apropiado del
proceso terapéutico (cosa del todo realista, puesto que se movían en el
terreno peligroso y poco conocido de una técnica naciente), después de
un siglo de experiencias y de reflexiones científicas podemos trabajar
con mayor libertad y con un menor recurso defensivo a aislamientos
afectivos o a escisiones emotivas, precisamente porque somos más
conscientes de la complejidad de la relación psicoanalítica y de nuestra
disposición interna.
Bolognini

Introducción

Reflexionar sobre el desarrollo del pensamiento psicoanalítico nos lleva


necesariamente a la investigación de los conceptos que abarcan la teoría y dan soporte a
la práctica clínica. Las elaboraciones teóricas acerca del fenómeno de la transferencia y
de la contratransferencia se han desarrollado bastante desde las primeras inferencias
realizadas sobre estas dos nociones, actualmente claramente comprendidas como
inseparables.
El encuentro analítico proporciona la interrelación de subjetividades que
están inmersas en un espacio donde se permite al inconsciente que circule lo más
libremente posible. Este circular libre de las manifestaciones inconscientes nos lleva a
pensar en la noción de campo psicoanalítico introducida por el matrimonio Baranger
(1969) y nos conduce a la comprensión del concepto de tercero analítico de Thomas
Ogden (1996).
En este trabajo pretendemos apuntar la articulación entre los conceptos
de campo y tercero analítico y, para ello, será realizada una breve introducción sobre el
juego relacional marcado por el movimiento transferencial y contratransferencial entre
analizando y analista.

Transferencia y contratransferencia en el juego relacional: la creación del tercero


analítico en el campo psicoanalítico

El vocablo transferencia no es específico del vocabulario psicoanalítico,


pues es utilizado en muchos otros campos, pero siempre indica una idea de
desplazamiento, de transporte, de sustitución de un lugar por otro, o de una persona por
otra. Aunque para la comunidad psicoanalítica el término transferencia deba restringirse
a lo que ocurre en el presente de la situación analítica, de aquello que el analizando está
reviviendo y sintiendo con su analista, no se puede pasar por alto que esa expresión ya
ha alcanzado gran extensión y una analogía conceptual con aquello que ocurre en la
relación médico paciente, profesor alumno, analogía esta apuntada por Ferenczi (1909).
El concepto de transferencia viene sufriendo sucesivas transformaciones
y renovados cuestionamientos, como, por ejemplo, si la figura del analista aún puede y
debe ser concebida como: la de un cirujano, poseedor de frialdad emocional; un
receptor, que transforme en ondas sonoras lo que el paciente habla sin añadir nada; un
espejo que refleje el material presentado, como recomendaba Freud (1912A) en
“Recomendaciones a los médicos que ejercen el psicoanálisis”; o si el analista debe
reconocerse y comportarse como una persona real, vivenciando la creación de esta
nueva experiencia, inmerso en la relación con su paciente.
El fenómeno de la transferencia, marca de un proceso constitutivo del
tratamiento psicoanalítico, consiste en una necesidad de repetición de los pasados
conflictos infantiles del paciente con la figura del terapeuta. La innovación de Sigmund
Freud fue reconocer la transferencia como un componente esencial para la práctica
clínica psicoanalítica. En los trabajos específicos sobre la técnica del psicoanálisis,
publicados en el período de 1910 a 1915, Freud va gradualmente valorizando la
conceptuación de la dinámica de la transferencia.
Aunque al principio Freud consideraba la transferencia como el peor
obstáculo para el proceso terapéutico, ya que era caracterizada como resistencia al
acceso del material recalcado del paciente, se da cuenta de su importancia e inevitable
necesidad para la práctica clínica. En 1912B, en “Dinámica de la transferencia”, primer
texto exclusivamente dedicado a esa cuestión, Freud presenta el carácter paradójico de
la transferencia al constituirse como resistencia y aun así ser fundamental para el trabajo
de análisis. Distingue la transferencia positiva, hecha de ternura y amor, de la
transferencia negativa, vector de sentimientos hostiles y agresivos. En el año 1914
introduce el concepto de neurosis de transferencia refriéndose específicamente a la
práctica analítica.
El paciente repite en la transferencia con el analista los pasados conflictos
infantiles. De esta forma, la técnica psicoanalítica pasó a centrarse en
sustituir la neurosis clínica por una neurosis de transferencia con el analista,
la cual, si se analiza con éxito, lleva al descubrimiento de la neurosis
infantil. (ZIMERMAN, 2001, p.287)

Después de Freud, se han dedicado una gran cantidad de trabajos a la


cuestión de la transferencia, cada cual esforzándose por repensar ese concepto en
articulación con la teoría original. En Melanie Klein, la transferencia es concebida como
una reescenificación durante la sesión de todas las fantasías inconscientes del paciente.
Este tipo de manejo de la transferencia tiende a excluir de la situación analítica
cualquier forma de realidad histórica en pro únicamente de la realidad psíquica.
En la concepción de Donald Woods Winnicott, el fenómeno de la
transferencia en análisis puede ser comprendido como una réplica del lazo materno, de
ahí la necesidad del abandono de la neutralidad rigurosa. El uso que el paciente puede
hacer del analista como objeto transicional, tal como está descrito en su artículo “El uso
de un objeto” (1969), presta otra dimensión a la transferencia y a la interpretación. El
manejo del analista es más valioso, en algunos casos, que la interpretación de la
transferencia, ya que este debe ayudar al paciente a transitar por las tres fases que
caracterizan el proceso de dependencia: la absoluta, la relativa y la que va rumbo a la
independencia, inaugurando la concepción de que, de forma análoga a lo que ocurre en
la relación madre bebé, también en la relación analista y analizando cada uno está
siendo creado y descubierto por el otro. El paciente precisa vínculo terapéutico para
reafirmar su existencia.
Thomas Ogden (1996) presenta un gran aporte a la discusión alrededor
del movimiento dialéctico de la subjetividad e intersubjetividad individuales, cuyo
resultado es la creación de un tercero analítico subyugador (dentro del cual las
subjetividades individuales de los participantes están en gran medida incluidas). Un
proceso analítico bien realizado supone la superación del tercero y la reapropiación de
las subjetividades (transformadas) por los participantes como individuos separados (y,
aun así, interdependientes). Eso se da por vía de un mutuo reconocimiento que, muchas
veces, está mediado por la interpretación del analista, de la transferencia-
contratransferencia y el uso que el analizando hace de la interpretación del analista.

El proceso analítico, que crean el analista y el analizando, es un proceso en


el cual el analizando no es simplemente el sujeto de la investigación
analítica; el analizando precisa ser al mismo tiempo el sujeto en esta
investigación (o sea, crear esta investigación), en la medida en que su
autorreflexión es fundamental para el trabajo del psicoanálisis. De modo
similar, el analista no puede ser solamente el sujeto observador de este
esfuerzo, en la medida en que su experiencia subjetiva en este esfuerzo es el
único camino posible para adquirir conocimiento sobre la relación que él
está intentando entender.
(OGDEN, 1996, p.3)

El término contratransferencia es introducido por Freud en “Las


perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica” (1910). Según Etchegoyen (1995)
Freud lo define en función del analizando, dado que se describe como respuesta
emocional del analista a los estímulos que provienen del paciente, como el resultado de
la influencia del analizando sobre los sentimientos inconscientes del médico.
A pesar de que Freud siempre consideró la contratransferencia como
obstáculo - y, por tanto, debía ser eliminada - Etchegoyen (1995) sostiene que si la
introdujo pensando en el porvenir, podemos suponer que Freud presumía que la
comprensión del concepto significaría un gran progreso para la técnica psicoanalítica.
A partir de los años de 1950 la idea de contratransferencia es considerada
no solo como problema técnico, sino también como problema teórico, o sea, su
presencia en el análisis y significado empiezan a ser cuestionados. Racker (1948) y
Heimann (1949) presentaron los aportes más importantes relativos a este asunto con,
respectivamente, “La neurosis de contratransferencia” y “Contribución al problema de
la contratransferencia” (ETCHEGOYEN, 1995).
Lo que distingue los trabajos de Racker y Heimann, según Etchegoyen
(1995) es que la contratransferencia no es más vista solo como peligro, sino también
como instrumento sensible, pudiendo, por tanto, ser muy útil para el desarrollo del
proceso analítico. Comparándola con la transferencia, se presenta igualmente bajo tres
aspectos: obstáculo, instrumento, y, en último análisis, campo, que hace posibles los
cambios del paciente. El autor advierte que no debemos tomar transferencia y
contratransferencia como fenómenos autónomos y simétricos. Sandler y colaboradores
(1973, apud Etchegoyen, 1995) destacan los dos sentidos que el prefijo contra asume:
opuesto y paralelo. Así pues, por un lado, la contratransferencia es definida por su
dirección, sentimientos del analista en relación al analizando, y, por otro lado, es
definida como un balance, contrapunto, que surge por la comprensión de que la reacción
de uno no es independiente de lo que viene del otro.
Lo que justifica la distinción entre transferencia y contratransferencia es
la perspectiva. El punto de partida es la transferencia del analizando. El paciente
comunica (o lo intenta) todas sus vivencias y el analista solo responde a lo que dice el
analizando con lo que le parece pertinente. Si considerásemos que la contratransferencia
es un proceso independiente, en todo igual a la transferencia, no se configuraría la
situación analítica (ETCHEGOYEN, 1995).
Si hubo una evolución importante del concepto de la contratransferencia,
desde ser vista solo como obstáculo hasta poder ser considerada también instrumento,
aún estaría caracterizada como un “ punto de vista externo” del analista, como puede ser
observado en la distinción anteriormente expuesta entre transferencia y
contratransferencia justificada por la perspectiva. Podemos entender que esa distinción
está relacionada implícitamente con la propia concepción de subjetividad.
Ogden (1996) argumentó la relación entre analista y analizando basado
en el énfasis cada vez mayor en la interdependencia entre sujeto y objeto en el
psicoanálisis.

Creo que es justo decir que el pensamiento psicoanalítico contemporáneo


está aproximándose a un punto en el que ya no se puede hablar simplemente
del analista y del analizando como sujetos separados que se toman uno al
otro como objetos.
(OGDEN, 1996, p.58)

A partir de esa dialéctica, Ogden (1996) formuló el concepto de “tercero


analítico”, una tercera subjetividad, el tercero analítico intersubjetivo producido por el
encuentro entre las subjetividades del analista y del analizando dentro del setting
analítico. Destaca la importancia de aspectos cotidianos del funcionamiento mental
subyacente, que justamente por ser mundanos aparentemente no tienen ninguna
relación con el paciente, para reconocimiento y comunicación de la transferencia-
contratransferencia. Destaca, además, la vivencia del tercero analítico por medio de la
ilusión somática y otras formas de sensaciones corporales y fantasías relacionadas al
cuerpo.
En “El tercero analítico: trabajando con hechos clínicos intersubjetivos”
(1996) Ogden presenta dos relatos de casos que ilustran el concepto de los fenómenos
contratransferenciales. Los pensamientos y sentimientos del analista son, según el
autor, contextualizados y, por tanto, alterados por la experiencia con el paciente. No
considera que todo lo que el analista piensa, siente y vivencia sensorialmente pueda ser
referido como contratransferencia – concepto que debe ser continuamente recolocado
en la dialéctica del analista como entidad separada y del analista como creación de la
intersubjetividad analítica. Lo que quiere decir con eso es que la tarea del analista
consiste en estar hablando, dialécticamente, “a partir” de la experiencia inconsciente del
tercero analítico, así como sobre el tercero analítico desde una posición de analista
fuera de él mismo.
La asimetría de la perspectiva no se destituyó. A pesar de que el tercero
analítico es una creación del analista y del analizando, al mismo tiempo en que ambos
son creados por el tercero analítico, la experiencia del tercero no es idéntica para cada
participante. La experiencia inconsciente del analizando es privilegiada de forma
específica, o sea, esa experiencia es tomada por el par analítico como principal tema
sujeto del discurso analítico (OGDEN, 1996).
A partir de este cambio de actitud del analista en posicionarse más activamente y
como parte implicada en el trabajo, marcamos la articulación con la noción de campo
psicoanalítico introducida por el matrimonio de psicoanalistas Willy y Madeleine
Baranger en 1969. El campo entendido como un lugar donde se organizan y se
estructuran los fenómenos psicoanalíticos a partir de la relación analista analizando
comprendida entonces como una experiencia compartida en la que uno se deja transitar
por el encuentro afectivo con el otro. Esto no significa decir que no sea necesaria una
posición reservada del analista en el campo, se establece una tensión dialéctica entre
presencia y reserva. La reserva no es, solo, una actitud en relación con el paciente, sino
también con la propia subjetividad del analista. Es preciso reservarse (resguardarse)
incluso para poder sustentar el proceso de análisis. El analista no puede dejarse
consumir o controlar por el paciente. El analista es parte integrante del proceso, pero no
deja de asumir la necesaria neutralidad. Es lo que nos dice Luís Cláudio Figueiredo en
“Ética y Técnica en Psicoanálisis” (2008, p.46): “La neutralidad es la disposición
ecuánime para aceptar lo que viene, contemplar lo que se muestra y enfrentar lo que
emerge sin preferencias y sin resistencias”.
La comunicación inconsciente que ocurre entre analista y analizando es
el medio conductor para que el campo relacional se convierta en un espacio creador de
sentidos. El análisis presupone el vínculo transferencial del analizando con su par
analista. Es en el juego transferencial y contratransferencial donde emergerán sus
afectos, sus deseos inconscientes, sus tolerancias e intolerancias. El analista debe, por
tanto, ser consciente de que él debe estar preparado para manejar sus propios límites y
tener la capacidad de tolerar el no-saber, más aún, aprovechar este no-saber como un
paso importante en el camino de la interacción de las mentes – dos subjetividades que
crearán un momento único, singular de significados, sin guion preestablecido. La
dinámica inconsciente encaminará, inevitablemente, el trayecto a ser recorrido entre
analista y analizando.

... contar más con las propias “capacidades negativas” que con interpretaciones
decodificadoras (Bion, 1970) y ver qué transformaciones podrá tener esa
historia, en el dialecto en que la paciente la propone, de acuerdo con la
interacción de las mentes de paciente y analista en el campo que ellos mismos
crean, campo entendido como lugar-espacio promotor, activador de historias
posibles (a partir, naturalmente, de los ingredientes emocionales que el
paciente trae). (FERRO, 1998, p.34)

Los Baranger (1969) presentan una descripción del campo del proceso
analítico apuntando su estructura espacial, dimensión temporal y la configuración
funcional básica. La estructura espacial del campo apunta hacia el encuentro entre dos
personas en un espacio/local, unidas por una relación de reciprocidad constante. Cabe
resaltar que toda modificación del campo espacial es significativa en la modificación de
la relación analítica. Con relación a la dimensión temporal del campo observamos que
este está constituido por un acuerdo previo sobre la duración y frecuencia de las
sesiones, así como las interrupciones (vacaciones y otras causas) que pueden romper la
uniformidad del campo.
El campo se estructura a partir de una configuración funcional básica
formada por el compromiso asumido y contrato establecido entre analista y analizando.
Este compromiso presenta papeles en los que ambos van a actuar: uno se compromete a
comunicar al otro, en la medida de lo posible, todos sus pensamientos, y cooperar con
el trabajo del otro. El otro, en este caso el analista, se compromete a tratar de entender
al primero y proporcionar, mediante la interpretación, una ayuda en el camino hacia la
comprensión y resolución de sus conflictos.

Conclusión

Estableciendo un paralelismo entre la noción de campo psicoanalítico


presentada por los Baranger (1969) y el concepto de tercero analítico introducido por
Thomas Ogden (1996), podemos destacar el hecho de que el tercero analítico emerge
de la relación que se establece en el campo psicoanalítico. Ogden (1996) nos habla del
encuentro psicoanalítico como una forma singular de interrelación dialéctica de las
subjetividades individuales del analista y analizando, que encamina el
surgimiento/creación de una nueva subjetividad. Hay una enorme semejanza en el
pensamiento de los Baranger (1969, p.132) cuando indican que “La dupla analítica es
2
un trío, con uno de sus integrantes ausentes en cuerpo y presente en la vivencia”
(1969, p.132).
A partir del momento en el que comprendemos la formación del campo
psicoanalítico como un encuentro entre dos subjetividades que se convierten en
intersubjetividades creadoras de un tercero analítico (una tercera subjetividad), se hace
evidente el cuestionamiento: ¿Cuál sería la función del analista dentro del campo? A
esta indagación Anna-Maria Bittencourt responde con maestría en su artículo “El

2
Traducción libre.
campo de la transferencia y de la contratransferencia en la formación psicoanalítica”
(1996).

El papel diferencial del analista se hace sentir a través del manejo de la


transferencia. En este campo hay experiencias de alta tensión provocadas
por fluctuaciones emocionales. El analista no contiene o inhibe los afectos
del analizando; lo que se pretende no es producir un “debilitamiento” de las
pulsiones. Por el contrario, la relación transferencial intensifica los afectos y
el analista funcionará en este campo, como un modulador, organizando las
intensidades emocionales, dando un germen de orden a lo que era
dispersión. Una pequeña acción puede controlar un gran flujo. Donde no
había organización pasa a haberla, gracias a la función catalizadora de la
escucha y de la palabra del analista. (1996, p.20)

Los aspectos transferenciales y contratransferenciales permean toda la


situación de análisis. Esto significa decir que la dupla (analista analizando) está inmersa
en un juego interrelacional y, por tanto, se influencian recíprocamente. Este
influenciarse de forma mutua se da a través de un proceso dinámico que lleva al camino
de la creación de un espacio singular/único, espacio este que propicia el surgimiento de
una tercera subjetividad comprendida como creación del encuentro intersubjetivo entre
analista y analizando, al mismo tiempo en que ambos son creados por esta tercera
subjetividad. Podemos explicitar esta interacción entre analista y analizando como un
encuentro que ocurre en un nivel intrapsíquico.
El campo crea algo en conjunto, nuevo e irrepetible, algo que
corresponde no a una simple suma de sus componentes, sino a un espacio que permite
un intercambio emocional constante entre el par analista analizando. Es importante
resaltar que esta actitud participativa del analista no quiere decir simetría, ni falta de
neutralidad posible, el analista recorre el camino de la creación conjunta de forma
distinta al analizando, siempre posibilitando que este sea el protagonista del enredo,
pieza principal en la construcción de un caminar original y único.
El analista no debe dejar de trabajar la presencia y relevancia de la
pulsión y de sus expresiones en la vida mental. La excesiva cautela al abordar temas
como la sexualidad y fantasías edípicas puede desembocar en el ímpeto de que
utilicemos el encuentro analítico como espacio de simple experiencia emocional
correctiva. Por tanto, caracterizar el psicoanálisis como una ciencia de lo particular y de
lo singular no debe llevar al analista a desconsiderar las mociones pulsionales
universalizantes.
Si el proceso analítico fuese una sinfonía, sería orquestada por el campo
transferencial/contratransferencial al cual el analista de manera alguna es ajeno y en el
que tampoco le es dado situarse como oyente. Como en una sinfonía – que a nuestros
oídos surge como un fenómeno musicalmente uno – hay un canto al cual responde el
contracanto.
Referencias

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