ENTELMAN, REMO F. - Teoría de Conflictos (OCR) (Por Ganz1912) PDF
ENTELMAN, REMO F. - Teoría de Conflictos (OCR) (Por Ganz1912) PDF
ENTELMAN, REMO F. - Teoría de Conflictos (OCR) (Por Ganz1912) PDF
Remo F. Entelman
TEORÍA DE CONFLICTOS
Serie coordinada
por Raúl Calvo Soler
PARC-
prevención
a d mi n i s t r a c i ó n
r e s o l u c i ó n de
conflictos
F u n d am en to s
ganzl912
P -A -R -C
P r e v e n c ió n , A d m in is t r a c ió n y R e s o l u c ió n d e C o n f l ic t o s
Remo E Entelman
(l 1 K r m i i I 1'. E n le lm a ii
ISBN: 84-7432-944-2
Depósito legal: B. 14695-2002
Impreso en España
l'iiulrd ¡n Spain
h t t p s ://tinyurl.com/y794dggv
h t t p s ://tinyurl.com/y9malmmm
B IB LIO TEC A
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E/Ví P R E S A R IA L
SIGLO VEINTIUNO
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ganzl912
índice
P rimera parte
E l universo de los conflictos
S egunda parte
A n álisis del conflicto
ÍDlNÁMICAmEKCONFLICTO
13
sajes de este volumen tienen su origen en aquellos papeles que en
los últimos años revisé y distribuí para evitar la grabación de las
clases. Pero nunca antes de ahora consideré justificada su publica
ción. En 1995 volví a enfrentar la misma problemática. Mis colabo
radores en el Seminario Permanente para el Estudio, Prevención y
Resolución de Conflictos1 organizaron un volumen que llevaría el
título La Paz Fría. En él se recopilaban las diversas exposiciones en
las que, en sendas sesiones públicas, yo había dado cuenta de mis
investigaciones sobre diversos temas de las relaciones internacio
nales partiendo de la Guerra del Golfo. He entregado muchos ejem
plares en soporte magnético o de papel a quienes tenían un verda
dero interés en los temas allí tratados. Pero la edición del libro no
me pareció justificada.
Hoy, sin embargo, al publicar este libro, cumplo una doble obli
gación impuesta por el nuevo milenio. Por un lado, estoy persuadi
do de que estos conocimientos, que mis colegas de cátedra y yo en
señamos en las carreras de posgrado, deben integrar la formación
de grado de diversas profesiones civiles, especialmente las de socio
logía, abogacía, psicología, relaciones internacionales y diplomacia
y las carreras militares. N o existe bibliografía disponible que sirva a
la transmisión de una visión universalista del género conflicto. Ello
dificulta el estudio y hace casi imposible la tarea, que ahora debe
mos afrontar con urgencia, de formar un plantel suficiente de pro
fesores para una disciplina nueva. Es además una realidad cultural
el hecho de que otros autores trabajan ya sobre problemas diversos
y especialmente sobre distintos métodos de resolución de conflictos
tomando como apoyo estructural mis desarrollos que, a menudo,
citan con honestidad intelectual. En mi propia cátedra, otros inves
tigadores están produciendo y publicando nuevos conocimientos
con idéntico apoyo. Encuentro citadas mis ideas en diversos libros
recientes, pero, por remitir a papeles de trabajo no distribuidos en
librerías, esas referencias o transcripciones no brindan a sus lecto
res un acceso fácil a sus fuentes.
Por otro lado, creo que también es mi deber someter a la comu
nidad científica la propuesta de un nuevo paradigma en que este li
bro consiste. Si, como explicaré en el texto, las disciplinas que ha
cen del conflicto su objeto son ciencias paradigmáticas en trance de
experimentar un nuevo cambio de paradigma -el segundo en el úl
timo cuarto de siglo- quien lo propone tiene la responsabilidad de
14
publicarlo a fin de que pueda ser experimentado y sometido a la crí-
liea de la comunidad científica, promoviendo un debate destinado
a enriquecer la postulación que el autor considera apenas el esbozo
de un nuevo escalón en el camino ascendente del saber acumulati
vo.
Esas dos razones confluyen en otra que no puedo dejar de tener
en cuenta. Creo llegado el momento en que las universidades asu
man su responsabilidad en materia de enseñanza sobre el conflicto.
Así ha ocurrido en otras partes del mundo. Las investigaciones y la
docencia sobre lo que en Estados Unidos se denomina Estudios so
bre la Paz son tratadas como una actividad compleja, que debe aso
ciar a esa investigación y enseñanza, la de los métodos de resolución
de conflictos, la formación de expertos en aplicarlos y vincular todo
ello a la postulación de los valores que deben informar la actividad
individual tendente a la promoción del cambio no violento de la so
ciedad.2
En nuestro país, después de casi una década desde que comen
zó el intento por introducir en nuestra cultura el uso de métodos
pacíficos de resolución de conflictos, poco es lo que han hecho las
universidades en ese sentido. Algunas, es cierto, incorporan tímida
mente cursos, generalmente en carreras de posgrado o fuera del cu
rrículum, sobre estos temas. Pero, con excepción de la Maestría In-
terdisciplinaria sobre Administración dé Conflictos que mi Cátedra
en la Universidad de Buenos Aires desarrolló y dictó bajo mi direc
ción en la Universidad Nacional del Nordeste (U N N E ),3 la investi
gación y la enseñanza de disciplinas del conflicto tienen poca pre
sencia en el nivel terciario de enseñanza. Por tanto, no cumple
tampoco la función educativa integradora a que me he referido, de
la cual no deben emerger meros profesionales competentes, sino
profesionales comprometidos además con la construcción de una
sociedad más pacífica.4 Como se verá, este libro hace hincapié en el
carácter violento del sistema jurídico de resolución de conflictos y,
por ello, atribuye una trascendencia social a la investigación, ense
ñanza, formación y entrenamiento referentes a las técnicas pacífi
cas, que exceden de su significación científica y docente. Hasta aquí
pudo ser razonable o práctico, y tal vez inevitable, comenzar por la
formación y entrenamiento de expertos sin base teórica y sin com
promiso axiológico suficiente.5 Pero parece llegado el momento de
corregir el rumbo y a ello pretende contribuir la publicación de esta
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obra, en el solo sentido de proveer un texto accesible que cubra úni
camente los aspectos teóricos de los proyectos pedagógicos integra
dos que es urgente formular. En ellos, las Universidades deben asu
mir su responsabilidad y su protagonismo. Pese a que las leí hace
más de diez años, me han quedado grabadas estas palabras de Geor-
ge A. López (1989:10) que, desde el principio de la década de 1980,
ha sido uno de los estudiosos que más ha escrito y que más ha sido
consultado en programas de educación sobre conflictos:
Los Estudios sobre la Paz se han desarrollado hasta el punto que, así
como puede afirmarse que la guerra es demasiado importante para ser
dejada sólo a los generales, la educación superior puede sostener que la
paz y particularmente los estudios sobre ella son demasiado importan
tes para ser dejados sólo a algunos bien intencionados académicos. Los
últimos cuarenta años han sido tiempos de sostenida investigación, cu
yos resultados pueden y deben ser parte de la educación superior en Es
tados Unidos.
16
no se ha a nal izado qué métodos más pacíficos debe generar una so
ciedad también menos violenta y deseosa de preservar los vínculos
entre conl'licluantes. Sin embargo, como es notorio e inevitable, el
sistema jurídico, que siempre ha sido visto como un progreso sobre
la organización tribal, afecta los vínculos sociales de aquellos cuyos
conllictos resuelve declarando a uno victorioso sobre el otro (L ó
pez, 1989:11).
La tarea de atender los requerimientos de publicación del libro
encontró a su vez dos dificultades. La primera, la de comprimir el
texto hasta reducirlo a una extensión tolerable. El intento de buscar
el acceso de muchos estudiosos y docentes a una nueva teoría, se
frustra cuando ésta se expone con demasiada extensión. Pero a su
vez, la exclusión de material fundamental para su comprensión
tiende a producir el mismo efecto negativo. Era necesario, pues, el
mayor esfuerzo de selección de temas y de síntesis de su exposición.
La reducción del primer borrador a algo menos de la mitad de su
extensión me llevó, debo confesarlo, casi tanto tiempo como incor
porar en ese primer proyecto el material que había preparado y or
ganizado en todos los años pasados. Creo haber logrado el objetivo
de entregar un libro que, por un lado, no omita temas esenciales ni
los reduzca a una expresión incomprensible. Y, por el otro lado, re
nuncie a penetrar profusamente en temas vinculados, aunque su
autor tenga por algunos de ellos particular inclinación. Estos temas
integran, a mi criterio, otro escalón y son, en consecuencia, secun
darios a la teoría general que aquí se expone. El lector tendrá pre
guntas que formularse y ello estimulará el interés y generará el in
tercambio sobre el conflicto que las ciencias sociales, y la propia
sociedad, requieren.
La segunda dificultad que encontré provino del hecho de que
buena parte de este libro no fue originariamente escrita, sino ex
puesta en clases o conferencias, cuyas grabaciones sirvieron, hace
años, para la producción de los papeles iniciales de trabajo. El ori
gen del texto creó una dificultad que, pese al esfuerzo que mis cola
boradores y yo pusimos, ignoro si pudo salvarse en todos los casos.
Cuando uno expone oralmente un discurso elaborado a partir de un
largo tiempo de estudio, de lecturas, de acumulación de informa
ción y de elaboración teórica, transmite, sin quererlo, el propio pen
samiento en forma indiscriminada, con conocimientos adquiridos
de terceros, en ese período y desde siempre. En la exposición oral
17
ciertos conceptos se transmiten con expresa referencia a su fuente.
Otros se tratan dando por sabido que el auditorio no puede inter
pretarlos como propios del expositor. Cuando llega luego, mucho
tiempo más tarde, la hora de escribir lo que antes se expuso, es
grande y dificultoso el esfuerzo por no caer en omisiones involun
tarias. He puesto sumo cuidado en que la redacción del libro no
permita que se me atribuya ningún texto que es ajeno. He sido me
ticuloso en señalar con precisión cuando he utilizado ideas o citado
textos de otros autores y lo suficientemente honesto para enfatizar
lo modesto de mi aporte. En cada nueva lectura me pareció oportu
no agregar nuevas citas involuntariamente omitidas, pese a que ori
ginariamente concebí un libro con muy pocas notas. Estoy también
seguro de no haber incluido en las exposiciones originarias referen
cias textuales que no hayan sido citadas en mis papeles de trabajo,
porque ellas fueron memorizadas con ese objeto, o sus textos estu
vieron a mi alcance en el momento de la disertación. Puedo haber
incurrido en omisiones involuntarias y espero que quien las en
cuentre sea un juez benigno y las informe a la editorial para su
oportuna corrección
Creo que las ideas contenidas en este libro, cuyo origen y limita
ciones he explicado, constituyen una propuesta para una teoría del
Conflicto en General o del Género Conflicto. Por eso adopto el títu
lo de Teoría de Conflictos, dando al plural el mismo sentido que le
dieron Von Neumann y Morgenstern al adoptar el de Teoría de Jue
gos y Von Bertalanfiy al emplear Teoría General de Sistemas y sa
biendo que corro el riesgo de que esa denominación sea criticada
como presuntuosa. Sin embargo, si con ella posibilito en los estu
diosos del tema desarrollos que les permitan realizar su ambiciosa
vocación de constituir una disciplina científica, este conjunto de
conceptos debería ser considerado como una nueva etapa paradig
mática de las ciencias sociales que se ocupan del conflicto o, tal vez,
una específica rama de la Sociología, que alguna vez podría llegar
a ser la denominación unificadora de todas esas disciplinas. Des
pués de todo, su menester es describir ciertas formas y particulari
dades de las relaciones sociales. A diferencia de los autores de las
Ciencias de la Guerra y de las de la Paz, y de los que describen con
flictos grupales de carácter religioso, racial o laboral, de quienes he
recibido grandes aportes, he puesto el énfasis en analizar compara
tivamente con los otros los conflictos internos de las sociedades es-
18
lalnles, con adores gnipales o individuales. Ese objetivo hace pen
dan! con el de aquellas ciencias, cuando se centra en la búsqueda de
indodos pacíficos para administrar y resolver esos conflictos inter
nos. Precisamente porque he trabajado con los ojos puestos en esa
arca, me fue posible discernir que ella era una especie más del gé
nero conflicto.
Este libro tiene, pues, vocación de ser útil a quienes quieren, con
relación a cualquier tipo de conflictos -interestatales, intergrupales
o personales- investigar, estudiar los conocimientos existentes o
producir normas técnicas para la administración de conflictos, fun
dadas en esos conocimientos.
Una teoría, o una propuesta teórica como la que aquí se presen
ta, puede ser importante porque sus formulaciones o enunciados
son utilizados por muchos. Y puede serlo aún más si influye en el
trabajo de muchos, que pueden apoyar en ella sus investigaciones o
sus desempeños profesionales. La primera categoría es significativa
para la docencia y la educación. La segunda para el desarrollo de la
ciencia y la técnica. Me gustaría que este libro revista en ambas.
Son muchas las colaboraciones y los apoyos que he recibido, du
rante los largos años en que las ideas aquí desarrolladas se gesta
ron, se expusieron y se revisaron una y otra vez. Tantos, que toman
imposible expresarles ahora mi agradecimiento personalizado. Mu
chos de esos apoyos provinieron de grupos numerosos y renovables,
a los que puedo expresar colectivamente mi gratitud. Especialmen
te a los centenares de graduados y alumnos de grado que desde la
creación de la primer cátedra de la materia en la Universidad de
Buenos Aires asistieron a mis clases y fueron partícipes inteligentes
e indispensables en la empresa común de transmitir mis ideas, dis
cutirlas y revisarlas una y otra vez. Y de igual manera debo mencio
nar a los integrantes de la comunidad de estudios que se constituyó
alrededor del área académica sobre conflictos en el CARI, a la que
ya he hecho referencia. Ambos grupos son, en alguna medida, co
autores de esta obra, de cuyos desaciertos sólo yo soy responsable.
Otras colaboraciones, igualmente valiosas, vinieron del grupo más
pequeño de colegas de cátedra, que por años fueron interlocutores
incentivantes. Mario Sitnisky, con su dominio de la Filosofía de la
Ciencia y su manejo experto de la Teoría General de Sistemas me
posibilitó controles respecto de mi propio pensamiento que difícil
mente hubiera podido efectuar sin su ayuda. Raúl Calvo Soler asu
19
mió la dura tarca de leer detenidamente los manuscritos Finales,
que él, con esa lectura, transformó en provisorios. Encontré en sus
comentarios a un crítico agudo pero generoso, que me motivó a
aclarar o ampliar más de un pasaje y hasta, en algunas ocasiones, a
reformular mi pensamiento. Su dominio del buen español fue, más
de una vez, causa de excitante tensión entre su pureza lingüística y
mi preocupación por respetar algunos hábitos idiomáticos de los
lectores hispanoamericanos. Dentro de ese mismo grupo de traba
jo, Fabiana Crespo y Eduardo Balbi, al desarrollar su versión de
una inteligencia diseñada para la toma de decisiones en la interac
ción conflictual, hicieron posible que otros colaboradores, de quie
nes también soy deudor, realizaran el acopio y procesamiento de la
información requerida para verificar mis hipótesis. A Claudine Van
Hemelryk, que desde la década de 1980 desgrabó mis clases y con
ferencias y trabajó en mis originarios papeles de trabajo, debo el pa
ciente procesamiento y la experta revisión de los manuscritos.
Notas
1. Creado en 1986 en el Consejo Argentino para las Relaciones Inter
nacionales (CARI).
2. Cuando Estados Unidos era todavía una república esencialmente
agraria, el Congreso dictó en 1862 la ley conocida como M orrill Act, por la
que se otorgaron subsidios para la instalación de institutos estatales de
educación en «agricultura y artes mecánicas». En diversos países las Uni
versidades están comprometidas en la solución de los grandes problemas
nacionales. Muchas de ellas fueron creadas con apoyo estatal o privado
para atender a necesidades concretas. Así nacieron el Rensselaer Polytech-
nic Institute, el Massachusetts Institute o f Technology (M IT ), la Sheffield
Scientific School. En Inglaterra, después de la Primera Guerra Mundial, la
Universidad asumió la tarea de rediseñar sus programas de investigación y
enseñanza para atender los problemas creados por la competencia inter
nacional. En el período de entreguerras, el laboratorio de radiación del
M IT desarrolló, en colaboración con Gran Bretaña, el radar para uso m ili
tar. Mientras, el Laboratorio de Física Aplicada de la John Hopkins Uni-
versity avanzaba en las investigaciones sobre fusión. Es hoy público que,
durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno estadounidense confió a
la Universidad de Columbia los desarrollos teóricos y su aplicación y que
20
I iic en su I .aboraloiio tic Los Alam os, Nuevo México, donde se produjo el
,11 nía nuclear, que A lem ania no llegó a obtener por carencia de investiga
ción cienliTica.
4. IJNNE, en su Facultad de Ciencias Económicas, Provincia del Cha
to, Argentina.
4. Fueron las Universidades los centros donde a ambos lados del Atlán-
I ico se desarrollaron las investigaciones que hoy constituyen las disciplinas
del conflicto. Kenneth y Elise Boulding en la Universidad de Chicago y
Julián Galtung en Oslo las promovieron tempranamente. En Francia, la
Universidad de Estrasburgo fue asiento del Instituto de Polemología. Cuan
tío, en los años ochenta, al hacerme cargo de mi cátedra de Teoría del Con
flicto en la UBA, quise conocer lo que se investigaba y enseñaba en Estados
Unidos en nuestra materia, descubrí la cuarta edición del formidable in
ventario auricular editado por Bárbara J. Wien (1989). Por todo, véase
Wien, Barbara J. (1984) y Thomas, Daniel C. y Klare, Michael (1989). El
lector interesado puede encontrar amplia bibliografía sobre las respuestas
de la Universidad a los requerimientos de mejoramiento social en el cam
po de las investigaciones sobre conflictos y los programas integrados de
educación superior en el volumen 504 de Annals o f The American Aca-
demy o f Political and Social Science, publicado en julio de 1989, con el tí
tulo de Peace Studies: Past and Future. Allí obtendrá abundantes referen
cias que lo guiarán por un territorio para nosotros ignoto, pero que en
otros lugares está bien cartografiado. Los desarrollos de la última década
del siglo son, en cambio, conocidos en nuestro medio.
5. Pese a que en más de una ocasión he criticado que en Argentina se
insistiera en formar expertos en resolución de conflictos sin transmitirles
conocimientos sobre el fenómeno que deben tratar, debo reconocer que en
ello ha influenciado el ejemplo de algunas universidades americanas, espe
cialmente Harvard. Desde 1984, este prestigioso recinto académico, que
había producido investigadores de la talla de Roger Fischer, impartía ense
ñanza para operadores de conflicto, sin enseñarles Teoría de Conflictos.
M e costó entender y aceptar esa política, cuya influencia en nuestro medio
no me parecía conveniente, hasta que encontré la explicación. En 1984,
Harvard recibió la primer subvención de la Hewlett Foundation para su
Programa de Negociación. Estas subvenciones fueron luego expandidas
por la misma ONG a otras Universidades como Wisconsin, Minnesota, M i
chigan, Rutgers, Syracuse, Hawaii, Northwestern, Stanford, George Ma
són, Colorado y Pennsylvania State University. En los ochenta y noventa
otras instituciones, con interés específico en la rápida formación de exper
tos financiaron muchos otros proyectos y es obvio que ello debe haber in
fluido en que la integración de la educación en esta materia quedara rela
tivamente relegada. Pero sólo relativamente porque, en la misma época,
21
lu vieron vigencia numerosos programas de investigación y docencia, como
puede verse en las guías curriculares citadas en la nota anterior. En 1982,
la Universidad George Masón inauguró su maestría en Peace Studies y lue
go, en 1988, el primer doctorado.
Introducción
23
método judicial y la necesidad de reducir su uso a su medida indis
pensable mediante la utilización de nuevas técnicas, producto de
los nuevos descubrimientos sobre el fenómeno del conflicto. Esta
visión, al igual que la de los que investigan el conflicto dentro de la
sociedad internacional, apunta a una sociedad estatal más pacífica,
donde la regla no sea el proceso judicial que, aunque puede resolver
conflictos y hacerlo con ajuste a los valores vigentes, no puede evi-
Inr el deterioro de los vínculos que constituyen las relaciones socia
les de quienes sometieron aju icio sus controversias. Ninguna rela
ción de parentesco, de amistad o de asociación de cualquier índole
emerge incólume cuando un conflicto suscitado en su seno se re
suelve por un juez que, cumpliendo su cometido, declara en la ma-
v<ii' parte de los casos la existencia de un vencido, a quien impone la
victoria del otro miembro de la relación, mediante el uso -o la ame
naza de uso- de la fuerza. Es claro que esto no implica postular una
sociedad sin jueces.1
La Teoría de Conflictos que aquí se expone no se ocupa de nin
guna especie concreta de conflictos. No es una Teoría del Conflicto
iuIernacional, ni del racial, religioso, familiar, jurídico o social, en
el amplio sentido de esta última expresión. Es una teoría del con-
llicto a secas, que trata sobre el conflicto en general, y que, lejos de
i icuparse de ninguna de esas especies, trata sobre lo que es esencial
a Indas ellas, porque el objeto de sus descripciones es el género con-
llicto, tal como se identifica en el capítulo 1.
Creo indispensable insistir, como lo he hecho en los últimos años
en todas las oportunidades en que he escrito o hablado sobre el
tema, que no existe una teoría del conflicto que constituya realmen
te un pensamiento nuevo y sistemático como se me suele adjudicar
inmerecidamente. Lo que aquí desarrollo es una generalización de
conocimientos que formularon otros para describir supuestos con
cretos y que yo pude discernir como atributos del género y no de la
especie.2
Aunque mencionarlo pueda parecer un desliz autobiográfico, lo
que en realidad ocurrió es que en determinado momento me vi
constreñido por urgencias teóricas que el saber jurídico no podía
sal ¡sfacer. Me formulé entonces, en el monólogo de la angustia que
generan esas urgencias, algunas hipótesis de trabajo. Luego ocurrió
que éstas resultaron verificadas. Es pues bien claro que no he crea
do una Teoría del Conflicto. Aunque es cierto que he concebido, y
m 'o que verificado, la idea de un concepto universal del conflicto,
que denota un amplio universo de enfrentamientos en el cual con
viven los conceptos de guerra internacional y los de disputas conyu
gales, societarias o raciales, con todas las diferencias específicas
que presentan, precisamente, pensar a cada uno de ellos como es
pecies de un género superior. Al mismo tiempo, orientado por esa
c<>ncepción, pude identificar que muchas de las descripciones efec
tuadas en otras áreas, especialmente en la de los conflictos entre Es
tados, eran válidas para otros enfrentamientos dentro de las socie
dades estatales. Ello permitió la formulación de hipótesis que,
verificadas, enriquecieron el conocimiento de los conflictos inter
nos -entre grupos o individuos- al que se transvasaron los resulta
dos teóricos de aquellas investigaciones ajenas y buena parte de las
técnicas y tecnologías que en ellos se fundan.
En los últimos veinte años, con el incremento de la utilización de
la mediación y la negociación en conflictos entre particulares o gru
pos dentro del sistema estatal, algunos descubrimientos ponen de
manifiesto la limitación que la falta de un concepto universal de con
flicto impone al uso de la tecnología disponible o alcanzable. En
efecto, los modelos desarrollados por la Universidad de Harvard
para ese sector intraestatal se originan en un centro prestigioso
donde muchos de sus investigadores han trabajado antes muy se
riamente en el conflicto internacional. Sin embargo, cuando desa
rrollan técnicas o tecnologías para el área interna de los conflictos
entre habitantes de un Estado, no tienen en cuenta muchas de las
descripciones del fenómeno conflictual que conocen en el conflicto
entre Estados. Simplemente, porque no los ven como especies de
un género superior. Por el contrario, cuando los autores del área in
ternacional trabajan en técnicas de negociación y mediación para
conflictos internacionales, ofrecen una gran riqueza de recursos
creados sobre los conocimientos sobre el conflicto, que allí les re
sulta coherente utilizar. Esta riqueza se manifiesta, pese a lo sinté
tico del planteamiento, en la última obra de Isard (1988:337-378,
cuadros 10.1-10.8).
Recíprocamente, tengo la esperanza de que estos desarrollos
procuren un buen aporte a la intensa investigación que en tantos lu
gares se desarrolla sobre el conflicto internacional. La demostra
ción de que ciertas particularidades, que antes se pensaron como
propias de su especie, corresponden al género, permitirá ampliar
25
dramáticamente el campo de investigación. Ya no habrá que traba
jar sobre un puñado de conflictos entre estados, actuales o pasados
v descritos históricamente. Se podrá, en muchos temas, convertir
los conflictos entre socios o entre cónyuges en sus propios labóra
letrios. Así ocurre, por ejemplo, en el área de las investigaciones so
bre la dinámica del conflicto.
Es, en efecto, autobiográfico el hecho de que a principios de los
setenta diversas experiencias me enfrentaran con la crisis teórica a
la que he aludido. La Teoría General del Derecho, en una versión po-
silivista que prevaleció en la Filosofía del Derecho durante los últi
mos setenta años, había adquirido gran desarrollo en Argentina. Es
tábamos convencidos de que la Ciencia del Derecho, de la que se
ocupaba nuestra Teoría, tenía respuestas y soluciones para todos
los problemas generados por enfrentamientos entre pretensiones
i ipuestas de quienes estaban sometidos a un ordenamiento jurídico.
I labíamos aprendido de nuestros maestros y enseñábamos con se
gura convicción que el sistema de normas de derecho, que organiza
V rige las sociedades humanas, constituye un todo coherente y ce
rrado. La denominada norma o principio de clausura era para no
sotros un enunciado claro que reverenciábamos. Ella definía, con la
fuerza del razonamiento lógico de Kelsen que todo lo que no está
jurídicamente prohibido, está jurídicamente permitido. Ello capa-
rilaba a juristas y abogados para conocer todos los enfrentamientos
posibles. Podían conocer, buscando en el inventario de sanciones,
cuáles eran las conductas sancionadas o prohibidas y cuáles eran
las obligaciones y los derechos de cada uno.3 Sabían en consecuen
cia que cuando alguien les consultaba sobre un enfrentamiento con
(>1ro que pretendía algo a lo que el reclamado no estaba obligado, la
respuesta era clara. El consultante no debía preocuparse, porque no
estaba obligado a hacer dejar de hacer lo que su oponente preten
día.
Yo ejercía entonces mi profesión de abogado compartiendo con
rila mi tiempo de investigación y de docencia. Comencé a advertir
que los interesados no quedaban satisfechos con este tipo de res
puestas. En primer lugar, no distinguían, en su experiencia de la
villa en sociedad, la diferencia entre una pretensión fundada en un
derecho y una que no lo estaba. Sabían que en el segundo caso no
leuilría consecuencias jurídicas. N o sufrirían cárcel ni ejecución
forzosa de bienes. Pero experimentaban otras consecuencias no
Jo
menos inconvenientes. Sus oponentes, o adversarios, podían hacer
ciertas cosas que a ellos les afectaban porque tampoco les estaban
prohibidas. Los abogados podían decirles que no se preocuparan,
porque no estaban obligados. Pero ellos estaban preocupados por el
estado de sus relaciones con el reclamante que, según la opinión de
sus abogados, no tenía un derecho que fuera correlato de una obli
gación. Por ejemplo, el socio m inoritario pretendía que mi clien
te, que era mayoritario, estudiara sus proyectos de nuevas actividades
que podrían mejorar la rentabilidad de la sociedad. Y la relación en
tre ambos se veía afectaba por la negativa, apoyada por mi correcta
visión jurídica del problema que, al parecer, resultaba estrecha. Lo
mismo ocurría con los esposos enfrentados a sus cónyuges porque
éstos se negaban a acompañarlos cada semana a presenciar parti
dos de fútbol, a lo cual no estaban obligadas por el derecho.
Trataba yo de descubrir qué me faltaba saber para ser más eficaz
en la defensa de mis clientes. Pensé en inventariar situaciones simi
lares para luego estudiar cómo o con qué conceptos se pensaban y
qué herramientas se utilizaban. Descubrí así que, en las relaciones
entre los Estados, la casi totalidad de las pretensiones que exhibían
unos frente a otros no se fundaban en un derecho que fuera similar
al derecho estatal que conocemos. Pero los estados no siempre re
currían a la guerra y, no obstante, resolvían sus conflictos y alcan
zaban sus objetivos.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se percibía un es
fuerzo compartido por todas las disciplinas, incluso las menos cer
canas a las ciencias sociales como las matemáticas, por entender
los conflictos y buscarles soluciones no violentas. Pero parecía inú
til buscar en esas ciencias los conocimientos aplicables a la solu
ción de nuestros conflictos cotidianos entre miembros de una so
ciedad estatal. Al adentrarse en las disciplinas de las relaciones
internacionales, una especie de tríada dogmática parecía dominar
el pensamiento teórico. Los conflictos internacionales sobre los que
se trabajaba incansablemente sólo tenían por actores a los Estados
nacionales y sus únicos objetivos, las únicas metas de los conflic-
Iliantes, eran la seguridad y el poder, la adquisición o la conserva
ción de poder. Además, toda actividad política que se desarrollara
dentro del Estado nada tenía que ver con la política internacional.
Ll camino vislumbrado parecía equivocado. Sin embargo, me preo
cupaban algunos titulares de los diarios de la época. Se hablaba de
27
I;i guerra del petróleo, por ejemplo. Sus actores eran, de un lado, los
lisiados productores integrados en la OPEC. Del otro, los Estados
consumidores de Occidente. El objetivo podía llamarse poder eco
nómico, pero no era tan claro como en una disputa de límites terri-
loriales o de soberanía. Pero lo que más me intrigaba era el rol de
las Siete Hermanas, como se denominaban las compañías extracto-
ras y comercializadoras de petróleo. Parecían actores integrantes
del bando de la OPEC, pero no eran Estados y, en principio, poseían
la nacionalidad de los países del otro bando. ¿Cómo se explicaban
estas perplejidades?
En esa época estábamos todos influenciados por los grandes de
bates entre Popper, Kuhn y Lakatos. Las ideas de Kuhn (1970) in-
IIuenciaban en nuestro medio, donde siempre fueron bien conoci
das así como sus polémicas con otros epistemólogos, como Popper.
Según Kuhn, las ciencias empíricas trabajan con paradigmas, una
suerte de hipótesis de trabajo, que construyen inductivamente so
bre sus observaciones. Con ellos explican los fenómenos. Cuando
éstos no se dejan asir por el paradigma, lo testean y lo reformulan.
Si el paradigma de la relación necesaria entre causa y efecto no re
sulta verificado, se cambia por el de la probabilidad. Los cambios,
que obedecen a un proceso que Kuhn estudia y describe, se deno
minan revoluciones científicas.
Atando cabos en mi afán por encontrar el camino metodológico
que buscaba, traté de pensar las ciencias de las relaciones interna
cionales como disciplinas paradigmáticas en trance de cambiar
sus paradigmas. ¿Por qué, me preguntaba, no habría que admitir
la existencia de actores no estatales en los conflictos internaciona
les? ¿Por qué no aceptar que algunos conflictos no parecen tener la
seguridad o el poder como objetivo?4 La primera cuestión a diluci
dar fue entonces saber si los conceptos de Kuhn eran aplicables a
las ciencias sociales. Al leerlo con cuidado, era claro que no. Su au
tor se refería solamente a las ciencias naturales y no dejaba mar
gen a la duda. Pero no me pareció que ese criterio de autoridad fue
ra suficiente. Había que ver qué pensaban otros investigadores de
ciencias sociales. Cuando salí a buscar, encontré regocijado que,
lanto en las disciplinas internacionales como en la economía, al
gunos autores ya postulaban la posibilidad de pensar a las ciencias
sociales como paradigmáticas.3 Entusiasmado por mi hallazgo,
imaginé que un nuevo paradigma permitiría explicar conflictos in-
28
iemacioiiales con actores no exclusivamente estatales. Pensaba en
las compañías petroleras, pero también en el terrorismo interna
cional que ya ocupaba las primeras páginas de los diarios. Y en
tonces, siempre dejando fluir mi fantasía, pude preguntarme: ¿si
hay conflictos internacionales con actores de muy diversa índole y
dimensión y si esos actores conflictúan no sólo por poder sino por
otras razones, cuáles son las características permanentes de sus
conductas y cuáles las variables? Si desde 1945 se investiga en todo
el mundo sobre los conflictos internacionales, ¿cuáles son los re
sultados respecto de estas preguntas? Al buscar, se hizo evidente
que había muchísimas investigaciones sobre un sinnúmero de pro
blemas relativos al estudio, análisis y administración de los conflic
tos. Algunos parecían privativos de los conflictos internacionales,
otros no. ¿Podía yo trabajar sobre la hipótesis de que los resultados
de muchas de las investigaciones realizadas en esos años podrían
testarse al menos en los conflictos entre miembros de una sociedad
estatal? Me pareció que valía la pena intentarlo. A partir de enton
ces, comenzó la tarea de construir el género «conflicto» y descri
birlo, utilizando las descripciones de las ciencias del conflicto in
ternacional que no se refirieran a las características específicas de
esos conflictos. Contaba con algunos investigadores en mi cátedra
en la Universidad, tan preocupados como yo por el tema. Mario
Sitnisky y Jorge Rossi, tempranamente fallecido, pusieron pasión,
talento y paciencia en su tarea de escuchar y debatir mis exposi
ciones.
En 1986, la amplitud de miras y la generosidad de Carlos M. Mu-
ñiz posibilitaron la creación del área de investigación y docencia
sobre Conflictos en el CARI que él preside. Como puede vislum
brarse en la exposición inaugural citada en la nota 1 del prefacio, yo
avanzaba entonces en la dirección que me sugerían las especulacio
nes epistemológicas que venía haciendo. Allí disfruté del intercam
bio valioso con un número increíble de investigadores vocacionales
que trabajan ad honorem en horas sustraídas al descanso. Así nació
la Teoría de Conflictos sobre la que este libro versa. Sin otra preten
sión que la de mostrar que la ciencia del conflicto tiene vocación de
universalidad. Su objeto es explicar el conflicto en general y no las
características que sólo se encuentran en cada una de sus especies.
El subtítulo del libro indica mi convicción de que, a estas alturas, la
universalidad que postulo debe ser analizada como la propuesta de
29
mi nuevo paradigma de las disciplinas del conflicto. Malgré Kulin
con quien tengo una deuda intelectual.6
lis bien sabido que la sociología, como ciencia, tiene poco más
ile un siglo de vida. N o es que desde la antigüedad la cultura no
baya incluido conceptos sobre la vida del hombre en grupos. Pero la
aparición de una ciencia supone un conjunto sistemático de con-
eeplos sobre la interacción de los individuos entre sí, dentro del
grupo que integran y con el grupo mismo. Tal conjunto, para ser
pensado como una ciencia autónoma, debe poder distinguirse de
olios conjuntos de juicios que también se formulan sobre los gru
pos humanos y sus miembros. La filosofía, la historia, la religión
cuyo objeto divino sólo lo es para los seres hum anos-y las ideolo
gías son ejemplos de lo que no constituye una ciencia en el sentido
de la sociología de la que hoy hablamos. Esta adquiere su posibili
dad de ser tal cuando el desarrollo de las ciencias naturales permi-
le disponer del instrumento empírico para verificar la verdad de los
juicios. Es claro que, siendo todas las ciencias algo así como el pro
duelo de lo que hacen los científicos, la aparición de cada nueva dis
ciplina responde a alguna necesidad del grupo.
Según los estudiosos de la evolución de las ciencias sociales, en
cuyo entorno nace la sociología como disciplina autónoma, las ideas
lilosóficas que informaron el nacimiento y la evolución de otras
ciencias sociales que se desarrollaron en los siglos xviii y xix las
condicionaron a constituir, como herederas del racionalismo del si
glo xvn, cuerpos de ideas tendentes a perfeccionar las condiciones
del género humano. El positivismo de Augusto Comte fue abando
nado por la tacha de ideologismo que cayó sobre él. El denominado
positivismo organicista no escapó tampoco a ella, pese al esfuerzo
conservador que parecía contener la concepción de una sociedad
dolada de órganos, tan perennes como los de los propios seres hu
manos que la integran. Los conceptos ideológicos que procuraban
el mejoramiento de la vida del hombre en sociedad eran vistos
como causantes inevitables de errores para una naciente actividad
científica de vocación esencialmente descriptiva. Esta debía some-
Icrse a los requerimientos de rigor metodológico que podían admi
rarse en los envidiados progresos del conocimiento empírico de las
ciencias naturales. Al parecer, ese fue el marco intelectual en que
ilació el interés y la dedicación a los problemas del método en la na
ciente sociología. Durkheim dedica un libro a las Reglas del método
sociológico y Paieto una parte importante de Mente y sociedad al
problema del método.
Con diversos fundamentos, o por distintas influencias, los fun
dadores de estas sociologías no brindaron un marco propicio para
el estudio del conflicto. Comte pensaba en una sociedad autoritaria
v con una organización de castas que evitaría el temido conflicto.
Spencer sólo reconoció el conflicto en el militarismo que él relega
ba al pasado. Su confianza en el bienestar que procuraría el desa
rrollo industrial le imponía descartar el conflicto bélico, que era el
tínico que reconocía. Las pocas referencias de Durkheim al con
flicto lo presentan como una anomalía social. El voluntarismo re
conoció en algún momento el conflicto, y así se explica cómo Pa
leto justificó una sociedad autoritaria en la que los sectores más
conservadores repudiaran el cambio y utilizaran cualquier método
para perpetuarse en el poder. Ese interés en el conflicto ha provoca
rlo que los historiadores del pensamiento sociológico cataloguen al
voluntarismo como un positivismo. En él incluyen a Freud, por su
visión de las tensiones entre la vida social y la vida emocional del in
dividuo, sobre la cual construye su teoría de la personalidad. Pero
los mismos comentaristas ven en la evolución del voluntarismo ha
cia el configuracionismo y el neofreudismo un abandono del interés
por el conflicto como objeto.
Sin embargo, dos realidades debían enfrentarse. Por un lado, la
ciencia de esa época debía reconocer el fenómeno de la existencia
del conflicto en la sociedad y sus miembros debían aprender a en
frentarlo. Martindale cita el artículo de Talcott Parsons «Age and
sex in the social structure of the United States» como una expresión
típica de la teoría que distinguía el inmaduro del adulto por la ca
pacidad adquirida por este último de enfrentar los conflictos. M a
durez o adultez eran sinónimos de capacidad de conflictuar. Por el
otro lado, diversos discursos hacían referencia al conflicto, desde
las más remotas culturas. Al parecer, al enfocar esa época bautismal
del pensamiento sociológico, los autores concibieron la idea de
agrupar todos los antecedentes del pensamiento sobre el conflicto
en tres grandes fuentes: fuentes conceptuales que no alcanzaron a
constituir teorías, ideologías del conflicto y las posteriores teorías
sociológicas del conflicto. En el primer paper del Seminario Perma
nente del CARI que produje en agosto de 1986, consideré a esas tres
fuentes, tal como eran presentadas por los autores, como una espe-
31
c íe de trípode sobre el que se asentaban las disciplinas nacidas des
pués de la Segunda Guerra Mundial, sobre las cuales yo había tra-
lado de ensayar mis hipótesis sobre una teoría del «conflicto-géne
ro». Ese trípode resulta bien caracterizado en Martindale, que
sistematiza en tres grupos la literatura a que me refiero.7
La Primera Guerra Mundial había producido alarma y compro
metido los esfuerzos de algunos juristas y estudiosos de las Relacio
nes Internacionales, en la búsqueda de métodos para preservar la
paz. El idealismo neokantiano de Marburgo aportó junto con Kel-
sen la idea de la jurisdicción obligatoria como técnica para prevenir
la guerra. Pero el Tribunal Internacional de La Haya estaba desti
nado al fracaso, porque el Tratado de Versailles excluía de su juris
dicción aquellos conflictos que cualquiera de los Estados involucra
dos declarara de carácter político.
El 6 y el 8 de agosto de 1945, la violencia internacional, que ha
bía espantado al mundo con su capacidad de destrucción de seres
humanos y bienes, llegó al siniestro nivel alcanzado con la explo
sión de dos artefactos nucleares destinados a abreviar la termina
ción de la guerra, pero también a notificar a la Unión Soviética y a
la opinión pública del advenimiento de una era signada por el in
cremento exponencial de esa temible capacidad de destrucción.
Esta vez la alarma y el deseo de aportar esfuerzos a la búsqueda de
soluciones trascendieron el ámbito de las Ciencias Políticas, las de las
Relaciones Internacionales, las Jurídicas y las disciplinas militares
específicamente involucradas. En todos los círculos académicos, y
especialmente en los de las Ciencias Económicas y las Matemáticas,
se emprendieron investigaciones que adoptaron diversas denomi
naciones: Investigaciones sobre la Paz (Peace Research), Investiga
ciones sobre la Guerra ( War Research), Ciencia de la Paz (Peace
Science), Estudios sobre la Paz (Peace Studies) y Polemología.8
El plan de este libro está concebido pensando en sus destinata
rios. En él trato de aportar instrumental conceptual para todos
aquellos que, con distintos objetivos y actitudes, lidian con conflic
tos: los estudian, los operan o enseñan sobre ellos. En su actividad
encuentran los diversos tipos de conflictos que integran el amplio
universo de los enfrentamientos que se producen en las relaciones
entre los hombres. Como lo he experimentado al enseñar esta asig
natura en la Maestría Interdisciplinaria de Administración y Reso
lución de Conflictos para la formación de Negociadores y Mediado
32
res de la Universidad Nacional del Nordeste a cursantes de forma
ción mullidiseiplinaria, a abogados en los posgrados de la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y a militares de dis-
Iintas armas en la Escuela Superior de Guerra Naval y otros Insti
lólos Superiores, sus contenidos deberían servir a proveer o com
pletar la formación de todos ellos.
El interés que esta obra pueda tener para psiquiatras, psicólogos,
psicoanalistas y en general para todos los profesionales de la salud
mental, requiere alguna aclaración. Como todos los seres humanos,
sus pacientes se enfrentan permanentemente con la necesidad de
efectuar elecciones entre alternativas incompatibles entre sí. Es-
Ilidiar o no estudiar, viajar o no viajar, casarse o permanecer sol
tero. Es probable que los profesionales que los tratan categoricen
esos problemas como conflictos internos o conflictos de conciencia.
Esta obra no se ocupa de ese tipo de conflictos. Pero puede ocurrir
que un paciente tenga conflictos internos que consisten en alterna
tivas o requerimientos de elecciones provocados por su relación con
un tercero. Si esa relación externa es conflictiva será interesante co
nocer todo lo posible sobre ella. Salvo que sólo interese la percep
ción que el paciente tenga del conflicto y no cómo lo perciba el otro
miembro de la relación o un tercero que lo describa. Finalmente, en
algunas situaciones, los psiquiatras o sus análogos quieren enten
der el conflicto que su paciente mantiene con terceros, al que atri
buyen importancia para el tratamiento. En todos estos supuestos
las descripciones de este libro deberían ser útiles para analizar y
comprender la conducta conflictiva de un paciente y la de su opo
nente.
La sociedad moderna incluye un sinnúmero de estructuras in
termedias, en cuyo seno se generan conflictos. Así ocurre desde la
empresa a los partidos políticos y desde la familia a los miles de ins
tituciones que integran lo que hoy se denomina la sociedad civil.
Pretendo que esta obra brinde instrumental conceptual para todos
aquellos que estudian o manejan esos conflictos. Espero también
que constituya un aporte útil para la enseñanza en la ardua tarea de
intensificar la educación universitaria en esta área. Por su cometi
do, se excluyen conocimientos multidisciplinarios que son indis
pensables para integrar la preparación de expertos. La Teoría de la
Información la de la Comunicación en varias de sus postulaciones,
la Teoría de Juegos, como enfoque racional de la comprensión del
33
m u llid o, la Teoría de la Negociación y la Inteligencia para la toma
ile decisiones en la administración de conflictos, integran desde
hace años Lodos los programas de enseñanza en que tengo respon
sabilidad. Ninguno de ellos se incluye en este libro, que resulta in
completo si se lo quiere pensar como un tratado que agote los co
nocimientos científicos que versan sobre el objeto conflicto y las
leen icas y tecnologías de administración, prevención y resolución
que los conocimientos teóricos posibilitan. Por eso mismo, nada se
I rata en él sobre la mediación y la negociación, que tanto ocupan a
nuestros teóricos. Precisamente porque estoy persuadido de que es
imposible formar negociadores o mediadores, diplomáticos, estra-
Iegas militares o expertos en la dirección de organizaciones inter
medias, que no sepan de conflictos. Del mismo modo que lo sería el
intento de formar cardiocirujanos que no sepan anatomía, fisiolo
gía y hemodinámica, además de los conocimientos complementa
rios de estas disciplinas.
Tampoco se incluye en esta obra desarrollo alguno sobre Previ
sión o Anticipación de Conflictos ni sobre Prevención de Conflictos,
a pesar de la importancia que estas áreas del conocimiento han co
brado en las dos últimas décadas. Buena parte de mis investigacio
nes más recientes han versado sobre esos temas, en el intento de
lormular estrategias para la prevención de conflictos en el Merco-
sur, cuyas bases resumí en un artículo (Entelman, 1997). Mientras
que después de la Primera Guerra Mundial se creyó que el estable
cimiento de un tribunal para resolver los conflictos internacionales
era un método satisfactorio de Prevención, hoy hemos cambiado
nuestra visión sobre el tema. Es cierto que un Tribunal de Jurisdic
ción obligatoria puede prevenir la etapa bélica de un conflicto y evi-
lar la guerra. Pero en el estado actual del sistema internacional y de
los conocimientos sobre sus conflictos, se trata de prevenir otros ti
pos de aumentos de intensidad, en numerosos conflictos en los que
la guerra no es previsible ni temida. El Mercosur es un sistema en el
que así ocurre típicamente. Nadie teme -a nivel de gobiernos o de
poblaciones- que los desacuerdos que se producen escalen a una
confrontación armada. Aquí se trata de detectar tempranamente sé
llales de aumento de las incompatibilidades y de procesarlas de
modo que se eliminen o disminuyan su importancia hasta que se re
suelvan. Si se hubiera actuado de esta manera desde 1994, no exis
tirían hoy los tensos enfrentamientos que algunos de los miembros
ilc l:i región lian prolagoiiizndo. Hl lector advertirá que toda esta
I ni >Memálica excede el objetivo de este libro y sería, tal vez, una lec-
lura prematura para más de uno de sus destinatarios.
Durante las primeras dos décadas de la posguerra, diversas in-
vesligaciones atendieron al origen o causas de los conflictos, que
aparecen agrupados en siete categorías: teorías instintivas de la
agresión, (Ardrey, 1966; Larenz, 1969); teorías de la coerción, que
encuentran las causas en las estructuras de ciertas sociedades (C.
Wright Mills, 1959; Marcuse, 1968; Dahrendorf, aunque sin la
influencia marxista de los anteriores, 1957); teorías del conflicto
como un proceso disfuncional (Parsons, 1951; Smelser, 1962); teo
ría de la funcionalidad (Coser, 1956; Bourdie, 1962; Oberschall,
1973); teorías centradas en la incompatibilidad de los objetivos na
cionales de diferentes estados (Kissinger, 1964; Knorr, 1966; Mor-
genthau, 1967); teorías conductistas que centran en la mala percep
ción y en la mala comunicación los orígenes del conflicto (North,
1963; Kelman, 1965; Halberstam,1972) y finalmente, las teorías que
ven el conflicto como un fenómeno normal de todas las relaciones
sociales, que permite análisis y regulaciones destinados a contro
larlo y resolverlo (Coleman, 1957; Burton, 1968; Kriesberg, 1973).
En esta línea se encuentra la mayor parte de los autores posteriores
a la década de 1970). N o he considerado de interés para este libro
analizar esas diversas concepciones. Tomo el conflicto como un ob
jeto que se ofrece a nuestra descripción con independencia de las
causas por las cuales se encuentra en todos los niveles de las rela
ciones entre los hombres.9
El desarrollo de los capítulos y su secuencia responden a un in
tento de ordenación sistemática a pesar de la carencia de una aca
bada clasificación científica. Los estudios desarrollados en los últi
mos cincuenta años pueden agruparse en algunas grandes áreas
sobre cuya denominación no existe, sin embargo, coincidencia. Mu
chos autores distinguen entre Prevención, Administración y Reso
lución de Conflictos. Algunos usan la expresión genérica «conflict
management» e incluyen en ella tanto la prevención como la reso
lución, además de lo que en español llamamos conducción o mane
jo. Otros emplean la denominación de Regulación de Conflictos,
con alcance comprensivo de todas las otras. He desistido del uso de
la palabra «dirección» que parece la traducción correcta de mana
gement por el distinto sentido que ella tiene tanto en el lenguaje co-
35
luliauo como en el de las Ciencias de la Administración. Prescindo
de esa división en áreas. El material expuesto aparece dividido en
dos partes. El universo de los conflictos se trata en los dos primeros
capítulos. La segunda parte contiene diversos análisis del objeto
e<mil id o comenzando por una Estática del Conflicto (capítulos 3 a 9)
para continuar con la Dinámica del Conflicto (capítulos 10 a 13).
Motas
1. Ello no sólo porque no todos los conflictos pueden encontrar solución
en los métodos que no emplean la violencia monopolizada. También porque los
miembros de esa sociedad tienen, entre sus postulados, la asunción de que un
serlor especializado e independiente de la sociedad cumplirá dos funciones
esenciales para su existencia como tal. Definir en última instancia el contenido
de las normas que expresa el lenguaje del legislador. «Las leyes sólo dicen lo
que los jueces dicen que ellas dicen». Y ser, además, el responsable de que los
otros órganos del sistema, creados como están por el Derecho, también lo cum
plan y ajusten su desempeño a la Constitución y a las leyes de la República.
2. La generalización «transnivélica» no es una novedad en las ciencias. A
partir del momento en que el biólogo austriaco Ludwig Von Bertalanfíy con
movió la filosofía de las ciencias y dio nacimiento a la Teoría General de Siste
mas, comenzó a abrir el camino a investigaciones cuyos conceptos tuvieran su
punto de partida en las propiedades de los sistemas abiertos. Cuando en 1954
se fundó la Sociedad para la Investigación General de Sistemas (Society for Ge
neral Systems Research) entre sus objetivos teóricos se encontraban: a) estu
diar los isomorfismos entre conceptos, leyes y modelos pertenecientes a distin-
los cuerpos teóricos, y b) minimizar la duplicación del esfuerzo teórico. Las
Iransdisciplinas desarrolladas en la década del cuarenta prestigiaron las ideas
de la Teoría General de Sistemas. Me refiero a la Teoría de la Comunicación de
Shannon y Weaver, a la Cibernética de Wiener y a la Teoría de Juegos de Von
Neumann y Morgenstern. La revolución operada por ellas en la Teoría del co
nocimiento no fue ignorada por las disciplinas del conflicto, que desde muy
temprano trabajaron con generalizaciones transdisciplinarias. Pero lo que aquí
postulo es el producto de una generalización «transnivélica». Ésta proviene de
la verificación de una hipótesis sobre la similitud del funcionamiento de un sis-
lema, resultante de comparar observaciones efectuadas a distintos grados de
nivel elegidos bajo la asunción de su homogenia. Sobre una introducción a la
generalización entre niveles puede verse: Rapoport, A.: «General Systems The-
ory: a bridge between two cultures», en Behavioral Science, Volumen 21, 1976.
Un estudio más detallado se encontrará en Miller, J.G.: Living Systems, cap. 4:
«Hypothesis concerning living Systems», Me. GrawHill, 1978.
3. El lector encontrará estos conceptos desarrollados y explicitados en el
capítulo 2.
36
•I. Como si* verá cu el i-iipíliilo 7, t'l poder no era para mí, ni lo es hoy, un
i oiu opio dan). Pero, de lodos modos, me parecía que los objetivos de nuestros
i onllielos de límites con Chile, que incluían entonces el del Canal de Beagle,
¡•i mi diferentes de los de nuestro conflicto con Estados Unidos por la negativa
de acceso de nuestras carnes vacunas a los mercados norteamericanos. Pare-
( iuii resistirse a ser tratados de igual forma, como si fueran dos ejemplos de
d ispuIas por poder o seguridad.
5. Algunos autores que leí entonces tuvieron sobre mí una influencia moti-
vadora que ha comprometido mi agradecimiento. Sólo cito a continuación a los
que más me impactaron en un primer momento, porque siguen siendo las lée
lo ras más aconsejables para quien tenga interés epistemológico en nuestra dis
ciplina. En orden cronológico, descubrí primero la investigación empírica sobre
los actores no estatales que condujeron Richard Mansbach y sus asociados, en
la que intentaron verificar siete hipótesis de actores internacionales que partici
paban en conflictos interestatales sin ser Estados. Tal investigación conducía a
dos tesis sustanciales. Por un lado, la razonabilidad de la postulación de Young
sobre la posibilidad lógica de la existencia de una amplia gama de modelos,
para explicar las relaciones internacionales, distintos del paradigma realista na
cido en Westfalia y entonces reinante en las ciencias de lo interestatal (Young,
1972). En segundo lugar, encontré la idea de la existencia de una conducta
Iransnacional, integrada por actividades que cruzan las fronteras estatales y que
no lo hacen con la intermediación de agentes gubernamentales sino por deci
sión directa de actores «no estatales». Este concepto, publicado en 1971, permi
tía a sus autores adelantar la posibilidad de pensar en actores internacionales
lales como iglesias, fundaciones, compañías multinacionales, organizaciones
terroristas y sindicatos (Keohane y Nye, 1971). Alentado por esos descubri
mientos que sólo consistieron en buscar bibliografía ignota en nuestro medio,
descubrí que, en varias universidades estadounidenses, las ideas de Kuhn eran
testadas en la epistemología de las ciencias sociales. Mi intuitiva reacción con
tra el paradigma realista tradicional no era, por lo visto, una novedad. Nada
nuevo parecía haber bajo el sol. Pero esa constatación era reconfortante. El vie
jo paradigma cedía su lugar a nuevas propuestas. Años más tarde, cuando en
1986 enuncié estas ideas en la inauguración del Seminario Permanente, cité las
cuatro obras siguientes: Wehr (1979), Collins (1979), Randall (1975); Isard, Wal-
ter y Smith (1982). Para quienes como yo no se sientan cómodos con las pre
sentaciones matemáticas, Isard y Smith (1988), trata expresamente de obviar la
dificultad de su lectura; Mansbach y Vasquez, 1981. Debo finalmente recomen
dar a los lectores interesados en el problema de la aplicación de la teoría de
Kuhn a las ciencias sociales el estudio de Foster-Carter (1976), producto de un
trabajo originalmente presentado en el Departamento de Sociología de la Uni
versidad de Leeds en 1974. Pero luego, cuando seis meses más tarde publiqué el
paper número 1 del Seminario, hube de incluir nuevas citas de autores que tra
bajaban en el mismo sentido y que aparecían comentados en un libro que se edi
tó en Gran Bretaña a fines de ese mismo año: Azar y Burton (1986).
6. El plan de este libro incluía un capítulo dedicado a los orígenes de las
modernas disciplinas del Conflicto. Sin embargo, su extensión y contenido me
37
hiñeron desistir de incluirlo. Se trataba de sintetizar la historia del pensa
miento humano sobre ese tema, expuesto desde siglos a. de C. en la literatura
política, filosófica, histórica y sociológica. Sólo brindaba al lector una lista de
nombres y títulos de obras, con sendos textos que contenían mis resúmenes de
sus itleas. Aun si tales reducciones fueran claras y precisas, no parecían de uti
lidad para quienes imagino como los destinatarios de este libro. Un porcentaje
de ellos puede sin embargo estar interesado en los antecedentes de la ciencia
actual. Decidí, pues, incluir en el texto de la introducción una brevísima infor
mación sistematizada que oriente la lectura especializada. Todo lo que el capí-
lulo suprimido contenía puede encontrarse en una abundante literatura, fruto
de esfuerzos efectuados por comentaristas que dominan su tema o en los pro
pios autores que ellos comentan y recopilan. Dos libros son recomendables
para iniciar el camino, uno publicado en español y el otro traducido del inglés:
Martindale (1979) y el de González Seara (1979).
7. El primer grupo de autores denota que la preocupación por el conflicto
es muy antigua y no privativa de Occidente. En textos que sintetizan los pensa-
mientos de cada autor y con adecuadas citas y referencias que, por encontrar
se en esa fuente no reitero, trata a Han Fei Tzu, Kautilya -ministro Brahmán
del siglo IV a. de C.-, Heráclito, Protágoras, Gorgias, Calicles, Critias, Trasíma-
eo, los Sofistas, Polibio, el árabe del siglo xiv Abu Zaid 'Abdal-Rahman Ibn
Khaldun, que murió a principios del siglo siguiente (1406) y sólo fue conocido
en Occidente cuando Ludwig Gumplowicz fue atraído por su concepto de la so
lidaridad social y luego, en detenidos análisis: Nicolás Maquiavelo, Jean Bodin,
Thomas Hobbes, los empiristas posteriores, entre los que sintetiza a David
Hume, Adam Ferguson y Anne Turgot -en Francia, con su influencia de Mon-
lesquieu-, algunos fisiócratas, como Du Pont de Nemours, Quesnay y Mercier
de la Riviére, para seguir con Adam Smith y Thomas Malthus. El último apar
tado de este capítulo está dedicado al soporte de la biología dado en el siglo
xvin a la Teoría del Conflicto por la teoría de las células, citando a Bichart, Sch-
leiden y Schwan, la embriología de von Bauer, los introductores de la teoría de
la evolución, Humboldt, Jorge de Bufón y Juan Rayy, el pensamiento de Saint
Hilaire, Lamark y Darwin (Erasmo y no Carlos). Sin embargo, la influencia de
estas teorías evolucionistas sobre Carlos Darwin es destacada con cita de una
carta dirigida a su primo y biógrafo, Francis Darwin.
El segundo grupo trata las ideologías del conflicto, mostrando el tránsito
del idealismo romántico al socialismo Marxista, que le merece un detenido y
brillante desarrollo para rotularlo como una ideología del conflicto. En la mis
ma línea en que diferencia entre ideología y teoría científica, refiere a Darwin,
analizando por separado su Darwinismo social del de Spencer y del de Sumner,
a todos los cuales cataloga como integrantes de la primera fase del darwinis
mo. A continuación expone su segunda fase, con síntesis del pensamiento de
Arturo de Gobineau, H. S. Chamberlain, Jorge Vacher de Lapouge, Francis Gal-
ton, Karl Pearson y Lathrop Staddard, cuyas teorías sobre la multiplicación de
los superiores y la eliminación de los inferiores conducen a la tesis de la lim
pieza de la raza, que identifica con el nazismo de Adolf Hitler, a quien dedica
su último apartado.
38
b El extenso capítulo 8 esta dedicado a lo que el autor considera una se-
l'uiula corriente de la sociología, que corrige el organicismo positivista de ma
nera realista pero atendiendo a los mismos requerimientos ideológicos. Se de
tiene en Walter Bagehot, Ludwig Gumplowicz, Gustav Ratzenhofer, Sumnery
Small, los dos autores clásicos de la sociología americana del conflicto y Franz
( Ippenheimer, que enseñó en Alemania hasta 1933, para luego pasar a ser pro-
lesnr invitado en París y Estados Unidos, donde murió en 1943. Fue pues el úl-
limo sociólogo del conflicto anterior al gran cambio teórico generado por la
Segunda Guerra Mundial. Martindale (1979, caps. 6, 7 y 8). La frase final del tí-
Iti lo es una clara referencia al carácter ideológico, carente de la rigorosa pure
za descriptiva que se esperaba de las ciencias sociales al promediar el siglo xx.
8. Kenneth Boulding considera a Quincy Wright el fundador de la Peace
Research. Wright (1942). El autor había dirigido el proyecto de investigación
sobre las causas de la guerra en la Universidad de Chicago. Otros autores que
trabajaron sobre la Paz estaban desde luego empeñados en obtener el mismo
objetivo teórico de evitar la guerra. Aparentemente, la diferencia entre ambas
líneas de pensamiento radica en que una pone el acento en conocer el fenóme
no de la guerra, para evitarlo, mientras que la otra intenta acceder a ese resul
tado desarrollando conocimientos sobre la relación conflictual y sobre su re
gulación y administración. Las dos obras de Isard y Smith citadas en la nota 7
contienen útil información sobre las disciplinas de la Paz. Véase también los
trabajos de Isard (1980 respectivamente). Polemología fue el nombre que ori
ginariamente propuso Gastón Bouthoul en 1945 y que Freund (1983), el jefe de
la escuela francesa, pareció aceptar -a pesar de que en algún pasaje de su obra
la define como una Sociología del Conflicto- ya que su obra principal sobre el
tema se titula así.
9. El lector encontrará un buen análisis de algunas de las teorías mencio
nadas en Wehr, Paul, op. cit., cap. 1.
39
PRIM ERA PARTE
EL UNIVERSO DE LOS
CONFLICTOS
1
43
Las investigaciones sobre un determinado tipo de conflicto, el
internacional por ejemplo, aparecen así cual una zoología capaz de
describir un equino o un perro como cuadrúpedos y agruparlos
para sus estudios con otros individuos que poseen cuatro patas,
pero sin percibirlos como una clase del género animal, entendido
como región distinta de aquellas que sólo agrupan vegetales y mi
nerales. Ante esta constatación, es preciso tener en cuenta que todo
míenlo serio de una ciencia del conflicto debe enfrentarse con el fe
nómeno universal; aquel cuya descripción responda a las caracte
rísticas genéricas de todos los tipos de enfrentamientos entre seres
humanos, individuales o agrupados, que puedan describirse como
una subdivisión del amplio género «conflicto». Ello con abstracción
de cuáles sean las diferencias específicas que induzcan a considerar
a cierto enfrentamiento como integrante de un tipo, clase, subclase
o especie de conflicto.
El descubrimiento de notas esenciales comunes y distintas de
oirás que sólo aparecen en algunos individuos o grupos de indivi
duos, conduce al análisis a la búsqueda de características propias
de un género superior. Se hace así imperativa la necesidad de con
cebir la idea de una región ontológica que sólo denote las caracte
rísticas comunes y esenciales que se encuentran en todas las clases
0 segmentos aislados por los diversos estudiosos de acuerdo a sus
1ni cresos y preferencias. Segmentos que, con la evolución de la acti
vidad clasificatoria, pasarán a ser sendas divisiones de una u otra
jerarquía en un sistema que todavía está por construirse.2 En este
punto, se advierten perplejidades a las que sólo puede accederse
desde una visión universal del conflicto. El ordenamiento jurídico
resulta ser la más antigua de las estrategias disuasivas de preven
ción de conflictos y sólo uno de los métodos disponibles en la so
ciedad moderna para la administración y resolución de conflictos.3
Surge aquí el escollo gnoseológico que es preciso sobrepasar
cuando se intenta mostrar como un nuevo universo de objetos el de
esa innovadora concepción de la Teoría de Conflictos. Como ocurre
en toda ciencia social, ella no puede acceder a sus objetos por la in
tuición sensible con que verificamos los juicios de las ciencias na-
Imales y al mismo tiempo advierte su necesidad de prescindir,
como he anotado, de las definiciones disponibles. Desde luego,
abundan definiciones sobre determinados tipos o clases de conflic
tos. Pero cada una de ellas, por corresponder a ejemplares de esas
44
subregiones, denotan características específ icas que ocultan o disi
mulan las peculiaridades esenciales del género superior. Autores
que tratan el conflicto internacional, fundados teóricamente en las
inferencias empíricas suministradas por sus propias áreas de inves-
I ¡gación, realzan la presencia de la violencia, en uso o como amena
za, como nota distintiva del objeto que describen. Otros, desde sus
posturas ideológicas,4 muestran al conflicto como una patología del
tejido social que desalienta toda investigación sobre un fenómeno
que, presentado como anormal, se exhibe destinado a desaparecer,
como bien lo ha hecho notar Julien Freund (1983:54). Este mismo
autor -jefe indiscutido de la Polemología en Francia- vio claramen
te que el género conflicto abarca también muchos tipos de enfrenta
mientos entre dos individuos sin recurso a la violencia (pág. 51). Sin
embargo, llevado por su preocupación teórica por el conflicto inter
nacional, define al conflicto en general -que yo quiero aislar como
objeto testigo del género superior de la región- en estos términos:
45
próximo» y una «diferencia específica». La pregunta es enlom es si
exisle un género próximo superior que todos los que intenten estu
diar el fenómeno «conflicto en general» conozcan bien, aun sin
base teórica, por sus experiencias personales.9 Si realmente lo hay,
¿cuál es ese «género» superior que puede considerarse «género pró
ximo» de la especie «conflicto en general»?
Debo dar crédito a Julien Freund por el hallazgo de ese universo
v de la diferencia específica que permite identificar la especie «con-
IIicio». Aunque este autor no haga explícito el recurso al método
que yo propongo, en el capítulo 1 de su obra -que con singular m o
destia titula «Sugestivas banalidades»- al mostrar el objeto de su
« l ’olem ología»,10 presenta el conflicto como una relación social.
Para lograrlo plantea un conjunto imaginario de opciones que se
ofrecen a un mismo individuo y las presenta como «deseos concu
rrentes».11 A renglón seguido propone la elección entre las mismas
alternativas. Pero no ya como opciones dentro de la conciencia de
un mismo individuo (conflicto interno), sino como la elección a
efectuar entre objetivos incompatibles de distintos integrantes de
una familia. Con gran destreza y suavidad argumental, el autor con
duce a su lector a comparar ese enfrentamiento de pretensiones an
tagónicas con una eventual relación de acuerdo entre dos indivi
duos, como si, por ejemplo, dos familiares hubiesen coincidido en
ver el mismo programa de televisión. Freund llama la atención so
bre la diferencia entre «conflicto consigo m ism o» y «conflicto con
otro» y excluye de su problemática -e incluso del uso mismo de la
expresión «con flicto»- al enfrentamiento de dos opciones que pro
vocan una elección dentro de la conciencia de un mismo sujeto. El
autor concluye que la otra situación, la de enfrentamiento de obje-
livos o pretensiones incompatibles, constituye una de las formas
posibles de «relación social» y, partiendo del pensamiento de Max
Weber, muestra la relación social como el comportamiento recípro
co de dos o más individuos que orientan, comprenden y resuelven
sus conductas teniendo en cuenta las de los otros, con lo que dan
sentido a sus actos (Weber, 1977).
Para entender bien este concepto, hay que advertir que en reali
dad los miembros de una relación social no sólo realizan conductas
recíprocas que de alguna manera tienen en cuenta a los otros miem
bros. También ejecutan conductas independientes, que son conce
bidas y resueltas sin tomar en cuenta las conductas de los demás in
46
legrantes del grupo. Por ello, tales conducías que llamo indepen
dientes no definen la existencia de una relación social. Las conduc
ías recíprocas que nos interesan son las que se condicionan entre
ellas. Cuando varias personas que antes no se conocían entran en
un aula y se ubican en los asientos destinados al público, consti
tuyen un grupo de individuos sin relación social. Cuando alguien
llega, se ubica frente a los demás y se presenta como el disertante o
el profesor, el grupo humano ha aumentado en una unidad el nú
mero de sus miembros, pero no se ha establecido una relación so
cial. A continuación, el disertante aclara su voz, regula la altura del
micrófono y comienza a hablar. Hasta ese momento, algunos de los
asistentes miraban los objetos que atraían su atención en la sala,
mientras otros leían libros o periódicos. Realizaban conductas in
dependientes de las de los otros. Cuando el discurso comienza, to
dos guardan silencio. Algunos parecen atentos. Otros distraídos. Al
guien levanta la mano o significa de alguna otra manera su deseo de
interrumpir. El expositor expresa de manera verbal o gestual su
asentimiento. O significa, en algún lenguaje, su negativa a aceptar
la interrupción o su indicación de que prefiere demorarla. Si la in
terrupción es aceptada, expresa o tácitamente, quien la solicitó se
pone de pie y formula una pregunta. El interrogado le responde. O
se dirige a los demás asistentes y, a su vez, les pregunta si entienden
la consulta o si alguno quiere responder por él. Algunos de los in
terrogados guardan silencio y no se pronuncian. Otros expresan
negativas. Desde un rincón, alguien manifiesta su deseo de que la
pregunta sea aclarada, mientras otro opina que es oportuno mani
festarle a quien pidió la interrupción que está fuera del tema o que
le ruega postergar su curiosidad para el final de la exposición. M i
nutos después de concluida aquella secuencia, el expositor se detie
ne y dice algo así como: «qué calor hace». Un asistente piensa que
su conducta oportuna es ahora levantarse y decir, por ejemplo: «un
instante señor, yo me ocupo». Se dirige a la puerta de entrada y ac
ciona un interruptor. Se oye el sonido típico de un propulsor de aire
acondicionado. Reacciona una voz enérgica que pide: «modérelo
por favor, está muy frío». El disertante agradece y continúa. Todos
vuelven a guardar silencio.
La secuencia de conductas recíprocas que fueron decididas por
quienes las ejecutaron teniendo en cuenta la anterior de otro de los
miembros del grupo define la existencia de una relación social en-
47
Iré ellos. Mientras, algunos de los asistentes realizan conduelas in
di-pendientes ajenas a la relación. Alguien permanece atento, muy
erguido, en una actitud com 1 .esta. Otros apoyan un codo en una
rodilla y el mentón en la palma de su mano, para extender con más
comodidad su cabeza, en una posición de escucha. Han decidido
esta conducta frente al que delante de ellos habla, porque les es más
cómoda, pero no porque deseen denotar mayor interés. Estas con
ductas son, en cambio, indiferentes para determinar la existencia
de una relación social. El grupo continúa su intercambio de actitu
des recíprocas. Sus miembros tienen una relación social que, por lo
que hasta ahora hemos visto que hacían, parece una «relación de co
operación», como la llamaremos más adelante.
La relación social es, pues, el género próximo que buscábamos,
para distinguir dentro de él, por su diferencia específica, a la rela
ción social «de conflicto» o «conflictiva». Pero ¿cuál es, entonces,
esa diferencia?
Como todo universo de objetos, las múltiples relaciones sociales
posibles pueden agruparse dentro de un proceso clasificatorio, apli
cando criterios para distinguir a los individuos que se incluirán en
cada grupo. Podemos distinguir diversos grupos, tipos o clases de re
laciones sociales, recurriendo a diversos criterios clasificatorios. Ha
blaremos así de relaciones permanentes, como las familiares en ge
neral, o transitorias, como la que mantenemos con un conductor
que contratamos para que nos transporte una sola vez a una ciudad.
También nos referiremos a relaciones sociales continuas, como las
de los tres miembros que integran un cuerpo estable que dura años
en sus funciones sin alterar su integración y se reúne semanalmente,
<i accidentales, como la que uno mantiene con el pasajero que ocupa
el asiento contiguo en un vuelo de varias horas de duración. Cuando
me dirijo a él, me atiende y me responde, o gira su cabeza comuni
cando su deseo de permanecer aislado. Y cuando él coloca un dedo
en posición vertical sobre sus labios, yo mantengo silencio. Luego
inclina su cabeza sobre la palma de su mano, indicando su voluntad
de dormir y yo le ofrezco apagar mi lámpara individual. Distingui
mos las relaciones ostensibles (públicas), como el matrimonio, de
<Tras que se conservan ocultas o secretas o se interpretan como pri
vadas, como ocurre con la asociación ilícita. Las hay virtuosas o pe
caminosas, y buenas o malas, interesadas o desinteresadas, altruis-
las o egoístas, homosexuales y heterosexuales y así casi al infinito.
■18
Mi en Iras podamos encontrar criterios con que separar a los.indivi
duos y agruparlos entre ellos por sus similitudes así enfatizadas, po
dremos confeccionar nuevos grupos o especies. Pero si esto es así,
¿con qué criterio distinguimos las relaciones de conflicto o conflic-
Inales de otras que no lo son? ¿Y cómo llamamos a éstas últimas?
Lo que propongo es que el criterio a utilizar sea la índole de los
objetivos que cada miembro de la relación intenta alcanzar con las
conductas recíprocas que realiza o se propone realizar. Serán rela
ciones de conflicto cuando sus objetivos sean incompatibles o, como
veremos después, todos o algunos miembros de la relación los perci
ban como incompatibles. Cuando los objetivos no sean total o par
cialmente incompatibles, sino comunes o coincidentes, tendremos
relaciones de «acuerdo» que, en lugar de conductas conflictivas, ge
nerarán «conductas cooperativas» o «conductas coincidentes» que
pueden ser individuales o colectivas (Elster, 1997, 1996).
Estamos así en presencia de una imagen pre-científica de nues
tro objeto, sin haber utilizado definiciones sólo válidas para algu
nas de sus especies. Algo así como si estuviéramos escuchando una
clase o leyendo un tratado de zoología, (asumiendo que tenemos ex
periencia de lo que es un animal), y aceptáramos que un cuadrúpe
do, del que nada sabemos, es, sin duda para nosotros, un animal
que antes aprendimos a llamar así por lo animado, con la caracte
rística diferencial de tener cuatro patas. Y que, por lo tanto, pode
mos distinguir de otro que también reconocemos como animal,
pero que se apoya sobre dos patas y al que se nos propone llamar bí
pedo. Podemos en efecto predicar de nuestro objeto, el «conflicto
en general», que es una especie o clase de relación social en que hay
objetivos de distintos miembros de la relación que son incompati
bles entre sí. Más adelante precisaré los términos de esta descrip
ción, al encarar otras más detalladas y profundas.
Ahora bien, ¿no es esto una definición de nuestro objeto? Y, si es
así, ¿por qué entonces nos rehusamos antes a recurrir a definiciones
que estaban disponibles? La respuesta es sencilla. Porque, en efec
to, podemos valernos de esta definición de conflicto para tratar
cualquier especie que nos interese, sea éste un conflicto internacio
nal, familiar, laboral o uno que tiene solución jurídica. Y esto es po
sible porque esta definición sólo denota las características del géne
ro supremo «conflicto en general» sin incluir las notas definitorias
de ninguna clase, especie o subespecie de conflicto.12
49
Ñolas
1. Las ciencias nuevas se ven obligadas a recurrir a terminología del len
guaje naliiral o de otras disciplinas, hasta que están en condiciones de crear, di
luí idii c imponer su propia nomenclatura. Carecen de conceptos clasificatorios
■ailicieules, no por falla de investigadores con vocación de imitar a Linneo,
sino por insuficiencia del conocimiento incipiente que poseen de los múltiples
objetos que integran su región ontológica, de sus coincidencias genéricas y de
sus diferencias específicas. Sobre esta carencia en las ciencias jurídicas, véase
Eulclmau (1969 y 1983).
2. Toda clasificación es un agrupamiento de individuos integrantes de un
universo, que son reunidos entre sí y separados de otros sobre la base de crite-
i ios clasificalorios, que sirven a determinados intereses teóricos, prácticos o
Ideológicos de quien formula la clasificación. De un agrupamiento que coloque
en cada grupo a todos los individuos que poseen o carecen de la característica
elegida como criLerio clasificador, no puede postularse verdad o falsedad. Las
liasilicaciones que responden con coherencia y rigor a sus criterios separado
res son sólo susceptibles de ser calificadas como útiles o inútiles para los fines
a li is que responden. Y obligan, a menudo, a tratar de descubrir ese fin que pue
de oslar ocullo cuando es ideológico o prejuicioso. En el capítulo 5 se muestra
liasla qué punto así ocurre con la clasificación de conflictos en puros e impu
ros, que responde en realidad a una pura ideología.
3. En el capítulo 2 me ocupo de otras perplejidades aludidas en el texto.
Asi ocurre' cuando describo la limitación por la cual el sistema jurídico sólo
ni roce soluciones para una parte, seguramente la menor, de los conflictos posi
bles onlre los miembros de la sociedad para la cual ese ordenamiento tiene va
lide/ y vigencia. Y también, cuando exhibo el carácter violento y no pacífico del
método jurídico de resolución, en términos tales que constituyen una verdade
ra sorpresa para abogados y jurias. Ello es así, aunque tanto Hans Kelsen como
Max Weber habían puesto de manifiesto el monopolio de la fuerza por la co
munidad estatal, como la nota distintiva de su progreso evolutivo con relación
a la sociedad tribal.
4. Sobre las Ideologías del Conflicto como antecedentes de nuestra disci
plina véase Introducción y nota 6.
5. La traducción es mía.
0. Tendremos oportunidad de ver que existen numerosos enfrentamientos
miro individuos o grupos de cualquier número de individuos y entre esos gru-
IKis e individuos aislados, que no pueden definirse a partir de un derecho ni lle
van implícito a ningún recurso a la violencia, ni en acto ni bajo la forma de
amenaza ni mucho menos al aniquilamiento físico del adversario. Tal es la am
plia clase de conflictos que hemos denominado «permitido vs. permitido». Ele
gimos esa expresión para hacer compatible la noción de esta especie de en-
li untamientos con la visión jurídica que, inevitablemente, tienen los miembros
de una sociedad moderna de que todas las conductas posibles han de ser pen
sadas como prohibidas o permitidas. En realidad, el descubrimiento de estas
( alegorías de conceptos ha sido el hilo conductor de nuestra idea de un con-
«•opio universal de conflicto, sobro el que este libro versa. Desarrollo estos te
mas en el cap. 2 .
7. Existen definiciones que se acercan más a nuestra concepción del obje-
lo definido, pero enfatizan características propias de la especie y que no co
rresponden al género, lo cual las aleja de nuestro pensamiento. Para poner un
ejemplo paradigmático, Kenneth E. Boulding, el eminente y prolífico sociólo
go americano que tantos aportes ha hecho a las ciencias del conflicto, lo carac
teriza como «la situación de concurrencia en que las partes tienen conciencia
de la incompatibilidad de posiciones potenciales futuras en la cual cada una
desea ocupar una posición que es incompatible con los deseos de la otra» ('Véa
se Boulding, 1962). Como se advierte, la conciencia de las partes es para este
autor un elemento constitutivo del conflicto. Lo cual lo enrola en uno de los
campos del debate que Luis Kriesberg analizó y, a nuestro criterio, superó. So
bre este tema véase cap. 4, «conciencia del conflicto por sus actores». Por otra
parte, hoy intentamos identificar la incompatibilidad de metas u objetivos en
que consiste la esencia de nuestro concepto universal del conflicto, sin recurrir
al concepto de deseo, que tiene connotaciones diferentes en la teoría de la de
cisión racional, cuando se analiza el proceso de elección que lleva a la defini
ción del objetivo de cada actor.
8. Había hecho esa experiencia pedagógica hace muchos años cuando, por
primera vez, tuve que mostrar a jóvenes estudiantes en su primer año de la ca
rrera de Abogacía, cuál era el objeto de la Ciencia del Derecho con el que habí
an de lidiar el resto de sus vidas, y que, desde el primer momento, se mostraba
esquivo a todo contacto intelectual, adoptando el mismo nombre que la activi
dad científica que lo estudia. Esta confusión en la nomenclatura no es común
a las ciencias naturales. Animal es el nombre del objeto y no se confunde con la
zoología que lo estudia. Y las plantas son descriptas por la Botánica y no por
una ciencia llamada también planta. Cuando alguien predica que la antropolo
gía no es difícil de comprender, nadie entiende que se afirma que el hombre es
un personaje que se entiende fácilmente. Ningún estudiante de ciencias natu
rales corre el riesgo de entender que la Zoología es cuadrúpeda o la Botánica
verde. Pero la afirmación de que el Derecho Civil argentino está expresado en
lenguaje confuso, ¿se refiere a los libros de los científicos cuya disciplina se
llama de esa manera o al Código Civil que redactó Dalmacio Vélez Sarsfield y
que es el objeto que esa ciencia describe?
9. Para muchos autores, en el aprendizaje de los fenómenos sociales, hay
una importante incidencia de la educación familiar y folklórica en relación con
la que se obtiene de la educación formal.
10. Como se verá en el cap. 1, Freund optó por denominar Sociología del
Conflicto a la obra en que más sistemáticamente expone su pensamiento «po-
lemológico».
11. Desde luego, la moderna teoría de la «rational choice» distingue hoy
entre «deseos» y «opciones».
12. Véase nota 8.
51
BIBLIOTECA
U n iv e r s id a d
E:MPRESA í í I A I
SiGlO VEINTIUNO
53
denominan ilícitas, antijurídicas o prohibidas, actúa como criterio
clasificador y agrupa todas las conductas posibles en dos amplias
i-lases o tipos: «conductas prohibidas» y «conductas permitidas».
( orno consecuencia de ello, sé genera un inevitable estilo de pensa
miento para el cual, cuando en una relación social se enfrentan dos
pi el el isiones incompatibles, sus miembros se preguntan sobre
quién «tiene razón» para el Derecho. Tratan de saber cuál de los
miembros enfrentados «es titular de un derecho» y cual «está obli
gado». Y los destinatarios de tales interrogaciones, con iguales es-
I i nduras conceptuales, sólo tienen dos tipos de respuestas posibles.
lili algunos casos, que como veremos más adelante son los me
nos, pueden definir que una parte tiene derecho y la otra está obli
gada. En esos supuestos la sociedad ha asumido el problema y ha
protegido o apoyado a una de las partes pretensoras, poniendo a
cargo de la otra obligaciones cuyo cumplimiento significa para
aquella la obtención de su objetivo. En los demás supuestos, la res
puesta del sistema, de sus teorizadores y de sus practicantes en
frenta a los conflictuantes con el inesperado fenómeno de que para
cada uno de ellos es libre (no está prohibido) pretender lo que pre
tende. Lo cual significa que para ambos es igualmente permitido o
legítimo estar en conflicto con el otro. Pero ninguna de ellas tiene
apoyo o protección para obtener su objetivo, que, en esos casos, el
derecho no ha privilegiado sobre el de su oponente, y que es incom
patible con el suyo.
La consecuencia más grave de esa exposición del problema de
los conflictos permitidos es que, cuando alguien nos enfrenta con
sus pretensiones que sabemos no obligatorias para nosotros, nues
tra inmediata reacción es pensar que no estamos «obligados». M e
jor dicho, no estamos «jurídicamente obligados». Esto es así porque
ninguna norma sanciona la acción u omisión que el otro conflic-
tuante pretende de nosotros. Frente a esa constatación, concluimos
en primer lugar que «no estamos en conflicto con él», desde que no
tiene «derecho» a lo que nos pide. Y en segundo lugar, que no es,
por ende, nuestro interlocutor.1
Hemos dedicado el capítulo 1 a mostrar el fenómeno «conflicto
en general» como un amplio género abarcativo de todas sus espe
cies, una de las cuales es, desde luego, el conflicto jurídicamente
normado que el sistema jurídico asume y resuelve.2 Pero las estruc
turas mentales, los estilos de pensamiento y los estereotipos que he-
54
w
Las normas jurídicas de las que se ocupan los expertos del dere
cho, tanto los que se limitan a estudiarlo como teóricos -que sole
mos llamar juristas- como aquellos que además lo practican -que
llamamos abogados-, y también las técnicas sobre todo procesales
que la ciencia aplicada elabora, funcionan en la vida social como
instrumentos para la resolución de conflictos entre pretensiones in
compatibles de dos o más sujetos. Sin embargo, ambas profesiones
se han desentendido de la problemática del conflicto. Este desen
tendimiento está directamente vinculado con la aceptación del
principio denominado norma de clausura. Conforme a él, todo lo
que no está prohibido por las normas del sistema se considera jurí
dicamente permitido. La consecuencia principal de la aceptación
del principio de clausura es la idea de que el ordenamiento jurídico
es un sistema cerrado de normas que resuelve todos los enfrenta
mientos posibles
Los abogados, a su vez, son educados en un arduo y largo proce
so de transmisión de conocimientos, sin que tengan oportunidad de
tomar conciencia de que sus vidas profesionales transcurrirán con
finadas en la operación de una sola categoría de métodos de admi
nistración y resolución de conflictos. Consecuentemente, tampoco
tienen la posibilidad de descubrir la existencia de otros métodos
que pueden usarse para los mismos fines, reemplazando al derecho
o cumpliendo su cometido allí donde aquel resulta inoperante. El
conflicto no les es mostrado como objeto de estudio, ni reciben no-
55
til ia alguna tío las disciplinas que lo tratan, pese a que el conflicto
entre pretensiones jurídicas de signo opuesto (legítimas e ilegíti
mas) del que ellos se ocupan, sea sólo una clase- aunque no la más
numerosa- de ese género.
Cuando la Teoría Pura del Derecho enuncia la norma o principio
ile clausura, lo que en realidad denota es que, dada la existencia de
un orden jurídico con validez y vigencia en una sociedad determi
nada, todas las conductas posibles de los individuos que la integran
quedan automáticamente clasificadas en dos grandes categorías:
conductas prohibidas y conductas permitidas. Las primeras son de
lúdelas como aquellas que constituyen el hecho antecedente de la
sanción en una norma. Matar al prójimo, en ciertas circunstancias,
es una conducta jurídicamente prohibida4 si, y sólo si, en una nor
ma del sistema una sanción está prevista como consecuencia de esa
conducta.
Esto significa que la clase conductas prohibidas o sancionadas
deja fuera de su ámbito a las conductas no sancionadas, que con
precisión se llaman permitidas, pero a las que también se alude
como conductas que alguien tiene derecho a realizar, en el sólo sen-
tido que no le está prohibido hacerlo. Tal es el producto de aplicar
el primer concepto clasificatorio de la ciencia del derecho a un uni
verso de conductas posibles.
Figura 2.01. Universo de las conductas posibles en una sociedad con derecho.
56
Como se verá, el sector conductas prohibidas no está separado
del que contiene las conductas permitidas por una línea recta sino
por una curva que le permite penetrar, por así decirlo, en ese sector,
lillo es así para significar que, bordeando el universo de lo permiti
do, donde cada actor tiene una amplia gama de recursos disponi
bles, para influenciar su oponente,5 tiene también unas cuantas
pr ohibiciones contenidas en el sistema jurídico. Tiene prohibido,
entre otras conductas, lesionar, extorsionar o amenazar a los opo
nentes para obtener su objetivo. Por cierto, tiene también prohibi
ciones de naturaleza ética, moral o religiosa, en la medida que,
autónomamente, cada actor admita la vigencia otras normas no ju
rídicas.
A su vez, la clase conductas permitidas o no sancionadas se .divi
de en ilos subclases: conductas no obligatorias y conductas obliga
torias. Y estas últimas resultan definidas como el opuesto contra
dictorio, en términos lógicos, de las conductas prohibidas.6
Desde estos primeros conceptos, el sistema permite definir otros
de función clasificatoria y demarcar otras categorías de conductas,
como el concepto «derecho». Sin embargo, el lector debe tomar
aquí en cuenta que esa expresión tiene diversos sentidos tanto en el
lenguaje jurídico como en el vulgar y que normalmente no se explí
cita con qué denotación se la emplea. En efecto «tener derecho» a
una acción, omisión o pretensión significa, en el sentido más am
plio de la expresión, que ello «no está prohibido o sancionado».
Pero en otros contextos se dice de alguien que tiene derecho a x ’ si
hay un V que tiene la obligación correlativa. Finalmente, en algu
nos usos, «tener derecho» significa no sólo que otro tiene «obliga
ción», sino que el titular del «derecho» es el único que dispone dé la
acción que pone en movimiento el proceso judicial en que se im
pondrá la sanción a quien no cumplió la obligación.7 Los ejemplos
que siguen muestran el uso polivalente que se da a la expresión «de
recho» cuando con ella se hace referencia a situaciones de conduc
ta que se califican como tales. Tener derecho a fumar sólo quiere
decir que hacerlo no está prohibido. Pero si alguien dice que tiene
derecho a cobrar el monto de un mutuo,8está significando que otro,
el mutuario, tiene la obligación de pagar. Y esto es así porque hay
una sanción prevista en la norma para el que no restituye el monto
del mutuo en tiempo oportuno. Y todavía en situaciones más espe
cíficas, la misma expresión tiene un sentido más estricto. Como
57
cuando al ¡miamos que 'sólo el calumniado tiene derecho a hacer
condenar al ofensor’. Aquí, derecho es sinónimo de titularidad de la
acción que pone en marcha el sistema punitivo cuando se trata de
delitos de acción privada (Entelman, 1983:109).
58
in¡ido a su cargo, protegiendo a una de las partes de la relación y
creando obligaciones a la otra. Los estudiantes universitarios piden
a menudo horarios determinados de clase, a los cuales ni la univer
sidad ni sus profesores están «obligados» y están en conflicto con
quienes se los niegan. Los gerentes de un área de la empresa solici
tan a diario a otras áreas, de igual o distinto nivel, algo que no tie
nen «prohibición» de pretender, ni la otra «obligación» de conceder.
IU departamento de ventas conflictúa con el de finanzas por mayo
res plazos de pago, con el fin de aumentar las operaciones y mejo
rar la participación de la empresa en el mercado. Pero el responsa
ble de obtener la financiación estima que el coste del dinero no
permite otorgar tales créditos a los clientes. Al sistema que la em
presa constituye le interesa que la confrontación se produzca, pero
siempre que se administre y se resuelva. En el mismo sentido, a la
sociedad, como un todo le interesa que los conflictos «permitidos»
se administren con baja intensidad conflictual10y se resuelvan pací
ficamente sin alterar los vínculos dentro de los que aparecen. El de
recho, como método, resulta aquí inaplicable.
Por si esto fuera poco, ocurre además que las conductas permiti
das y las pretensiones no reforzadas por el derecho mediante la ge
neración de obligaciones son muchas más que las acciones prohibi
das. Esto es así porque esas conductas integran el área de la libertad
jurídica que el derecho sólo invade con prohibiciones cuando la so
ciedad lo considera indispensable. Las pretensiones respaldadas
mediante la imposición de obligaciones a otro ú otros constituyen
una parcialidad muy inferior a las de las expectativas que no están
prohibidas, pero tampoco respaldadas: las meramente permitidas.
Finalmente, resulta que las situaciones de conflicto son excep
cionales dentro de las relaciones regidas por las normas de derecho.
Sencillamente porque, estadísticamente, los obligados cumplen sus
obligaciones. No es aquí el lugar para analizar las causas de ese aca
tamiento, pero es claro que si un ordenamiento existe como tal, es
decir si tiene vigencia, es porque tiene el consentimiento genérico
de los súbditos, a pesar del margen de violaciones que su subsisten
cia como sistema soporta.11 La relación entre validez y vigencia del
derecho ha sido analizada con detenimiento por filósofos del dere
cho de la talla de Kelsen (1986), Hart (1992) y Ross (1977).
59
3. Derecho y violencia
(\0
no recurren al uso o amenaza de la fuerza centralizada en el Juez
por delegación de la comunidad. Para lo cual deben administrar y
resolver buena parte de aquellos conflictos asumidos por el sistema
jurídico utilizando otros métodos pacíficos, permitidos por el orde
namiento, pero no impuestos por éste.12Esto además del hecho fun
damental -pero no rescatado por el pensamiento jurídico- de que a
diario los particulares y sus abogados se encuentran frente a con
flictos cuya resolución no tiene previsto el apoyo de la fuerza judi
cial. Y requiere recurrir al manejo de técnicas de administración y
de resolución, que funcionan dentro del sistema conflictual (endó
genas) o con participación de una múltiple gama de terceros (exó-
genas) y no tienen a su disposición la colaboración del juez y de la
fuerza física que él administra.
Ocurre pues que los miembros de la sociedad regida por un or
den jurídico tanto como sus teóricos, enfrentan la necesidad de
analizar, comprender y saber utilizar esas otras técnicas, que no son
generadas por el conocimiento jurídico sino por otras disciplinas
sociales.13
Describir el fenómeno universal llamado conflicto, mostrar sus
características y su dinámica y familiarizar al lector con los conoci
mientos que fundamentan y explican esas otras técnicas de admi
nistración y métodos de resolución y con su manejo práctico, es el
quehacer de la Teoría de Conflictos. Las enseñanzas de esta teoría
deberían permitir la ubicación adecuada del saber jurídico en esa
dimensión universal del conflicto, visto como una forma de rela
ción que también se da en el área en que pretensiones no prohibi
das confrontan con otras no compatibles con ellas, pero igualmen
te no prohibidas.
di
I
vesligarse seriamente sobre las características del fenómeno con-
ílielual, con el objetivo principal de la creación de métodos pacífi
cos c111 e no recurrieran a la violencia para la resolución de esos con-
llielos. lin 1965 Galtung pudo ofrecer como resultado de sus
invesl ¡gaviones históricas un inventario de doce métodos -violentos
V pacíficos- de resolución de conflictos: juegos de azar, ordalías,
oráculos, combate sin limitaciones, guerra limitada, duelos verba
les, duelos privados, debates judiciales, debates, mediación y arbi
traje, tribunales y votaciones. La mención de este inventario sólo
I ¡ene aquí el interés de llamar la atención sobre los dos últimos mé
todos: tribunales y votaciones. Se posibilita así un análisis que con
tribuye a reducir la sorpresa que produce la calificación del orden
jurídico como un mero método de resolución de conflictos. Basta
reflexionar sobre las votaciones. Generalmente se las concibe como
una forma de participación en el poder. Pero si lo pensamos más
profundamente, resulta que en el conflicto por el poder o en el con
flicto por cuál haya de ser el contenido de las normas que se dicten
pai a orientar la vida social, las elecciones significan excluir la vio
lencia como método de solución y adoptar una resolución pacífica,
institucionalizada y reglamentada. De la misma manera que sor
prende la afirmación de que el voto es un método de resolución de
conflictos políticos entre sectores de la comunidad que no tratan
de imponerse unos alos otros por la violencia, el sistema jurídico es
también un método de resolución de conflictos que trata de excluir
el uso de la violencia por los particulares. Sin embargo, tal exclu
sión no importa eliminar totalmente el uso de la violencia, porque
esta queda reservada en el estado moderno a los órganos judiciales
encargados de administrar la fuerza sustraída a los particulares, en
términos reglamentados por el mismo sistema.
fin la comunidad primitiva, cuando no existía el ordenamiento
jurídico, se supone que todas las conductas físicamente posibles
compelían libremente por realizarse, aunque fueran incompatibles.
I ,a l ’igura 2.02 ilustra esa situación, distinguiendo las conductas de
seadas de las no deseadas.
62
Conductas
malas o
indeseadas
Conductas
buenas o
deseadas
63
dor con la ejecución de sus bienes. Es decir, con apoderarse -a lla
ves de una acción judicial- de sus bienes y dárselos a un tercero
(venderlos) para obtener de este tercero los fondos con que cobrar
su crédito. Este apoderamiento de los bienes se efectúa con recurso
a la fuerza cuando ello es necesario, esto es, si el deudor no los en
trega voluntariamente. El progreso consiste en que la fuerza no es
utilizada por el acreedor sino solicitada a un juez, que primero sólo
hace uso de la amenaza de la fuerza17y luego recurre directamente
a ella, cuando es necesario desposeer al deudor. Desde la «vendetta»
tribal» hasta la cárcel o la ejecución de bienes, hay sólo un proceso
evolutivo. El que realiza una conducta que está prohibida -es decir,
respecto de la cual se ha establecido la amenaza de una sanción-
será objeto de la privación de un bien, en sentido amplio y no sólo
material, de la libertad o de la vida. Ese lo hace mediante el uso, si
es necesario, de violencia física; la cual no puede ser ejercida por los
particulares sino sólo por un órgano competente. Este utiliza para
la ejecución del acto de fuerza a un sector especializado de la co
munidad, genéricamente llamado fuerzas de seguridad. Sin embar
go, ha de destacarse que ese sistema sólo prohíbe a los particulares
el uso de la fuerza pero no la amenaza de recurrir a ella, solicitando
al juez su aplicación.18
Debe, no obstante, advertirse que el monopolio de la fuerza por
la comunidad no significa en absoluto autorizar a los jueces para
utilizar esa fuerza en favor de cualquier pretensión contra cualquier
oposición. Al mismo tiempo que se establece un sistema de amena
zas contenidas en normas jurídicas, se definen las metas «legíti
mas» al servicio de cuyo logro el sistema está dispuesto autorizar el
uso de la fuerza.19 La sociedad selecciona con cautela la protección
de ciertas metas que considera legítimas y que en cualquier estadio
de evolución social, son siempre sólo una mínima parte de los obje
tivos que los seres humanos se proponen y que resultan incompati
bles con los objetivos de otro.20
Cuando el sistema jurídico elige los objetivos o metas que quiere
privilegiar y pone a disposición de ellos la fuerza monopolizada, lo
hace mediante una técnica tal que deja puntualizadas las metas ile
gítimas creadas para privilegiar aquéllas otras. Por eso las ciencias
jurídicas pueden hacer un inventario de obligaciones y derechos.
Les basta con revisar el contenido de las normas que señalan la con
ducta amenazada con sanciones. El inventario de las prohibiciones
64
define en qué condiciones los titulares de metas «legítimas» tienen
«derecho» a que el juez asista sus pretensiones con el auxilio de la
fuerza.
Hemos señalado ya que, por el solo hecho de generar un inven
tario de conductas sancionadas (prohibidas), todas las conductas
posibles restantes resultan calificadas por el sistema como conduc
tas «permitidas». Conviene señalar aquí un problema semántico de
grave incidencia en la dificultad de distinguir entre conflicto y de
recho, o mejor entre conflicto permitido y conflicto resuelto por el
derecho. Tanto en el discurso científico como en el lenguaje coti
diano llamamos «derecho» a esas pretensiones permitidas, mien
tras que en otro contexto, cuando hablamos del derecho de alguien,
no nos referimos a situaciones de mera permisión o ausencia de
prohibición, sino a aquéllas que son correlatos de las obligaciones
que el sistema impone a otros mediante la técnica de aplicar san
ción a la conducta contraria a una determinada acción u omisión,
para que ésta resulte obligatoria.
Ahora bien, acostumbrados como estamos a pensar el derecho
de uno frente a la obligación del otro, nos resulta difícil comprender
cómo, en situaciones de enfrentamiento o confrontación de preten
siones incompatibles no prohibidas (conflictos), resulta que pode
mos sin embargo decir que uno tiene «derecho» frente al otro, que
también tiene «derecho».21
Con el bagaje conceptual de una sociedad jurídicamente organi
zada, nos es dificultoso admitir que en el área de conductas no
prohibidas tampoco existe la prohibición de «pretender» objetivos
incompatibles con las pretensiones de otro. Por eso, cuando ocurre
la confrontación entre pretensiones igualmente permitidas pero in
compatibles, nos encontramos frente a un problema que carece de
solución en el ordenamiento jurídico y en la ciencia del derecho.22
La Teoría de Conflictos radica su quehacer en la descripción del
conflicto, en el análisis de sus elementos y modos de ser, en la gene
ración de los métodos a que da lugar la aplicación de sus conoci
mientos y en los desarrollos tecnológicos que realiza con auxilio
multidisciplinario. Ello no sólo abarca la problemática de la resolu
ción del conflicto, sino también la de su conducción o manejo y pre
vención.23 ........
65
5. «Permitido versu s permitido»
66
Notas
1. Resulta evidente que esto nos ocurre porque percibimos que el conflic
to se agota en lo jurídico. Cuando hemos aceptado la validez de un sistema nor
mativo autónomo de orden moral, ético, religioso o propio de una comunidad
como ocurre en los ámbitos profesionales, deportivos o de negocios, y creemos
que ese sistema nos impone deberes religiosos, éticos, morales o comunitarios
frente al pretensor que nos reclama, reconocemos estar en conflicto pese a no
tener obligación jurídica.
2. La expresión «jurídicamente normado» constituye una buena denomi
nación para esta clase de conflictos, que no utilizamos a menudo por su exten
sión.
3. Encontramos a diario ejemplos de situaciones en que alguien enfrenta
graves consecuencias que provienen de su incapacidad para admitir que se en
cuentra en conflictocon otro, fundado en su convicción de no estar obligado a
lo que aquel pretende. Es paradigmático el caso de los reclamos laborales que
no se fundan en un derecho de los dependientes. En el estado actual de evolu
ción de las relaciones de trabajo, los empleadores han aprendido a tomar con
seriedad y debatir con sus empleados todos sus reclamos, tengan o no obliga
ción jurídica de satisfacerlos. Hay incluso procedimientos institucionalizados
para administrar esos conflictos. Pero, a comienzo del siglo pasado, cuando no
se había sancionado la ley limitativa de la duración de la jornada de trabajo, los
patronos afrontaban reclamos de sus obreros, que pretendían reducir el eleva
do número de horas que debían trabajar cada día, de acuerdo con sus contra
tos. Los reclamados, tras analizar tales reclamos, deben haber arribado a la
conclusión de que no estaban obligados a esa reducción de horarios. Tal con
clusión los llevó seguramente a la convicción de que no estaban en conflicto
con sus trabajadores. El agotamiento de estos por lo infructuoso de sus gestio
nes los persuadió seguramente de que algo debían hacer para concientizar a
sus empleadores sobre la existencia de un conflicto. Cuando decidieron que
mar un saladero, el atónito empleador debe haber entendido que uno puede es
tar en conflicto con otro por algo que este pretende, aún cuando no está obli
gado jurídicamente a satisfacer esa pretensión.
4. No lo es, en efecto, en otras. Por el contrario, está permitido matar al
prójimo, como ocurre en el llamado homicidio deportivo, en que un boxeador
muere por un golpe lícito de su contrincante. O aun más, matar es obligatorio
para el derecho, como en el caso del verdugo que, allí donde hay pena de muer
te, tiene prevista sanción por negarse a ejecutar una condena. O, en el caso del
soldado, cuya sanción por no matar al enemigo cuando recibe orden de hacer
lo, suele ser grave y, a veces, incluso de privación de su propia vida en un fusi
lamiento.
5. Sobre recursos e influencia, véase cap. 7, «El Poder de los actores».
6. Desde que una norma amenaza con sanción una conducta antes no san
cionada, (plantar árboles a un metro de la línea que divide dos propiedades ur
banas, por ejemplo) tal conducta pasa a integrar la clase de conductas prohibi
das. Su opuesto contrario -no plantar árboles a esa distancia- ingresa a su vez
67
ni la dase de conductas obligatorias y el vecino incorpora el derecho de que el
propietario lindero no plante árboles en esa ubicación.
7. Se implica así que en el caso de esos derechos, llamados por los juristas
«derechos subjetivos en sentido estricto», el titular es libre de disponerlo. Sin
embargo, esa nomenclatura no aparece jamás en el uso corriente que de la ex
presión «derecho» hacen juristas y abogados para denotar esa particular situa
ción.
8. Denominación técnica del préstamo de dinero.
9. He adoptado para estos conflictos la denominación genérica permitido
r\. permitido que, por ser tales, no interesan a jueces, abogados ni juristas, sal-
vi i para verificar que no están prohibidos, lo cual nada aporta a su resolución.
10. Véase sobre la noción de intensidad el cap. 10.
11. En algún momento de su vida profesional, tanto el jurista como el abo
gado descubre que hay disputas entre quien, por un lado, pretende algo que no
le está prohibido pretender y, por otro lado, alguien a quien le está permitido
(no prohibido) no acceder, no facilitar o impedir. Esas disputas son lo más pa
recido que existe a la confrontación acreedor-deudor, usurpador-desposeído, o
socio minoritario-socio mayoritario. Además, en una sociedad que forma ju
ristas y abogados, sus miembros asumen que los numerosos enfrentamientos
entre pretensiones incompatibles pero igualmente legítimas (permitidas o no
prohibidas) que a diario se producen, pueden administrarse y resolverse con la
misma asistencia profesional de los expertos en el sistema jurídico de resolu
ción de conflictos que establece las zonas de lo prohibido, lo permitido y lo
i ibligatorio. No sólo los acreedores impagos o los propietarios desposeídos re
curren al abogado. También lo hace el socio minoritario cuando la mayoría de
i ma sociedad anónima no le niega el pago de dividendos ni la información o el
acceso a las asambleas, pero ni siquiera quiere analizar sus planes de desarro
llo, porque no está jurídicamente obligada a ello. Aunque ese minoritario ten
ga permitido (no prohibido) pretenderlo y peticionarlo. Las normas jurídicas
que rigen algunas relaciones sociales estables, como la familia y las sociedades
v asociaciones civiles o comerciales, delimitan a menudo tres grupos de con-
llictos posibles: a) los que son asumidos por el derecho, como los relativos a la
prestación de alimentos o a la fidelidad en el matrimonio, o a la distribución de
11 1Llidades declaradas, suministro de información o transparencia de los esta
dos contables, en las sociedades; b) los que deja librado a las partes que inte
gran la relación, pero que somete a un procedimiento de resolución -la vota
ción- que abre un amplio marco para la administración autónoma del
conflicto, como ocurre en las estructuras normativas de las sociedades y c) los
que quedan librados a la administración autónoma sólo limitada por las prohi
biciones de conductas criminales como la extorsión o la amenaza de violencia
1 1irecta. En los sistemas jurídicos que reglan los conflictos de la insolvencia em
presarial, las tres esferas aparecen: conflictos que las normas específicas re
suelven, conflictos que se resuelven por las partes pero con técnicas regladas de
votaciones y conflictos que se administran autónomamente.
Cuando los abogados y sus clientes enfrentan estas realidades, se hace pa-
lente que el método jurídico de resolución de conflictos no es aplicable a aque-
líos que se dan en el área de las eonl'mutaciones permitidas. El observador
loma así conciencia de que el conflicto con resolución prevista en normas de
derecho es una parcialidad del género conflicto. Se enfrenta, pues, con una
nueva región ontológica, la que genera una nueva disciplina científica.
12. Los altísimos niveles de intensidad y los efectos devastadores de las
dos guerras mundiales del siglo xx convirtieron la búsqueda de métodos pací
ficos de resolución de controversias en un objetivo político común a todos los
Estados. Y a la investigación científica sobre el conflicto, su prevención, admi
nistración en sentido estricto y resolución, en preocupación académica de nu
merosas disciplinas, como señalo en la Introducción. Parece llegada la hora de
que la misma preocupación sea prioritaria dentro de las sociedades estatales,
tanto como objetivo político de sus gobiernos y de la sociedad civil como que
hacer fundamental de sus científicos.
13. Las universidades tienen aquí un papel fundamental que desempeñar
en la formación y capacitación de profesionales idóneos.
14. Es probable que tal reacción se origine por dos causas: (a) el hecho de
que el sistema jurídico fue implantado en la sociedad con el uso de un discur
so estridente que recurrió a la postulación de valores de fundamentación divi
na o racional. Toda una concepción contemporánea de la filosofía del derecho
ha llamado a ese discurso el «discurso del poder», y (b) el hecho de que el sis
tema jurídico se haya implantado mucho tiempo antes y de que la ciencia que
hace de su estudio su objeto tenga ya existencia secular, mientras que la voca
ción científica por el análisis del conflicto, como problema general de una so
ciedad, sólo aparece en la segunda mitad de este siglo. Esa preocupación teóri
ca sólo se desarrolló impulsada por el desenfrenado aumento de la capacidad
de destrucción que exhibe el empleo de la violencia bélica como método de re
solución de conflictos internacionales durantes las dos grandes guerras mun
diales que enlutaron el siglo xx.
15. Las investigaciones efectuadas sobre el derecho primitivo muestran
históricamente al homicidio y al incesto como las primeras conductas cuya eje
cución preocupa al grupo social.
16. No deben confundirse el concepto de monopolio de la fuerza con el de
centralización. Cuando la comunidad primitiva adopta la técnica de motivar
mediante el empleo de sanciones, ha monopolizado el uso de la fuerza. Sólo
aparece la centralización cuando el uso monopolizado por la sociedad se dele
ga a un órgano especializado dentro del programa de división del trabajo so
cial.
17. La intimación bajo apercibimiento del uso de la fuerza.
18. Tal vez el arma más poderosa que los abogados ostentan en sus arse
nales sea la de intimar a una prestación bajo amenaza de ejecución forzosa.
19. El derecho estatal contiene, además de soluciones concretas para mu
chos de los conflictos contenidos en la legislación, un sistema judicial que pue
de brindar otras soluciones no previstas en detalle dentro del marco de la ley,
pero sólo dentro de los límites que la norma general deja al Juez para crear la
norma individual aplicable al caso concreto. Un sistema jurídico que facultara
a los jueces a resolver a su arbitrio todos los conflictos permitido vs. permitido
69
constituiría una habilitación al órgano para el uso arbitrario e indiscriminado
de la violencia y esto no es concebible en el Estado liberal moderno.
20. Esto es así simplemente porque la vida en sociedad transcurre en un
contexto de escasez de buena parte de los elementos que sus integrantes consi
deran necesarios para su bienestar. Y porque además esos individuos deciden
sus preferencias con relación a valores ordenados en escalas que no son uni
formes para todos ellos. A medida que la sociedad evoluciona, se organiza en
grupos de diferentes números de miembros. Pequeñas aldeas donde la vida en
común reviste formas sencillas coexisten y están intercomunicadas con gran
des concentraciones humanas de alta complejidad en las que él número de con
frontaciones regladas por el derecho y la cantidad de metas que éste declara le
gítimas y protege, aumentan. Pero al mismo tiempo la sofisticación de la vida
social incrementa el número de nuevos objetivos que sus miembros se propo
nen, alentados por el progreso del conocimiento y de la tecnología. Ello al tiem
po en que el desarrollo de las comunicaciones masivas posibilita a un mayor
número de individuos una amplia información sobre un número creciente de
objetivos que sus congéneres se proponen y que ellos desean imitar.
21. He ejemplificado estas situaciones en el segundo apartado de este ca
pítulo.
22. La dificultad que los miembros de cualquier relación social tienen
para reconocer que están en conflicto con alguien por algo a lo que no están
obligados se funda no sólo en la falta de comprensión del rol limitado del or
denamiento jurídico, sino en los problemas semánticos a que hacemos refe
rencia en el texto. Por ello es conveniente detener la lectura e intentar el ejerci
cio que a continuación se propone. El mismo consiste en: a) listar una serie de
situaciones, realmente experimentadas o simplemente imaginadas, en que el
lector se consideraría en conflicto con alguien, por considerar que uno de los
dos tiene un derecho y el otro está jurídicamente obligado, b) listar a conti
nuación una serie de situaciones, realmente vividas o imaginarias, en que el
lector se sienta en conflicto con alguien, pero advirtiendo que si bien le está
permitido a uno de ellos pretender lo que pretende, al otro no le es obligatorio
hacer u omitir nada que posibilite, facilite o satisfaga la pretensión meramen
te permitida o no prohibida, como ocurre cuando los estudiantes o los obreros
recurren a la huelga legítima o no prohibida, para obtener objetivos que no
pueden alcanzar mediante una acción judicial.
23. Puesto que la ocasión nos impide adentrarnos en esos análisis, es im
portante clarificar el rol que desempeñan los conocimientos aportados por la
Teoría de Conflictos en la formación complementaria del abogado. Pensamos
que, en primer lugar, se trata de capacitarlo para desempeñarse profesional
mente en la administración y resolución de conflictos entre pretensiones igual
mente «no prohibidas» o «permitidas» que también la sociedad le requiere y
para lo cual carece de herramientas en su formación de grado. Hemos dicho ya
que la sociedad, acostumbrada a ver en los abogados los expertos en la resolu
ción de las confrontaciones entre derechos y hechos antijurídicos, los perciben
como los naturales operadores de aquellas otras que el sistema jurídico deja li
bres al manejo de los interesados, que encuentran en el ordenamiento sólo un
70
puñado do limitaciones ju ríd icas (prohibiciones) para los recursos que puede
utilizar cu procura de su objetivo. Pero, además, el conocimiento del fenóme
no eonl'lictual y de las técnicas para su administración permite al abogado
complementar sus recursos emanados del sistema jurídico con otros que la
ciencia del derecho no trata. O reemplazarlos por éstos, con adecuada ponde
ración sobre su eficiencia y conveniencia.
24. Véase sobre recursos de poder el cap. 7. Permanentemente nos abste
nemos de utilizar determinados recursos que la ley no prohíbe para persuadir
o influenciar a nuestro oponente, porque nuestros principios éticos nos lo ve
dan, como es el caso de amenazarlo con revelar un secreto de su vida personal
que conocemos. Un adversario puede no titubear en crear a su socio un pro
blema de abastecimiento, negándose a venderle a la sociedad que ambos inte
gran. Pero siente prohibido por su ética el tipo de infidencia a que me refiero.
SEGUNDA PARTE
75
descenso do su intensidad y, en general, todas aquellas mutaciones
( Hic con el transcurso del tiempp experimentan sus diversos ele
mentos, desde las actitudes y percepciones de los actores hasta sus
objetivos.1 Por esta razón, debe entenderse, pues, que en la expre
sión «estática» empleada para calificar un análisis de característi
cas del conflicto hay una consciente licencia del lenguaje que sólo
responde a un afán pedagógico. Lo usamos en el mismo sentido fi-
l',i i rudo en que puede hablarse del análisis estático de una secuencia
Mímica o de vídeo. Si bien es cierto que sólo observando el devenir
ile la película, que es un proceso dinámico, uno puede entenderla,
la tecnología permite detener la proyección y analizar elementos
que se extraen de una escena «estática». La relevancia del análisis
estático estriba en que es preciso conocer esos elementos (la inten
sidad de una lluvia o el gesto de un intérprete en una escena fugaz)
pai a comprender luego, en un posterior examen dinámico -la exhi
bición continuada- el objeto película. Tal es el sentido con que he
mos sistematizado nuestros análisis de los conflictos, al desarro
llarlos en sendos capítulos que hemos titulado Estática y Dinámica
del Conflicto, respectivamente.
Notas
. 1. Tratamos la dinámica del conflicto en el cap. 10.
76
biblioteca
U n iv e r s id a d
e m p r e s a r ia l
SIGLO VEINTIUNO
77
i'l mejor conocimiento del proceso de toma de decisiones de cada
uno de ellos, la mejor percepción y comprensión de sus conductas e
intenciones y la mejor construcción de los escenarios de futuro po
sibles. Pero las características que observaremos en ellos no alteran
la constatación esencial de que todos los enfrentamientos de que
nos ocupamos son protagonizados por individuos, aunque estos ac-
I úen en algún sentido o de alguna manera en representación de un
grupo mayor. Como se verá más adelante, todos los estudios reali
zados sobre las variables de la conducta conflictual han producido
conocimientos sobre los procesos de la conciencia de los actores
que nosotros hemos podido utilizar en el estudio del conflicto en ge
neral y aplicarlos tanto a disputas entre grupos sociales más peque
ños que el Estado como a los enfrentamientos que típicamente se
producen sólo entre individuos, como por ejemplo los conflictos los
conyugales. Ello a pesar de que se obtuvieron en investigaciones
efectuadas sobre actores estatales en conflictos internacionales.4
1. Actores colectivos
78
m
79
nuir que esos grupos ¡rilemos son actores del conflicto en eatla uno de
sus bandos. Al mismo tiempo en que aparecen dudas respecto de en
qué medida o hasta qué punto cada uno de esos subgrupos puede es-
lar seguro de que el otro no sea un actor del conflicto. En una disputa
entre la autoridad individual de una casa de estudios, como por ejem
plo el Decano de una Facultad y sus profesores, no puede afirmarse a
príori que todos aquellos que enseñan integren el actor colectivo «pro
fesores». Es probable que un análisis correcto nos impulse a inquirir
en qué postura están aquellos miembros del claustro docente que en
señan la misma asignatura que el Decano e integran con él una misma
cátedra que, como tal, es un núcleo de coincidencia.
Como se observa la existencia de conflictos internos en un actor
colectivo enfrentado con un adversario externo complica -y a me
nudo altera- para éste la identificación del adversario.
Junto a la cuestión de la identificación puede surgir un segundo
problema. El conflicto interno dentro del seno de un actor colectivo
-Estado, sociedad, asociación o aun, grupo colectivo no organiza
do- puede provocar la fragmentación de ese actor. En muchos en
frentamientos bélicos entre Estados se percibe en cierto momento
que un importante sector de la población se opone a continuar la
guerra, como ocurrió en Estados Unidos de Norteamérica durante
el conflicto de Vietnam. Es posible que ese sector no pueda tomar
decisiones por el actor que integra ni cambiar de inmediato los in
tegrantes del o los órganos de gobierno implicados. Pero puede in
fluir en el proceso de toma de decisiones, como en efecto ocurrió en
ese caso. Ello explica por qué, en los conflictos en que participan ac
tores plurales, organizados o no, como Estados o grupos sociales
menores, raciales o religiosos, sus adversarios traten de influenciar,
con estrategias psicosociales sobre la opinión interna de los miem
bros de su oponente.
Lo mismo ocurre en conflictos que se desarrollan dentro de un
estado y en los que alguno de los actores es colectivo. Cuando en su
seno las disidencias respecto al conflicto, su intensidad o su termi
nación se convierten en un verdadero enfrentamiento interno entre
miembros del actor colectivo, el otro actor dispone de la misma al
ternativa de concebir al grupo disidente como un tercero con quien
puede intentar una alianza que aumente su poder.6
El llamado «frente interno» de un grupo social durante un con
flicto de alta intensidad es visto a menudo como un verdadero terce-
80
m, con quien es posible gestionar alianzas o coaliciones.7 Se trata del
ienómeno de la fragmentación de los actores colectivos, al que pare
cí1prestársele menos importancia que la aconsejable en la definición
de estrategias de administración de conflictos. Una de las caracterís-
licas de los actores colectivos consiste en la tensión que dentro de
ellos se produce entre dos fuerzas opuestas: la «cohesión» y la «frag
mentación». Aunque es más fácil de detectar en los Estados durante
conflictos externos prolongados, o en los partidos políticos en inten
so conflicto con sus opositores, este proceso comparable a la oposi
ción física de las fuerzas centrípetas y centrífugas, tiende a estar pre
sente en todo actor integrado por una pluralidad de miembros.8
Aunque sin utilizar la misma terminología que aquí empleamos, ya a
mediados del siglo pasado, Lewis Coser (1956) predicaba del conflic
to internacional que tenía la virtud de superar los conflictos internos
provocando la unión de los ciudadanos detrás del objetivo nacional.
Pero al mismo tiempo advertía que los conflictos externos que se per
petúan en el tiempo dividen a las comunidades adversarias.
En el medio siglo que han durado las guerras actuales entre ára
bes e israelíes, el Estado de Israel se ha exhibido como un ejemplo
paradigmático de un actor colectivo con una gran cohesión inicial,
que perduró una larga época y que, con el transcurso del tiempo y
la duración del conflicto externo comenzó a experimentar un pro
ceso creciente de fragmentación y enfrentamiento interno que hoy
lo caracteriza.
Las complejidades que anotamos -problemas de identificación y
fragmentación de los actores colectivos- no impiden que un análi
sis correcto permita una adecuada descripción de los actores colec
tivos. Por el contrario, ellas alertan sobre la necesidad que un ope
rador tiene de prestar atención a una serie de elementos cuyo
conocimiento y apropiada ponderación es indispensable, tanto
para la administración como para el proceso de resolución del con
flicto. Sin pretender agotar una enumeración, tratamos aquí algu
nas de las características que, casi rutinariamente, deberían tomar
se en cuenta en el análisis de un actor plural.
En los dos apartados siguientes se analizan algunas característi
cas relativas a conflictos con actores colectivos no organizados y a
actores colectivos organizados.
81
a) S e p a r a c ió n e n tr e a c to r e s c o le c t iv o s
,H2
En eleclo, cada uno de los easos que hemos ejemplificado, cuan
do se manifiestan en extensión reducida, implica el grave riesgo de
la contaminación conflictual. La huelga sectorial, por objetivos que
no son ajenos a otras actividades, se extiende fácilmente a todas las
relaciones laborales en la misma jurisdicción territorial y puede
avanzar a todo un país. Lo mismo ocurre con el conflicto estudian
til, que estalla en una casa de estudios y que, a falta de administra
ción prudente y experta, se extiende rápidamente a otras. Al pare
cer, ese fenómeno de contagio se produce más fácilmente en los
conflictos entre unidades conflictivas plurales separadas por fron
teras rígidas que en las de fronteras abiertas. Ello es así porque en
estos últimos la existencia de miembros del otro bando en cada uno
de los grupos conflictuantes, como ocurre con la discriminación ra
cial o religiosa, hace más difícil la propagación. Los antirracistas
que integran el grupo de cada una de las razas en conflicto, como
los feministas y antifeministas que integran los dos campos en que
se da la discriminación por sexo, actúan como una especie de anti
cuerpos y son, por su sola presencia, un obstáculo para la expan
sión del conflicto. Tal como ocurre en la medicina y en la epidemio
logía, la profilaxis de la propagación requiere buenos análisis sobre
las condiciones y posibilidades de contagio.
83
c ) l'.l lid e r a z g o de lo s a c to r e s c o le c t iv o s
85
piada la consideración de este tema, cuya explicación se vincula a la
metáfora de la fuerza de atracción de los campos del conflicto que
lie denominado «magnetismo conflictual».9 Sin embargo, el trata
miento de los actores plurales contenido en este capítulo puede lle
var al lector a una asociación de ideas con un concepto distinto: el
de «actores múltiples». Se toma entonces difícil compatibilizar lo
que esa expresión pueda denotar con la existencia de dos campos
excluyentes que se perfila en toda nuestra exposición precedente.
Se habla y escribe, en efecto, sobre conflictos de actores múlti
ples, como la Segunda Guerra Mundial o los conflictos ambientales,
lili éstos últimos, y a diferencia de los actores colectivos, el proble
ma se plantea en tanto que no se distingue claramente dos bandos
constituidos por sendos grupos integrados por individuos o subgru
pos con intereses claramente coincidentes. N o se trata por cierto de
casos en que uno distingue claramente dos bandos constituidos por
sendos grupos integrados por individuos o subgrupos con intereses
claramente coincidentes. Por ejemplo, se trata de diferenciar un ac
tor contaminante de un grupo de vecinos que cuestionan su activi
dad, de un conjunto de trabajadores que prestan servicios en la
planta que genera polución, de un Municipio que reivindica el co
bro de impuestos a la actividad cuestionada por otros actores, pero
que representa también a los vecinos y a los propios trabajadores,
como habitantes de su jurisdicción.
Pero si esto es así, ¿cómo se explica nuestra insistencia en la bi-
polaridad del conflicto? Lo que ocurre en estos supuestos es que,
cuando hay varios actores con incompatibilidades cruzadas, se per
illán inicial o progresivamente dos bandos dentro de los cuales se
agmpan todos los miembros de la relación. Lo hacen teniendo en
cuenta sus coincidencias sobre los temas que más les interesan o
que simbolizan sus valores más elevados. De esa manera, los Alia
dos de la Segunda Guerra Mundial se agmpan contra los países del
Eje que originariamente formaron Alemania e Italia, que también
se asociaron por sus máximos intereses y valores. En situaciones de
conflicto con multiplicidad de actores, ocurre que, dentro de cada
campo, sus integrantes están unidos contra el adversario por deter
minados objetivos. Lo que ocurre es que en los supuestos de actores
múltiples, otras situaciones de conflicto que pueda haber entre in
tegrantes de un mismo campo son rápida y previamente resueltas o
postergadas. Esta afirmación no contiene un puro afán de mante
86
ner coherencia sislemálica con lo ya expuesto. Creemos estar fren
te a una peculiaridad de la relación conflictual, sin cuya compren
sión sería imposible explicar satisfactoriamente el problema de los
terceros en el conflicto, que ha preocupado pensadores de la talla de
Georg Simmel ya desde el siglo xix. Volveré posteriormente sobre
esta cuestión.
Notas
1. El lenguaje de las ciencias jurídicas reserva el nombre de «persona físi
ca o visible» para los individuos del género humano, y el de las ciencias políti
cas simplemente el de individuo, súbdito o ciudadano. En otros lenguajes, el
Estado será mostrado como una organización política, jurídica o social. En
ninguno de esos supuestos será fácil aceptar nuestra afirmación de que los ac
tores del conflicto son siempre seres humanos. Ello nos obliga al análisis.
2. Como ocurre con un acreedor frente a su deudor, entre un propietario y
un usurpador, o entre un dependiente y su principal. Desde luego el sistema es
tatal no excluye conflictos jurídicos en los que sean parte el propio Estado u
otros actores colectivos, organizados o no.
3. Sin embargo, la adecuada administración de conflictos en los que uno o
más actores son individuales, requiere a menudo analizar el entorno humano
con cuya participación cada uno de esos actores toma sus decisiones. Porque
influenciar en las decisiones del otro miembro de la relación es parte de la
esencia de la acción conflictual.
4. Véase «Variables de la conducta conflictual», cap. 10.
5. Aunque en realidad, en la mayor parte de las veces, las relaciones entre
esos individuos, anteriores o generadas por la participación en el conflicto, in
fluyen sobre la conducta y sobre la toma de decisiones.
6. Sobre este estilo de pensamiento triádico , véase infra, cap. 9.
7. Véase «Las coaliciones en las tríadas», cap. 9.
8. Es sorprendente cómo, en los análisis de conflictos asumidos por el de
recho, todas estas preguntas están ausentes. Las partes saben, por las normas
del sistema, quien representa a su oponente colectivo, como es, por ejemplo, el
caso de los presidentes de las asociaciones civiles. Y como no ven el enfrenta
miento regido por el derecho como una especie del género conflicto, pierden
los valiosos elementos que podrían obtener para enriquecer sus estrategias, si
estudiaran desde nuestro ángulo a sus adversarios colectivos. El presidente
puede representar el actor «asociación civil», pero ello no implica que no deba
examinarse la postura que respecto de los términos del enfrentamiento tienen
los miembros de dicha asociación, que pueden influenciar en la decisión del ór
gano.
9. Véase cap. 8.
87
4
89
pivtcusor poique no se considera obligado a satisfacer la preten
sión a jena. Dedicaremos este capítulo al problema de la conciencia
v el siguiente a tratar sintéticamente la problemática de la percep
ción en el análisis del conflicto.
En el capítulo segundo hemos mostrado cómo la existencia de
un ordenamiento jurídico divide el amplio universo de los enfrenta
mientos posibles entre las conductas reguladas y las conductas no
reguladas. En estas últimas, se desarrollan relaciones sociales per
mitidas que pueden tener objetivos incompatibles y resultar, por
ello, conflictivas. Cuando uno se adentra en el mundo de los con
flictos «permitido vs. perm itido» comprende lo dificultoso que re
sulta entender que alguien que no tiene ninguna «obligación» res
pecto de otro esté en conflicto con él. Ahora bien, sea en un ámbito
o en el otro, el analista del conflicto se encuentra con una pregunta
que desde esa visión de la sociedad resulta dramática: para que exis
ta conflicto en una relación social, ¿es necesario que los miembros
que pujan por metas incompatibles tengan conciencia de esa in
compatibilidad? O, lo que es lo mismo, ¿existe conflicto sin que sus
actores estén conscientes de ello?
Muchos de los autores que tratan este tema como un problema
gnoseológico en contextos menos críticos, como el de los conflictos
internacionales, raciales o religiosos, consideran que la conciencia
que las partes tengan del conflicto que las enfrenta es un elemento
esencial del mismo, lo que significa que para esos actores el con
flicto no sería tal si faltara esa conciencia.
Louis Kriesberg (1975:16) ha resumido esas posiciones citando
tanto sociólogos tradicionales, como Max Weber, como algunos de
los prominentes fundadores de la moderna disciplina, como Coser,
Park y Burguess, y Kenneth Boulding.
Otros, en cambio, ven el conflicto como un fenómeno objetivo
que existe aunque no sea advertido por alguno de sus participantes
o por todos. Con relación al conflicto social, esta postura es típica
de las concepciones que se fundan en una especie de ideología del
conflicto, como es el caso de Marx. En esta línea de pensamiento,
Kriesberg incluye a Dahrendorf (1979), por sus desarrollos sobre el
conflicto laboral.
Cuando uno se enfrenta con esas concepciones contrapuestas,
experimenta la sensación de hallarse ante una antinomia del tipo
«realismo versus idealismo», que el pensamiento filosófico no ha
90
conseguido todavía disolver. La idea realista de que el mundo exis
te y ha sido constituido con independencia del ser humano es irre
conciliable con la tesis idealista de que el conocimiento del hombre
constituye al mundo como objeto de ese conocimiento.
Desde el comienzo de mis investigaciones sobre el conflicto, me
ha parecido que si no se recurre a una mostración clarificadora de
las diferencias entre la conciencia subjetiva de los actores y la in
compatibilidad de metas, como la que propone Kriesberg, resulta
realmente dificultoso entender algunas distinciones doctrinarias
que se advierten cuando la problemática empieza a desarrollarse.
Con una actitud desprovista de influencias teóricas, tenderíamos a
pensar que los conceptos «conflicto subjetivo» y «conflicto objeti
vo» señalan una dualidad. Por un lado, la incompatibilidad subjeti
va de metas sería sólo una creencia que se da en el nivel intelectual
de la conciencia interna o, en todo caso, un sentimiento que todavía
se encuentra en el nivel afectivo de esa conciencia. Mientras que,
por el otro, habría una razonable incompatibilidad objetiva de me
tas, susceptibles de ser demostrada. Algo así como intentar terciar
en el secular debate realismo-idealismo, afirmando que hay un
mundo objetivo y otro subjetivo. 1
Frente a tal dificultad de acceso al tema, la presentación que del
mismo hace Kriesberg me parece la más clarificadora.
Su método consiste en distinguir, por un lado, la índole de las si
tuaciones objetivas, entendiendo por tales las relaciones entre acto
res; y, por el otro lado, la creencia de tales actores sobre la índole de
esas situaciones objetivas. Kriesberg clasifica tales situaciones en
dos grandes grupos: conflictivas y no conflictivas. Y, en lo referente
a las creencias, destaca que sólo puede ocurrir que:
91
Creencia de las partes acerca de
la situación objetiva
( o n llic liv a 1 2 3
No conflictiva 4 5 6
93
un conflicto. Sé que, tal vez, esta afirmación de que uno no puede
impedir que alguien lo convierta en su interlocutor puede resultar
difícil de aceptar. Porque, en efecto, frente a cualquier clase de re
querimiento -apoyado o no por un sistema normativo que vale para
los miembros de la relación- una de las actitudes que el requerido
puede tomar es la de no reaccionar, no contestar ni darle importan
cia o ignorarlo.9
Ahora bien, si se mira con perspectiva histórica la evolución del
problema, se advertirá que cuando el conflicto existe, tarde o tempra
no, las partes desarrollan metodologías tendientes a hacer consciente
a la otra parte y a procurar encontrarle solución. En este contexto, los
oponentes terminan por reconocerle el carácter de interlocutor y, por
ende, la facultad de «conflictuar», es decir, de tener metas propias y
antagónicas, así como de realizar conductas que no le estén prohibi
das.10Además, este tardío reconocimiento cuenta con la agravante de
que, en muchos supuestos, han obligado a su oponente a realizar ac
tos que afectan, como se ha señalado, al nivel de intensidad inicial del
conflicto. Los análisis de dinámica sobre los procesos de escalada,
contenidos en el capítulo 10 ilustrarán esta afirmación. En el universo
ile los conflictos laborales, se advierte la institucionalización de méto
dos, como la huelga o el trabajo a reglamento que en muchas cir
cunstancias se utilizan para obtener del actor empleador el reconoci
miento de que sus dependientes están en conflicto con él por una
pretensión que no está apoyada por una norma.11
Notas
1. Como bien señala Kriesberg, tampoco es uniforme el uso que se da a las
expresiones «conflicto subjetivo» y «conflicto objetivo» en el discurso de las
disciplinas del conflicto. Muchas veces este último término es utilizado para in
dicar la existencia de «posibilidades» de que un conflicto se plantee, situación
que a menudo aparece denominada como «conflicto latente». En no pocas oca
siones «conflicto subyacente» es utilizado como sinónimo de «conflicto laten
te» y, por lo tanto, de «conflicto objetivo», aunque uno tendería más bien a aso
ciar «latente» con «objetivo», tal como esta última expresión se encuentra
utilizada. Véase Kriesberg (1975, p. 17).
2. Debo hacer notar que Kriesberg no consideró de interés incluir esta
presentación del problema de la conciencia del conflicto en su segunda edición
del libro. Véase Kriesberg (1982).
3. No he tenido oportunidad de discutir esta interpretación con el autor ci
tado y, en consecuencia, ignoro si él coincide con ella.
4. Como se verá más adelante, concientizar a alguno de la existencia de un
conflicto que lo involucra puede no obtenerse por persuasión argumental y re
quiere, a veces, la realización de conductas conflictuales del actor que no pue
de persuadir a quien pretende tener como adversario, o al menos, como inter
locutor. En ciertas condiciones, esas conductas colocan al conflicto en un nivel
mayor de intensidad, porque inician la interacción conflictiva. Volveré sobre el
concepto de intensidad en el cap. 10.
5. Sobre el concepto de variables, véase cap. 6. Se trata allí de la con
gruencia entre los procesos racionales, emocionales y volitivos de la conciencia
y sobre los métodos para alterar esa congruencia.
6. Se trata de una metodología conflictiva que consiste en disminuir la
producción, exagerando en la aplicación de pautas o reglas que tornan más len
to el trabajo.
95
7. lis probable que no sea íácil entender cómo una parte puede no asumir
como real el hecho de que otra le reclame el cumplimiento de una obligación y
no acepte que está en conflicto con el reclamante, aunque se considere no obli
gado por cualquier razón. Por ello el problema de la falta de conciencia se hace
patente en la confrontación donde una pretensión permitida pero no garantiza
da por el derecho se enfrenta con otra, igualmente permitida, pero incompatible.
8. Aunque hemos destacado que la mayor fuente de la incapacidad de ad
mitir estar involucrado en un conflicto proviene de la conceptuación jurídica
del problema, se trata en realidad de actitudes que se fundan en no sentirse con
ningún deber, emanado de cualquier ordenamiento normativo y no sólo del ju
rídico. Me refiero a los deberes morales, religiosos, éticos, de convivencia social
o emanado de reglas aceptadas de la comunidad específica que los miembros de
la relación integran. Tales como, por ejemplo, la comunidad académica, la de
negocios o la deportiva. Es para mí claro que quien sienta que su pretensión vio
la un deber emanado de normas no jurídicas, acepta estar en conflicto con
quien pretende objetivos incompatibles con los suyos.
9. En los últimos años hemos encontrado que la dificultad de comprender
esla afirmación es similar a la que la gente tiene para aceptar la afirmación de
que nadie puede evitar comunicarse con otro que intenta tal comunicación. Sin
embargo, los modernos desarrollos de Watzlawick nos han brindado un exce
lente argumento para hacer más objetiva y comprensible nuestra tesis. En efec-
U>, el jefe de la prestigiosa escuela de Palo Alto sostiene que, ya ahora, la mo
derna Teoría de la Comunicación puede enunciar algunas leyes, la primera de
las cuales la formula así: «no es posible no comunicarse». El lector reaccionará
con sorpresa ante su experiencia de haberse negado a contestar llamados o re
querimiento o de haber ordenado que no quería atenderlos o contestarlos. Pre
cisamente de tesis de la Teoría de la Comunicación es que, de ese modo, ha co
municado que no quería comunicarse. Tal vez esta comparación aclare al lector
el punto de vista que sostengo. Por todo véase, Watzlawick, Bavelas Beavin y
Jackson (1987).
10. Aquí puede entenderse la expresión prohibida en sentido amplio, con
referencia a cualquier sistema normativo que valga para las partes y no sólo
por el jurídico. Nos referimos, por ejemplo, a un sistema de normas éticas. En
un conflicto «permitido versus permitido» los actores deberán abstenerse «ju
rídicamente» de lo que la ley prohíbe o sanciona y del mismo modo, se absten
drán de las conductas aceptadas entre ellos como «éticamente no debidas».
11. Por cierto que esos métodos también se utilizan para obtener objetivos
apoyados por las normas y convertidos en incompatibles por la pretensión de
la otra parte. El campo laboral es tal vez el único tipo de conflictos entre los
que se desarrollan dentro de un Estado, en el que se ha visto con claridad, pro
bablemente antes por los actores que por los estudiosos u operadores, la dis
tinción entre conflictos que allí se denominan de «derecho» y conflictos «de in
tereses». Que caben dentro de nuestra categoría de conflictos permitido versus
permitido.
12. En las situaciones del supuesto 4, debo admitir que queda oscuro el
definir qué significa hablar de una relación entre dos partes que creen que es
96
do mía manera v querer presenlar esa relación como siendo «objetivamente: de
olía. ¿Oué quiere decir que aunque ambos actores lo crean, su relación no tie
ne conflicto? Es por cielo posible que haya error sobre la incompatibilidad de
las metas. Pero ¿qué diferencia real hay entre una meta y lo que un individuo
cree que es su meta? Desde una postura gnoseológica idealista, este tema en
cierra un poblema de fondo, que no es éste el lugar de analizar. En la práctica,
os operadores que detectan compatibilidad entre las metas que sus clientes vi
ven como incmpatibles pueden manejar fácilmente el conflicto por caminos de
persuasión. Sobre la referencia a actos positivos que se hace en el texto, véase
«Variables de la conducta conflictual» en el capítulo 11.
97
5 /
99
«I’ olilical realism» o «billard balls m odel» (apuntando a la política
internacional y la nacional como cuerpos separados que no se alte
ran por sus contactos o choques).
La visión del mundo de las relaciones internacionales y de la na
turaleza humana sustentada por esta concepción condicionó la des
cripción del fenómeno posible y retrasó la comprensión del conflic
to como un género más amplio dentro de la amplia gama de las
relaciones humanas. Además, impidió ver con claridad la naturale
za de los conflictos, llevando a postulaciones como la de la existen
cia de conflictos que por ser de objetivo único sólo pueden resolver
se con resultados que arrojen un ganador y un perdedor. Todo lo
cual tuvo una incidencia decisiva en el retardo que experimentaron
los métodos de resolución de conflicto en evolucionar hacia una
concepción más pacífica e integradora, capaz de brindar mejor sa
tisfacción a valores aparentemente incompatibles e irreconciliables
de diferentes actores.2
Con el advenimiento de nuevos puntos de partida que fueron
construyendo el cambio de paradigma en las ciencias de las rela
ciones internacionales, el eje de las investigaciones se trasladó al
conflicto mismo. Se ensayaron entonces diversos criterios explica-
torios, entre los cuales, algunos se referían a los objetivos. En este
contexto, diversas tipologías trataron de agrupar clases de objetivos
y de explicar la influencia de cada uno de esos tipos en las caracte
rísticas que adquieren los conflictos y las actitudes de sus actores.3
No creo oportuno introducir en esta obra mayores desarrollos so
bre esas investigaciones.4 Sin embargo, analizaré una clasificación
de objetivos que permite definir mejor el sentido de esa expresión y
efectuar distinciones y señalamientos que sirvan mejor al análisis
que en el próximo capítulo realizaré.
Los objetivos o metas de los actores en los conflictos, son obje
tos, en el más amplio sentido de la expresión, materiales o espiri
tuales, a los que cada actor les agrega un valor. Son sin duda, en la
terminología de Rickert, objetos culturales, con un sustrato y un
sentido axiológico, distintos de los objetos naturales, y de los idea
les. Tales objetivos conflictuales pueden distinguirse entre ellos, se
gún el número de valores que se les atribuye y según la cantidad de
valor que se les adjudica (Rickert, 1942).
Distinguimos, siguiendo las investigaciones citadas, entre objeti
vos concretos, simbólicos y trascendentes.
Llamamos concluios a aquellos objetivos más o menos tangibles
que además de una u otra manera- son susceptibles de ser pensados
como divisibles. Esos objetivos tienen la característica de que su ob-
lención importa la automática satisfacción de las pretensiones de
quien conflictúa por ellos. Esto es así porque en tales objetivos el
valor, económico o de cualquier otra naturaleza, que la parte les
atribuye es inseparable del objeto mismo. Cobrar un crédito, obte
ner la tenencia de un menor cuya proximidad sentimos valiosa, ad
quirir un territorio en una contienda internacional, pactar un sala
rio mayor en un conflicto gremial tendiente a obtener ese objetivo
concreto. En resumen dar al actor que obtiene su objetivo un au
mento finito de bienes valiosos.5
Por su parte, los objetivos simbólicos son aquellos en los que en
realidad el objetivo exhibido como tal no es la última meta deseada
por el actor en conflicto, sino más bien un representante de otra, lo
cual convierte en muy difícil de definir la relación entre el objeto o
situación que hace de sustraLoúlepos itari o del valor y el valor mis
mo. El objetivo simbólico escondido detrás de uno concreto, tiene
el mismo sustrato pero oculta el valor cuya satisfacción busca el ac
tor. Una superficie de campo como objetivo concreto en una dispu
ta cualquiera, es un sustrato material con valor económico. Pero, si
uno en cambio lo reclama en una disputa sucesoria o societaria, no
por el valor que tiene en un cálculo de intercambio con otros bienes,
sino por el principio de que ese particular bien representa la jefatu
ra espiritual de la familia, como ocurría con los castillos medieva
les, transforma el objetivo concreto en un objetivo simbólico. Fren
te a este tipo de objetivos resulta más difícil encontrar una solución
que no sea la total ganancia o pérdida del actor que sustenta la pre
tensión. En el campo internacional los ejemplos son patentes. En el
caso de Alsacia y Lorena, las provincias francesas que Alemania
anexó, toda negociación sobre su readquisición no fue a partir de
un objetivo concreto consistente en algo mensurable como una de
terminada superficie con determinados habitantes y riquezas. Las
provincias fueron impregnadas de valores políticos de soberanía y
pasaron a representar la integridad del concepto de «patria». A par
tir de ello, Bismark advirtió un obstáculo inamovible para la recon
ciliación franco-germana. Otro ejemplo de este tipo de objetivos es
el de la ciudad de Berlín (Mansbach y Vasquez, 1981:245). Con
acierto se ha hecho notar que, después de la Segunda Guerra Mun-
101
dial, Berlín Oeste no representaba para Estados Unidos el valor se
guridad. Simplemente era el símbolo de la Alemania del Oeste. De
igual modo que Laos, carente de valor estratégico en sí mismo, era
un objetivo simbólico porque representaba el Sudeste Asiático. En
realidad puede pensarse que toda la «teoría del efecto dominó», que
postulaba que la pérdida de una pieza poco valiosa provocaría,
como en aquel juego, una caída sucesiva de objetivos más valiosos,
no fue sino una racionalización para justificar una política costosa
y de alto riesgo en procura de objetivos menores, que ocultaban,
por' ser simbólicos, otros de más envergadura a los que se atribuía
mayor valor.
En ciertas circunstancias7 los actores tienden a teñir los objeti
vos concretos agregándoles valoraciones que los convierten en sim
bólicos, porque les preocupa, más que obtener satisfacción a su va
lor mediante el logro del objetivo, provocar en su adversario una
pérdida. Tal pérdida es el verdadero objetivo concreto disimulado
detrás del simbólico. En un conflicto conyugal, el objetivo de la te
nencia de un menor es concreto mientras el debate se genere en el
deseo de cada una de las partes de que el menor viva y se eduque
con ella, porque así es considerado como lo más valioso para tal
proceso de educación. Pero, cuando en la relación de confrontación
personal prima, más que el cálculo del coste-beneficio de una parte,
el valor que ésta le otorgue a la pérdida que sufre la otra, se genera
un objetivo simbólico. A partir de allí las soluciones se dificultan. Si
hubiera dos hijos respecto de los cuales se debate la tenencia pode
mos pensar (si dejamos al margen por un momento la inconvenien
cia que desde muchos puntos de vista tiene la separación de los her
manos) en la solución de que uno viva con el padre y otro con la
madre. Esta solución se hace imposible de acordar cuando el obje
tivo es simbólico; el valor fundamental que se agregó al objetivo
concreto para transformarlo en simbólico, por ejemplo, el del estilo
moral de vida de los padres, no es susceptible de división como para
que ambos cónyuges acepten que cada uno de ellos es de «buena
vida» para convivir con uno de sus hijos y de «mala vida» para com
partir su hogar con el otro. Una vez que se ha afirmado que es in
moral que los hijos convivan con esa madre o ese padre, no puede
negociarse la división de las tenencias de los menores.
N o sólo en situaciones de excepción en los conflictos internacio
nales aparecen, como pudiera creerse, objetivos simbólicos. Se de-
102
leclan frecuentemente en los conflictos que a diario se producen en
de particulares. En una universidad es común que dos profesores
entren en conflicto por la adjudicación de determinada aula donde
dictar sus clases. Ambos alegarán que los valores que adjudican al
objetivo tienen que ver con la comodidad para los estudiantes que
brinda el mayor espacio y en la ventaja pedagógica del instrumen
tal tecnológico como computadoras o proyectores. Pero más a me
nudo de lo que nos gusta reconocer, la dificultad en resolver esos
conflictos, proviene del hecho de que ambos oponentes, o uno de
ellos, trata al objetivo dotado de los valores comodidad y eficiencia
tecnológica como una pantalla detrás de la cual se oculta su verda
dero objetivo. El aula de que se trata, es representativa de prestigio
académico. Ella es tradicionalmente asignada a los profesores ex
tranjeros invitados por su renombre. O en ella enseña siempre el
Decano, o el director de un departamento. A diario en las organiza
ciones gubernamentales o empresariales se advierten conflictos si
milares. En los más altos niveles, gerentes, directores o ministros
del Estado disputan un lugar de trabajo determinado, alegando que
se trata de un objetivo concreto, por ejemplo, porque el lugar tiene
una mejor luminosidad o un mejor amueblamiento. Pero detrás de
ese objetivo se disimula una disputa por el prestigio que, en ese en
torno, da el trabajar en un recinto en el que, como todos saben,
siempre ocupó el de mayores méritos o el más vinculado al órgano
superior.
Por último, llamamos objetivo trascendente a aquel en el que en
realidad puede decirse que el valor mismo está puesto como objeti
vo porque no se divisa que esté anexo a un objeto tangible ni divisi
ble. Si pretendemos cobrar o no pagar, o adquirir un bien o no en
tregarlo, u ocupar un territorio o no tolerar la intervención de otro
Estado en el nuestro, sosteniendo que lo que está en juego allí no es
ni el monto a cobrar, ni el bien a recibir, ni la significación del pro
blema concreto en que un Estado interviene, ni la importancia físi
ca, económica ni política del territorio a ocupar, sino un principio
cualquiera, muy difícilmente puedo llegar a una transacción.
«D ebo» cobrar la totalidad porque, que el otro retenga el pago, es
una inmoralidad que no puedo aceptar; «debo» ocupar el inmueble
porque la familia tiene la obligación moral de reconocer que he he
redado de mi padre el carácter de jefe del grupo familiar; «debo»
ocupar el territorio para que no avance en su expansión un sistema
103
político-social con el que no puedo transigir, llámese socialismo o
capitalismo. En ese aspecto, toda transacción supone perder parte
de algo que en su integridad ha sido declarado fundamental para
mí. No puedo aceptar ser «m enos» moralmente rígido en las tran
sacciones comerciales, ni «m enos» jefe de fam ilia ni «m enos» so
cialista ni «m enos» capitalista.
Cuando se detectan objetivos simbólicos o trascendentes, el con
flicto en que aparecen tiene una dimensión distinta que cuando los
objetivos en pugna son concretos. Las actitudes de las partes y su
disposición para coincidir en la creencia de que existen soluciones
que puedan satisfacer los valores de ambas cambian sustancialmen
te. Además, las dificultades de administración y resolución de esos
conflictos se multiplican. Veremos este problema con más detalle
más adelante.
Notas
1. Es frecuente encontrar citado, como definición prototípica del pensa
miento realista fundado en sus asunciones previas sobre cómo ha de ser la rea
lidad a describir, el siguiente pasaje de Osgood (1953, p. 9): «El realista, porque
es escéptico sobre la habilidad de las naciones de trascender su propio interés,
ve la lucha por el poder nacional como la característica distintiva de las rela
ciones internacionales. Tiende a visualizar los conflictos internacionales como
un inevitable «estado de cosas», emergente de los tenaces instintos patrióticos
del hombre y condicionado por influencias relativamente inmutables, como la
geografía y algunas urgencias primordiales, como la tendencia a dominar».
2. Trataremos estos temas en el cap. 13.
3. Aludimos a los síntomas del advenimiento de este cambio en la confe
rencia pronunciada el 17 de junio de 1986, al inaugurar el Seminario Perma
nente para el Análisis, Prevención y Resolución de Conflicto del Consejo Ar
gentino para las Relaciones internacionales. Editada por ese Instituto como su
Paper n.° 1.
4. El lector interesado en profundizar este tema, encontrará una buena re
ferencia a las tipologías entonces más desarrolladas y de sus críticas en Mans-
bach y Vasquez (1981, cap. 2) y sus citas de reenvío a otros pasajes de la misma
obra. Allí encontrará también tina temprana referencia a la clasificación que
exponemos en el texto. - ■* s ,
5. La Filosofía de la Cultura define los objetos culturales como integrados
por un sustrato y un sentido axiológico, consistente gn el agregado o atribución
de un valor al sustrato. Este agregado, obra dél hombre, es que transforma el
sustrato en un objeto cultural, distinto de aquel. En consecuencia, un mismo
sustrato puede constituir distinto objetos culturales, en la medida que se le ad-
104
binan ti ¡si in[t>s st'Ulitlos valoralivos. Así, un objeto natural como un trozo de
piedra, se transforma en pisapapeles cuando lo utilizamos pare evitar que el
vienlo desordene las hojas que están sobre nuestro escritorio. Pero pasa a ser
provecí il cuando tiramos el trozo de piedra contra una persona. Y deviene lue-
l’.o mojón, si lo usamos para marcar un extremo de la línea que separa dos frac
ciones de tierra. Esta referencia permite entender desde ya que un mismo ob-
jelo, que aparentemente resulta incompatible para dos actores aparentemente
en conflicto, tenga en realidad distintos valores para cada uno de ellos. En la
posibilidad de que así sea y en la frecuencia con que ello ocurre, se funda bue
na parte mi convicción de que los conflictos de objetivo único pueden ser tra
tados como si fueran de objetivo múltiple. O, metafóricamente como juegos de
suma variable. Me referiré extensamente a este problema en el cap. 6.
6. Véase «conflictos adórales», cap. 12.
j BIBLIOTECA
I U niversidad
I Em p r esar ial
SIGLO VEINTIUNO
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6/
107
Mut ilo aillos que sus conceptos, penetró en el espacio cultural don-
tic se sembraban las preocupaciones teoricéis sobre el conflicto y en
el que florecían o se agostaban cosechas intelectuales. En sorpren
dente coincidencia, en la década del sesenta, Thomas Schelling
(1960) y Anatol Rapoport (1960) fuertemente influenciados por
Morgenstern y Von Neumann (1944), publican las dos obras a la
que es común considerar pilares de las disciplinas de la negociación
racional.2Pero al mismo tiempo introducen las expresiones «juegos
de suma cero o constante» y «juegos de suma variable» al lenguaje
que era familiar a los estudiosos de los conflictos. En pocos años,
fue corriente hablar de conflictos puros de objetivo único o de suma
cero y distinguirlos de conflictos impuros, o de suma variable o
suma indeterminada. Sin que pueda precisarse cuándo, cómo o por
gracia de quién, los calificativos puros e impuros para referirse a
conflictos pasaron a ser sinónimos, en el discurso teórico, de los ca
lificativos suma cero y suma variable, que cuando se utilizan con
precisión, se refieren a juegos y no a conflictos.
Ahora bien, como en la terminología de la Teoría de Juegos, un
juego de suma cero es aquel en el que alguien gana todo lo que otro
pierde, la sola aplicación de ese nombre a los conflictos de objetivo
único, contribuyó imperceptible e involuntariamente a dotar de un
aval terminológico lleno de prestigio a la afirmación de que los con
flictos puros solo podían arrojar un ganador y un perdedor. Esta hi
pótesis, apenas tímidamente esbozada y no comprobada, que atri
buía esa condición a los conflictos de objetivo único, parece haber
adquirido así linaje teórico, al adoptar un nombre perteneciente a
la familia de las matemáticas que más respetaban los científicos de
lo social.
Sin embargo, en la década del setenta, no resultaba claro el sen
tido de la distinción entre conflictos puros e impuros. Aún si hubie
ra sido cierto que las soluciones que se podían obtener para cada
uno de ellos tenían las características expuestas, me parecía, cuan
do inicié mis investigaciones, que lo único que se estaba en realidad
afirmando era que los conflictos puros no podían tratarse como
aquellos de objetivos múltiples, por la dificultad de plantear inter
cambios que satisficieran a todas las partes, ya que ellos no ofrecí
an la multiplicidad de objetivos que aparentemente requería todo
intercambio. Tenía ya para ese entonces la convicción de que era
posible tratar a todos los conflictos con la misma actitud, en busca
108
dr soluciones salislaclorias para Lodos y que no era inevitable pro
ducir un ganador y un perdedor por el solo hecho de que hubiera un
objetivo único. Debí haber comprendido en aquel momento que lo
que ocurría era simplemente que la clasificación no tenía utilidad a
los Unes del estudio de los conflictos con miras a generar técnicas
idóneas para su resolución. Debí pues decir que no era útil llamar a
unos puros y a otros de impuros, y menos aún a unos de suma cero
v a otos de suma variable, por las connotaciones precisas que estas
expresiones tienen en la Teoría de Juegos. Pero ahora, cuando releo
los primeros papeles de trabajo que entregué a mis alumnos, veo
que en mi deseo de enfatizar y dar fuerza a mi idea afirmé que no
Iiay conflictos de suma cero. Pero lo que esa afirmación quería im-
plicar no era que no hay conflictos con un solo objetivo .¡(Lo que re
almente ocurre es que no hay relaciones que se agoten en un único
objetivo, igualmente valorado como incompatible por los actores en
pugna. Lo cierto es que la pareja conceptual «suma cero-suma va
riable» no es aplicable al conflicto. Y que sí existen conflictos de ob
jetivo único. Pero no hay, sino en alguna abstracción, relaciones so
ciales de puro conflicto,3relaciones de un solo objetivo incompatible
sin algún área de coincidencias o de intereses comunes. Si todo
conflicto es pensado dentro de una relación social, se ve clara la dis
torsión que resulta de afirmar que hay relaciones sociales de suma
cero (o puras) en las que un miembro necesariamente pierde lo que
el otro gana. Y tal distorsión sólo proviene del empleo inapropiado
de expresiones técnicas, tomadas de otro lenguaje en el que su rol es
denotar otros objetos.4 Cuando todas estas obscuridades semánti
cas y comunicacionales se aclaran, podemos describir con preci
sión las relaciones de conflicto y buscar en otras vertientes las dife
rencias que sea preciso tener en cuenta para tratar relaciones
sociales que se diferencian entre sí por el distinto grado que exhiben
de incompatibilidad o compatibilidad entre los objetivos de sus
miembros.
Si aclaramos las características que dieron lugar a la clasifica
ción, terminaremos por descubrir que hoy la afirmación de que
ciertos conflictos sólo tienen solución ganador-perdedor, es casi
una ideología.5 Afirmar que un conflicto es puro o de suma cero
sólo significa que uno de los actores no comparte con su adversario
la creencia de que existen otras soluciones que beneficien a ambos.
Buscar cooperativa y creativamente, supone una actitud o, si se
109
quiere, un oslado de ánimo. Digamos mejor, una mentalidad. Por
oso oroo que si bien no cabe hablar con propiedad do objetivos de
suma cero, es muy apropiada la afirmación -metafórica, por cierto-
do que hay mentalidades de suma cero. Los actores o sus operadores
son los que impregnan a una contienda de su carácter de «no nego
ciable», de su supuesta necesidad de generar un ganador y un perde
dor, de lo exótico que fluye de su aureola de «juego de suma cero».6
No es impensable que la incompatibilidad de metas en que el
conflicto consiste exista entre partes que sólo mantengan esas rela
ciones conflictivas y ninguna otra de cooperación. Pero en la reali
dad, las incompatibilidades están insertas en una relación, que, sólo
por ser tal, las excede. Porque es común que los actores de tales re
laciones conflictivas estén vinculados entre ellos por intereses co
munes y complementarios que generan coincidencias, cooperación
o intercambios de otra naturaleza. Debemos preguntar también
cuando las partes tienen una sola relación de conflicto sobre una
meta única e incompatible, si ambas esperan de ese objetivo la sa
tisfacción de valores absolutamente idénticos. Ello sólo parece ocu
rrir cuando no se investiga con suficiente profundidad esos tres da
tos: valores, intereses y objetivos.
Cuando la administración de un conflicto ha producido suficien
te inteligencia y dispone de la información que ella provee, se des
cubre que en la mayor parte de los casos los actores tienen varios
objetivos en disputa y algunos objetivos coincidentes o comunes. O,
aun tratándose de objetivos únicos de disputa, tienen coincidencia
sobre el marco en el que se produce la incompatibilidad. Piénsese
en los conflictos regionales, en que diversos países coinciden en los
fines de sus acuerdos asociativos y proponen, para obtener esos fi
nes comunes, medios incompatibles con los de sus oponentes,
como ocurrió en la década de los noventa con la moneda común en
la Comunidad Económica Europea. A su vez los socios que se agru
pan dentro de un Estado para obtener beneficios con una actividad
productiva, tienen en común ese objetivo, capaz de generar coope
ración para alcanzarlo y pueden disentir y conflictuar -lo hacen a
menudo- porque unos creen que es mejor procurar las ganancias
con la agricultura y otros con la explotación industrial. Hay conflic
tos conyugales por la pretensión de cada uno de los miembros de la
pareja matrimonial de enviar a sus hijos a establecimientos distin
tos e incompatibles, con diferentes programas y con o sin el apren-
110
di/,aje de este y no aquel idioma. Y esos conlliclos versan sobre ob-
¡elivos-medios que inlegran una cadena de sub-medios y sub-fines,
cuyo último fin, la buena educación del niño, es una meta de coin
cidencia e interés común, sobre la cual ambos conflictuantes depo-
sitan igual cantidad del mismo valor. Pero, además, ¿porqué habrí
an de pensarse como juegos de suma cero los conflictos, pacíficos o
violentos, entre grupos de población o partidos políticos que coin
ciden en el objetivo de hacer crecer su país y están en conflicto so
bre los medios para obtener ese fin?7
La respuesta a este tipo de preguntas bien puede estar en la re
flexión sobre la relación que hay en una cadena teleológica entre los
medios y los fines. Entre el objetivo final y quien lo procura hay una
sucesión de medios que actúan como fines intermedios, de modo
tal que el primer objetivo a obtener es un medio para el siguiente y
así sucesivamente. Y ello ocurre así por sencillos que sean los fines
últimos declarados por los actores, desde que, en todo caso, es po
sible expandir el conflicto incorporando valores de cada actor que
estén, en su escala de preferencias, por encima de aquellos que sus
tentan el objetivo simple que aparece como final. El crecimiento
puede obtenerse, para unos, con programas de economía abierta y
para otros, con una fuerte protección. Pero además, si coincidieran
en estos temas y disolvieran sus incompatibilidades, podrían tener
conflictos entre quienes creen que no es posible el desarrollo eco
nómico sin el fortalecimiento de la sociedad civil y sin la formación
de capital social y los que creen que estos objetivos no son interme
dios y deben postergarse (Fukuyama, 1995). El NAFTA (North Ame
rica Free Trade Agreement) ha generado un debate sobre este tema.8
i En la realidad es muy difícil encontrar una relación de conflicto
I que se dé aislada de toda otra relación entre las mismas partes. Ello
se evidencia por el sólo hecho de la existencia de un contexto social
dentro del cual las partes conviven. Normalmente ellas integran
algún grupo social más o menos extenso -fam ilia, sociedad o aso
ciación de cualquier tip o- o, por lo menos, la comunidad a que
pertenecen. En consecuencia, es muy probable que tengan otras re
laciones dentro de cada uno de esos grupos, o al menos que tengan
intereses coincidentes vinculados por ejemplo a la repercusión que
el conflicto produce en el contexto social de que se trate. El presti
gio de cada uno de los actores dentro de su grupo no le es indife
rente a ninguno de ellos, y puede constituir un interés amplio o di
111
lu so en el que a m bos d e b ie ra n , en Ja m a y o r pai te de los o is d s , eoin-
eid ir.
Un teórico acreedor pued 10 tener ningún conocimiento ni re
lación con su teórico deudor, si se exceptúa la relación de crédito en
sí misma. Pero ello ocurre en situaciones ideales que sólo pueden
pensarse como supuestas. En efecto, si pensamos por ejemplo en el
cliente habitual de una empresa, el conflicto que puede mantener
respecto del pago de una determinada deuda se entrelaza con otras
relaciones de cooperación en la que tanto el acreedor como el deu
dor tienen intereses coincidentes. El acreedor deseará seguir ven
diendo, en principio, a su cliente y éste tiene, a su vez, interés en se
guir siendo aprovisionado. Por otra parte, al vendedor le interesa la
imagen que el conjunto de sus clientes pueda tener respecto de su
tolerancia o intolerancia con su clientela, en supuesto de dificulta
des económicas para atender el pago de sus obligaciones. En las re
laciones internacionales resulta patente que aun en los momentos
más tensos, y en los más violentos de una relación conflictiva -la
guerra por ejem plo- ambos bandos tienen intereses en común, cua
les son la protección de la vida y los bienes de los respectivos súbdi
tos que se domicilien en el Estado enemigo o ciertas relaciones de
intercambio comercial que pueden mantenerse y generalmente
coinciden en el objetivo de preservar su imagen ante la comunidad
internacional y en la necesidad de evitar el aislamiento. De allí que
pueda afirmarse que, salvo situaciones que pueden considerarse
verdaderas abstracciones, los participantes en una disputa mantie
nen entre sí relaciones coexistentes de carácter conflictivo y no con
flictivo.9
Como es obvio, mientras el conflicto de suma variable o de obje
tivos mezclados ofrece una rica gama de posibilidades de solución
a través de los diversos métodos que denominamos de «resolución»,
el conflicto de suma cero supone de hecho su terminación por lo
que llamaremos, en términos simples, la victoria de una parte, y la
derrota de la otra.10
Pero puesto que hemos sugerido que la existencia de conflictos
estrictamente de objetivo único -dentro del ámbito de las relaciones
sociales internacionales y aún en la mayor parte de los conflictos in
terpersonales- es casi una abstracción, es importante anotar que,
en realidad, todo aparente conflicto de ese tipo se puede tratar
como un conflicto de suma variable. Ello puede obtenerse por dife
112
rentes caminos. De los dos más fáciles de aplicar, uno consiste en
extender el conflicto proponiéndose, respecto del mismo adversa
rio, otras metas distintas. Las otras metas a que hago referencia
pueden ser también de carácter cooperativo. Al actor que me plan
tea un conflicto al procurar un objetivo único e incompatible con el
mío, le propongo cooperar con él, en algo que para él resulte valio
so. Adquiero así la posibilidad de seleccionar lo que ofrezco, des
prendiéndome de lo que para mí tenga menos valor y que para mi
oponente signifique, por el contrario, un valor mayor. La misma se
lección es posible cuando al objetivo único de conflicto se le agre
gan otros, también incompatibles, porque ello posibilita a cada par
te ceder el menos valioso para ella en canje con el más valioso para
la otra. Como se advierte, este proceso de extensión del conflicto lo
transforma y permite procurar soluciones en las que, por medio de
intercambio, cada parte gane en la escala de sus valores sin que nin
guna de ellas resulte estrictamente la ganadora o perdedora.11
El segundo método consiste en dividir el objetivo, cuando ello es
posible. En el simple ejemplo del cobro de una deuda, si uno divide
el objetivo, separando lo relativo a la oportunidad del pago, de las
garantías de que dispone el acreedor para asegurarse el cobro, de la
tasa de intereses y de la moneda de pago o bases de ajuste moneta
rio, la solución se torna más fácil. En general, un acreedor no de
masiado apremiado por sus propias necesidades de dinero, preferi
ría cambiar un crédito discutido y de difícil cobro, que tiene que
ejecutar judicialmente, con costos y demoras adicionales, por otro
que todavía no sea exigible, pero que tenga, por ejemplo, títulos eje
cutivos, garantías reales o seguridades de estabilidad monetaria.
Ello sobre todo si además se le ofrece un incremento del quantum
de los intereses. «D ividido» así el objetivo «cobrar ahora» la necesi
dad del acreedor de ganar frente a su deudor perdedor se disuelve.
Hay ahora cuatro rubros para intercambiar. El deudor estará feliz
obteniendo un plazo que le permita pagar. Y el acreedor, que en ge
neral vuelve a prestar el monto de lo que sus deudores le pagan, ha
brá satisfecho sus valores: más rentabilidad, más garantías y segu
ridades de estabilidad monetaria o cobro en otra moneda, que el
deudor no tendrá inconveniente en conceder, si obtiene la prórroga
que necesita y que para él vale más que el riesgo cambiario.12
Después de la guerra de las Malvinas, desarrollamos en la déca
da del ochenta análisis de ese conflicto, en varias áreas teóricas dis-
113
linlas: las características del conflicto en cuanto al numero de ob
jetivos -puro o im puro- el carácter simbólico del objetivo «sobe
ranía» así nombrado y la posibilidad de dividir el objetivo «sobera
nía».
Podemos resumir, pues, afirmando que la pureza de un conflicto
depende del conjunto total de las relaciones entre las partes y de la
posibilidad que haya de dividir las cuestiones en conflicto en ele
mentos más pequeños.
Aquí hay que tener presente que, cuando se analiza una relación
en búsqueda de la totalidad de temas de conflicto o de temas en co
mún entre las partes, el análisis puede y debe hacerse también con
relación al tiempo. En determinadas relaciones, puede detectarse
que a las partes o a alguna de ellas les interesarán en el futuro cier
tos objetivos. Es ejemplo típico de esta situación el conflicto entre
miembros de una familia que están interesados en mantener cierto
nivel de buenas relaciones en el futuro o que saben que, a raíz del
vínculo de parentesco, tendrán intereses comunes más adelante,
como puede ser el estado de salud de los padres, por sólo mencio
nar un tema obvio, o la administración de un patrimonio en el que
los contendientes sucederán a sus progenitores. Lo mismo ocurre
en cualquier grupo con interacción continuada, como una socie
dad, un cuerpo colectivo de cualquier índole y desde luego, entre los
Estados en general y particularmente los grupos regionales. Los ac
tores -o sus operadores- cuando actúan con mentalidad de suma
cero se basan en el cálculo coste-beneficio. Cuando por esa menta
lidad o por otras razones, tratan el conflicto como actoral y no ob-
jetal pugnan entre los resultados de ese cálculo y los del affectio que
los lleva a pensar más en el costo o la pérdida del otro que en la ga
nancia propia. La investigación sobre los intereses y valores de las
partes en el futuro de sus acciones acude al cálculo de interdepen
dencia. Tal como lo han tratado algunos autores que se ocupan del
conflicto internacional, este cálculo establece una especie de pensa
miento triádico que calcula también las implicancias presentes o
futuras del actor con relación a terceros. Por mi parte, algunos aná
lisis referentes a relaciones futuras entre los mismos actores consti
tuyen también un cálculo de interdependencia. Que bien puede pa
recerse a un cálculo de coste-beneficio proyectado al futuro de la
relación entre los mismos actores.
114
Notas
1. Objetivos variados, mixtos o mezclados, según la terminología utilizada
por diferentes autores.
2. También destacan las obras de: Nash (1950 y 1953); Duncan y Raiffa
(1957); Bishop (1964, pp. 559-602); Brams (1975); Kaplan (1968, pp. 483-518);
Ivuhn (1962, pp. 1-76). (Todo el número dedicado a la teoría de juegos y nego
ciación generalizada para los conflictos internacionales. Contiene artículos de
Kuhn, Dean Pruitt, Fred Iklé, Nathan Leites, John Harsanyi y Arnold Zellner);
Lieberman (1968).
3. En cambio, hay juegos de puro conflicto que constituyen un género del
cual los juegos de suma cero son sólo una especie.
4. Si se presta atención se advertirá muy frecuentemente el uso de las ex
presiones a que aludo en el texto, con variado sentido metafórico, en el lengua
je político y periodístico. Tal incorporación sólo data de algo más de una déca
da y tal vez ayude a comprender la atracción que esas fórmulas producen en
quienes, por su tarea creativa, están siempre sedientos de encontrar nuevas ter
minologías que denoten la novedad de lo que ofrece. Esta inquietud alcanza es
pecialmente a los cultores de cualquier ciencia nueva que, como tal, carece de
nomenclatura específica.
5. Freund (1983) escribe: «un conflicto no es jamás un acto aislado (el tex
to en cursiva es una cita que el autor francés hace de Clausewitz), salvo en la
abstracción teórica del conflicto puro o absoluto», p. 195. Nicholson (1998)
afirma a su vez: «El juego de suma cero es el caso de puro conflicto donde los
intereses son totalmente opuestos. Esa pureza, o mejor esa siniestra pureza, es
una rareza en la vida social, pero es útil como una base con la cual los concep
tos sobre el conflicto pueden ser comparados», p. 89.
6. La mentalidad de suma cero es una actitud que apunta siempre a una
solución en que una de las partes gana y la otra pierde. No es en el fondo men
talidad ganadora, sino una mentalidad poco proclive a la concertación, cuyas
consecuencias pueden transformar a quien la exhibe, en parte perdedora. Uno
puede reconocer entre operadores de conflicto con los cuales ha tratado mu
chas veces, con motivo de distintas disputas entre actores diferentes, aquellos
con los cuales pueden buscarse soluciones en que todas las partes ganen y dis
tinguirlos de los que seguirán la contienda hasta que finalmente puedan afir
mar que su cliente ganó o perdió. La mentalidad suma cero en las relaciones
entre Estados lleva necesariamente a la intensificación del conflicto y, a menu
do, a la etapa bélica. Esta a su vez es de muy difícil resolución cuando la «vic
toria» en sentido tradicional, se convierte en el único resultado aceptable por
cada uno de los adversarios. En el conflicto interpersonal o intraestatal entre
grupos sociales, la mentalidad de suma cero condiciona igualmente un au
mento de la intensidad conflictiva, lo que llamaremos, a su tiempo, una escala
da.
Es básico, al comenzar a analizar un conflicto, requerir la mayor informa
ción posible sobre la totalidad de las relaciones entre las partes, e intensificar
el análisis de los intereses que cada una de ellas puede tener, incompatibles o
115
en común con la o lla, en áreas que parecieran totalmente aleñas a la cuestión
en conflicto, tillo le perm itirá extraer la posibilidad de ensanchar el conflicto,
aplegando otros temas, es decir, formulando otros reclamos adicionales o in-
lenlar dividir el objetivo de modo que existan posibilidades de intercambio en-
Ire metas diversas.
7. En la realidad, buena parte de los casos en que estos conflictos se pien
san así, se trata del producto de liderazgos de mentalidad de suma cero.
8. Sobre este tema, véase los artículos de Morales, Rích y Robey en The
Aunáis o f the American Academy o f Political and Social Science (1999).
9. En algunos Estados, el sistema judicial moderno pone a disposición de
las partes la posibilidad de presentarse juntas ante el juez, para obtener que
éste resuelva su conflicto. Este procedimiento les proporciona economías de
tiempo y dinero. Es común pues que dos actores de un conflicto que sus abo
gados tratan como si fuera un juego de suma cero, pueden encontrar, en la mis
ma tensa relación adversarial objetivos coincidentes que los motive a cooperar
para evitar el procedimiento tradicional en que uno demanda al otro y este con
testa o contra demanda, además, en ciertos casos.
10. Esto con reserva de que los conceptos tradicionales de victoria y de
rrota serán oportunamente objeto de un análisis que los mostrarán mucho me
nos absolutos de lo que parecen ser, tanto en el lenguaje común como en la doc-
trina tradicional.
11. No se trata aquí de repartir valores arrojando un resultado en que cada
parte gana algo y pierde algo. La técnica consiste en agregar metas que no tie
nen el mismo valor para ambas partes o que valen sólo para una de ellas. De tal
modo, en el intercambio, ambas partes ganan en la medida de sus propios va
lores.
12. Se me ha preguntado a menudo cómo se divide un objeto físicamente
indivisible que es soporte de valor y constituye un objetivo de conflicto. La res
puesta tiene que ver con el sentido metafórico en que empleo la palabra dividir.
Tratar de dividir el objetivo supone investigar los valores de cada parte que lo
convierte en tal objetivo y las percepciones de los actores, que lo ven como in
compatible con el de su oponente. Es habitual en las Universidades la existen
cia de conflictos por elementos de laboratorio o de informática que son escasos
y deben cubrir los requerimientos de varios investigadores. Si se profundiza el
análisis, es fácil detectar qué diferencias hay entre las necesidades que cada
conflictuante desea satisfacer. Suelen ser de horario de uso, más que ninguna
otra. Ya advierte el lector cuán simple será la resolución del conflicto, dividien
do el objetivo en cuanto al tiempo u oportunidad de uso, aunque el sustrato
material del valor no sea físicamente susceptible de división. Algo parecido
ocurre con las estrategias para «desmontar» objetivos simbólicos, que ya he
mos analizado, y que aparecen cuando el mismo sustrato tiene adherido dos
valores diferentes para el mismo actor, uno de ellos oculto y el otro aparente.
Lo que allí hace el analista es, de alguna manera, dividir el objetivo separando
el sustrato común a los dos valores e identificando cada uno de éstos.
116
7
117
gados le dicen a los deudores que no pueden o no quieren pagar una
deuda, que el hecho de haber librado un cheque sin Ibndos da a los
acreedores un arma más potente, porque incluye la posibilidad de
una condena penal. Sin embargo, no se encuentran definiciones
claras sobre cuál sea la nota esencial que permite equiparar el po
der con que se imparte una orden paterna con una invasión aérea,
con una huelga de trabajadores o con una intimación formal que al
guien que se titula acreedor dirige a quien él considera su deudor.
¿Cuál es la explicación de que podamos afirmar con el mismo sen-
I ¡do, que una terminal de automóviles tiene más poder (económico)
que un comprador individual y, al mismo tiempo, que la marina de
guerra de un país tiene más poder (bélico marítimo) que la de otro
país?
Tan pronto como uno intenta precisar la literatura sobre la que
cree necesario trabajar, descubre que es casi infinita en dos dimen
siones. Por un lado, el número de lenguajes o discursos en que apa
rece la expresión «poder», aun si se excluye los usos figurados o cla
ramente extensivos que de ella se hace, por ejemplo, en la poesía. Y,
por el otro lado, el número de predicaciones totalmente distintas
con que se adjetiva el sustantivo poder, para limitarlo o especificar
lo de alguna manera. Tanto el discurso de los historiadores como el
de los politólogos, pero también el de los políticos, y el de los mili
tares de las distintas ramas de la actividad bélica -terrestre, maríti
ma, aérea y nuclear, para no hablar de guerra biológica o química-
se adueñan legítimamente de la expresión «poder». Lo mismo ocu
rre con muy diversos textos de las ciencias sociales.
Pero también en las ciencias naturales el término poder ha teni
do sus diferentes usos. Se habla del poder de los elementos de la na
turaleza que se ejerce sobre cosas y hombres. El término aparece
utilizado a veces de forma tal -com o cuando se hace referencia al
poder de los animales- que aumenta nuestra aflicción en la bús
queda de un concepto universal claro y unívoco. En ocasiones, sólo
se está haciendo referencia a algo como la capacidad de mover ob
jetos: el poder de tracción de una yunta de bueyes, por ejemplo. O
la medida de la capacidad motriz dinámica de un motor, cuya uni
dad se menciona con una sigla convencional universal y formal u
oficialmente aceptada: «H P». Teóricos, legos, periodistas y diletan
tes son bien entendidos cuando usan la expresión H P en tanto que
la abreviatura globalmente utilizada de «horse power», que en in-
118
liles significa justamente el «poder» de un caballo. Y aunque en es
pañol creernos haber aclarado el significado hablando de «caballo de
fuerza», esto no es más que una ilusión que se pone de manifiesto tan
pronto como nuestra investigación nos lleva a descubrir que existe
algo así como un «vocabulario» del poder, en el cual, «fuerza» no es
su sinónimo, sino una subespecie del género «poder». Veamos más
de cerca este problema que no es, por cierto, meramente semántico.
Advierto que existe realmente un vocabulario del poder. Junto al
término «poder», aparecen expresiones que no son simples adjetiva
ciones, como poder «militar», poder «político», poder «económico» o
poder «legítimo», «abusivo», «tiránico», «democrático», «humano»,
«masculino», «femenino» o «divino» y así casi interminablemente. En
efecto, uno tendería a creer, ingenuamente, que para los teóricos del
poder todas estas son sub especies de un género unívoco llamado «po
der»; y que cada una es el resultado de varias clasificaciones de ese
género obtenidas con distintos criterios clasificatorios. Sin embar
go, esto no es así. En el análisis de la vasta y diversificada literatura
aludida, otros términos ostentan la vocación de ser las verdaderas
clases inferiores del género «poder». «Influencia» es seguramente la
que conviene citar en primer lugar, como se verá después. Pero hay
otras, como: «fuerza», «coerción», «autoridad» o «manipulación»
que muchos autores, incluyendo algunos de los más modernos en
rolados en la problemática de la «rational choice»,1enumeran como
si se tratara de la nomenclatura de una tipología propia del poder.
Con razón, Steven Lukes (1974:17), a menudo citado como un clási
co de la literatura sobre este tema, afirma, refiriéndose a ciertos au
tores que:
119
El lector podría pensar que las cosas no están tan oscuras. Si se
corrige un poco la terminología de estos autores Lodo parece sim
plificarse. El propio Lukes (1974:17) lo postula diciendo, con refe
rencia a esa aparente contradicción:
120
mui teoría abarcadura (omnicomprensiva). Por eso uno puede sen
tir alguna simpatía con la actitud, de algún modo negativa de Riker.
Habiendo descubierto que mucho del pensamiento sobre poder e
influencia parece sufrir de las mismas confusiones conceptuales
que saturan las discusiones sobre el concepto de causalidad, se pre
gunta si no debiéramos abolir juntos ambos conceptos (Barry,
1976:34).
También en el contexto de la discusión sobre el significado de la
expresión «poder», el propio Lukes (1974:9) sostiene que su concep
to sobre el poder es empíricamente aplicable, aunque lo reconoce
como «evaluativa y esencialmente discutible». La expresión emple
ada no tiene en este autor un uso casual o casualmente coincidente
con la categoría de conceptos que lleva el mismo nombre. En cita de
Gallie, Lukes (p. 9) reconoce referirse expresamente al sentido es
pecífico con que los especialistas se refieren a aquellos conceptos
cuya aplicación es un motivo inherente de disputa.
Es probable que a esta altura el lector se haya detenido a anali
zar en su memoria textos diversos donde se utiliza la expresión
«p o d e r». Si hace repetir el intento por otras personas y luego com
para los resultados, advertirá, que, por lo general, han elegido dis
tintos pasajes de literatura dispares. Pero el grado de confusión y
complejidad será muy semejante. Hemos leído sobre el «poder ca
lórico» y sobre el «poder de tracción de un animal» o sobre «el po
der (fuerza a veces) de atracción que tiene la tierra o un imán so
bre ciertos objetos físico-naturales en determinadas condiciones».
Pero también se nos refiere el «poder que ejerce el líder» sobre las
masas, y el que tiene el «jefe sobre su subordinado», o «el padre so
bre su hijo».
Supongamos ahora que pedimos a un teórico que describa lo
que tienen de común todos estos poderes, que a veces pertenecen a
cosas o animales y otras a seres humanos. Y que en algunas opor
tunidades se ejercen por cosas sobre cosas, y en otras por cosas so
bre hombres, como el «poder antiinflamatorio de la cortisona» o el
«poder somnífero de una determinada droga», o el «poder anestési
co» de otra. Mientras que en ciertas ocasiones se afirma que «los
hombres tienen poder sobre cosas» (así se dice del propietario so
bre su tierra o del monarca sobre su territorio). Apremiado, nuestro
teórico creerá que puede descubrir la esencia común que involucra
todas estas situaciones en un concepto genérico unificador. De he-
121
flio, así lia sucedido. En el Dizionario di Política de Norberto Bob
ino y Nicola Matteucci (1981:1217) se puede leer el siguiente texto,
sobre el vocablo poder, firmado por Mario Sttopino:
122
lógicas. Bien es cierto que en la literatura sobre el poder social y el
poder político, la idea de que A tiene poder sobre B cuando puede
modificar las alternativas entre las que B tiene que decidir o elegir,
resulta tentadora a muchos. Pero pronto, cuando preguntan sobre
la influencia, ésta resulta ser la capacidad de A para obtener que B
elija entre sus alternativas, la que A prefiere. Pero ocurre que la
«persuasión», que supone provocar la elección deseada sin alterar
las alternativas del decisor, es vista en general por muchos autores
como una forma indiscutida de poder. Y, por lo tanto, tampoco en
cuentro en esas concepciones la solución para el concepto universal
de poder que pueda utilizarse en el análisis de cualquier clase de
conflictos. Es decir del concepto del género poder que convenga al
estudio del género conflicto.
124
descuento beneficia a B y es una oferta de premio. Porque si B la
acepta, su situación será mejor que la que tenía cuando recibió la
información de que no se le vendería al precio acostumbrado. Aun
que es claro que, mirada esta oferta con relación al estado anterior
de B, cuando A vendía al precio acostumbrado, su situación es tran
sitoriamente peor.7
Si se trasladan estos tres conceptos al terreno de la administra
ción de conflictos pensados como problemas que requieren solucio
nes, se advertirá la riqueza de las posibilidades que ofrece su ade
cuado manejo. La expresión throffers que los autores que menciono
utilizan resulta de unir la primera parte de la palabra threat (ame
naza), con la última sílaba de la offer (oferta). Se me ocurre que en
español podemos con la misma contracción, crear los términos am-
fer o amofer que bien podríamos tomarnos la libertad de utilizar con
similar practicidad. Y aún si partimos de los productos de la ame
naza y la oferta, es decir, de sanción y premio, que son los concep
tos que en nuestro idioma utilizamos habitualmente, podemos crear
expresiones igualmente utilizables, aunque algunas menos gratas al
oído, tales como sanmio, sanio, sanpre o presan. Todos estos voca
blos brindarían una nomenclatura específica para la combinación
de amenaza y oferta o para la propuesta de cambio que involucra
sanción y premio.
En resumen, la definición de poder que he de proponer como
idónea para una Teoría del Género Conflicto requiere de estas dis
tinciones y trata de dar cuenta de ellas.
Es ahora tiempo de que la Teoría de Conflictos defina el concep
to de poder que conviene a su vocación de ser una teoría del género
conflicto o del conflicto en general.
Entenderé por poder de los actores en el conflicto «al conjunto
de recursos de cualquier índole de que dispone cada actor, o cree
disponer, para procurar su objetivo».
Es claro que al hacer referencia a recursos disponibles, me en
cuentro más cerca de la concepción del poder como una capacidad
y no como la ejecución de esa capacidad, a que ya he aludido.
Debe destacarse igualmente que las amenazas, las ofertas, las
propuestas combinadas que contienen amenazas y ofertas (throf
fers), la influencia en cualquiera de sus acepciones, la persuasión,
la posibilidad de una alianza con terceros el poder de convicción, la
autoridad moral o el prestigio frente al adversario, integran el con
125
junio de recursos a los que, por ahora, seguiremos llamando el po
der de los actores.
Por simple que resulte, frente a las bibliotecas ya escritas sobre
el tema, este, y sólo este, es el concepto de «poder» que puede apli
carse al análisis de cualquier conflicto. La lista de recursos variará.
Cada clase de conflictos requerirá expertos en el análisis y manejo
de ciertos recursos. Militares para el estudio y utilización de los re
cursos bélicos propios del conflicto armado entre Estados. Aboga
dos para los recursos jurídicos específicos, como las demandas,
querellas o embargos, cuando se trate de los conflictos asumidos
por el Derecho. Sociólogos, psicólogos y psico-sociólogos para el
conflicto político que se resuelve en las democracias por el voto.
Pero ha de tenerse en cuenta que los recursos específicos, cañones,
encuestas de opinión y campañas proselitistas o acciones judiciales,
en esos tres ejemplos, son sólo parte de los múltiples recursos que
cada actor puede tener disponibles, de los cuales el párrafo anterior
sólo contiene una enumeración ejemplificativa. Seguramente, uno
de los beneficios del adecuado uso de la información en la adminis
tración de conflictos, facilitará la creatividad de quienes tienen, en
cada conflicto, y el cálculo responsable del poder propio y el del ad
versario.
Llegado aquí, el lector se preguntará: ¿por qué no prescindir de
la palabra «poder», y utilizar en su reemplazo otra que sirva a los fi
nes operativos y teóricos ya indicados? ¿Y por qué no definir ese
concepto así aclarado y rebautizado? Creo tener elegida la expre
sión adecuada y desde luego, poder ofrecer además una explicita-
ción de su significado, que no implique los problemas, confusiones
y complejidades que nos ha mostrado el concepto de «poder». El vo
cablo adecuado, es la expresión «recursos». Pero ¿puedo realmente
utilizarla? La cuestión es la de saber si es posible irrumpir en el len
guaje del conflicto, o mejor, en los diversos lenguajes que se ocupan
del conflicto con una nueva expresión y derogar así, en forma auto
mática los hábitos de uso vigentes. La respuesta es negativa. Como
bien lo señalara Wittgenstein -el autor tan influenciado por Russell
y Frege y que tanto influyó a su vez en los filósofos del lenguaje- en
sus Investigaciones filosóficas, cada palabra desempeña un rol dis
tinto en cada «juego de lenguaje». De modo tal que una misma pa
labra tiene distintos significados en distintos lenguajes. Como un
jugador de fútbol puede jugar como defensa izquierdo en un parti-
126
(lo y como delantero derecho en otro. Ahora bien, cada juego de len
guaje es el producto de reiterados usos de una expresión con un
sentido determinado, que crea el hábito de utilizarla e interpretarla
con ese sentido. Cambiar un hábito, bueno o malo, conveniente o
pernicioso, es un proceso de tiempo y de autoridad, en sentido lato,
del que propone el cambio. No veo cómo podría hoy el autor supri
mir el uso de la expresión en debate, que lleva incita su capacidad
de confundir y generar discusiones, por otra que, por ser nueva
para ese uso, no ofrecería igual dificultad.
He de resignarme pues a hablar del poder de los actores en el
conflicto. Pero precisando claramente que lo utilizo como una ex
presión que menciona los recursos con el sentido que les da la defi
nición que vengo de ensayar y explicitar.
Algunas precisiones finales parecen indispensables para el trata
miento del tema del poder o de los recursos.
127
ber, en cada conflicto, para cada uno de los actores, cuales son sus
recursos, o cual es su poder, en comparación con el poder del otro,
es decir, con relación a éste. De modo tal que lo que en cada caso se
analiza es lo que llamaremos el poder «remanente» o «relativo». Si
se piensa en el poder militar, por ejemplo, cuantificado en número
y calidad de armas, se advierte que no es lo mismo analizar qué po
der tiene una de las superpotencias frente a un pequeño país sub
desarrollado, que tratar de definir cual es su poder frente a otra su-
perpotencia. Si dijéramos que el actor A tiene un poder 10 y el actor
B un poder 8, el análisis daría como resultado un poder 2 a favor del
actor A. Lo mismo ocurre cuando los abogados listan las acciones
judiciales que puede intentar un actor frente al otro. Deben necesa
riamente inventariar también los recursos de que dispone el adver
sario. No hacerlo imposibilita todo análisis estratégico de la con
ducta a seguir y toda previsión de la dinámica del conflicto, en la
que el control de la intensidad es uno de los principales desafíos que
enfrentan los conductores de cualquier de conflicto. La sorpresa ha
sido, desde siempre, uno de los recursos estratégicos tratados por
los autores de esa disciplina. Pero las sorpresas que esperan a quie
nes no hayan efectuado un cálculo de recursos que tome en cuenta
los del adversario serán simplemente el fruto del error y la imprevi
sión.
128
los iiilccpei soiuiles, dónele no basla «poder» realizar una conducta
sino que hace lalta también la decisión de utilizarla. Tanto en el sen-
I ido material relativo a la disposición y utilización de recursos,
como en el sentido anímico relativo a la voluntad de utilizarlos, el
cálculo del poder se vincula fundamentalmente con el costo del
mismo. Todo recurso y su utilización generan un costo, que no ne
cesariamente es económico. A su vez, el oponente tiene costos que
deben ser evaluados por su adversario. Puede ocurrir que un actor
lenga mucho poder y demasiado costo para utilizarlo. El ejercicio
del poder paterno se tom a en muchas ocasiones intolerable para los
padres a la hora de aplicar al menor un castigo severo preanuncia
do. Inversamente, la lucha por la independencia nacional permite a
países con poco poder material, disponer de la voluntad necesaria
para pagar altos costos en sacrificios de toda índole, por la distinta
valoración del objetivo. Las luchas anticolonialistas posteriores a la
Segunda Guerra Mundial y entre ellas, tal vez en conflicto entre
Francia y Argelia como ejemplo paradigmático, muestran la relati
vidad del poder de una gran potencia, frente a la decisión de una pe
queña colonia de soportar altos costos.
129
está dirigido a millares o millones de personas, eomo el poder de un
líder o de un gobernante.
La esfera, referida a una escala de valores, permite asimismo
una comparación de poderes mayores con poderes menores. El po
der (autoridad) de un científico o un profesional, que se funda en el
convencimiento de quien lo acata de su capacidad para fundamen
tar racionalmente su mandato es para el autor citado, menor que el
que concierne a la vida o la muerte. Como ocurre en ciertas situa
ciones con el poder político.
Una cuarta dimensión, atiende al grado de modificación de la
conducta de B que el poder de A produce. Dos entidades, poi*ejem
plo dos sindicatos, o una asociación intermedia y la Iglesia Católi
ca, pueden influir sobre las decisiones del gobierno en materia de
educación, por ejemplo. Pero puede discernirse que una de ellas in
fluye más que la otra.
La quinta dimensión propuesta toma en cuenta el grado en que
el poder de A restringe las alternativas de B.
Existen otros desarrollos relativos a la medición del poder que,
sin embargo exceden, a criterio del autor, los límites que señalan los
objetivos de este libro.8
N o ta s
130
7. Tiiylor (p. 15), en la ñola 10 incluyo un diagrama ilustrativo que adapta
drl do Hilar Steiner. Véase Steiner (1974-1975, pp. 33-50). El lector encontrará
(anihién un inlcresanlc tratamiento de las amenazas y las ofertas en Barry
( l't/td.
S. Desde la Teoría de Juegos, es notable el aporte de John Harsanyi (1962,
pp. (i7 ss. y pp. 102 ss.).
131
4
8 '
1. Concepto
133
b) El segundo tipo de terceros es denominado por Siinmel «ter-
lius gaudens», a quien los autores franceses llaman «liers larron»,
expresión que no traduciría textualmente como «tercero ladrón»,
sino como «tercero ventajista». Algo así como lo que en el lenguaje
cotidiano se denomina «tercero en discordia». Se trata de aquel no
implicado en el conflicto, pero que obtiene de él beneficios para sí
mismo. Es evidente que en un conflicto gremial, por ejemplo, los
competidores se benefician de la paralización de la producción de
uno de sus colegas. Estos terceros beneficiarios, a veces lo son por
que uno de los actores en el conflicto, o ambos, tratan de favorecer
a un tercero, porque ello refuerza su posición. Hay casos incluso, de
conflictos que se generan a causa de terceros cuando uno de los con-
flictuantes tiene en vista obtener algún tipo de beneficio del tercero,
por estar en conflicto con otro. Si alguien realiza actos que perjudi
can la acción de un operador en el mercado, es probable que pueda
obtener algún tipo de ventajas de aquellas que resulten beneficiadas
con el deterioro de la posición del destinatario de aquellos actos
conflictivos.
c) El tercer tipo de tercero identificado por Simmel es el que
corresponde a la vieja máxima «dividir para gobernar», que en su
primigenia expresión divide et impera resulta más precisa en su apli
cación a nuestro tema: este tercero interviene en el conflicto directa
mente, porque obtiene de él ventajas o espera obtener una posición
dominante.
134
Dentro de la primera calegoría considera tres tipos:
135
2. E l magnetismo conflictual
Campo magnético
136
Terceros que intervienen en la resolución
737
Por el contrario, existen otras intervenciones de leí veros que se
distinguen claramente de los anteriores, en el sentido de que no se les
adjudica el conflicto ni ellos resuelven o adjudican los objetivos. Su
similitud con el juez y el árbitro radica en que su desempeño se
cumple en procesos más o menos complejos y más o menos prolon
gados, en los que también participan las partes, aunque de maneras
diversas. Un caso típico de esta subcategoría de tercero intervinien-
te es el mediador que, aunque no resuelve el conflicto, colabora con
las partes. Una muestra de esta importante distinción es que sean
cuales sean las características que se atribuyan al mediador el prin
cipio de autonomía, esto es, la idea de que la resolución depende de
las partes es un elemento esencial de su actuar.
El recurso a la mediación se ha incrementado notablemente en
numerosos países tanto en la administración de conflictos interna
cionales como intraestatales y con similar frecuencia tanto en las
disputas entre actores colectivos como entre actores individuales. A
su vez tanto el juez como el árbitro son terceros que no integran
ninguno de los campos del conflicto. De su desempeño y funciones
se han ocupado en las últimas décadas tanto las ciencias jurídicas
como las políticas, generando en consecuencia un movimiento de
estudios sobre esos particulares métodos de resolución de conflic
tos en los que, al igual que en la mediación, un tercero asume un rol
protagónico. Llama, sin embargo, la atención que no se haya teori
zado más ampliamente sobre este universo de terceros que tienen
alguna vinculación con el conflicto. Creo que una teoría del conflic
to cuya actitud teórica trata al conflicto en el nivel de género supe
rior de todos los enfrentamientos posibles entre miembros de las
más variadas relaciones sociales no puede eludir la consideración
sistemática de los problemas que ese universo presenta.
Aunque es ajena a esta obra cualquier descripción de los múlti
ples tipos de mediación que funcionan en la realidad de distintos
países, me parece importante realizar un comentario respecto de la
figura del mediador y de las disputas que entorno a él se han gene
rado. Desde la más antigua y simple propuesta de mediador, esto
es, la del facilitador o posibilitador de comunicaciones hasta la so
fisticada conducción de los denominados «seminarios-talleres de
solución de problemas» hay toda una rapsodia de actividades de
intervención con las que un tercero interviniente procura ayudar a
los actores a resolver sus conflictos. En muchos lugares, y en Ar-
138
griilina parí ¡cularmente, pueden encontrarse debates sobre qué es
lo que un mediador puede y no puede hacer, refiriéndose a activi
dades de cooperación con los actores, como, por ejemplo, la pre-
senlación de propuestas propias. Pero, en el fondo, creo que no se
diseule lo que un mediador puede hacer sino lo que debe hacer, lo
i nal supone postular que las partes o el sistema superior a ellas,
i (ano es el Estado para los particulares, pueden limitar lo que de
sean que haga el tercero para ayudar a los integrantes del sistema
en conflicto.6
Incluyo entre los mediadores los terceros denominados modera
dores y entre los cuales otros autores han destacado la importancia
de lo que se llamaría, en la búsqueda de una expresión castellana
adecuada, los posibilitadores o facilitadores de comunicaciones.
Es los son terceros intervinientes7que tienen la función principal de
bajar el nivel de amenaza y de desconfianza entre los adversarios y
(le generar mejores canales de comunicación entre ellos, al estable
cer a su vez sendos sistemas de comunicación entre el tercero y
cada uno de los actores. A medida que la intensidad del conflicto
avanza, las comunicaciones se constituyen en uno de los problemas
fundamentales al que es necesario prestarle mayor atención. La bi-
polaridad del conflicto genera el aislamiento de los adversarios res
pecto de su entorno, ya sea que éste esté integrado por otros Esta
dos, otros grupos, otros socios u otros familiares. A su vez, las
comunicaciones entre las propias unidades en conflicto disminu
yen, se hacen menos frecuentes y responden al crecimiento del ni
vel de desconfianza, de recelo y de hostilidad y esto ocurre así tan
to en las comunicaciones diplomáticas como en las simples
comunicaciones entre acreedor y deudor, entre un socio y otro o en
tre cónyuges, cuando están en conflicto.
El «posibilitador de comunicaciones» puede dialogar fácilmente
con ambos actores y entender los temas en conflicto, tanto como las
percepciones que cada adversario tiene del otro actor y del conflic
to. Ello le permite transmitir a cada parte mensajes, propios y de la
otra, que tienden a clarificar imágenes o a corregir erróneas per
cepciones, todo lo cual genera un campo mucho más apto para la
negociación en el proceso de terminación del conflicto.
Pese a que no he de penetrar aquí en el ámbito de esta proble
mática, debo decir que la intervención de terceros está vista hoy
como un sistema destinado a actuar sobre las percepciones y las ac-
139
lili leles de los actores, para quitarles toda mentalidad de suma cero
y toda visión de su pertenencia a un sistema que distingue yo de él
o nosotros de ellos. Esta amplia variedad de modelos de tercerías in
tenta, en el fondo, que las partes no se sientan protagonistas de una
etapa de resolución dentro de un sistema de conflicto que los une,
sino partícipes de la solución de un problema común.
140
La categoría do terceros quo participan en el con dicto incluye
para el autor que venimos exponiendo lo que podríamos llamar ter
reros disuasores, que son aquellos cuyo poder les permite obligar a
la terminación del conflicto bajo la amenaza de intervenir en él. El
padre que amenaza a ambos niños con un castigo si no concluyen
■ai pelea es un ejemplo cotidiano de esta modalidad de intervención,
que se da permanentemente con toda evidencia en el mundo inter
nacional y, en la vida interna de los Estados, en los conflictos entre
grupos o particulares. Se trata de un rol que generalmente asume el
miembro de más poder de un grupo de más de dos miembros fren
te al conflicto entre los otros dos miembros cuando realmente desea
terminarlo. El poder del que aquí se habla mienta obviamente
cualquier clase de recursos que el tercero tenga a su disposición
para disuadir a los conflictuantes. Cuando el disuasor no actúa so
bre ambos conflictuantes corre el riesgo de ser percibido por el otro
conllictuante como aliado del que intenta disuadir.
Como similar a la figura del disuasor se suele mostrar la del per
suasor, aouél tercero que por una u otra razón tiene el poder peso
suficiente de influencia8 para persuadir a las partes o a alguna de
ellas a realizar los actos u otorgar las concesiones que solucionen el
conflicto, resolviendo la incompatibilidad de metas. Los primeros
momentos de la intervención del Sumo Pontífice en el reciente con
flicto del Canal de Beagle, muestran un ejemplo en que el tercero
participa como persuasor, a los fines de detener la escalada conflic-
(ual. Su posterior intervención fue, como sabemos, la de mediador.9
N o debe confundirse estos tipos de terceros participantes con los
moderadores que serían, para nosotros, una subclase de los media
dores, que integran la clase de terceros que intervienen en la reso
lución del conflicto.
Los operadores de conflictos deben tener muy presente la figura
y el rol de este particular tipo de terceros no participantes, porque
su rol es imitable, en mucho, por el operador de parte en un con
flicto, aunque no sea un tercero propiamente dicho. Desde luego, es
todavía más imitable o susceptible de ser asumido por el operador
de conflictos internos de una organización, cuando pertenece a
ella.10 La eficiencia con que él pueda contribuir al manejo y termi
nación de tales conflictos dependerá de su capacidad para asumir el
rol de tercero en el enfrentamiento entre individuos o unidades den
tro del sistema mayor en que consiste la organización que integra.
141
Hay en los operadores internos una tendeneia a senIirse eon deber
de lealtad hacia el nivel superior de la organización de quien ellos de
penden. Sin embargo, desde esa posición uno puede mirar el conflic
to sin asumir el punto de vista de ninguna de las unidades que con-
flictúan, sino desde el punto de vista de la totalidad mayor, que tanto
los actores en conflicto como el operador integran. Distinto es el caso
cuando conflictúan sectores que tienen sus propios operadores inter
nos que dependen de ellos y no de la unidad superior. Tales operado
res en relación de dependencia, son en realidad meros representantes
u órganos del actor para el que actúan como operadores. *
En el caso de abogados que actúan como operadores de conflic
to, debe enfatizarse la conveniencia de tratar de imitar el rol de ter
cero que posibilita las comunicaciones, aún cuando uno represente
a una de las partes, desde una relación profesional independiente o
bajo relación de dependencia laboral. La posición social del aboga
do, el prestigio que su profesión tiene en la sociedad como una su
bélite estratégica en la terminología de Susan Keller,11 le permite
auto-otorgarse un cierto, aunque reducido, nivel de independencia
desde el cual puede comunicarse, tanto con su parte como con la
adversaria; intentando cumplir aquellos objetivos de reducir el ni
vel de amenaza, generar más confianza y facilitar así el manejo de
propuestas, a través de una comunicación intermediaria que las
partes no pueden suplir por el diálogo directo.
Por cierto que este enfoque encuentra en la práctica profesional
grandes dificultades en el hecho de que muchos abogados perciben,
con razón, que a menudo sus clientes reclaman de ellos actitudes
enérgicas y acciones de alta intensidad. Frente a ese requerimiento,
la preservación de su prestigio y de su vínculo con el cliente lo in
ducen a escalar el conflicto a la mayor intensidad posible de con
ducta conflictiva, y la transmisión de amenazas en tono violento
pasa a ser su arma más eficiente, por lo menos para exhibirla a su
cliente. Ello con prescindencia de cuál sea el nivel de credibilidad
que pueda otorgarse a la misma por el adversario que la recibe.
El interés que despiertan los llamados métodos alternativos de
resolución de controversias y todas las prácticas modernas de con
ducción de conflictos intra estatales muestra que la sociedad avista,
temática o pretemáticamente, las desventajas de un manejo incon
trolado del escalamiento y las ventajas de una acción que posibilite,
facilite o mejore las comunicaciones.
142
I'l problema de los terceros ha producido ya en la teoría del con-
llk lo una buena cantidad de conocimientos provenientes de la in
vestigación aplicada, y el entrenamiento de expertos en el manejo
de conflictos tiene ya hoy un alto nivel de sofisticación y diversas ra
mas de sub-especializaciones. El ejercicio de la profesión de opera
dores de conflictos brinda a éste más de una posibilidad de conver
tir, en determinados casos concretos, su participación a favor de
una de las unidades conflictivas, en una intervención virtual de ter
ceros. Por ello es conveniente tener presente que, desde este último
rol, los resultados pueden ser mucho más dramáticamente efecti
vos.
Notas
1. En la alianza, el tercero interviene directamente en el conflicto en el
sentido de su configuración bipolar. Pero el aliado no es un tercero, en el senti
do que no constituye un tercer campo adversario, sino que ese tercero ingresa
en uno de los dos campos enfrentados.
El tema de las alianzas es seguramente uno de los aportes más importan
tes que la Teoría de Conflictos haya recibido en los últimos tiempos, especial
mente a partir de la publicación de la obra de Caplow, que Freund cita, pero a
la que remite sin desarrollar la problemática de las tríadas. Nosotros nos ocu
paremos específicamente de las alianzas en el capítulo siguiente, desde que
constituyen un elemento fundamental de análisis de los conflictos que brinda
conocimientos fundamentales para su administración, tanto en el campo de la
prevención como en el de la conducción y en el de la resolución.
2. Como casi todos los ordenamientos prevén un sistema de recurso a una
segunda oportunidad de decisión por otro juez superior, la obligatoriedad que
se menciona en el texto se refiere a la resolución del último juez, aquel que ac
túa como juez de última instancia.
3. Es habitual oír o leer referencias «mediadores y árbitros», o cursos de
«mediación y arbitraje», como si no hubiera una diferencia esencial definitoria
de cada una de esas especies de intervenciones de terceros. Es claro que así se
confunden aquellos cuya intervención consiste en establecer una solución y
aquellos cuya intervención colabora para que las partes establezcan una solu
ción.
4. Algunos autores han propuesto denominar tercerías a las intervenciones
de terceros. Véase: Milia (1985, cap. 4 y p. 140). El mismo autor propuso la de
nominación de tercerazgos para las intervenciones de terceros: Milia (1997).
5. Existen muchos matices diferenciales entre el juez y el árbitro. En algu
nos casos, puede ser elegido por los actores, aunque en otros el sistema supra-
ordinado impone el arbitraje y el tribunal competente. Los árbitros pueden ac-
143
Uiar sin sujeción a reglas procesales si las partes lo acuerdan. Pueden utilizar
idiomas extranjeros y pueden o estar obligados a aplicar la legislación nacio
nal. Hay entre juez y árbitro una gran cantidad de diferencias, pero la similitud
cine los vincula, la de ser adjudicatarios del conflicto, los agrupa en una cate
goría especial y autónoma de terceros.
6. Esta afirmación no excluye la calificación ética de las conductas de me
diador, aun cuando las partes las propongan como aceptables por ellas. Y des
de luego, no excluye la posibilidad de normas que prohíban al mediador actos
que resulten contrarios al sistema legal vigente, como si se le permitiera suge
rir a una de las partes formular una propuesta antijurídica o contraria al orden
jurídico o a la moral y buenas costumbre que este declara integrantes de^siste
ma. No imagino ni postulo un mediador salomónico proponiendo dividir en
dos un niño.
7. En algunas ocasiones he oído a Milia llamarlos interventores.
8. Los recursos que integran el poder están destinados a ejercer influencia
sobre las decisiones del oponente al que se aplican o al que se amenaza con
aplicarlos.
9. Tengo para mí que la distinción entre disuasión y persuasión, en estos
contextos, es casi siempre semántica. Disuadir de continuar avanzando con un
Cuerpo de Ejercito es lo mismo que persuadir sobre la detención de la marcha
o sobre el retorno.
10. El representante o el operador conflictual de uno de los actores, puede
detectar ciertos intereses del otro, ajenos al objetivo en conflicto. Ello le brinda
la oportunidad de hacer que su campo produzca un acto positivo que produz
ca una disminución del nivel de hostilidad. Sobre actos positivos véase cap. 11.
11. Keller (1971). Además de los capítulos dedicados a las élites y subélites
estratégicas, véase el apéndice IX titulado «La importancia de los abogados»
(p. 292 y ss.).
144
9
Tríadas y coaliciones1
145
diadas, tríadas, tetradas o péntadas, para referirse a grupos de
dos, tres, cuatro o cinco miembros. Nos interesa particularmente
tratar las tríadas y distinguirlas claramente de las diadas porque,
com o veremos, todos los grupos de más de tres miembros pueden
ser reducidos a tríadas y pensados triádicamente.
Una diada - o un grupo diádico- está integrado por dos m iem
bros, como su denominación lo indica. Dentro de las formaciones
sociales humanas, su prototipo es la pareja conyugal, pero exis
ten numerosos ejemplos de diadas humanas, tales como las so
ciedades de dos socios, las parejas que integran los equipos ele te
nis en los juegos dobles o los binomios piloto-copiloto en las
c<) mpetencias automovilísticas.
Una tríada, tal como la define Caplow, es un sistema social for
mado por tres miembros relacionados entre sí en una situación
persistente.
La moderna concepción de la estructura de los grupos socia
les expuesta por Bukminster Fuller (Caplow, 1974:11) postula
que: «todos los enfrentamientos, asociaciones o configuraciones
naturales deben basarse en modelos triangulares» de los que no
escapa la sociedad humana, que parece ajustarse a ese principio
estructural. Se afirm a que la interacción social es siempre trian
gular o triádica, ya que recibe la influencia de un determinado
auditorio, presente o no físicamente. Se trata del entorno, más o
menos cercano y más o menos fuertemente vinculado a aquel al
cual nos referim os al sostener que los conflictos puros o de suma
cero son, en el fondo, una abstracción.
Es importante resaltar que la afirm ación que hacemos no
contradice la ley de la bipolaridad del conflicto porque el trián
gulo o tríada a que nos referim os se integra con los dos m iem
bros actores del conflicto y el «au d itorio» que constituye el ter
cero. Este último en mayor o m enor grado controla, en nombre
del sistema más am plio al que pertenecen los actores, la conduc
ta recíproca de éstos. Es ya fam oso el pasaje de Sim m el donde
afirma que:
Desde una conversación entre dos personas que dure sólo una
hora, hasta una fam ilia de tres miembros, no hay ninguna tríada en la
que no tenga lugar de vez en cuando alguna disputa entre dos cuales
quiera de sus elementos -disputa que puede ser más o menos cruda,
146
más o menos larga, o de naturaleza más o menos teórica- y en la que
la tercera no juegue un papel mediador. Esta función va rotando entre
los tres elementos, ya que el flujo y el reflujo de la vida social encar
nan el esquema del conflicto en toda combinación posible de dos
miembros.3
147
A
148
uno de sus miembros, el grupo «pareja» desaparece. El nacimiento
de un hijo genera una (riada. Con el advenimiento de un segundo o
tercer hijo el grupo de cuatro o cinco continúa permitiendo agrupa-
mienlos de tres. Es fácil advertir, en la propia familia o en las cerca
nas a uno, que cuando tienen cuatro o cinco miembros, dentro de
ellas hay una especial relación entre dos padres y un hijo, dos de los
hijos y el padre o la madre o entre tres de los hijos. Relaciones que
además coexisten y se superponen. El padre puede tener con la ma
dre una específica relación que incluye como tercero al hijo mayor.
Pero coincidentemente suele tener una relación triádica con sus dos
hijas mujeres que serían el cuarto y quinto miembro del grupo. Al
mismo tiempo, los tres hijos pueden formar un triángulo con un vér-
lice de uno de los sexos y los otros dos del otro sexo, que pueda dife
renciarse como grupo del resto de la familia y de todas las otras com
binaciones triangulares posibles entre los integrantes de la misma.
El hijo mayor, por ser el primer tercero que se agrega a la diada
conyugal para formar la primera tríada, tiene por ello una signifi
cación distinta a la de los hijos que nacen después, desde que cam
bia para siempre la estructura diádica de la familia y en realidad
crea, con su aparición, un grupo más estable como tal que permite,
com o dijimos antes, ser visto tratado com o independiente de sus
miembros. La figura 9.05, al representar un grupo de cinco miem
bros, ilustra las relaciones triádicas mencionadas. Basta para verlas
con claridad llamar A al padre, B a la madre, C al primogénito y D
y E a las hijas nacidas en segundo y tercer término.
Se advierte en la Figura 9.05 que el número de tríadas posibles es
superior al número de miembros del grupo. A partir de la tétrada, to
dos los grupos forman más de una tríada. Además, la tríada muestra
otra diferencia significativa: el grupo triádico es el único grupo social
que posee un número de relaciones igual al número de sus miembros.
En consecuencia, cuando un grupo diádico incorpora un tercer
miembro, aunque el número de sus integrantes sólo aumenta en una
unidad las relaciones entre ellos experimentan una modificación
substancial. Se tornan más complejas y exigen de sus protagonistas
otros análisis y otras actitudes. El poder originario de cada miembro
puede ahora incrementarse con una coalición con el tercero.
La propiedad más importante de los grupos triangulares es su
tendencia a formar coaliciones, que en el lenguaje común llamamos
más usualmente alianzas, entre dos de sus miembros frente al ter
149
cero.s El análisis del poder relativo -concepto que va conocemos-
de cada uno de los tres miembros, permite predecir con bastante
certeza las coaliciones que habrán de formarse en cada grupo o que
razonablemente puede esperarse que en él se formen. Puesto que
existen ocho tipos distintos de tríadas, a los que nos referiremos en
seguida, las posibilidades graficadas de alianzas dentro de cada una
de ellas y los análisis de los entrelazamientos entre las tríadas en
que se descompone un grupo de más de tres miembros, ha permiti
do hablar, metafóricamente desde luego, de una «geometría social».
Por cierto que los miembros de las tríadas pueden ser individuos
aislados o unidades colectivas de cualquier volumen o una mezcla
de ellos: un individuo y dos grupos, dos individuos y un grupo, tres
individuos o tres grupos. Los grupos pueden ser desde un pequeño
grupo hasta un Estado nacional; una región o comunidad, uniones
aduaneras ú otros agrupamientos similares de varios Estados que
quieren actuar en ciertas situaciones como un actor unificado.
Las reglas que parecen regir estos fenómenos sociales son apli
cables a todos ellos. La tríada más frecuentemente analizada, pro
bablemente porque es la que en mayor proporción han encontrado
los investigadores en la realidad, es aquella en la que un miembro
tiene más poder que los otros dos y éstos tienen igual poder entre sí.
150
miembro de más poder que cada uno de ellos. En efecto, se ad
vierte claramente que, si el miembro de más poder A form a una
coalición con el miembro B contra el miembro C, o con C contra
B, no aumenta su poder, sino que lo disminuye; porque alguna
concesión de su poder originario tiene que hacer a B o C para que
estos entren en la coalición. La alianza BC, en cambio, es una
suma de poder que convierte a A en el miembro más débil. En la
práctica, tan pronto com o quede constituida la coalición, A efec-
I uará sus cálculos de poder y, com o ocurre en muchos casos, pre-
ierirá negociar con B o C, de m odo de constituir la coalición AB
o AC, que le conviene más que correr el riesgo de convertirse en
el tercero más débil de una eventual coalición BC. Cual si prefi
riera ser cabeza de ratón que cola de león. Ahora bien, no termi
na aquí el análisis que puede hacerse de esta situación. Una vez
celebrada la coalición BC, A -que pasa a ser el miembro más dé
bil- tiene frente a sí una coalición más poderosa que él, pero in
tegrada por dos miembros. Aquí la tríada originaria ha cambiado
de estructura: hay un miembro muy débil y dos que en conjunto
son muy fuertes. En el futuro, A procurará una alianza con B o
con C que antes no le interesaba pero que ahora le es indispen
sable.
La figura 7 ilustra las tres coaliciones a que hago referencia.
Como se advierte, la coalición se simboliza con una paralela al
lado que une los dos vértices que la integran.
151
11c hecho rclerencia a la evolución de la li lacla, después de la
alianza original de BC, no para profundizar este Lema, sino para
dar un marco de comprensión a la afirmación que ahora formulo
de que, por su naturaleza, las coaliciones son mutables y transito
rias, cuando no efímeras.
Se advierte aquí ya con claridad cómo el operador puede prever
la evolución de las relaciones de un grupo prediciendo así conflictos
liiluros y cómo puede ensayar la generación de coaliciones que
cambien la estructura del grupo antes del conflicto o el poder rela-
livo de los actores durante el conflicto o durante el proceso "de su
manejo y resolución. Muy particularmente el operador que actúa
cotidianamente como tal dentro de un grupo de personas, de una
organización o de un órgano colectivo, y que tiene conocimiento del
poder real de cada actor y no trabaja sólo con su poder formal.
El tercero entre los miembros de las tríadas no es uno de los
miembros concretos sino uno cualquiera de los miembros. Para en-
lendcr esto habría que decir que entre los miembros de la tríada,
siendo las relaciones de conflicto de carácter bipolar y mantenien-
d< >el pensamiento de que hay dos actores que conflictúan dentro de
ellas, el rol de tercero puede definirse como rotativo. Esto significa
que cualquiera de los miembros puede jugar el papel de tercero y que
el que hoy lo desempeña puede mañana ser actor en un conflicto con
o lio miembro mientras que el restante asume el rol de tercero. Ya
he señalado que la actividad mediadora del tercer miembro de que
hab la Simmel no es la mediación como intervención de un tercero
cine participa en la resolución del conflicto entre dos campos con
los que él no integra un grupo triádico. Desde luego que el conjun-
lo formado por dos negociadores y un mediador puede pensarse
como una tríada. En ella pueden formarse coaliciones. De hecho, en
la mediación obligatoria que rige en nuestro país, donde cada ne
gociador debe actuar con la asistencia de un abogado, es común en
contrar coaliciones entre ambos actores para frustrar la mediación
cuyo trámite están legalmente obligados a cumplir. Y puede pen
sarse que un mediador inescrupuloso, podría formar una alianza
con uno de los actores, para abandonar su neutralidad y colaborar,
disimuladamente, en la obtención de un mejor acuerdo para su
aliado oculto. Pero esta no sería la situación a que se refiere Sim
mel. El hecho de que un grupo formado por un mediador y dos con-
llictuantes reunidos en un proceso de mediación constituyan una
152
I riada, no permite inferir que en todo grupo Iriádico, el miembro
que en Ibrma rotativa desempeña el rol de «tercero» frente a los
olios dos miembros «compañeros», sea siempre un mediador en el
sentido específico que esta denominación tiene en el proceso de re
solución que llamamos mediación.6
De acuerdo con Simmel, el tercero puede tener entonces además
de las características del mediador,7 que él considera como la más
común de las actuaciones de un tercero, el rol de «tertius gaudens»
o de tercero «opresor». Cuando afirma que el rol de mediador es el
más común del tercer miembro alude preferentemente, como ejem
plo más genérico, a la situación del simple diálogo de una hora a
que se refería la cita de Simmel que antes hemos trascripto. En las
desavenencias teóricas o conceptuales sobre el tema que dos discu
ten, el tercero interviene para esclarecer conceptos, cambiar actitu
des de uno de los miembros en polémica o de ambos. El tercero que
actúa como opresor sigue una política de provocación del conflicto,
en interés propio, es aquél que se refleja en la frase vulgar «divide
para gobernar».
Hemos hablado ya también del «tertius gaudens» que, al terciar
entre dos que disienten, recibe propuestas de ambos para conseguir
su apoyo, lo que le permite negociar y aumentar un precio explota
dor.
Cuando los miembros disidentes de una tríada se han rechazado
de un modo definitivo, el «tertius gaudens», aparece como el «so
cio» o «com pañero» deseado por los otros dos miembros para una
coalición.
El tercero en las tríadas tiene una acción de presencia catalítica,
muy especialmente cuando tal presencia es física en grupos peque
ños y muy enfáticamente cuando las relaciones entre los miembros
de las tríadas son jerárquicas. El capataz, que depende del jefe de
planta pero que a su vez tiene bajo su dependencia al operario,
cambia de actitud cuando está solo con el jefe donde desarrolla una
conducta más de estilo empresario que cuando está solo con el tra
bajador, con quien se consustancia y actúa como si fuera él un ope
rario más. En presencia de los otros dos miembros, la presión que
recibe el tercero que está en el medio de una escala jerárquica au
menta considerablemente porque por él pasa lo que Caplow llama
«la tensión entre disciplina y labor».
153
I . Clasificación de las tríadas
154
2. La distribución del poder dentro de las tríadas.
Tipología
TIPO CARACTERÍSTICAS
1 A =B =C
2 A >B
B =C
A < (B+C)
3 A <B
B =C
4 A > (B+C)
5 A >B >C
A < (B+C)
6 A >B >C
A > (B+C)
7 A >B >C
A = (B+C)
8 A = (B+C)
B =C
155
Figura 9.08. Los ocho tipos de tríada de Caplow.
156
I riada p rim a ria familiar. Sin e m b a rg o , importa especialmente des
tacar para los operadores de conflictos internos de las organizacio
nes, las clasificaciones de la denominada tríada organizacional, que
es definida por Caplow como «aquella cuyos miembros pertenecen
a una organización y a quienes su programa les exige que interac-
túen unos con otros».
Esta categoría incluye organizaciones de distinta magnitud y
propósitos tales como compañías, familias, departamentos guber
namentales, pandillas de adolescentes, tripulaciones de barco, com
pañías de teatro o sectas religiosas. La característica de estos gru
pos es que poseen una organización de status o jerarquía, que
distribuye a sus miembros según el orden de su influencia relativa,
de modo tal que, cuando responden a la exigencia de interactuar,
tienen establecidas de antemano las relaciones de superioridad, su
bordinación o igual dad, lo cual excluye, generalmente, la necesi
dad de confrontación de fuerzas.
Las coaliciones que se producen en las tríadas organizacionales
tienen que ver con las relaciones de poder jerárquico, dependencia
o dominación del miembro superior respecto del miembro inferior.
Ello permite clasificar tales coaliciones en:
• revolucionarias,
• conservadoras,
• impropias.
157
Pensemos en una tríada en que A es superior a B y B superior a
C, con lo cual A tiene mayor poder que B y C , B tiene menor poder
que A y mayor que C y C es el miembro de menor poder.
Si A y C celebran una coalición, A mantendría su superioridad e
impediría la recreación de una antigua relación existente entre B y
C. B, que en el supuesto tiene aisladamente más poder que C, pue
de, sin embargo, ser dominado por C como miembro de AC, aunque
en esta coalición C sea el miembro más débil. N i B ni C podrán ejer
cer poder con confianza y probablemente la tríada encontrará gran
des dificultades para funcionar. Pero desde el punto de vistS de la
organización mayor, la coalición AC es impropia, porque el elemen
to representativo de la organización, el superior jerárquico A, al ce
lebrar la coalición, socava la legítima autoridad de B sobre C.
Posibles coaliciones
1 A =B =C _ AB, BC, AC _
2 A > B, B = C, A < (B+C) _ BC AB, AC
3 A =BB >C AB AC, BC -
158
mentó o impedimento a la allernancia entre diversos miembros,
son múltiples y resultan cada vez más utilizados en el diseño y el se
guimiento o modificación de los organigramas.
Caplow (1974:77) los sintetiza según el Cuadro 9.03.
159
tic mi identidad. Minutos después, agradezco a lodos v salgo con mi
automóvil. He utilizado «pensamiento triádico» c imaginado una
tríada. Funcionó, la constituí por pocos minutos, hice una coalición
con el gerente frente al funcionario de la agencia de alquiler de au
tos. Una coalición episódica en una tríada transitoria, que a los diez
minutos estaba disuelta y que seguramente no volvería a reunirse.
Ahora pienso en mi vecino. Vive sólo en el último piso del edifi
cio en que habito y dispone, en un nivel más alto, de un espacioso
cuarto, con acceso propio y totalmente independiente de su depar
tamento, que él no utiliza y mantiene desocupado. Me parecí ideal
para instalar mi biblioteca. Hace tiempo que de vez en cuando lo vi
sito, tratando de alquilárselo o comprárselo. No he podido conven
cerlo. Es cordial, pero no escucha propuestas. No negocia y sabe
que no está obligado por ninguna norma, jurídica, moral, ni de bue
na vecindad, a facilitar la obtención de mi objetivo. Analizo mis re
cursos y sé que no tengo poder para persuadirlo. Repentinamente,
recuerdo haberme cruzado varias veces con una señora que, supon
go, es su hermana, con la que no tengo relación alguna. Los porte
ros hablan muy bien de ella. La consideran una escritora muy edu
cada. Les pido que me avisen cuando la vean visitar a mi vecino. Así
lo hacen. Bajo a la recepción y espero. Cuando sale, me presento
respetuosamente, le explico mi problema y la invito a conocer a mi
esposa. Ella baja y conversamos los tres. Subimos y nos acompaña
a tomar el té. Le pido colaboración para obtener mi objetivo. Puede
decirme que no quiere actuar en nada entre mi vecino y yo. Pero ve
con simpatía mi proyecto, después que le mostramos mis libros
amontonados por doquier. Sin decirlo dejamos informalmente for
mada una tríada. Pocos días después mi vecino me llama. Nos reu
nimos. La coalición que formé frente a él, no contra él, en una tría
da imaginada y constituida para ese fin, había funcionado. Ahora
disfruto de un lugar espacioso, bien iluminado y aireado para estu
diar. Nunca más he vuelto a ver a mi aliada.8
La vida real de cada uno de los lectores está llena de situaciones
similares. Y en la mayoría de los conflictos de más envergadura,
otras que les son asimilables aparecen. Sólo hace falta utilizar pen
samiento triádico y aplicar la imaginación creadora de que habló
Henri-Louis Bergson (1998) hace tanto tiempo.
Ha sido el pensamiento triádico el que me permitió analizar a los
malvinenses como fragmentados del actor británico en el conflicto
160
diádico entre la Argentina e Inglaterra por la soberanía de las islas
Malvinas, que los británicos llaman Falkland. Para hacerlo no fue
necesario concebirlos como actores del enfrentamiento conflictual
ni otorgarles personería internacional, que con tanto énfasis les nie
gan los expertos de las relaciones internacionales. Cuando recién
desarrollé esa investigación, la Cancillería argentina parecía enten
derlo. La que se hizo cargo en 1989, con el siguiente período de go
bierno constitucional es claro que actuó teniendo en cuenta la ne
cesidad de acordar con los habitantes de la islas las propuestas que
pudieran ser aceptables a su metrópoli. Lamentablemente, desde
1999, el nuevo Poder Ejecutivo no parece compartir mis puntos de
vista. Lo atribuyo al formalismo propio del pensamiento diplomáti
co y a su lenguaje, siempre temeroso de sentar precedentes para no
sé qué proceso formal del futuro.9
161
agenda que constituye el temario de disensión de los destmalarios,
lectores u oyentes (Burt, 1999:37ss). Ese rol tiene una fundamental
importancia en la Sociedad Civil de los países modernos, sobre todo
porque los resultados que en todos los corrillos y cenáculos arroja el
debate sobre la agenda propuesta por los medios no son recogidos
por ellos. Al menos, no ocurre así metódicamente. O sólo se recoge
una selección de opiniones, fundada en las preferencias de cada pe
riodista o de cada redacción. Asumirlo así es un deber de los medios
con la sociedad. Su libertad de expresión está y debe seguir estando
protegida en los países democráticos. Pero la opinión pública tam
bién juzga a los medios y sabe mostrar sus disidencias. El ejemplo
de la opinión pública enfrentada con los grandes medios masivos
durante el proceso al presidente Clinton en Estados Unidos contie
ne enseñanzas nada despreciables para un observador comprometi
do y atento de la realidad social.
N o ta s
162
)>;<> alemán ulili/a realmente el termino mediador, en el pasaje citado, refirién
dose al tercero que participa en la resolución del conflicto, entonces mi inter
pretación contenida en la nota 5, debe entenderse como una disidencia.
7. En el sentido de un tercer actor.
8. Es claro que el tercero puede negarse a actuar integrando un grupo de
I res y haciendo una coalición. Por cierto que a veces ocurre. Generalmente por
que el pensamiento no está bien aplicado y la elección está mal hecha.
9. Una exposición resumida de este pensamiento se encontrará en Entel-
inan, Remo E: «Hielos, Mercosur y Malvinas», Cuaderno Talásico n° 5 déla Aca
demia del Mar, debatido en su reunión ordinaria del 26.11.96 y en el artículo
periodístico titulado «El triángulo de las Malvinas», publicado en la p. 7 del
diario La Nación, Buenos Aires, 5.7.96.
10. Mather, Lynn e Yngvesson, Bárbara: «Language, audience, and the
transformation of disputes» en Lave and Society Review, Special Issue on Dis
pute Processing and Civil Litigation, vol. 15 n.° 3-4, 1980-81, pp. 775 y ss. Tam
bién en el mismo vol. 15 n.° 3-4, Felstiner, William L. F., Abel, Richard L. y Sa-
rat, Austin: «The emergence and transformation of disputes: naming, blaming,
claiming...», pp. 631 y ss.
11. Sean estos grupos o individuos y se trate o no de conflictos dirimidos
judicialmente o no.
12. Aun en aquellos países donde estos tienen asegurados sus mandatos y
no está sometidos a procesos de reelección.
163
D in á m ic a d e l c o n f l ic t o
10
165
concepto está vinculado con la intensidad de los medios o recur
sos de poder que utilizan las partes en busca de sus objetivos. Y
aquí debe entenderse que al hablar de utilización de recursos, se
incluye también la amenaza de esa utilización. Un conflicto entre
particulares aumenta de intensidad no sólo cuando sorpresiva
mente se inicia una querella penal. N i uno internacional aumen
ta sólo cuando se produce una invasión. La intensidad aumenta
también cuando se amenaza con realizar alguno de esos actos. La
diferencia entre intensidad de los recursos utilizados por los ac
tores -o de aquellos con cuya utilización amenazan- e intensidad
de los sentimientos negativos entre los actores puede com probar
se fácilmente, tanto en el área de los conflictos internacionales
como en el área de los conflictos internos. Veremos oportuna
mente que la tendencia de los conflictos a aumentar su nivel de
intensidad se percibe tanto cuando los actores están ligados por
sentimientos relativamente positivos como cuando sus senti
mientos son recíprocamente hostiles. Lo que en realidad ocurre
es que la administración de los recursos más o menos intensos,
no es un producto de la conciencia emocional, donde se dan los
sentimientos, sino una decisión racional del sector intelectual de
la conciencia.1
Ahora bien, una vez identificada la noción de intensidad que
aquí utilizaré, surgen dos problemas: en prim er lugar, está la cues-
I ión de la cuantificación de la intensidad y, en segundo lugar, está
el problema de la identificación de aquellas medidas que cabe uti-
lizar para establecer su medición. Para la representación de la in
tensidad voy a trabajar con un sistema de coordenadas. En él, la
línea horizontal -e l eje de las x o abeisa- indicará de izquierda a
derecha el transcurso del tiempo en que se desarrollan las con
ductas que integran la interacción conflictual de los actores en
disputa. Por su parte, la línea vertical -e l eje de la y ú ordenada-
señalará, de abajo hacia arriba, el incremento de la intensidad. La
figura 10.09 ilustra el sistema de coordenadas.
166
y
intensidad
x
-i*'
tiempo
167
que se haya ulili/.atlo en un momento anterior o el que pueda utili
zarse en un momento futuro. Debo marcar en el espacio de las coor
denadas esa acción como un punto a la altura que en la ordenada me
l ije el valor de intensidad que le atribuyo. Pero ¿cómo hago para
identificar esta intensidad n ? Cuando afirmo que un mes dura más
I iempo que una semana o un día más que una hora trabajo con da
tos matemáticos. Sé aritméticamente cuando un lapso de tiempo es
más largo que otro. Sin embargo, ¿sobre la base de qué cabe afirmar
que la conducta conflictual del país A, que invade un territorio del
l istado B, es más intensa que si su acción hubiera consistido en reti
rar al embajador de A que se desempeña en B? M e pregunto ¿No se
ría menos intenso aún si A formula un enérgico reclamo diplomáti
co? Estoy convencido que todos coincidiremos en que un reclamo
diplomático es menos intenso que una ruptura de relaciones, que
esta última actitud es menos intensa que invadir un país. Incluso, un
operador más duro tal vez pensaría que bombardear un objetivo de
terminado en el país B, sería mejor. Es decir, sería aún más intenso.
He hecho muchas veces el siguiente ejercicio con mis cursantes.
Una vez expuesto lo que hasta aquí he desarrollado, se les propone
formar grupos que actuarán como asesores de un hipotético decisor
que opera el conflicto por uno de los campos. Se trata de alguien
que tiene que resolver un movimiento en una interacción conflic-
tual y que desea controlar el aumento de la intensidad, tratándo de
evitar que ocurra bruscamente. En el mismo juego, se trabaja suce
sivamente con un conflicto internacional y, luego, con un conflicto
entre particulares, de aquellos que están previstos y regidos por el
derecho.2 Suelen elegir una desposesión o una simple situación en
que un acreedor intenta cobrar un crédito, que su deudor ha paga
do con un cheque bancario sin provisión de fondos. Cada decisor
pide a su equipo de asesores que le informen sobre los recursos de
que dispone y los enumeren en orden de intensidad creciente. El
juego tiene, para cada caso, dos etapas. En la primera, cada grupo
practica el inventario de los recursos atribuidos al decisor, sin cali
ficar su intensidad. Acabado el tiempo concedido, los grupos inter
cambian información. Si no coinciden todos los recursos inventa
riados por cada uno de ellos, deben acordar una lista de recursos
disponibles en que todos coinciden, suprimiendo los que no figuran
en todos los grupos. A continuación, se reúnen para ordenar los re
cursos, en orden creciente de intensidad. Los resultados suelen ser
168
sie m p re m u y s im ila re s , Ku la p rim e ra etapa, hay disidencias. Cada
mío de los grupos suele incluir recursos que los otros excluyen. Pero
cuando reanudan el ejercicio, con el objeto de que cada uno de ellos
evalúe la intensidad de cada recurso que figura en la lista consen
suada, se produce un resultado sorprendente. Los listados, salvo ra
ras excepciones, coinciden totalmente. En contadas ocasiones mar
ean una diferencia. En los ejemplos de conflictos entre Estados, la
dilerenda de evaluación que más aparece es la que marca una duda
sobre si es más intenso como recurso el sobrevuelo de un territorio
por aviones no artillados de reconocimiento, o el estacionamiento
de tropas cerca de la frontera, o de barcos de guerra en aguas veci
nas. Volveré sobre estos casos de disidencias, en relación con el pro
blema de la percepción de la intensidad. Pero, al margen de esas di
ferencias, los resultados son los siguientes:
En un supuesto conflicto entre dos países, que ya no puede man
tenerse en el nivel de antigua disidencia atemperada y adquiere el
carácter de enfrentamiento, los grupos coinciden en listar más o
menos los siguientes recursos:
• Invitación por carta severa a una reunión para tratar las dife
rencias.
• Intimación a cumplir, bajo amenaza de acciones judiciales
(que suponen el ejercicio de la fuerza por los jueces).
• Designación de un abogado que refuerza con su propia carta
la amenaza y otorga un plazo perentorio.
169
que se haya utilizado en un momento anterior o el que pueda utili
zarse en un momento futuro. Debo marcar en el espacio de las coor
denadas esa acción como un punto a la altura que en la ordenada me
l i je el valor de intensidad que le atribuyo. Pero ¿cómo hago para
identificar esta intensidad n? Cuando afirmo que un mes dura más
tiempo que una semana o un día más que una hora trabajo con da
los matemáticos. Sé aritméticamente cuando un lapso de tiempo es
más largo que otro. Sin embargo, ¿sobre la base de qué cabe afirmar
que la conducta conflictual del país A, que invade un territorio del
listado B, es más intensa que si su acción hubiera consistido en reti
rar al embajador de A que se desempeña en B? Me pregunto ¿No se
ría menos intenso aún si A formula un enérgico reclamo diplomáti
co? Estoy convencido que todos coincidiremos en que un reclamo
diplomático es menos intenso que una ruptura de relaciones, que
esta última actitud es menos intensa que invadir un país. Incluso, un
operador más duro tal vez pensaría que bombardear un objetivo de
terminado en el país B, sería mejor. Es decir, sería aún más intenso.
He hecho muchas veces el siguiente ejercicio con mis cursantes.
Una vez expuesto lo que hasta aquí he desarrollado, se les propone
formar grupos que actuarán como asesores de un hipotético decisor
que opera el conflicto por uno de los campos. Se trata de alguien
que tiene que resolver un movimiento en una interacción conflic
tual y que desea controlar el aumento de la intensidad, tratándo de
evitar que ocurra bruscamente. En el mismo juego, se trabaja suce
sivamente con un conflicto internacional y, luego, con un conflicto
entre particulares, de aquellos que están previstos y regidos por el
derecho.2 Suelen elegir una desposesión o una simple situación en
que un acreedor intenta cobrar un crédito, que su deudor ha paga
do con un cheque bancario sin provisión de fondos. Cada decisor
pide a su equipo de asesores que le informen sobre los recursos de
que dispone y los enumeren en orden de intensidad creciente. El
juego tiene, para cada caso, dos etapas. En la primera, cada grupo
practica el inventario de los recursos atribuidos al decisor, sin cali
ficar su intensidad. Acabado el tiempo concedido, los grupos inter
cambian información. Si no coinciden todos los recursos inventa
riados por cada uno de ellos, deben acordar una lista de recursos
disponibles en que todos coinciden, suprimiendo los que no figuran
en todos los grupos. A continuación, se reúnen para ordenar los re
cursos, en orden creciente de intensidad. Los resultados suelen ser
168
siempre muy similares. En la primera etapa, hay disidencias. Cada
uno de los grupos suele incluir recursos que los otros excluyen. Pero
cuando reanudan el ejercicio, con el objeto de que cada uno de ellos
evalúe la intensidad de cada recurso que figura en la lista consen
suada, se produce un resultado sorprendente. Los listados, salvo ra
ras excepciones, coinciden totalmente. En contadas ocasiones mar
can una diferencia. En los ejemplos de conflictos entre Estados, la
diferencia de evaluación que más aparece es la que marca una duda
sobre si es más intenso como recurso el sobrevuelo de un territorio
por aviones no artillados de reconocimiento, o el estacionamiento
de tropas cerca de la frontera, o de barcos de guerra en aguas veci
nas. Volveré sobre estos casos de disidencias, en relación con el pro
blema de la percepción de la intensidad. Pero, al margen de esas di
ferencias, los resultados son los siguientes:
En un supuesto conflicto entre dos países, que ya no puede man
tenerse en el nivel de antigua disidencia atemperada y adquiere el
carácter de enfrentamiento, los grupos coinciden en listar más o
menos los siguientes recursos:
• Invitación por carta severa a una reunión para tratar las dife
rencias.
• Intimación a cumplir, bajo amenaza de acciones judiciales
(que suponen el ejercicio de la fuerza por los jueces).
• Designación de un abogado que refuerza con su propia carta
la amenaza y otorga un plazo perentorio.
169
• Iniciación de un juicio ordinario de duración larga, que demo
ran el ejercicio de la fuerza judicial amenazada.
• Iniciación de una acción judicial sumaria o ejecutiva, que su
pone un ejercicio más rápido de la fuerza judicial.
• Iniciación de la acción penal, que no solo supone la ejecución
forzosa, sino la sanción de privación de la libertad.
De acuerdo con las reglas del juego en los dos casos el listado in
di ca un orden creciente de intensidad de las acciones sugeridas o de
los recursos cuyo uso se propone.
¿Qué enseñanza sacamos de estos ejercicios? Todos parecemos
coincidir en los criterios de ordenamiento utilizados. Para cual
quiera, que no sea un experto en relaciones internacionales ni un
jurista, resulta claro que:
170
lado como de menor intensidad por su adversario que si proviniera
de un gobernante y de un país cuyo estilo, al dirigirse a otras po
leadas, es siempre muy cauto, prudente y respetuoso. Del mismo
modo que ese mensaje no será igualmente interpretado por una
gran potencia que por un país más pequeño. Algo idéntico ocurre
en los conflictos entre particulares. La amenaza de una acción pe
nal es de alta intensidad si se dirige a alguien que no ha tenido, y
evita tener, procesos de esa índole. Es mucho menos intensa cuan
do se dirige a un reincidente familiarizado -ética y prácticamente-
con la justicia penal y con su consecuencia; la cárcel. Tampoco un
pedido de quiebra es una acción intensa en un conflicto entre em
presas, cuando la destinataria de esa acción ya tiene de otros acree
dores iguales requerimientos anteriores que han abierto el camino
hacia el proceso falencial. Las investigaciones sobre los movimien
tos de la intensidad conflictual se conducen sin dificultad con este
tipo de análisis. Sin embargo, ellos no nos brindan todavía la uni
dad de medida de la intensidad. En nuestra ilustración ¿qué valor
tiene cada uno de los signos que en el eje vertical marcan una me
dida de intensidad? En la línea del tiempo lo sabemos. Valen una
hora, un día, un mes o un año, lustro o década. Pero esto es así por
que detrás hay una antigua convención, hoy tácita entre nosotros, que
establece esos valores y define que una hora es igual a 60 minutos,
un día a doce horas y un año a 365 días. Pues bien. Lo mismo po
demos hacer con los valores de intensidad.
En los ejercicios relatados, cuando ya se ha producido la coinci
dencia sobre el orden de intensidad creciente de los recursos, se
pide a los grupos que definan una escala numérica y le pongan esos
valores a cada recurso, en un nuevo listado. La sorpresa es que to
dos los grupos utilizan escalas de 0 a 10, de 0 a 100, o de 10 a 100.
Y que, preguntados sobre intensidades intermedias, recurren al uso
de fracciones decimales, que todos ven razonables. Y así, a un de
terminado recurso que antes han coincidido en colocar en el cuarto
orden, si se les pide que lo evalúen con fracciones como si fueran un
poco menos intensos que 4, por ejemplo, coinciden en señalarlos
como de intensidad 3.5 ó 30.5, según la escala que cada uno había
adoptado.
Durante el desarrollo de uno de esos juegos en un curso de pos
grado en la Universidad de Buenos Aires, un egresado trajo a consi
deración el siguiente caso, en el que había participado poco tiempo
171
atrás. Una empresa mantenía un conflicto con oirá. Un intento de
negociación había fracasado y el Directorio había resuello realizar
conductas conflictivas, pero recomendando a sus operadores que
las primeras fueran de baja intensidad. Estos proyectan una carta
que se nos leyó en clase. Contenía requerimientos formales, pero
concebida en términos que todos nosotros consideramos discretos
v no agresivos. Pero, continuando su relato, el expositor contó que
la compañía había consultado a su matriz, radicada en España, re
latando la política decidida y acompañando el proyecto de carta. La
respuesta había sido sorpresiva. El que, en nuestro país, aparecía
como un suave mensaje requisitorio, utilizando el lenguaje típico de
los abogados, como la frase «bajo apercibimiento de acciones lega
les», era interpretada en España como una acción muy agresiva,
contradictoria con la política adoptada que se trataba de imple-
mentar. Los responsables locales habían discutido el tema telefóni
camente con los españoles, luego de recibir las objeciones. Los ha
bían ilustrado sobre la forma en que se comunican en nuestro
medio quienes enfrentan un diferendo y habían oído las prácticas
de comunicación, información y lenguaje de sus pares extranjeros,
lodos habían coincidido en que se trataba de un problema cultural.
También quienes oímos la historia estuvimos de acuerdo. Siempre
la intensidad de las acciones conflictuales que se trata de evaluar
debe medirse con referencia a los valores que uno supone que se ad
judicará su destinatario.
Con estos criterios, nos proponemos ilustrar en el capítulo si
guiente con curvas diseñadas en cuadrantes como el de la Figura
10.09, el aumento, la disminución y el mantenimiento estable de la
intensidad.
Notas
1. Véase «Las variables de la conducta conflictiva», cap. 11.
2. En los ensayos hechos con conflictos entre particulares de la clase per
mitido versus permitido, se encuentran dificultades en unificar la lista de re
cursos disponibles. En el área de lo jurídico, todos los participantes, cualquie
ra sea su formación, conocen empíricamente y en forma general los recursos
disponibles.
172
11 /
1. Escalada y desescalada
173
fii la conciencia de los adores y de las leyes empíricas que rigen lo
dos esos fenómenos, constituyen un capítulo insoslayable de una
Teoría de Conflictos que en su vocación de universalidad pretende
describir las características esenciales del género «conflicto».
I ,a escalada y la desescalada se dan como modificaciones de la in-
Icnsidad de la conducta conflictiva dentro de una relación socia que,
por ser tal, es recíproca. En este sentido, el análisis de la escalada y
tic la desescalada está conceptualmente vinculado con las nociones
de «interacción» e «intensidad». Esta última ha sido tratada en el ca-
pílulo 10. Queda pues por considerar el tema de la interacción.
Es mucho lo que se ha escrito sobre interacción y son diversos
los intentos que se han hecho de definir este fenómeno. Tal vez la
definición más amplia que he encontrado de autores que se ocupen
de interacción conflictiva sea la de Charles McClelland y Gary Hog-
gard (Rosenau, 1969:713). Estos autores definen la interacción
como
Sin embargo, la definición que parece más apta para nuestros fi
nos pedagógicos es la de J. David Singer (Rosenau, 1969:37). Para
osle autor, podemos hablar de interacción
174
comienza la exposición, cada uno de los miembros piensa, realiza y
decide su conducta teniendo en cuenta la del otro. En terminología
de Singer, el gesto de un oyente que levanta su mano, «es responsa
ble» de la pausa del expositor y de que éste manifieste que invita al
oyente a hablar.
Con el concepto de interacción presentado y el de intensidad de
sarrollado en el capítulo 10, se está en condiciones de analizar con
mayor detalle el problema de los cambios de intensidad en la inte
racción de los actores.
175
que, en algún momento, al tiempo de la resolución, el nivel de in-
lensidad se reduzca notablemente. En este sentido, alguna vez me
lian preguntado si la intensid en el momento de resolución no es
necesariamente cero. Creo que no, pero esto requiere explicación.
Cuando el conflicto termina por imposición de uno de los acto
res y sometimiento del otro, es posible, aunque no necesario, que
ambos cesen toda actividad conflictiva antes de celebrar los actos
fórmales que ponen en evidencia para ellos y su entorno, la resolu
ción del conflicto. Así terminan algunas guerras. Pero hay otras en
las que después de la derrota algunos integrantes formales o*frag
mentados de uno de los actores, mantienen escaramuzas o acciones
guerrilleras no formalmente dispuestas por el decisor de ninguno
ile los bandos. Entre particulares, en los casos en que el conflicto
lermina con un ganador y un perdedor, éste puede cesar toda acción
conflictiva. Pero en muchas ocasiones realiza actos hostiles contra
el ganador, aún después de resuelto el conflicto. Los vendedores
que, en conflicto con sus clientes entablan procesos judiciales y
«pierden», porque su adversario «gana» el juicio y el juez declara
que no está obligado a pagar, suelen cortarles el crédito al vencido,
y aún negarse a venderle. Puede sostenerse que, concluido el con
flicto, todo nuevo acto conflictual es ajeno a él y marca el comienzo
de un nuevo conflicto. Es decir, que la intensidad cesa con la reso
lución porque si termina el conflicto, ya no hay actores ni conducta
conflictual con lo que no puede hablarse de mayor, menor o ningu
na intensidad, porque ésta es un adjetivo de conflicto o de conduc
ía conflictual. Puedo admitir que este razonamiento tiene aparente
coherencia lógica, en cuanto sostiene que no se puede adjetivar una
conducta inexistente. Pero en la experiencia de los seres humanos,
cada conflicto es un proceso que ocurre dentro de una relación de
terminada. Su terminación es un fenómeno que solo admite trata
miento empírico y no axiomático. He observado que en muchas ne
gociaciones que dan por terminado un conflicto con resultados
participativos del género «ganador-ganador», sólo después de al
gún tiempo de celebrados los acuerdos finales, cesan totalmente las
conductas conflictivas. La desconfianza y la reticencia que toda in
teracción conflictiva genera en algún grado, tardan generalmente
en borrarse definitivamente para dar paso a fases más cooperativas
de la relación. En ocasiones, el aumento o descenso del nivel de in
tensidad puede detenerse en un estancamiento que siempre será
176
transitorio, a 111 uj 110 puede no ser breve. Desde ese punto de estan-
eamiento, la magnitud de la conducta puede decrecer, o retomar
una línea de ascenso, produciendo así un tramo horizontal en la
curva que marca el nivel de intensidad.
Las figuras 11.12 y 11.13 ilustran ambos casos.
3. Algunas precisiones4
178
muy diíicullo.sos. lin eíeclo, salvo que exista entre las partes un muy
buen nivel de comunicación, dentro de un marco que dé posibilidad
a un compromiso de tregua o de desescalada, uno de los conten
dientes no puede fácilmente iniciar una acción de descenso. Ella se
ría interpretada por su adversario como un acto de debilidad, que
en general no lo motivaría a descender también a un nivel más bajo
de interacción. Por el contrario, le haría vislumbrar la ventaja de
aumentar considerablemente su escalamiento a fin de colocarse en
condiciones óptimas para el proceso de terminación del conflicto.
En tales condiciones, el desescalamiento que no puede generar
se por acuerdo expreso o tácito entre las partes, sólo puede inten
tarse con la intervención de terceros, institución que cada vez más
juega un rol predominante en el manejo de conflictos de alta inten
sidad. Hago referencia a acuerdos expresos o tácitos porque, en la
mayor parte de los casos, los acuerdos de desescalada no son for
males. La dificultad de negociarlos expresamente sin generar en la
otra parte percepción de debilidad que fomentarían al aumento de
intensidad, hacen que por lo común se celebren a través de actos
de las partes que contienen mensajes que la otra está en condicio
nes de bien interpretar en un sistema adecuado de comunicación.
179
Icral de (odas las pruebas nucleares en la atmósfera y declaró que
no se reanudarían, a menos que otro país lo hiciera. Los soviéticos
publicaron el discurso completo y no interfirieron la transmisión
del mensaje grabado que se difundió por la Voz de América. El 15
de junio, el primer ministro Khruschev habló, recibiendo con bene
plácito la iniciativa de Kennedy y anunciando una detención de la
pi’oducción de bombarderos estratégicos. En las Naciones Unidas,
el 11 de junio, la Unión Soviética dejó de poner objeciones a la pro
posición, respaldada por Occidente, de enviar observadores a Ye
men, y Estados Unidos replicaron retirando su veto a la Restaura
ción de su posición de pleno derecho a la delegación húngara, por
primera vez desde 1956. La Unión Soviética, el 20 de junio, estuvo
de acuerdo en establecer una línea directa de comunicaciones con
Estados Unidos, que había sido propuesta en principio por los nor
teamericanos en 1962.
Esos gestos unilaterales no tuvieron quizás efectos sustantivos
en la balanza del poder, ni alteraron las bases del conflicto entre Es
tados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, lograron reducir
las tensiones, facilitando el reconocimiento de las relaciones comu
nes y complementarias. A continuación, pudieron proseguirse ne
gociaciones más formales sobre cuestiones más sustantivas. De he
cho, las negociaciones multilaterales para lograr un acuerdo sobre
la proscripción de las pruebas nucleares se reanudaron en julio, y el
5 de agosto se firm ó dicho acuerdo.
Siguieron otros gestos simbólicos, expresiones de esperanza de
que se produjeran nuevos actos cooperativos, y acuerdos formales.
El 9 de octubre, el presidente Kennedy aprobó una venta de trigo a
la Unión Soviética, por un valor de 250 millones de dólares. El 19 de
septiembre, el gobierno soviético sugirió que se proscribiera la
puesta en órbita de armas de destrucción masiva y se anunció un
acuerdo de principio el 3 de octubre, incluyéndosele en una resolu
ción de las Naciones Unidas, aprobada el 19 de octubre; en octubre,
intercambiaron espías. (Etzioni, 1967:361-380)
180
conílicliva. Tal ve/, olías denominaciones, como variables de la in
teracción, aspectos de la interacción o niveles de interacción, fue
ran más precisos para definir el tema que aquí desarrollaremos.
Como en toda disciplina nueva, debemos aceptar que la creación
del lenguaje es un proceso que marcha a la zaga de la investiga
ción, del descubrimiento y de la adquisición del conocimiento.
Los más modernos enfoques sobre el tema intentan reconceptua-
lizar el tema cooperación y conflicto. McClelland y Hoggard (1969)
trataron de delinear empíricamente, sobre la base de un conjunto de
datos de la realidad de la interacción internacional, tres tipos de
interacción: cooperación, participación y conflicto. Otros autores
han visto la cooperación como una dimensión independiente de la
conducta que puede ser objeto de escalada. Mansbach y Vasquez
citan dentro de esta línea, trabajos de investigación que se remon
tan a publicaciones efectuadas en 1967 (Moses y otros, 156) También
destacan, coincidiendo en esto con otros autores, que los trabajos re
alizados por el prestigioso equipo de Edward Azar se mantienen den
tro de la tradición de desarrollar escalas individuales de medidas de
la interacción. Sin embargo, la insatisfacción teórica por la ine
ficiencia del instrumento conceptual cooperación -conflicto ha
ido llevando a la necesidad de la creación de nuevos conceptos.
Diversos intentos postularon la inexistencia de correlación entre
cooperación y conflicto y la imposibilidad de explicarlos sobre la
base de variables idénticas. El propio John Vasquez, extrajo de un
análisis de los resultados estadísticos de las investigaciones sobre
política internacional que la forma cuantitativa de investigación
podía demostrar eficiencia para explicar la cooperación, pero había
fallado en hacerlo respecto del conflicto. Probablemente el hecho
teórico que llevó a la postulación más reciente sobre tres aspectos
o variables de la interacción, fue el descubrimiento de que la diná
mica de la cooperación tiende a ser una función de características
relacionadas con los temas en conflicto, particularmente la tan
gibilidad de los objetivos, mientras que la dinámica del conflicto
tiende a estar en función de características relacionadas con los ac
tores.
El primer paso de avance fue posiblemente separar cooperación
y conflicto, lo que así se hizo en el conocido proyecto denominado
CREON (Comparative Research on Events o f Nations), sin que ello
produjera una auténtica reconceptualización del tema.
181
Con apoyo ele lóelas estas investigaciones anteceelenles, y en la lí
nea ele la búsqueda de la verdad por el error, que caracteriza al pro
greso ele la ciencia empírica, Mansbach y Vasquez (1981:234ss) des
criben tres aspectos de la interacción que permiten explicar los
fenómenos de cooperación tanto como los de conflicto.6
'I ales aspectos, que al titular este capítulo hemos llamado «varia
bles» son:
Objetivos incomparables
182
ciosa del lema, respecto de la cual debo remitir a los análisis feno-
menológicos de Edmund Husserl (1929) que no constituyen una
novedad en nuestro medio cultural.
Es igualmente claro que las últimas dos variables tienen que ver
con la conducta y las actitudes de los actores mientras que la pri
mera se vincula a la inteligencia por éstos respecto de los temas y
objetivos con relación a los cuales interactúan. En el plano del
acuerdo y desacuerdo habrán de darse los intercambios que posibi
liten las soluciones negociadas por los actores o a través de la parti
cipación de terceros.
La realización de actos positivos y de actos negativos, actúa
como un directo inductor en el aumento o disminución de los nive
les de amistad y hostilidad. Y a su vez facilitan -los positivos- o di
ficultan -los negativos- el alcance de las metas del otro actor. Sin
que esto sea un intento de definir la cooperación, podemos afirmar
que ella aparece a la observación externa como una sucesión de ac
tos positivos que se realizan en el marco de una actitud benevolen
te o amistosa.
Las actitudes de amistad u hostilidad que integran la tercer va
riable, tienen una incidencia directa a su vez en la generación de ac
tos positivos o negativos y en la obtención de acuerdos o en la ge
neración de desacuerdos. Cuanto más amplio es el conjunto de
temas que relacionan a las partes, en lo que hemos llamado relacio
nes de suma variable, mayor es la posibilidad de operar con mode
los de intercambio de acuerdos y desacuerdos, en que las concep
ciones recíprocas posibiliten la terminación satisfactoria de los
conflictos. Cuando domina en la relación la variable amistad-hosti
lidad, el acuerdo y el desacuerdo ya dependen de esa variable, los
acuerdos y los desacuerdos se producen en función de ella. No ha
brá allí acuerdos ni desacuerdos accidentales, sino, para citar tex
tualmente una expresión feliz «obsesivo acuerdo o desacuerdo»
(Mansbach y Vázquez, 1981:235 ss.). En circunstancias normales,
cuando no existe obsesiva hostilidad u obsesiva amistad, la relación
entre las dos variables, debe ser pensada como de congruencia. Es
común encontrar que actores hostiles entre ellos se pongan de
acuerdo en temas concretos. Se ve claro durante los últimos veinte
años de la Guerra Fría, en las negociaciones sobre control de arma
mento nuclear, entre dos potencias cuyo nivel de hostilidad recípro
ca parecía sin embargo definir el estado de sus relaciones dentro de
183
la variable amistad-hostilidad; al menos a juzgar por las señales que
ambos actores emitían en su comunicación recíproca y en la que man
tuvieron con la comunidad internacional.
Igualmente se encuentran fuertes desacuerdos e incluso escala
das conflictuales entre actores que mantienen relaciones amistosas.
Bn el mundo de los negocios esto es hoy tan evidente como lo es en
el de la diplomacia. Y ocurre así porque, como ya hemos señalado
al tratar la distinción entre intensidad de recursosde poder e inten
sidad de sentimientos, las decisiones estratégicas que producen la
escalada son de carácter racional y se adoptan en el nivel irftelectual
de la conciencia.
El predominio de la hostilidad o de la amistosidad tiene directa
relación con la interpretación que cada actor hace de las intencio
nes o motivaciones de los otros. Cuando las relaciones son de nivel
amistoso se tiende a interpretar los actos del otro como accidentes,
malos entendidos o acciones impulsivas. Cuando la relación es hos
til, todos los actos del otro actor son vistos con desconfianza, con
recelo y en todo caso sospechosos de albergar segundas intencio
nes. Los actores con relación amistosa buscan detectar sus similitu
des; los que tienen relación hostil enfatizan sus diferencias (Mans-
bach y Vázquez, 1981:235 ss.).
Este carácter multidimensional de la interacción permite com
prender que no debe visualizarse la intensificación o moderación de
la conducta interactiva en uno sólo de los tres niveles que hemos
puntualizado. La espiral que representa el ascenso o descenso de la
conducta, requiere que las tres variables se muevan en una misma
dirección realimentándose recíprocamente, por así decirlo. Dada
una continuidad de desacuerdos, se produce un intercambio de ac
tos negativos y un aumento de la hostilidad. Para revertir un proce
so de escalada en que las tres variables se mueven en el mismo sen
tido, es indispensable producir un cambio de dirección al menos en
una de ellas. Los meticulosos análisis que aquí pueden efectuarse
suministran una serie de reglas para orientar el manejo u operación
del conflicto. Pero aun sin entrar en un detalle pormenorizado, exis
ten algunas puntualizaciones que vale la pena citar.
En primer lugar, hay que advertir que es difícil provocar el cam
bio de dirección negativa en la variable amistosidad-hostilidad. El
nivel donde pareciera más fácil iniciar el proceso es en el de acuer
do-desacuerdo, donde el intercambio de posibilidades que razona-
184
blemenle se pueden mostrar como convenientes a cada uno de los
actores, provoca en éstos la comparación de esas posibilidades con
los daños que pueden surgir del aumento de intensidad conflictual.
Sin embargo, la hostilidad funciona a menudo como un esfuerzo
consciente o subconsciente destinado a evitar acuerdos. La división
de temas se hace difícil y, por lo tanto, el tratamiento del conflicto
como de suma variable, porque la relación de hostilidad circula en
tre los actores como si lo hiciera atravesando los temas en conflic
to. Los actores hostiles concentran los objetivos distintos en uno
sólo, porque no están afectivamente en condiciones de facilitar re
sultados de conveniencia mutua dividiendo los objetivos. De la mis
ma manera que la división o pluralidad de objetivos facilita la solu
ción, la concentración la dificulta, al constituirse en el predominio
de la mentalidad ganadora en ambos actores, es decir, al enfatizar
en ellos una mentalidad de suma cero.
Si desde el nivel intelectual no es posible disminuir la hostilidad
y aumentar la «amistosidad», aparece como evidente que el cambio
tiene que producirse en el área del intercambio de actos positivos o
de reducción de los actos negativos.
El análisis del conflicto debe procurar una temprana definición
de cual es la variable predominante en un conflicto. Si el problema
reside en el acuerdo o desacuerdo, el operador debe manipular los
paquetes de ofertas y proposiciones concretas. De allí que en este
tipo de relaciones los terceros tengan un amplio y favorable margen
de acción. Cuando el predominio se advierte en el intercambio de
actos negativos el operador no debe manipular las propuestas de las
partes sino su, induciendo la generación de actos positivos. Nume
rosas técnicas de facilitación de comunicaciones o de interposición
que son aplicables para estos fines.
Cuando se advierte que las raíces del conflicto están en el nivel
de la hostilidad, uno se encuentra frente a conflictos de difícil ad
ministración. Para corregir el cambio de actitud desde un exceso de
hostilidad hay que internarse en un área de profundas reticencias y
prejuicios. Piénsese en la hostilidad que gobierna los conflictos ra
ciales o religiosos contemporáneos. Desde luego, también aquí la
única guía posible de operación es la generación de actos positivos,
lo cual es difícil que cada actor decida por si mismo y sólo se hace
relativamente posible, aunque no fácil, con la intervención de los
terceros.
185
I.o que debe tenerse claro aquí es que, en toda ausencia de ma
nipulación de una de las variables, la tendencia de las tres a balan
cearse y mantener su congruencia constituye una ley empíricamen
te comprobada. Por ello, en el largo plazo, una relación de conflicto
estabilizada no tiende por sí misma a transformarse en relación de
cooperación. Lo que se denomina Ley de Gresham muestra que los
elementos más negativos, más peligrosos y más dañosos de la con
ducta de interacción conflictual, van con el tiempo excluyendo a
aquellos otros que hubieran mantenido el conflicto en un estanca-
111 iento dentro de límites aceptables. *
Notas
1. De allí que sea tan diñcultoso comprender el concepto tradicional de
victoria, entendida como la obtención de los objetivos del actor victorioso. Por
que en efecto, cabe preguntarse cuales son los objetivos que han de alcanzarse:
,'los iniciales, los últimos o los definidos con diverso contenido en distintas
ocasiones en el curso de la contienda?
2. En este contexto, interacción social y relación social son expresiones de
contenido equivalente. Ello no implica que no haya momentos en que el víncu
lo que genera la relación social se mantenga sin que se produzca interacción
cutre sus miembros.
3. Estas definiciones que he adoptado por su sencillez y claridad entre mu
chas que se refieren a los mismo vocablos, las encontrará el lector en Kries-
berg, 1975, cap. 5. El aumento o disminución de la conducta conflictiva se ad
vierte básicamente en el aumento o disminución de la intensidad de los
recursos utilizados. En el capítulo 3, el lector encontrará ejemplificados estos
cambios de nivel, cuando se explican los juegos tendientes a determinar los ni
veles de intensidad de distintas conductas posibles y de ponerlas en orden cre
ciente de intensidad.
4. Las investigaciones relativas a los procesos de escala y desescalada han
dado lugar a diversas precisiones sobre dinámica conflictual. En el texto, nos
limitamos a algunas de ellas. El lector encontrará un extenso tratamiento del
lema en Kriesberg (1975, cap. 5).
5. Raiffa (1991, pp. 90-94), donde analiza los juegos de subasta ascenden-
Ie en los cuales ambas partes pagan. Allí se encontrará referencia a un excelen
te trabajo de Shibik (1971, pp. 109-111).
6. Esta idea encuentra su antecedente en el triángulo conflictivo de Gal-
lung (ver fig. XI. 14), que coloca en los vértices de su figura la citación incom
patible, las actitudes como tensión y hostilidad y la conducta conflictual. Como
es lógico, orientado por el conflicto internacional y desde una postura realista,
este autor explicita su referencia a la conducta con referencias a la violencia lle
vada al límite de la eliminación del adversario. Véase Galtung (1971).
186
7. Los auloi cs de habla inglesa usan aquí la expresión «friendship» que no
sólo denota la calidad de amigos sino también la relación amistosa. En español,
lo opuesto a «ser hostil» no es «ser amigo» sino «ser amistoso». Desde nuestros
primeros papeles de trabajo para la Cátedra utilizamos la palabra «amistad»
frente a «hostilidad», pero aclarando que su sentido invocaba el «ser amistoso»
y sugiriendo la conveniencia de reemplazarla por otra, que nunca encontra
mos, aunque ensayamos alguna como «armonía», cuyas connotaciones com
plican la inteligencia de la pareja conceptual «hostil-amistoso». Finalmente,
hemos decidido afrontar la responsabilidad de crear el término «amistosidad»
que empleamos para significar la esencia de lo «amistoso», de la misma mane
ra en que «hostilidad» denota la calidad de «hostil». Creemos que su empleo
será útil y que por ello concitará la indulgencia del lector.
187
i
12
189
nuestra vida cotidiana y nos es fácil compartir esa creencia. Sin em
bargo, los actores no son siempre racionales en el sentido de utili
zación del cálculo de coste-beneficio. Existen conflictos en los que
un actor -o ambos- valoran el daño causado a su adversario por en
cima de la obtención de su objetivo, real o aparente. En el ámbito de
los análisis del conflicto se ha llamado a la evaluación que toma en
consideración las pérdidas de la otra parte, cálculo de affectio. Y a
la evaluación que considera sólo los costos y beneficios propios cál
culo de coste-beneficio.2
Ahora bien, existe una conexión entre la distinción de acritudes
(actoral versus objetal) y el tipo de cálculo que realizan los actores
(coste-beneficio versus affectio). En el conflicto objetal los acto
res procuran su objetivo sin medir negativamente el hecho de que
el coste del oponente puede ser menor que su beneficio. Los actores
no piensan la relación desde el prejuicio de que todo lo que uno
gana tiene necesariamente que perderlo el otro.3 Por el contrario
en el conflicto actoral el cálculo de affectio toma una posición pre
ponderante.
Cada una de estas dimensiones, condiciona de manera diversa el
funcionamiento y el contenido de las tres variables de la interacción
analizadas con anterioridad. Veámoslo.
Con respecto a la variable acuerdo-desacuerdo, la dimensión ob
jetal permite con mayor facilidad el manejo de metas múltiples y di
ferenciadas, la expansión del conflicto a otras metas o la división de
las metas u objetivos para facilitar una negociación. Por el contra
rio, la dimensión actoral provoca que los temas individualizables
respecto de los cuales los contendientes están envueltos en conflic
tos tiendan a fusionarse dentro de un solo tema, una sola meta o un
solo objetivo más amplio. En realidad, ocurre que en buena parte
las metas u objetivos se formulan a partir de la relación de adversa-
riedad o colaboración .
El conflicto actoral hace dificultosa la aparición de modelos en
que se puedan incorporar nuevos valores que permitan ensayar in
tercambios recíprocos de concesiones que cuestan menos al que las
otorga que lo que valen para el que las recibe. Las alianzas, esa fi
gura tan significativa en la teoría de conflictos que ya hemos trata
do, tienen en realidad el carácter de pacto «ideológico» con terceros
«contra» el adversario y no el de acuerdos «para» obtener el propio
objetivo. En otras palabras las alianzas en el conflicto de dimensión
190
a c to ra l son de las que ( aplovv c a ra c te riz a c o m o alianzas «contra al
guien», más que alia n za s «para algo». Estas últimas emergen de los
conflictos de dimensión objetal. Dos subordinados, que juntos tie
nen más poder que su jefe, pueden hacer una coalición contra él
para dominarlo y desplazarlo, o en su favor, para beneficiarlo. En el
ámbito familiar, las alianzas de padre y madre para beneficiar al hijo
díscolo en su formación no son formadas contra él. Pero se ven a
menudo coaliciones de un de los padres con un hijo para desplazar
al otro cónyuge. Son alianzas «contra» el desplazado. También en el
nivel de la variable actos positivos y actos negativos, la relación de
éstos es afectada por la dimensión en que se centre el conflicto. En
los conflictos objétales los objetivos varían de uno de los temas con-
flictuales a otro de los temas conflictuales y los actos negativos o
positivos se dirigen a cada uno de ellos independientemente, como
actos que pueden ayudar o entorpecer la obtención de esas metas
separadas.4
Cuando el conflicto tiene dimensión actoral los actos negativos y
positivos tienden a concentrarse del mismo modo en que tienden a
fusionarse los objetivos. Esto contribuye al aumento de los actos
negativos, al predominio del cálculo de affectio o, al menos, a la in
terpretación de que el adversario actúa no «para» obtener algo, sino
en «contra» de su oponente. Por el contrario, en un conflicto de di
mensión objetal no cuenta la satisfacción de producir un daño o un
costo al adversario, ni la de favorecer a aquél con el cual se tiene
una relación más amistosa. En consecuencia, sólo en el conflicto de
dimensión objetal se obtiene una variable y accidental distribución
de los actos positivos y negativos entre una variedad de objetivos a
los que éstos actos se destinan. Puesto que los actores de éste tipo
de conflicto no excluyen ni descartan la coexistencia o el aveni
miento posterior de colaboración con sus actuales oponentes, tien
den a moderar la intensidad de sus conductas. Asombra ver la can
tidad de conflictos entre miembros de una familia, en las que uno
de los actores trata de «derrotar» al otro, sin tomar en cuenta que
quedan entre ellos vínculos en los que tendrán en el futuro que lo
grar coincidencias, como el cuidado de los padres ancianos o la ad
ministración de la herencia que de ellos reciban.
Por último la variante amistad-hostilidad se ve afectada por es
tas dimensiones. Cuando el conflicto es objetal, las partes tienden a
pensar en términos de ganancias o pérdidas propias, sin preocu-
191
parsL' por generar más costes o daños al adversario. En el conflicto
actoral, los actos tienen fuertes percepciones de satisfacción o de
disgusto en relación con el daño que le producen al adversario o la
ventaja con la que lo benefician. Todo ello significa que mientras en
el conflicto objetal los adversarios están orientados hacia sus obje
tivos, en el de dimensión actoral se orientan contra el adversario, lo
cual los hace más susceptibles a los sentimientos de amistad u hos-
lilidad cuando llega la hora de la solución o terminación del con
flicto.5Así ocurre sobre todo cuando un actor que tiene posición ob-
jetal ve constantemente rechazadas sus propuestas por cálculos de
affectio de su adversario. Este procura tratar solamente soluciones de
alto costo para aquel. Tal actitud es valorada como la producción de
actos negativos y genera un incremento de la hostilidad del bando ob
jetal o la disminución de su actitud amistosa original. En los conflic
tos dentro de relaciones continuas largamente frecuentadas, como
son las de familia o las societarias en las sociedades o asociaciones de
personas con trato continuo, se advierten a menudo los efectos de la
dimensión actoral. Aunque el conflicto consista en un desacuerdo ra
cional y no esté generado por sentimientos de hostilidad, es común
ver cómo actores hostiles rechazan ofertas del adversario alegando
saber que para él, lo que propone, no tiene costo alguno.6
No puede ocultársenos, pues, la gravedad que reviste la transfor
mación de un conflicto por objetivos antagónicos en una contienda
en la que el primer plano lo ocupa el enfrentamiento de los actores
antes que la obtención de las metas. Y en la cual, la satisfacción es
perada no reside en los valores adjudicados a las metas sino en la
insatisfacción que pueda producirse al adversario.
Notas
1. Mansbach y Vasquez (1981).
2. Aquí debe tenerse en cuenta lo que ya expusimos sobre la tendencia ac
tual a trabajar preponderantemente con el cálculo de interdependencia, del
cual he propuesto dos variantes: interdependencia con terceros e interdepen
dencia con el adversario. Esto último como una especie de coste-beneficio pro
yectado al futuro.
3. Este prejuicio es una de las consecuencias de la terminología de la Teo
ría de Juegos, de cuya influencia en el fortalecimiento de la mentalidad de
suma cero he tratado en el cap. 6.
192
4. I k‘ i‘\|)iii'sio v¡i mi ulra ilr i|iie los aclos positivos dirigidos no deben re
ferirse a temas del eonllielo, sino a otros aspectos de la relación.
5. No obstante, no debe perderse de vista que un constante desacuerdo o
una falta de propensión al acuerdo, puede producir el traslado de un conflicto
anclado en la variable racional a la emocional. La intransigencia ha sido empí
ricamente comprobada como motora de hostilidad.
6. He oído a un mediador relatar su diálogo con una de las partes de un
conflicto actoral: «Bueno, su esposa está de acuerdo en que usted se adjudique
el automóvil antiguo que tanto le gusta y no le importa qué valor se le fije. Aho
ra Ud. debe hacer una concesión equitativa.» La respuesta que obtuvo era, más
o menos, la siguiente: «No, de ningún modo. A ella no le interesan los autos, ni
siquiera sabe conducir. Lo que me da no tiene valor para ella. No estoy dis
puesto a ninguna concesión para retribuirle lo que Ud. me propone como si
fuera una ventaja».
193
13
1. Dos acotaciones
195
lúi él se procura bl indar una teoría general del conílielo que en su
etapa l inal y con diferentes métodos, una amplia gama de operado
res I rala de resolver. Su misión en este capítulo es la de exponer con
claridad algunas ideas ordenadoras, que versen: a) sobre los proble
mas que ofrece lo que en general y sin gran precisión discriminato
ria se llama terminación o resolución de conflictos, en la profusa li
le rain ra existente sobre el tema, y b) sobre el intento de una
sistematización, siquiera rudimentaria y provisoria, de los denomi
nados métodos de resolución. Es significativo el número de libros y
arl íeulos publicados en los últimos años en todo el mundo sobre te
mas lales como negociación, mediación y, aunque en menor canti
dad, sobre otras intervenciones de terceros que no participan en el
conflicto. Y es al mismo tiempo sorprendente la ausencia de tipifi
caciones que distingan unos métodos de otros, aún en autores que
describen bien aquellos que tratan, lo cual evidencia que perciben
las diferencias que tienen con otros. Basta reparar en los títulos de
publicaciones, cursos o conferencias cómo métodos que tienen di
ferencias esenciales entre sí, son tratados cual si fueran similares o
equivalentes. Se encuentra a menudo que algún autor se ocupa de
jueces y negociadores y no de árbitros y negociadores, sin advertir
que hay diferencias básicas entre lo que ambos hacen, diferencias que,
sin embargo, no se encuentran entre juez y árbitro. He asumido en
varias oportunidades en este libro la carencia de un adecuado con-
junio de conceptos clasifícatenos que aqueja a la Teoría del Con
flicto. Sin embargo, esbozaré en el apartado 11.4 algunos criterios
que permiten agrupamientos útiles para la adquisición y transmi
sión de conocimientos sobre el tema que nos ocupa.
Por separado, consideraré algunos aspectos sensibles de los pro
blemas de la terminación y de la resolución. En estos últimos, dis-
I inguiré entre modos y métodos de resolución, que no son, por cier
to, la misma cosa.
2. Problemas de la terminación
196
del vínculo cxislcnlc m ire los actores. Entre países vecinos separa
dos por una extensa frontera, como es el caso de Argentina y Chile,
un conflicto de límites no es casual ni su repetición es extraña o
inesperable. En cambio, si imaginamos un conflicto entre ambos
Estados por la obtención de un único sitial disponible en un orga
nismo internacional, deberemos aceptar que tal conflicto es, com
parado con las cuestiones limítrofes, más bien accidental para las
relaciones entre sus actores. En la relación laboral, los conflictos
sobre el aumento de salario o el mejoramiento de las condiciones de
trabajo que importan costos para el empleador no son casuales.
Más bien, parecen consuetudinarios. Porque si se analiza, cada uno
de esos conflictos es expresión de otro más amplio, que no queda
resuelto cada vez que una convención colectiva concluye una dis
puta determinada sobre salarios o condiciones de prestación de los
servicios. Tales conflictos, que parecen nacer y renacer, son expre
siones del conflicto sobre la distribución de la riqueza generada por
la producción en que participan ambos miembros de la relación,
empleadores y dependientes. Sin embargo, también en la relación
entre un trabajador y su principal, puede imaginarse la afluencia y
terminación de algún conflicto casual que probablemente puede
concluir y no renovarse o repetirse. Algo semejante ocurre en las re
laciones conyugales, las societarias y toda otra más o menos dura
dera o persistente. En las relaciones entre los actores universitarios,
profesores y estudiantes los conflictos sobre horarios, bibliografía
de lectura obligatoria, o sistemas de evaluación son como ínsitos a
la relación. Ello no excluye un conflicto entre dos estudiantes, o en
tre uno de ellos y un profesor, por la recuperación de un automóvil
dado en préstamo casual, por ejemplo. Un caso semejante puede
darse también con el mismo carácter accidental en cualquier otra
de las relaciones estables mencionadas.
Estas distinciones resultan incompatibles con la idea de tratar
unitariamente y para todos los conflictos la cuestión de cómo se ter
minan. Algunos autores han desarrollado teorías sobre el carácter
cíclico de algunos conflictos,1 mientras otros, como Curie, Dolci y
Freire, son referidos como sostenedores de la teoría del desarrollo
lineal de los conflictos proveniente de la toma progresiva de con
ciencia de las insatisfacciones generadas por una relación.2 Pero es
claro que un conflicto por aumento de salarios, que se repite perió
dicamente o a intervalos desiguales entre los mismos actores, no
197
concluye en el mismo sentido en que se resuelve o (crmin;i el ima
ginario conflicto por la posesión o tenencia de un vehículo ocasio
nalmente prestado.
Si uno trata de analizar este problema desde la concepción de que
el conflicto es sólo una faceta de la relación social en que se suscita,
lal vez pueda intentarse dotar de sentido diferente y concreto a cada
una de las dos expresiones incluidas en el título de este capítulo. De
los conflictos que he identificado antes como casuales o accidentales
respecto de la relación, podría predicarse que son susceptibles de
laminación. La expresión resolución quedaría reservada para la
etapa final de aquellos otros que muestran una especie de presencia
reiterada, que parecen intrínsecos de la particular relación en la que
se producen. Así, en el ejemplo de los países a que se hace referencia
más arriba, el conflicto por una banca en un organismo internacio
nal, podría terminarse por o de uno u otro modo y mediante uno u
otro método. Cada uno de los sucesivos conflictos sobre límites o en-
Irc zonas limítrofes, sólo se resolvería, también, de o por un cierto
modo y utilizando un cierto método.
Creo razonable que nos resignemos a mantener la complejidad
terminológica que denota el título, pero reduciéndola a una cues
tión meramente semántica, ahora desprovista de posibilidades de
generar confusión mediante el uso indiscriminado de las dos expre
siones ya acuñadas. Resulta práctico hablar de terminación en los
conflictos que he caracterizado como casuales o accidentales. Y re
servar la expresión resolución para aquellos otros conflictos que he
distinguido como intrínsecos. El empleo que de ellas se haga en el
futuro, definirá el éxito o el fracaso de mi propuesta o la influencia
que ella pueda tener en nuestro lenguaje.
Prescindiendo de la terminología a utilizar, se la denomine ter
minación o resolución, la conclusión de un conflicto requiere algu
nos análisis previos a los de los modos y métodos.
Anotemos en primer lugar que en muchas circunstancias, tanto
los actores de un conflicto como sus entornos disponen de elemen
tos que explícitamente evidencian su cese. Tal, por ejemplo, una
guerra que termina con un tratado de paz, un proceso judicial en el
que un juez dicta una sentencia adjudicando el objetivo en cuestión
a uno de los bandos, o un conflicto laboral que produce un con
venio colectivo que establece nuevas condiciones de trabajo que re
estructuran la relación. Pero en muchos otros casos, los conflictos
198
te rm in a n sin que las pai tes, ni los terceros que les sirven de audien
cia, deiinan c la ra m e n te que así ha ocurrido. A veces, cuando una
parte siente y declara que ha obtenido su objetivo, la otra es reti
cente a aceptarlo. A menudo el actor que considera haber obtenido
su objetivo coincide expresa o tácitamente con su adversario en no
hacer manifestaciones que informen sobre esos resultados al entor
no del sistema en conflicto. En otros supuestos, comunes en los
conflictos sociales, raciales, religiosos y estudiantiles, la parte que
no puede obtener el objetivo que se propone cesa en el uso de re
cursos para lograrlo. Pero lo hace sin declarar si su actitud es una
definitiva conclusión del enfrentamiento o una simple postergación
unilateral de la acción conflictiva. En tales condiciones, puede ocu
rrir que el otro actor tenga interés en producir signos indudables de
un resultado que quiere fortificar como definitivo. O puede darse la
situación de que prefiera adoptar una conducta prudente y expec
tante para decidir su modo de interactuar en las relaciones futuras.
Los conflictos estudiantiles dan ejemplos de conductas de este tipo,
cuando los estudiantes cesan en su gestión por objetivos que les son
denegados sin decir si lo hacen definitivamente. Generalmente las
autoridades universitarias prefieren no intentar hacer ostensible el
resultado obtenido. En más de una ocasión son los terceros, ajenos
al conflicto y a su tramitación los que «resuelven» si éste ha con
cluido o no. En algunos casos, sobretodo en lo internacional y en lo
político intraestatal, esos juicios son meras opiniones de observa
dores o comentaristas, como ocurre con la prensa. En otras ocasio
nes, son los expertos que, en el ámbito teórico o académico, afir
man que consideran terminado o no un determinado conflicto, aún
en contra de las manifestaciones que, en sentido opuesto, formulen
los actores o alguno de ellos.
Más allá de estas dificultades, ocurre que, con o sin signos claros
y explícitos de que un conflicto ha concluido, debemos confrontar
esta problemática con otra, que es de fundamental importancia en
la etapa final de los conflictos. Es común que los actores que creen
haber obtenido lo que se denomina una «victoria» consideren que
ha cesado el conflicto. Pero suele ocurrir que, aún en supuestos que
la parte «derrotada» no discuta el resultado, en el futuro inmediato
se haga necesaria una nueva definición sobre resultados, en el pro
ceso de implementar la «victoria». Es famosa en la historia reciente
la situación que sobrevino al triunfo indiscutible de los Aliados, y
199
especialmente de Estados Unidos, sobre Japón, precisamente con
motivo de lo que todo el mundo consideró el final de la Segunda
( iuerra Mundial, en 1945. Los vencedores ocuparon el territorio del
vencido, en una acción que siempre es vista como signo notorio de
la conclusión de la guerra. Procesaron a ciertos responsables de crí
menes de guerra, en una clara actitud de vencedores, que ha sido
constante en las luchas entre Estados. Y luego, instalados ya en te
rritorio japonés, negociaron con el Emperador derrocado sobre su
cooperación para la administración del Imperio. En la nueva etapa
de paz de las relaciones en las que había terminado el conflicto bé
lico, se negociaban otras incompatibilidades, en el proceso de ins-
Iru mentar las consecuencias de la victoria.
Situaciones similares son muy frecuentes en los conflictos entre
particulares o grupos dentro de un Estado. Cuando tanto los acto
res como los terceros de su entorno consideran concluido un con
flicto, aparecen nuevos enfrentamientos en la etapa de hacer efecti
vos -o ejecutar, en el lenguaje de los tribunales- los resultados
producidos por la terminación. Aún en supuestos de conflictos re
sueltos por los jueces, se suscitan enfrentamientos al tiempo de ha
cer efectiva la sentencia judicial, pese a que no exista ya controver
sia alguna por los valores que generaron el conflicto. Antes, el
acreedor litigaba por obtener una condena a pagar y por hacer efec
tivo su crédito con el producido de la venta en remate público de
bienes del deudor. A su vez, éste estaba en conflicto judicial para ob
tener la declaración de que no estaba obligado a pagar. El conflicto
ha terminado. Un juez lo ha resuelto y ha definido el plazo de pago.
Sin embargo, el deudor requiere un programa de financiación para
poder cumplir con su obligación. Los valores en juego y las circuns
tancias ya no son los que los actores tuvieron en cuenta antes de la
sentencia. Ahora el acreedor tiene por objetivo cobrar lo antes posi
ble. El deudor, en cambio, necesita más plazo. Los intereses a cargo
del deudor han sido fijados por el juez. Los bienes del deudor pue
den resultar vendidos en un precio que sea insuficiente para cance
lar la deuda. Además, el deudor tiene otros acreedores. Y puede en
trar en una situación de crisis que lo lleve a un proceso concursal.
El deudor propone negociar. Divide el objetivo incompatible, al
mismo tiempo en que solicita más plazo, ofrece tasa más alta de in
tereses y una garantía, que ahuyenta el riesgo de impago. El acree
dor o su abogado se preguntarán ¿estamos frente a un nuevo con-
200
Hielo? ¿No hablamos «ganado»? ¿O acaso las «victorias» se nego
cian? Creo que la respuesta leórica no es importante. El general
McArthur, que negoció con el Emperador japonés, respondería que
sí. En estos supuestos, que son muy comunes, lo importante es que
los actores tengan clara la relatividad de los conceptos de termina
ción, resolución y victoria. Lamentablemente, uno se encuentra con
actores que han ganado un juicio y que, llevados por su convenci
miento de que no están más en conflicto, se niegan a negociar los
términos del cumplimiento de la condena. Para terminar, tal vez,
perdiendo la totalidad o parte de su crédito.3
En los dos apartados siguientes trataré lo relativo a los modos en
que terminan o se resuelven los conflictos y a los métodos para ob
tener la terminación o resolución. Es igualmente aplicable a la ter
minación que a la resolución de conflictos.
201
como un enfrentamiento de voluntades y a su resollado como la
«im posición» de la voluntad de uno de los actores sobre la de su ad
versario.5 Así se dio en llam «im posición» a aquel resultado en
que el objetivo incompatible era obtenido por uno de los actores, en
lanío el otro veía frustrada la obtención de su meta. El primero im
ponía su voluntad al otro. De él se decía que «ganaba»: era el «ga
nador». El otro «perdía»; era el «perdedor».
b) En otros supuestos, uno de los actores abandonaba la lucha.
I ,o hacía explícitamente o cesaba en su acción conflictual. En cual
quier caso, no aplicaba más recursos de poder para obterter su ob
jetivo. Desistía de él. Esto ocurría a menudo en ciertos conflictos
sociales, como los religiosos y los raciales. Pequeños grupos, discri
minados por otros mayores, abandonaban la confrontación y, en
(>casiones, también el territorio en que ella se desarrollaba. Se tras-
Iadaban a otro lugar. Del mismo modo, en los conflictos estudian
tiles era posible verificar casos en que, frente a la falta de éxito, los
estudiantes abandonaban sus reclamos y no ejecutaban actos ten
dientes a obtener sus objetivos. Para esta clase de resultados se uti
lizó la expresión «retirada», proveniente también de los conflictos in
ternacionales armados. En el lenguaje de los conflictos reglados por
el Derecho, que se sustancian con rituales de procedimientos ante los
tribunales, la «retirada» se denomina «desistimiento».
c) La observación de algunos conflictos, especialmente políticos,
ideológicos religiosos, mostraba que algunos actores concluían el
conflicto porque uno de ellos adoptaba los valores de su adversario,
que ahora aceptaba como los propios. Se «convertía a ellos». De allí
parece provenir la denominación de «conversión», aplicada a este
resultado. Si se piensa con esa categoría conceptual la terminación
de la Guerra Fría, que se hizo explícita con acontecimientos como la
caída del Muro de Berlín y la disolución del Pacto de Varsovia, fue
un caso inusitado de «conversión». El conflicto Este-Oeste, ejemplo
típico de conflicto ideológico, concluyó con la adopción, por la
Unión Soviética, de los valores fundamentales de su adversario: sis
tema democrático de gobierno y economía de mercado. En el ám
bito de los rituales judiciales que están institucionalizados para los
conflictos regidos por el sistema de normas jurídicas, se utiliza con
un sentido parecido la expresión «allanamiento».6
d) Por último los resultados que se observaban en numerosos
conflictos eran un intercambio de concesiones recíprocas que de
202
derla manera sal islaeían, al menos parcialmente, los valores de
cada uno de los adores. Muchos de esos resultados provenían en
aquella época de la colaboración de terceros que intervenían cola
borando con los miembros del sistema en conflicto desde muy dis
tintos roles, y que generaban o posibilitaban procesos de negocia
ción. Los resultados producidos por ese «horsetrading», adquirió la
denominación de «com prom iso.»7
Todo el pensamiento desarrollado luego sobre la dinámica del
conflicto y sobre los resultados obtenidos en su etapa de termina
ción o resolución, mediante el uso de muy diversos «métodos», per
mite ensayar hoy una clasificación de los modos en que concluyen
los conflictos, con más base teórica. Parece ser que un buen criterio
para distinguir distintos modos es tratar de descubrir las diferencias
existentes entre los modos de tratar los objetivos. Es decir, preguntar
sobre qué resultados arroja la terminación con referencia a los
objetivos. Pareciera que la respuesta puede distinguir entre resulta
dos en los cuales los actores distribuyen entre ellos los objetivos o
los valores que para cada uno de ellos representan los objetivos. Y
resultados en los cuales los actores participan de los objetivos. A los
primeros, podemos llamarlos «resultados de distribución». A los se
gundos, «resultados de participación». O, «distributivos» y «partici-
pativos».8
Los resultados distributivos, otorgan a veces todo lo que es obje
to de conflicto a un actor en desmedro del otro. En la terminología
actual, tomada de la Teoría de Juegos, como ya se ha explicado, se
trata de soluciones «ganador-perdedor». En otros supuestos, se dis
tribuyen objetivos o valores. Se habla entonces de soluciones «ga
nador-ganador» .
Los resultados «participativos» o, si se quiere, «integratorios» re
estructuran los objetivos, incorporan nuevos valores y son el pro
ducto de esfuerzos compartidos que, al tratar el conflicto, no inten
tan resolverlo. Lo conciben como un problema que no requiere
obtener una «resolución», sino una solución. En ese contexto los
actores pueden participar también de las pérdidas que generan al
reestructurar el conflicto, sus objetivos y la forma en que participan
en ellos. Hay conflictos en los cuales las partes, en su búsqueda de
soluciones, llegan conjuntamente a un nuevo valor que reemplaza
satisfactoriamente, para las dos partes, los valores anteriores que
hicieron incompatible el objetivo. Ambas participan del nuevo valor
203
V ambas suben las pérdidas de los valores anteriores que la solución
obtenida desplaza. Es el caso de los conflictos laborales en que em
pleados y empleadores coinciden en integrar sus esfuerzos para ha
cer crecer la empresa y compartir bajo nuevas pautas sus resultados
económicos, renunciando ambas a su defensa de una mayor por
ción del pastel más pequeño por la que disputaban y que resuelven
agrandar.
Otorgo importancia a la distinción entre los resultados posibles
y los métodos para obtener, porque estoy persuadido de que estos
poseen versatilidad suficiente como para ser utilizados eñ procura
de uno u otro resultado. La distinción entre resultados distributivos
y participativos es una cuestión de actitud de los actores y no de mé
todos. No niego que algunos métodos son en principio más propi
cios que otros para obtener un determinado objetivo. La violencia
-guerra o acción judicial- parece más apta para obtener un resulta
do «ganador-perdedor». Sin embargo, los países van a la guerra
para establecer nuevas condiciones de relación entre ellos, en la paz
que ha de sobrevenir. Y los particulares que buscan una sentencia
judicial, que les otorgue el objetivo y se lo niegue al adversario, a
menudo buscan en realidad una reestructuración de sus relaciones,
en la que participarán de otras ganancias y otras pérdidas. La ma
yor parte de las veces, el proceso que lleva a la conclusión de un
conflicto utiliza combinaciones de métodos distintos y en momen
tos y circunstancias también distintos que no están predetermina
dos en general.
204
guen procedimientos (endientes a resolver su conflicto o solucionar
su problema, como profiero entender la negociación.”
Por el contrario, el prototipo de método exógeno es el proceso ju
dicial, en la medida que es emblemático de la intervención de un
tercero en el proceso de terminación. Corresponde a este tercero la
función de resolver la adjudicación de los objetivos sin que los con-
flictuantes participen en la decisión resolutiva.
A su vez, y acorde con la clasificación presentada respecto de los
terceros,12 la clase de métodos exógenos admite subclasificaciones
en categorías que responden a un criterio que considero esencial: la
distinción entre participación o intervención. Se trata de distinguir
entre participación o intervención de terceros que resuelven por sí
mismos y la de otros, que sólo actúan o intervienen para colaborar
con las partes en el proceso de resolución, para facilitarles su pro
pia toma de decisiones. La mediación en sus múltiples formas y
modelos y la conducción de seminarios-talleres de solución de pro
blema con participación de los conflictuantes son típicas interven
ciones de terceros que no resuelven. Nótese aquí la diferencia que
existe entre el árbitro y el mediador y, en cambio, la similitud que tie
ne la función del árbitro con la del juez.
Si bien este capítulo no intenta penetrar en análisis relacionados
al empleo de los métodos de resolución, parece importante que su
colofón destaque algunos aspectos de interrelación entre modos o
resultados y métodos. Cuando los actores focalizan su atención so
bre sus relaciones de conflicto y no ven en conjunto sus relaciones
totales que incluyen coincidencias pasadas, actuales y eventuales
del futuro, un claro efecto se produce cuando cada uno de ellos tien
de a pensar en resultados distributivos con la expectativa de resul
tar ganador frente a su adversario perdedor. Ello provoca la elec
ción de métodos que tengan más que ver con la coerción que con el
premio -concesión- o la persuasión. Ello provoca la temprana ubi
cación del conflicto en niveles altos de intensidad y pone en juego la
tendencia a la escalada. Luego, desde un alto nivel, con las comuni
caciones entre conflictuantes afectadas, es más difícil tornar la ac
titud hacia la concepción del conflicto como un problema común
que debe ser solucionado por ambas partes con una actividad crea
tiva compartida. Las observaciones sobre métodos integratorios,
ensayados después de haberse recurrido a otro que supone mayor
intensidad, muestran cuan difícil se torna la búsqueda y el hallazgo
205
de soluciones nuevas. Ello no ocurre así cuando la creencia en la
exislencia de esas soluciones y en la justificación de su búsqueda es
compartida antes del empleo de métodos más intensos.13
Notas
1. Entre ellos el propio Kriesberg. Véase sobre el tema, Wehr (1979).
2. Véase Wehr (1979). Los estudios a que se refiere Wehr son: Curie (1971),
Dolci (1970) y Freire (1971).
3. Uno de los ejemplos más impactantes de ese fenómeno que he encon-
I mil o en mis investigaciones sobre conflictos judiciales de la realidad fue el si
guiente: una señora, que había estado enjuicio con su marido por alimentos de
ella y su hijo, tenía a su favor una sentencia condenatoria por la cual su cón
yuge debía pagarle la suma aproximada de $25.000, que incluía honorarios de
su abogado. Se trataba de personas de pocos recursos. El marido deseaba cum
plir. Su único bien era la sexta parte indivisa de una pequeña fracción de cam-
p<>heredada de sus padres, que podía venderse, con tiempo y privadamente, en
un precio aproximado de $200.000. Sus condominos, que eran sus hermanos,
aceptaron vender la tierra en bloque para obtener un precio de mercado. Pro
pusieron a la actora que esperara la venta y que tomara las garantías que su
abogado sugiriera. La respuesta de este fue terminante. La señora ha ganado el
juicio, ha pedido el remate de la porción indivisa de su esposo en la chacra, la
liará vender y cobrará sobre ella. Así ocurrió. Tras varios remates fracasados
por falta de oferta, la parte indivisa se vendió en $4.000, que resultó todo lo que
la apenada esposa pudo cobrar. Su operador había hecho «valer» su victoria.
Siempre sospeché que el hermano del demandado -que resultó comprador-
había efectuado la adquisición para luego, cuando el campo se vendiera indivi
so, restituirle su parte al condomino que la había perdido. Nunca sabremos la
verdad. Pero sé que obtuvimos una buena enseñanza sobre lo que es la relati
vidad de algunos conceptos teóricos. He contado este caso muchas veces en
mis cursos de postgrado para abogados. Siempre resultó una buena manera de
mostrar que los conflictos son verdaderos problemas comunes a los actores,
que todos ellos deben solucionar y no terminar o resolver.
4. Que siempre pueden ampliarse por el desarrollo de nuevas técnicas.
5. Sobre el vocabulario de Clausewitz, véase Aaron (1976), específicamen
te tomo I, cap. II, p. 76, cap. III, p. 108 y nota X X I p. 414.
6. Hay, desde luego, una gran dosis de imprecisión en toda la terminolo
gía a que me vengo refiriendo. En algunos contextos se distingue entre «con
versión» y «rendición». Está última significaría la aceptación de las pretensio
nes del adversario, el sometimiento a su voluntad y no la adopción de sus
valores.
7. La primera edición de la obra ya citada de Kriesberg, Louis: The Socio-
logy o f Social Conflicts, publicada en 1973, ofrece buenos ejemplos del uso de
las cuatro categorías enumeradas en el texto.
206
8. Pienso que éstos iillinios podrían adoptar la denominación de «integra-
llvos» o «integralorios», lermiuología que ya en 1973 acuñó de alguna manera
Deutsch (1973).
9. En la década del ochenta, estas denominaciones se utilizaban en la cá
tedra de Relaciones Internacionales de la Universidad de Canterbury, Nueva
Zelandia. Sobre ello véase Bercovitch (1984).
10. En diversos pasajes de este libro he hecho alusión a la carencia de con
ceptos clasificatorios idóneos y suñcientes que emerge de lo precario del cono
cimiento actual sobre los universos a clasificar. También aquí tengo en cuenta
que hay métodos que se resisten a ser encasillados en este esquema prematuro.
La negociación colectiva, institucionalizada como está en muchos países, in
cluido el nuestro, supone la intervención de organismos estatales que constri
ñen a las partes a realizar ciertos actos de negociación. El lector puede legíti
mamente peguntarse en qué categoría debe colocar este método. ¿Se parece
más a una negociación o a una mediación? será su pregunta lógica. ¿O es que
la mediación no es un método exógeno, sino endógeno porque ambas partes in
corporan voluntariamente al tercero al sistema, como asistente de los dos cam
pos? Pero entonces ¿qué decir de la híbrida mediación obligatoria que rige des
de hace algunos años en la jurisdicción federal para los conflictos cuya
resolución corresponde a los tribunales? He optado por trabajar en una siste
matización con los criterios clasificadores de los que por ahora disponemos,
cuidando de tener presente la limitación y la provisoriedad de los resultados
obtenidos.
11. Los más recientes estudios sobre el concepto de «flexibilidad» en la ne
gociación postulan la existencia de dos paradigmas en el estado actual del co
nocimiento científico sobre la negociación. Uno de ellos es el que los autores
denominan bargaining paradigm. El otro recibe el nombre de problem solving
paradigm. Véase Hopmann (1995, p. 24). Ambos fueron descriptos en 1965,
poco después de comenzado el movimiento de la negociación racional, a pro
pósito de la problemática de la negociación laboral. Véase Walton (1965). Ac
tualmente, los modernos desarrollos sobre la flexibilidad en la negociación son
descriptos como influenciados en sus consecuencias, de distinta forma, según
aquel de los dos paradigmas desde el cual trabaje cada autor. Véase Hopmann
(1995, pp. 27 y ss.) Estos estudios están teniendo una gran influencia en la elec
ción teórica y actitudinal que supone apoyarse teóricamente en una u otra po
sición. Estoy persuadido de que las precondiciones y las consecuencias del
paradigma de la solución de problemas está ganando terreno sobre las postu
ras, actitudes y escuelas que prefieren seguir pensando en términos de resolu
ción de conflictos. El lector encontrará una excelente guía para el estudio de
estos temas en Drukmman y Mitchell (1995).
12. Véase cap. 8.
13. Las dificultades que la República Argentina y Gran Bretaña tienen en
encontrar caminos constructivos de solucionar el problema común hubieran
sido mucho menores si el intento se hubiera hecho antes de la invasión de
1982. Aún hoy, casi dos décadas más tarde, la percepción de amenaza de los ha
bitantes de las Islas, que no existía antes de la guerra, como lo han destacado
207
autores y periodistas británicos, constituye un fuerte contrapeso a los muchos
intereses de los isleños que sin duda pueden ser mejor satisfechos por nuestro
país. Tal, por ejemplo, la provisión de abastecimientos, transportes y comuni
cación y la actividad pesquera sobre la extensión de mar que une el continente
con la superficie insular. Por todo, véase Eddy, Linklater y Guillman (1983, p.
39ft): «La amenaza argentina, a cuatrocientas millas de distancia, seguirá sien
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208
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215
índice temático y onomástico
217
De interdependencia, 114, 192 Confiict imiiiii/'t'iiii'ii/, 35
Del poder, 128 Conflicto
Capacidad de destrucción, 32, 69 Accidental, 198
Caplow, Theodore, 145, 146, 147, Administración de, 44
154, 155, 159, 210 Campo del, 136
( 'a rrera armamentista, 16 Casual, 198
Cliisalio, Raúl, 209, 210 Causas, 35
Ciencia Ciencias del, 51
Del derecho, 26 Clasificación de, 50
Clasificación científica, 35 Como patología, 45
Clinton, William, 162 Con un solo objetivo, 109
Coalición, 81, 145, 153, 154, 157, Concepto universal del, 25
160, 191 De grupos o de clase, 43
Conservadora, 157 De individuos, 43
Impropia, 157 De límites, 28
Revolucionaria, 157 De objetivo único, 107, 109, 110,
Coaliciones, 81 113
Coerción, 119 De objetivos múltiples, 107
Cohesión, 81 De suma cero y suma variable,
Collins, Randall, 37, 210 108
Compromiso, 201, 203 Desarrollo lineal del, 197
Conducta, 46, 54, 57, 58, 60, 62, 63, Dimensiones del, 189
64, 65, 75, 78, 89, 137, 165, Dinámica del, 75, 165, 203
173, 174, 177, 191, 199 En general, 29, 45, 49
Coincidente, 49 Estática del, 75
Colectiva, 49 Extensión del, 113
Conflictiva, 172 Familiar, 24
Variables de la, 182 Futuro, 152
Cooperativa, 49 Género, 29, 44
Independiente, 46 Ideologías, 31
Individual, 49 Impuro, o de suma variable o
N o obligatoria, 57 suma indeterminada, 108
N o regulada, 90 Intensidad, 139
N o sancionada, 56, 57 Internacional, 43, 45
Obligatoria, 57 Interno, 43
Permitida, 54, 56, 57, 59 Jurídicamente normado, 54
Prohibida, 54, 56, 57 Jurídico, 24
Recíproca, 46, 49, 75, 78, 175 Lenguaje del, 126
Regulada, 90 Objetivo, 91
Sancionada, 26, 56, 65 Permitido vs. Permitido, 50, 90,
Conductas, 144 96
Configuracionismo, 31 Político, 43
218
Prevención de, 23, 14, 3.5, 44, (■>I, Duncan, Lucer, 115, 210
65, 143 Eddy, Paul, 208, 210
Previsión, 34 Elster, Jon, 49, 210
Puro Enfrentamiento, 23, 25, 32, 34, 44,
De objetivo único o de suma 46, 53, 55, 58, 65, 66, 68, 77,
cero, 108 78, 80, 90, 138, 141, 199
Puro e impuro, 107 De pretensiones opuestas, 26
Racial, 24 De pretensiones antagónicas, 46
Raíces, 185 Entelman, Remo F., 34, 50, 58, 163,
Regulación de, 35 210,211
Religioso, 24 Epistemológico, 37
Resolución, 201 Escalada y desescalada, 175, 160
Resolución de, 23, 44, 62, 100 Escalamiento
Social, 24 Manejo incontrolado del, 142
Subjetivo, 91 Esencialmente controvertido, 127
Terceros en el, 140 Estado, 77
Terminación, 201 Estrategia disuasiva, 44
Contagio, 83 Etapa paradigmática, 18
Contaminación conflictual, 83 Etzioni, Amitai, 180, 211
Control, 120 Felstiner, William, 163, 211
Conversión, 202 Foster-Carter, Aldan, 37, 211
Coser, Lewis, 81, 210 Fragmentación, 79, 80, 81, 84
Coste-beneficio, 189 Freire, Paulo, 197, 211
Curie, Adam, 197, 210 Freund, Julien, 39, 45, 115, 133, 211
Dahl, Robert A., 122, 210 Fuerza, 119
Dahrendorf, Ralf, 90, 210 Centralizada, 60
Derecho, 23, 66 De atracción, 136
Concepto, 57 Física, 60
Tener, 57 Judicial, 61
Derecho y conflictos de intereses, Monopolizada, 53, 64
96 Monopolizada por la sociedad,
Desescalada, 177 60
Acuerdos de, 179 Pública, 60
Desistimiento, 202 Fukuyama, Francis, 111, 211
Deutsch, Morton, 207, 210 Gallie, W. B., 121, 211
Diada, 145, 148 Galtung, Johan, 21, 182, 211
Dimensión Ganador, 202
Actoral, 189 Ganador-ganador, 176, 203
Objetal, 189 Ganador-perdedor, 203, 204
Dividir para gobernar, 134 Garcia Suarez, A., 211
Dolci, Danilo, 197, 210 García, Alfonso, 209, 210
Drukmman, Daniel, 207, 210 Generalización transnivélica, 36
219
( leñero Kaplan, Abraham, 130, 212
Conllielo, 123 Kaplan, Morlon A., 115,212
Poder, 123, 127 Keller, Susan, 142 9
Relación social, 75 Kelsen, Hans, 13, 23, 26, 32, 50, 59,
( ieomelría social, 150 212
( ¡lohal politics, 99 Keohane, Robert, 37, 212
<¡on/.álc/, Seara, Luis, 38, 211 Klare, Michaell, 21, 214
( .i upo diádico, 146 Kriesberg, Louis, 90, 91, 95, 128,
Grupo Iriádico, 149, 152, 159 177, 186, 206, 212
( lucirá, 16,27, 32, 80, 112, 118, 128, Kuhn, Harold, 28, 30, 37, 115, 212
198 Lasslett, Peter, 130, 212
Ciencias de la, 18 Lasswell, Harold, 130, 212
Del petróleo, 28 Laudo arbitral, 137
Cría, 178, 183, 202 Lieberman, Bernhardt, 115, 212
Inlcrnacional, 25 Linklater, Magnus, 208, 210
Investigaciones sobre la, 32 López, George A., 16, 17, 212
Guillman, Peter, 208, 210 Lukes, Steven, 120, 121, 212
I Inrsanyi, John, 211 Manipulación, 119
llar!, II. L. A., 59,211 Mansbach, Richard, 37, 101, 104,
I lisloria, 172 181, 183, 184, 192, 212
lloggard, GaryD., 174, 181, 212 Martín, Mariano, 209, 210
I lopmann, P. Terrence, 207, 211 Martindale, Don, 31, 38, 212
II <is I iI idad, 184, 185 Mather, Lynn, 163, 212
I Insserl, Edmund, 183,211 Matteucci, Nicola, 122, 129, 209
Neologism o, 30 McClelland, Charles, 174, 181, 212
Implosión, 133, 135 Mckersie, Robert, 214
Imposición, 202 Mediación, 25, 138, 139, 141, 143,
Inlluencia, 119, 141 153,196,205
Iindigencia, 34 Mercosur, 34, 163
Imención, 89 Meta legítima, 64
Intensidad Método, 203, 205
De la conducta conflictiva, 165 Endógeno, 204
De sentimientos conflictivos, 165 Exógeno, 204
Interacción, 20, 30, 79, 95, 114, 128, Milia, Femando, 143, 144, 212
146, 166, 167, 168, 173, 174, Miller, J. G „ 36, 212
175, 176, 179, 180, 182, 184, Mitchell, Arthur, 209
186,190 Mitchell, Christopher, 207, 210
Internacional, 181 M odo o resultado, 201, 205
I Hicieses, 110 Morales, Isidoro, 116, 213
Inlerlocutor, 93 Morgenstern, Oskar, 118, 214
Isaixl, Walter, 25, 37, 39, 211 Morken, R-J-., 120, 213
.lackson, Don, 96, 214 Morris, Peter, 130, 213
220
Morlon, S. Baml/, 130, 209 Persuasión, 123
Moses, Bi'ody, llolsli, Kadanc y Poder, 121
MiJstein, 213 Abusivo, 119
Nash, John F., 115, 213 Cálculo del, 128
Neace, M.B., 213 Como actividad, 122
Negociación, 25, 34, 101, 108, 130, Como capacidad, 122
139, 172, 190, 196, 203, 205 Dimensión del, 129
Colectiva, 207 En acción o en acto, 122
Nicholson, Michael, 115, 213 En potencia, 122
Norma Que se ejerce sobre cosas, 118
N o jurídica, 57 Relativo, 128, 129, 150
Norm a de clausura, 26, 55 Remanente, 128
Nozick, Robert, 124, 213 Poder, 27
Nye, Joseph, 37, 212 Polemología, 21, 32, 45, 46
Objetivo Positivismo, 30, 31
Adjudicación del, 205 Power politics, 99
Dividir el, 113 Premio, 124, 125
Objetivo, 110 Pretensión, 89
Común o coincidente, 49 Incompatible, 46, 54, 55, 58, 61,
Concreto, 100 66
Incompatible, 49 N o sancionada, 58
Simbólico, 100 Permitida, 58
Trascendente, 100, 103 Proceso judicial, 198
Objeto Raiffa, Howard, 115, 178, 210, 213
Cultural, 100 Rapoport, Anatol, 36, 108, 213
Ideal, 100 Rational choice, 119
Natural, 100 Realismo versus idealismo, 90
Oferta, 125 Relación
Offer, 125 ' De acuerdo, 49
Pacto ideológico, 190 De cooperación, 48
Palo Alto, 96 Diádica, 148
Paradigma, 14, 28, 99, 117, 207 Internacional, 14, 27, 28, 99, 112,
Parte derrotada, 199 170
Paz, 32 Social, 18, 24, 35, 46, 47, 48, 49,
Ciencia de la, 18, 32 54, 58, 60, 66, 75, 90, 107, 112,
Estudios sobre la, 15, 16, 32 127, 138, 154, 174, 186, 195,
Fría, 14 196, 198
Investigaciones sobre la, 32 Clases de, 48
Pensamiento triádico, 159 Conflictiva, 48
Péntada, 146 Resolución, 198
Perdedor, 202 Resolución de conflictos
Permitido vs. Permitido, 50, 66 Métodos, 14, 15, 16, 23, 55, 60,
221
01. 62, 66, 138, 195, 196, 198, De conflictos, 24, 31, 43, 44, 61,
201,204 75, 117, 123, 125, 174
Pacíficos, 15 De juegos, 33, 107, 203
Modo, 201 De la comunicación, 33, 96
Resultados del proceso, 201 De la información, 33
Resultados De la negociación, 34
De distribución, 203 Del conflicto, 13, 18, 24, 123, 196
De participación, 203 General de sistemas, 36
Distributivos, 203 General del derecho, 26
l’ arlicipativos, 203 Sociológica del conflicto, 31
Relirada, 202 Tercero, 133
Ricli, Paul, 116, 213 Beneficiario, 134, 135
Rickerl, Heinrich, 100, 213 Disuasor, 141
Riesgo, 89 En discordia, 134
Robey, John S., 116, 213 Excluido, 133
Rol de intruso, 140 Facilitador, 139
Rosenau James, 174, 213, 214, 215 Imparcial, 133
Ross, Alf, 59, 213 Intervención de, 143, 179
Russell, Bertrán, 140, 214 Interviniente, 139
Sanción, 124, 125 Moderador, 139, 141
Snrat, Austin, 163, 211 N o participante, 196
Sehelling, Thomas C., 108, 214 Participante, 135, 136, 140
Seguridad, 27 Posibilitador, 139
Sliibik, Martin, 186, 214 Protector, 135, 140
Simrnel, Georg, 133, 145, 214 Ventajista, 134
Singar, J. David, 174, 214 Terminación, 196
Sistema jurídico, 53 Terrorismo, 16, 29
Smith, Christine, 37, 211 Tertius gaudens, 134, 135, 140, 153
Slale-centric model, 99 Tétrada, 145
Sleiner, Hilar, 131, 214 Thomas, Daniel, 21,214
Slokman, F.N., 120, 213 Threat, 125
Sloppino, Mario, 122, 129, 214 Throffer, 124, 125
Subélite estratégica, 142 Tiers larron, 134
Suma cero Tríada, 27, 145, 147
Juego de, 110 En situaciones continuas, 154
Mentalidad de, 110 En situaciones episódicas, 154
Técnica de motivación, 53 En situaciones terminales, 154
Tecnología Organizacional, 157
De administración, 34 Triádica, 146
De prevención, 34 Tula, Jorge, 211, 210
De resolución, 34 Universo de lo permitido, 57
Teoría Valores, 110
222
Variables, 182 Monopolizada, 30
Acuerdo versus desaci lerdo, 182 Uso privado de la, 53
Amislosidad versus hostilidad, Von Neumann, John, 84, 214
182 Votaciones, 62
Realización de actos positivos Walton, Richard E. 207, 214
versus realización de actos ne Watzlawick, Paul, 96, 214
gativos, 182 Weber, Max, 46, 214
Vasquez, John A., 37, 101, 104,181, Wehr, Paul, 37, 39, 206, 214
182,183,184, 192, 212 White, D.M., 120,214
Violencia, 16, 23, 32, 45, 50, 60, 62, Wien, Barbara, 21, 214
63, 66, 68, 69, 80, 117, 123, Wittgenstein, Ludwig, 126, 214
165,167, 186, 204 Wright, Quincy, 215
De baja intensidad, 16 Yngvesson, Barbara, 163, 212
Individual, social y política, 16 Young, Oran R., 37, 215
Monopolio de la, 23
223
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Fecha de devolución
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